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17. Las corazas del corazón



Vuelve a ser lunes y el cielo tiene un tono plomizo, cubierto de nubes oscuras: anuncia una tormenta de las buenas.

Alternando la mirada entre su jarra de cerveza y el ventanal de su bar predilecto, Caesar sigue esperando a que su amigo Sam, sentado frente a él, termine la llamada telefónica que le ha estado ocupando durante quince minutos, desde que se han sentado.

Es una charla animada y superficial. El mayor de los Krausser sonríe mientras habla, pues es con su hermano pequeño con quien habla. Pero es una sonrisa que no le llega a los ojos, pues los tiene fijos en Caesar y una parte de su mente ya presiente el tipo de conversación que va a tener con él: lleva esquivándole desde hace tiempo, pero desde el sábado Caesar ha intentado localizarle en vano, para saber de primera mano cómo fue la competición, cuyo incidente repercutió notablemente en los periódicos locales.

—Sí, bueno. Yo no lo llamaría así, aunque ella cree que somos algo más —comenta, evitando decir nombres frente a Caesar, como si él no supiese ya que de quien habla es Jessica, con quien sabe que Sam tiene una especie de relación, desde hace poco—. ¡Por supuesto! Este sábado empezamos en serio con el entrenamiento. Ya te dije que a la siguiente, me tocaba presentarme a mí, ¿eh?

Tras unos segundos, la llamada finaliza con una amable despedida por su parte, con esa pequeña promesa de que volverán a verse esta misma semana. Aclarándose la voz de un carraspeo fuerte, Sam deja sobre la mesa su teléfono móvil sin cuidado, con cierta desgana. Tiene su cerveza frente a él, pero lo único que hace con ella es mirarla mientras recuesta la espalda en su asiento, apoyando los codos sobre la mesa, meditando cuál sería su siguiente frase: Había quedado allí con Caesar por petición de este último, pero desde que han llegado no han intercambiado ninguna palabra, pues la llamada de Dustin interrumpió su incómodo silencio durante quince largos minutos.

—Al menos ahora sé que te funciona —comenta al fin Caesar, tras darle un sorbo a la suya—. El teléfono —aclara después, al predecir que su amigo le malinterpretaría, como ya era costumbre.

Sam dirige los ojos hacia él, irritado. A pesar de haberse tomado su tiempo para tratar de calmarse, ignora la pequeña broma hacia su costumbre por no devolverle nunca las llamadas, y se lanza directo hacia el motivo de su disgusto.

—Contra Aiden. Contra Aiden Jackson, Caesar —masculla, resaltando cada sílaba con tal de agravar su significado—. Mi hermano pequeño se enfrentó a Jackson, el piloto al que sancionaron por arremeter contra su contrincante en plena carrera, hace tres años.

—Eso fue hace mucho. Cumplió ya su condena. No como otros.

—¿Que "fue hace mucho"? —grita, dando un fuerte manotazo sobre la mesa.

 Sobresalta ligeramente a una pareja que se encontraba sentada cerca. Caesar, en cambio, permanece impasible.

—No me jodas, Caesar. No tenías ningún puto derecho a meterte en nuestros asuntos.

—Así que él te contó que vino a pedirme consejo, ¿no?

El silencio estomagante de antes se enuncia de nuevo. Sam chasquea la lengua con desagrado, en lugar de responder a la pregunta, girando la cara hacia el ventanal: Ha comenzado a chispear, y desde ahí puede ver como la lluvia incipiente moja su moto aparcada. El teléfono móvil de Caesar, que descansa sobre la mesa al igual que el de Sam, vibra en ese momento debido a un mensaje entrante que su dueño ignora. Sam lo mira de soslayo al oírlo, pero no alcanza a ver a quién pertenece el mensaje.

—¿Te llegó a decir por qué acudió a mí, Sam? —continua sosegadamente Caesar, inclinando el pecho sobre la mesa para estrechar la distancia entre ellos, intentando mantener la privacidad que Sam desbarataba con su elevado tono—. ¿Te habló de lo mal que lo pasó, cuando se topó con un tipo que le amenazó, porque su hermano drogadicto le debía dinero? Dime, ¿te hizo algún comentario sobre eso?

