7. Cassiopeia (LARGO)
Era la mañana de la víspera de su boda.
Se encontraban en su casa a las afueras de la ciudad, en el balcón de la habitación de Jungkook, mirando el amanecer. Jimin siendo abrazado por la espalda. Veían el sol asomarse lentamente por el horizonte, como una antorcha iluminando progresivamente el cielo de un fuerte color naranja.
No decían ni una palabra; no era necesario. Sentían plena felicidad en los brazos del otro y mucho más ahora, estando a horas de finalmente sellar la unión de sus almas para la eternidad.
Cuando el sol salió por completo, Jimin volteó para quedar frente a su prometido y posó sus delicadas manos sobre su nuca, acariciando suavemente las hebras de su oscuro cabello.
- He esperado tanto tiempo por esto, mi amor.
- Yo también. He soñado con este momento desde que te vi por primera vez y supe que eras el indicado.
Notó el nerviosismo en Jimin; su mirada moviéndose en varias direcciones, sus manos que luchaban por estar quietas.
- ¿Está todo bien?
- E-estoy algo nervioso por la boda, tú sabes.
Un silencio incómodo inundó el lugar y Jungkook notó que algo le estaba siendo ocultado. Lo conocía demasiado bien y Jimin suspiró al darse cuenta de esto, llevando una mano a su frente.
- Estuve pensándolo, y creo que debería decirle a mi padre sobre... que nos vamos a casar.
Su expresión cambió a una de leve desconcierto.
- ¿Estás seguro? No creo que vaya a reaccionar de buena manera.
Estaba en lo correcto. Después de todo, el señor Park había golpeado a Jimin y lo había echado de casa tan pronto como se enteró de que estaba saliendo con un hombre.
Él había cortado los lazos con su padre desde entonces; después de todo, ya era un joven adulto y podía hacerse cargo de sí mismo, no estaba obligado a vivir con un padre abusivo que no toleraba aquella relación.
Además, ¿qué tenía de malo buscar su propia felicidad?
Volviendo al presente, Jungkook levantó su mano izquierda y la llevó hacia el rostro de Jimin, acunando suavemente su mejilla.
- Siento que debo decírselo; sigo siendo su hijo, después de todo. Si bien reaccionó mal una vez, espero que haya aceptado lo nuestro. No hemos hablado hace mucho, debería llevarle algunas cosas, ¿no lo crees?
Jungkook suspiró profundamente. Esa era una de las cosas que más le gustaban de su prometido. Su noble corazón y aquella peculiaridad suya de siempre hacer el bien por los demás sin esperar nada a cambio. Sabía que no hay muchas personas así en el mundo.
Sin embargo, esta vez tenía un mal presentimiento. Iba a abrir la boca para decirle que quizás era una mala idea, pero se contuvo al mirarlo a los ojos y ver decisión en ellos.
- Confío en ti -, dijo, tomando suavemente su delgada cintura con su mano derecha y besando cada uno de los cinco lunares que bajaban zigzagueando desde el extremo de su ojo izquierdo hasta la comisura de sus labios.
- Si crees que es lo correcto, estaré de acuerdo contigo.
El resto de la mañana transcurrió sin mayores inconvenientes. Luego de desayunar, Jungkook se dirigió a su enorme estudio, donde había montado un observatorio al lado de la gran ventana. Contaba, entre otras cosas, con un telescopio, muchos planos de las estrellas, planetas y cometas en el cielo...
Y lo más importante, un marco de madera con el rostro sonriente de Jimin en él.
- ¿Es necesario el cuadro? Me tienes aquí contigo, en persona. ¿Qué más podrías querer?
Jungkook se sobresaltó al escucharlo, volteando rápidamente hacia la puerta. Jimin lo miraba poniendo una cara divertida, pues lo había pillado admirando su rostro en la fotografía.
Suspiró y dejó a un lado sus apuntes sobre la lluvia de meteoritos que se llevaría a cabo en cualquier momento para invitarlo a sentarse en su regazo.
