Vigésima cuarta
"Estábamos tan cerca el uno al otro, una sensación tan viva que en un parpadeo se esfumó."
—Beka... —Por más que insistiera entre suplicas, reclamos y chantaje el kazajo se mostró firme a su palabra. El enojo de Yuri se incrementó al verle calzarse las botas y levantarse de la cama, la que en ese momento parecía un nido entre tantas mantas y almohadas que yacían desperdigadas en el colchón y sobre el cuerpo del rubio. Pero ni siquiera esto podía guardar el calor de ambos, ni siquiera con el abrazo de Otabek lograba calmar los temblores de su pareja ante el frío de esa cabaña.
—No tardaré mucho, serán unos dos viajes para traer la leña, encenderé la chimenea y listo —como si en su quinta explicación pudiese hacerlo entender de nuevo le mencionó. A Otabek le hubiera encantado seguir encaramado a él pero, sus temblores eran preocupantes.
—¿Vas a dejarme solo después de que casi me partes en dos? —Ah, no. Lo iba a hacer sentir mal con tal de tener a ese guerrero espartano desnudo en la cama, contra su cuerpo. ¿Quien necesitaba el calor de una estúpida chimenea? Cuando tenía a Otabek Altín a su completa disposición.
—Yura, volveré. Lo prometo —por supuesto, la pequeña vergüenza que tuvo al escucharle no bastó para hacerle desistir.
—Pero Beka... —antes que volviera a repetir la escena Otabek le calló con un beso que le robó el aliento, le esfumó las replicas y le creó unas nuevas ganas de hacerlo con él. Ciertamente él y sus caderas perdieron la cuenta de las veces en que lo habían hecho y no sentía la más mínima necesidad de levantarse después.
—Te amo —aprovechó el lapso de calma de su pareja para escabullirse y salir de la cabaña rumbo a la más próxima.
Si no se daba prisa caería la noche y con ella un viento helado que azotaba siempre en esa temporada. Debían estar preparados para soportar los días que estuviesen allí, intentado recuperar algún rastro de las alas de Yura, lo que sea que él pudiese llevarse.
Después de meses en un entorno cambiante no podría haber otro pronóstico más que la pérdida total de lo que alguna vez fueron unas alas magníficas pero ¿Qué más podría decirle a él? Sino solo alentarlo, aferrarse a una mínima esperanza y esperar un milagro, pedir a los cielos que alguna vez lo desterraron que se apiadaran de su hijo caído.
Un milagro, como ver afuera de la cabaña a la que se dirigía un atrapasueños, enorme y con varias plumas negras colgando de el.
"Plumas de ángel..."
Casi perdió al aliento al cerciorarse de su primer pensamiento, examinar el adorno como si fuese una obra de arte, como si ese ramo de madera hecha aro junto con hilo y varias piedras llamativas culminaran el trabajo de años del mejor artista del milenio. El bonus y su verdadero interés fueron las plumas.
¡Eran las plumas de su ángel!
Importándole un demonio la leña y casi queriendo dar un pulmón al anciano para tomar el atrapasueños corrió rumbo a su cabaña, el hombre había sido generoso al dárselo pensando que seria un buen obsequio para la pareja del joven y más que eso. Con un azote estrepitoso de la puerta el castaño anunció su llegada, con un ángel completamente arisco ante la sorpresa, casi imaginándolo como un felino saltando del susto.
—Otabek —El tono molesto y preocupado llegó a sus oídos, lo que pasó de largo sólo para mostrarle el bonito adorno.
—¿Son tuyas? —Pese a haberlas visto solo una vez el kazajo las reconocía a la perfección pero, dudoso de fallar de igual forma preguntó. El rostro de Yuri pasó de intriga a sorpresa, después a asombro y por último a emoción, lo que dejaba a Otabek satisfecho por su racha de suerte o en este caso, milagro.
—Si, lo son
Yura estaba un paso más cerca de salvar a Vitya.
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