Sam mantiene la mandíbula tensada, volviendo a mirar por los cristales del restaurante. Resoplando con hartazgo, vuelve sus ojos claros hacia Caesar, para responderle.

—No. No me dijo nada de eso —confiesa, con voz tomada de quien detesta admitir un fallo demasiado grave—. ¿Quién fue?

—Un tal Tony Price. Te suena, ¿verdad?

El mayor de los Krausser traga saliva al oír ese nombre, sin dejar de fruncir la frente. Se frota rápidamente la nariz y lleva ambas manos a su jarra, envolviéndola con ellas, para beber y disimular el gesto de antes.

—Claro que me suena —responde con molestia, tras el trago—. Ese puto imbécil... ¿Quién coño le manda?-

—Le mandan sus jefes, seguramente. ¿Qué importa, quién haya sido? Lo grave de esto es que Daxx quiere ayudarte. Y ambos sabemos cómo terminó la última persona que intentó ayudarte a salir del pozo.

—Oh, sí. Lo sé muy bien, por supuesto que lo sé. Recuerdo perfectamente como el último que se metió en mis asuntos, también acabó metido en la cama con mi chica. ¡Cómo olvidar algo así!

Afectado por sus últimas palabras, Caesar se queda observando como Sam vuelve a beber de su jarra, manteniéndole esa mirada de hostilidad que acostumbraba a dedicarle. Ahora es él quien tiene la mandíbula demasiado tensa como para responder de inmediato.

—Eso ya lo hablamos, Sam —murmura, pasados unos segundos demasiado largos. Su habitual temple parece desestabilizarse, al tocar aquél tema que Dustin no llegó a preguntar en su día—. Yo solo... le hablé a tu hermano sobre lo mucho que le necesitas. Quise animarle, motivarle de alguna manera, lo de la competición fue algo que propuso él mismo —confiesa, de mirada esquiva, rodeando su jarra con ambas manos, tal como hizo antes Sam—. Pero cometí el error de dar por hecho que tú le detendrías a tiempo, que estarías allí para hacer de "hermano mayor"...

Sam le clava la mirada al escuchar eso último, con la respiración pesada, conteniendo su rabia. Caesar le mira de frente para continuar hablando.

—Tu hermano es un chico muy especial, Sam. Tiene una mente brillante, yo la he visto. Puede... puede llegar a ayudarte mucho, si tú se lo permites y eres verdaderamente honesto con él, si correspondes a su nobleza. No conviertas esto en otro enfrentamiento. No lo necesitas.

—¿Vas a decirme , lo que yo necesito? —espeta de pronto, siendo él quien inclina ahora la cara hacia su interlocutor, desafiante—. Escúchame bien, capullo hipócrita. Esta es mi vida, es mi familia. No voy a dejar que nadie vuelva a quitarme lo que es mío, ¿te enteras? Esta vez no me quedaré de brazos cruzados viendo como otro pajarraco carroñero se lleva lo que me importa.

—Sam, eso no es lo que...

—Si me entero de que vuelves a llenarle la cabeza de mierda sobre mí, te daré la que llevo años guardándote, ¿me oyes? Te llenaré la cara de tantas hostias que no te reconocerá ni tu puta madre —prosigue, apuntándole a la cara con el dedo índice—. Y esta vez no me frenará Reggie.

—Estás desviando el tema, Samuel —repone con firmeza, a pesar de que el rubio se ha levantado de su asiento y él ha de alzar la cara para poder mantenerle la mirada—. ¿Vas a dejar que Daxx pague tus platos rotos? ¿Es eso lo que quieres? Porque es lo único que conseguirás, si continúas siendo el problema y no parte de la solución. Todavía estás a tiempo... Hazle el favor que no quisiste hacerle a Regina y aléjate de ese mundo de una puta vez, o lo arrastrarás a tu infierno.

—Qué sabrás tú de "mi infierno" —masculla, recogiendo del asiento su chaqueta de cuero y su teléfono de la mesa—. Te lo advierto, Blackhood. Aléjate de mi hermano —ordena, acercándose a su cara al pasar por su lado y enfatizando las últimas cuatro palabras que pronuncia, antes de marcharse.

