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1. La desidia


—Tan rápido como siempre, Krausser —resuelve el profesor con fingida sorpresa—. He sido ingenuo al creer que te pillaría desprevenido esta vez...

Dustin mantiene su anodina expresión de siempre, tras haberle dado la respuesta correcta casi de forma instintiva.

—Estaba escuchando —responde él, ajustándose sus gafas en la nariz sin necesidad de hacerlo. Está nervioso, pero al menos esta vez la frase le ha salido del tirón.

—Lo sé. Tan solo quería captar la atención del resto —rebate el maestro con un ligero tono de ironía, dirigiéndose a los demás ahora—. Así es como se hace, ¿lo veis?

Murmullos varios alrededor. Dustin da gracias mentalmente por su tez mestiza, que oculta bien sus constantes rubores. Baja la cabeza hacia el libro mientras se revuelve por la nuca su pelo rubio, como gesto recurrente ante la repentina incomodidad. Estar sentado en la penúltima fila de la clase es también de gran ayuda para pasar desapercibido... pero hay días en los que ni por esas se salva de la atención de los maestros y de los propios compañeros.

Ponerle de ejemplo... una estratagema que a Dustin le sabe a rancia, ya. Como cada vez más aspectos en su vida, pues lo único que consigue con eso no es aplicar a los demás, sino ponerle en un punto de mira que él nunca ha pedido. Una diana en la espalda que no necesita.

—No os pido que me respondáis todos igual de rápido, pero no os vendría mal aprender un poco de él, chicos —remata el maestro, encarándose de nuevo a la pizarra.

Acaba de responder correctamente a la pregunta con la que el profesor de Química trataba de recuperar el ritmo de su hora, pero la cabeza del chico es incapaz de encontrarle el lado bueno a esta situación.

Su aula no es una sala demasiado grande y las ventanas no dejan pasar ruidos de la calle pese a estar abiertas de par en par, de modo que allí dentro suele escucharse cualquier comentario, por ínfimo que sea el tono. Dustin oye justo tras él a uno de sus compañeros más "graciosos" bromeando con otro en voz baja, sobre aquello que justamente no llegó a hacer: trabarse.

—¿Que aprendamos a qué? ¿A hablar "c-como si f-fuésemos g-gilipollas"?

El rubio no se gira. Mantiene la mirada puesta en el frente con la nuca tensa y su mente repitiéndose una pregunta interna, luchando contra el impulso de mandar a la mierda a Keith Connor, aquel calienta-sillas. Por miedo a hacerlo tartamudeando y empeorar la situación. Quizá lo único que consigue frenarle esa reacción es el propio agarrotamiento de sus músculos por simple y llana vergüenza.

«¿Qué estoy haciendo aquí?», se pregunta sin levantar la vista del libro. «¿Qué es lo que realmente hago aquí?».

Se ensimisma. Oye la voz del maestro de fondo, pero ahora sí que ha dejado de escucharle.

Aquella pregunta lleva rondándole demasiado tiempo y, por más que intenta encontrar una respuesta que le calme, sus neuronas acaban siempre dándole el mismo chispazo, la misma solución lógica: Porque para ser policía debes estudiar.

Claro. Qué estupidez.

Para un chaval de casi dieciséis años es complicado entender que algo tan crudo le va a llevar justo a donde él quiere llegar, que soportando todo aquello conseguirá su sueño. Muchos tiran la toalla a la primera de cambio sencillamente porque no son capaces de llevar sus pensamientos a una situación tan lejana, a un futuro tan incierto. Son incapaces de asimilarlo todavía porque viven el momento.

Pero para una cabeza como la de Dustin es distinto: debido a su don especial, eso que la gente llama "Stigma", se adelanta a cada situación y piensa más rápido de lo que él querría. Siempre corre más allá del presente, pues todo le resulta tan obvio que le aburre y le genera mil preguntas más, visualizándose a sí mismo en ese futuro pero con su abatida mentalidad actual: ¿Y si cuando llegase allá no daba la talla? ¿Y si decepcionaba a sus padres y en lugar de un héroe era un fracaso humano?

No puede dejar de ver esto sucederse, a cámara rápida, en su mente.

Tiene claro por qué quiere convertirse en un agente de la ley pero, a la hora de la verdad, ¿sería capaz de ayudar a gente como ese imbécil, que se cree alguien burlándose de la forma de hablar de otra persona? Es un chico inteligente y, aun así, le cuestan de entender tantas cosas esenciales de la vida... cosas que, está seguro, nunca podría aprender solo. Ni con esa actitud tan mecánica y acorazada hacia los demás.

Pero, ¿por dónde empezar, cuando se tiene la autoestima bajo tierra y menos elocuencia que un pez? Este dilema le trae de cabeza: nadie está nunca en la misma página que él... y eso le es tremendamente doloroso.

