37. La Rosa de los Vientos
—Sigo alucinando con tu habilidad, Ellie —asegura Logan impresionado.
—Lo sé... Soy genial.
Han pasado unos cuantos días desde que los chicos comenzaron a llevar a cabo los entrenamientos de sus Stigmas en la mansión deshabitada de los Edler. Aprovechando sus espaciosos jardines, la pandilla da rienda suelta a sus ensayos con una libertad considerable, a la que se ha sumado el consentimiento tanto de Sebastien como de los padres de Dustin y Heather: los jóvenes consiguieron convencerlos prometiendo la total confianza entre ellos, un pacto que implicaba no utilizar sus poderes fuera de las mansiones y siempre que Sebastien o algún adulto responsable se encontrase cerca.
—Aunque reconozco que en mi mente quedaba mejor —intenta bromear ella—. Menudo dolor de cabeza se me ha puesto, total para que solo salga ese sirimiri...
—Tonterías. A veces pienso que tú ya vienes entrenada de casa... y eso es trampa. Lo sabes, ¿no?
—Es cierto... eso no nos lo has contado —comenta Dustin entonces—. Elisa, ¿t-tú como conseguías reprimir tu poder?
La chica se ha quedado de pie sobre el bordillo de una de las fuentes más grandes del jardín, con una expresión de duda. Las gotas de agua que logró que cayesen del cielo gracias a su Stigma le surcan por la piel y por sus mechones desfilados hasta unirse al agua de la pila.
Dustin, Logan, Heather, Felicity y Victoria se encuentran a su alrededor en un pequeño semicírculo que se ha formado desde que Elisa comenzó a concentrarse para comprobar el alcance de su poder: el control del clima. Un intento que le supuso mucho más esfuerzo del que creyó en un momento, tras tantos días de entrenamiento.
—No lo sé. Solo intentaba no pensar en ello tanto como era capaz —termina diciendo ella. Se sienta el borde de la fuente con deje cansado—. Pero había días en que simplemente ocurría.
—¿Ocurría? —cuestiona Heather, sentándose a su lado—. ¿Qué ocurría? ¿La lluvia?
—El tiempo se alteraba —les cuenta, mirando ahora hacia el cielo. En él ve unas pequeñas nubes solitarias, las que ella misma se encargó de aunar con esfuerzo con tal de generar una minúscula llovizna sobre ellos—. Cuando tenía unos nueve años empecé a darme cuenta de que el tiempo se volvía algo inestable cuando yo me sentía... extraña. Como es normal, al principio pensaba que solo era casualidad. Pero a medida que me hacía mayor, mis... enfados ya no eran simples rabietas, y comencé a fijarme más en esas "coincidencias". Fue por aquel entonces que al fin le pregunté a mi madre sobre ello y supe la verdad sobre mi Stigma.
—Es un Stigma realmente poderoso, si se aprende a utilizarlo —afirma Felicity, pensante—. Me resulta insólito que tu madre no te informase de ello cuanto antes, teniendo en cuenta lo peligroso que puede llegar a ser un clima ligado a las emociones de una niña confusa...
—Supongo que ella me tenía controlada a su manera —dice Elisa, torciendo una mueca de molestia en cuanto se menta a su madre—. Pero no me apetece hablar de eso ahora. ¿Por qué no seguimos dándole caña a esto? Quedamos en que hoy intentaríamos probar tu copia de mi poder, ¿no? —le pregunta a Heather, allí a su lado.
—¿Eh? ¡Oh, sí, es verdad!
—E-espera, Heather...
—¿Qué? —La chica ya se está quitando los guantes—. ¿A quién espero?
—T-tal vez deberíamos esperar un poco más —le recomienda su hermano mayor—. A que Elisa conozca mejor su Stigma, ¿no crees? Es peligroso que copies algo que n-no sabemos controlar todavía...
—Bueno, pero no pasa nada. Solo es una pequeña prueba, Dustin —rebate ella—. Y ellos están aquí para anularlo si se vuelve extraño —le dice, mirando a los integrantes sin Stigma de la pandilla—. Ya hemos comprobado estos días con el tuyo que cuando toco a una persona sin poder, ya no puedo usarlo más.
—S-sí, pero...
—Krausser tiene razón —opina de pronto Victoria, recogiéndose de brazos—. O sea, hoy no deberíamos probar cosas raras, ¿no? Sebastien no está y no me apetece cargar al señor Montenegro con alguna situación incómoda...
—S-sí... lo dije por eso.
—Hm... Es verdad —asiente Logan, posando la vista en un punto algo alejado del jardín: allá ve a Mordecai, entreteniendo con juegos de pelota a Nicolette mientras su hijo Stevie observa desde lugar seguro y apartado—. Encima de que el pobre hombre viene a propósito a hacer de canguro total con los nenes...
—Está bien —termina accediendo Heather, desinflada—. Hoy tampoco me toca...
—No quieras correr tanto, Heat Her —la alienta Logan yendo hasta ella y posando una mano sobre su espalda—. ¡Es por tu bien! Además, cuando tengamos totalmente controlados los Stigmas de Ellie y Dust, ¡el tuyo será el más potente de todos! Sólo piénsalo: puedes tener el poder que te dé la gana solo con tocar al que tienes al lado.
—Jo, ¿y por qué crees que tengo tantas ganas? ¡Yo quiero hacer algo ya...!
—La paciencia es la madre de la ciencia —asegura Felicity a su amiga—. Para averiguar de verdad algo se necesita tiempo y atención, Heather. Ya lo sabes.
La benjamina de los Krausser se limita a hacer un puchero, conformándose con la situación. Elisa se levanta entonces del bordillo de la fuente y recupera sus botas para colocárselas de nuevo.
—Bueno, entonces ¿qué queréis hacer ahora? Porque yo estoy hecha polvo ya...
—Podríamos jugar un rato con los nenes —propone de pronto Logan, con entusiasmo—. Y de paso Dust que entrene el suyo, ¿no? ¡Anda que no hay posibilidades con esa pelota!
Elisa sonríe ante la propuesta, asintiendo.
—Cierto. Así Nico y Stevie se sienten parte de esto también —opina ella. Se dirige hacia la zona donde Mordecai jugaba con los niños—. Les encantará jugar mano a mano con su héroe, ¿a que sí?
—No quería ser yo quien lo dijese, ¡pero sí! —se ríe, acompañándola—. Esos chiquillos me admiran. Siento haberte desbancado como modelo a seguir en el podio de tu hermanita, Ellie. ¡Mi carisma los deslumbró en cuanto aparecí en sus vidas...!
