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23. El beso de la muerte





La noche anterior, Dustin se escudó en su dolor físico para justificar su silencio, durante la cena familiar, a pesar de que se moría de ganas por saber qué hablaron sus padres con Sebastien, sobre sus opciones académicas. Arnold aceptó ese motivo sin ahondar demasiado con sus preguntas, pues su hijo fue respaldado por Claudia y eclipsado en cierta manera por Heather y sus anécdotas de la divertida tarde que pasó con Felicity, "estudiando" con el ordenador.

Las palabras de su hermana pequeña sobre la tarde en casa de las Cloverfield tuvieron a Dustin atento, a pesar de su profundo dolor de cabeza; la madre miraba a su hijo de soslayo, cada vez que Heather nombraba de forma fugaz a Grace para decir que no sale de su habitación, que únicamente atiende a su madre y al psicólogo que la visita, diariamente.

Una vez terminó y pudo regresar a la soledad y el silencio de su habitación, Dustin volvió a sentarse al borde de la cama. Cogió el teléfono móvil y desbloqueó la pantalla, por costumbre antes de acostarse. Dando por hecho que no tendría mensajes de Logan después de lo que pasó, revisó los chats de la aplicación de mensajería instantánea por inercia, y allí fue donde se encontró con algo que no esperaba: los mensajes que envió a Grace aparecían ahora como "leídos", aunque ella ya no estaba en línea.

Aquello le mantuvo en vela toda la noche. Al principio esperanzado pero, a medida que pasaban las horas y ella no le escribía nada de vuelta, desanimado. Llegó a creer que no lo miró bien, y volvió a revisarlo varias veces. No durmió, apenas tuvo micro-sueños de los que despertaba alterado, debido a la angustia que la migraña le provocaba.

Hoy es sábado. Su malestar nocturno y la falta de sueño le ha tenido en la cama gran parte de la mañana. Sus padres han dejado a Heather de encargada para estar cerca, si necesita algo. La chica ha tenido que sacar pecho y convencer a su madre para que ella no se quedase, pues la mujer estaba muy preocupada por su hijo.

Una musiquita proveniente de una pequeña consola de videojuegos desvela el ligero sueño de Dustin. Al quitarse la almohada de encima de la cabeza, ve con los ojos aún entrecerrados a su hermana pequeña ahí a su lado, sentada en el suelo y con la espalda apoyada en la cama. Con la lengua ligeramente sacada por la concentración, está tan atenta al juego que tiene entre las manos que ignora el gruñido interrogativo que emite su hermano al verla.

—Heather... —logra vocalizar, con la voz tomada. Ella se gira, sonriente—. ¿Qué haces ahí?

—¡Oh! ¡Buenos días, Dustin! Ay, espera. No, no, no, no, tú no, ¡tú muérete! ¡¡Muérete!! —grita de repente, volviendo la vista a la consola portátil.

Machaca los botones de la parte derecha del aparato, repetidas veces. Emite un chillido agudo y muy corto, quedándose inmóvil. Luego resopla y baja los hombros de golpe.

Despacio, gira la cara a su hermano y sonríe tétricamente, con los ojos muy abiertos.

—Me han matado.

—L-lo siento...

—Ey, no pasa nada. Esos jabalís son muy puñeteros. Se pasan la lógica del juego por el forro, todo el tiempo. ¡Si ni me ha rozado! Pf.

Dejando la consola sobre el escritorio cercano, se pone de rodillas asomada a la cama donde él reposa, de lado.

—¿Cómo te encuentras? ¿Estás mejor?

—Sí —le miente.

Sonríe sin mostrar los dientes, todavía asimilando la entrañable estampa que está protagonizando su hermana pequeña. La ve espejar su sonrisa y, de pronto, le asalta un recuerdo traicionero de la noche anterior. Al recordar a Logan reprochándole su falta de atención a las personas que realmente se preocupan por él, al rubio le desaparece la curva de los labios.

Se incorpora, evitando aquejarse, a pesar de sentir todo el cuerpo dolorido y la cabeza ardiéndole

—¿Has desayunado ya, Heather?

—Sí. Dos veces. Pero te he dejado tu parte, como siempre. ¿Quieres que te lo suba?

—N-no, tranquila. Vamos los dos.

La chica sonríe ante la propuesta, adelantándose igualmente, poniéndose de pie de un salto y corriendo escaleras abajo.

—Bueno, pues v-ve tú delante...

Dustin se termina de incorporar, revolviéndose el pelo que le cae por la cara. No entiende por qué sigue encontrándose tan mal, si tomó su medicación por partida doble.

Gira la cara hacia el escritorio, viendo allí la consola de su hermana todavía encendida, aunque con el juego en pausa. Se acuerda de nuevo de su amigo Logan, pues esa consola se la regaló él a Heather hace un par de años, para poder jugar juntos y así aficionarla a una de sus pasiones.

Suspira, sintiéndose culpable por la dureza de las palabras que le dedicó. Piensa que, si pudiese rebobinar y borrar todo lo que dijo, lo haría sin dudarlo.

Coge de nuevo su teléfono móvil y lo observa. Sopesa la idea de pedirle perdón por mensaje a Logan, pero lo descarta al verlo demasiado impersonal. Incluso cree que todavía no merece su perdón, y por eso debe aguantarse las ganas de ir y disculparse. Por un momento, relaciona esta situación con la de su hermano mayor.

«¿Será eso, lo que Sam sintió conmigo? ¿Sería ese el motivo por el que tardó tanto en volver a hablarme, en enviarme ese mensaje para vernos?».

Siente de nuevo el remordimiento, tal como lo sintió al ir a ver a su compañero Keith. Se encuentra a sí mismo sintiendo compasión por personas que querría odiar, pero le resulta cada vez más difícil, al identificarse con ellos.

«¿Significa eso que me estoy convirtiendo en lo que detesto?».

