Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

34. La más fuerte de todas



Bajo el agua, cualquier ruido se atenúa. Cualquiera... menos el de los pensamientos.

Sumergida en la piscina del polideportivo de Schuld City, Elisa trata de aislarse del mundo exterior a base de largos: no ha estado atendiendo llamadas ni respondiendo mensajes de nadie, algo impensable para alguien que prácticamente tenía su vida entera metida dentro del teléfono.

Recorre con ímpetu el último tramo que la separa del borde de la piscina, enfocando en el esfuerzo físico toda la energía que le están consumiendo sus preocupaciones.

«No debí decirlo», se repite una y otra vez, «No debí ser yo misma».

La palma de su mano alcanza el bordillo y Elisa saca la cabeza del todo para respirar a pleno pulmón y descansar. Cuando todavía se encuentra jadeando y maldiciendo su nefasta habilidad para respirar correctamente cuando no se concentra, la chica escucha una voz femenina que proviene de fuera, enfrente de ella.

—Has mejorado un montón, Ellie.

Elisa cree haber imaginado escuchar la voz de su madre, por lo que se quita las gafas de bucear a toda prisa y mira hacia arriba, sujetándose después del bordillo con ambas manos.

—¿Mamá? ¿Qué haces aquí... tan pronto? Todavía faltaba un mes para...

La elegante mujer sonríe a su hija, con una toalla en manos. De cabello rubio y recogido con horquillas doradas, oculta sus ojos claros tras unas gafas de montura roja y cuadrada: usa un maquillaje rojizo para sus párpados, al igual que para los labios.

—Esta vez lo he adelantado —afirma—. Al fin y al cabo, estamos en verano. El trabajo es más liviano ahora.

La chica le ofrece una sonrisa de vuelta a su madre, aunque en realidad su inesperada visita le ha sacudido el ánimo: siente como si la hubiese encontrado con la habitación por limpiar.

—Anda, sal de ahí, pececillo. Te invito a lo que quieras de la cafetería.

—Claro... Voy.

«Va a notármelo», se dice para sí misma, mientras sale por la escalerilla y se revuelve el pelo mojado, aceptando la toalla que su madre le tiende. «Va a notar que algo no va bien».

...

—Así que... sintetizando —dice, y se cruza de piernas en su asiento—, estás sacando buenas notas, Nicolette se lleva bien con sus amiguitos, y... ¿papá? ¿Cómo va él?

—Papá... —comienza a decir Elisa, torciendo un gesto de apatía, mientras su madre bebe de su café—. Él también sigue como siempre. Pasándose el día metido en el casino.

Scarlett deja su taza de café sobre la mesita, atendiendo a su hija a esperas de que detalle más esa información.

—Yo a veces voy con él, pero ya sabes que no aguanto mucho tiempo allí metida —le cuenta la joven, encogiéndose de hombros y pasando el dedo índice por el borde de su vaso—. No soporto estar tanto tiempo sin ver el azul del cielo. Y esos antros no tienen ni una maldita ventana...

—Eso es para que no sean conscientes de la hora que es. Así se pasan más tiempo jugando, horas y horas. Pierden la noción.

—Lo sé, me lo contaste.

Elisa aprovecha que terminó de contar lo suyo para beber de la bebida energética que se pidió. Su madre Scarlett observa el solitario croissant que su hija ha estado ignorando desde que se sentaron.

—Qué raro. Ni lo has tocado...

—¿Eh? ¿El qué?

—El croissant que te he pedido —le aclara—. Antes te encantaban. No duraban ni un segundo en el plato...

—¡Ah! Es que... estoy un poco desganada últimamente, sí... pero venga, lo haré por ti —se le ocurre decir, y coge el bollito para no hacerle el feo a su madre. Le da un bocado y madre e hija se sonríen mutuamente, por cortesía—. Hm... había olvidado lo buenos que estaban. Anda que es casualidad...

—¿Casualidad, el qué?

La chica entonces sopesa unos pocos segundos si compartir con su madre sus nuevas noticias: le da por pensar en cierta persona de origen francés, al ver su delicioso croissant de mantequilla.

—Es que... hace poco hice un nuevo amigo, pero no llegué a contártelo. Fue hace un par de meses —le dice al fin—. Se llama Logan Edler. Lo conocí en las recreativas.