—C-chicos... yo no... puedo quedarme —les dice entonces Dustin, deteniendo el paso de aquellos—. T-tengo que... ir a comprar una cosa.
—¿Comprar? Espera, no me digas que...
—¡Ah, es verdad! —exclama de pronto Heather—. ¡Que aún tenías que ir a recoger el regalo para Grace!
—Espera, ¿cómo? ¿Que aún no lo tienes, Dust? —cuestiona Logan con una risa—. Me cago en diez, ¡siempre a última hora, todo...!
—S-sí, es que... no me decidía y...
—¡Oye! Pues puedo acompañarte yo, si quieres —propone de repente Victoria, captando la atención de todos con expresiones de extrañeza—. O sea, si dices que no te decides, ¡pues yo te ayudo! ¿No?
—N-no, si ya está elegido... s-solo es recogerlo.
—Bueno, pues te ayudo a recogerlo —resuelve enseguida—. Que me apetece ir a ver tiendas.
Logan se mira con Felicity y Heather, a cada cual más confuso por la simpatía de la chica hacia Dustin.
—¿A qué vienen esas caras? —cuestiona con pesadez Victoria, llevándose las manos a la cintura—. Si tenéis algo que decirme, que sea a la cara.
—¡No, no! Qué va. Si está muy bien ir de tiendas y... eso —se le ocurre decir a Logan, aguantándose la risa—. En fin, ¡pasadlo bien!
—Gracias —responde la chica, tajante—. Venga, ¿nos vamos, Krausser?
—C-claro... ya nos vemos mañana, ¿no?
—Sí. En el Clover's, a la una —le contesta Logan. Ve como su amigo se marcha acompañado por Victoria. Se vuelve a sus amigas, sonriente—. Madre mía, ¡a ver si al final va a ser verdad que Fisher anda detrás de Dust...!
—Pues hacen buena pareja, en realidad —opina Elisa, ya caminando junto a él hacia Mordecai y los niños—. No me preguntes por qué, pero yo tengo ojo para estas cosas.
—Tú tienes ojo para demasiadas cosas, Ellie. Pero te digo yo ya que a la Fisher no le hará mucha gracia despeinarse por ponerse el casco de la moto... Esa pareja tendría los días contados solo por eso.
Elisa suelta una risa irónica mientras sigue intercambiando comentarios divertidos con él por el camino. Felicity y Heather se han quedado atrás y ya se ha convertido en una especie de costumbre, la división por parejas dentro de la pandilla: aunque estos momentos de intimidad les vienen de perlas a Felicity y a Heather ya que, pese a su aparente conformidad con la reconciliación con Elisa, ambas mantienen en pie su investigación secreta sobre ella. Sin embargo, la intensidad se está rebajando con cada día que pasa y ninguna de las dos se ha atrevido a decirlo en voz alta hasta hoy.
—Se les ve súper a gusto juntos, ¿verdad? —comenta Heather mientras ambas caminan hacia los demás—. A Logan con Elisa, digo.
—Sí... Demasiado, diría yo —sentencia Felicity—. Tanto romance veraniego me está saturando ya...
—Vaya, suena como si te molestase un montón...
—Bueno, es que es molesto. Elisa sigue siendo prácticamente un misterio para todos y ahí está, como si nada. Soltando chistecitos continuamente con Logan...
Heather se le queda mirando, perpleja.
—Oh, vaya... ¿así que el "romance" que te molesta es el de Logan y Elisa? ¡Creía que el que te gustaba a ti era mi hermano! —Se ríe un poco—. ¡Por momentos parece que a ti también te guste Logan...!
Esa suposición imprime una expresión de extrañeza en el rostro de Felicity, llegando incluso a detener sus pasos para enfatizar la seriedad de su significado.
—¿De qué diablos hablas, Heather? ¿De dónde te sacas eso ahora?
—¡Sólo mírate! —le dice, y vuelve a reírse—. Hasta te has puesto roja. Espera, que te hago una foto con el móvil para que te veas...
—¡Eso es porque hace calor! ¡Estate quieta!
—Oh. Eso será.
—Escucha, Heather. No se trata de eso —asegura caminando hasta alcanzarle el paso de nuevo—. Solo me preocupo por él, igual que por tu hermano. Son nuestros amigos.
Heather suelta un pequeño suspiro.
—Pues yo empiezo a pensar que tal vez no tenemos tanto de qué preocuparnos, ¿sabes? Y más ahora que también nos está ayudando Sebastien con todo esto...
—¿Cómo? ¿Que le has contado esto a Sebastien? —cuestiona alterada Felicity, bajando el tono a mitad de frase con tal de no ser escuchada por aquellos—. ¿Nuestra investigación?
—Claro. Me dije "Si hemos pactado que no habrá secretos, habrá que aplicarlo a todo".
Felicity mantiene el ceño fruncido, aunque se amolda rápidamente al pensamiento de su amiga.
—Es cierto... tienes razón. No tendría sentido ocultarle esto...
—Eso pensé. Además, no conozco a nadie que tenga más contactos que él. Con su ayuda seguro que averiguamos muchísimo más en menos tiempo.
—Sí... y él será el primero que quiera saber a quién diablos mete en su casa y se acerca tanto a su ahijado...
—¡Eso es! Ya verás, Feli. Todo irá guay.
Felicity le cede una sonrisa a su amiga, aunque en su interior todavía ande dándole vueltas al comentario que abrió su conversación.
«No. Logan no me gusta. No de esa manera», se repite a sí misma con tal de creérselo,
«Lo que siento no son celos... tiene que ser otra cosa».
◇◇◇
Ya ha atardecido. Sebastien Monsang se encuentra a punto de realizar una de sus entrevistas. En esta ocasión ha tenido que desplazarse hasta la Universidad de Sant Silvery, una de las ciudades de Germance más alejadas de Schuld City: allí le espera una de sus más valiosas maestras que, tras la negativa inicial, ha terminado accediendo a llevar a cabo el encuentro gracias a la insistencia de Monsang.
Aquel imponente edificio trae buenos recuerdos al hombre: sus pasillos y aulas, pese a las reformas que han sufrido a lo largo de los años, le evocan a la juventud que allí pasó junto a su mejor amigo Arnold. Días más sencillos y ligeros en los que únicamente se dedicaba a estudiar cuando no se encontraba en las mansiones ayudando a su padre, el anterior mayordomo de la familia Edler.
Es justo cuando se encuentra recordando con cierto sentimiento agridulce la época en la que él conoció a Geraldine Edler que su entrevistada hace acto de presencia.
