Sexta
"Planté una parte de mi en ti, para que crezca y perdure. Alimentala con tu sonrisa, mimala con nuestros recuerdos que será lo único que quedé de mi, porque me marchitaré después que te vayas."
No pudo haber peor hora para haberse ido.
No fue gratificante llegar a casa después de los minutos más largos de su vida intentando memorizar en el trayecto al derecho y al revés las mentiras que les diría a sus amigos, repasarla hasta creerlas el mismo y mandarlas al demonio en cuanto abrió la puerta y fue recibido por la angustiosa mirada de Yuuri y el sombrío semblante de Viktor.
La explicación fue vaga en un principio al preguntar con un deje de sorpresa dónde estaba el chico que dormía en su habitación. Los ojos de Katsuki se ensancharon y fueron a parar a la silueta de su novio que no reparó en contemplaciones al hablar con el mismo deje sombrío que vio por primera vez junto al japonés.
‹ Se fue ›
Ignoró los gritos de Yuuri al dejarlos atrás, no pensó en nada más, su mente no tuvo lugar para nada que no fuese buscarlo pero ¿A dónde? Estaba seguro que no conocía ninguna de las calles de Moscú, podría perderse con facilidad como si de un niño pequeño tratase y la sola idea lo arrastraba más hacia el pánico.
¡Piensa Otabek!
Se reprendió por quinta vez al doblar por una avenida transitada el no haber estado a su lado para enfrentar... Lo que sea que haya enfrentado en su hogar y de lo que Viktor estaría involucrado. Porque no podría dar otra explicación para su huida... Se negaba a creer siquiera que Yura se marchó por voluntad propia porque así lo quiso, porque no lo querría así ¿O no?
De hecho, no tenia motivos solidos para querer quedarse con él, y no es que menospreciara el haberle salvado la vida pero esto no implicaba que dentro de su agradecimiento estuviese el quedarse consigo por tiempo indefinido, después de todo tendría una vida, deseos que cumplir, cosas por hacer, todo sin él, no era indispensable.
Sin embargo, deseó por lo menos despedirse de ese bello ángel.
Al darse cuenta en medio de su monólogo mental su paso se alentó, aceptó abiertamente no tener ni idea hacia donde buscar, pero aún así debió hacerlo, después de saber que quizás no volverían a verse su idea de ir contra corriente perduró y se mantuvo firme tras ver que el clima jugaba en su contra y una tormenta estaba por avecinarse.
Un escalofrío le recorrió desde la espina dorsal al ver la nieve caer de forma más constante. Imaginó aquel día, el delgado cuerpo de ese chico cubierto por un manto blanco manchado de sangre, el como después de hacerlo aferrarse a la vida expresó su odio a un clima tan pesado.
‹ Debe tener frío ›
Quiso verlo, darle su chaqueta y envolverlo entre el calor que se albergaba entre su bufanda. Unas palabras de aliento que bien sabría que saldrían toscas y sin sentido al no poder expresarse bien en torno a las despedidas y al final un abrazo. Fue lo único que pidió. Verlo, solo verlo.
--¡Idiota!
Esa voz salió como una melodía a pesar del insulto, lo acompañó un tirón hacia atrás y un nuevo insulto en otra voz a lo lejos que se perdió. Cuando reaccionó parpadeó confuso, intentando encajar los engranes, notó que estuvo a punto de cruzar una avenida en plena luz verde de no haber sido él.
La maravilla que eran ese par de ojos verdes le miraban con desaprobación con el ceño ligeramente fruncido, los ángeles hacían gestos adorables plasmando cualquier emoción o quizás sólo ocurría con el chico frente a él.
--Ustedes son tan impertinentes --espetó--, siempre paseando como si no fueran de cristal, se puede morir pisando una hormiga ¡Son débiles! Se ahogan hasta en su propia saliva, no tienen ni un grado de-...
Su regaño cesó, se pausó o perdió energía en cuanto sus brazos rodearon al rubio y lo apegó a su cuerpo. Estaba helado, la nieve seguía cayendo sobre ellos sin detenerse y pudo jurar sentir un temblor en él.
--¿Tienes frío?
--... Ya no
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