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18. El peso en los hombros



Tras recorrer sin ningún tipo de prisa los extensos pasillos que le conducían hasta la salida del instituto, llega hasta la puerta principal y comprueba por sí mismo los comentarios que oyó por el camino, por parte de sus compañeros: estaba diluviando.

Deteniéndose en la entrada mientras los demás alumnos iban saliendo por grupos o por parejas, compartiendo en algunos casos un paraguas, Dustin se queda allí de pie, viendo la lluvia caer. Piensa en lo mucho que los días de tormenta alteran a sus compañeros, como si nunca hubiesen visto una, y lo diferente que se siente al darse cuenta de que lo que le provocan a él es paz: le gusta pensar que el agua sirve para limpiar lo que otro ha ensuciado, y caminar bajo la lluvia le hace sentirse mejor.

Ensimismado, cierra los ojos y respira profundo, notando como la tensión que acumula en la nuca le está empezando a provocar el dolor de cabeza habitual de cada día. Colocándose los cascos que llevaba sujetos al cuello y metiendo la mano en el bolsillo de su chaqueta, con tal de alcanzar el botón de encendido de su viejo walkman, detiene su movimiento al ver por el rabillo del ojo que todavía queda una persona más allí, aparte de él.

—Está bien. No pasa nada. Esperaré a que pare un poco —dice Victoria, la misma que inició el percance en clase, hablando por teléfono. 

Dustin frunce el ceño al atribuirle parte de la culpa de su mala situación con Grace, un gesto que transforma en extrañeza al oírle el tono tembloroso a la chica cuando continúa hablando.

—Que no, que da igual. En el hospital te necesitan más que aquí. Sí... Yo también te quiero, papá.

Dustin ve como su compañera cuelga el teléfono y, acto seguido, le escruta con la mirada, importunada por su presencia. Él mira a ambos lados, repentinamente nervioso; No recuerda cuando fue la última vez que la altiva y admirada Victoria Fisher se dirigió a él, en lo que llevaban de curso. 

La elegante y estilizada muchacha, de ojos claros y melena dorada perfectamente recogida con una diadema, solía ser bastante selectiva con sus amistades.

—¿Y tú, qué miras?

—N-nada. Solo buscaba... esto —responde vergonzosamente, mostrando el walkman y bajándose los auriculares al cuello de nuevo.

—Hay que ser arcaico, Krausser. ¿Cómo puedes usar ese trasto todavía? —respinga ella, camuflando con ese comentario su tono alicaído de antes—. Tu familia tiene bastante dinero, ¿no? ¿No te da para uno de los buenos, de los de ahora? O sea, es que no puedes estar más pasado de moda.

—E-era de mi hermano. 

Dustin no entiende muy bien por qué se encuentra dándole explicaciones a esta chica que nunca le dirige la palabra. Eso de que clasifiquen a la gente por su fortuna es algo que aborrece bastante.

—Me d-da igual que no sea "moda".

—Ya te veo... Ya.

Victoria suspira, con la cabeza puesta en otros pensamientos. Como si Dustin ya no estuviese allí, la chica se queda observando cómo cae la lluvia frente a ella, recogiéndose de brazos al sentir un escalofrío por la leve brisa que les salpicaba.

El rubio se rasca la nuca, cortado de continuar su ritual de "aislamiento musical" y dudando de si sería educado por su parte, marcharse sin despedirse. No es como si otras veces se hubiese visto en la misma situación con ella en particular, pues lo único que sabe de Victoria es que fue la novia de Keith y que es la segunda mejor alumna de clase, después de él mismo. La diferencia abisal que existe entre ambos es la evidente simpatía de sus compañeros: mientras Victoria siempre fue la más aplaudida e incluso envidiada, Dustin se había convertido con el tiempo en el motivo favorito de los demás alumnos para hacer chiste, algo que en gran parte incentivó el ex-novio de Victoria, Keith.

La imagen de Keith le cruza la mente al pensar en esto y le incomoda, relacionando inevitablemente a Victoria con él. En el momento en que se dispone a continuar el gesto que detuvo para hablar con la chica, esta habla de nuevo.

—Gracias por lo de hoy.

—¿G-gracias? ¿Por qué?

—Por poner a Keith en su sitio. No se da cuenta de que se está pasando de imbécil.

—N-no lo hice por ti. Keith es... un verdadero gilipollas. Se lo merece —dice de pronto, sin pensar, con tal de distraer su motivo inicial, el de empatía por las burlas a Victoria. 

Vuelve a rascarse la nuca al sentirse extraño por su propia contestación, demasiado brusca para una situación en la que habría sido suficiente un "De nada". 

Piensa en que su hermano Sam habría respondido algo muy similar, y eso le hace sonreír con amargura.