Caesar deja que su amigo de la infancia abandone el establecimiento, permitiéndose relajar levemente la tensión que acumuló en sus hombros, rodando los ojos hacia el exterior de la ventana y exhalando, impotente ante la situación. Tras ver como Sam se pierde por la mojada carretera con su moto, mira de soslayo su teléfono móvil descansando sobre la mesa.

Tomándolo entre sus anilladas manos y comprobando que el mensaje que le llegó hace unos minutos era de su preocupada novia, le tienta la idea de contarle lo sucedido y compartir con ella su decepción, pero no consigue convencerle. Su rostro mantiene una expresión neutra, templada a pesar de los temas tan espinosos que acaban de revolverle la conciencia y el estómago.

El enigmático joven tiene algo en mente. Y ese algo no incluye a Regina todavía, a quien responde con un simple "Todo se arreglará".

  ◇◇◇  

—¿Entonces ya está todo arreglado? —pregunta Logan, insatisfecho.

—¡Eso parece! —sonríe Dustin, habiendo finalizado la llamada, en el gran comedor del instituto, donde acostumbra a reunirse con su amigo en las horas de descanso—. P-pero ¿y esa cara? ¿No te alegras de que todo haya salido bien? Incluso Aiden Jackson está perfectamente, después de lo que pasó. Aunque le han prohibido volver a participar en cualquier competición, claro. Al parecer ya lo había hecho antes...

—No, si no es en ese en quien estaba pensando —repone, apoyando los antebrazos sobre la mesa, mientras mastica y hace crujir los aperitivos salados que sacó de la máquina expendedora. 

Se queda un rato callado, achinando los ojos al fijarse en uno de tantos garabatos que decoraban su brazo, como si se tratase de una chuleta con la respuesta que buscaba. Finalmente relaja la vista y la vuelve a su amigo, que le miraba con atención.

—Más bien le daba vueltas a lo de tus padres.

—¿Mis... padres? ¿A qué te refieres?

—Sí, bueno. Tu padre —especifica, llevándose a la boca otra de esas bolitas crujientes—. ¿Es que a ti no te ha dicho nada, sobre lo que ha salido en las noticias?

A Dustin se le preocupa fugazmente el gesto, pero antes de que empiece a indagar en su propia situación, su amigo continúa hablando.

—Te lo digo porque resulta que saliste en la portada del periódico de ayer. Bueno, tú no, el gili ese de Jackson. Pero dentro sí que se habla de ti. Pone tu apellido.

—N-no lo sabía...

—Yo me he enterado esta misma mañana. Sebastien me ha preguntado "sutilmente" sobre mi gusto por la lectura, antes de enseñarme el ejemplar que guardó de ayer. Ni siquiera sabía que él leía esas cosas —prosigue, encogiéndose de hombros—. Y así, llega y lo suelta sobre la mesa, ¡plaf! Interrumpiéndome la tostada mañanera, después de liarme con preguntas tope raras. A ese hombre le encanta el teatro. ¡No veas lo que me marea, antes de ir al grano! Me pone nervioso. Normal que siempre acabe contándole lo que sea, sin darme cuenta... ¿Tú sabes el miedo que da cuando-

—Espera, espera —le interrumpe el rubio, alertado—. ¿Qué dices que le has contado a Sebastien?

—Oh, nada. Solo le dije que acudimos para ver a tu hermano —contesta, y se lleva otro saladito a la boca—. Tu apellido estaba en ese periódico, Dust. Era absurdo que negase que allí participó un Krausser, así que mi privilegiada mente pensó rápido en una salida. Y et voilá, dio con la respuesta más lógica: Tú y yo fuimos a ver participar a tu hermano mayor. En mi maravillosa versión, fue él quien se jugó la vida, no tú. ¡Caso resuelto! —dice, y alza la mano a espera de que Dustin levante la suya y la choque, un gesto que no sucede.

—En... entonces, ¿Sebastien sabe que hemos visto a Sam?

