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21. La empatía



Arnold Krausser siempre ha sido un hombre de semblante tranquilo. Para los que le conocen, es extraño que se extienda en sus palabras, usualmente escasas y directas.

Su antigua profesión en la Policía Secreta le ha valido para ser etiquetado de autoritario por sus dos hijos menores, que supieron de su anterior oficio por lo que su madre Claudia les contó, ya que cuando Dustin y Heather nacieron, Arnold ya lo había dejado para dedicarse a sus propios negocios junto a su esposa; la prestigiosa empresa de diseño y creación de vehículos de alta gama, Krausser Union Wagen, ubicada en el centro de la gran ciudad vecina de Kerzefield, Schuld City. Sus importantes cargos les mantienen ocupados los siete días de la semana, dejando muy poco margen de tiempo para dedicarlo a sus hijos, que prácticamente se han criado con Sebastien y Geraldine Edler en su mansión, e incluso con Rachel Cloverfield.

Hoy, la llamada de la directora del instituto ha obligado a Arnold a dejar de lado su trabajo, para atender un incidente relacionado con su hijo mediano, Dustin. Y, esta vez, no se trata de un problema de salud debido a su inestable don, sino de algo que el patriarca de los Krausser lleva años sin escuchar: uno de sus hijos se ha liado a puñetazos con otro alumno.

Sentado en el sofá del salón y con su padre de pie y enfrente de él, Dustin mantiene la mirada gacha, aunque su expresión no es de tristeza ni de arrepentimiento. No ha respondido a ninguna de las preguntas que la directora le hizo hace unas horas en su despacho, ni a las que su padre formuló en el trayecto de coche que les devolvió a casa tras formalizar la expulsión definitiva de Dustin del instituto, por la utilización de su Stigma y haber roto con ello el pacto que su familia hizo con el centro, hace años: Una enorme mancha que permanecería por siempre en su impoluto historial académico, que hará tambalear su brillante futuro.

Parado frente a Dustin, Arnold ya se ha cansado del silencio de su hijo mediano, interpretando su falta de respuestas y la ausencia de arrepentimiento como un insulto muy grave hacia su familia.

—Dustin. Mírame a la cara cuando te hablo —ordena con dureza.

El chico desobedece nuevamente la petición de su padre, limitándose a desviar los ojos hacia la entrada de la sala en la que se encuentran. Apoyada en el marco de la puerta y pendiente de la conversación entre padre e hijo, ve a su madre Claudia. A ella le han afectado como propias todas y cada una de las palabras que tanto su marido como la directora han pronunciado sobre su hijo, que se encontraba tan sorprendida de sus acciones como su padre. La habitual sonrisa de Claudia ha desaparecido y en su rostro solo queda un gesto de consternación y de vergüenza del que Dustin se sabe demasiado culpable.

Dejando los ojos puestos en las piernas de su padre con tal de no mirarle directamente a los ojos, comienza a hablar dirigiéndose hacia la mujer que más sufría por él.

—No me arrepiento de lo que hice. Solo defendía a Hannah Grace.

—¿Vas a poner a Grace de excusa para tus actos? —cuestiona él, aplastando con su potente tono el hilo de voz que empleó su hijo—. Utilizaste tu Stigma para hacer daño, Dustin. Has estado a punto de provocar una desgracia y ha faltado poco para que tu compañero no lo cuente —continúa, ante el silencio del joven—. ¡Su padre no nos ha denunciado de puro milagro!

—Eso es porque a ese hombre se la suda su hijo —repone de pronto él, ahora sí, alzando la cara hacia su padre—. Le odia. Seguro que le habría hecho un favor, si lo hubiese matado.

Claudia está tan descompuesta por lo que acaba de decir su hijo, que no ve venir a su marido. Desconcertada, murmura el nombre de Arnold cuando este le propina un bofetón a su hijo, demasiado ofendido por las palabras que acaba de decir sobre Keith y su padre.

El chico se lleva la mano a la mejilla, que ahora le arde, quien sabe si por el golpe o por la rabia que siente.

—¿A qué ha v-venido eso...?

Mira a su madre en busca de una explicación, de apoyo. Pero, al ver que ella no dice nada al respecto comprende que, por encima de todo, lo que acaba de decir sobre Keith ha sido muy, muy grave.

La presión que siente en el pecho se intensifica ante esta certeza. Vuelve a pesarle la culpa por sus palabras y acciones, pero la siguiente frase que su padre le dirige le recuerda por qué hizo lo que hizo:

—¿A qué ha venido tu insolencia? No tienes ni idea de lo que un padre es capaz de hacer por sus hijos. No tienes ningún derecho a hablar así de nadie.

—¡Y qué sabrás tú! ¡Yo solo le di su merecido, tú mismo oíste como confesó lo que hizo! ¡Estaba haciendo daño a Hannah Grace, y nadie hacía nada por ella! ¡N-nadie hace nunca nada! —le grita, descorchando sus contenidos sentimientos de impotencia gracias al guantazo que su padre le acaba de dar, el primero en sus quince años de vida.

Se levanta y se encara a su padre, algo que tampoco había hecho nunca.

—Para vosotros es más fácil mirar hacia otro lado, ¿no? O solucionarlo con dos bofetadas, ¿verdad? ¡Eso es mejor que pararos a escuchar qué nos está pasando, qué problema tenemos...!

Se enuncia un silencio en el que ninguno de los tres se atreve a continuar la conversación.

—¿De qué estás hablando, Dustin? —pregunta entonces Claudia, todavía algo conmocionada por las palabras de su hijo, por la repentina acción de su marido—. ¿De qué problemas hablas...?

