20. El color rojo
Es sábado. El cielo por fin está despejado e incluso la temperatura ha subido cuatro grados, evidenciando una vez más la bipolaridad del presente mes de abril.
Tumbado en su cama y con los cascos puestos en las orejas, Dustin tiene los ojos puestos en su ventana, cansados de haberlos mantenido fijos en su teléfono móvil durante demasiado tiempo, esperando una respuesta a sus llamadas y mensajes: ni Hannah Grace le ha escrito de vuelta... ni su hermano Sam ha respondido a sus llamadas y mensajes de texto, a lo largo de aquella tediosa semana.
No hay manera de que Sam responda a ninguna de sus señales y a Dustin empiezan a agobiarle las posibilidades, al tener una hoja en blanco con esos silencios, traduciéndose en el habitual dolor físico que le causa el estrés emocional, con su cabeza barajando demasiadas ideas nefastas a una velocidad desmedida. Ni siquiera le calman los inhibidores que acostumbra a tomar, cuando sufre este tipo de situaciones con su Stigma.
De sus auriculares deja de emitirse música para dar paso a una voz joven e irreverente que que se presenta como "Saxx" y da la bienvenida a "Radio Krausser". Dustin chasquea la lengua con molestia.
—Idiota —resopla en voz alta, cabreado consigo mismo y con su dolor de cabeza.
Impulsándose con una pierna, se incorpora y queda sentado al borde de su cama, quitándose los cascos de un tirón y echándolos por las sábanas, dándole luego a la tecla de Stop del walkman. Solo entonces oye que alguien está golpeando con los nudillos su puerta. Se lleva los dedos a las sienes, dolorido.
—¿Qué quieres, Heather?
La chica interpreta esa pregunta como un permiso para asomar su cabeza por la puerta, ahora entreabierta.
—Te estaba llamando —responde, haciendo un leve puchero—. Pero como siempre estás con los cascos puestos, no me oías. ¿Con quién hablabas? Me pareció oírte decir...
—Que qué quieres —interrumpe él, sabiéndose de memoria el reproche por los cascos.
La chica camina hasta la cama y se sienta en el borde, al lado de su hermano. Dustin ve como coge su walkman y lo observa, con mirada curiosa. Ella presiona la tecla del Play.
—¿Q-qué haces? D-deja eso, no es tuyo —le dice, quitándoselo de las manos con urgencia y dándole al botón de Stop nuevamente.
—¿Qué estabas escuchando? —inquiere, tras un silencio en el que se dedica a hacer otro puchero. Enseguida cambia la cara y sonríe de boca abierta, creyendo que va a adivinarlo—. ¡Ah! Es la música esa rara que pone Logan, ¿a que si? ¡Déjame oírla, que a mí también me gusta ahora!
—No es música rara, es música de videojuegos —le explica, incómodo por su propio humor más que por la visita de su hermana—. Y n-no era música lo que yo estaba escuchando.
—¿Ah no? Si no era música... ¿entonces, qué era?
Tras otra pausa silenciosa en la que Dustin prefiere rascarse la nuca antes que contestar, Heather termina por levantarse de la cama, carraspeando un poco antes de volver a hablar, sin girarse a él para hacerlo.
—Bueno, yo.... Venía a decirte que Logan está un poco triste por ti. No está bien que le ignores, ¿sabes? Él no te ha hecho nada malo —le confiesa, resumiendo sus nervios a las manos, que ahora entrelazan sus dedos enfundados en guantes. Dustin se fija en ese gesto y, acompañado por las palabras de Heather, le vuelve el sentimiento de culpa por su reprochable actitud aquella semana, hacia sus amigos—. Ya sé que estás enfadado con papá, pero...
—Lo siento, Heather —le corta él, clavando los ojos en el suelo. Ella se gira y ladea la cara para mirarle, con expresión preocupada—. Siento haberme portado como un idiota con vosotros. No tenéis culpa de nada.
—No pasa nada —le tranquiliza, con una sonrisa que recuerda mucho a la de su madre Claudia—. Solo te lo decía porque a nosotros no nos importa que estés enfadado. Quiero decir, ¡claro que nos importa! Pero que puedes venir con nosotros y decir palabrotas si quieres, o quejarte de papá, si así te sientes mejor —continúa, llevando ahora las manos tras de sí, después de haber estado gesticulando con ellas al hablar, apoyando la punta del pie en el suelo y moviéndolo de lado a lado—. Somos... somos un equipo, ¿no?
Esa última frase hace que algo se le remueva por dentro a Dustin.
Es a su hermana pequeña a quien está escuchando ahora mismo, pero él acaba de oír a su hermano mayor, mintiéndole con esas mismas palabras.
—¿Lo somos? —murmura él, ladeando la cara y recogiendo de entre las sábanas su teléfono móvil. Mira la pantalla con una expresión tan enigmática que provoca incertidumbre en su hermana pequeña.
—Estás... enfadado con papá, ¿no, Dustin? —le pregunta, ahora dudosa.
—No. No con él —responde con aplomo, resolviéndose en ese mismo momento.