—Eso es —responde, bajando la mano ante el poco éxito—. ¿Hice mal? Oh, venga, ¡no había muchas más escapatorias, tío! Y Sebastien ya me dio el toque de atención, ¿recuerdas que te lo conté, cuando todo este asunto empezaba? No le dije nada entonces, pero me pidió que te vigilara yo a ti. Yo a ti, ¿puedes creerlo? ¡Pero si tú eres el mayor, el que me tiene que dar clases de repaso! —se ríe, ante la absurda situación—. Ay, este Seb, qué cosas tiene.

—N-no hiciste mal... es sólo que...

Le vienen a la cabeza demasiadas cosas. Entre ellas, la que trató de ignorar durante todo el domingo y la mañana de ese lunes: El silencio absoluto de su padre hacia él. Algo que en su momento agradeció por no tener que afrontar sus famosos interrogatorios pero que, solo ahora que enfocaba mejor el problema, ve claramente que, en esta situación, un silencio puede equivaler a un problema aún más grave.

Su padre no es estúpido, como tampoco lo es Sebastien, su viejo amigo. Que pasara la mayor parte del tiempo fuera de casa trabajando no mermaba en absoluto sus habilidades para estar al tanto de todo. A Dustin le fascinaba, desde que era niño, la asombrosa capacidad que ambos poseían para controlarlo todo y a todos.

Un don que ahora le aterraba y, en cambio, a Logan no parece afectarle lo más mínimo. Dustin atribuía esa tranquilidad al hecho de que se complementaban a la perfección: Logan, fanático del riesgo, no tenía de qué preocuparse si Sebastien siempre iba un paso por delante de él.

Pero, en su caso, hay algo que le impide estar tranquilo con su padre: No puede ser sincero con él, porque sigue sin saber qué pasó realmente entre él y Sam para que este último terminase apartado de todo el mundo.

—Tranqui. No se enfadó —le confiesa, inclinando su bolsita de salados hacia él, ofreciéndole. 

Dustin, reticente, introduce la mano en ella y se lleva uno a la boca, mientras Logan sigue hablando al ver que a su amigo no le desaparece la cara de preocupación.

—Sabes que a él lo único que le importa es que estemos bien. Y lo estamos, ¿no? Eso fue lo que le dije, y es todo lo que podrá contarle a tu padre, cuando hable con él —continua, y Dustin se dedica a beber de la pajita de su zumo, al secársele la garganta con ese último comentario, con la mirada inquieta—. ¿Qué es lo peor que puede pasar? ¿Que te prohíba volver a verle? Pf. Ya ves tú, ¡pues nos escapamos por la noche, cuando estén metidos en la cama, y ya! A lo mejor incluso les da por volver a hablarse con él, ¿te imaginas? ¡Que gracias a ti, tu padre y tu hermano volviesen a hablarse! ¿No sería genial?

—¿Qué es lo que sería "genial"? —aventura con dulzura Heather, tomando asiento a su lado inmediatamente, sujetándose la cara con ambas manos, expectante.

—¡Joder, Heat Her! ¡Ponte un cascabel!

—¡"LOOOL"!

La chica se ríe, robándole una bolita de la bolsa furtivamente. Felicity viene con ella, como es costumbre, y toma asiento de manera más calmada que su mejor amiga, al lado del preocupado Dustin.

—Sentimos la tardanza, chicos —se disculpa la morena con un suspiro, colocando sobre la mesa su fiambrera de plástico, con su habitual menú vegetariano—. Es que venimos de hablar con la directora, y...

—¿La directora? —exclama Logan, con tan poco cuidado que acaba atragantándose y tosiendo. Heather palmea su espalda para ayudarle a despejar el saladito que se le cruzó por otro lado en la garganta—. ¡Pero si vosotras sois buenas! ¿Qué hacíais, hablando con la directora?

—No es necesario hacer nada malo para tener una conversación con un adulto, Logan. Fue ella la que necesitaba hablar conmigo... soy la delegada de clase —continúa, y vacila en decir lo siguiente, al ver a Dustin con gesto taciturno—. Y la hermana de Grace.

—¿Gracie? ¿Qué pasa con ella? —pregunta Logan, mirando igualmente a Dustin al hacerlo, quien ahora presta más atención a lo que Felicity dice. 

Heather aprovecha la distracción para robarle otra bolita a Logan. Él nota el evidente robo y le sonríe, negante.