Camina hasta ellos, habiéndose fijado en el rocío que su hijo tiene ahora por los ojos. Contrariado, Arnold capta enseguida el porqué de la preocupación de su mujer, volviendo la mirada hacia su hijo mediano, que evade la respuesta que su madre le ha pedido.

Ve como esquiva el intento de esta por tener un acercamiento físico con él, cuando intenta posar la mano sobre su hombro. Al notarle también la mirada un tanto huidiza, al hombre le urge hacerle una pregunta que le estuvo reconcomiendo, durante demasiadas semanas.

—Dustin —pronuncia severamente, llamando la atención de su hijo.

Él resopla con cansancio, llevando los ojos hacia el suelo, agobiado por esta situación. Cómo le gustaría poder utilizar su don para largarse bien lejos de allí. Pero, ¿a dónde?

—Dime que no lo has hecho.

La frente del chico se arruga, y lo mira con perplejidad. No entiende de qué puede estar hablándole su padre.

—¿Hacer, qué?

—Dime que no has tomado drogas, como tu hermano.

El escozor que Dustin siente en la mejilla por la bofetada no es nada comparado con la angustia que le provoca escuchar esa pregunta de parte de su padre.

No solo significa que desconfía de él, o que no reconoce los actos de su hijo como propios de alguien en su sano juicio, alguien que solo buscaba un poco de justicia para la chica que ama. Con esa pregunta, Arnold está confirmando que su hijo mayor ha utilizado veneno y que lo ha preferido antes que estar con su familia, antes que estar con él.

Ahora no son solo rumores de gente que no conoce, ni evidencias que intenta pasar por alto. Tampoco un tabú que sus padres esconden con eufemismos o silencios.

—¿Como... mi hermano?

La reacción consternada de su hijo hace que Arnold tenga media pregunta respondida pero, a pesar de ello, continúa.

—Así fue como comenzó él, Dustin —le confiesa, negando pacíficamente a su mujer, que le pide por un leve gesto que no se lo cuente.

Ella vuelve a mirar a su hijo y, tras unos segundos, asiente. Es consciente de que ya es hora de que sepa ciertas cosas, de parte de su familia.

—Haciendo daño a otro compañero en el instituto, cegado por sus errores. Intentando después hacerse daño a sí mismo, usando su moto contra el coche de aquel chico y poniendo en peligro la vida de ambos, sin pensar en nadie más. —Tomando una pausa para calmar el coraje que le provocan aquellos recuerdos, el hombre continúa—: Aquello no fue un acto de amor. Fue un acto de odio, hacia nosotros. Hacia sí mismo. ¿Es eso, lo que quieres conseguir tú también?

—N-no, c-cállate —le interrumpe él, agobiado mientras niega con la cabeza, sin querer creer lo que está oyendo.

Retrocede un par de pasos de sus padres, perdiendo de nuevo la noción del tiempo y del espacio, sintiendo que la vida que le rodea trata de ralentizarle. Desea cada vez con más fuerza correr muy lejos de allí, dejar atrás esas declaraciones tan crudas. De esas preguntas tan complicadas.

—Por favor, cállate...

—Te lo pedí. Te pedí que no te convirtieses en él, Dustin. Y ahora estás hablando y actuando del mismo modo —continúa el hombre, mostrándose apesadumbrado por primera vez desde que recibió la inesperada llamada de la directora para informarle del incidente—. No pienso perderte a ti también, ¿me oyes? Eso sí que no lo permitiré.

Entonces algo hace clic, en el interior de Dustin. Sus ojos mojados se enfrían, al haber olvidado parpadear, fijos en su padre. Por primera vez en su corta vida, se atreve a formular en voz alta las preguntas que llevan atosigándole desde hace años, desde que Sam se marchó sin decirle adiós.

—¿P-por qué? ¿Q-qué me diferencia a mí de él, papá? —cuestiona, con un hilo de voz.

Se encoge de hombros al continuar, ante la confusión de sus padres por la pregunta. De nuevo en sintonía con lo que piensa y dice, su sincronía interna le impide trabarse.

—¿Es porque soy mejor estudiante que él? ¿Es por mi... don? ¿Creéis que todo eso me da más derecho, para que os esforcéis más por mí? —parpadea al fin, al embalarse el tono a medida que deja salir sus dudas, dejando resbalar una lágrima por su todavía escocida mejilla—. ¿Qué hubiera pasado, si no hubiese tenido nada de eso? ¿También os habríais rendido conmigo?

—Dustin, él...

—¡D-deja de hablar de él! ¡Estoy preguntando por mí ahora! —le interrumpe, a punto de quebrarse—. Solo quiero que me digas qué es lo que te impide darme por perdido, papá. Qué harías si yo también tropezase. ¿Qué harás ahora que me han echado y ya no soy el mejor, ahora que soy otro error? —le pregunta, con el corazón latiéndole tan deprisa que, de seguir a ese ritmo tan frenético, pronto ya no tendría ninguno—. ¿Es porque soy tu hijo, o porque soy tu única opción para demostrar a todo el mundo que a la segunda, va la vencida?

Ante el silencio sepulcral y la mirada taciturna de su padre, el chico aminora el impulso de sus palabras, cansándose al prever que no obtendría ninguna respuesta válida por su parte.

—¿Porque soy tu "mejor creación", y no puedes permitirme fallar?

—Eres mi hijo. Nuestro hijo. Y te permitimos fallar —responde al fin el hombre, abatido por el interrogatorio al que su hijo le ha sometido—. Pero no consentiremos que sean los mismos fallos de nuevo, Dustin.