—Vaya, Krausser. Se me hace raro oírte hablar tanto y tan... malhablado —admite, con una media sonrisa de sorpresa, todavía cruzada de brazos—. Supongo que debes de estar muy molesto por lo suyo con Cloverfield, ¿verdad? Dicen por ahí que ella te gusta desde Primaria... es cierto, ¿no?

—N-no, yo... —murmura, apartando la mirada. Aunque por un momento baja la guardia y se confía al responder su asunto más personal, rectifica rápidamente y lo encamina por otro lado, volviendo la cara a ella—. ¿N-no van a venir a recogerte hoy?

—Hay que ver, qué metomentodo eres, Krausser.

Dustin enmudece, ante la ironía de que justamente ella diga eso, después de lo que le preguntó a él.

—Pusiste la oreja, ¿no? Cuando hablaba con mi padre.

—N-no...

—Vas a tener que aprender a mentir, Krausser. Así no llegarás muy lejos.

Molesto, tuerce hacia un lado los labios mientras se dedica a escarbar en su mochila, con tal de sacar de esta el paraguas portátil que siempre llevaba y nunca utilizaba, por su extraña afición por mojarse los días de lluvia en lugar de cubrirse de ella. Una vez lo encuentra, lo coge y tiende la mano, ofreciéndoselo a Victoria.

—¿Qué? No. ¿Y tú qué? ¿Me quedo yo tu paraguas y tú te mojas? O sea, menuda gracia, ¿no?

—M-me gusta la lluvia. No iba a usarlo, de todas formas —insiste él, dando un movimiento leve con la mano para que reconsidere la oferta.

Con la boca ligeramente abierta, Victoria no abandona su expresión de fingido incordio, sabiéndose hipócrita al haberse preocupado por él de esa manera tan ruda como innecesaria. 

Termina por aceptar el objeto, descruzando al fin sus brazos y saliendo de su pequeño blindaje corporal. Dustin entonces camina dirigiéndose a los mojados escalones de la entrada que ya no cubrían el techo del edificio, tras unos segundos bastante incómodos de silencio en el que a ninguno de los dos le nace despedirse del otro de forma cordial.

Es cuando a Dustin ya le alcanza la lluvia, al haber bajado por los escalones, que Victoria alza la voz hacia él.

—Eh, Krausser —dice, consiguiendo que el chico se gire, confuso. Ella mira a su alrededor, cerciorándose sin disimular demasiado que allí no hay nadie más que escuche sus siguientes palabras—. Podemos ir juntos, si quieres.

Él tan solo se queda con la misma expresión de duda, siendo ella la que abre el paraguas y, una vez lo tiene erguido sobre ella, camina hasta estar a su lado, cubriéndole de la misma forma. Se ve en la necesidad de alzar un poco más el paraguas para que esté a su altura, ya que Dustin le sacaba bastantes centímetros de altura a ella.

—Mi casa está más cerca de aquí que la tuya, ¿no? Te coge de camino —dice ella, intentando sonar casual y que su repentino ofrecimiento no le resulte raro. Él simplemente asiente, mientras ella le cede el mango del paraguas, sintiéndose incómoda de tener que llevarlo siendo la más bajita de los dos.

Caminan por las aceras uno al lado de la otra, con el único sonido de fondo de la lluvia y sus pasos chapoteando al andar, con algún que otro vehículo circulando por la carretera y salpicando al pasar. Dustin se fija en que Victoria no deja de mirar a su alrededor mientras camina, como si le preocupase que algún conocido les viese juntos; durante algunos minutos, se convence a sí mismo de que es una actitud comprensible por su parte, ya que quizá la chica popular querría seguir teniendo una perfecta reputación, en la que no se la relacionase con él, la "diana oficial" de la clase para los chistes fáciles.

Pero algo en su interior le impulsa a romper el silencio que reina entre ambos, para aclarar un tema que le está afectando demasiado, no solo a él.

—Oye, Victoria —consigue decir, tras un leve carraspeo. Ella voltea la cara hacia él, sorprendida. No esperaba que fuese él quien hablase primero—. ¿Puedo preguntarte algo? Es un poco... personal.

—¿Personal? —cuestiona enseguida, y las palabras empiezan a salirle una tras otra a una velocidad inesperada—. ¿A qué vienen esas confianzas, Krausser? 

Ante la mirada de extrañeza del chico, Victoria se tensa y continúa, aún más molesta.

—Mira, no te hagas ideas raras, ¿vale? O sea, si estoy acompañándote es porque me das pena. El truco de prestarme el paraguas te ha funcionado para darme lástima, sí, pero nada más. 

—¿L-lástima...?