Cae en la cuenta de que su sentimiento de culpa le pesa tanto porque no es suyo. La culpa es de otra persona, y él la ha estado cargando y haciendo daño a sus amigos con ella.
—Debo ir a ver a Sam, Heather.
—¿Qué? ¡Pero papá y mamá te lo prohibieron, Dustin!
Ve como su hermano mayor se levanta y se dirige hasta la silla de escritorio, para recoger su chaqueta roja y ponérsela. Ella se planta frente a él y lo coge por los brazos para detenerle.
—No vayas, por favor. ¡No quiero que te griten otra vez!
—Soy yo el que tiene que gritar, Heather —repone enseguida, con el tono contenido.
La chica suelta los brazos de su hermano como un acto-reflejo, por el temor de su don copia-dones: sus ojos ni siquiera se han iluminado, pues la ropa le impide activar su poder, pero ella ya ha cogido la costumbre de reaccionar de ese modo. Dustin se da cuenta de esto y ahora es él quien la toma por los hombros, cubiertos por el grueso abrigo, tranquilizándola.
—Necesito ir y decirle lo que ha provocado. No es justo que vuelva a irse como si no hubiese roto nada a su paso, ¿lo entiendes?
—Pero... papá...
—Tengo que hacerlo —interrumpe, dejándola estar y caminando hasta la puerta, donde se detiene antes de seguir—. Y si papá y mamá vuelven del trabajo y todavía no estoy aquí... no les mientas —le pide—. Diles que fui a zanjar las cosas.
Viendo como su hermano abandona la habitación, Heather se queda allí recogida en sí misma, observando desde ahí el walkman que momentos antes curioseó. Se extraña de que no se lo haya llevado, siendo así que nunca se separa de él.
Caminando hasta la cama y sentándose en el borde de nuevo, recoge el aparato de música y lo contempla, percatándose de que la cinta todavía permanecía en su interior. Al oír el portazo de la puerta principal cerrándose y anunciando la ida de su hermano, a Heather se le ocurre coger los auriculares y colocárselos en las orejas, todavía con curiosidad por saber qué música le gustaba escuchar a su hermano mayor, siempre aislado con aquellas orejeras.
Al darle al botón del Play, entiende que lo que Dustin le dijo era cierto: no se trataba de ninguna canción, si no de voces. Dos niños, hablando animadamente entre ellos, riéndose de chistes que uno cuenta y el otro le busca explicaciones, ante tanto disparate.
Con una sonrisa al principio descolocada y después enternecida, Heather termina reconociendo la voz más joven como la de su hermano Dustin, con unos cuantos años menos: identifica la del otro niño cuando él le nombra como "Sam" y no como "Saxx". La chica comprende, al tiempo que oye a su desconocido hermano Sam, el motivo por el que Dustin usa tanto aquellos cascos para aislarse del resto de voces, cada día, desde hace tantos años.
◇◇◇
Tras un trayecto en el que sus pensamientos contradictorios le han estado recalentando la cabeza más que el sol, Dustin duda de si ha sido buena idea utilizar su Stigma en el último tramo para llegar antes, al sentir su pecho demasiado acelerado. No podía coger la bicicleta porque su intención era llevarse su moto del garaje de Sam, para evitar tener que regresar y volver a verle, siendo así que pretendía zanjarlo.
Todavía con su organismo habituándose a la velocidad del resto del mundo, Dustin oye de pronto la voz de una mujer irrumpiendo con furia en su aturdido silencio. Al levantar la vista del suelo, ve que es Jessica la que está vociferando hacia la puerta cerrada, concretamente hacia la casa de su hermano Sam.
—¡No quiero saber nada de ti! ¡¿Me oyes?! —grita ella, regresando a la puerta solo para patearla. Del interior es audible un "Que te follen" por parte de Sam—. ¡Estoy harta de tu puta bipolaridad! ¡¡Eres un puto gilipollas!! —chilla antes de dar un fuerte manotazo al marco de la entrada, para luego girar sobre sí misma y caminar con vehemencia por el maltrecho césped.
Se cruza entonces con un conmocionado Dustin, que la hace detenerse de golpe al verlo. Los ojos claros de Jessica están ahora enrojecidos y clavados en el hermano pequeño de Sam, con el maquillaje corrido y rotos de dolor ante su encontronazo.
—Dustin... ¿q-qué haces aquí? Vete, por favor. No... no entres ahora —le pide entre balbuceos, yendo hasta él—. Por favor, vuelve a casa, ¿vale? Hoy no es.... hoy no es un buen día.
—He venido a despedirme, Jessica. Necesito verle.
La chica se lamenta de su decisión, sorbiendo por la nariz y cubriéndose la boca con la mano, entre temblores de nervio. Ella comienza a decirle algo, pero de pronto es interrumpida por una voz enfurecida que proviene de la puerta de Sam, ahora abierta.
—¡Venga, adelante, ponlo tú también en contra mía! —propone con ironía Sam, apoyado en el marco contra el que Jessica desató su furia minutos antes—. ¡Vamos! Pídele que me odie.