Cuando Heather regresa con una bandeja llena de bollos y magdalenas escogidas por ella misma, ve a su hermano con la vista perdida, sobre su teléfono móvil. Camina hasta él, dejando la bandeja sobre el escritorio y haciéndose un hueco a su lado, en la cama.

—Tranquilo, no te voy a comer la oreja —le dice, mientras le ofrece una magdalena y una sonrisa indulgente. Dustin suspira al entender por qué ha dicho eso y toma la magdalena—. Estoy aquí para cuidarte, no para ponerte peor.

—Lo sé. Perdóname.

Heather se dedica a desenvolver su bollito para metérselo en la boca y masticar, mientras menea las piernas hacia delante y hacia atrás. Trata de ocupar ese silencio con la excusa de que está masticando, pero pronto se le termina el dulce. Mira a su hermano, luego a la magdalena que sigue en su mano.

—Come. O me la como yo.

Él la mira, soltando aire por la nariz al sonreír, obedeciéndola. Emite un sonido de aprobación con la garganta al probarla, asintiendo.

—¿La has hecho tú?

—No. Por eso está buena —confiesa, haciendo un leve puchero que consigue que la sonrisa de su hermano se convierta en un aguante de risa.

—Tranquila... aunque la cocina no sea lo tuyo, sigues siendo guay.

La chica termina soltando una risilla, mientras se levanta y busca otro bollo de la bandeja.

—¡Así que soy guay! —repite orgullosa, allí de pie, asintiendo mientras come y mira a la nada, asimilando su nuevo título. Sonríe satisfecha y le señala con el dedo de la mano libre—. ¡Me gusta cómo suena, cuando lo dices tú!

Dustin sufre entonces un deja vu. Su mente le da un chispazo que le trae al primer plano de sus pensamientos a su pelirroja favorita, diciéndole aquella misma frase.

—Hannah Grace... —murmura sin darse cuenta.

Heather no ignora en absoluto ese atisbo de añoranza en la cara de su hermano.

—Oye, Dustin —comienza a decir, tras unos segundos de silencio. Se pone a entrelazar los dedos, enfundados en su habitual tela fina—. ¿Puedo preguntarte una cosa? —Ante su leve asentimiento, continúa—. ¿Cómo es que todavía no has ido a ver a Grace?

—Bueno. —Se rasca la nuca y se revuelve el pelo mientras suspira, buscando la manera más sencilla y amable de explicárselo a su hermana—. S-supongo que... no he querido molestarla. Sí. Eso es.

—¿Molestarla? ¿Por qué dices eso?

—N-no lo sé, simplemente es.

Ella se coloca los brazos en jarra, arrugando la frente y torciendo la boca, mientras él se dedica a aliviarse la vista con los dedos de nuevo.

—Pues no lo entiendo.

—Es d-difícil de explicar, ¿vale? Hannah Grace no necesita más líos. Y y-yo ahora mismo soy... eso, un lío.

—Pero tú eres su mejor amigo. —Se pone de cuclillas frente a él, para poder verle mejor la cara—. Y... y me preguntó por ti.

Dustin entonces la mira, extrañado. Lo primero que piensa es que sea mentira, porque cree que de haber sido cierto, no habría tardado tanto en contárselo.

—¿Qué? ¿C-como que preguntó por mí?

—Quiso... saber cómo estabas. Ya sabes. Rachel y Felicity le contaron lo que te pasó. No es tan raro que se preocupe por ti, ¿no? —Se incorpora de nuevo—. Pero ella no saldrá de casa, para venir a verte. ¡Ya la conoces...!

«Si eso es cierto... ¿Por qué no responde a mis mensajes?».

—¿Crees que debería ir a verla?

—Podrías ir esta tarde mismo. ¡Seguro que se alegra un montón! Ay, y mamá. ¡Mamá también se pondrá tan contenta con esto...!

—¿Mamá?

—Por supuesto. Ella fue la que quiso que te disculparas personalmente con Keith, ¿no? Seguro que una visita a Grace también le parece una idea genial.

Él suspira, cansado.

—Yo solo espero que Hannah Grace me perdone.

—¿Perdonarte? ¿Por qué?

—Por lo que le hice a Keith.

—Oh... claro.

Ella se queda mirando la bandeja, entornando levemente los ojos. Pero enseguida recupera su ímpetu animoso.

—Venga, termina de desayunar. ¡Tienes tiempo de sobra, para recuperarte y estar bueno para visitar a Grace! Yo voy a contárselo a Feli, ¡así te allanamos el camino!

«¿Allanar? ¿Es que hay que quitar las minas antipersona, antes de ir?», piensa entonces. «Juraría que esta es otra forma de comer orejas...».

Viendo como su hermana se marcha de la habitación, Dustin trata de enfocarse en la parte positiva de la situación. Trata con todo su empeño en no hacer caso a los insistentes pensamientos decaídos, los que le avisan de que este plan tiene lagunas. De que él mismo no está preparado para ver a nadie, y menos a Hannah Grace.

Pero la posibilidad de ayudar a su chica favorita es lo único que, paradójicamente, le calma un poco el corazón ahora mismo, pues se siente acelerado al pensar en ella. El dolor se distrae con la idea de poder hacer un poco feliz a Grace, después de lo que ella tuvo que pasar, de lo que estará pasando en estos momentos.

Su plan –o el de Heather– es una distracción que pretende usar consigo mismo; mientras va y se ducha con agua fría para bajarse la fiebre, centra su pensamiento en lo positivo que será, gira la cara al hecho de que esa misma noche es la competición a la que Sam le suplicó que asistiera. Siente que su don, junto con la elevada calentura, le altera la mente y le acelera de forma irregular las ideas. Se ve obligado a tener que cerrar los ojos continuamente con tal de estabilizarse.

«Nunca había necesitado tomar tanta dosis. ¿Qué es lo que me pasa?».