Sujeta la mano de su esposa, para reunir de nuevo las fuerzas para hablar.

—No dejaremos que sufras por ellos, si podemos evitarlo. Nosotros ya estuvimos allí, viviendo todo ese sufrimiento —continúa, dedicándole una mirada a su mujer, que asiente a sus palabras—. Y me prometí que jamás volvería a dejar pasar la oportunidad de proteger a mi familia, incluso de sí misma.

Dustin baja los ojos, aplacado por las palabras de su padre. Está siendo honesto con él y es precisamente por ese motivo que el chico vuelve a sentirse en inferioridad de condiciones. Culpable por haber cometido errores que lo único que han originado es más daño a las personas que quiere, que posiblemente hayan destruido su sueño de ser "el mejor policía".

Quería estar furioso con su padre, echarle a él parte de la culpa que lleva aplastándole tanto tiempo, para sentirse un poco más ligero. Pero lo único que ha conseguido es sentirse todavía más ajeno a ellos, más alejado de esa bondad que profesan sus padres. Como si su idea de justicia no casara con la de ellos y el hecho de haber defendido a Grace a base de golpes fuese una completa vergüenza, no solo para su historial académico.

«¿Qué estoy haciendo con mi vida? ¿Quién soy ahora, el bueno o el malo de la película?».

—A tu padre y a mí no nos hizo falta enseñarte a ser bueno, Dustin —prosigue su madre, como si hubiese adivinado en qué está pensando su hijo, con solo mirarle la cara.

El chico se obnubiló con sus pensamientos, algo que su madre ha aprovechado para acercarse hasta él, posando su cálida mano sobre la mejilla que minutos antes le ardió, como consecuencia de su atrevimiento. Él entrecierra los ojos ante este acercamiento.

—Tú ya lo eres, por naturaleza. Siempre lo has sido.

—Lo siento —dice de pronto él, incómodo por escuchar esas palabras que ahora mismo no es capaz de creerse.

De nuevo, aparta la cara de la caricia de su madre, que le observa con aflicción.

—Yo... no soy capaz de hacer nada bien, de ser justo —confiesa, tratando de ponerle nombre a lo que esta situación le está provocando—. Siento... siento que no llego. No... no puedo alcanzar nada, todo... todo va demasiado deprisa para mí y... si no lo consigo, yo... los demás...

Entendiendo a la perfección que las palabras no son necesarias ahora, Claudia decide envolver a su hijo entre sus brazos con la firmeza suficiente para calmarle los temblores. Por primera vez en todo el día, Dustin abandona su actitud esquiva con ella, agarrándose a ese abrazo que tanto necesita. Arnold observa con orgullo a su mujer, reafirmándose en la certeza de que sin ella estarían perdidos, tanto él como sus hijos.

Transcurridos unos minutos en los que Claudia simplemente abraza a su hijo y deja que sus latidos regresen a una velocidad más sana, continúa hablando. Con el mismo tono cálido que usó antes de que él empezase a disculparse.

—Todos hemos sido culpables de haber luchado por causas complicadas alguna vez, ¿sabes? —le confiesa, deslizando los dedos con suavidad por el pelo de su nuca. Notando en su pulso como su corazón va calmándose, poco a poco—. Pero eso no significa que una sola acción tenga que condicionar nuestra vida para siempre —dice, retirándose un poco para tomarle por los hombros y mirarle de frente—. No es necesario que lleguemos a todo inmediatamente, pero sí debemos actuar con lo que ya tenemos en nuestra mano. Y lo que tú tienes ahora es la oportunidad de disculparte con ese chico.

—¿Con Keith? —cuestiona de pronto, contrariado—. ¿P-por qué tendría que hacer eso? ¡Él es el causante del problema!

—Es posible que él se haya comportado mal con Grace, y eso le corresponde a él arreglarlo. Pero tú, al hacerle daño, has provocado un nuevo problema, que solo está en tu mano resolver.

Dustin frunce el ceño mientras sopesa el punto de vista de su madre, dubitativo. En realidad, no le sorprende que a Claudia le importe más pedir disculpas a una persona que el hecho de que ha sido sancionado por la escuela.

—Tan importante es proteger a los débiles como reconocer que todos lo somos en algún momento —continúa la mujer—. Incluido tú, y también ese chico. La mayoría de las veces, un gesto de buena voluntad, de acercamiento, puede enseñar más que un acto de violencia.

Dustin comienza a comprender el razonamiento de Claudia, al tiempo que Arnold entiende, por las palabras de su esposa, que el gesto que él tuvo antes ante la impertinencia de su hijo fue innecesario. Se siente de nuevo afortunado, al ver como Claudia consigue apaciguar el caos que el chico está sufriendo.

—Está bien. Lo haré por ti, mamá —resuelve finalmente, ante la mirada satisfecha de su madre—. Pero, ¿qué hay de Hannah Grace...?

—Ya he estado hablando con Rachel —le responde ella, haciéndole un último mimo en la mejilla—. Dice que... estará mejor. La ayudarán.

El chico sobrentiende a su madre, al recordar lo que la propia Grace le comentó esa mañana, sobre el nuevo especialista que la atendería.

Su padre le observa con cierta reticencia, que Dustin no sabe interpretar. Opta por obedecer a Claudia y dirigirse hacia la casa de su compañero Keith Connor, donde la directora le envió tras haberlo estabilizado en la enfermería del instituto y de haberle preguntado por su versión de los hechos, una vez pudo volver a hablar.