—¡No es necesario, de eso ya te encargas tú solo! —le reprocha ella, haciendo el ademán de ir hacia él, cuando Dustin la coge por la muñeca. Jessica se detiene, enrarecida, viendo como el chico mira hacia su hermano al dirigirle la palabra.
—¿D-De qué va esto, Sam?
—Esto va de que aquí sobra gente. Sobre todo tú, "pequeñajo" —responde de forma pesada, cansado.
Dustin puede ver desde esa distancia su aspecto notablemente demacrado, de no haber dormido en días o de haberle pasado un tranvía por encima. Lleva un cigarrillo en la boca cuya función debería ser calmarle.
—Vuelve a casa, Daxx.
Contrariado, el menor de los Krausser suelta la mano de Jessica y, para sorpresa de los presentes, utiliza su Stigma para plantarse frente a su hermano de un parpadeo, con la consecuente acentuación de sus nervios.
El resplandor anaranjado de los ojos de Dustin desaparece una vez llega allí, aparentando cuanta entereza es capaz.
—¿P-por qué? ¿Q-qué... qué diablos te pasa conmigo?
El tono de dolor en su voz provoca en Sam una mueca de hastío, apoyándose en el marco de la puerta. Dustin se frena a sí mismo entonces, calmando como puede el impulso que le está acelerando peligrosamente el corazón, traga saliva y vuelve a mirar a los ojos a su hermano, haciendo que este los desvíe al suelo.
—N-no me merezco esto.
—La vida no es justa, chaval —repone al cabo de un rato, con hartazgo, tras un suspiro cargado de humo.
Se quita el cigarrillo de la boca y busca el cenicero de un mueble cercano a la entrada para apagarlo en él, echando una última mirada asqueada hacia Jessica y dejando la puerta abierta, con Dustin allí parado.
—Aunque creo que de eso ya te estás dando cuenta, ¿verdad?
—Me da igual como sea la vida. ¡Me importa como seas tú! —sentencia, apretando los puños a la altura de su cintura. Se siente anclado al suelo, como si las zapatillas le pesaran tanto como para no poder moverse ni un centímetro—. ¿Qué es... qué es lo que te ocurre? ¿Qué ha cambiado?
Sam le mira desde el sitio, fatigado. El tono de su voz al hablar ahora es ronco e incordiado, con más pausas de las habituales.
—Ya te dije que mi vida era... complicada, Daxx. Haz caso a papá y pasa de mí, ¿quieres?
Esa última frase termina de confirmar las sospechas que Dustin tenía sobre el asunto.
—Así que es eso. Lo único que ha cambiado es papá.
Al no ver ninguna reacción en su hermano, consigue el arranque necesario para mover sus piernas hasta entrar y plantarse frente a él, con tal de que deje de darle la espalda. Con su mente y su lengua en sincronía total, comienza a hablar sin trabarse ni una sola vez.
—Pues déjame decirte que no me sirve: papá siempre ha sido papá. Su opinión siempre fue la misma —le reprocha, acercándose a él—. Vas a tener que inventarte una excusa mejor, para querer abandonarme por segunda vez. Porque no me valen más excusas, ni más culpas a otros.
Sam no abandona su actitud apática, mirando más hacia el pecho de su hermano que directamente a sus ojos.
—¿No lo entiendes, Sam? Si haces caso a papá, le estás dando la razón... Le estás asintiendo cuando dice que eres una mala influencia para mí, que no eres un buen ejemplo porque eres un egoísta que solo piensa en sí mismo, que-
—¡¡Y qué, si tiene razón!! —grita de pronto él, acompañando con un aspaviento de mano que atenaza por un segundo los nervios de Dustin, cortándole su discurso y obligándole a tragar saliva.
Jessica ve ese gesto desde la distancia y corre hasta llegar a la puerta, observando más de cerca la escena. Sam la mira con desprecio, adivinando por su cara de pavor que le vio capaz de hacer daño a su hermano pequeño.
Sacude la cabeza, incordiado.
—No me jodas, anda. Papá es el hijo de puta más listo del mundo. ¿Por qué no hacerle caso, eh? Él sí que es un ejemplo a seguir, todo un referente de como salir airoso de cualquier desgracia. ¿Por qué te empeñas en nadar en dirección contraria, Daxx? Tú eres el niño bonito de los Krausser, el hijo listo y perfecto que nunca ha matado ni una mosca. ¿Es que prefieres acabar como yo, en un puto agujero, siendo odiado por sus amigos y olvidado por su familia? —cuestiona con amargura, gesticulando con vehemencia con la mano que antes alzó hacia su hermano.
El arrojo que Dustin traía de casa se está convirtiendo en un profundo dolor en el pecho, que le impide responder nada. Distingue en las palabras de Sam una envidia que explica por qué él se había estado sintiendo tan culpable de la situación de su hermano mayor: celos, incentivados por la predilección de su padre hacia el hermano menor.
Traga saliva al atascársele esa desoladora razón.
—Mira... Te dejo que te inventes tú lo que más te guste, Daxx.
El mayor de los Krausser camina hacia otro punto de la habitación, hasta llegar a un sofá de dos plazas en el que se sienta y se revuelve el pelo con ambas manos, después de masajearse la boca con molestia y de sorber con la nariz.