—Lamento haberle hecho esperar, señor Monsang —se disculpa Scarlett Fitzgerald, llegando hasta el banco donde él la esperaba, fuera de su despacho—. Al final se me ha complicado un poco la tarde...
—No se pgeocupe, señoguita Fitguegald. Le agradesco que haya aseptado mi petisión. —Se levanta de su asiento y extiende su mano hacia ella. La estrecha en cuanto ella responde a su gesto.
—Acompáñeme a mi despacho, por favor —le pide mientras ella misma se adentra en la sala usando la llave.
—Este lugag me tgae muy buenos guecuegdos, ¿sabe? Yo estudié aquí —comenta él, observando el ornamentado despacho de la maestra—. Paga mí ha sido como echag una migada al pasado...
—Sí, lo sé. Le conozco bastante de oídas, señor Monsang —asegura la mujer, tomando asiento tras su escritorio—. Siéntese, por favor. Me gustaría comenzar la entrevista cuanto antes.
Sebastien contempla ahora a su entrevistada, habiéndose percatado sin dificultad de su tono apresurado y seco. Obedece a su petición con una sonrisa calma, sentándose en el asiento que se encuentra al otro lado del escritorio de Scarlett.
—No le hagué pegdeg más tiempo del nesesaguio, señoguita Fitguegald. ¿Le impogta que la convegsasión sea grabada? —cuestiona de forma rutinaria y sosegada.
Scarlett se mantiene unos segundos en silencio, observando la grabadora que el hombre saca del bolsillo de su chaqueta.
—Por supuesto que no.
—Très bien. —Pulsa el botón para iniciar la grabación y se recoloca en su asiento, cruzándose de piernas y sujetando de forma relajada el objeto sobre su regazo—. Bien. Le doy las grasias por aseptag esta entgevista, señoguita Fitguegald. Sé que es usted una pegsona ocupada.
—Estamos en época estival, así que la intensidad del trabajo es menor. Pero igualmente continuamos rematando algunos cabos sueltos por aquí.
—Lo compgendo. Y pgesisamente he queguido hablag de fogma pegsonal con usted pog su impogtante gueputasión en este lugag —le dice, manteniendo su actitud relajada—. Tengo entendido que su labog aquí destaca pog sus amplios conosimientos sobgue la naturalesa de los Stigmas, ¿estoy en lo siegto?
La expresión de Scarlett permanece seria, los músculos de su cara no muestran ningún atisbo de molestia. Pero Sebastien tiene un extraño don para interpretar la energía de la gente con la que habla y puede notar sin esfuerzo que la mujer se ha tensado con esa pregunta: sus años de interrogatorios policiales le preceden.
—No es para tanto, en realidad —desestima ella—. Tan solo se ha tratado siempre de una curiosidad personal. Usted sabe bien que los Stigmas nunca han sido ni serán una asignatura en los centros educativos de Germance, señor Monsang. Presumir de ello como maestra especializada podría acarrearme más de un problema con la ley.
—Eso es siegto —corrobora él—. Pego de igual fogma, me gustaguía sabeg su opinión al guespecto sobge este tema —comienza a decir, continuando una vez Scarlett le devuelve un leve gesto afirmativo con la cabeza—: ¿Considega usted que eso es algo que debeguía cambiag, señoguita Fitguegald?
—¿Se refiere a la educación sobre Stigmas, señor Monsang? —cuestiona a pesar de saber la respuesta. Repetirlo en voz alta y nombrarle es su forma de enfatizar la poca viabilidad de la propuesta.
—Usted tiene dos hijas con Stigma, ¿no es así? —Esa afirmación es suficiente para tensar, esta vez de manera visible, el gesto de su interlocutora: con ese dato Scarlett comprueba que Sebastien ha hecho los deberes sobre ella—. Cgeo que seguía lógico deseag un país donde los hijos de uno no se sintiegan rechasados. Aunque es entendible que el miedo continúe pgevalesiendo a pesag de todo.
—Mis hijas están más seguras de este modo. Lo han estado durante años. No seré yo quien cambie eso —sentencia la mujer. Sebastien puede percibir cierto atisbo de dolor reprimido en sus palabras, pues es algo que reconoce de sobra.
—Compgendo su pensamiento. Y entiendo también su miedo, más de lo que pueda imaginagse.
—El miedo es útil, señor Monsang. Nos ayuda a sobrevivir —le dice, haciendo un esfuerzo por volver a aparentar calma—. Aunque supongo que eso usted ya lo sabe de sobra, también. No ha debido de ser fácil vivir recluido en sus mansiones después de todo lo que ocurrió a su alrededor, hace nueve años...
—Nada que meresca la pena en esta vida es fásil, señoguita Fitguegald —le asegura el hombre, sin alterarse lo más mínimo por ese intento de provocación personal—. Pog eso quise conoseg de pgimega mano su pensamiento asegca de este asunto. Supongo que tenía la espegansa de encontgag una aliada en usted.
—¿Aliada? ¿De qué está hablando?
—Oh, todavía no es más que una idea paga un pgoyecto. Es algo que nesesito haseg por siegtas pegsonas, solo eso —le explica con simpleza—. Si le soy sinsego, pienso que su conosimiento y expeguiensia en todo este asunto seguían muy útiles paga los chicos.
—Los chicos... ¿Se está refiriendo a los jóvenes con Stigma?
—Veo que estamos en la misma línea.
La mujer baja un tanto la mirada entonces. Deja los ojos puestos en la fotografía que tiene enmarcada sobre su escritorio, en la que aparece ella junto a su marido y sus dos hijas. Sebastien no puede ver la fotografía al tener el marco de fotos girado a él, pero el rostro de Scarlett habla por sí solo una vez más.
—No deseo ocupag más de su tiempo, señoguita Fitguegald. Además, todavía me espega un largo viaje de vuelta —comenta el hombre—. Le doy las grasias por atendegme de fogma tan amable.
—No hay de qué, señor Monsang. Supongo que a veces es de agradecer poder hablar de esto sin tener que morderse la lengua...
Sebastien asiente ante esa afirmación, pulsando el botón del aparato que detiene la grabación. Se dispone a levantarse de su asiento y a extender su mano hacia Scarlett nuevamente.
—Sobre ese proyecto del que ha hablado... —comienza a decir ella, tras estrecharle la mano. Sebastien frunce el ceño con duda, invitándola a elaborar su pregunta—. Es solo que... me gustaría estar informada sobre ello. ¿Sería eso posible?
—Clago. Ya le dije que vine paga oíg su punto de vista. Paga mí seguía un honog contag con su ayuda —le dice. Entiende al momento que la mujer se ha esperado a que la grabadora estuviese apagada para decir eso, pero a él no parece importarle.