Pasan las horas y todo se desenvuelve pacíficamente. Arnold y Claudia regresan del trabajo para comer junto a sus hijos, y la noticia que Heather anuncia sobre la visita de Dustin a Grace hace sonreír incluso a su padre: el chico insiste a sus padres sobre si será buena idea, sintiéndose respaldado y animado por ellos, pues creen que es lo que mejor les puede venir a ambos. Dustin, sin embargo, no menciona el detalle de que se ha tenido que tomar cinco pastillas en lugar de una, con tal de rebajar la inestabilidad que su don le estaba haciendo sufrir. Al sentirse más tranquilo y confiado debido a esto, le resta importancia y lo deja pasar, pues ahora se encuentra perfectamente. No quiere estropear la sonrisa que ha provocado en sus padres con una preocupación absurda.

Ya es por la tarde y, con sus padres habiendo regresado a sus deberes en la empresa, Dustin y su hermana se dirigen a la casa de las Cloverfield. Heather insiste a su hermano que Felicity y ella no le molestarán, que podrá estar a solas con Grace. Esto él no le da tanta importancia, ya que no suponen un incordio en absoluto, pero lo acepta igualmente.

Cuando al fin llegan, es la menor de las Cloverfield quien les abre la puerta. Lo primero que hace ella es abrazar efusivamente a Heather y, acto seguido, mirar hacia Dustin, al lado de su amiga. A él le da otro abrazo más medido, ya que es la primera vez que le ve desde lo que pasó con Keith, a principios de semana.

—Oye, Dustin... Sobre Grace —comienza a decir la morena, una vez se separa del abrazo y ellos van pasando adentro.

Él la mira con interrogación, aunque no le desaparece la sonrisa. Ella, al verle tan animado, gira la cara hacia Heather y cavila rápidamente una pregunta alternativa, colocándose bien las gafas al tiempo que cierra la puerta principal.

—Dice que... le lleves chucherías, sí. Tienes las que te dije, ¿no?

—¿Eh? ¡Ah, claro, sí! —resuelve Heather, riéndose tras un silencio en el que no supo de qué diablos le hablaba—. Las piruletas. ¡Ten, llévaselas tú! —Se rebusca en el bolsillo de su abrigo y saca una bolsa de plástico llena de chucherías que ofrece a su hermano—. Son sus favoritas.

—Lo sé. ¿Vosotras no queréis ninguna?

—¿Qué? No, eso engorda —se apresura a decir Felicity, con horror. Heather ríe ante su exagerada reacción—. ¡Que no te rías! ¡No pienso volver a ser una niña gorda!

—Y dale, ¡que tú no estabas gorda! Estabas achuchable.

Ella resopla como respuesta.

—¿De verdad quieres asistir a otro debate entre Heather y yo, sobre mi traumática obesidad infantil? —cuestiona con monotonía la morena, a Dustin. Él niega, sonriente—. Entonces va, lárgate. Mi hermana te está esperando.

—Portaos bien, ¿vale?

—¡Lo mismo te digo! —aventura la menor de los Krausser.

Va dándose cuenta ahora, mientras sube los escalones y tiene un momento a solas, de que no ha planeado qué le dirá, ni cómo. Se encuentra demasiado pronto frente a la puerta de su cuarto, con la mano levantada y con intención de golpearla con los nudillos para avisarla.

Pero, en lugar de eso, se queda paralizado por los nervios, como si ya no quedase nada de lo que se le contagió del carácter osado de su hermano mayor.

«¿Y si en realidad no quiere verme?».

Interrumpiendo su inseguro pensamiento, la pelirroja abre entonces la puerta y le ve, dando un leve respingo del susto. Al chico únicamente le nace sonreír y disculparse.

—¡Ey, Hannah Grace! L-lo siento, no quería asustarte.

—Hola, Dustin...

Con una mano apoyada en el marco de la puerta y la otra sobre su pecho, tiene la cara levemente inclinada hacia un lado; su frágil y siempre delgado aspecto denota cansancio. Apenas le ha sostenido la mirada unos segundos, y ahora su largo flequillo anaranjado vuelve a cubrirle medio rostro.

—Mi hermana me dijo que... vendrías. No estaba segura de que lo hicieras.

—Eh... ¡sí, claro! Aquí estoy.

Se rasca la nuca, sin saber con qué más salir. Recuerda entonces lo que Heather y Felicity le aconsejaron, distrayendo su pensamiento negativo de antes.

—Oh, t-te traje esto. —Le extiende la bolsa de las chucherías, tras sacarla del bolsillo de su chaqueta roja—. ¡S-son las que te gustan! Todavía te gustan, ¿no?

—Sí... —sonríe ella, por cortesía. Toma el ofrecimiento y lo contempla con nostalgia—. Dustin, yo...

—¿Estás mejor?

Expectante al ver que se piensa tanto la respuesta, el chico cree que de un momento a otro va a hablarle sobre los mensajes, sobre su declaración amorosa.

Pero la ilusión se va esfumando al ver que la expresión de la chica no abandona su aura melancólica, desalentada. Al no oírla decir nada, empieza a pensar que, si va a responder a aquella confesión, no va a ser una respuesta positiva.

—N-no pasa nada, Hannah Grace —se apresura a decir él, de nuevo llevándose la mano detrás del cuello. Ella sigue sin mirarle, todavía con los ojos puestos en aquella bolsa de chucherías—. No hace falta que... respondas a mi... a eso que te mandé. S-solo vine para ver como estabas, y...

—Dustin, no sé qué te habrá dicho mi hermana, o Heather, pero... No importa. Yo... necesito que te marches. —Levanta al fin los ojos y le mira—. Lo siento. No puedo estar contigo ahora.

—L-lo sé, ya te he dicho que... no tienes por qué hacer nada. Solo quería verte y... saber si estabas bien.

—Y estaré bien... te lo dije. —Niega y cierra los ojos al hablar, como si también sufriese dolor de cabeza—. Yo... necesito... necesito estar sola, ¿vale? Mi terapeuta me lo ha pedido. Lo comprendes, ¿verdad?