—¿Edler...?

—Sí... Le saco como tres años. Pero el chico es súper maduro y lo pasaba bastante bien jugando con él a videojuegos. Nunca había conocido a nadie que se supiese tantos trucos —le cuenta, con un atisbo de ilusión que Scarlett percibe—. A veces hasta quedábamos para cuidar juntos a Stevie y... se llevaban genial.

Scarlett se queda en silencio y permanece tan seria como hasta ahora. Observa a su hija beber de su vaso y aprovecha entonces, para ahondar en ese último punto que ella ha sacado:

—Y ¿cómo le va, a Stevie? ¿Continúa sin mejorar?

Elisa deja su vaso sobre la mesa. La sonrisa que se le puso al hablar sobre Logan se desvanece un tanto al centrar su pensamiento en la situación del pequeño al que suele cuidar.

—Sigue igual. Y... sinceramente, no termino de entenderlo.

—¿Qué no entiendes? —pregunta por inercia la madre, pues intuye bastante bien la respuesta.

—Por qué no utilizan medicamentos con él. Hace poco he conocido a chicos que los usan con sus Stigmas y...

—Los "Stigmas" no son una enfermedad, Elisa —le dice entonces la mujer—. Ni siquiera deberías llamarlos de ese modo...

—Ya, claro. El Gen X —corrige, con una leve molestia—. Pero eso solo dice más a mi favor, mamá. ¿Por qué si no es algo malo, la gente lo odia tanto?

Scarlett se toma una breve pausa antes de contestar a su hija, aunque el reproche no sea nuevo y la respuesta la tenga ya demasiado clara.

—Por lo de siempre, cielo. Incomprensión: la gente odia aquello que no entiende.

—Sí. Y por eso me has criado convenciéndome de que tener un don es maravilloso pero, a pesar de serlo, debo esconderlo de todo el mundo —puntualiza con resentimiento—. ¿Es que soy la única que no le ve el sentido a eso?

—Al parecer, no —concede ella, tras unos segundos, manteniendo la calma—. Has dicho que conociste a personas que lo combaten, ¿no es así?

Elisa baja los ojos entonces, tratando de relajar un tanto su respiración irregular: este tema la altera tanto y se siente tan sola a la hora de poder hablarlo con nadie, que ha olvidado que dar el brazo a torcer a su madre ha sido siempre una tarea imposible.

—Lo controlan. Con medicación —termina respondiendo, acariciando con los dedos su vaso—. Los Krausser se fabrican sus propios inhibidores. Desde que los conocí, no he podido dejar de pensar en lo mucho que algo así podría ayudar a Stevie...

—Lo que Stevie tiene no es un simple Gen X, Elisa —le recuerda su madre, manteniendo el tono serio—. Está en una fase intermedia de la evolución. Y debe pasarla por sí mismo. Además, sabes de sobra lo que opinan sus padres al respecto.

—Sí, lo sé —admite con resignación, dando paso a un nuevo silencio entre madre e hija.

El canto de los pajarillos al otro lado del ventanal es lo único que se oye entonces, sumado al cacharreo lejano de la solitaria cafetería en la que se encuentran. La madre se ha terminado su café y ahora entrelaza sus manos por encima de la mesa, observando a la hija. La siguiente pregunta que le dirige pretende parecer una distracción del tema principal, pero lo cierto es que la respuesta guarda un gran interés para la mujer:

—Entonces... ¿dices que ahora los Krausser y los Edler son amigos tuyos?

Elisa esboza una media sonrisa al tiempo que suspira y niega levemente con la cara.

—Puede que lo fuésemos, sí. Antes de que yo tuviese uno de mis ataques de "sinceridad agresiva".

—¿"Sinceridad agresiva"? —repite la madre, con desconcierto. Al ver que su hija adolescente se cruza de brazos y sigue con la mirada esquiva, continúa—: ¿Va todo bien, cielo? Te noto algo decaída. Hacía mucho tiempo que no te veía tan apagada.

—Ya, bueno. Eso es porque la he cagado, mamá —asegura entonces—. Y no solo con los nuevos, sino con los de siempre: Paula, Ian, Nate... Ellos me han "hecho la X" al saber que tengo el Gen X. Irónico, ¿verdad?