—Se lo agradezco.
—Bien. Aquí le dejo mi contacto, aunque ya sabe usted pegfectamente donde me encuentgo, ¿vegdad? —le dice en un tono más informal, extendiéndole una pequeña tarjeta que se saca del bolsillo del pantalón—. Llámeme si tiene cualquieg duda.
—Lo haré.
Asintiendo de nuevo con la cabeza, Sebastien se dispone a marcharse de la sala. Scarlett permanece de pie frente a su escritorio, apoyando las yemas de los dedos sobre él. Observa como el hombre se aleja hasta la puerta cuando de pronto lo ve detenerse y girarse un poco a ella, a punto de salir.
—¿Sabe? Nunca nos habíamos visto en pegsona, pego me guesulta usted tan familiag —comenta, con su característica serenidad—. No nos hemos visto antes, ¿vegdad?
Esa pregunta devuelve algo de tensión al cuerpo de Scarlett, que se limita a fruncir el ceño y a negar con la cabeza.
—Creo que no, señor Monsang.
El hombre cano distiende una media sonrisa ante esa respuesta.
—Sí. Segá solo una sensasión —asume—. Ya nos veguemos, señoguita Fitguegald.
Scarlett ve entonces como Sebastien sale y cierra la puerta tras de sí, dejándola en soledad. Baja la cara hacia el escritorio y allí ve la tarjeta que el hombre le dio, de diseño sobrio y sencillo.
Lee en ella la dirección pero sus ojos se centran en el apellido "Edler"; una simple palabra que la hace apretar la mandíbula con tal de contener ciertos recuerdos amargos que le pinzan el alma en silencio.
◇◇◇
Al día siguiente la pandilla se reúne nuevamente. Esta vez, para celebrar el cumpleaños de Grace, en el restaurante donde la chica trabaja.
Ya están dentro los invitados a excepción de Dustin y Logan, pues el primero aseguró que debía salir a comprobar algo de su moto, en el aparcamiento.
—Venga, Dust. ¿Qué era eso que tenías que mirar? Que Heather me va a robar el postre, si tardamos mucho...
—E-en realidad era... una excusa —confiesa, levantándose tras haber hecho el paripé de ponerse de cuclillas frente a la rueda, por si a los de dentro les daba por mirarles—. Tenía que decirte una cosa.
—Ya decía yo. Me pareció absurdo tener que acompañarte para algo así. —Se ríe y se cruza de brazos—. A ver, ¿qué pasa?
—Es sobre lo de Caesar. ¿Recuerdas que te lo comenté el otro día?
—Claro. El ex de Regina. El tipejo raro del que no te fías.
—Ese.
—¿Has averiguado algo nuevo sobre él?
—N-no, pero... quiero dar yo el paso esta vez —revela, rebajando el volumen de su voz a pesar de estar solos en el aparcamiento—. He estado pensando en... ir a hacerle una visita, en su casa. Vive en Schuld City.
—Hm... No me preguntes por qué, pero suena peligroso. Y eso me mola. Pero...
—P-pretendo que sea algo pacífico, Logan. Solo quiero hablar con él en su hábitat natural —le explica—. Cuando estuvimos aquí en el Clover's, lo sentí un tanto... artificial. N-no sabría explicar...
—Se lo contarás a tus padres, ¿no? —pide saber, haciendo un esfuerzo por cubrir la parte responsable que tan poco le atrae—. Que vas a ir hasta la casa de este tío, digo.
—Por supuesto. C-cada cosa que hago la saben con antelación, ahora... Igual que mi terapeuta. Además, te lo he contado porque quiero que vengas conmigo.
Logan alza las cejas ante la inesperada propuesta. Sonríe, sorprendido.
—¿Hablas en serio? ¿Me estás pidiendo que vaya a tu primera misión de investigación, Dust?
—¡S-supongo que puedes llamarlo así, sí...!
—¡Genial! Cuenta conmigo para lo que sea, tío —le dice, descruzándose de brazos—. Madre mía, menudo verano: entrenamientos, investigaciones secretas... ¡Ellie!
—¿Ellie? —cuestiona su amigo con una sonrisa ladina—. Entonces es verdad que...
—¿Que qué?
—Q-que te gusta Elisa... ¿no?
—¡Bueno...! Es una chica sorprendente. Con ella es imposible aburrirse. Es normal que me guste alguien así.
—¿Pero hablas de... "gustar" en plan serio? Q-quiero decir, como te gusta Felicity.
Logan se queda pensando unos segundos. Pasa de la expresión de extrañeza a una de duda, encogiéndose de hombros.
—Pues no lo sé, ¿sabes? Es como si fuesen dos cosas completamente distintas, lo que siento por una y por otra. Además, creo que a Feli ya no le quedan más maneras de esquivarme —comenta entre risas amargas—. No sé, siento como que a Elisa sí que le intereso de verdad. No está continuamente corrigiéndome ni haciéndose la sorda cuando digo cosas buenas sobre ella, porque al final esas cosas acaban dando un poco de bajón... Creo que al menos es un cambio agradable tener a Ellie cerca. Y más ahora que ya no ha vuelto a decir tonterías sobre nuestras familias. Hasta Sebastien está conforme con invitarla a casa...
—S-sí, eso es cierto.
—En fin, Dust. Que me parece a mí que al final tú y yo vamos a terminar con la chica que menos esperábamos, a este paso.
Ante el gesto de desconcierto de Dustin por ese comentario, Logan se ríe.
—Hablo de la afición que ha cogido Victoria Fisher por seguirte a todas partes. ¡Resulta que sí que le haces tilín! No me digas que no te has dado cuenta.
—B-bueno, eso... creo que es porque se siente un poco sola —termina asegurando, ya caminando junto a él de vuelta al restaurante—. S-sigue sin llevarse demasiado bien con las demás en la pandilla... y Keith apenas viene a los entrenamientos, por Hannah Grace. De hecho ni siquiera la ha invitado a su cumpleaños...
—Ya. Y aun así, se fue a acompañarte a por el regalo de Gracie, con lo mal que se llevan. Está clarísimo que le daba igual a dónde ibas, ¡lo que quería era estar contigo!
—¿T-tú crees...?
—Sí, bueno... ahora solo falta saber si eso también lo hace para aparentar —dice y vuelve a reírse—. Para que Gracie deje de ver peligro al pensarse que le gustas tú y así poder estar cerca de Snake Man sin preocupaciones. Puede que solo esté haciendo lo mismo que en la playa y te esté usando. Pero ¿qué sabré yo? Deberías preguntarle a Ellie, que ella sí que entiende de estas movidas.