—Es por lo que le hice a Keith, ¿no? E-eso... eso estuvo mal, lo siento. S-sé que n-no arreglo nada con disculpas, pero... ya hablé con él y...

—Yo no puedo quererte como te mereces, Dustin —termina confesando, haciendo énfasis en cada palabra que pronuncia con dolor—. Ahora mismo no puedo atender a nadie que no sea yo misma... ¿lo entiendes?

—N-no te pedí... lo contrario.

—Por favor, déjame a solas. Necesito estar sola, ¿vale?

Lo último que querría hacer el chico es dejarla sola en esas condiciones, y está decidido a desobedecerla si eso implica que no le ocurra nada malo, en esa soledad que tanto pide.

Pero entonces su convicción tiembla, cuando la chica da un paso hacia delante y le abraza con fuerza, escondiendo el rostro contra su pecho.

—¡Por favor...!

El tiempo que dura el acercamiento se vuelve incalculable para Dustin. Demasiado corto, o demasiado largo, no tiene importancia.

Termina rodeando con sus brazos el frágil y delgado cuerpo de su chica favorita, estrechándola con la firmeza justa para sostenerla sin oprimirla, posando una mano sobre su suave cabello anaranjado. Grabando a fuego lento en su alma aquella distancia tan difícil de describir, atesorando el que posiblemente fuera el momento más íntimo que tendría con ella; un abrazo con el que ella le está pidiendo que se aleje.

Solo con el frío que supone la separación física entre ellos, Dustin vuelve a tierra firme. Grace le dedica una sonrisa entristecida, mientras da un paso hacia atrás y le mira, con ojos agradecidos. Sin mediar palabra, la chica termina por cerrar la puerta de su habitación, dando por hecho que su amigo le ha concedido su petición. Todavía tratando de comprender qué ha pasado exactamente, el rubio musita el nombre de la chica.

«He hecho algo por ella. Estoy haciendo algo bueno», se convence.

Pasado un tiempo inexacto, vuelve a tomar conciencia de su entorno y observa, al mirar por la ventana del final del pasillo en el que se encuentra, que está comenzando a oscurecer; intenta recordar qué hora era cuando salió de casa, cuando llegó con Heather, cuánto tiempo duró aquel abrazo... pero no es capaz de discernir, todo vuelve a estar confuso en su mente, porque su cabeza no deja de doler.

Oye en alguna de las habitaciones del piso inferior las voces de su hermana y su mejor amiga, riendo, ajenas a lo que acaba de ocurrir.

No piensa con claridad, su corazón vuelve a dar saltos descompasados tras este momento tan extraño. Baraja la posibilidad de avisar a Felicity de que Grace va a estar sola, se ve en la obligación de decírselo para evitar alguna desgracia; pero cada vez que le martillea esa idea, recuerda el fuerte abrazo que la chica le ha dado, su súplica.

Dispuesto a marcharse del hogar de las Cloverfield, las piernas al fin le responden y le permiten caminar escaleras abajo, donde busca sin prisas a la hermana de Grace, guiado por sus voces.

Recorre el pequeño pasillo que le lleva a la sala de la que provienen sus risas. A paso lento, observa por el camino las fotografías enmarcadas que decoran las paredes: una joven Rachel Cloverfield con sus dos hijas, más pequeñas, forman una estampa tan ideal que nadie imaginaría lo que realmente han pasado, por lo que están pasando ahora mismo. Se ve incluso a sí mismo y a su familia en algunas de ellas, a Logan con su madre Geraldine y con Sebastien... Pero ni una sola de aquel padre que las Cloverfield una vez tuvieron, un hombre que el chico apenas recuerda como a alguien cariñoso y entregado a su esposa e hijas que, un día, sin más, desapareció de sus vidas, dejando en cada una de ellas un vacío y un silencio importante... muy similar al que dejó Sam en su familia.

Con esto en mente, Dustin se detiene en uno de esos marcos, en concreto, uno que muestra el típico retrato de sesión fotográfica infantil. Se trata de su querida Hannah Grace, con un vestido de tirantes de color blanco y una horquilla retirándole el flequillo de la cara, resaltando sus enormes ojos de color verde azulado. Contempla la sonrisa que el fotógrafo logró captar, el pequeño hoyuelo que se le forma en la mejilla al sonreír, y piensa irremediablemente en lo mucho que la echa de menos. El chico siente que el corazón se le entumece, al tratar de comprender por qué su chica favorita se volvió tan triste, cuando rondaba los diez años. Piensa, incluso, si él pudo hacer algo para que ella dejase de sentir esa ilusión por la vida que la empujaba a salir cada tarde a jugar en la calle, hasta en los días de lluvia.

«¿Y si ella se sintió abandonada por mí? Tal vez... la dejé de lado, porque estuve demasiado pendiente de Sam, de sus ausencias. Ahora que lo pienso... su padre se marchó casi al mismo tiempo que lo hizo Sam. Cuando ella comenzó a evitarnos» se lamenta internamente. «Puede que ahora haya vuelto a hacer lo que hice cuando éramos niños... y ni siquiera me haya dado cuenta».

Tratando de alejarse de ese pensamiento, deja atrás las fotografías del oscuro pasillo en el que se detuvo, inmovilizado por los recuerdos. Llega hasta el final y allí las encuentra, en la cocina, tras abrir la puerta que ellas mismas cerraron; las ve llenas de lo que parece ser harina y algo naranja y pastoso que no identifica, ataviadas con un delantal y con cara de susto. Lo que pretendía decirles se le atasca al ver el singular desastre culinario que han montado por toda la habitación.

—¡Es día de experimentos! —aventura Heather, justificando una pregunta inexistente. Le muestra una bandeja llena de botellas con líquidos de colores—. ¿Queréis probar a adivinar qué llevan, Grace y tú?