La mesilla que tiene delante está hecha un desastre, pero Dustin ahora no se fija en esos detalles, entre otras cosas porque las lágrimas le empiezan a emborronar la vista.
—Puedes, no sé, imaginar que soy un héroe de esos que tienen súper-poderes y les brilla la mirada, y que por eso me sacrifico y te dejo ir. Eso suena guay, ¿no? —propone con desdén, mirándole por fin a los ojos. Dustin no puede discernir si los tiene tan rojos por haber llorado o por otra cosa—. O puedes.... Yo que sé, pensar lo mismo que piensan todos, para poder dormir mejor por las noches: que yo estoy muerto y no hay nada de qué preocuparse, ya.
"No" es lo que Dustin quiere decirle a su hermano, lo que su pecho desea gritarle con todas sus fuerzas: "No es cierto", "No quiero eso", "No te vayas", "No me abandones", "No te insultes a ti mismo", "No me hagas daño". "No quiero irme".
Pero no es capaz de hacer salir de su interior esa palabra. Está bloqueado.
Sin embargo, no es necesario que diga nada, ya que su expresión espeja la decepción más grande que Sam haya podido ver en toda su vida, en los ojos de la única persona que todavía le importa. El mayor de los Krausser es consciente de lo mucho que esas palabras han herido a su hermano, y le mantiene la mirada mientras se muerde los labios, impidiéndose a sí mismo decir otras que lo suavizaran e hiciesen que el chico se quedase con él, que le diesen falsas esperanzas de nuevo.
Temeroso de volver a decir algo y que Sam respondiese con otra de sus frases autodestructivas, Dustin descarta su plan de zanjar aquel episodio de su vida con palabras racionales o de afecto. Dando media vuelta y en silencio, camina para abandonar el refugio en el que su hermano mayor se ha atrincherado, pasando por el lado de Jessica al cruzar la puerta y dirigiéndose hacia el garaje para recuperar su moto y su casco. La chica se ha quedado allí, siendo testigo del derrumbe de Sam cuando ya ha conseguido tenerlo lejos de él.
—Vete de aquí —ordena él con fiereza, conteniendo las lágrimas que pudo esconder a Dustin. Sólo murmura una última frase, que Jessica no tiene claro si va dirigida a ella o a su hermano pequeño, ya ausente—. Sal de mi puta vida.
Jessica termina obedeciendo, apesadumbrada por la situación y dejando a solas a Sam, tal como pidió.
El hermano mayor de los Krausser escucha el sonido del motor arrancando, convirtiéndose en un ruido cada vez más lejano y sintiendo como una parte de sí mismo se va con él.
Empujado por la rabia, grita y barre de un manotazo todo lo que se encontraba tirado por la mesa que tiene frente a él, estallando en un llanto que le obliga a sujetarse la cabeza con ambas manos, con tal de contener el daño físico que ahora le producen aquellas sustancias que tomó horas antes, que buscaban paliar su dolor emocional.
Su teléfono móvil, que ha aterrizado en el suelo junto al resto de cosas que tiró de la mesa, comienza entonces a vibrar anunciando una llamada entrante.
Totalmente sumido en su desolación, Sam ignora que la persona que está tratando de contactar con él en este momento tan crudo de su vida no es otra que Regina, su querida "diosa pelirroja".
La persona que ya le salvó una vez.
◇◇◇
—Tienes mal aspecto, hijo. ¿Seguro que puedes ir a clase?
Dustin ignora las caras de sorpresa de su madre y de su hermana pequeña, ante la inusual pregunta de Arnold. Vuelve a ser lunes y se mantiene la costumbre del desayuno en familia, antes de que cada uno se marche hacia sus obligaciones.
—¿Ahora me robas las frases, cielo? Esto sí que es bueno —se ríe Claudia, espejando la sonrisa en su hija, que asiente con la boca llena por una magdalena—. Pero, hablando en serio... Dustin, cariño, ¿te encuentras bien? Tienes cara de no haber dormido bien.
—Sí. Puedo ir a clase.
Se levanta del taburete y se dirige hacia el exterior, recogiendo por el camino su mochila y parándose en la puerta, a esperar silenciosamente a Heather, quien se apura a terminar su desayuno para acompañarle. Con gesto taciturno, se viste con la chaqueta roja que le regaló Sam, al no tener ninguna otra a mano.
—¿Vais a ir en la moto que trajiste, Dustin? —cuestiona el hombre, con el mismo tono profundo, que ayuda a darle peso a sus preguntas para hacer entender con menos palabras la importancia que llevan.
Tanto a Claudia como a Heather se les va la sonrisa de antes cuando Arnold nombra a la bicha, que no fue mentada más que cuando Dustin la trajo el sábado y la metió en su garaje, explicando sin detalles a sus padres que era suya y que ya había zanjado su relación con Sam para siempre, "como ellos querían". Verle tan destrozado aquél día hizo que Arnold creyese en las palabras de su hijo, dejándole un espacio que el chico utilizó para aislarse en su habitación el resto del fin de semana, saliendo únicamente para reunirse con su familia en las horas de la comida y la cena, sin mediar más palabras que no fuesen monosílabos.