—Yo te llevaré, hijo —le propone su padre, todavía incapaz de transformar en palabras sus disculpas por el bofetón que le propinó, pero manteniendo su tono firme habitual.

Dustin se limita a asentir, comprendiendo que su reprochable comportamiento y su expulsión le han valido para coartar algo más que su libertad de movimiento.

***

Plantado frente a la puerta principal de la casa de los Connor, Dustin cae en la cuenta de que esta podría ser la primera vez que entrase en la vivienda de su compañero más aborrecible. Recordó donde vive porque, de niños, solían quedar para jugar a la pelota junto a otros niños en esa misma calle, pero él nunca había pasado de la puerta. Keith no acostumbraba a invitar a sus amigos a entrar, debido a la constante ausencia por trabajo de sus padres.

Con su padre esperándole dentro del Jeep 4X4 aparcado enfrente, el rubio se dispone a llamar al timbre, con la esperanza de que aquello no le lleve demasiado tiempo. Espera unos minutos, tras presionar el interruptor. Cuando ya empezaba a creer que no le recibiría nadie, la puerta se abre.

—¿Quién coño eres tú? —espeta el hombre que Dustin tiene frente a él.

Jason Connor, el padre de Keith, le saca al menos una cabeza y su complexión atlética no le intimida tanto como lo hace su actitud retadora, territorial. Al volver a hablar, Dustin nota como se intensifica el olor a alcohol que el sujeto desprende.

—Te he hecho una pregunta, niñato.

—M-mi nombre es Dustin Krausser, señor —logra responder, ligeramente achantado—. He venido a disculparme con su hijo por... lo que ha pasado esta mañana.

Jason observa de arriba abajo al chico, con una mueca de repulsa. Apoyándose con el antebrazo en el marco de la puerta, deja a la vista de Dustin el gran tamaño de una de sus enormes manos.

—¿Eres tú, el que le ha zurrado? —su cara muestra una sonrisa demasiado fría, que desaparece de forma escalofriante al preguntar lo siguiente—: ¿El del... Stigma?

A Dustin le estremece la manera de cuestionar ese tema, pero no le sorprende su actitud: ya conoce de sobra los rumores que corren sobre la nefasta relación entre Keith y su padre en los últimos años. Unos que nunca supo si creerse, porque el propio Keith decía que sus moratones se los hacía en sus clases de kárate.

Pero el señor Connor no acudió a la llamada de la directora, tal como hizo Arnold, lo cual propició que Dustin soltase aquel hiriente comentario sobre él, frente a sus padres.

—S-sí... soy yo —admite, avergonzado—. Vine a pedirle perdón. Lo que hice estuvo mal.

El hombre de ojos cansados le mantiene la mirada, aguantando la mandíbula tensa y generando un silencio embarazoso entre ambos: el chico siente sus músculos agarrotados ante ese escrutinio tan lleno de desprecio que le está dedicando el padre de su compañero. Quita su brazo del marco de la puerta con tanta brusquedad que provoca un respingo en Dustin, temiendo por un segundo que los rumores sobre sus brotes violentos fuesen ciertos.

Pero no le da tiempo a comprobarlo porque, en ese momento, es Keith el que aparece desde el interior de la vivienda y toma con urgencia el antebrazo de su padre, frenando cualquier posible movimiento. El corpulento hombre enseguida se deshace del pequeño agarre de su hijo, visiblemente molesto.

—Papá, ¿qué coño haces? —le pregunta con nervio, mirando de soslayo a su compañero de clase—. Vete dentro...

Tiene la voz tomada y sus ojos rasgados están tan gachos que Dustin no sabe distinguir si los tiene abiertos. Con unos apósitos cubriéndole el puente de la nariz y una mejilla, todavía tiene el párpado y los pómulos ligeramente inflamados por los golpes que él le dio aquella mañana. Se fija en que no lleva puesto sus característicos piercings a modo de colmillos de serpiente en el labio inferior, ahora lleno de cortes.

El hombre le responde únicamente con un chasquido de lengua y una mueca de asco, habiendo mirado a uno y otro.

—Así que era cierto —dice entonces—. El que te tumbó esta mañana era uno de esos putos engendros...

—Ve adentro, papá —le vuelve a pedir, en un tono avergonzado y contenido que a Dustin le parece demasiado extraño en Keith Connor—. Por favor.

Su padre termina resoplando con notada pesadez, dedicando una última mirada llena de desprecio hacia Dustin.

—Que te pida perdón y se vaya a su puta casa —concede con hastío, finalmente—. No quiero escoria como él en mi casa, ¿me oyes?

—Sí, papá.

Una vez Jason se ha marchado casa adentro y ha dejado a ambos jóvenes a solas en la puerta, Keith se permite respirar hondo y dirigirse a Dustin, aunque sin mirarle a la cara.

—¿Qué haces aquí, Krausser?

Sin tener muy claro a qué ha venido esa situación tan tensa de hace unos segundos, Dustin carraspea y decide responderle con lo que llevaba preparado de casa:

—He venido a d-disculparme —responde. La siguiente frase la entona con una voz más dura, al darse cuenta de que tiene frente a él al tío que hirió, de forma tan cruel, a su chica favorita. Elevar el tono le ayuda a auto-convencerse de lo que dice—. Yo te hice daño. Y eso... e-eso está mal. Lo siento.

Keith entonces alza la mirada hacia él, con una mueca de extrañeza. Enseguida la vuelve a desviar hacia un lado, como si el contacto visual entre ellos le quemase.

—Gilipollas. No me hiciste daño —masculla, molesto—. Nadie puede hacerme daño, y menos un mierda como tú.