—N-no. —Sacude levemente la cara. La ridícula escena le ha puesto en los labios una sonrisa que le ayuda a sobrellevar la noticia que pretendía dar—. E-escucha, Felicity... Voy a salir un momento, ¿de acuerdo? —se le ocurre decir, sin atreverse a contar la verdad.

La morena ladea un poco la cara, limpiándose las manos en su delantal.

—¿A estas horas? Ya es tardísimo. En nada habrá que cenar —señala, tras mirarse el reloj de su muñeca—. ¿Y qué hay de Grace?

A Dustin le da la sensación de que ya sabe qué le va a contestar.

—Ella quiere estar a solas ahora. También necesita soledad, Felicity. Intenta.... intenta no agobiarla mucho, ¿vale? —le pide, con la candidez habitual con la que se dirige siempre a ella, como un hermano mayor.

Ella disimula demasiado mal el resoplido que le nace al obtener esa contestación. Se retira un mechón de su hombro con un rápido movimiento.

—Se ha portado como una idiota otra vez, ¿a que sí?

Heather abre más los ojos al oírla decir eso, visiblemente incómoda con esta situación que, lo más probable, ya estuvieron hablando cuando estuvieron a solas. Dustin solo responde con un leve suspiro, molesto al comprobar que no hará caso de su petición.

—Si es que lo sabía. Te lo dije, te dije que era una mala idea —recrimina a su amiga, que ahora menea las manitas, nerviosa, al haber desvelado su plan.

Heather mira a su hermano con arrepentimiento, pero él tiene los ojos puestos en la nada ahora, mientras la de la melena morena continúa aprovechando el silencio de ambos.

—¿Por qué iba a cambiar nada? Está claro que no vive en el mismo mundo que los demás. Y tampoco tiene intenciones de hacerlo, ¿sabéis por qué? Porque la incordiamos. Eso somos para ella, ¡un incordio! —Aplasta con la mano una especie de masilla de harina que tenía cerca, soltando un poco de su frustración en ello y provocando un pequeño respingo en Heather—. Solo somos gente que intenta hacer cosas buenas por ella, ¡que tiramos por la borda nuestro futuro por su culpa! Y así es como va a reaccionar siempre. Da igual cuantos tíos con traje y diploma la visiten, si ella se niega a salir de ese maldito pozo del que todos intentamos sacarla. ¡Le gusta estar ahí!

—Eso no es verdad —desliza Heather con voz baja—. Grace lo está pasando mal... pero se le pasará, ya lo veréis. —Mira hacia su hermano—. Volverá a estar a gusto con nosotros.

Sin haber podido evitar identificarse en parte de aquellas acusaciones, Dustin se lleva la mano a la nuca, sintiendo sus hombros cargados por partida doble.

Felicity resopla con resignación, agobiada por la situación.

—No me gusta decir estas cosas, ¿vale? Pero si las digo, es porque son ciertas. —Se cruza de brazos, incómoda—. Yo solo... intento que todo esté bien. Y ella estropea tanto con tan poco... Haciendo que mamá se gaste los ahorros de una posible universidad en más y más terapeutas, o enredando con sus tonterías y echando a perder las posibilidades de Dustin...

—Heather tiene razón. T-todo se arreglará con el tiempo —asegura el chico, con la misma voz calma con la que comenzó a hablarles. Mira a la hermana de Grace, que le observa con gesto de desaprobación—. Hay que tener paciencia.

—¿Más? Deberían hacerme una estatua. Un monumento a la hermana con más paciencia del maldito planeta —apuntilla Felicity, con una mueca de fastidio, mientras descruza los brazos y se pone a distraer las manos, con el primer utensilio de cocina que encuentra por ahí. Heather sonríe, al haber conseguido una nueva "tregua" con ella—. Pero me da a mí que ni siquiera va a caerme una chapa.

—La chapa ya te la damos nosotros, tranquila —se ríe Heather.

Felicity ignora el juego de palabras de su amiga, más pendiente de lo que le ha quedado por decir a Dustin.

—¿Vas a irte a casa? —le pregunta ella, y se apresura en añadir—: Puedes quedarte a cenar con nosotras. Grace ha dicho que quiere estar sola, y lo va a estar. Le llevaré la cena a su cuarto como hago siempre y asunto arreglado.

—Iré a dar una vuelta antes. N-necesito despejarme... no tardaré mucho.

Les dedica una media sonrisa antes de hacer un leve gesto con la mano como despedida, ante el silencio conformado de ambas. La menor de los Krausser suspira, una vez su hermano mayor ha abandonado la habitación completamente.

—No ha salido tan bien como esperaba.

—Y tanto que no —remarca Felicity, vencida—.Logan tenía razón. Esta situación está peor de lo que nos pensábamos...

◇◇◇

La luz no tardará en irse del todo. 

Habiendo echado a caminar a través de las calles de su barrio residencial, Dustin trata de encontrar algún método válido para distraer y paliar el daño que todo este cúmulo de situaciones le está generando. Decide echar a andar lejos, poner distancia entre él y su hogar, el de las Cloverfield, el de sus compañeros Keith y Victoria. 

La calle que observa a su alrededor, atestada de jardines y elegantes casas victorianas de diferentes colores, son una imagen muy familiar para el chico. Siempre ha sido el escenario más recurrente desde que era niño; poco recuerda de la ciudad de Schuld City, donde él vivió su infancia y sus padres trabajan actualmente. Puede ver sus imponentes edificios alzándose en la lejanía desde donde se encuentra, al otro lado del gran puente que conecta ambos lugares. Desde que tiene uso de razón se pregunta como sería vivir ahora en la capital, pues siempre se imaginó viviendo allí cuando fuese mayor. Trabajando como policía, siendo un héroe. Cuidando de su esposa e hijos, tal como lo hacen sus padres.

Ahora piensa en esos sueños infantiles y se siente demasiado lejos de poder hacerle justicia a ese deseo. Ni siquiera sabe qué será de él, ahora que se ha roto el pacto que sus padres consiguieron para que pudiese estudiar como una persona normal. 