Dejó salir una risa floja mientras Jimin observaba extasiado un enorme mapamundi con fotos de la vista del atardecer desde diferentes países.
- ¿Sabías que el atardecer es en realidad una ilusión? El Sol nunca se va, es la faz de la Tierra la que se aleja de él.
Una ilusión.
Así era como se sentía su relación con Jimin.
El hecho de que hubieran congeniado apenas conocerse, que todo hubiera marchado tan bien, que al proponerle matrimonio nunca había estado tan seguro de algo en su vida, y que llevara la constelación Cassiopeia marcada en su rostro por cinco lunares, siendo Jungkook un astrónomo.
Todo lo que tenía que ver con él era demasiado perfecto. Parecía no ser real.
Luego de almorzar, Jimin se despidió y subió a su auto, disponiéndose a manejar hacia la casa de su padre. No iba a mentir; estaba tenso y pensando en las posibles respuestas que recibiría.
Acordó que volvería antes del atardecer, pues su padre vivía a algo menos de un par de horas de su casa y no planeaba quedarse mucho tiempo.
Llegó a donde indicaba el GPS de su celular, estacionó su auto a unos metros de la casa de su padre y bajó, llevando una bolsa con víveres.
Caminó hacia la puerta, encontrando el jardín descuidado y las paredes sucias. Era como si ya nadie viviera ahí.
Tomó aire, tratando de calmarse, y tocó la puerta con sus nudillos.
La respuesta no se hizo esperar.
- ¿QUIÉN DEMONIOS ESTÁ AHÍ?
Esa era la voz del señor Park, tan severa como la recordaba.
- Padre.
Lo dijo suavemente, casi con temor.
Escuchó el crujir del piso de madera, causado por los pasos que venían desde dentro de la casa.
La puerta se abrió lentamente, y el señor Park apenas cambió su expresión de desagrado al ver a su hijo después de tantos años. Lo miró directamente a los ojos por unos segundos, juzgándolo. Esa mirada fría, penetrante, oscura. Incluso después de años, hacía que algo en el interior de Jimin se removiese, incómodo. Tragando saliva, extendió la bolsa hacia su padre, quien se la arrebató de mala gana.
- Buenas tardes, padre. Vine a visitarlo, le traje algunas cosas.
Su padre lo miró con rencor y escupió las palabras.
- No te hagas el inocente ahora. ¿Viniste sólo para sacarme en cara que mi único hijo es un asqueroso maricón? ¿Es eso?
Jimin se congeló en su sitio. Si bien no esperaba una cálida bienvenida, tampoco pensaba que sería tratado de esa manera y tan repentinamente.
- ¿Por qué pensaría así de mí, padre?
- Siempre he tenido que escuchar lo malo de ti por otras fuentes. Que tienes un 'noviecito', que se comprometieron, que se aman y tantas tonterías más. ¿Qué vienes a decirme ahora? ¿Se van a casar?
El señor Park soltó una carcajada burlesca para esconder la ira en sus ojos.
- Eso es lo que venía a decirle, padre.
Era como si nada hubiera cambiado. Jimin, sumiso, agachaba la cabeza ante los insultos de su padre, insultos que posteriormente se convertían en golpes y peleas. Quizás debería haberle dicho algo más. Explicarle que no era un delito amar a un hombre, alzar la voz, hacerse oír. Demostrarle que se equivocaba, hacerle entender.
Pero no lo hacía. Sólo se tragaba sus palabras junto con sus lágrimas.
Antes de que pudiera decir algo más, un fuerte empujón en el pecho lo tomó desprevenido y cayó al suelo.
El señor Park lo miró con desdeño y habló con voz fuerte e imponente.
- Viniste para burlarte de mí. Me decepciona saber que mi único hijo, quien pudiera ser un profesional, casarse con una mujer joven y hermosa y formar una familia, se va a casar con un hombre. Eso está mal y lo sabes. Es un pecado y te irás al infierno por lo que estás haciendo. Dios me libre de que vuelvas a pisar esta casa.
