Decimocuarta
"¿Crees qué algún día pueda mirarte sin perderme en ti?"
Un quejido adormilado lo sacó de su ensoñación, de su propio sueño en el que felizmente vagaba sin importar perderse, porque cualquier lugar al que fuera seria hermoso, lleno de color y vida así que, todo estuvo bien. O eso creyó.
Entre la penumbra de los primeros rayos del sol iluminando la habitación y su propio quejido silencioso logró verlo, como todas las anteriores mañanas que parecieron lejanas y aunque disfrutaba de ese vago recuerdo, vivo, nada se comparaba con lo que ese día significaba para Otabek.
Ver a Yura entre sus brazos durmiendo le embelesó.
Entre su boca semiabierta volvió a brotar otro quejido seguido del restriegue contra su cuerpo en busca de más calor. Sabia de antemano que Yuri era sensible ante las bajas temperaturas y un par de sábanas cubriendo su cuerpo desnudo no ayudaban a resguardar el calor que necesitaba para dejar de quejarse. Sumando el hecho que, después de el recupere de su consciencia el kazajo notó que no habían cerrado la puerta que daba hacia el balcón con mayor razón el chico no pudo conciliar el sueño como era debido.
Se valió de toda su maestría en escabullirse para alejarse de él, pausando cada tres segundos sus movimientos en espera de no despertarle. Y debía darse prisa antes que el calor que dejó entre el colchón fuese desapareciendo, dejando desprotegido a su ángel.
Aunque... algo se interpuso entre su plan de cerrar la puerta en cuanto llegó al balcón.
El cielo se pintó entre tonalidades oscuras, su extremo inferior resaltaba por el naranja que auguraba el amanecer y se mezclaba entre los colores de la noche que iba desapareciendo, todas las luces de la calle permanecían encendidas iluminando lo más posible cada rincón y quedándose lejos de la altura en la que Otabek se encontraba, aún así pudo verlo; el revoloteo veloz de sus alas, imposible de captar en cámara lenta para un humano y el que lo hacia mas fascinante.
La pequeña ave fue guiada hacia una de las macetas con las flores que tanto empeño le ponía el rubio para cuidar mientras Otabek contenía la respiración incluso para no alertar a la criatura y espantarla, porque no quería que se fuera siendo la primera vez que veía a un colibrí tan cerca.
—¿Qué haces aquí afuera? —la vocecita somnolienta de Yuri lo regresó al punto de sus acciones, demasiado tarde y con una falla al ver al pequeño medio despierto cubierto improvisadamente con las sábanas, no por pudor sino por el mismo frío que lo había arrastrado hasta ahí.
El colibrí no se alejó ante la presencia del Yuri y este rápidamente notó la suya al seguir el camino de su mirada chocolate hacia una de las macetas.
—Es raro verlos en esta temporada —descalzo, avanzó entre pasos pequeños hacia el castaño pegándose finalmente a su cuerpo para al después recibir una bienvenida en forma de abrazo cálido.
—Parece que le gustan tus flores —él no dejó de verlo, verlo pasar hacia la segunda maceta y todavía ajeno a la presencia de ambos.
—Deben gustarle, me estoy matando por preservar flores que no son de este hábitat —todo por su necedad, por la idea de querer ver crecer plantas tan hermosas en un ecosistema que bien no les pertenecía ¿Y qué importaba? Tenía esperanzas que pudieran adaptarse a todo y ahora, después de un par de meses entre cuidados y observaciones esas flores ahora eran visitadas por un bonito colibrí.
—Debe ser difícil preservar algo en un lugar donde no pertenece
Las palabras de Otabek, aunque fuesen un comentario vago se colaron en la mente de Yuri. Le recordaba que, él no era parte de ese hábitat.
—Lo es, pero ¿No crees que vale la pena todo ese esfuerzo?
La atenta mirada del ángel se posó en él, alzando en curiosidad su rostro y expectante hacia la respuesta de Otabek. Él por su parte sonrió, por la belleza de Yuri, por el gesto gatuno que le dio al restregar más el rostro hacia la mano que le acariciaba la mejilla.
—Si, lo vale
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