Además, las imágenes que se formó de algunas personas han resultado ser muy distintas a como él las imaginó. Es consciente de que el mundo intenta decirle de esa manera que de eso se trata, el crecer. Que uno no se hace mayor hasta que no se golpea contra una pared y descubre que su ídolo es un farsante o que a su sonriente chica le duele sonreír.

Nota como todo esto le pesa en el pecho y acelera su corazón, ignorando que la medicación que horas antes le ayudó a paliar el dolor está comenzando a afectarle negativamente, desajustándole de forma silenciosa el organismo.

Sus pasos son guiados por sus pensamientos inconscientes, llevándole hacia las afueras de su barrio, por las carreteras que solía recorrer para ir a visitar a Sam. Los coches le pasan por el lado e iluminan la incipiente noche con su presencia, y él los ignora hasta que uno de esos, en concreto un viejo Cadillac de color oscuro que circulaba a velocidad prudente, se detiene cerca. Una voz femenina llama su atención, al decir su nombre en alto.

—¿Dustin? ¿Eres tú?

Interrumpiendo su camino, el rubio se gira sobre sí mismo hacia el vehículo, para ubicar la familiaridad de la voz que acaba de escuchar. Distingue su melena rojiza incluso en la distancia y con escasa luz de tarde.

—¿Regina? —pregunta, aunque la respuesta se hace obvia en cuando la chica se baja del asiento del copiloto y camina hacia él, haciendo sonar los tacones de sus botas. 

Ella sonríe al verle, recogiendo sus brazos al sentir la brisa, enfundada en su chaqueta de cuero negra.

—¿Q-qué haces aquí?

—Eso mismo iba a preguntarte yo, nene —le dice, habiendo llegado hasta él y colocando la mano sobre su hombro, frotándole levemente a modo de saludo—. ¿Qué haces que no estás en casa?

—Se lo ha pensado mejor. ¿A que sí? —la voz de Caesar suena bastante más relajada que la de su novia. Con el brazo apoyado por fuera de la ventanilla y la cabeza ligeramente ladeada, no se le borra la sonrisa cuando Regina se gira hacia él y le dedica una discreta mirada de desagrado—. Finalmente has decidido ir a ver a tu hermanito, ¿me equivoco?

El chico encaja entonces las piezas, cayendo en la cuenta de lo factible que resulta la confusión de Caesar. No sabe qué responder, y su silencio es aprovechado por la pelirroja para interceder.

—¿Es eso cierto, Dustin? ¿Ibas a ver la competición?

El rubio no responde, bloqueado. La respuesta fácil es "no", pero su cuerpo está empezando a resentirse cada vez más, impidiéndole hilar ideas y confundiéndoselas. Le molesta pensar que su cuerpo ha echado a caminar en esa dirección de forma automática porque considera a Sam su mejor "distracción", su huida de los problemas. Se esfuerza por catalogar al propio Sam como un problema del que huir, pero la cabeza está volviendo a arderle y el desgaste mental le afecta físicamente.

—Podemos llevarte. Nosotros íbamos hacia allá, ¿verdad, Reggie?

—También podemos llevarte a casa. Tienes mala cara —asegura la chica, llevándole una mano a la mejilla—. Madre mía, ¡pero si estás ardiendo! Anda, ven. Te acercamos en un momento.

—¿De nuevo tus odiosos dolores de cabeza? —le pregunta Caesar, mientras Regina regresa al vehículo acompañada del hermano pequeño de Sam. 

Ella se sienta de nuevo en el asiento del copiloto y él se dedica a asomarse por el hueco existente entre su sitio y el de su novia, para hablarle desde ahí.

—Vaya. Me temo que tienes un buen enredo ahí dentro...

—Caesar, ahora no —le pide Regina, en un tono moderado que Dustin escucha igualmente. 

Él, sin embargo, no deja de mirar al chico, como si esperase una respuesta de parte suya y no de ella. Se ajusta las gafas de sol al puente de la nariz. 

Mirándole de vuelta, Dustin comprende al cabo de unos segundos que lo que dicen tiene que ver con el Stigma de Caesar, el de leer mentes. Se siente cohibido, avergonzado porque nadie descubra de primera mano el caos que lleva en su interior. Agacha la cabeza y, nervioso, consigue decir algo sin pensar. Algo de lo que no está seguro al cien por cien.

—S-sí que iba a verle —dice, y tanto uno como la otra le miran. Él mantiene la misma expresión confiada, mientras que ella no ha abandonado su gesto de preocupación—. Él me lo pidió. T-tenía que ir.

—Comprendo —responde finalmente la chica. Le dedica una mirada significativa a su novio, que este no le devuelve por tener los ojos puestos en Dustin—. ¿Estás seguro de que no prefieres ir a casa? Tienes mal aspecto, y... allí habrá bastante jaleo, no creo que eso te haga demasiado bien.

—Estará bien, siempre y cuando tome su medicación. ¿No es cierto? —le consulta Caesar, a lo que el chico no responde. 

Le cruza la mente su peligrosa idea, la de aumentar secretamente la medicación de ese día. Mira a Caesar alarmado, al ser consciente de que su don puede haberle permitido ver su pensamiento y lo siguiente que ocurrirá será un reproche por su parte. Pero, en lugar de eso, lo ve sonreír de forma tranquila.

—Claro que sí. Él es un chico muy responsable con esas cosas, Reggie. Es un perfeccionista, como yo.

—De acuerdo, vosotros ganáis —admite la pelirroja, con un leve suspiro, mientras se abrocha su cinturón de seguridad—. Iremos. Pero, si comienza a encontrarse peor, no os pongáis tontos. Lo llevamos a casa enseguida, ¿estamos?

—Por supuesto, reina mía —concede Caesar, al tiempo que vuelve a arrancar su reliquia de vehículo. 

Dustin ve desde su sitio el reflejo de Regina en el retrovisor derecho, percatándose de la expresión taciturna que mantiene la chica.