Jimin lloraba. Nunca había tenido miedo de expresar lo que sentía, pero ahora se sentía realmente indefenso.
- Padre, por favor, le puedo explicar...
- No quiero escuchar una palabra más de ti. Me desagradas, me das asco.
Se había equivocado al pensar que lo aceptaría, y le dolía. Cada palabra era una grieta más, y ahora solo quedaban pedazos.
- No te llamaré hijo de ahora en adelante. Eres mi decepción más grande, Jimin. Vete de aquí, no quiero volver a verte.
Acto seguido, el señor Park se dio la vuelta, entró en su casa y cerró con un portazo.
Jimin se levantó rápidamente y corrió hacia su auto, abriendo la puerta y lanzándose al asiento trasero para hacerse una bolita, abrazando sus rodillas. Lloró todo lo que pudo, hasta quedarse dormido.
¿Realmente era tan difícil aceptar algo tan simple como un matrimonio?
No era un mentiroso ni un ladrón, no era un delincuente ni un asesino.
Simplemente estaba perdidamente enamorado de Jungkook. Sí, de un hombre, como él.
¿Realmente eso era tan malo?
El sol se empezaba a ocultar cuando despertó.
Se acomodó en el asiento del conductor, encendió el auto y manejó a toda velocidad, ignorando cualquier señal automovilística. Su cabeza dolía, la furia nublaba sus sentidos y conducía como queriendo escapar de las miradas, de las voces, de las personas que lo juzgaban.
La luz de la luna iluminaba los lunares de su rostro, haciéndolos ver como las verdaderas estrellas. La lluvia empezaba a caer y ahora sentía que no lloraba solo. La autopista se hacía más y más resbaladiza.
Ya faltaba poco para llegar al hogar que compartía con su prometido. Iba a llegar a su lugar seguro. Se lanzaría a sus brazos, lo besaría. Lo abrazaría y le contaría todo.
Lamentablemente, nada es perfecto en esta vida.
Las lágrimas en sus hinchados ojos le impidieron ver el signo de desviación ubicado en un costado de la carretera.
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Jungkook despertó sobresaltado al escuchar aquel estruendo. Se había quedado dormido mientras hacía unos planos astronómicos y no le dio mucha importancia.
Luego de unos segundos, notó que todo estaba demasiado silencioso.
Demonios.
JiMin no había llegado.
Un auto. Eso fue un auto. Es de noche.
Su corazón dejó de latir por un momento.
No puede ser.
Jimin.
Salió como un bólido de su casa y corrió como nunca antes lo había hecho. La oscuridad propia de la noche hacía muy difícil la tarea de buscar el origen del estruendo. Mientras miraba en todas las direcciones, rogaba para que no sea lo que estaba pensando. Al ver lo que parecía ser un auto bastante abollado, estrellado contra un muro enorme de rocas, se quedó sin aire.
Corrió hacia él, su mente era un caos, debatiéndose entre si era una pesadilla o la horrible realidad. Sus manos no tardaron en marcar el teléfono de emergencias.
Jimin se encontraba ahí.
Abrió la estropeada puerta como pudo, y tomó su rostro con sus manos.
Era tan bello como siempre, pero estaba frío. Peligrosamente frío.
Sus ojos estaban cerrados, su boca entreabierta y su cuerpo lánguido y manchado de sangre.
Al momento de llevar la mano a su pecho, juró no haber tenido tanto miedo en toda su vida.
Esto no puede estar pasando.
No latía.
Jimin había muerto.
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Las luces de la ambulancia iluminaban el lugar mientras él se deshacía en lágrimas por la muerte de su amado.
Apenas atinó a dejarlo ir.
Pasaron los días y enfermó de tristeza. Cuando se levantaba de la cama, no hacía más que sentarse al lado de su ventana, observar la Luna cada noche y llorar amargamente por su terrible pérdida. Casi no comía; estaba pálido y débil.
Lo único que lo instaba a soportar cada día, era irse a dormir con la esperanza de que Jimin lo despertara por la mañana con un beso, como solía hacer.
