11. El cambio
Comienza de nuevo la jornada escolar.
El refrescante fin de semana queda atrás, habiendo dejado en cada integrante de la pandilla un recuerdo especial; una reunión que llevaba años sin ocurrir.
Ha sido una experiencia agradable para la mayoría, pero uno de ellos ha aprovechado estos dos días para, además, tomar una importante decisión: Hannah Grace se ha propuesto imitar a su querido amigo Dustin, comportándose de manera más "abierta" con el resto del mundo, alejarse de esa costumbre que tiene de esconderse en su habitación cada vez que se nota frágil ante el resto de personas, fallando al colegio.
Decide empezar esa misma mañana, en clases, donde acostumbra a distraer su mente cuando debería estar atendiendo a la clase. Están en el último curso y no le conviene faltar, ni despistarse en las pocas clases a las que asiste.
Ella intenta muchas veces centrarse, tratar de entender lo que el profesor dice... pero su mente va por su propio camino, planteándose cuestiones que rara vez tienen que ver con el tema; esa es una de tantas características que a Dustin le atraen de ella, al sentirse tan similar.
«Noto sus miradas en mí. Siempre lo hago... y se creen que no me doy cuenta», cavila mientras distrae de nuevo su mente, en mitad de la primera hora de clase del tedioso lunes. «Soy la rara de la clase. No soy menos rara que Dustin... diría que incluso lo soy más aún, siempre escondiéndome. Al menos, él da la cara... aunque se metan con él».
Sus ojos verdes deambulan taciturnos por la estancia; desde su sitio, atrasado en la última fila, puede ver las espaldas de todos sus compañeros, incluida la de su amigo Dustin.
«Yo ni siquiera me espero, a que me insulten... me aíslo antes de que lo hagan. Les sonrío y, acto seguido, me meto en mi cueva».
Es cuando empieza a pensar en lo diferente que se siente a todos ellos, a los que presupone mucho más inteligentes que ella, que deja la mirada en el compañero que se sentaba en la fila contigua, justo detrás de Dustin; Keith Connor.
Los ojos gatunos de este se encuentran con los de Grace.
—Menudo tostón, ¿eh, chata?
La chica frunce el ceño, extrañada. Keith no suele abrir mucho la boca en clase si no es para meterse con Dustin o para soltar algún chascarrillo "gracioso" al aire. Ella se retira su mechón rebelde de siempre, nerviosa.
—¿Tostón?
—Sí, que es más aburrido que sentarse a ver la tele estando apagada —aclara, estirando sus fibrosos brazos a lo largo de su mesa, des-tensándose—. Yo hace rato que he desconectado...
—Yo... —Se aclara la voz, al no estar acostumbrada a usar ese tono tan bajo para hablar en clases—. Yo creo que no he llegado a conectar, aún.
El chico, de rasgos asiáticos y con una cresta morena y semi-rapada, se le queda mirando ligeramente pasmado de que ella le responda con otra "broma". Sonríe, luciendo en su labio inferior un par de piercings que parecen formar una especie de colmillos de serpiente.
—En realidad, yo todo esto ya me lo sé —continúa, ahora relajando la espalda sobre su asiento, con la cabeza girada a ella—. Si quieres, te puedes venir con nosotros después de clases. Hace rato que no te vemos el pelo por aquí.
—¿Q-quedar? —Todavía no controla el volumen agudo de su voz y, al decir eso, ve que Dustin se gira hacia ella, quien sabe si habiendo oído todo lo anterior.
—Solo quedan quince minutos, chicos —interrumpe de pronto el profesor, dirigido al sector hablador del fondo—. ¿No podéis esperar ni siquiera eso, para contaros las películas?
—Lo siento, yo... Perdone —se disculpa nerviosa la chica, dejando estar el mechón rebelde, para que hiciera su trabajo: taparle media cara, cuando se siente cohibida.
Se oyen las risillas de algunos compañeros. Keith, en cambio, no se altera lo más mínimo ante el toque de atención. Sonríe ladinamente a Dustin cuando este le mira, entre confuso y molesto, desde el asiento de delante.
—¿Qué me miras tanto, chato? ¿Es que te gusto, o qué?
El rubio simplemente se limita a resoplar, dándole de nuevo la espalda cuando este se inclina sobre su mesa. No le soporta.