—Igualmente, t-te pido perdón. No solucioné nada haciéndote eso —admite, con pesar, al pensar en Hannah Grace, en como se estaría sintiendo ella ahora mismo. Continúa hablando con un tono tan dolido que hace que Keith vuelva a mirarle—. Ella no se merece nada de esto.

—Ya lo sé, joder. ¿Crees que no lo sé? —replica de pronto, muy incordiado. Dustin aprieta la mandíbula y su respiración se vuelve más pesada. Él prosigue, habiéndose cruzado de brazos, sintiéndose invadido—. No pude hacer nada, ¿vale? No pude.

Dustin le escruta con la mirada, contrariado.

—¿D-de qué hablas ahora, Keith? ¿No pudiste, qué? —Al no recibir una respuesta por parte de su compañero, sigue con determinación—. Dijiste que fuiste tú quien pintó aquello en su taquilla. V-vi tus manos manchadas de esa tinta y lo confesaste, delante de la directora y de mi padre. ¿Qué es lo que no pudiste hacer? ¿Contenerte de ser el imbécil de siempre?

—Acepto tus disculpas, Krausser —le responde, interrumpiéndole al oír el insulto—. Ya tienes lo que querías, ahora lárgate.

—No, no tengo lo que quería —repone, impidiendo que Keith le cierre la puerta, plantando su mano en ella—. Quiero la verdad. ¿Es que no fuiste tú quien escribió eso?

—Sí que fui yo. Y la única verdad aquí es que tú eres un grano en el culo.

—Que me digas la verdad, Keith —le ordena con enfado, ignorando sus ofensas superficiales—. ¿Quién hizo esa pintada en la taquilla de Hannah Grace? —Ante el resoplido del moreno, quita la mano de la puerta y confía en que el peso de su siguiente pregunta tenga suficiente fuerza como para mantener la atención de Keith—. Si no fuiste tú, ¿por qué mentiste?

Silencio.

—Los amigos están para ayudarse unos a otros —dice al cabo de un rato, con una voz tan baja como su mirada—. Intenté borrar lo que él escribió, pero no salió bien. 

—¿Que intentaste borrarlo? Por eso tus manos estaban...

—Sí, joder. Mike lo hizo. ¿De quién si no podría estar hablando? —replica, notablemente irritado. Ahora sí que le clava la mirada, y a Dustin le parece ver por un momento algo de rocío en ella—. ¡No tengo otros amigos! Él es lo único que tengo, sin él no soy nada, no soy nadie. ¡Si le pierdo, seré tan desgraciado como tú! No puedo permitirme eso, ¿entiendes?

—Al único desgraciado que yo veo es a él —asegura, dirigiendo ahora su enojo interno hacia el verdadero culpable de lo que le hicieron a Grace. Sacude la cara, realmente molesto—. Keith, ¿es cierto que le dijisteis a Hannah Grace lo que ponía en la pintada?

El moreno guarda silencio, respondiendo en ello. El rubio chasquea la lengua, molesto.

—¡Hannah Grace te quiere, Keith! ¿P-por qué la tratas de esa manera? Ella te aprecia, mucho más que ese idiota de Mike.

—¿Y qué más da, el aprecio? No todos somos tan fuertes, Krausser, yo no lo soy. No todos toleramos tan bien el acoso como lo haces tú.

—¿Es eso lo que ese tío te ha hecho creer? —le pregunta, pillando a Keith desprevenido, mientras se cruza también de brazos—. ¿Que eres débil, por no defender lo que quieres? ¿Que eres mejor por tratar mal a los débiles?

Más dolido que enojado, Keith enmudece ante la recontra de su compañero. Evitando de nuevo el contacto visual con él, resopla de cansancio, frotándose levemente la parte baja de la nariz, sorbiendo con ella.

—Keith —comienza a decir, con un tono derrotado que se le contagia por la actitud del moreno—. Antes dijiste que "nadie te hace daño", pero n-no me lo creo. Ese tío te lo ha hecho, porque tú le has dejado. Y por culpa de eso, Hannah Grace también ha sufrido. —Al atisbar un gesto de molestia en Keith al escuchar de nuevo eso, niega levemente antes de continuar—. L-lo que pretendo decir es que no tienes por qué seguir haciéndolo. Tú puedes ser más fuerte si quieres, si te dejas. Mucho más que ellos.

Keith entonces le mira, de pronto contrariado al oír en plural esa última frase.

—¿De qué coño hablas, Krausser?

—De Mike. De tu padre. De cualquiera que crea que eres alguien solo por hacerle la vida imposible a los demás, o que te vea como a un incordio.

—Idiota. Tú no sabes nada de mí. Ni de mis amigos... ni de mi padre. No intentes ir de héroe, ¿vale? No te queda bien.

—N-no pretendía quedar bien —le responde, descruzando sus brazos—. Solo intento ayudarte.

—¿A mí? ¿Y eso por qué? ¿Por insultarte todos los días, desde que somos críos? ¿Por salir con la tía que te gusta y hacerla sufrir? ¿Es que no has visto el puto video que grabó Mike, las putadas que le dije? De eso hablaba, la jodida pintada.

Sin dejar espacio para que Dustin responda, dudoso al no saber de qué video le habla, Keith continúa, embalado. El rubio tampoco le interrumpe, al advertir que su compañero tiene los ojos cada vez más anegados.