Scarlett controla bastante mejor que su hija las emociones, mostrándose todavía tranquila a pesar de lo grave que le resulta lo que acaba de averiguar.

—¿Así que se lo has contado?

—Yo sola me metí en la boca del lobo —le cuenta, sin mucho orgullo—. Quise dármelas de lista con Krausser y él le dio la vuelta a la situación. No tuve más remedio que confesar que yo también tengo "Stigma" —se recoloca en su silla, incómoda al recordar ese momento—. Me enfadé tanto que se la devolví aún peor, y... creo que con eso terminé de joder mi amistad con Logan y los demás.

La madre se limita a mantenerse en silencio, a sabiendas de que la joven aún no ha terminado de desahogarse solo con mirarle la cara: lleva con el ceño fruncido desde que ella le preguntó por sus nuevos amigos.

—Con todo esto me he dado cuenta de lo sola que estoy en realidad, mamá —continúa Elisa, con sus ojos azules puestos en un punto inexacto de la mesa—. Mis amigos de toda la vida ahora me ven como a un bicho raro, uno de esos de los que yo misma he tenido que burlarme durante años para no sentirme desplazada por ellos... Y ¿los amigos nuevos? No he podido ser más borde con ellos... y probablemente ellos habrían sido los únicos que me hubiesen aceptado por lo que soy realmente —dice, y se observa las palmas de las manos con decepción—. Logan... él es normal y a pesar de ello, defiende tanto a sus amigos con Stigma... No puedo evitar sentir una envidia terrible de algo así, mamá.

Todavía con los ojos puestos sobre sus manos temblorosas, Elisa ve de pronto como su imperturbable madre se levanta de su asiento y se coloca a su lado. Posa una mano sobre la de su hija, haciendo que la chica alce la mirada hacia ella y vea en Scarlett una expresión cálida, a pesar de su seriedad.

—Nunca es tarde para hacer nuevos amigos, Elisa —le asegura—. Y un "lo siento" sincero puede reabrir más puertas de las que piensas. Los oídos correctos siempre estarán dispuestos a escuchar lo que tengas que decir, no lo olvides.

La muchacha termina sonriendo de medio lado, agradeciendo el apoyo que tanto añoraba por parte de su madre, siempre tan ausente por el trabajo. No recuerda haberse abierto tanto con su madre como lo ha hecho hoy, pues el carácter serio de la mujer es completamente opuesto a la osadía natural de Elisa.

—Nico y yo te echamos de menos, mamá —le dice, a modo de agradecimiento por sus palabras y tratando de volver a su tono animado.

—Ven aquí, anda —le dice, esquivando grácilmente el complicado tema del exceso de trabajo y la lejanía—. Dame uno de esos abrazos que me dabas cuando eras pequeña, vamos.

Elisa hace una mueca que intenta hacer pasar por molestia, levantándose de su silla al rato y obedeciendo a su madre a medias, pues le da un abrazo normal y corriente, sin la efusividad infantil que ella le estaba pidiendo.

—Bueno, me conformaré con esto —intenta bromear la mujer, dándole un par de palmaditas en la espalda.

«Lo echaba tanto de menos», se dice para sí la chica, abrazada a su madre y viendo desde allí su adorado cielo azul, a través del ventanal de la cafetería. «Y ni si quiera lo sabía».

...

—Así que vuestro plan es presentaros ante ella y pedirle explicaciones.

—Eso mismo, chato. Resolver estas cosas por medio de teléfonos es bastante impersonal, ¿no crees?

Logan sigue con la mano en la barbilla pensativo, sentado en el salón de la mansión principal frente a Keith y Grace. Ellos dos tratan de convencerle desde hace diez minutos de que le necesitan para arreglar lo que ocurrió con Elisa el día de la playa. Los jóvenes se han quedado a solas, pues Sebastien consideró que aquel era un tema entre ellos... y contó con que su ahijado y él tienen la confianza suficiente como para hablar de ello después.

—Que es impersonal y también que pasa de responder a vuestras llamadas, ¿eh?

—Sí, pasa de nosotros —admite con pesadez—. ¿Realmente ese es el dato que más te interesa de entre todo lo que te hemos dicho, lemming?