—Que ya no esté saliendo con Keith no significa que esté vulnerable y pueda entrarme cualquiera, ¿entiendes? Yo no soy la chica fácil que ahora todos dicen que soy —sentencia, ahora con un matiz dolido en la voz—. No estoy "desesperada". ¡Y si lo estaba, solo era con él! Y ahora... ahora ya no importa nada de eso. Así que ni lo intentes.

El discurso ha sido tan tenso que ambos han detenido sus pasos. Las palabras de Victoria han sonado a desahogo, y el chico ha tomado más atención en las últimas frases que en las del principio, pues con ellas puede entender un poco mejor la actitud que la chica ha tenido en los últimos días, la posible razón por la que los compañeros que antes la admiraban ahora ven normal reírse de ella en clase, a la mínima oportunidad. Incluido Keith.

—L-lo siento —responde él, con un susurro—. No debí decir nada. Perdóname.

Ella resopla, llevándose dos dedos a la frente.

—¿Qué te perdone, qué? No has hecho nada, estúpido —repone, molesta al escuchar tan rápido una disculpa. No estaba muy acostumbrada a ellas—. Soy yo la mala, siempre lo soy. La que grita, la que fuerza a las personas para que hagan lo que quiere. Para que la quieran —dice, y suelta un suspiro de desencanto, mientras abre sus manos y las deja caer de golpe—. Como si todo fuese tan fácil como fingir ser la "chica perfecta" que mi padre cree que soy. La que saca matrículas de honor y se terminará casando con su impecable amor de instituto, un chico decente que no sea un macarra problemático...

A Dustin le empieza a sonar familiar la película que Victoria le está contando. Salvando las diferencias, puede ver que ambos sienten la misma presión por convertirse en esos seres perfectos que sus padres parecen desear.

La chica vuelve a cruzarse de brazos y ladea su postura, interpretando el silencio de Dustin como incomprensión hacia lo que acaba de decirle. Está visiblemente arrepentida por haberse mostrado tan vulnerable ante él, algo que no solía hacer ni siquiera con sus amistades, las que le tenían en un altar hasta hacía poco.

—Yo.... S-sé cómo te sientes, Victoria. A mí me pasa lo mismo —confiesa al fin, sin darse más tiempo a sí mismo para pensar si debe o no, sin trabarse. Siguiendo aquél consejo de Sam y diciendo lo que siente en el momento, sin más preámbulo—. Quizá... nuestros padres n-nos entenderían, si decidiésemos contarles cómo nos sentimos. ¿No crees?

—¿Y que se llevasen una decepción? No... Prefiero quedármelo solo para mí —dictamina con rapidez—. Bastantes han tenido ya.

Dustin no puede evitar sonreír ante esa respuesta, tan inesperada como familiar. Un gesto que no pasa desapercibido para Victoria, que enseguida alza las cejas y abre la boca, achinando los ojos después.

—¿Te estás riendo de mí, Krausser?

—¿Qué? ¡N-no! No es eso —niega, meneando de lado a lado la mano libre para acompañar su respuesta—. E-es que eso que dices es justo lo mismo que pienso yo del mío.

Relaja un poco los hombros, ahora que Victoria ha abandonado su felina mirada acusatoria.

—S-siento que si puedo evitarle quebraderos de cabeza, debo hacerlo. Pero claro... Si te lo guardas todo, al final el que tiene dolor de cabeza eres tú. Y entonces t-te debilitas, porque no puedes más, y fallas porque la expectativa está demasiado alta... Y él termina viendo únicamente tu fallo. Así que al final, acaba sufriendo igual, o incluso más, ¿no crees? P-por eso ahora pienso que lo mejor es... decir las cosas en su momento.

Victoria se ha quedado con la boca igualmente abierta, pero ahora es por el asombro que siente al ver a su compañero hablar tanto del tirón y ofreciéndole una respuesta tan acertada a su problema.

—Vaya. Ahí me has pillado —consigue decir, soltando una tenue carcajada de incredulidad—. O sea, no tenía ni idea de que pensaras de esa forma, Krausser. Siempre te había visto como alguien... Distinto.

Él simplemente se encoge de hombros como respuesta. Retomando su caminar en paralelo bajo el mismo paraguas, Victoria vuelve a hablar después de un largo silencio que ella aprovecha para pensar como puede enmendar su hostilidad inicial hacia él. Para cuando lo hace, se da cuenta de que ya han llegado hasta su casa.

—Bueno. Es aquí —anuncia la chica con un suspiro, descruzándose de brazos e indicando a Dustin que detuviese sus pasos como ella—. Esta es mi casa.