Mientras Logan se dedica a abrir la puerta del local de un empujón de hombro, Dustin se queda un tanto descolocado por lo que acaba de decir. Las palabras de su amigo le provocan un pequeño malestar en la boca del estómago, una especie de nudo que nota también en la garganta: asiente a Logan cuando este se gira a él y le invita a pasar, devolviéndole una sonrisa de cortesía pese al malestar que le acaba de asaltar.
«Así que esas son mis opciones amorosas», cavila para sus adentros, acompañando a su amigo hasta la mesa donde los demás charlaban animadamente, «Ser una excusa, un hermano pequeño o no ser nada, directamente».
—¡Qué! ¿Cómo está tu burra, Krausser? ¿Ya rebuzna con normalidad?
—Y tanto. ¡Ya rebuzna mejor que tú, Snake Man!
—Puto lemming, ¡hablo con él! ¿Qué le has hecho para que ponga esa cara de insuficiencia, eh?
—N-no me ha hecho nada, Keith —responde sin alterarse, tomando asiento al igual que Logan, que ríe tras recuperar de las manos de Heather su tarrina de helado—. Mi moto está bien. Al final no era nada...
—Ya, claro —farfulla él, apoyando el codo sobre la mesa, de lado—. Bueno, ya que han vuelto estos dos, ¿podemos darte ya los regalitos? —le pregunta a su novia.
—¡Claro! Estábamos esperándoos, chicos —corrobora, y Heather da un par de palmaditas de emoción—. A ver, ¿quién quiere empezar? ¿Tú, Keith?
—¡Venga, venga, dáselo ya! —insiste Heather dando botes en su sitio.
—¿Eh? Bueno, bueno. ¡Vosotras mandáis! —acata con algo de sorna, inclinándose un poco para recoger del suelo bajo la mesa una caja que entrega a Grace—. Feliz cumpleaños, chatina.
La chica se dedica a rasgar el papel de regalo con una sonrisa nerviosa en sus labios, mirando a unos y otros mientras lo hace. Finalmente se deshace del envoltorio y abre la caja de zapatos, descubriendo que se trata de un par de zapatillas de deporte de colores anaranjados.
—¡Ostras, Keith! Pero si estas son las que...-
—Así ya no tienes excusa para no venir al gimnasio conmigo.
—Ogh, ¡no, Snake Man! ¡Ni se te ocurra convertir a Gracie en una obsesa de los gimnasios! —se queja de coña Logan—. ¡Que contigo ya tenemos bastante!
Grace se ríe y Keith se limita a levantarle el dedo medio a Logan, impasible.
—Muchas gracias, Keith. Son increíbles... ¡no hacía falta tanto, ya te lo dije! —le dice ella. Le da un breve beso como agradecimiento antes de hacer una bola con el papel que arrancó y dejó por la mesa—. Me encantan...
—Venga, ahora le toca a Krausser —propone de pronto Keith, recolocándose relajadamente en su sitio—. Así te espabilas, que te veo muy ausente.
A Dustin le encuentra desprevenido ese comentario. Sigue sin acostumbrarse a ver a Grace besar a Keith y tener que esforzarse por asimilarlo le provoca más calambres en el estómago.
—¡Por mí bien! ¿Tú cómo lo ves, Dustin?
—Eh... S-sí, yo... t-ten. —Le deja la cajita sobre la mesa, teniendo a la chica sentada enfrente de él. Grace observa el objeto con ojos muy abiertos y se mira instintivamente con su novio—. T-tranquila, n-no es un anillo...
—¡Ah, no, claro! —se ríe ella, nerviosa—. Perdona, es que ha sido como... ¡ay, olvídalo! —le pide entre risas, negando con la cabeza mientras se dispone a quitarle el envoltorio a la cajita. Una vez la abre ve que se trata de un pequeño colgante de plata de forma redondeada, que contiene una estrella en su centro marcando los puntos cardinales—. Vaya, qué bonito...
—¡Ay, póntelo a ver qué tal te queda! —propone Heather.
Grace lo extiende junto a la cadenita y al momento Keith le ayuda a cerrar el broche en su nuca, para después dejarlo caer sobre sus clavículas.
—¿Es una Rosa de los Vientos? Es preciosa —opina Felicity apoyando la barbilla sobre sus manos—. ¿Este es el que elegiste tú o te ayudó a escogerlo Victoria?
—N-no... lo elegí yo —rebate con algo de nervio, captando enseguida el cambio en la expresión de Grace al oír el nombre de Victoria. Logan simplemente se ríe.
—Qué mala leche tienes, ¿no, Feli?
—¿"Mala leche"? Qué va. Solo quería saberlo. Como se fueron a comprarlo juntos...
Keith se suma a la risa de Logan, todavía contemplando con atención el colgante a pesar del gesto contrariado de Grace.
—Ay, chatín, pues si te ayudó a elegirlo Vicky seguro que tiene algún mensaje secreto. Igual cogió una con forma de brújula porque la verá "perdida" conmigo.
—Q-que no la eligió Victoria, os digo —insiste él, incordiado por ver a Grace seria mientras los demás se lo toman a risas—. La encargué hace semanas y...
—Está bien, Dustin, no pasa nada —le dice ella entonces—. No me importa que te haya ayudado, igualmente es bonito. La pija tiene buen gusto, eso se lo cedo...
A Dustin no se le ocurren otras formas de aclarar el malentendido sin provocar más risa en los otros o más enfado en ella. Suspira y lo deja estar, bebiendo de su refresco.
—Oye, que si él dice que Vicky no lo eligió, será verdad —considera Keith, haciendo pasar por casual su preocupación por Dustin al verle la cara de "No quiero estar aquí"—. Puede que Krausser tenga buen gusto y ya. Además esto es de plata buena, chatina, mírale la hendidura de aquí, ¿la ves? El tío se lo ha currado.
—Que sí, que muy bien. Pero a la siguiente te ahorras esos comentarios, ¿sí? —le sugiere con acidez a Felicity—. Las ocurrencias nunca han sido lo tuyo, hermanita.
—No fue una ocurrencia —rebate ella, frunciendo el ceño con extrañeza—. ¡Solo pregunté...!
—Bueno, va, no os pongáis así, venga —les pide Logan, viendo que las hermanas ya estaban por enzarzarse en una de sus discusiones habituales—. Vamos, Feli, dale el tuyo y así os dejáis de bobadas.
Felicity tuerce una mueca de molestia y suspira, pero termina obedeciendo la propuesta de su amigo. Cuando ya se está sacando su paquete del bolso, el teléfono móvil de Grace suena con una llamada entrante.
