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Déjame Llorar

— ¿De verdad vas a irte? Estuve esperando mucho para esto, quisiera que asistieras —el pelinegro se sentó en mi cama a un lado de la maleta que estaba armando— ¿Por qué tanta ropa para un fin de semana? ¿Vestirás a toda la familia?

—Estás muy preguntón —le contesté cuando acabé de ordenarla—. Mamá me pidió que fuera a verla, y aprovechando que no tengo evaluaciones lunes y martes, creo que es el momento perfecto —bajé la valija y me senté a su lado—. Siento haber cambiado los planes.

—Tranquilo, no te preocupes —esbozó una sonrisa de lado—, saludos a tu mamá, dile que espero verla pronto. Que descanses —se despidió antes de salir de mí habitación.

Con un suspiro pesado me levanté para terminar de ordenar las cosas y poderme dejar caer en mi cama para descansar ¿Pero cómo descansaba mi cuerpo si mi mente no lo intentaba? Solo era volverse un desastre de remolinos que daban vueltas en mi cabeza.

Cerré los ojos tratando de rendirme en los brazos de Morfeo durante varios minutos. El tiempo parecía ser mucho más lento que de costumbre mientras mi cerebro pasaban cosas que no deberían estar pasando a esas horas. Ni nunca, en realidad.

Pero no tenía caso, las grescas dejaron de ser nocturnas y se convirtieron en una inexorable presión a cualquier hora del día. 

Pensar una y otra vez en las mismas cosas que tenían meses atormentándome estaba haciéndome dar vueltas en la cama, presionando mi pecho y haciéndome difícil respirar.

La pesadez era abrumadora, estaba tan lleno y no sabía de qué, sentía que mis pulmones no se llenaban de aire por completo y que la comida se quedaba atorada en mi garganta en cada momento.

Era cansado y pesado buscar algo que me durmiera, porque ni contar las ovejitas imaginarias o respirar de cierta forma me hacían lograr mi cometido.

El dolor de cabeza no me lo hacía más fácil, sentía mis huesos siendo calados por el frío y la mandíbula palpitar en dolor o presión, tal vez por inconscientemente retener todo lo que estaba ocurriendo. Dolor que recorría desde el tope de mi cabeza hasta los hombros. Estaba lleno de tensión.

Si logré dormir fue por poco tiempo, a las cinco de la mañana ya estaba despierto llamando un taxi para que me llevara al aeropuerto a tomar mi avión para ir a visitar a mi madre después de meses.

Los aeropuertos no me gustaron nunca porque siempre me ocurría algo en ellos, y yo, Seth Collins, no iba pasar desapercibido ni por una vez. Mi vuelo fue retrasado dos horas y eso me tenía los nervios de punta.

Me miré en la cámara de mi celular, me veía tal como me sentía: patético. El cabello grasoso vuelto un desastre y los ojos cansados, cerrarlos los irritaba más, pero mantenerlos abiertos los secaba. Ahora mi cuerpo también estaba en mi contra.

O solo te está demostrando las señales de lo que tu mente te está haciendo.

Como sea, estaba destruido, parecía que me hubiera caído un edificio encima.

Tenía todo calculado para llegar a la hora de almuerzo de mi mamá y no quitarle su preciado tiempo. Quería sorprenderla (si, ella no me pidió que fuera), pero no quería quitarle tiempo.

Estaba hastiado cuando subí al avión, y cuando la turbulencia se hizo presente quedé paralizado en pánico, tan abrumado que no podía respirar lo suficientemente, tan abrumado que no podía soltar ni una lágrima.

Por mi mente solo corrían a mil por segundo pensamientos sobre mí mismo, si había decidido algo, ¿Por qué la decisión me hacía temblar tanto?

Y no me refería al avión, o sí, me refería a cualquier cosa, o hablaba de la escuela. ¿Por qué si siempre quise ser bioquímico ahora lloraba mientras estudiaba por el estrés? ¿Por qué todos mis amigos se encontraban felices y yo solo temblaba en ansiedad pura? Creí que eso después del primer mes me pasaría, pero ya llevaba medio año y seguía igual o peor.

Me sentía patético porque no me había pasado nada antes de eso para reaccionar así.