—Bueno. Me preguntó por ella. Por cómo actúa en casa y todo eso, ya sabes —responde con simpleza, quitándole hierro al asunto. Retirándose un mechón del hombro, cambia rápidamente de tema e incluso anima el tono—. ¿Y vosotros? Vamos, contadnos los detalles. ¿Cómo fue el famoso torneo?

—Espera... Felicity —la interrumpe Dustin, dejando el zumo sobre la mesa—. ¿Qué pasa con Hannah Grace?

—Nada que no le pasara antes... supongo —termina contestando, con peso en las pestañas. Se ajusta las gafas al puente de la nariz para seguir hablando—. Es que... En casa ya ni habla con mamá, y conmigo menos, aunque eso ya era costumbre. Come y cena por su cuenta, se pasa el día encerrada en su habitación o... con Keith.

Logan hace una mueca de extrañeza.

—Espera, ¿y qué pinta la directora en esto? ¿Tiene una cámara en vuestra casa para ver todo eso, o qué?

—No, pero está suspendiendo sus exámenes de recuperación —rectifica rápidamente la morena, con vergüenza ajena en el tono, ya que solía sentirse responsable de la irresponsabilidad de su hermana—. Parece ser que sus "repasos" con Keith no corresponden al temario de clase.

—¡Felicity! —le reprocha Heather, con ojos muy abiertos y un leve gesto que le indica que hablar así delante de Dustin es mala idea.

—Yo... No quería decirlo así. Lo siento.

Él niega levemente con la cabeza, restándole importancia.

—Quise decir que... tal vez ella esté descentrada. Supongo que es lo normal cuando una tiene novio, pero... —Suspira, con cierta impotencia—. Con ella es imposible saber qué pasa realmente. Nunca habla, nunca explica lo que le pasa y, cuando le preguntas, pone esa sonrisa absurda que nadie se cree ya. Dice que todo está bien, ¡pero no lo está! Y yo ya estoy harta de ver a mamá preocuparse, pagarle un terapeuta tras otro y que a ella le de igual...

—Pues yo creo que hay que hacer algo —anuncia Logan, cediéndole la bolsita entera de saladitos a Heather, murmurándole entretanto un "Cuida bien de ella" que Heather le ríe—. Dust, habla tú con ella.

—¿Q-qué? Por... ¿por qué?

—Porque vas a su clase. Ya sé que dijiste que no te meterías en sus decisiones, en sus relaciones tóxicas y todo ese rollo, pero esto es por un bien mayor, Dust. ¡Entiéndelo!

—¿"Bien mayor"? —cuestiona Heather, enarcando una ceja mientras se termina la bolsa que Logan le cedió—. ¿Qué bien mayor?

—Está clarísimo —responde, y muestra a Felicity con ambas manos extendidas—. La Señorita Delegada está sufriendo. Y eso es un pecado que tiene solución. Y esa solución es nuestro querido amigo —continúa, ahora mostrando a Dustin, al lado de Felicity—. Él es el único con el que Gracie ha llegado a abrirse, a decir lo que piensa, ¿me equivoco?

—P-pero si yo no...

Heather se dedica a comer de los aperitivos de Logan, fingiendo estar ocupada y tener así excusa para no tener que hablar y contar lo que habló ella con Grace, sobre Keith: todavía se siente algo responsable de la decisión de esta, de modo que prefiere dejar que sea su hermano Dustin quien se encargue de "arreglarlo", tal como propone Logan. 

—Logan tiene razón —interviene Felicity—. Tú sigues siendo su amigo. Que esté saliendo con otro chico no tiene por qué romper vuestra amistad, ¿no? Eres como un hermano para ella.

—No puedo creerlo... ¿Felicity acaba de darme la razón?

—No te acostumbres. —Abre al fin su fiambrera y oculta mal una sonrisa. Justo en ese momento, el timbre suena y anuncia la vuelta a las clases—. ¡¿Qué?! ¡Pero si ni he empezado!

—¡"Loool"! ¡Tranquila, ten de la mía! —le ofrece Heather, acercándole la bolsa que Logan le dio—. Oh. Oh vaya. Ya está vacía. ¡Jiji! Sorry.