—Ya decía yo —suspira, girando de nuevo la cara hacia Grace, quien ahora tiene la cabeza bajada hacia su libro y con el flequillo haciéndole la "cortina protectora". Él niega, sonriente.
Ella, en cambio, sigue nerviosa por haber llamado la atención. Se queda mirando a Dustin, quien ya volvía a estar de espaldas a ellos, como si la respuesta que ella le debía a Keith dependiese de él, de su opinión.
«No debería depender tanto de Dustin. No tiene nada de malo tener otros amigos», se dice a sí misma. «No quiero parecerle una inútil, alguien que solo está ahí para pedirle ayuda o para que la defienda de los demás».
Mira a Keith y, en ese momento, no se para a pensar en por qué llevaba tanto tiempo sin dirigirle la palabra a este chico, el único por el que ha sentido algo desde que era niña. Solapa los recuerdos y los remordimientos que pudiesen frenarle de darle una respuesta afirmativa, pues se ha decidido a ser como Dustin: ser más sociable, abriéndose a los demás.
«Tal vez, está sea mi oportunidad de cambiar... una hoja en sucio para evolucionar, sin mancharle a él», se reafirma, mirando a Keith. «Puede que así me convierta en la persona que quiero que todos vean. Sobre todo Dustin».
—¿Por qué no? —contesta la pelirroja, finalmente, captando la atención de Keith en el silencio—. Así me pongo al día.
Keith sonríe, ante su inesperada respuesta.
—Genial, chatina —responde él—. Nos vemos a la salida.
...
Una vez la clase hubo terminado, el nervioso corazón de Grace comenzó a latir aún más fuerte, ante su inminente momento de valentía.
Todos hablan y gritan como es costumbre, mientras recogen sus cosas e intercambian planes para lo que harán al salir de allí. Grace se dedica a guardar sus cosas con toda la calma que es capaz, tratando de hacer tiempo para tranquilizarse el pecho. Para dejar que fuese Keith quien tomase la iniciativa y acudiese a ella, intentando evitar un momento incómodo en el que Dustin la viese ir hacia el tío que más se mete con él en el instituto.
Finalmente consigue que Keith camine hasta su pupitre. Ella se encuentra ahora ocupada metiendo a calzo el fichero en su mochila, tan llena como siempre: Keith decide entretenerse cogiéndole el estuche y observándolo con una sonrisa divertida, al ver el estampado de gatitos que tiene en él.
—¿Me lo das, por favor? —le pregunta ella, incorporándose y retirándose un mechón tras la oreja, desconcertada por no saber si esa sonrisa en él es de burla o de ternura—. Tengo que... guardarlo.
—Claro, chatina. —Le devuelve el estuche, sin abandonar su expresión entretenida—. Lo estaba mirando porque pensaba que eran los gatos de una serie que veía yo. ¿Conoces a "Los Gatos Samurai"?
—Los... ¿qué? No, creo que no —titubea ella, descolocada. Se levanta de su silla con la mochila cogida y su mirada nerviosa y zigzagueante termina posándose en el pupitre que Dustin ocupa: lo ve recogiendo también su mochila y caminando hacia la salida, sin siquiera mirarla—. Yo solo...
Keith frunce el ceño al oírle ese tono tan inseguro. Queriendo entender qué es aquello que mira tanto y que la ha detenido, voltea y ve lo mismo que ella: Dustin saliendo de clase sin interactuar con nadie, algo habitual.
—Ah, tu amigo el tartaja —resuelve él, todavía sonriente—. Pobre. Igual se ha picado porque nos ha oído... menudas orejas que se gasta. ¡Lo que no sabía yo es que los bichos raros con Stigma se pusieran celosos por temas de humanos...!
—¿Celoso? ¿Por... qué dices eso? —pregunta, a pesar de saberlo demasiado bien.
Keith la mira con extrañeza en un primer momento, aunque enseguida regresa a su gesto entretenido, creyendo comprender de qué va el tema entre Grace y Dustin.
—Ya lo capto, chatina. Que estás en "ese" plan con él: lo tienes en la zona de amigo total, ¿eh? —le dice, ajustándose la mochila al hombro de una leve sacudida. Ella agacha un poco la cara, avergonzada por el resumen tan claro que acaba de hacer Keith—. ¡Ahora entiendo muchas cosas...! —asegura, entre risas—. Anda, vamos con los demás, que ya estarán fuera. Les saludaremos antes de ir a mi casa, ¿te viene bien?