—Sam se pondrá muy feliz de verte allí, Dustin —le dice ella, cuando sus ojos se encuentran con los de él en ese reflejo, mezclando su gesto melancólico con una media sonrisa. Él asiente, confiado.

Una vez se ponen en movimiento hacia su destino, el chico saca del bolsillo de su chaqueta el teléfono móvil. Desbloquea la pantalla y comienza a escribir un mensaje de texto, dirigido a su hermana pequeña.

En él, le dice simplemente que llegará un poco más tarde a cenar con ellas. El final del mensaje se transforma al menos un par de veces, debido a su indecisión. Cambia la parte en la que originalmente escribió "Voy a ver competir a Sam" por una mentira que espera que ella se crea, corriendo el riesgo de que lo hablen entre ellos y averigüen la verdad: "Voy a ver a Logan para disculparme por lo que le dije".

La respuesta de Heather dándole el visto bueno no se hace esperar, lo que tranquiliza, al menos momentáneamente, a Dustin.

◇◇◇

Aquel lugar le trae recuerdos agridulces de su primera y única competición.

El estadio vuelve a estar repleto de gente y el retumbe de la música hace que el chico maldiga su decisión de haber aceptado venir, sintiendo que su cabeza va a explotar de un momento a otro.

Caesar y Regina caminan junto a él después de haber dejado a buen recaudo el coche en el aparcamiento cercano. Se siente seguro teniéndoles a ellos dos a cada lado, una parte de él está segura de que estas personas pueden comprenderle mejor que nadie ahora mismo, sobretodo Caesar: teniendo un don que le permite leerle la mente, no le ha reprochado absolutamente nada, no le ha hecho sentir tan incómodo como pudo hacerlo su amigo Logan o la propia Grace, personas que él creía que le conocían mejor que nadie.

Ve como Caesar camina rodeando con el brazo a su novia, demostrándole protección y seguridad. Nota como, a pesar de estar tan unidos el uno al otro, tampoco le pierden de vista a él, algo que calma a Dustin.

"Puede que haya hecho bien viniendo" se dice a sí mismo, comenzando a acomodarse a la situación, a pesar del ruido y el bullicio externo, mientras se adentran en el recinto. Ve como Caesar habla con el hombre de la entrada, mirando entretanto al hermano de Sam Krausser. El tipo asiente y comprende al reconocerlo, dándole luz verde a pesar de no tener entrada. "Tal vez Sam me vea y se alegre, y eso le haga cambiar de verdad. Ellos son sus amigos y también han venido... eso debe de hacerle muy feliz".

Para él, asistir a este evento desde las gradas es una novedad. Acompañado por Caesar y Regina, llega hasta las butacas desde donde podrían ver el espectáculo al que Sam se había presentado.

—Al parecer será el primero en competir. Debe de estar tan nervioso —comenta Regina, oteando desde su sitio el emplazamiento. Ven desde allí a algunos pilotos preparándose, en la arena—. Hacía años que no se presentaba. Espero que esté tranquilo...

—Yo espero más que no se ponga tonto. Hacer de telonero puede sentarle bastante mal a su ego —bromea su novio. Dustin lo mira con extrañeza, y él continúa hablando, devolviéndole la mirada—. Aunque, si ha insistido tanto en que vengamos a verle, debe de ser porque esas cosas ya no le importan, ¿no crees?

—S-sí...

Quién sabe si es debido al don de Caesar o simplemente a la lógica, Dustin siente cada vez con más certeza que esta persona logra ofrecerle siempre la respuesta que más necesita.

Tan aferrado tiene su afectada cabeza a esta convicción, que su mente ni siquiera le sugiere la idea de que algo así pueda usarse como arma.

De pronto, el griterío estalla al escuchar la voz de megafonía darles la bienvenida al evento. Dustin reconoce a la persona que habla, del día de su competición: es la misma que le nombró, haciéndole sentir tan importante por unas horas. Sonríe cálidamente al pensar en que ese mismo sentimiento pueda tenerlo ahora su hermano mayor, compitiendo y mostrando su increíble habilidad en la arena, tanto a las personas que le aprecian como a las que le juzgaron de manera cruel durante años.

—¡Ahí está, mírale! —señala Regina con emoción.

Tan conmocionado está cuando ve al fin aparecer a su hermano con su flamante motocicleta de tonos verdosos, que sus cuerpo se paraliza y es incapaz de aplaudir como el resto del público. Lo ve saludar a la gente de forma rutinaria, sin demasiada efusividad, mientras se afianza en su vehículo. De fondo, la voz de megafonía advierte a los presentes de que se preparen para al fin ser testigos de "El esperado retorno de Samuel Jordan Krausser a la arena".

Dustin siente que su corazón late con tanta fuerza que de un momento a otro le saltará del pecho. Duda mucho que su hermano llegue a verle desde esa distancia, entre tanta gente, pero confía plenamente en que, de alguna manera, él sabe que ha venido a verle, tal y como le pidió. No puede esperar a que termine su actuación y pueda correr con él para darle la enhorabuena, para disculparse por lo que dijo obsequiándole con su presencia.

Regina observa con emoción la expresión del hermano menor de su ex-novio. Una conmovida mirada que no pasa desapercibida para su novio Caesar, a su lado; con un gesto serio nada acorde con el resto de alboroto y jolgorio, lleva sus ojos bicolor hacia el piloto del casco verde, que está a segundos de comenzar su exhibición.

La moto entonces ruge, saliendo disparada cuando recibe la orden para empezar; el primer truco que realiza carece de complicación, el público se sobresalta lo justo. Dando un par de rodeos por entre los montículos, el piloto parece estar dudando de cuál será su siguiente movimiento, y la voz de megafonía no tarda en narrarlo, interpretando justo eso.

La zozobra que siente el piloto se nota incluso desde las gradas. Dustin escucha no solo la voz del comentarista describiendo esa inseguridad, sino a la gente que les rodea en las gradas opinando que "Sigue verde, que tanto tiempo sin pisar la arena y metiéndose mierda le ha pasado factura".