—No.
—Entonces, ¿para qué la trajiste, si no piensas usarla?
Dustin traga saliva, incómodo ante esa cuestión. Frente a la puerta principal y dando la espalda a su familia en esa posición, siente todavía ese peso en el pecho, el que se acentuó al visitar a su hermano mayor.
No está seguro de por qué lo hizo. No sabe por qué decidió llevarse consigo algo que le recordase tanto lo ingenuo que fue, la certeza tangible de que Samuel J. Krausser es un fraude como persona. Como hermano.
—N-no voy a utilizarla, ¿vale? —replica entonces, mostrando al fin un poco de irritabilidad que Arnold capta enseguida—. Solo es... un trasto más. Cuando vuelva l-lo llevaré a un vertedero, ¿está bien así?
El hombre se limita a asentir.
—Lo que tú decidas estará bien, hijo.
Esa frase hace que Dustin pierda el temple y decida salir por la puerta, sin esperar a su hermana. Heather se baja de su taburete y se afana en recoger su bolso del suelo.
—¡Ey, espérame! ¡No corras tanto! Ay...
—Heather... cielo —le avisa su madre, posando la mano sobre su antebrazo con suavidad, cuando esta se dirigía hacia la entrada habiéndose equipado—. Intentad estar con él, ¿de acuerdo? Tú y los demás. Os necesita.
La chica asiente, dudosa de su capacidad para conseguir animar a su hermano. Saliendo con prisa de casa, alcanza a Dustin con una pequeña carrera, que la deja jadeando y maldiciendo interiormente las magdalenas de más que siempre se come.
—Oye, Dustin... —empieza a decir ella, tras un buen tramo de camino en silencio en el que la chica se ha escudado en su teléfono móvil, ligeramente nerviosa. Le ha costado demasiado elegir un tema del que hablarle, que no empeore su ánimo—. ¿Has mirado hoy tu móvil?
—¿Qué pregunta es esa, Heather? —cuestiona, enrarecido. Por suerte para él, ya les quedan pocos pasos para llegar hasta la entrada de su instituto—. Claro que lo he mirado. Me pongo la alarma en él.
Heather suspira de alivio.
—¿Y nada más? Nada de... redes sociales, ¿no? ¡Ay, qué tonta, si tú no tienes de esas! —dice, y se da un leve toque a sí misma en la frente, todavía intranquila.
Ya han llegado al instituto mientras hablan y la concentración de gente que se reúne por allí los obliga a levantar un poco más el tono para poder escucharse.
—Me las quité, sí. Teniendo una aplicación para los mensajes, me parecían innecesarias —aclara, con una voz ligeramente más resuelta, que hace sonreír a Heather creyendo que ha conseguido animarle un poco—. Para que Logan y tú me enviéis memes, ya tengo el WhatsApp.
—¡Eso es verdad! —se ríe ella—. Ah, y hablando de Logan, ¿viste lo que puso ayer en el grupo? Vamos a ir a las recreativas al salir, hoy. Tú también vendrás, ¿no? —le pregunta, acompañando de nuevo con un puchero su petición, de manos juntas—. Esta vez sí. ¡Me lo prometiste!
—N-no recuerdo haberte prometido nada —repone con extrañeza, mientras ya cruzan los pasillos que dirigen a sus aulas—. Eres un poco manipuladora, ¿no?
—¡Pues sí! ¡Lo soy! —confiesa de pronto, acercando su cara a la de él, arrinconándolo contra una pared del pasillo, sobresaltándole y dejándole con la duda de si sigue de broma o si verdaderamente se ha molestado—. ¡Eres mi hermano! ¡Debo cuidar de ti, sea como sea! Y tú vas a dejarte proteger, ¿verdad?
—P-protegerme de... ¿qué? —Transformando su expresión descolocada en una sonrisa gradual ante la evidente escena absurda que acaban de montar allí en medio, Dustin ve que Heather se aguanta la risa. Vuelve a reírse como antes, retirándose un poco.
—Te he asustado, ¿a que sí? ¡Tendrías que haberte visto la cara!
—¡E-esto no era necesario, Heather! —asegura, mientras la ve corretear delante de él, al haber llegado ya a la clase de él—. No ha tenido ninguna gracia.
—¡Yo diría que sí! —exclama ella, ya alejada y caminando hacia atrás, riéndose al tiempo que desaparece al meterse en una de las aulas, la que lleva el letrero de Noveno grado.
Negando con la cabeza, Dustin decide entrar en la suya una vez su hermana ya no está a la vista. Como suele ser costumbre y a falta de diez minutos para que comenzase la primera clase, al llegar ve que todavía queda mucha gente por venir. Su atención se centra entonces en la única persona que había de pie, subida al estrado y frente a la pizarra, usando con insistencia el borrador para eliminar los restos de tiza que habían en ella: se trataba de Victoria y, a juzgar por su expresión, parecía bastante agobiada en su empeño.
—Buenos días —le dice él, extrañado de que ella se estuviese encargando de algo así, y más a primera hora de la mañana cuando todavía no se ha escrito nada en el encerado.