Por supuesto. El hecho de que no quiera saber nada de vosotros es una señal bastante clara por su parte —afirma, y se cruza de brazos—. Está claro que ella ha elegido su camino y en él no estamos nosotros, ¿no lo veis? Si soltó toda aquella mierda seguramente fue para alejarnos de ella.

—Tal vez solo se sintió acorralada —propone entonces Grace, sintiendo cierta comprensión hacia esa manera de actuar de Elisa—. Cuando nos sentimos amenazados, podemos decir muchas tonterías...

—Eso es verdad. Tiene toda la credibilidad del mundo viniendo de ti, Gracie.

—Eh, frena ese tono impertinente con ella —le advierte Keith.

—No, es que tiene guasa, la cosa. Venís a mi casa a pedirme que os ayude a hablar a Elisa, cuando debería ser ella la interesada en acercarse a pedir disculpas. Y además me pedís que lo haga de buenas, porque claro, os habéis portado tan genial con nosotros últimamente que os debo ese favor, ¿no? Vamos, Snake Man, admite que esto es casi tan raro como el brote que le dio a Ellie.

—Precisamente porque es raro de cojones, tenemos que saber de dónde sale todo eso. Y si hemos venido a pedirte apoyo es porque sabemos que a ti también te importa. También es tu amiga, ¿o ya no?

—No tanto como lo es Dust —confiesa, tras un suspiro de cansancio—. Y la tontería de Ellie y de su amigo el rastas le tocó demasiado. Igual que tu numerito de celos absurdos —añade, mirando a Grace.

—Ese tema... ya lo he hablado con él —responde la chica, con boca pequeña y cara ligeramente agachada—. Ya me ha perdonado por lo que pasó. Así que olvídalo tú también, ¿quieres?

Logan alza las cejas con incredulidad y sonríe, mirando hacia el novio de Grace. Keith le asiente como respuesta a una pregunta que no llegó a formular.

—Me lo creo. Me cuadra perfectamente que Dust te perdone hasta si le matas al perro. Él es así de blando  —se intenta reír Logan—. Pero ni se te ocurra volver a hacer nada parecido. Que tengas siempre su perdón garantizado no te da derecho a marearle tanto la patata.

—Krausser nació con la patata mareada, chatín —comenta Keith, tras una semi-risa nasal—. ¿No ves que siempre va pasado de revoluciones? El corazón debe darle más brincos que un conejo con ansiedad.

—Me habéis entendido perfectamente.

—Para nosotros... para mí tampoco ha sido fácil venir hasta aquí a pedirte ayuda, ¿sabes? —le dice entonces Grace, volviendo la mirada a él—. Sabemos que no hemos hecho las cosas de la mejor manera, pero por eso estamos aquí, Logan. Porque queremos empezar a hacerlas bien, con vosotros.

Logan tuerce ligeramente el labio, sopesando el peso de las palabras de Grace.

—Además, que nadie es perfecto, joder —añade Keith—. Ni siquiera tú, lemming. Así que no te hagas tanto de rogar, anda.

La mueca de antes de Logan se convierte en una expresión de desagrado hacia Keith, tras su comentario. Finalmente se descruza de brazos y se adelanta en su asiento, apoyando los codos sobre sus rodillas y entrelazando sus dedos cubiertos por tiritas.

—Vale, que sí, que vosotros ganáis, pesadillas —termina diciendo, arrastrando las palabras para enfatizar su cansancio hacia el tema—. Pondré a mi disposición mis dotes negociadoras para cuando intentéis resolver el misterio de Ellie la bipolar.

—Muchas gracias, Logan —le agradece la chica—. Nosotros...-

—Pero con una condición —interrumpe de pronto, alzando la mano derecha y llevándose el índice a los labios.

—¿Condiciones? ¡No nos jodas, lemming!

—¿Qué condición? —inquiere Grace con algo más de diplomacia que su novio.

—Que antes lo hablemos con Dust y con las chicas.

Grace y Keith se miran el uno al otro, cavilando apenas por unos segundos la propuesta de Logan. Keith termina asintiendo a su chica y ella es la que toma la palabra:

—Nos parece bien.

—Sí. Incluso es mejor que el plan original —asegura Keith—. Mi querida cuñada tiene un don para la dialéctica y bastante mala baba hacia Ellie, por si se pone tonta de nuevo. Y Heather es adorable, queda bien donde la pongas.