—Ah... Es Elisa —anuncia Grace al ver la pantalla—. Mejor lo cojo fuera... ahora vuelvo.
—Anda, ¡la ausente! —se alegra Logan—. Salúdala de nuestra parte, eh.
La chica asiente de forma distraída. La pandilla ve como Grace descuelga mientras camina afuera del local, llevándose la mano libre al bolsillo para sacar la cajetilla de tabaco.
—El vicio, que no perdona —asume Keith, negante.
—Bueno, mejor. Así se calma un poco y se relaja. Que menuda manera de reaccionar... —comenta Felicity, dejando el paquete sobre la mesa.
—Ya, claro. Pero si la has pinchado tú a propósito, diciendo lo de Victoria —incide Logan apoyando ambos codos sobre la mesa—. Se te ha visto el plumero desde la Luna, Feli.
—Pero ese es su problema. Yo no lo dije con intención de molestar a nadie, sólo quería saber.
—Oye, y hablando de saber... ¿qué le has regalado tú? —le pregunta Heather, tratando de cambiar de tema y de ambiente—. Al final no le vas a dar tu Atrapasueños como me comentaste, ¿no? Si lo llevas colgado tú...
—Pues no, al final le regalo un libro y ya. Mi abuela me dijo que esto podría entregárselo a quien yo considerase que sufre pesadillas severas. Pero resulta que yo sigo pasando noches horribles por culpa de la ansiedad que ella nos provoca a mamá y a mí, así que... voy a tener que conservarlo yo un rato más.
—Caramba, cuñada. Eso son palabras mayores... —considera Keith, bebiendo de su refresco—. No te has parado a pensar que Grace provoque esa ansiedad porque ella está peor, ¿verdad?
—No lo niego. Pero fue lo último que me dejó mi abuela y no me nace dárselo. Aún no —sentencia, poniéndose recta en su asiento—. Además, creedme que le vendrá mejor este regalo. Es un libro de autoayuda buenísimo.
—Bueno, visto de esa manera... igual tienes razón otra vez —valora Heather.
Dustin se ha quedado mirando por el ventanal a Grace, allí apoyada en los barrotes para aparcar bicicletas. La ve animada de nuevo, sonriendo mientras habla con su amiga por teléfono y relaja sus nervios a base de nicotina.
—¿Una Rosa de los Vientos, Krausser? —preguntó Victoria al ver el colgante que el chico eligió, mientras el dueño de la joyería lo envolvía ya para regalo de espaldas a ellos dos—. Es una preciosidad, pero ¿qué significado tiene?
—Hm... ¿Prometes no reírte si te lo digo?
—Por favor, ¿por quién me tomas? Yo no soy Keith —se burló ella.
—E-ella es... como una brújula para mí —le dijo entonces, con un tono apocado. No se creía que estuviese contándole algo tan personal—. S-sin ella me sentiría perdido. Porque, a su manera, siempre ha estado en mi vida. D-desde que nací, ¿sabes? Más habladora o más distante, p-pero... siempre la vi ahí. Indicando como una flecha el rumbo que realmente quería seguir...
Al no escuchar a Victoria responderle nada y darse cuenta de que se extendió tanto en su explicación, Dustin se volvió a ella nervioso.
—E-en fin, es un poco moñas, p-pero es lo que...-
—Qué va, para nada —aseguró entonces la chica, frotándose bajo la nariz con el índice—. A las chicas nos gustan esas cosas tan tiernas, Krausser. Caray, ojalá Keith fuese la mitad de romántico...
—¿Crees que le gustará? —cuestionó con indecisión el chico, recibiendo el regalo envuelto de parte del joyero.
—Claro que sí —afirmó rotunda—, y si no, es que es tonta.
—¡Keith, Keith! —exclama Grace al entrar de nuevo en el restaurante. Corre hasta su asiento y se dedica a menear a su novio, que la observa con sobresalto—. ¡Que dice Elisa que si quedamos esta noche para salir de fiesta, a celebrar mi cumple! Que así me compensa por no haber podido venir a comer. ¡Dice que me tiene preparada una sorpresa...!
—Ah, mira qué bien. Party Hard, qué ganas —ironiza.
—¡Keith! —se queja ella, dándole un manotazo flojo en el hombro—. Vas a venir, ¿no?
—Por supuesto, chatina. Soy tu guardaespaldas oficial, no lo olvides —pronuncia con retintín.
—¡Ay, que dice que se viene también! —le dice Grace al teléfono, para luego dirigirse al resto de la pandilla—: ¿Vosotros también queréis venir?
—Paso —responde tajante Felicity. Heather niega con la cara al momento, con una sonrisilla cortés.
—Yo es que he quedado con unos amigos online para jugar una partida —se excusa Logan—. Además esos sitios me agobian. ¡No se puede ni hablar! Y si no se puede hablar ni jugar a videojuegos, no le veo la gracia. Dile a Ellie que ya nos veremos otro día.
Grace mira al último que queda por responder, Dustin. Él se limita a negar un poco mientras bebe de su refresco de nuevo.
—Nada, que solo viene Keith —habla al teléfono—. Nos vemos esta noche... ¡sí! Un beso.
—¿Ves qué bien? Aún se te ha arreglado el día. Con el rebote que te agarraste cuando Ellie te dijo que no venía... —comenta Keith—. Tienes que aprender a calmarte cuando algo te salga raro, chatina. Que luego todo se arregla.
—Que sí, que sí... A ver, ¿seguimos con los regalos, chicos? —pregunta ella, lanzando una mirada de ceja alzada a su hermana. Su media sonrisa intenta enterrar un poco el mal rato de antes con Felicity, pero ella sigue con expresión monótona, cansada de sus momentos bipolares.
Dustin da gracias a que al menos la cumpleañera haya recuperado algo de ánimo, aunque sea forzado. Ve su pequeño regalo colgando del cuello de su chica favorita reflejando brillos con cada movimiento suyo y sonríe con cierta amargura, recordando lo que le contó a Victoria y pensando en que, a este paso, jamás llegaría a decírselo a ella de frente.
◇◇◇
Las luces de la noche envuelven la ciudad de Schuld City. En las calles donde la gente acude para reunirse con las amistades en discotecas y bares han quedado hoy para terminar de celebrar el cumpleaños de Grace.
—¿Qué, te gusta, entonces? —le pregunta Elisa, alzando la voz para hacerse oír ante el exagerado volumen de la música en el antro—. ¡La verdad es que te queda genial!
—¡Me encanta! ¡Qué lástima que sea verano y no pueda llevarla! —se lamenta Grace, probándose la chaqueta de cuero color mostaza que su amiga le acaba de regalar. Da una vuelta sobre sí misma y eso le cuesta un pequeño mareo que le provoca una risa—. ¡Uf! Creo que mejor me la quito, que me está dando un calor...