Dustin observa el solar en el que se encuentran; el camino empedrado que lleva por el jardín hasta la casa de dos pisos le recuerda bastante a la suya. Es un barrio pequeño y conocido, no tiene que dar muchos más pasos para llegar hasta donde él vive, y se pregunta interiormente por qué nunca ha coincidido con su compañera, siendo así que vivían tan cerca. El rubio reconoce demasiado bien esa calle, pero la lluvia parece nublarle cierto recuerdo, que le pica como una etiqueta de la ropa molestándole en la nuca. Es cuando decide voltear la cara que ve y recuerda la casa de color verde oscuro que se encuentra justo enfrente de la de Victoria, entendiendo por qué le sonaba tanto.

—Sí, es la casa de Cloverfield —señala con cierta dejadez—. Por si no tuviera bastante, la tengo enfrente para ver como él viene a recogerla cada día —añade, hastiada. Resopla antes de farfullar lo siguiente—: No entiendo qué diablos le veis.

—T-te acompaño hasta la puerta.

Camina junto a ella hasta llegar al portal de su casa, subiendo los cuatro escalones del porche y pudiendo cerrar el paraguas cuando deja de ser necesario cubrirse con él. Pero se le resbala al hacerlo y el paraguas cae al suelo, ya cerrado. 

—Ay... p-perdón.

—Ah, Krausser, ¡pero qué torpe eres, por favor! —se queja, agachándose al igual que él para recogerlo. Ella lo agarra antes, pues el chico se ha quedado un tanto avergonzado por su torpeza y ha retirado la mano antes de tiempo—. En fin... Te diría que pasaras para dejarte algo de ropa seca, pero seguro que me dices que no, claro —comenta ella una vez incorporada, de nuevo con ese ritmo acelerado y agudo salido de la nada—. No es como si tuviese ropa de chico, aparte de la de mi padre, y no quiero que me riña por rebuscar entre sus cosas, así que mira, yo...

—N-no pasa nada, d-de verdad —le interrumpe él, al ver que de no hacerlo no dejaría de excusarse—. No me queda mucho para llegar hasta mi casa. Estaré bien —asegura, ajustándose al hombro la mochila y llevándose la otra mano a la nuca, nervioso—. N-nos vemos mañana, ¿vale?

—Ah... bueno, como quieras. Yo lo decía por ti. 

Victoria observa como el chico da media vuelta y baja los escalones. Al ir a cruzarse de brazos cae en la cuenta de que ella se ha quedado con su paraguas en la mano: alza de nuevo la cara y lo ve mojarse, viendo lo poco que le importa. Recuerda que hizo lo mismo cuando salieron del instituto y entiende que no le mentía cuando dijo que le gustaba mojarse. 

Se debate entonces en sí misma, antes de lanzarle una última pregunta.

—Oye... Krausser. 

El chico vuelve a detenerse y voltea la cara para atenderla. Ella se aclara la voz, molesta.

—¿Qué es... eso que querías preguntarme?

Bajando levemente los ojos al pensar en ello, Dustin vacila un poco antes de responder.

—Q-quería saber si Keith cuidaba bien de ti. Cuando erais novios.

Esa contestación pilla desprevenida a Victoria. La manera en que Dustin ha formulado la frase la hace creer por un momento que es por ella por quien se está preocupando y no por la actual novia de Keith, Grace. Sonríe al entenderlo, negando con la cabeza al sentirse tan tonta por su pequeño malentendido.

—Él y tú ya ibais juntos en segundo. Lo poco que sé de Keith es de cuando éramos pequeños, cuando jugábamos juntos a fútbol en el recreo. Él era siempre el líder del grupo y todos le tenían por alguien bastante mandón, pero a mí me resultaba gracioso, hasta me caía bien. Hubo una temporada en que éramos amigos, incluso —explica el chico, con cierta añoranza en la voz—. P-pero después él... cambió, cuando pasamos a Secundaria, y se hizo como Mike y los demás. Por eso n-no sé como será ahora, ni si... —duda un poco antes de seguir, al pensar que a Victoria pudiese sentarle mal nombrar a la nueva chica de Keith. Pero continúa, tras carraspear, al ver que ella asiente como si predijese lo que él iba a decir—. S-solo quiero saber si estará portándose bien con Hannah Grace, es todo.

—Sí, me cuidaba —responde, calmada, tras asentir con una sonrisa agridulce ante la preocupación de Dustin—. Y es probable que a ella también la trate bien. Aunque espero que con ella se abra más —dice, algo más bajo—. Supongo que a mí nunca me perdonó por ser quien era.

—¿S-ser quien eres? ¿Qué significa eso?

Ella guarda silencio por unos segundos.

—Mi madre. Es abogada. Una muy buena —aclara, con un tono más serio, mientras le sostiene la mirada—. Keith siempre me lo negó. Pero yo sé que nunca me perdonó que mi madre ayudase a sentenciar el divorcio de sus padres. Ese fue el motivo por el que él cambió tanto —le confiesa—. Por no hablar de su padre y su odio por...