—En serio, Krausser, deja de una vez de hacer de poli bueno, ¿quieres? ¡No... no me lo merezco! Por eso voy con tipos como el gilipollas de Mike, porque nunca estaré cómodo con otro tipo de persona, ¿no lo entiendes? ¡Los tíos como yo llevamos la desgracia grabada en la frente, por eso actuamos como imbéciles, cuando la gente como tú o como Grace intenta tocarnos! Solo sabemos... envenenar lo que nos toca. Por eso me merezco todas las hostias que me puedan dar. Mis amigos, mi padre, ¡o tú!

Comprendiendo al fin el verdadero porqué de la mentira de Keith sobre lo ocurrido, Dustin se toma una pausa antes de responder. 

Recordando las cálidas palabras de Claudia sobre la debilidad humana, trata de ver a Keith como al mismo chico alegre que jugaba con él a fútbol cuando eran niños, el que cambió drásticamente de actitud al hacerse mayor y comenzar a juntarse con la gente equivocada. La persona por la que su querida y frágil Hannah Grace siente amor.

—Está en tu mano poder merecernos, Keith.

La respiración alterada del moreno es completamente opuesta a la del rubio, tan pausada y firme. Keith se queda tocado por su respuesta y por su propio discurso, tardando unos segundos en darse cuenta de que su padre puede haberle escuchado exponiendo sus debilidades, insinuando lo que él le hace cuando nadie mira. Agobiado por esta posibilidad, se apura en cerrar de un portazo, sin ningún tipo de despedida.

Suspirando desalentado, Dustin se gira para ver desde ahí el todoterreno allá aparcado. Su padre se encuentra fuera del vehículo, apoyado en la puerta. Camina de vuelta hasta él y, al acercarse, se fija en lo que le pareció ver desde la lejanía.

—¿Has vuelto a fumar, papá?

—Es evidente, hijo —le responde con seriedad, apagando la colilla en su cenicero portátil—. ¿Cómo han ido las disculpas? He visto que te dio un portazo. Y su padre parecía estar un poco...

—¿Lo sabe mamá? —le pregunta, desviando la atención, dando la vuelta al vehículo para subir en el asiento del copiloto.

—Tu madre lo sabe todo, Dustin.

Entendiendo aquella verdad absoluta, el chico asiente con resignación, mientras su padre sube con él y se coloca el cinturón de seguridad. Desde la ventanilla, Dustin observa con pesar el domicilio de los Connor, sin poder quitarse de la cabeza ese último gesto que le vio a Keith, cuando le cerró en la cara. Por no hablar de lo violento que se sintió al descubrir ese odio tan visceral que Jason Connor parecía tener hacia las personas con Stigma como él. 

No recuerda haber visto a nadie con tanto miedo en los ojos como el que vio en los de Keith, antes de escudarse tras la puerta. ¿Debería contárselo a Arnold, o hacerlo perjudicaría aún más a Keith y la relación con su peligroso padre?

◇◇◇

—N-no se lo he contado. Solo le he dicho que aceptó las disculpas, aunque le pillé enfadado y fue por eso que me dio el portazo —le cuenta por teléfono a su amigo Logan, ya entrada la noche, tumbado en su cama. 

Hace un rato que han cenado y ha tenido que pedir permiso para poder llamarle, algo que no había necesitado nunca. Pero le tranquiliza tener la posibilidad de hablar de nuevo con su mejor amigo, quien ha vuelto a pasar por alto la mala actitud que mantuvo con él la semana pasada.

>¿Y te ha creído? Impresionante.

—Si me ha creído o no, ni idea. Pero tampoco hemos hablado mucho más del tema en toda la tarde. Sé que él sigue muy molesto por lo que he hecho.

>Qué menos. Ya no tienes el historial limpito, tío. ¿Qué pasará ahora?

—N-no lo sé...

Logan, sabiendo perfectamente lo mucho que implica este problema para con el futuro de su estudioso amigo, decide reconducir la conversación por un camino más ligero, como acostumbra a hacer siempre.  

>Oye, y... ¿qué vas a hacer con tanto tiempo libre, ahora?

—¿Tiempo libre? Estoy expulsado, no de vacaciones —repone, con una sonrisa que se le esfuma al darse cuenta de que, en realidad, no tiene ninguna gracia—. Mi padre no me deja salir de casa sin escolta. 

>Ya, ya lo sé, lo siento. Es que se me hace súper raro, verte en esta situación.

El rubio achina los ojos, que tiene clavados en el techo.

—T-te noto bastante entretenido cuando dices eso.

Oye reír a su amigo al otro lado de la línea.

>¡Es que fue genial, ver como le partías la cara a SnakeMan, Dust! Nadie se lo esperaba, ¡nadie! Ha sido... ¡Uf! En serio, escucha, fue brutal.

—Ya, lo sé. Sé que te va ese rollo.

>¡Lo dices como si fuese algo raro...! Vamos, admite que te sentiste súper vivo, y me callo un rato.

—Me sentí... —duda por un momento, tratando de recordar el sentimiento exacto que le invadió cuando se lanzó a por Keith. 

Le nace decir que fue "rabia", pero tras venirle a la mente la conversación que mantuvo con él esa misma tarde, le invade una incertidumbre que le incomoda.

—Me sentí extraño.

>¿"Extraño"? Tío, ¿puedes ser un poco más ambiguo? Venga, que tú puedes.

—No, es en serio, Logan —repone, incorporándose en su cama y quedando sentado, buscando las palabras acertadas. Se ajusta un poco las gafas al puente de la nariz—. Estaba... estaba cabreado, aún lo estoy. Pero no con él, ahora. Si no con Mike.

>¿Mike? ¿El tonto del culo de su pandilla, el que tiene cara de rata almizclera?