—No, perdona, ¡el calor te lo está dando el alcohol, lista! —se cachondea Elisa—. Y a ti, ¿te gusta o qué?
—¿A mí? Claro —responde Keith, allí cruzado de brazos y apoyado en uno de los pilares cercanos a la barra donde ellas están—. Parece April O'Neil, la reportera de las Tortugas Ninja. Le falta el micrófono del Canal 6.
—¡Joder, qué friki eres! —se ríe la morena mientras Grace se arrima a la barra para pedirse otra copa, ya con la chaqueta en el brazo—. Oye, ¿cómo es que tú tampoco bebes?
—Pues porque no me llama, la verdad. Igual que estos sitios. Pero mira, aquí estamos.
—Ah... qué putada tener una pareja fiestera, ¿eh, chato? —se ríe ella, sacudiéndole un par de palmadas en el hombro. Parece un poco nerviosa, pues en todo el rato que llevan allí no ha dejado de mirar a su alrededor, como si buscase a alguien más—. El cielo tiene reservado un hueco para todos los novios huevones, tranquilo.
—No me lo puedo creer...
—¿El qué, lo del hueco en el cielo? Ah, ¿no eres creyente, Keith? Claro, es verdad, que como tú eres medio vietnamita igual no...-
Keith la interrumpe girándole la cara a Elisa para que mire tras ella: al hacerlo ve a Grace en la barra, saludando con un par de besos en las mejillas a un grupo de chicos que se acaban de acercar a ella. Unos que Elisa conoce bastante bien.
—¿Ian, Nate? ¿Paula...?
—¡Coño, Elisa! —exclama el pelirrojo de las rastas, yendo hacia ella con los otros—. ¡Qué pasa, tía! ¡Cuánto tiempo sin vernos, eh!
—Ya te digo. Desde que dejasteis de cogerme el teléfono —sentencia ella, tratando de frenar el entusiasmo ebrio de Ian que ya se disponía a abrazarla, vaso de plástico en mano—. Con la de sitios que hay... me cago en mi vida.
—¡Las culpas a Micky! —alega él, entretenido—. Él nos chivó que vendrías aquí hoy a celebrar el cumple de la pelirroja.
—¿Quién...? —balbucea con irritación, sin lograr adivinarlo por el nervio del momento.
—¡Ey, va, no te cabrees, tía! ¡Es que lo que nos contaste fue tan tocho...! —se defiende Paula, mientras Ian desiste de su empeño por acercarse a Elisa y opta por ir a bailar con Grace, junto a Nate—. ¡Imagínate! De repente nos dices que eres un bicho raro... ¡reconoce que fue muy fuerte!
—Que sí, bonita, que sí. Anda, aparta y deja que coja la chaqueta de Grace, que la muy pava se la ha dejado en el taburete...
—Venga, va. ¡Te invito a uno de tus refrescos raros, Ellie! —propone Paula acompañándola hasta la barra.
Keith se ha quedado allí apoyado, igual de desconcertado que Elisa. Trata de vigilar desde su sitio a su novia en la pista de baile en cuanto ve que Ian y Nate se arriman a ella, pero un par de caras conocidas aparecen ante él y le distraen por completo.
—No me jodas... ¿Qué hacéis vosotros dos aquí? ¿Y juntos?
—¡Yo también me alegro de verte, Snake Man! —se entusiasma Mike, al lado de una más apocada Victoria que se limita a beber de su refresco con tal de no tener que responder—. ¿Has visto? ¡Al final conseguí convencerla para venir conmigo! ¡Yo solo y sin tu ayuda, flipado! ¡Jódete!
—O sea, tampoco flipes. No estamos saliendo ni nada —se asegura de dejar claro ella—. Solo he accedido a venir contigo porque...-
Keith se aguanta la risa.
—¿En serio, Vicky? ¿Qué te ha prometido, oro del moro? Porque vamos, tú y estos tíos no casáis una mierda. ¿Cómo te ha convencido Mike de juntarte con Ian y los demás?
—Bueno. Hay que probar cosas nuevas también, ¿no? —le responde con retintín, ladeando la cara—. Igual que a ti te da por hacer de novio florero, a mí me da por darle una oportunidad a Mike y a sus... ideas imposibles.
—Yo no soy novio florero, chatina... Soy novio segurata, es diferente —asegura él, soltando una leve risa—. Y permíteme desconfiar de la coincidencia de encontrarnos en este tugurio...
—Pero tíos, ¿es que no os dais cuenta? ¡Es el destino, dándonos esa segunda oportunidad! —salta de pronto Mike, colocándose en medio de ambos—. Bueno, en realidad no fui yo, pero... ¡Imagina! Los amigos de la infancia, ¡reunidos otra vez! ¿Es que soy el único que ve lo maravilloso que será este nuevo comienzo?
—Estás borracho, coño —resopla Keith. Mike únicamente se ríe, dándole un par de puñetazos flojos en el pecho a su ex-amigo, buscando contagiarle su ánimo—. En serio, ¿qué coño hacéis aquí vosotros?
—Quería felicitar a Cloverfield y que las dos hiciésemos las paces de una vez —le explica Victoria tras un leve resoplido. Teclea en su teléfono mientras habla, mostrando su capacidad multitarea—. Se lo dije a Elisa y le pareció tan bien que me contó que esta noche vendríais aquí a celebrarlo, así que...
—Yo me sumé en cuanto se lo saqué a Vicky —la interrumpe Mike, dejando estar a Keith—. Me dije "¿Y si pudiéramos todos hacer las paces? ¡Sería genial!" Ya verás, gracias a Vicky y a Elisa, pronto mi nueva pandilla y la tuya podrán estar...-
—¡Anda, pero mira quién está aquí! —anuncia Grace con sobreactuada grandilocuencia, llegando hasta ellos tres. Tiene la frente perlada en sudor de tanto baile y su delgado cuerpo sufre un pequeño vaivén por todo el alcohol que lleva encima—. ¡La estupenda Victoria Fisher! ¡Mira que es pequeña esta ciudad...!
—¿Verdad que sí? ¡Eso mismo digo yo! —afirma Mike, igualmente ebrio e incapaz de distinguir ironías por su gran euforia. Victoria en cambio se ha tensado nada más verla, arrepintiéndose de haber accedido al plan "de Mike"—. ¡Hemos venido para felicitarte! Nos perdonas esta pequeña encerrona cumpleañera, ¿no?