Al saludarla, ella da un respingo por el susto, y le mira con desconcierto.
—¿Victoria? ¿Estás bien?
—Sí, Krausser —repone de forma esquiva, dejando el borrador por donde puede y espolvoreándose las manos en esa falda que, cualquier otro día, la habría horrorizado mancharse—. Buenos días...
—Bueno, bueno, bueno —se asombra de pronto Mike, desde su asiento en primera fila, cruzándose de brazos mientras se sienta sobre el borde de la mesa, con una sonrisa pícara en los labios—. ¿A Victoria Fisher ya no le importa ensuciarse la ropa? ¡Eso solo quiere decir una cosa...!
La chica lo mira con rabia contenida, antes de marcharse de allí a toda prisa, seguramente a limpiarse al cuarto de baño. O a cualquier lugar donde no estuviese Mike.
—Qué aguafiestas eres, Krausser. ¡La has espantado! —suspira, descruzándose de brazos y apoyando las manos en la mesa sobre la que está sentado—. Con lo hipnotizador que era ver como restregaba las tetas contra la pizarra y se las ponía blancas con la tiza —se ríe, continuando su explicación a pesar del enojo que comienza a sentir Dustin por su actitud—. Por no hablar de cómo meneaba el culo. Desde aquí casi le podía ver las bragas. Hoy las lleva negras, creo.
Dustin decide ignorar a Mike para fijarse en los restos que dejó sin borrar Victoria, allí en la parte más alta donde le fue difícil llegar, debido a su corta estatura.
—¿"La zorra lastimera"? —enuncia Dustin, leyendo lo que ponía. Enseguida mira hacia Mike, que se ríe al oírselo decir—. ¿Has sido tú, Mike?
—Uy, ¿y ese tono, Krausser? ¿Pretendió sonar amenazador? —se burla, sorprendido. Sonríe ante el silencio y la mirada de desprecio de su compañero, acomodándose en su asiento—. Madre mía, esto es muy bueno.
—D-deja en paz a Victoria —ordena, mientras recoge el borrador que usó la chica y lo utiliza para borrar aquello que estuvo fuera de su alcance.
—¿A Victoria? —Se aguanta la risa, entretenido—. Joder, sí que es verdad que no te enteras de nada, Krausser. Con lo listo que eres para unas cosas, y lo tonto que eres para otras.
Una vez ha terminado de eliminar el mensaje ofensivo de la pizarra, Dustin se gira y camina directo hacia su sitio, ignorando la risa de Mike. Al llegar ve a su compañero de atrás ya sentado en el suyo, mirándole de vuelta.
—¿Keith? ¿Q-qué haces...?
No sabe de qué extrañarse más, si de ver que ha llegado más pronto que él, o de que no esté con su novia Grace. El moreno deja de mirarle, incordiado por su atención, volviendo a centrarse en los rayones con formas robóticas que garabateaba sobre su cuaderno, apoyándose la cara con la mano libre.
—Qué de qué. Cállate, tartaja —le gruñe como única respuesta.
Dustin sigue observándolo por unos segundos más, que le sirven para percatarse de la mancha oscura que rodea el ojo que Keith se cubre con el pelo. Más preocupado por la ausencia de Grace que por el motivo del ojo morado de Keith, toma asiento mientras comienza a sacar sus cosas. Aprovecha que el profesor todavía no ha llegado para revisar su teléfono, recordando lo que Heather le comentó sobre el grupo que comparte la pandilla. Comprobando los chats recientes, siente curiosidad por saber si Grace ya leyó sus mensajes, aquellos que él le envió en un ataque de sinceridad y de necesidad por escapar de su versión más cobarde; ahora relee lo que le escribió y le da la sensación de que está escrito por otra persona, alguien mucho más valiente que él:
>Hannah Grace
>Necesito decirte que te quiero.
>Siempre te he querido. Desde que éramos niños
>Nunca he podido decirlo en alto porque tengo miedo. Miedo de no ser exactamente el que tú quieres, o lo que tú necesitas.
>Pero necesito que sepas que yo siempre te querré, pase lo que pase, tendrás mi amor. Necesito que te sientas querida cuando estés triste, o cuando alguien te haga daño, y sustituyas ese dolor por la certeza de que habrá alguien queriéndote, a pesar de todo.
>Porque no soporto seguir viendo como sufres por intentar parecerte a alguien más, por ser alguien que no eres, ocultando tus preciosos ojos.
>Te amo, Hannah Grace. No lo olvides nunca.
Con los párpados de nuevo pesados, Dustin guarda su teléfono al haberse cerciorado, gracias al aviso en color gris, de que Grace todavía no ha leído aquellos mensajes. Pero apenas le da tiempo para alimentar ese sentimiento de vergüenza que le recorre por haber releído su confesión, pues justo entonces oye un silbido muy familiar, que hacía semanas que no escuchaba.
—¡Buenos días, Dustin! —le saluda la pelirroja, con una sonrisa que lo desconcierta, impidiéndole devolverle el gesto—. ¿Has visto? Hoy he llegado pronto, como tú.