Desgraciadamente, sabía que eso no pasaría, y poco a poco se fue dando cuenta de que había perdido casi por completo la voluntad de vivir.
Una noche cualquiera, despertó sobresaltado.
Tocó sus cabellos, empapados en sudor. Había tenido otra pesadilla, como era costumbre.
Sintiéndose sofocado, se sentó en el borde de su cama y abrió el cajón de su mesita de noche, tomando suavemente el collar que había recuperado antes de que los médicos se llevaran a Jimin.
Se lo colgó al cuello. Necesitaba sentir que una parte de él aún no se había ido.
Se puso de pie y caminó hasta salir de su habitación, mirando la hora en su reloj de pulsera. Eran cerca de las diez de la noche.
Abrió silenciosamente la puerta y salió de aquella casa, respirando aliviado. Se sentía tan asfixiado ahí dentro, aunque no había absolutamente nadie más que él. No quería que sintieran lástima por él, ni que se burlaran de su desgracia. No quería abrazos ni palabras de consuelo, porque ahora no venían de Jimin.
Sin tener conciencia de lo que hacía, se alejó varios metros de la casa hasta que divisó un claro, alumbrado plenamente por la luz de la luna. Se acercó sin prisa y se recostó suavemente en el césped. No le importó que llevara ropa de cama; le traía sin cuidado ensuciarse. Nada le importaba ahora.
Lo único que le importaba era Jimin, y ya no estaba aquí.
Sentía la brisa nocturna envolver su cuerpo, transmitiéndole una extraña calma. Se sentía ligero y a la vez obnubilado en medio del caos que formaba su mente.
Inconscientemente, cerró los ojos y tocó con su dedo índice el dije de luna y estrella que se encontraba sobre sus clavículas, colgando del collar que había comprado para Jimin cuando le propuso matrimonio, aquel lejano día.
El día en que fueron uno solo, sucumbiendo ante sus deseos más profundos, que por tanto tiempo habían tratado de ocultar. Tuvieron a la Luna como único testigo de aquel sublime acto. Se sintieron tan indefensos ante ella, pero tan reales al mismo tiempo.
Millones de recuerdos vagaban por su mente ahora, como si el viento levantara una hojarasca en pleno otoño.
Jimin regalándole la más radiante de las sonrisas cuando lo conoció.
- Quería decirte que los lunares en tu rostro forman una constelación muy famosa, llamada Cassiopeia.
- ¿Qué significa esa constelación?
- Deriva de la mitología. Casiopea, la esposa del rey Cefeo, fue convertida en constelación tras su muerte. Las estrellas de la constelación delinean la forma de su cuerpo en el trono.
- Me pareces interesante, chico astrónomo.
Jimin mostrando interés en él. Jimin ruborizándose ante sus palabras.
- Hey, chico astrónomo, ¿no quieres bajarme una estrella?
- Te daría las estrellas, pero tu sonrisa brilla más que todas ellas.
Jimin aceptando tener una cita con él. El bello sonrojo de sus mejillas, al ser la primera vez que le pedían salir a una cita. Y claro, vinieron muchas más.
Siempre un detalle nuevo, una frase sólo para él.
Jimin llorando de alegría al sentir el anillo de compromiso en su dedo anular.
- ¡A-acepto! ¡Claro que acepto! No tienes idea de lo mucho que te amo, Jungkook.
- Yo también, mi amor. Te amo más que a nada.
Jimin mudándose a vivir con él. Los detalles que tenía con él.
- Nunca había hecho estas cosas por alguien. ¿Te haces una idea de lo enamorado que me traes?
Jimin admirando el cielo nocturno junto con él.
- Me encantaría estar allá arriba, contigo. Sería hermoso, ¿no lo crees? Solo tú y yo, sin nadie para juzgarnos.
Jimin llorando de emoción cuando le pidió matrimonio.