Pero el menor de los Krausser tiene la mirada fija y determinada en su hermano mayor, ignorando con fuerza el resto de voces que se oyen fuera de su cabeza en ese momento.

—Tú puedes, Sam —murmura. Aprieta los puños—. Puedes hacerlo. Yo sé que puedes.

Es en ese momento cuando el piloto derrapa en el barro con brusquedad, encarándose a una de las rampas más empinadas del circuito. Lo ve sujetar con fuerza el manillar, tal como él hizo cuando compitió, sabiendo la incertidumbre que se siente ante una imponente situación como esa.

—¡¡Vamos, Sam!!

Casi como si hubiese escuchado el envalentonado grito de su hermano, el piloto da gas a su moto y acelera, dispuesto a saltar la rampa más peligrosa de todas. El público y la megafonía enloquecen incluso antes de que llegue al final y la salte, conocedores de su riesgo; Dustin abre los ojos y aguanta la respiración cuando Sam, en pleno salto, eleva y separa su cuerpo del vehículo, dispuesto a hacer aquél truco tan peligroso. El llamado "Kiss of Death": el beso de la muerte.

El truco, sin embargo, no llega a realizarse tal y como debería. Cuando las manos de Sam tienen que agarrar el asiento con firmeza para atraer la moto hacia él de nuevo, estas se alejan de ella irremediablemente, como si de pronto perdiesen fuerza; un lapsus, un mal movimiento, y piloto y vehículo se precipitan vertiginosamente, por separado.

Se hace el silencio de golpe. La multitud ahoga una exclamación de sorpresa ante el crudo y seco impacto de la moto contra el suelo, tras la acrobacia fallida.

¿Sam...?

Desde las gradas, el joven Dustin puede ver cómo su hermano mayor, aquel al que jamás ha visto tener un solo susto en sus demostraciones, se ha soltado en pleno salto; ya nunca podrá olvidar el sonido del cuerpo de Sam al chocar contra el frío hormigón de la pista.

Como un lapsus letal. Incomprensible para él. Todo se le paraliza.

—No puede ser... no. Él no...

Deja de oír nada que no sea su propia voz, mientras pide a gritos que alguien haga algo por su querido hermano. Desesperando al ver que nadie se mueve excepto él, se abre paso por entre el público paralizado por la impresión.

En apenas un parpadeo, el chico aparece a su lado. Su mirada centellea fugazmente con brillo anaranjado, parecido al de su color de ojos: Dustin está demasiado afectado como para darse cuenta de que ha usado su don prohibido para llegar hasta él, esa velocidad inhumana que ralentiza el mundo a su alrededor, cuando lo utiliza; un inestable poder que no le sienta precisamente muy bien, a su cuerpo ni a su cabeza.

Entra en pánico. No es capaz de conectar lógicamente las ideas que le pasan por la mente, a la velocidad tan frenética que el estrés le acelera. ¿Qué diablos acaba de hacer el idiota de Sam? Aquel fallo tan estúpido no es propio de él.

—Sam... S-Sam, por favor... ¡Dime algo! ¡Sam... N-no te oigo! ¡¡Sam!!

Le parece ver la sonrisa de su hermano, a través de la sangre que le cae desde la nariz, haciéndole creer que sigue con vida. Sonríe nervioso ante esa impresión.

—Mírame, Sam... Estoy aquí, ¡esta vez te salvaré yo! —solloza el chico abrazando con fuerza al piloto—. Hoy yo seré tu héroe, ¿vale?

El corazón de Dustin empieza a latir de forma tan frenética y potente que lo siente como si viniese de fuera... de su hermano. Retumba por toda su alma, a punto de colapsar. El resplandor anaranjado de sus ojos no desaparece, a pesar de estar quieto. En su lugar, se torna más intenso, de una tonalidad carmesí.

«Su corazón late... está latiendo. No está muerto. No lo está...».

Miedo, esperanza e incomprensión. Rabia, incluso. La angustiosa mezcla de emociones, todas peleándose entre sí por tener razón y adueñarse de la situación, da entonces un repentino acelerón dentro de él. Un sprint que deja al resto de Dustin atrás, incapaz de seguirle el ritmo a su propio corazón. Deteniendo sus latidos súbitamente y haciendo que sus brillantes ojos pierdan todo rastro de vitalidad, como una corriente eléctrica perdiendo su fuente de energía por un bajón de tensión.

El mundo sigue girando entonces a su velocidad de siempre, mientras el hermano pequeño del piloto accidentado se desploma, inconsciente, sobre él. La gente, conmocionada, no entiende cómo ni de dónde ha salido aquél chico; para ellos, el accidente acaba de pasar hace solo un segundo.

Un segundo que a Dustin le han parecido horas.

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Holi :D

No, no me he vuelto loca. Sí, he publicado dos capítulos en un día.

Pensaba reservármelo para la semana siguiente, pero me siento en deuda con mis lectores por mi larga ausencia, causada por diversos motivos que me han impedido tener la concentración necesaria para este capítulo.

Me fue MUY costoso, difícil, jodido y demás adjetivos escribir este trozo de la historia. He tenido que dividirlo en dos partes, porque me quedó tan pero tan largo que... en fin, eso.

Espero que os haya gustado (aunque eso solo habrá pasado si os gusta sufrir, claro xD).

Pronto, la continuación. Se avecinan cambios interesantes, personajes nuevos que ansío presentaros... Ay, ay, qué ganas de continuar :3

Os agradezco de corazón que me leáis, tanto a los que me acompañan siempre como a los que se inician ahora. Un besito y nos leemos pronto! <3

PD: Como regalito por la larga espera, y también porque este último episodio marca una especie de "inflexión" en la historia, os obsequio con unos dibujos de los personajes principales, que he puesto bien guapetes para la ocasión. ¡Pronto, más! ;)

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