Décima
"Caer ante el calor de tus brazos, perderme por completo entre tus labios, fundiéndome. Enamorarse del más profundo pecado que lleva tu nombre."
¿Qué era aquella sensación cálida en su interior? No se comparó en nada con la pequeña felicidad que se creaba tras ver a Vitya, tampoco fue tan gratificante como hacer una buena acción ayudando con pequeñas acciones a quienes debía proteger, los favoritos de Él. Nada siquiera estuvo a una escala cercana al revoloteo de emociones que se generaron por un contacto tan simple como lo fue ese beso.
Un beso.
El contacto quemaba, los labios de Otabek a pesar de ser gentiles con él provocaron cierto grado de dolor, un dolor placentero que se esparció por todo su cuerpo y desembocó de nueva cuenta hacia su boca al expulsar un tenue jadeo lleno de sorpresa.
Lo había visto desde la lejanía, ese tipo de acciones cargadas de algún sentimiento en su mayoría amor. Y ahora lo experimentaba con tal electricidad recorriéndolo que sintió hacer corto.
—Yura... —el castaño acarició la mejilla del rubio tratándolo como la más fina porcelana en un deleite personal soñoliento y afiebrado mirando al ángel mas hermoso de todos—. Gracias —pronto el sueño producto al medicamento hizo efecto y Otabek cerró los ojos.
—Eres un idiota, Beka
"Beka"
¿Que tan placentero llegaba a ser la pronunciación de su nombre? Solo dictaba una sola cosa que al decirla en voz alta sólo corroboraría todos aquellos pensamientos que se formaban por cosas diminutas. Y no quiso decirlo, se negó rechazando la idea de que algo como eso pudiese pasar.
‹ Los ángeles se enamoran con facilidad ›
Las palabras que alguna vez le dijo un serafín revolotearon en su mente haciendo eco con más fuerza ahora, de no estar en una jerarquía tan alta se hubiese dado la gracia de vociferar o impregnar algún tipo de emoción en su voz y no ese estoicismo característico de ellos. Pero lo entendió, comprendió aquel sentimiento cálido, pequeño y vulnerable que nacía en él y poco a poco se acrecentaba al ver a Otabek.
Antes de perder sus alas lo hubiese tomado como un problema, algo que tendría que esconder a toda costa por temor. Sin embargo, ya no tenía nada que perder, sus conexiones se perdieron, los hilos de su destino fueron cortados y deambulaban esperando engancharse a lo que fuese para seguir.
Y aquello a lo que se aferraron fue a la vida de Otabek.
Se abrigó bajo las mantas encogiéndose a lado del cuerpo del castaño totalmente atento a cada reacción en él. Pasaría la noche en vela cuidándolo, fue lo menos que pudo hacer después de verlo colapsar por el exceso de tareas y el estrés acumulados, sólo ahí reiteraba que los humanos eran frágiles, tan delicados que cualquier cosa podría acabar con sus vidas si no tenían cuidado.
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