—Claro —responde, sin meditarlo mucho.
...
—¿Cloverfield? —pregunta sin más Mike, el mejor amigo de Keith Connor, al verlos llegar juntos ante la pandilla.
—La misma —responde Keith—. Hoy va a venirse conmigo a casa, a dar un repaso.
Ese simple comentario hace estallar de risa a Mike y a un par de amigos más, que han captado al momento el doble sentido de lo que acaba de decir su líder. Grace se queda totalmente quieta, sin saber qué decir y con los ojos abiertos de par en par, tensa por las posibles burlas hacia ella.
—Que no, que es un repaso académico. Degenerados —rectifica él, aunque su sonrisa indica que formuló la frase de modo que sonase mal a propósito—. Voy a ponerla al día con lo que se ha perdido en clase.
—Pero ¿eso no es trabajo de ella? —replica de pronto Victoria, dedicando un escaneo visual completo a Grace, desde la cabeza hasta los pies. Posa su mano sobre el pecho—. Es su obligación buscarse la vida para aprobar los exámenes. O sea, si siempre se lo hace alguien, no aprenderá un pepino.
—¿Y ahora me hablas de pepinos, chatina? ¡Que ya habíamos dejado a un lado el tema verde!
—¡No jodas, Snake Man! —interviene Mike, con una risotada. Victoria pone los ojos en blanco, resoplando—. ¡Pero si te encanta!
—Bueno, sí. Pero hoy tenemos a una nueva integrante, no quiero acojonarla tan pronto, hombre.
—¿Nueva integrante? —cuestiona Cynthia, una de las amigas de Victoria—. ¿No iba a ser solo una clase de recuperación, Connor?
—Eso. Aclárate, porque son dos cosas muy diferentes —apuntilla Victoria, cruzándose de brazos—. ¿A qué viene todo esto?
—Que sí, que sí. No me seáis pesadilla, va —farfulla él como única respuesta, caminando ya para alejarse del grupo. Grace se percata de la permanente sonrisa que ha mantenido Keith durante todo el rato—. Nos vemos mañana, capullos.
—¡Habla por ti, desgraciado! —le suelta Mike, a modo de despedida "amistosa".
Keith le hace un leve gesto de cabeza a Grace para indicar que quiere que le acompañe. La pelirroja por fin abandona su posición tensa y estática para ir con él, enormemente aliviada de alejarse por fin de todas aquellas miradas tan juiciosas de Victoria y sus amigas.
Caminando al lado de Keith, sin mediar palabra, Grace toma algo de conciencia de su situación y sonríe sin poder evitarlo.
«¿Victoria Fisher... está celosa de mí?».
...
—Les has caído bien. Todos pensaban que eras una rara antisocial, ¿sabes?
Grace no sabe ni qué responder ante eso, después de un trayecto en el que únicamente ha estado hablando Keith, sobre series de animación japonesa que le gustan a él: esa especie de adjetivo peyorativo la pilla de improvisto, después de haberle visto tan amable.
Resuelve que es una de esas personas sin filtro, que bromea con cualquier cosa que se le ponga por en medio y ni siquiera se para a pensar en las formas.
—¿Tú crees? —Se retira el mechón de la cara, mientras espera a que él abriese la puerta de su casa—. No sé... las chicas no dejaban de mirarme de arriba abajo...
El moreno se lo ríe un poco, abriendo finalmente las cerraduras de su entrada.
—Ellas son así. Victoria no puede evitar hacerle el repaso a las que vengan nuevas, es como una norma suya —dice, mientras se aparta y la deja pasar dentro—. Pero te digo yo que les has caído genial.
—Eso... es raro de decir. Casi no les he dicho nada.
«¿Cómo puedo caerles genial si no saben nada de mí? Quizá sea por eso mismo...».
Pasando ante el ofrecimiento, se siente ligeramente cómoda al ver que la casa de Keith tiene un detalle que le recuerda a la suya: las persianas están bajadas, a pesar de ser mediodía. Sonríe, intentando recordar su plan inicial.
—¿No están tus padres? —pregunta por inercia, nerviosa.
—No —responde, casi cortándola—. Mi padre está... fuera.
