Octava
"Lo supe desde siempre, que no eras real, que te cree en base a todo lo que siempre quise. Encapsulé mis deseos en ti y puedo decir que fue lo más perfecto que creé."
Nada podía ser tan bueno. Cada cosa llevaba un grado de desconfianza, de malo, un error... Algo que no encajara.
Yuri era ese algo para Él.
Su nuevo departamento no pudo ser tan bueno. Dos pequeñas habitaciones, una pequeña sala junto a una cocina. Un patio cuadrado en la que el rubio se encargó de dar vida con un par de plantas colgando grácilmente sobre macetas de un naranja pálido. Tulipanes, laureles, margaritas, anemones azules. Pero lo pareció, un pequeño espacio perfecto, lleno de vida.
--Te gustan mucho las flores --lo escuchó decir la primera vez que vio su pequeña acción de ese días. Lo vio recargado del marco de la puerta en un gesto vago dando su respectiva atención a cada flor.
--Me gustas más tú --un par de pasos más y paró a dar a su espacio personal. Le encantaba la sensación del calor ajeno embargarle, el choque de temperaturas le hacia estremecerse y hacerse más pequeño contra el pecho del kazajo.
--No creo que quieras ponerme en una maceta también --su mano viajó a aquella cabellera, creó remolinos entre sus dedos halando con cuidado lo suficiente para obligar al menor a alzar el rostro.
--Te cuidaré, no te dará mucho el sol, solo lo necesario, te regaré cada noche y alejaré a las hormigas de tus hojas --tal y como el otro quiso sus ojos se encontraron, la seguridad de Yuri le hizo sonreír como si en verdad fuese a convertirse en una planta solo para él.
Solo ahí podría ver que, pertenecer a la flora no seria tan malo si significaba tener los cuidados de un ángel.
--¿Yo te gusto, Beka?
--Me gustas ¿Sabes como me gustas más? --el chico solo negó--, cuando estas en la cama, durmiendo, lo que deberías estar haciendo ahora en vez de venir aquí
--Es que... Olvidé regar una planta --bajó la mirada, mordió la parte interna de su mejilla y volvió a sumergirse entre la fragancia a roble que despedía Otabek.
--¿Ah? ¿Y asi piensas cuidarme cuando esté en una maceta? --un gruñido se ahogó entre el pecho del más alto y acto seguido los instintos felinos del chico se activaron y lo vio en una carrera hacia su alcoba entre brincos que desembocaron en la cama.
Su habitación tampoco pudo ser tan perfecta. Restregarse entre sabanas y almohadas, soltar un tenue ronroneo atento y esperanzado a que el castaño lo acompañara jamas llegaría a ser perfecto, en cambio, su presencia le alegraba, le hacia aferrarse a su cuerpo y descansar sobre él. Eso no era perfección.
La perfección le aterraba.
La estabilidad le creaba ansiedad.
Las piezas encajadas sin problemas le hacían pensar...
Otabek era perfecto, era bueno... Era real y esas combinaciones nunca perduraban, no para ellos.
Estaban condenados a envenenar todo lo que tocasen. Tarde o temprano lo bueno terminaba, en algún punto dentro de la perfección que creó con Otabek se crearía una grieta que colapsaría su mundo...
Y cuando eso ocurriera seria como perder por segunda vez sus alas.
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