  ◇◇◇  

El timbre suena anunciando el fin de la clase.

Los alumnos se dispersan ansiosos por salir de aquella "hora de la siesta", deseando regresar a sus casas y desconectar de todo aquello hasta el lunes; la típica alegría de un viernes.

El rubio se queda en su sitio, manco de esa ansia que a sus compañeros les entra cuando truena la campana.

«Cuando llegue a casa, no habrá nadie esperándome. Papá y mamá aún estarán trabajando y a Heather todavía le queda una hora de clase», piensa. «No tengo ninguna prisa».

A un ritmo paradójicamente lento, Dustin se dedica a meter sus cosas en la mochila, allí tirada en el suelo. Su mente empieza a pisar el acelerador... pero afortunadamente allí hay alguien que le pisa el freno, evitando que entre de nuevo en su estresante bucle emocional. Una agradable presencia que acostumbra a silbarle dulcemente como saludo personal. El chico se golpea la cabeza con la esquina de la mesa al oír ese familiar silbido.

Es ella.

—¿Todo bien, Dustin? —pregunta con preocupación la pelirroja, tras una mueca de dolor ante su sobresalto accidentado—. Últimamente se te ve un poco decaído —le dice, retirándose un mechón tras la oreja—. Tengo un poco de prisa, el médico me está esperando, pero si necesitaras hablar de algo...

Él se bloquea. No barajó esta posibilidad. ¿Quién iba a pensar que su adorable vecina de toda la vida, la única persona grata de esa clase, se daría cuenta de que estaba ausente? O al menos molesto por las constantes burlas hacia su tartamudez, una de tantas rarezas provocadas por su don y que su personalidad introvertida empeoraba.

Pero en realidad es bastante obvio que la chica se pudiese fijar: ella no es tampoco demasiado popular y sabe reconocer ciertos comportamientos dañinos en sus compañeros, dirigidos la mayor parte del tiempo al único compañero con Stigma

—¡H-Hannah Grace! —Se deshace el pelo al frotarse el futuro moratón, nervioso—. N-no te había... visto.

—¿Ah, no? Vaya... Cada vez soy más invisible. ¡Incluso para ti! Esto le va a encantar, a mi terapeuta... —comenta en un tono más bajo.

¿Invisible? ¿Para él? ¿Cómo podía pensar eso ella? Si Hannah Grace es la única chica que a Dustin le ha gustado no solo es por sus ojos de color verde azulado, ni por su gracia natural e inocente al existir. Prácticamente se han criado juntos, sus padres son muy cercanos. La diferencia de un año entre ellos se "ajustó" cuando a él lo adelantaron de curso al de ella, en Primaria. Además, sus hermanas pequeñas son íntimas.

—De mi dispersa hermana me lo esperaba, pero no creí que también pasase inadvertida para ti. —Se intenta reír.

—¿In... adver... tida?

Ese tono. Ese dolor decorado con humor que ella usa tan a menudo. Provoca en Dustin una profunda curiosidad, se muere de ganas por saber qué pasa por su cabeza. Pero la inseguridad que le genera su estresante don le hace temer; teme "contagiarle" todo aquel agobio mental que él también sufre.

¿Quién en su sano juicio querría cargar de más los hombros de su chica favorita?

—¡C-claro que no! ¿C-cómo vas a ser invisible? Si t-tú eres... Eres...

Ella ya está en el umbral de la puerta con la mano puesta en el marco, esperando con una sonrisa -de esas que marcan el hoyuelo en la mejilla- a que su amigo termine la frase. Están solos y Grace no parece tener ninguna prisa, a pesar de lo que dijo momentos atrás sobre su cita con el médico.

—... Eres guay —sentencia él, con una fugaz seguridad, infundada por la paciente sonrisa de la chica, ahora evolucionada en risa melodiosa.

—¿Con que "guay", eh? ¡Esa me la anoto...! —se ríe ella, sin que Dustin sepa cuánto la ayuda eso a disimular su nervio—. Me gusta cómo suena cuando la dices tú.

Dustin empieza a pisar el acelerador mental de nuevo, a buscarle ya las cien interpretaciones que esa frase pueda tener. Grace entonces se despide con una última y simple frase. Quizá la más alejada del contexto romántico que pudiese existir:

—El chico listo de la clase cree que soy guay.

¡Hasta aquí el primer capítulo! Espero que os haya interesado, a mí personalmente me encantan los comienzos.

Sentíos libres de comentar qué os ha parecido, sobretodo si son buenas impresiones claro... las novatas necesitamos empujones al principio! ;)

Un beso a todo aquél que haya ocupado un poco de su tiempo en leerme ❤

PD: Más pronto que tarde, ¡el siguiente episodio!

PD3: Y aquí las fichas que yo misma hago también, sobre los personajes: trataré de ir poniéndolas según las haga, en el capítulo que se presente cada personaje.

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