Grace asiente ante la áspera contestación, quedándose allí en la sala principal mientras él pasa a la siguiente habitación, subiendo la persiana y dejando ver que era algo parecido a un despacho. Ve desde ahí el enorme terrario de la famosa mascota de Keith, su serpiente pitón.
—No pongas esa cara. Todo el mundo lo sabe, ¿no? —continúa él, parándose mientras dejaba su mochila por allí tirada—. Mis padres están divorciados, desde hace tiempo.
—Sí, bueno... algo había oído —admite ella, en tono más bajo—. Lo siento.
—No lo sientas, chata. La culpa solo fue de ellos.
Grace se recoge de brazos, asintiendo a esa obviedad, sin saber cómo continuar la conversación desde ahí.
—En fin, dejando los dramas a un lado... ¿qué tal si nos ponemos con lo nuestro ya? —dice, mientras se sienta al escritorio—. Dentro de un rato vendrá mi padre y querrá esto libre.
—...Claro. Es verdad. Casi se me olvida a qué habíamos venido... perdona.
—Te encanta disculparte por todo, ¿eh? —sonríe—. Anda, ven aquí.
Grace no recuerda haber estado tan nerviosa en mucho tiempo. Intenta asociar esta situación tan sencilla a las veces en que iba a casa de Dustin a hacer eso mismo, y no consigue acordarse de cómo la hacía sentir; únicamente recuerda aquél día que le contó a Heather, cuando se echó a llorar.
«¿Tanto he cambiado? ¿Seré incapaz de hacer nada con nadie que no sean Dustin o los demás...?».
Sentándose al lado de Keith, este le va hablando para meterla en situación, sobre lo más importante que se perdió de las clases en esos cinco días que ella faltó. No le presta atención, apenas nota que él se ríe de alguna broma sobre algo que al parecer tampoco entendió en su día.
«No sé por qué me siento tan mal, tan extraña... ¿es por mí? ¿Es por él? », insiste, incapaz de ignorar sus duros pensamientos. «¿No voy a poder ser nunca una persona normal?¿Alguien que no esté deseando llegar a casa para...».
—¿Qué eres, como el capitán del equipo de fútbol?
Grace sacude la cara, enrarecida. Ni se enteró de dónde salía esa pregunta. Él sonríe, negante, al verle la cara de confusión.
—Lo siento... no te estaba escuchando.
—Ya, si eso se nota. —Le señala de vista la tela negra que cubría su antebrazo—. Preguntaba por esa cosa. ¿Por qué la llevas?
—Esto... —Traga saliva. Es lo último que esperaba que le preguntase—. Me... me gusta llevarlo, sí. Se lo vi a una chica y quise imitarla.
Se crea un silencio, en el que Keith se dedica simplemente a escrutarla con sus ojos felinos.
—¿En serio? —Ladeando la cara, asiente con lentitud mientras apoya el codo sobre el escritorio—. Y esa chica, ¿también se hacía cortes?
La chica siente entonces un súbito mareo que le pinza desde la nuca. De pronto siente angustia, desea no estar allí. Ojalá estuviese en su habitación, cerrada a cal y canto.
—Yo... ya no lo hago, no hago eso. De verdad, ya no me hago nada ahí... solo son marcas antiguas —balbucea ella, con los pensamientos totalmente embotados.
—¿"Ahí" ¿Quieres decir que en otras partes del cuerpo sí que lo haces? —cuestiona, alzando una ceja con suspicacia.
La chica termina bajando la cabeza, rehuyendo de la mirada del otro por completo. Aprieta los puños contra su regazo sintiendo como si tuviese una piedra atascada en la garganta.
«¿Por qué? ¿Por qué parece que este chico me conoce tanto?» se pregunta Grace, pensando en las heridas que últimamente se hace por dentro de los muslos, con tal de evitar que su madre volviese a poner el grito en el cielo, como cuando supo lo de las muñecas. «No sé si sentirme como una mierda... o como una mierda comprendida».
—Escucha, chatina. Yo nunca he sido partidario de las preguntas banales —continúa entonces, apartándose el pañuelo que él mismo llevaba en la muñeca y mostrando cicatrices en ella, ya antiguas. Ella levanta la cara y ve eso con ojos vidriosos, entendiendo con eso por qué Keith ha sabido "leerla" tan bien—. Ocultar lo que eres es una mierda, te lo digo yo. Es muy cansado.