—¿P-pero como podría culparte a ti de algo así? —le interrumpe entonces él—. Es absurdo...

—Eso pensé yo —asiente, frunciendo levemente los labios con tal de disimular su tono quebradizo—. Pero yo prefería pensar que se trataba de eso, antes que admitir que él nunca quería hacer nada conmigo porque le daba asco.

La voz le tiembla tanto que ha de girar la cara y llevarse una mano a la boca, al soltar lo que llevaba tanto tiempo reteniendo. Coge aire para rematar. Las siguientes palabras las dice entre dientes, como si estuviese cabreada consigo misma.

—¿Como no iba a estar desesperada? La chica más perfecta de la clase, incapaz de conseguir que su novio vaya más allá de lucirla como un maldito trofeo, delante de todo el mundo —se abre de brazos, encogiendo los hombros y negando con la cabeza—. ¿Por qué? ¿Qué es lo que hago tan mal?

La última pregunta que enuncia Victoria tiene tanta fuerza que Dustin duda de si ha hecho bien dejando que la chica se desahogue, sabiendo que no depende de él responder a esa pregunta. Aun así, necesita hablar para tranquilizarla, creyéndose culpable por haber sacado el tema.

—N-No has hecho nada mal, Victoria —responde al fin, sin esperar a que ella le mire para continuar hablando, pues la chica había apartado la mirada ante su silencio—. Es... difícil elegir a las personas a las que queremos. P-pero no es culpa nuestra, si no nos quieren tanto como nosotros a ellos. Cada uno... quiere como puede, no como los demás quieren que lo haga.

Al bajar los ojos al suelo, no ve que Victoria ahora sí le está mirando.

—Por... por eso yo seguiré queriendo a Hannah Grace, aunque ella esté enamorada de otra persona —admite, y se rasca la nuca al hacerlo, como si le fuese doloroso decir aquello. Baja un poco el tono al pronunciar las siguientes palabras—. Me gusta pensar que el amor es preferir que la otra persona sea feliz, sea como sea.

La chica imita su gesto y baja la mirada al escuchar eso, dejando los ojos puestos en el paraguas de su mano. Dustin no han solucionado su problema, pero siente que sus palabras actúan como si se tratasen de agua oxigenada vertiéndose sobre una herida; ella sabe que son buenas y que le ayudarán a curarse, con el tiempo, aunque ahora le escuezan.

—Tienes razón, Krausser —continúa, tras sorber con la nariz levemente—. El problema es que yo no sé si él es feliz, haciendo lo que hace... Y, desde que le dejé, todo el mundo piensa que soy la mala. Que fui yo la que le engañó. Que, como estaba tan "salida", buscaba lo que él no me daba en cualquier otro.

El rubio frunce el ceño y no piensa ni un segundo su respuesta.

—Quien piense eso es gilipollas —suelta, provocando tanto en él como en ella una reacción de desconcierto que termina en risa.

—Lo siento —se disculpa ella, aunque lo que verdaderamente quiere decir es "Gracias". Sorbe con la nariz de nuevo y se pasa el índice por esta—. No le digas nada de esto a nadie, por favor. Solo me faltaba que creyesen que soy una llorona...

—D-descuida. Nos vemos mañana.

Asintiendo con gesto calmo, vuelve a girarse para reemprender su camino a través de la lluvia. Le da al Play donde la cinta se paró la última vez, en su canción favorita. La chica se queda allí plantada en el portal de su casa, viendo como su compañero se aleja recorriendo sin prisas el camino empedrado de su jardín: sujeta ahora con ambas manos el paraguas que Dustin no parece querer de vuelta, acercándolo a su pecho y permitiéndose una sonrisilla de asombro ante la situación que acaba de pasar. 

«Ojalá todo fuese tan fácil entre nosotros como lo era antes. Cuando éramos niños», se lamenta internamente Dustin, mientras vuelve a colocarse los cascos para amenizarse musicalmente el tramo que le faltaba hasta casa; la canción que suena es aquella que más le recuerda a su chica favorita, With or Without you, de U2.

«Antes no dolía nada de lo que me dijeras» piensa, con su querida Hannah Grace en mente, con unos años menos y una sonrisa más sincera en su rostro. «Ni siquiera cuando supe que te gustaba otro chico».

◇◇◇

Cuando al fin llega a su casa y pretende ir a dejar el paraguas mojado dentro del cubo metálico, Dustin se da cuenta de que ni siquiera lo lleva encima, recordando entonces que se lo quedó su compañera. Suelta el aire de golpe y termina sonriendo ante su despiste crónico, negando y llevándose la mano hasta la cara.