—El mismo.

>¿Qué... pasa con él?

—Pasa que él fue quien hizo la pintada de la taquilla. Al parecer, Keith no pudo impedírselo. Él solo intentó borrar lo que el otro puso —suspira, repasando mentalmente la conversación con su compañero—. M-me ha parecido entender por sus palabras que le dejó hacerlo porque temía las represalias, si se chivaba. Pero... luego admitió haberla tratado mal, y... ya no sé qué creer.

Se crea un silencio al otro lado de la línea, donde apenas se puede escuchar a Logan suspirar, antes de volver a hablar.

>Oye, Dust...

Dustin frunce el ceño, al oír de pronto ese inusual tono contenido en su amigo.

—¿Qué pasa, Logan?

>Te lo tengo que preguntar, ¿vale? Lo siento... no puedo seguir hablándote sin hacerlo.

—¿Preguntarme qué?

>Por... el vídeo. ¿Ya lo has visto, no?

De nuevo vuelve el silencio de antes. Dustin aprovecha ese mutismo para ordenar sus ideas y conseguir comprender de qué le está hablando su amigo. Le viene a la cabeza el comentario que hizo el propio Keith, sobre cierto video que Mike grabó y algo sobre una supuesta "putada".

—N-no, o sea, sí. S-sé que hay un vídeo. Keith me dijo algo. Pero no he visto nada. Sabes que yo no soy de esas cosas.

>Sí, vale, no me estoy refiriendo a los magníficos vídeos de chimpancés que te paso yo, Dust. Hablo de una grabación robada que se ha hecho viral en tan solo unas horas.

—¿R-robada...?

>Es de esa rata de Mike. En él aparece SnakeMan, y... también Gracie.

Al oír ese nombre, Dustin comienza a sustituir su intranquilidad por indignación. Empieza a entrever el contenido de dicho video por la forma que Keith y Logan utilizan para referirse a este.

—¿Tú lo has visto, Logan?

>Puedo pasártelo, si lo necesitas.

—Vale... espera, espera —dice, tomándose la frente con la mano libre. Respira hondo, buscando calmarse—. Dices que hay un video, en el que se humilla a Hannah Grace. Grabado con el teléfono de Mike. Y tú tienes una copia. ¿Es eso?

>...Sí. No sé cuanta gente lo habrá visto...

—Ni se te ocurra borrarlo, Logan. Podemos denunciar a ese imbécil por esto —resuelve de pronto, todavía con la voz firme—. Si realmente es cierto que chantajeó a Keith, es una prueba de que el verdadero culpable es Mike.

>Ostras. Ahora que lo dices, es verdad.

—¿Sabes si Hannah Grace también lo ha visto?

>No le hizo falta. En el video se ve que ella se da cuenta de que Mike les grabó a ella y a SnakeMan, discutiendo.

—¿Discutiendo...?

>Sí, bueno... Él le decía algo parecido a lo de la pintada de la taquilla. Supongo que por eso Mike lo escribiría. SnakeMan aparecía bastante cabreado en la grabación, cuando se daba cuenta de que Mike tenía el móvil encendido. Además...

A Dustin le parece oír a su amigo soltar una pequeña risa contenida, bastante fuera de lugar para la seriedad que ha estado empleando hasta ahora.

—¿Te estás riendo, Logan?

>Eh, ¡no! Es que me estoy acordando de algo que la rata le dijo a SnakeMan, en el vídeo. Y ahora que lo pienso, lo que me has contado sobre él sí que encaja. Entiendo que Mike le tenga chantajeado.

—¿Qué le decía? ¿Le amenazó con dejar de ser amigos? —propone, con desprecio en el tono.

>Algo así. Digamos que Mike quería grabarle haciendo "cosas de hombre", como si le pidiese que demostrara algo. Y eso cabreó un montón a SnakeMan.

—C-cada vez me da más asco ese tío. Mañana mismo lo denunciamos.

Logan se vuelve a reír.

>Ya te digo. En serio, no entiendo como Gracie puede juntarse con esa gente...

Dustin centra sus pensamientos en ella, siente dolor por la situación que le está tocando vivir a su chica favorita. Pero, a diferencia de otras veces, ahora también lo padece por Keith. Porque pese a todas las burlas que ha soportado durante años por parte de Keith, pese a que él es quien tiene el amor de Grace en su lugar, ahora sabe que ese chico también está pasándolo mal. Probablemente peor que él mismo, o que la propia Grace, ambos con familias que les quieren y amigos que se preocupan de verdad por ellos.

—A veces las personas somos débiles, Logan. Y... nos equivocamos.

>Eso es verdad.

—Q-quién sabe, quizá con Keith podamos...-

Su propia propuesta se ve interrumpida, al escuchar cierto pitido en su teléfono móvil. Lo primero que piensa es que se trata de un aviso por batería baja, pero al despegarlo de su oreja y observar la pantalla, ve que es un mensaje entrante. 

Olvida por completo todo lo que iba a decir, cuando se da cuenta de quién es el emisor.

—N-no puede ser.

>¿Eh, qué? ¿No puede ser, qué? ¡Ey, Dust! ¿Sigues ahí?

—T-tengo un mensaje. De Sam.

>¡No jodas! Es coña, ¿no?

Volviendo a alejar el teléfono de su oreja, lo revisa para asegurarse. Deslizando la parte de arriba de su pantalla, puede leer parte del mensaje.

—Me... me pide que nos veamos en el acantilado.

>Increíble. En serio. Ese tío está como una cabra.