La cabeza de Grace vuelve a vencerse hacia abajo, sin fuerzas para responder nada ante esa afirmación tan real.
—Tranquila. No le contaré a nadie tu "secreto" —prosigue, ante el silencio de la chica—. Pero, a cambio, tendrás que hacer algo por mí.
—¿El... qué? ¿Qué quieres? —salta ella, disimulando demasiado mal su repentina desesperación.
—Quiero que seas mi novia.
Ella se queda con la boca abierta, sin palabras. Esperaba algo muchísimo peor. Tanto que se avergüenza del tipo de mentalidad puede llegar a tener.
—¿Ser... tu novia? ¿Yo? —consigue preguntar—. ¿Por qué...? Hay muchas más chicas, mejores que yo... Las conoces mejor que a mí —se excusa ella, olvidando que se trata de un pacto que no debería rechazar.
—Simplemente quiero que lo seas. ¿Tienes algún problema con eso?
—¿Problema...? No... es solo que... —Intenta cuadrarlo todo en su cabeza, pero el nervio no le deja. Hace un momento se preguntaba si lo que estaba haciendo estaba bien, y tan solo se trataba de pedir ayuda con los deberes a un chico que no fuese Dustin.
Dustin... ¿sería por él que dudaba, de aceptar el trato de Keith?
—Entonces, hecho —resuelve él—. Yo guardo tu secreto y tú me ayudas a que la gente deje de darme el coñazo con las novias. De esa forma, me aseguro de que no me dejas tirado.
—¿Por qué iba a dejarte nadie tirado...?
—Las tías que conozco son muy cambiantes. Se aburren enseguida de todo —confiesa—. No sé cómo serás tú, pero... al menos tengo algo que hará que te replantees la idea de cansarte de mí.
Grace no puede creer que Keith lo simplifique todo tanto. Ella no entiende este tema del amor como algo que pueda usarse como moneda de cambio, como algo pactado en lugar de algo bonito y fruto del azar.
Pero piensa que, si él revela su secreto, su debilidad más vergonzosa, tendrá muchos más problemas; teme que si algo así llega a saberse, su reputación en el instituto empeorará más de lo que quiere imaginar. Su madre sufrirá demasiado si más gente de la debida se entera de las vergüenzas de su hija mayor. Su hermana Felicity se convertiría oficialmente en "La hermana buena", si no lo es ya.
No es capaz de darle una respuesta con palabras, aún no sabe manejar sus pensamientos para que no le hagan ruido cuando pretende tomar una decisión. Es entonces cuando Keith actúa por su cuenta, inclinándose hacia ella y besándola en los labios, mientras posa su mano sobre la pierna de esta, deslizándola suavemente hacia el interior de su muslo. A pocos centímetros antes de llegar a donde el pantalón corto cubre sus cicatrices más recientes.
Al separarse de Grace, le sonríe como si nada, pero ella tiene el rostro descompuesto. En ese momento Keith no comprende cómo un gesto tan simple como ese puede llegar a provocar en la chica una reacción tan exagerada. Un pánico "salido de la nada".
—Lo siento —musita ella, de nuevo pinzada por ese mareo—. Tengo que irme.
—Ey, ¿y esa cara? Joder, ni que hubieses visto un fantasma, chata. —Se encoge de hombros—. Bueno, no olvides lo que te he dicho, de todas formas...
Aquella finge no haberle escuchado, pero lo ha hecho. Sale de allí tan deprisa como le permiten sus piernas, que aún tiemblan.
Ni siquiera ella misma entiende qué ha pasado ahí dentro. Qué ha sido ese fogonazo en su memoria borrosa, que le ha explotado en la cara cuando Keith, el chico que le ha gustado desde hace años, le ha puesto la mano sobre la pierna. Tan cerca de rozar esas heridas que, hasta hoy, creía que sólo eran físicas.
De vuelta a su casa, Grace no puede pensar en nada más que no sea esa confusa imagen de un hombre adulto teniendo ese mismo gesto con ella, años atrás. No puede dejar de repetirse esa angustiosa pregunta, una y otra vez, mientras sus ojos se inundan de lágrimas:
«¿Porqué? ¿Qué hice yo, para provocarle?».
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