«Debo de haberle parecido un idiota», piensa, «Aunque al menos hoy no parecía tenerme tanta aversión como acostumbra».

Deja su chaqueta mojada en el perchero de la entrada, sacudiéndola un par de veces. Todavía entretenido con la música que sale de sus cascos, y enredado en sus propios pensamientos, no es consciente de que su "sordera" le impide saber si hay alguien más en casa, dirigiéndose directamente hacia las escaleras que le llevarían hasta su habitación.

Está a punto de cruzar la puerta de su cuarto cuando, de pronto, una mano de dedos finos se posa sobre su hombro desde atrás y le hace dar un respingo del susto.

—¡J-joder! ¿Mamá? —grita, con un ridículo gallo en la voz, bajándose de un tirón los cascos al cuello.

—¡Ay, lo siento! ¡Es que no me oías llamarte! —se disculpa ella, casi tan sobresaltada como él, aunque con una sonrisa divertida en la cara provocada por la reacción del chico—. Hoy has tardado un poco, y tu padre y yo hemos salido antes —le explica, pero se detiene al observar mejor a su hijo, cambiando su tono a uno más alarmado, mientras le toca el pelo mojado—. ¡Pero si estás empapado! ¿Para qué te compré un paraguas?

—E-es que me...

—¡Vete a cambiarte! Y luego vienes. Tu padre quiere que comamos juntos, ¿puede ser?

Esa frase le cae como un jarro de agua fría, y eso que venía mojado de la calle; Con tanto pensar en Hannah Grace, olvidó que su plan era trabajarse un discurso que darle a su padre, durante el camino a casa. Ahora está en blanco y solo puede maldecir a su dispersa y dolorida cabeza.

—¿Y q-qué hay de Heather? ¿Ella no está? —titubea él como respuesta para salir al paso. Piensa que quizá, si está su revoltosa hermana, distraerá la atención de él y le dará algo más de tiempo para idear respuestas decentes para su padre, si este le preguntaba por Sam.

—Hoy comía en el Clover's, con Felicity —dice, dejándole estar el pelo cuando él sacude un poco la cabeza con molestia, pidiéndole con eso que dejase la mano quieta. Ella se cruza de brazos y ladea la cara, analizándole la mirada con la suya—. ¿Es que no hablaste con ella, en el descanso de clases?

—N-no. ¡No estoy todo el tiempo vigilándola, mamá! Ya es mayorcita —responde molesto, escapándose rápidamente hacia su habitación con tal de esquivar esa mirada que siente tan intrusa. 

Al momento se arrepiente; El portazo que da por culpa de su rapidez al entrar al cuarto sobresalta a su madre, que por algún motivo parece estar algo tensa

—¡L-lo siento! Es que hay corriente...

Tras un silencio un tanto incómodo, la oye pedirle que no tarde en cambiarse, que le están esperando bajo. Dustin sabe reconocer dos tonos muy diferenciados en Claudia: uno es el que suele utilizar el noventa por ciento de las veces, el de su contagiosa y cálida sonrisa, una alegría de esas que parece imposible eclipsar. El otro, el que le está escuchando ahora: La de la angustia controlada y disfrazada de gesto apenado y voz firme, ese diez por ciento de probabilidad que Dustin conocía por las ocasiones en las que la mujer lo pasaba mal, cuando sus hijos tenían algún problema.

«Está clarísimo. Quieren hablar del tema» reconoce, repasando cada detalle de la situación mientras se desviste para ponerse una camiseta y unos vaqueros secos, dejando el walkman tirado por el escritorio junto a los cascos. «De esta ya no me puedo escapar. Aunque lo gracioso es que, técnicamente, sí que puedo hacerlo. No hay nadie más rápido que yo» sonríe para sí, ante su absurda y cobarde opción, «Pero debe de ser muy cansado tener que huir continuamente de tus problemas».

Habiendo intentado relajarse, por medio de las respiraciones pausadas y controladas que tanto se esmeró en enseñarle su madre desde que era niño, Dustin entiende que sus nervios y su cansino dolor de cabeza no desaparecerían hasta que afrontase de frente al problema.

«Soy un idiota hipócrita. ¿Cómo es posible que le diera aquél consejo a Victoria, si ahora sólo pienso en lo mucho que quiero esconderme de mi padre?».

Baja las escaleras y olvida como era eso de respirar con tranquilidad, al enfocar sus pensamientos en su padre mientras oye sus voces de fondo, charlando con calma en la cocina a la que ahora mismo se dirige.

Le invade una chispa de esperanza al notar ese tono sereno en su padre, imaginando por un momento que todo son paranoias suyas, que tal vez la noticia solo haya quedado en anécdota entre Arnold y Sebastien. Piensa que quizá ha sido demasiado derrotista y que nada de lo que temía va a ocurrir, porque hoy es un día como otro cualquiera, donde comerá junto a sus padres sin más, como acostumbran a hacer desde hace años.