Logan no puede evitar reírse de la situación tan absurda, levantándose de su asiento y yendo hacia la máquina expendedora de la que sacó su bolsita, prometiéndole a su amada delegada que volvería con más y mejores, importándole poco "jugarse la vida" por ella, por contrabando de golosinas en clase.

Una vez el trío se despide de Dustin, él se dirige a su clase, donde espera encontrarse con su chica favorita, con la que debe hablar.

...

Al llegar al umbral de su puerta, ve allí esperando, de brazos cruzados, a la compañera más respetada de su clase: Se trata de la elegante ex novia de Keith, Victoria Fisher. La chica no parece darse cuenta de que está entorpeciendo el paso estando allí de pie, porque cuando Dustin carraspea tímidamente para hacérselo entender, ella chasquea la lengua y le dedica una mirada de hastío, de arriba a abajo, antes de apartarse y dejarle pasar, resoplando.

Al llegar a su pupitre y sentarse en su asiento, ve desde ahí los sitios de Grace y de Keith vacíos. Suspira, pues ese detalle es algo habitual en los últimos días: Keith siempre es el primero en abandonar las clases y el último en llegar a ellas, una costumbre que Grace también tenía. Ahora que los dos eran novios, Dustin veía esa falta de puntualidad como un punto en común que los unía, románticamente. Ese pensamiento le molesta y trata de desviar su mente a otra parte, revolviéndose el pelo de la frente y pensando ya en su otro problema a resolver: qué le diría a su padre al llegar a casa, cómo le hablaría.

Con los brazos tendidos sobre la mesa y la frente reposando en ellos, se enzarza tan profundamente en sus reflexiones que pasa por alto que sus compañeros han ido llegando al aula y tomando sus asientos, entre ellos, Keith y Grace. Solo cuando la profesora alza la voz para dirigirse a una de sus alumnas, Dustin sale de sus cavilaciones.

—Señorita Fisher, ¿acaso piensa pasarse toda la hora ahí de pie? ¿O tal vez se ve en condiciones de dar usted la clase?

Se oyen las risillas de algunos compañeros, seguidas de comentarios que la tildaban de "listilla" o "trepa", mientras Victoria descruza sus brazos y se dispone a obedecer a la profesora, sin abandonar su expresión de molestia. Uno de esos aguantes de risa mal disimulados pertenece a Keith, y Dustin lo reconoce tanto por la cercanía a su asiento como por la cantidad de veces que lo ha oído reírse de él. Quién sabe si porque sabe lo mal que se pasa cuando se burlan de uno, o porque simplemente se trata del tío que está saliendo con la chica que le gusta, pero en ese momento Dustin siente unas ganas terribles de cruzarle la cara a Keith.

Un deseo que se queda en una simple mirada de desprecio, hacia su compañero de atrás.

—¿Te duele algo, chato? —pregunta con sorna, adelantando el pecho a su mesa para acercarse a él—. Te noto el gesto nublado hoy, algo así como el día que hace.

Dustin resopla con hartazgo.

—¿Por qué eres tan imbécil?

La risotada que suelta Keith ante esa pregunta inesperada hace que la profesora fije su atención en ellos. Hoy no parece ser un buen día para nadie.

—Puedes contarnos a los demás ese chiste tan gracioso, Connor —propone con desidia la mujer, apoyando la mano sobre su escritorio por un lateral, sujetando en la otra el libro que se disponía a leer ante el resto de alumnos—. Quizá alguien más quiera reírse de tus tonterías.

—Ah, no eran mis tonterías, señora Neilson. Eran las de Krausser.

—No quiero volver a oírte en lo que queda de mañana, Connor —ordena con una irritación nada disimulada.

—¿Qué? ¡Pero que fue él! Me insultó. ¡Yo no dije nada!

—Nos conocemos demasiado bien ya, Connor —rebate enseguida, casi interrumpiéndole—. Nadie te culpa de haber elegido ser el payaso de la clase. Pero para hacer el imbécil en mi hora, mejor te quedas en tu casa. Al menos así permites que tus compañeros puedan avanzar sin tener que soportar tus estupideces de niño de infantil.