—Si Dust dice que no lo ve claro, no lo haremos —les dice Logan—. En serio, tíos. Hasta yo que soy un loco de las situaciones arriesgadas os digo que ahora lo más importante es su salud. No juguemos con eso, que ya bastante raro lo ha pasado.

—No te preocupes, Logan. Esta vez estaremos todos en el mismo bando —le asegura Grace—. No dejaremos que vuelva a pasarlo mal.

Logan vuelve a sonreír con cierto deje de amargura ante esa afirmación tan rotunda.

—En eso estamos de acuerdo, Gracie.

...

Cae la noche en Kerzefield.

La familia Krausser ha invitado a Regina a cenar a su casa y la chica, a sabiendas de lo mucho que esta familia aprecia la puntualidad, se ha presentado a cinco minutos antes de la hora acordada. Y con una botella de buen vino blanco.

—Hacía tantos años que no venía a esta casa —comenta con nostalgia la pelirroja, sentada a la mesa junto a sus anfitriones. Se dirige a los padres al decir lo siguiente—: De verdad, les agradezco mucho el detalle.

Llevan un rato de tranquila conversación con la chica, sobre temas más bien banales. Dustin se ha mantenido en silencio todo este tiempo, apenas asintiendo o respondiendo monosílabos: toda esta situación le tiene nervioso y sigue sin saber si atribuirlo a lo que Grace le sugirió sobre la chica o a algo más.

—No tienes nada que agradecer, cariño —le dice Claudia, mientras Heather le pasa a Regina la fuente, por si quiere servirse por segunda vez como ella—. Desde que Dustin nos contó lo de tu nuevo trabajo, Arnold y yo quisimos felicitarte por él. Rachel ha tenido mucha suerte de dar contigo para ayudarla.

—No la conozco más que de vista, pero se la ve una buena mujer —opina ella, sin servirse comida y pasándole la fuente a quien tiene al lado, Dustin, que la toma y deja en su sitio sin servirse tampoco—. Me alegro de que haya decidido darme esta oportunidad. Realmente necesitaba el trabajo...

—Y ¿a qué se debe que lo hayas buscado aquí en Kerzefield, Regina? —le pregunta entonces Arnold, a colación de esa última frase suya—. De eso no nos hablado. Tenía entendido que estabas viviendo en Schuld City. Con...-

—Así es, señor Krausser —le interrumpe ella con suavidad y una sonrisa educada en sus labios, pintados de rojo—. Me mudé a Kerzefield cuando... ocurrió todo.

Ninguno de los presentes dice nada al respecto durante unos segundos, antes de que Regina continúe:

—Caesar... se quedó en Schuld City y yo me volví aquí, con mi madre. Por eso he estado buscando trabajo por la ciudad, desde aquello.

Ante el asentimiento comprensivo de su padre, Dustin deja entonces de mantenerse al margen y no se para pensar si debería o no hacer la siguiente pregunta:

—¿Quién es Caesar?

El rostro de Regina se turba de manera imperceptible, incapaz de evitar el tema dos veces seguidas, ahora que ha sido ella misma la que le ha nombrado.

—Caesar es mi ex-novio —le responde con amabilidad—. Él era amigo de tu hermano, también. Tú le conociste hace poco, aunque no llegasteis a veros demasiado.

—Pues... n-no le recuerdo.

—Mejor así —pretende bromear la chica—. No te perdiste nada...

Dustin la ve sonreírle, pero sabe ver que en realidad no le ha hecho ninguna gracia: ambos se quedan mirándose durante unos segundos, en los que ella termina haciendo una leve mueca de labios y barbilla que indican fugazmente que está conteniendo su tristeza con esa sonrisa. La chica aparta la cara de él y decide dedicarse a su plato, temerosa al creer que su expresión la delatase de un momento a otro, que su dolor se descorchase de forma inesperada y acabase diciendo más de lo que quisiera.

Ante el nuevo silencio que origina este tema de conversación, Claudia trata entonces de cambiar el rumbo de esta, retomando un tema que realmente le interesa más a ella:

—Bueno, Regina... y con tu madre, ¿crees que necesitarás ayuda? —cuestiona, captando la atención de la pelirroja—. Sabes que estamos aquí para lo que sea. Ahora que estarás trabajando, si algún día te ves muy agobiada, ya sabes.