Con esa certeza que le forma una sonrisa de tranquilidad en los labios, llega hasta la mesa donde su padre y su madre se encuentran ya sentados, esperándole. Claudia gira la cabeza para saludar discretamente a su hijo, mientras que Arnold se limita a anunciar con seriedad "Te estábamos esperando". La chispa de esperanza que le asaltó hace un momento se evapora, al ver que su imponente padre ni siquiera le mira cuando él toma asiento, en la silla que se encuentra entre ambos.

—L-lo siento —se disculpa él, observando ahora la mesa y fijándose en que no hay nada servido—. ¿Vosotros ya habéis comido? —se le ocurre preguntar, nervioso, creyendo por un momento que ha tardado tanto que empezaron a comer sin él; Esto de perder la noción del tiempo con sus reflexiones empieza a suponerle un problema.

—Todavía no. Antes tenemos que hablar.

—¿Hablar? ¿D-de qué?

Su tono de inocencia postiza hace que Arnold necesite respirar hondo y mirar a su mujer, antes de continuar hablando.

—De lo que tú y Samuel estáis haciendo.

Con una sonrisa nerviosa, Dustin desvía los ojos hacia su madre, quien le mira afligida con cara de "Hoy no ha podido venir el Poli Bueno".

—N-no estamos haciendo nada malo —responde al fin, tras negar con la cabeza y encogerse de hombros, llevando una mano con la otra para empezar a hacer crujir entre sí los dedos, entre sus rodillas—. Solo nos vemos, y hablamos. Somos hermanos, ¿qué hay de malo en que nos relacionemos? 

Posa los ojos en el centro de la mesa; No está preparado para decir eso mismo aguantándole la mirada a su padre.

Apoyando los antebrazos sobre la mesa, Arnold prosigue con el mismo tono profundo y pausado que tanto intimida a Dustin. No es un hombre de muchas palabras, así que las que dice tienen siempre una muy buena razón de ser.

—¿Por qué repites tanto la palabra "malo", hijo? Eres consciente de que lo que ha pasado es algo malo, ¿cierto?

—Vale, e-esto no. No he hecho nada tan malo como para merecer un tercer grado. Estoy bien, ¿no me veis? Ya está, eso es todo. D-dejad de ver fantasmas donde no los hay.

—No son fantasmas, Dustin —sentencia el hombre, con una voz que si bien suena autoritaria, se nota a simple vista que está conteniendo un enfado todavía mayor—. Escúchame, ¿Crees que tu madre y yo nacimos ayer? Sebastien lo supo desde el principio e hizo bien en contárnoslo, aunque en realidad fuese innecesario. No se te da demasiado bien mentir.

—Ya, claro —ironiza, rodando los ojos. Se ha cruzado de brazos desde que su padre empezó su respuesta, delatándose a sí mismo en la técnica más utilizada de escudo emocional—. Papá, ya no trabajas para la Secreta, deja de tratar esto como si fuese un caso de la Policía.

—Ya no soy policía, pero sigo siendo tu padre —alega, obviando la fortuita impertinencia de su hijo—. E hice mal en vigilarle solo a él. Por mi error, casi tenemos un disgusto contigo con esa estúpida carrera. ¿Te das cuenta de que podría haber pasado una desgracia?

—E-espera, ¿qué? No —rebate al momento. Ahora sí le mira, y las palabras le salen en retahíla con tal fluidez que hasta él se cree su mentira—. El que compitió fue Sam, no yo. Yo solo fui a verle, con Logan. Conseguí animarle a que participase, porque sí, eso es lo que hago, ¡animarle! Y no hago otra cosa, desde que volvimos a vernos. ¿Eso te parece algo malo?

—Existen muchas cosas que me parecen mal, Dustin. Y tu actitud y tu imprudencia son las que más me preocupan ahora mismo.

—¿Pues sabes qué? Que me da igual lo que te parezca —reprocha, de nuevo con esa insolencia tan extraña en él—. Sam es mi hermano y se preocupa por mí. No como vosotros.

Claudia ve a su marido cerrar los ojos y respirar profundo en lugar de responder, un gesto que le indica un mal presagio. Se adelanta a él y toma la palabra.

—Nosotros también nos preocupamos por ti, Dustin —puntualiza la mujer—. Y por Samuel. Por eso no hemos dejado de saber de él... Siempre hemos sabido como estaba y qué hacía, desde la distancia —añade con voz endulzada, al tiempo que lleva su mano hasta el hombro de su hijo.