Por primera vez, es Keith el que guarda silencio mientras los demás se aguantan alguna que otra risa o le miran con asombro, igualmente sorprendidos de que él no responda con alguna de sus impertinencias, esta vez.

Dustin le dedica una última mirada a Keith y lo ve apoyar la espalda en su asiento, apartándole la cara. Su sonrisa habitual se le ha borrado y en su lugar ahora muestra una expresión de total aversión.

—Tartaja de mierda —lo oye murmurar, cruzándose de brazos. 

 Dustin nota una sensación de satisfacción a la que no está acostumbrado, después de habérsela devuelto a Keith de esa manera. Desde esa postura todavía girada, pone los ojos en su chica favorita, sentada en la fila contigua a Keith: ve entonces como Grace le observa fijamente, llena de indignación, negando ligeramente con la cabeza. Ese gesto le descoloca tanto que no es capaz de formular en voz alta la pregunta.

"¿Qué le pasa? ¿Se ha enfadado conmigo por poner en evidencia a Keith?", trata de comprender, frunciendo el ceño ante lo absurdo de esa afirmación. "Pero si es lo que hacía él todo el tiempo conmigo. ¿Qué diablos le pasa ahora?".

Esa última hora de clase se les hace eterna. El humor que trajo la profesora de Filosofía se contagió a todos los presentes, haciéndoles desear que terminase cuanto antes para poder irse a sus casas.

En cuanto suena el timbre que anuncia el final de la jornada, Keith es el primero en levantarse de su silla, bruscamente, con un chirriante arrastre de las patas rayando el suelo con su asiento. Al pasar por el lado de Dustin, le procura un fuerte empujón intencionado en el hombro. El rubio se ha pasado toda la hora pensando en si lo que hizo estuvo bien o mal, de modo que no responde a la provocación, y se queda mirando como Keith sale del aula sin pararse a esperar a nadie, ni siquiera a su novia Grace. Esta última le ha llamado un par de veces para pedirle que la espere, en vano.

Dustin ve eso y no puede evitar sentirse culpable de la molestia de su chica favorita. La observa desde su sitio con arrepentimiento, y la chica se percata de esto, reaccionando de manera irritada al guardar sin cuidado sus cosas en la mochila.

—H-Hannah Grace, yo...

—Te sientes mejor, ¿no? ¿Te ha hecho gracia, hacer lo mismo que él? ¿Ponerte a su nivel? —responde rápidamente, deteniéndose—. Déjale estar, ¿vale? Ya tiene bastante.

—N-no... no es eso. Quería hablar contigo.

Con el ruido del resto de compañeros moviendo mesas y hablando en alto, intenta alzar el tono para ser oído con claridad, pero le cuesta levantar la voz viendo a Grace tan afectada por su culpa. Le parece ver, al fijarse en sus ojos verdes, que bajo ellos se extiende una sombra que antes no solía tener tan acentuada, típica de las personas con problemas de insomnio.

—H-Hannah Grace... ¿Estás bien? Tu hermana...

—Tú y mi hermana podéis iros a la mierda, ¿vale? Vosotros dos, Logan, Heather... ¡todos! Estoy harta de que os metáis en mi vida —reprocha con voz temblorosa, entrecerrando los ojos y negando, exasperada—. ¡Sólo... dedicaos a la vuestra! Dejadnos en paz a nosotros. Nadie os ha pedido que os hagáis los héroes.

—Hannah Grace...

La chica no puede soportar que su amigo le mantenga esa mirada de indulgencia que acostumbraba a dedicarle, así que recoge su mochila y se marcha aprisa, con la esperanza de alcanzar a su novio. Dustin se percata entonces de que el aula se ha quedado vacía, dándose cuenta de a qué nivel llega a absorberle la presencia de su chica favorita, cuando la tiene delante dirigiéndole la palabra. 

«No entiendo a Hannah Grace. ¿Es que hace falta pedir que te salven cuando estás mal, para que alguien quiera hacerlo?».

Recoge sus libros y los mete en su mochila y lo único que consigue, al intentar alejar su pensamiento de esta odiosa situación, es recordar el otro problema que le traía de cabeza: la más que posible bronca de su padre cuando este volviese del trabajo.

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