Grace dedica una sonrisa forzada a su novio Keith, quien de pronto se pregunta cómo diablos va a poder serpentear esta situación tan incómoda sin generar demasiados daños. Por dentro ya está maldiciendo entre palabrotas a Elisa, culpándola de la "filtración" de información.
—Cloverfield, yo... —comienza a decir Victoria, cortada.
—Pues ya estamos todos, ¿no? —interrumpe con sarcasmo Grace, encogiéndose de hombros y mirando a los presentes—, Mi novio, su intento de amigo... y la rubia asesora de joyas.
—Joder... —sisea Keith, previendo lo que se les viene encima.
—Vamos, tía... lo que pasó fue una tontería, ¡olvidémoslo! —le pide Paula a Elisa, un poco más alejadas del otro grupo, sentadas en la barra.
Elisa se dedica a beber de su vaso, lanzando miradas hacia los demás con tal de atender al motivo de su salida: la cumpleañera. Ve que ahora Grace está hablando con Victoria, a quien ella avisó de que vendrían esa noche para que pudiese felicitarla y enterrar el hacha de guerra.
Lo que no le cuadra tanto es que haya venido con Mike y, con él, su antigua pandilla.
—¡No me seas rencorosa, venga!
—Lo siento, Paula, ya te lo he dicho. Lo he estado pensando mucho estos días, ¿vale? Lo que pasó me abrió los ojos. Y no necesito a gente tan... superficial en mi vida. Lo que me hicisteis dolió, entérate: eras mi mejor amiga y me diste la espalda, después de tantos años juntas.
—Joder, qué dramática te has vuelto, chica —se ríe ella. Suspira con resignación, tras dar un trago a su copa—. En fin, no hay nada que te podamos decir para convencerte, ¿no? Ahora te crees superior a nosotros y ya está.
—No me creo superior a nadie. De hecho llevo mucho tiempo sintiéndome al revés, ¿sabes? No, claro, qué vas a saber tú...
—¡Al parecer nada! Pero supongo que esos amiguitos nuevos sí que lo saben todo, ¿a que sí? El rubio moreno, el friki de las mansiones...
—Logan os da mil vueltas a cualquiera de vosotros —sentencia Elisa—. No tienes ni idea de él, así que mejor cierra la boca.
—¡Nos ha jodido! Con esos palacios, cualquiera le tose. ¡No me extraña que te quieras arrimar a él...!
La insinuación de Paula provoca en Elisa un ardor que la impulsa a levantarse del taburete y dar un manotazo sobre la barra. Paula se sobresalta ligeramente antes de soltar una risilla nerviosa.
—Te he dicho que cierres la boca. No te lo repetiré.
—Oh, y ¿qué pasaría si lo repitiese, Ellie? —Adelanta la cara hasta estar a centímetros de la suya, desafiante—. ¿Usarías tus poderes para matarme, puto monstruo?
Paula ve entonces un fugaz atisbo de luz azulada por los ojos de Elisa. Pero antes de que la chica llegue a comprender lo que ese detalle significa, un furioso grito femenino las saca de situación a ambas.
—¿Grace? —pregunta Elisa, llegando hasta ella: La chica no puede estar más nerviosa y continúa temblando incluso cuando Elisa la abraza, tratando de calmar sus sollozos histéricos—. ¿Pero qué diablos ha pasado aquí?
—¿Que qué ha pasado? ¡Nada! ¡Al parecer no puedo estar tranquila ni en mi puto cumpleaños! —chilla ella, meneándose para liberarse del abrazo de Elisa y señalar con el dedo a Victoria—. ¡Porque resulta que mi novio prefiere ponerse siempre de parte de la "señorita perfecta"!
—¿Pero de qué hablas, Grace? ¡Eso no es verdad! —defiende Mike, saliendo en defensa de un paralizado Keith—. ¡Creo que estás exagerando un poco! Él solo...
—¡Que os vayáis a tomar por culo los dos! ¡Tú la primera, zorra hipócrita! —ordena a Victoria, que no puede mostrarse más compungida por la situación. La tensión alcanza su peor momento cuando Grace se quita su colgante con la mano que acusó a Victoria y se lo arroja a la cara—. ¡¡Y deja en paz a mis amigos de una jodida vez!!
Tras el susto, los ojos cristalinos de Victoria se encuentran con los de Keith, que no deja de apretar la mandíbula, con la mejilla enrojecida por la bofetada que Grace le dio segundos antes. La chica no soporta mantenerle la mirada más de dos segundos, así que se se apura en recoger el colgante que Grace le lanzó y se marcha de allí rumbo a los servicios, sacudiendo la mano de Mike cuando este intenta detenerla.
—¡Victoria, espera! ¡Joder...! —lanza una mirada a Keith cargada de lástima, agobiado. Quiere ir tras ella pero teme que a Grace le dé por soltarle otro guantazo a su ex-amigo.
—¡Madre mía, Connor! ¡Menudos gallineros se montan a tu alrededor! —exclama Ian, acercándose al grupo tras haber estado de bailoteo—. ¿Así es como cuidas a una preciosidad como Grace? ¡Hay que tenerlos cuadrados, macho...!
—Vale, se acabó... Ya lo tenemos bien por hoy —sentencia Elisa, llevando del brazo a su alterada amiga hacia el exterior. Le dedica una mirada de asco a Paula antes de marcharse, haciéndose hueco entre el gentío. Paula simplemente suelta una risilla con sarcasmo.
Keith respira hondo y camina detrás de Elisa y Grace, sin abrir más la boca ni dirigirse a ninguno de los presentes. Mike se ha quedado mirándolo con la misma expresión impotente y abatida.
—¡Ey, Connor! ¡Que si persigues más de un conejo a la vez, te quedarás sin ninguno! —vocifera con sorna Ian, colocándose una mano cerca de la boca a modo de altavoz. Se echa a reír con Nate—. ¡El marica que ni come ni deja comer, joder...!
Ese comentario tensa los músculos de Mike, pues enseguida entiende que él mismo es culpable de que Ian haya podido soltar ese desafortunado chascarrillo.
—Eh, callaos de una vez, hostia —espeta entre dientes, dándole un codazo a Ian para abrirse paso y caminar hacia los servicios a los que Victoria se dirigió. Ian y Nate se ríen sin entender la gravedad de sus palabras ni del dolor que provocan.
«Joder... soy un puto bocazas. Sólo un puto bocazas», se repite una y otra vez, odiándose a sí mismo por haber revelado ese tipo de rumores a Ian y los demás, con tal de encajar entre ellos. Por haber aprovechado la cercanía de Victoria con Elisa para tratar de recuperar a su amigo de siempre.
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