El tiempo en el avión me asfixió por todas las sensaciones que logré percibir. El áspero asiento que era cada vez golpeado por un señor de la mediana edad llevándome hacia adelante y la mujer que se había quedado dormida y se reclinaba sobre mi cuerpo me erizaban la piel por el contacto indeseado. El sonido chirriante de los carritos de las azafatas, el incesante taconeo y el llanto agudo de un infante eran ruidos que hacían que mi rostro se frunciera en disgusto puro.

Sentía absolutamente todo lo que podría sentirse, y podía oír mi voz en distintas direcciones y volúmenes en mi cabeza cuestionándome por cada cosa que había dicho o hecho con anterioridad.

El vuelo lo pasé sin poder tomar un vaso de agua o comer algún bocadillo porque me sentía lleno, lleno pero sellado, todo lo que estaba dentro de mí eran complicaciones. Como una presa que está manteniendo el agua estancada y no se decidía a soltarla. No pude siquiera emitir palabra alguna cuando una moza me preguntó si estaba bien, le obsequié un asentimiento de cabeza y oí lo que me dijo después. La turbulencia venía de nuevo previendo el aterrizaje.

Y mi temperatura corporal era un desastre, porque aunque sudaba y estaba lleno de calor, mis pies y manos se sentían como los polos, frío.

Decidí inhalar con fuerza para distraer mi cuerpo pero cometí un error, era como respirar en el mar salado. Ardía desde mi nariz hasta mis pulmones. Una vez más todas las sensaciones haciéndose presentes. Abrumado a punto de estallar.

Jadeé ruidosamente, no sabía si estaba temblando el avión o lo hacía yo, todo se intensificó muchísimo más con los gritos y vociferaciones a mi alrededor que aumentaban lo que sea que estaba teniendo.

Agobiado, asfixiado y abrumado con tanta gente cerca que parecía que estaban siendo insoportables únicamente para joderme la paciencia.

El mundo se me venía encima, todo me daba vueltas. Parecía que iba a vomitarme encima justo cuando logramos aterrizar. Encendí mi celular con las manos temblorosas verificando que tenía señal antes de llamar a mamá.

—Hola, mi Seth —contestó— ¿Qué tal estás? ¿Cómo está todo?

—Ven a buscarme al aeropuerto, por favor —le pedí con la voz temblorosa.

—Cielo, estoy llegando al trabajo. Puedo enviar a Lenny si quieres, ¿Pero que haces acá? ¿No tenías una reunión con Zeillet este fin de semana? ¿Está todo bien?

—Por favor ven a buscarme —rogué—, prometo contarte todo, pero por favor ven a buscarme.

Salir del avión y buscar mis maletas fue una odisea. No me fue mejor en el aeropuerto porque como era de esperarse había muchas más personas que estaban siendo mucho más ruidosas que en el avión, si eso era posible. Mis piernas fallarían en cualquier momento y no sabía si era por no desayunar o por cómo me sentía.

¿Mi mamá se olvidó de mí o simplemente decidió no venir? Me pregunté mirando alrededor de la entrada a ver si se aparecía la mata de cabellos rubios de mi madre. ¿Y si se había teñido el pelo y mi madre ya no era como siempre? 

Me aferré a mi maleta con fuerza. Solo quería que mi madre llegara. No me sentía en condiciones de tomar un taxi o llegar a mi casa en autobús. Hablar costaba debido a que consideraba mi garganta cerrada.

Cuando ví el cabello rizado acercarse a pasos apresurados suspiré de alivio. No se había olvidado de mí. Sin embargo esperé que me hallara, aunque no se le hizo difícil. En un par de segundos ella ya estaba con sus brazos abiertos esperando que me acercara. Así que no dudé en echarme sobre ella, buscándome esconder en el pecho de mi mami cómo cuando era un niño.

— ¿Qué pasó, mi amor? —llevó sus manos a mi cabello acariciándolo— Estás ardiendo en fiebre, Dios ¿Qué tienes?

Hipé en su cuello aferrado a ella, sentí que el llanto me ahogaba y que iba a caerme ahí mismo. Asustado, estaba temblando de miedo, ¿A qué le temía? A mí, a mí y a mi mente.