El chico observa con incredulidad como Grace ignora descaradamente a Keith, que sigue atrincherado en sus garabatos.
—¿Dustin? ¿Estás bien?
—H-Hannah Grace... te veo... —comienza a decir, embelesado al volver a verla sonriéndole.
No consigue describirla en voz alta, pero su sonrisa habla por él y la chica lo termina entendiendo.
—Es que tengo buenas noticias, ¿sabes? —le dice, en aquel tono animado que Dustin tanto echaba de menos—. Mi madre... bueno, ella ha encontrado a una persona que ha empezado a ayudarme —confiesa, con voz moderadamente baja, inclinándose un poco hacia él desde el sitio.
—¿Una... persona? —cuestiona, sobreentendiendo al pensarlo unos segundos—. ¿T-te refieres a un especialista?
Ella asiente, no se le va la expresión de alegría. Dustin asiente ante su noticia y le sonríe de vuelta, a pesar de que es algo que ya le ha anunciado muchas otras veces, con nefastos resultados. Felicity era la que terminaba contándoles a sus amigos lo que su madre sufría con tal de encontrar -y costearse- un terapeuta que no fuese rechazado o ignorado por su hermana mayor, o que el mismo profesional les recomendase algún tipo de solución química que Rachel siempre se negaba a utilizar con su hija, convencida en que encontraría algún otro remedio para sacarla del pozo.
—Me alegro mucho, Hannah Grace.
Poniéndose recta en su asiento, la chica mira al frente y con ese gesto hace que Dustin la imite, viendo entonces como Mike les está mirando desde la primera fila, aguantándose la risa de nuevo. Molesto, observa que en ese mismo momento llega Victoria y toma asiento, devolviéndole la mirada con cierta expresión de lástima que Dustin interpreta como dolor generado por las burlas de Mike hacia ella. Cuando el profesor por fin llega, el chico trata de concentrarse en las clases, a pesar de todos aquellos elementos extraños que le distraían los pensamientos.
«Se la ve muy feliz, pero... ¿qué cara pondrá, cuando lea mis mensajes?».
Durante la hora previa al descanso, Dustin se fija en que dos de sus compañeros tardan bastante en regresar al aula, tras haber salido con apenas cinco minutos de diferencia el uno del otro; Keith pidió permiso para salir asegurando que no se encontraba bien, cuando hacía nada que Mike salió para ir al baño. Siendo así que siempre han sido mejores amigos, Dustin piensa que simplemente se han escaqueado por aburrimiento, porque no aguantan la espera para el descanso.
Se hace la hora y la clase termina sin que aquellos dos regresen. Grace acude a Dustin enseguida, esperando a que recogiese sus cosas con la misma sonrisa con la que llegó por la mañana. Dustin termina y, al levantar de su asiento para acompañar a su amiga, se fija en lo rara que sigue estando Victoria, que sale escopeteada de clase.
—Oye, Hannah Grace...
Mientras salen de la clase, pasando entre las filas de asientos donde todavía quedan alumnos, tanto Dustin como Grace escuchan perfectamente las risillas de algunos de ellos, al verlos pasar. La pelirroja se retira un mechón tras la oreja, disimulando su incordio.
—¿Qué ocurre, Dustin...?
—N-nada, es solo...
Una vez fuera del aula, se rasca la nuca mientras observa a su alrededor, como si buscase a alguien. Carraspea antes de continuar hablando, ante la mirada dudosa de la chica.
—Hannah Grace... ¿Sabes si ha pasado algo con Victoria?
—¿Victoria? —Desvía los ojos un tanto, dándose tiempo para ordenar sus ideas.
La última vez que oyó hablar de ella fue hace tres días, de boca de Mike; recordar aquella odiosa tarde la estremece visiblemente, provocando un gesto de preocupación en Dustin, que ella se nota y corrige rápidamente.
—No... que yo sepa.
—Me gustaría hablar con ella —le confiesa, en voz más baja, cuando algunos de sus compañeros les pasan por el lado—. Creo que están metiéndose demasiado con ella.
—¿"Demasiado"? —cuestiona de pronto, ocultando su molestia con una sorpresa muy mal fingida. Imposta un tono divertido para decir lo siguiente—. Pero bueno, Dustin, ¿desde cuándo te interesa tanto Victoria Fisher?
—N-no es que me interese, e-es que...
Antes de que el chico termine la frase, un alboroto lejano los interrumpe. Oyen desde ahí a un grupo de chicas y chicos riéndose, y algún que otro grito de asombro, el típico de cuando el gracioso habitual de la clase hace alguna gracia y provoca a la autoridad.
Dustin se mira con Grace temiéndose alguna broma pesada relacionada con Victoria, y ambos corren sin mediar palabra hasta el origen del bullicio, allí donde ellos tenían sus taquillas.
Cuando llegan, algunas risas se intensifican al verles a ellos dos, concretamente a ella, provocando una repentina inseguridad en Grace que la obliga a mantenerse al margen del gentío. Dustin, cada vez más incordiado por la confusión que siente por la situación, se abre paso por entre la gente con tal de averiguar el motivo de aquella concentración de gente, saber qué es eso a lo que todos están haciendo corrillo.