Ante el silencio de su amigo, Logan continúa hablando, intuyendo que esta era la situación que peor podía sentarle ahora mismo a Dustin.

>Ey, Dust. Estás ahí aún, ¿no? Escucha. ¿Vas a hacerle caso?

—N-no lo sé.

>¿Qué "no lo sabes"? Mírame a la cara, Dust. Bueno, a la cara no, que ahora no me ves. Ejem... Si sales y vas hasta él, te va a caer la madre de todas las broncas. Va a ser arriesgado. Muy, muy arriesgado. Mucho. ¿Qué cara se te queda con eso?

—Pensaba que ese era tu rollo —intenta reírse él, percibiendo el empeño que Logan está poniendo en hacer de amigo responsable. Un esfuerzo titánico en no gritarle "Ve y corre riesgos".

>¡Tú lo has dicho! ¡Mi rollo! No el tuyo.

Vuelve a crearse un silencio entre ambos. Dustin no solo valora que hasta su más atrevido amigo le vea lagunas a la idea, si no que sabe que él mismo había decidido ya zanjar la relación con su hermano mayor, hacía dos días.

¿Por qué siente entonces que ese simple mensaje es capaz de hacer que todo lo demás deje de tener tanta importancia? ¿Acaso pensaba que podía significar algún tipo de disculpa?

Sin darse cuenta de cuánto tiempo se ha extendido su mutismo, Dustin oye de nuevo la indulgente voz de su amigo, todavía al otro lado del teléfono. El mismo que ha sabido interpretar la ausencia de palabras.

>Claro que... tu rollo ha cambiado, ¿no es verdad?

—Si lo hago...

>Si lo haces, lo haces. Si no lo haces... posiblemente te arrepentirás.

Entendiendo que Logan ha optado por apoyarle incondicionalmente, Dustin decide darle la mejor respuesta que se le ocurre.

—No lo haré, Logan —le dice, con aplomo—. Ya tomé una decisión al respecto.

>Bueno. Siempre y cuando sea lo que el "nuevo Dust" haría...

El rubio sonríe, apreciando esa observación. Eso le reafirma aún más su resolución.

—No te preocupes. El "nuevo Dust" estará bien.

>Lo sé. Pero, ¿sabes? Creo que estaría mejor si conectase su consola y jugase con su amigo.

—¿Ahora? N-no jodas, que yo tengo sueño.

>Eso deben de haber pensado todos, no hay nadie conectado. Solo un tal Ad--

—¡Porque s-son las tres de la madrugada! —le anuncia, interrumpiéndole, controlando el volumen de su voz. Lo comprueba en el despertador de su escritorio, sentándose en la silla—. Las tres y media. ¿Cómo pasa tan rápido el tiempo?

>Tiene gracia que eso lo preguntes tú.

—Sí... esto se está poniendo raro —admite, mientras el otro se lo ríe. Se cubre media cara con una mano, levantando en ello las gafas—. C-creo que será mejor que desconecte un poco.

>Claro. Mañana me pasaré por ahí para veros, después de clase, ¿vale?

—Gracias, Logan.

Terminando la llamada, Dustin observa la pantalla de su teléfono. Allí sigue, el mensaje todavía por leer de su hermano.

Levantando de la silla para regresar a su cama y tumbarse sobre ella, suspira con cansancio. Vacila, al ir a quitarse las gafas para dejarlas sobre la mesa, pues sin ellas no podría leer el mensaje entero.

No está seguro de si quiere leerlo hoy. Vuelve a asaltarle la duda de antes: ¿Y si era la disculpa que esperaba?

"Necesito verte. Mañana, en el acantilado". Eso es todo lo que dice el mensaje, incluso habiéndolo abierto por completo.

A Dustin le vuelve el sentimiento de frustración que se llevó del pasado sábado, cuando Sam le dijo aquellas cosas tan horribles. Pero, por entre toda la rabia que le hace revivir ese recuerdo, piensa que no tiene sentido. Que alguien que dijo tales barbaridades, que dejó claro que lo quería bien lejos, ahora le enviase un mensaje pidiéndole verse.

No puede evitar sentir algo de esperanza. Desviando los ojos hacia la foto que Sam tiene puesta en su chat, la de su moto verde "Daxx". Dustin sonríe con nostalgia, al recordar el detalle que su hermano tuvo con él. "Lo que más quería en este mundo".

Se aferra de nuevo a ese sentimiento. Se esfuerza por enmudecer sus recuerdos más recientes, los que revelaban que Sam era realmente un drogadicto, un mentiroso, alguien que hizo mucho daño a su familia con su egoísmo. No solo no consigue acallarlos, si no que le impulsan de un modo parecido al que su madre Claudia le descubrió ese mismo día: todos somos débiles, en algún momento.

Piensa que, tal vez, el momento de debilidad de su hermano debía terminar. Y que solo podía hacerlo gracias a él, su hermano pequeño, "lo que más quiere en el mundo". Se siente capaz, después de haber dado la cara y haber conseguido comprender a una de las personas que más detestaba, Keith Connor.

Mientras escribe una respuesta de vuelta a su hermano, se alegra de no haberle contado a Logan sus planes. Esto, cree, es solo cosa suya.

"Vale. Allí estaré, Sam". 

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¡Holi! Siento haber tardado tanto :'( Agradezco mucho a todas las personitas que me leen y apoyan, a pesar de mi inconsistencia publicando D:

Para compensar, dejo un dibujito que hice basado en una de las escenas de este capítulo, de Dustin y su padre Arnold.


¿Os gustaría que a partir de ahora los pusiera por aquí? Tell me, tell me :D

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