—Ven, mi cielo, vamos a casa. Necesitas descansar —susurró en mi oído, contesté con un asentimiento de cabeza.

Caminamos juntos hasta el estacionamiento, mamá subió las maletas al asiento trasero mientras yo subía con torpeza al asiento de copiloto.

— ¿Ya comiste, Seth? —negué— ¿Vas a comer algo? —volví a negar— Vamos a comprarte un batido para que tengas algo en el estómago, no voy a aceptar un no por respuesta.

Mamá condujo hasta una cafetería donde vendían batidos dónde fue por dos mientras yo me quedé en el cuarto, aún temblando de frío pero dándome cuenta de que además de ansioso, estaba enfermo. Genial.

Llegamos a la casa en silencio, llevaba la mitad del batido más una pastilla para la fiebre. Mamá me envió a tomar una ducha y cuando entré a mí habitación el aire estaba encendido, con ella esperándome sentada en la cama.

Me vestí con cuidado y después me senté a su lado esperando las interrogantes que no tardaron en llegar.

— ¿Qué ha pasado en la universidad, Seth? ¿Por qué estás aquí de repente? ¿Qué te ocurrió?

»He estado sintiéndome abrumado, horriblemente abrumado —solté—, y estúpido. No soy el único que se fue lejos de casa, no fui el único con un cambio radical pero estar lejos de casa me tiene tan asustado, mamá. Asustado de mí mismo, ¿Y si no soy suficiente para lo que decidí hacer? —un sollozo se me escapó mientras hablaba, mis mejillas estaban empapadas y la garganta ardía— Yo no sé si tomé una decisión prudente porque aunque me fascina lo que estudio siento que... Siento que estoy fallándote al estar así, aquí, llorando como un niño porque no sé si estoy haciéndolo bien.

El llanto no me dejaba respirar porque presionaba mi pecho nuevamente con fuerza, mamá tomó mis manos y me hizo mirarla a los ojos.

—No llores, cariño. Tú no me decepcionas y en definitiva eres suficiente para mí pero mucho más para ti mismo. Para de llorar y trata de dormir, ¿Si? —acepté.

Los siguientes días apenas me levanté de la cama a menos que fuera para ir al médico. Me habían diagnosticado principios de bronquitis. Explicación a la presión en el pecho (en parte).

Estaba siendo cuidado por mi madre como cuando era un niño pequeño, trayéndome tés, sopas y quedándose conmigo acariciándome el cabello hasta que me durmiera.

No hablamos mucho sobre mí porque yo no podía, me costaba hacerlo, en cambio ella me contó sobre sus cosas, trabajo, amigos y un pretendiente que tenía por ahí que hacía que se le iluminaran los ojos. Se veía preciosa.

Tenía dos semanas de permiso en la universidad por enfermedad, era un alivio (temporal, claro está, tendría que presentar todo cuando me incorporara).

Fue una madrugada cuando logré contarle a mi madre cómo me había estado sintiendo con anterioridad, con lujo de detalles y claramente con lloriqueos de por medio.

Estuvo a punto de pedirme que no llorara, pero la frené antes de tiempo.

—Mamá, por favor déjame llorar —le pedí—. Pero quédate a mi lado —murmuré.

Ella asintió con la cabeza y me abrazó nuevamente. Y a comparación de la última vez que lloré en sus brazos, esta vez sentía que sí estaba soltando.

—Quédate a mi lado, quédate a mi lado —pedí, sintiendo caricias en mi cabello y espalda—. Sé que he estado muy obsesionado con eso, pero tú has hecho lo mejor conmigo siempre. Gracias, mami.

No tuve que pedirlo más veces, se quedó conmigo hasta que me dormí los días que me quedé en casa, se mantuvo hablando conmigo sobre un centenar de cosas que me hicieron dar cuenta de que no estaba haciendo las cosas mal.

Que no estaba mal sentirme abrumado a veces si me recordaba diariamente de que no era todo lo que mi mente me decía.

Y que podía llamar a mamá si necesitaba llorar, porque se iba a quedar.

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En multimedia: Mom, I need Cry — all/noxious

Canción preciosa que me hizo volver a mi lugar feliz <3

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