Consigue ver, a través de todos, la pintada hecha con tinta roja que marca una taquilla concreta. Cae en la cuenta al mismo tiempo de dos cosas: una, que se trata de la taquilla de Hannah Grace. Y dos, que la frase pintada en ella, solo puede hacer referencia a su chica favorita.
"¿Por qué no me quieres?",
dijo la pelirroja LLORONA."Porque estás LOCA", dijo él.
Las risas de sus compañeros enturbian los pensamientos de Dustin, que trata de encajar en su cabeza por qué, como han podido hacerle algo así a alguien como Grace. A una velocidad más parecida a la que las ruedas de su moto alcanzan al correr que a la de una cabeza normal, la mente de Dustin comienza a encajar cada gesto, cada interrogante que le fue surgiendo aquella mañana; Victoria y sus nervios por borrar la pizarra, avergonzada al verle llegar. La confusión de Mike cuando él le acusó de estar metiéndose con Victoria.
Pero sobre todo, sus pensamientos se centran en una única cosa, en ese "él" de la pintada. Recuerda la escena que más descolocado le dejó ese día: la apatía de Keith Connor y como su novia Grace lo ignoró completamente, cuando llegó y se dedicó a hablarle a él en su lugar, con la mejor de sus sonrisas. Esas que él tanto amaba y que a ella tan poco le duraban.
—¡Mira esa cara, por favor! —exclama entonces Mike, dirigido a uno de sus amigos de la pandilla—. ¡Es la viva imagen del patetismo!
Dustin desvía la mirada hacia el que pronuncia aquellas palabras, encontrándose en el recorrido de sus ojos a la persona a la que su mente ya adjudicó la autoría del crimen: Keith. El moreno le mira fijamente, consternado, para nada muestra satisfacción por lo que está ocurriendo. Dustin le mantiene la mirada y termina por confirmar la culpa de Keith en cuanto ve la tinta roja impregnando las manos de este: siente entonces como su interior le quema de rabia y su corazón se pasa de revoluciones, ensordecido a las risas que se dirigen hacia Grace. La chica, a pesar de haberse mantenido al margen del tumulto, no ha soportado la presión y ahora se cubre la cara con sus manos, deseando desaparecer de allí. Victoria trata inútilmente de moverla del sitio para alejarla de la gente, pero la chica está anclada al suelo, chafada por el peso de toda aquella atención.
Todo ese peso que aplasta los quebradizos hombros de Grace es el que Dustin emplea entonces, llegando en pocas zancadas hasta Keith.
—¡Oye, oye! ¿A dónde crees que vas, bicho raro? —le espeta entre risas Mike, interponiéndose entre él y Keith con un pequeño empujón. Dustin le devuelve el gesto con el doble de fuerza, consiguiendo tirar a Mike de culo y encarándose a su verdadero objetivo—. ¡¡Eh!! ¡¿Pero de qué coño vas, tartaja?!
Los ojos de Dustin resplandecen con el fulgor anaranjado que anuncia el uso de su poder y explica su repentino ímpetu; acto seguido le propina un rápido derechazo en la mandíbula a Keith que consigue tumbarlo.
—¡Eh, está usándolo! —se alarma uno de la pandilla que ayuda a Mike a levantar—. ¡Está usando eso!
Ignorando los gritos de sus compañeros, la mayoría amedrentados, Dustin se echa sobre él a horcajadas y comienza a golpearle en la cara una y otra vez. Pero Keith no ofrece ninguna resistencia o contra-ataque ante la lluvia de puñetazos, algo que inquieta a aquellos que conocen bien su pronto.
—¡¡Puto monstruo!! —le grita Mike, sin atreverse a interceder—. ¡Déjalo en paz!
—¿Por qué no se defiende? —se lamenta su amiga Cynthia, encogida de miedo. Victoria está demasiado ocupada para contestarle, abrazando a Grace con tal de evitar que vea la escena e igualmente sobrecogida.
Keith empieza entonces a toser atragantado por su propia sangre, momento en el que Dustin frena fugazmente su ensañamiento y alguien tira de él con fuerza para separarlo de su compañero.
—Se acabó. Esto es demasiado —le oye bramar al corpulento profesor que le agarra sin cuidado. Dustin recupera la noción del tiempo y del espacio, dándose cuenta de que es uno de sus profesores de gimnasia el que ha conseguido alejarlo de Keith, que ahora se retuerce por el suelo agobiado por su atragantamiento, mientras llaman al personal de enfermería.
«Lo veo todo rojo», es lo único que Dustin puede pensar mientras su profesor le amonesta con dureza por su gravísima falta, llevándole a rastras al despacho de la directora; Es el único que se ha atrevido a interceder, ya que incluso algunas profesoras cercanas se han amedrentado al verlo usar su Stigma.
A Dustin le tiembla hasta la vista. Sus ojos terminan posándose en un detalle de su profesor que le hiela la sangre al momento: identifica en su otra mano una jeringa, probablemente su única defensa ante un Stigma descontrolado.
«La tinta... la sangre de Keith, mi ropa. Mi vida».
«Todo está en números rojos».
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