—Claro, señora Krausser —responde rápidamente, esforzándose por no quebrarse allí mismo.

—Puedes llamarme Claudia, cariño. Estamos en confianza.

Regina escucha el honesto ofrecimiento de Claudia y siente que no puede contenerse más. Agarrando su servilleta de tela y soltando un leve suspiro, sus ojos entornados en maquillaje oscuro se cubren por una capa de rocío y le tiembla ligeramente la voz cuando responde a la mujer:

—Yo... necesito ir al baño. ¿Por dónde es?

—Oh, subiendo las escaleras, a mano derecha.

La chica asiente y camina en la dirección que la mujer le ha indicado, con una sonrisa de cortesía que trata de enmascarar todo lo que está sintiendo realmente. Heather observa a su madre con los ojos muy abiertos, preguntones. Cuando el sonido de los tacones de Regina subiendo los escalones deja de escucharse e indica su lejanía, Claudia responde a la duda silenciosa de su hija:

—Su madre lleva años enferma. Por lo que sé, Regina lleva cuidándola desde que la mujer tuvo que dejar su... trabajo.

—Así es —corrobora Arnold, con seriedad—. Desde entonces ha sido ella la que ha estado trabajando para mantenerla. Fue por esa razón que abandonó sus estudios.

Dustin se mantiene en silencio, con la frente fruncida y tratando de asimilar esta información mientras balancea su tenedor sin utilizarlo. Heather simplemente apena el gesto, volviendo a dirigirse a su madre al cabo de un rato:

—Entonces, ¿es por eso que se la ve tan triste? ¿Porque su madre no mejora?

—Es posible, cariño —le responde su madre—. Pero ahora ella vuelve a tenernos cerca y a su disposición. No estarán solas, ya lo verás.

—Regina ha pasado por cosas peores. Es la más fuerte —añade su padre entonces—. No se viene abajo tan fácilmente.

Heather parece conformarse con esa afirmación. Sonríe y continúa comiendo de su plato, al igual que sus padres, en silencio. Dustin, en cambio, sigue sin terminar lo poco que queda en su plato, aunque siga teniendo hambre: los minutos pasan y su familia intercambia preguntas y respuestas que nada tienen que ver ya con Regina, pero él no puede dejar de pensar en los motivos de esa cara tan triste que ella le dedicó.

«No puede ser solo por su madre», sopesa él, ignorando la tranquila conversación que sus padres y su hermana mantienen de fondo, «Empezó a poner esa expresión cuando hablamos de ese tal Caesar».

Transcurre el tiempo y la invitada no regresa al salón con el resto de comensales. Dustin, que no ha dejado de darle vueltas al asunto, es quien siente de pronto la necesidad de enunciarse y tomar una iniciativa que cree demasiado importante. Tanto que deshecha por completo su habitual timidez y la sustituye por ese arrojo que la amnesia le ha hecho olvidar que consiguió de su hermano mayor.

—Regina está... tardando mucho —dice, captando la atención de su familia e interrumpiendo su charla. Se levanta de su asiento—. D-debería ir a ver si está bien.

Claudia se sorprende gratamente de que su hijo haya formulado la frase como una afirmación y no como una petición o una pregunta. Le sonríe y asiente con la cabeza, mientras que Arnold mantiene su habitual expresión taciturna, bebiendo de su vaso de vino en lugar de responder.

—Claro, tesoro. Pero llama a la puerta y sé paciente —le aconseja—. Tal vez solo esté retocándose el maquillaje. Y a ella se la ve que se lo cuida mucho.

Dustin se queda un tanto perplejo ante ese dato, creyendo por un momento que tal vez su preocupación no tenga tanto sentido como pensaba. Igualmente, asiente a su madre y camina escaleras arriba, en busca de la chica. Recorre los escalones sin prisas, tomándose ese tiempo para pensar qué podría decirle sin parecerle un idiota o un entrometido. Como siempre, su cabeza le da demasiadas ideas a demasiada velocidad, y lo único que le frena un poco es observar los cuadros que adornan esa pared paralela a la escalera. Esa donde hay fotografías de todos sus familiares y amigos, menos de su hermano mayor.