- Mandé a hacer este collar solo para ti, Jimin. El dije tiene una luna y una estrella; yo soy la luna y te protegeré, tú eres la estrella porque me das la esperanza de que todo marchará bien de ahora en adelante.
- ¿Es de plata? ¡N-no tenías por qué hacer esto!
- Lo es, y claro que tengo un porqué.
Eres lo mejor que tengo y quiero tratarte como tal. Déjame abrocharlo alrededor de tu cuello.
- Prometo que no me lo quitaré nunca.
Jimin haciéndolo una mejor persona.
Jimin amándolo más que a nada en el mundo.
Jimin, Jimin, Jimin, Jimin.
Y entre tantos pensamientos, uno lo paralizó y retumbó dentro de él.
Él nunca llegó a su boda.
Abrió los ojos bruscamente y se incorporó un poco, mareado, como si hubiera despertado de una pesadilla. Lo primero que vio fue la Luna, plateada y resplandeciente. Ahí se encontraba, nuevamente. Cómplice del efímero romance que ellos habían vivido. Observando, sin siquiera moverse, cómo Jungkook trataba desesperadamente de recoger los fragmentos de su destrozado corazón.
Respiró profundamente, volviendo a recostarse, desviando su mirada de la Luna y fijando su atención en el cielo nocturno, salpicado de millares de estrellas.
Ah, las estrellas.
Tan numerosas, tan hermosas, tan brillantes...
Tan perfectas, como la sonrisa de Jimin lo fue alguna vez.
Empezó a derramar cristalinas lágrimas sin esforzarse por evitarlo, dejándolas deslizarse libremente por sus mejillas y caer sobre el césped como gotas de rocío.
La Luna fue testigo de su felicidad alguna vez, y ahora lo veía sentir el más profundo dolor. Miró desesperadamente hacia las estrellas, como si buscara algo.
Y lo vio.
- Cassiopeia.
Cayó en cuenta de que estaba a mediados de noviembre. Cassiopeia era visible, justo ahora, de entre todos los demás días del año.
Sollozó levemente, recordando los bonitos lunares de Jimin que lo habían atraído a primera vista. Recordando cuando besó esos lunares cientos de veces en una sola noche, y miles de veces más después.
- ¿Eres tú?
Estaba casi sin aliento.
Sintió como si las estrellas llamaran su nombre, clamando por su presencia.
Era él, y ahora lo sabía.
Levantó la mirada hacia la constelación, que se alzaba imponente, justo al centro de su campo de visión. Sus ojos se agrandaron, dejando ver todo tipo de emociones, desde dolor hasta esperanza, pasando por la culpa y la nostalgia.
- Perdón, perdón por esto. Sé que habrías querido que yo siguiera y luchara por lo que quiero, pero sin ti a mi lado creo que no podré hacerlo más. Eras todo lo que yo tenía, y sin embargo, te fuiste.
Apenas lograba articular las palabras, en medio de sollozos. Trataba de controlar el temblor involuntario de su débil figura.
-Prometiste que no me dejarías, y mírame ahora. Me he acostumbrado tanto a ti, a tus abrazos, a tus besos, a tu amor, a sentirte mío. Me has dejado solo, completamente solo, en este mundo que no puedo soportar más. Yo vivía por ti, porque eras mi único refugio. Lo eras todo para mí. Eras- eras mi Cassiopeia.
Sintió su corazón latir con dificultad. Notó un dolor punzante en el lado izquierdo de su pecho, el sudor empapando su cabello, y la falta del aire hacía que sus mareos se intensificaran cada vez más cuando intentaba sentarse.
Sabía lo que estaba sucediendo y sin embargo, se sentía en paz.
- Voy para allá, mi amor.
Dejó de resistirse y sonrió para sí mismo, sabiendo que estaba partiendo.
Estaba partiendo para ir con Jimin.
Un suspiro salió de sus labios antes de caer exánime sobre el césped, siendo la constelación Cassiopeia lo último que vieron sus ojos antes de cerrarse para siempre.
Historia creada con SweetSasha743 pero escrito en su totalidad por ella <3
- Mgg.
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