—¿Desde la distancia? ¡Y-y eso por qué! —se queja, atónito—. No tenéis ni idea de lo que él está sufriendo, ¡d-de lo solo que se ha sentido, durante años! ¡Y todo porque papá solo acepta la puta perfección! 

Su grito da luz verde a su padre, que le responde al momento con un fuerte manotazo en la mesa.

—¡No se trata de perfección, Dustin! ¡SE TRATA DE RESPETO!

El rubio se tensa y aparta inmediatamente la mirada, amedrentado. Claudia se mantiene erguida, a pesar de conservar el gesto afligido.

—Tu hermano no se está preocupando por ti si permite que te juegues la vida por él. No te está haciendo ningún favor, mintiéndote y aparentando ser un buen modelo a seguir, dejando que te metas en unos mundos tan peligrosos, de los que jamás se regresa igual que se entra.

 El hombre toma una pausa antes de continuar, al ver agua en los esquivos ojos de su hijo mediano.

—Él tomó una decisión, y nos dejó a todos fuera cuando lo hizo. Incluido a ti; Decidió marcharse porque aquí el mundo no giraba a su antojo, y no permitiré que te convenza para que hagas lo mismo. Tú no eres él, Dustin. Ni lo serás jamás, por mucho que te subas a esa moto.

—No pensaba serlo. S-solo quería hacer de hermano. N-nadie más puede hacerlo...

—Antes de hacer de hermano, debes hacer de persona, hijo. De tu persona —rebate con dureza—. Eso sí que es algo que no puede hacer alguien más.

Dustin entonces lleva los ojos hacia su madre, que ha espejado el rocío en ellos al verle de aquella forma. Ella vuelve a posar su mano sobre su antebrazo, dedicándole una dulce sonrisa que parece intentar decirle "Todo saldrá bien", aunque sus cejas mantienen el gesto de lástima comprimida. El chico se encuentra avergonzado, al ser consciente de que él es el culpable de esa tensión que su risueña madre ha tenido que sufrir.

De pronto siente demasiado peso sobre sus hombros, una imperiosa necesidad de alejarse de todo aquello. Un sentimiento que le impulsa a levantarse bruscamente de su asiento y poner distancia física entre él y sus padres. Da unas cuantas zancadas hasta el recibidor y oye a su padre hablarle mientras coge su chaqueta aún mojada, la motera de cuero rojo que Sam le regaló: esa que "le quedaba mejor que a él". 

—Dustin, no hagas ninguna tontería —vocifera el hombre, aun sin moverse de su sitio. Se sabe capaz de detenerle solo con la voz—. Tu familia está aquí, no allá.

El chico ya se ha vestido la chaqueta y ahora mira desde ahí a su padre, con resentimiento.

—Pues aquí no me siento bien. Voy a esperar a Logan en su casa. Cogeré un taxi —responde tajantemente él, antes de coger la puerta y salir por ella dando un portazo, habiendo lanzado una última mirada a su madre para "tranquilizarla", al explicar que no se iría con Sam, como ellos temían.

Arnold suspira profundamente, cuando el silencio vuelve a dejar a la lluvia del exterior como la única protagonista. 

Claudia se cambia de asiento para ocupar el que usó Dustin, acercándose así a su marido y depositando su mano sobre el hombro de este, tranquilizadora.

—No hará nada. Lo sé —afirma la mujer, contestándole los pensamientos de preocupación a su marido—. Es un buen chico. No es capaz de dejar que nadie sufra por él. Lo veo en sus ojos... No miente.

—Es como tú, Claudia. Siempre lo ha sido —termina respondiendo, con una mezcla de ternura y de pesar—. Por eso quiero protegerlo para que siga siéndolo. Y esta vez no pienso fracasar como padre.

Pensando únicamente en alejarse de su casa, Dustin camina bajo la lluvia hasta haber recorrido unas cinco manzanas. Todavía sintiendo la impotencia latiéndole en el pecho, Dustin resopla con gran hastío y detiene súbitamente sus pasos, arrepintiéndose de su idea de ir a ver a Logan. 

Como siempre, la inercia de necesitar ayuda le lleva a sacar su teléfono del bolsillo. Pero, esta vez, no pretende pedir ayuda a nadie, no busca mostrar debilidad... si no todo lo contrario. 

Abriendo su lista de contactos, desliza hasta llegar al nombre de "Hannah Grace". Dustin, con gesto contrariado y calado por la lluvia, suspira profundamente y se sienta en el bordillo de la acera: sin detenerse a pensar en nada más, se dedica entonces a escribirle al fin aquello que su hermano le recomendó hacer con su chica favorita, sin importarle nada más que decir lo que sentía por ella. 

Sin filtro. Sin esperar a que "venga otro y se coma el bocadillo", como Sam dijo. 


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