Una vez llega al piso superior y se dirige hacia la puerta del servicio, se para ante ella y recuerda la advertencia de su madre. Suspira con brevedad, nervioso, y termina golpeando los nudillos con suavidad en la puerta cerrada.

—¿Regina? ¿Va todo bien? —consigue decir tras carraspear.

—Sí, claro —la oye responder desde el otro lado. Su voz suena quebradiza y a Dustin le parece oír cómo sorbe con la nariz—. Enseguida salgo.

—T-tranquila, no hay ninguna prisa —se apura en contestarle, regresando a él el miedo a resultarle una molestia—. S-solo quería saber... queríamos saber cómo estabas —corrige enseguida, nervioso. Suspira y pone los ojos en blanco al sentirse tan torpe ante algo tan simple.

El chico se ha llevado la mano a la nuca como es costumbre, parándose a un lado de la puerta sin saber si debería esperarla allí o abajo con el resto de su familia. Pero no le da tiempo a elegir la segunda opción, porque en ese momento la puerta del baño se abre y aparece por ella Regina, dedicándole una calmada sonrisa que dista mucho del tono de voz que él le escuchó antes.

—Ey, no pasa nada, ¿ves? Estoy bien. Sólo estaba retocándome el maquillaje.

—Ah, sí... L-lo siento.

—No te preocupes, anda. Todo está bien.

La chica mantiene su gesto enternecido y lo acompaña con una caricia en la mejilla de Dustin. Esa actitud tan maternal hacia él hace que al chico entienda que tal vez Regina solo le ve como a un hermano pequeño. Ese pensamiento hace que una parte de Dustin se libere de esa carga que la propuesta amorosa de Grace le supuso: aprecia ahora a Regina como a una hermana mayor que únicamente necesita el apoyo de su familia... de su "hermano pequeño". Y eso le alivia demasiado.

Esa idea le calma un poco los nervios e impulsa al joven a decir unas palabras que, sin esperarlo, hacen que la barbilla de la chica vuelva a temblar:

—S-sí. Nosotros somos tu familia ahora. N-no estarás sola... Aunque Sam ya no esté.

Escuchar a alguien pronunciar el nombre de Sam por primera vez en toda la noche, sin que se utilice la palabra "hermano", termina por sobrepasar a Regina. A pesar de haberse tomado su tiempo en soledad para arreglar el maquillaje que sus lágrimas estropearon, no puede evitar abrazarse al hermano menor del que fue el amor de su vida. Dustin no alcanza a entender por qué tanta intensidad, tanto en la fuerza del abrazo como en los sollozos contenidos de la joven: se limita a llevar sus manos hasta la espalda de la chica, intentando calmarla con inseguras caricias sobre su melena roja.

Dustin la escucha musitar "lo siento" con la cara enterrada en su hombro, haciéndole sentir aún más apocado al no saber qué responderle. Es mientras su mente comienza a correr con tal de hallar una respuesta acertada que se encuentra de nuevo con algo que le termina de desestabilizar por completo, al igual que le ocurrió en la playa con los amigos de Elisa: sus ojos también se han llenado de lágrimas y su pecho se ha comprimido dolorosamente.

«¿Qué diablos me pasa?», se pregunta con frustración, estrechando el abrazo, «¿Qué significa toda esta angustia tan extraña?».

El agobio que siente en su garganta, sumado a la confusión y al daño tan visceral que le recorre desde el corazón hasta cada rincón de su cuerpo entumecen su mente y le impiden aferrarse, una vez más, al presente. Cuando consigue recuperar la consciencia sobre sí mismo y su entorno, la escena que le rodea ya no es la última que él recuerda: ve frente a él a sus padres despidiendo a Regina en la puerta principal, a punto de dar por finalizada su visita.

Dustin comprueba al pasarse la mano por las mejillas que ya no están mojadas por las lágrimas y la opresión en el pecho se ha transformado en una sensación de abatimiento general.

Comprende entonces que ha vuelto a sufrir otro de sus vahídos de memoria y siente una odiosa impotencia que le lleva a hundir las uñas en su piel, apretando los puños cerrados.

«Esto no puede seguir así», sentencia para sí, «Necesito recuperar mi vida entera».

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro