Capítulo 9
︵‿︵‿୨ AURORA୧‿︵‿︵
Estuve a punto de contárselo todo.
Cada vez que Hades me mira con esos ojos penetrantes, la culpa sigue carcomiéndome como un veneno silencioso. Sé que debo decírselo, pero cada vez que hago el intento, mi garganta se cierra como si estuviera atrapada en un cepo. El miedo se apodera de mí. Miedo a que me desprecie, a que su mirada se torne fría y distante, y me pida que me largue de su vida para siempre.
Sus ojos, normalmente llenos de un misterioso magnetismo, me observan con una intensidad que me hace temblar. Me pregunto si puede leer en mis facciones el tormento que llevo dentro. Cada gesto suyo, cada palabra, cada silencio, se convierte en un recordatorio de mi secreto.
El peso de lo no dicho es aplastante. Las palabras se acumulan en mi garganta, formando un nudo insoportable. Imagino el momento en que las pronuncié y su rostro se transforme. Puedo ver el desprecio en sus ojos, el mismo desprecio que siento por mí misma.
El miedo me paraliza, me consume. La posibilidad de perderlo, de que me expulse de su vida sin miramientos, es un riesgo que no sé si estoy dispuesta a correr.
Hades no merece esta traición. Mi mente está en constante lucha, debatiéndose entre la necesidad de confesar y el terror a las consecuencias. Y mientras tanto, cada mirada suya sigue perforando mi alma, recordándome que el tiempo se agota y que mi secreto no puede permanecer oculto para siempre.
Siento náuseas solo de pensarlo.
Un ligero apretón en mi mano me devuelve a la realidad. Levanto la vista para encontrarme con los adictivos ojos de Hades. En ese instante, me regala una leve sonrisa, una fugaz expresión de calidez que rápidamente se desvanece, devolviendo a su rostro la seriedad habitual.
Estamos en un parque. Después de casi suplicarle y asegurarle que podría con esto, finalmente accedió a acompañarme al lugar más cercano a la casa.
—¿Estas segura? Si crees que es demasiado, podemos volver.
Le regalo una sonrisa tranquilizadora.
—Estoy bien. Vamos, caminemos.
Me rodea una suave brisa que acaricia mi piel, contrastando con la tensión que siento por dentro. Las risas de niños jugando en la distancia apenas logran calmar mi mente. Hades, a mi lado, observa el entorno con su habitual aire de autoridad y misterio. Sus dedos, aún entrelazados con los míos, me anclan a este momento.
Llevo mucho tiempo encerrada en casa. Las únicas veces que salí fueron para visitar a Rafael y asistir a una reunión de la asociación.
Hades aprieta suavemente mi mano una vez más, una señal de su apoyo incondicional, y me mira con una mezcla de paciencia y expectativa. Su rostro, aunque serio, tiene una ternura que solo yo conozco. Esa ternura es la que me da fuerzas, la que me dice que tal vez, solo tal vez, podré enfrentar mis miedos y contarle la verdad.
—¿Estas molesto? —pregunto con un hilo de voz.
Gira su cabeza para verme.
—¿Por qué lo estaría? —pregunta extrañado.
—Sigues frunciendo el ceño desde que salimos de casa y cada vez que sacaba el tema para venir acá, buscabas una excusa para no hablarlo. —miro el suelo.
Lo escucho suspirar profundamente, y nos detenemos. Con su dedo, eleva mi mentón, obligándome a mirarlo a los ojos.
—Estoy preocupado. Sé que quieres hacer lo posible por mejorar, pero me preocupa que eso te haga retroceder —la preocupación en su mirada es palpable—. ¿Y si encuentras un hombre con traje? ¿Si vuelves a estar como aquella vez que no querías comer?
Parpadeo rápidamente, comprendiendo a lo que se refiere. Tiene miedo de que vuelva a caer.
—Sigo estremeciéndome cuando alguno de tus hombres entra a casa —admito despacio—. Incluso quise salir corriendo cuando visité por primera vez a Rafael, pero luego pensaba en que ese hombre es importante para ti y verte preocupado o sentir tu ansiedad por su estado, me removía el interior y me animaba al pensar que estaba haciendo algo por ti.
—¿Por mí?
Asiento.
—Lo que pasó no lo superaré de un día para otro. Hace falta más que un par de semanas o meses, pero estoy tan cansada de sentir cómo mi cuerpo reacciona con cada hombre que se cruza en mi camino.
—Estas avanzando.
—No. No lo estoy, pero estoy bien con eso. —respondo, intentando sonar más segura de lo que realmente me siento.
Nos quedamos en silencio, incapaces de romper el contacto. Aprovecho de disfrutar este momento, saboreo con la mirada cada detalle de su rostro y absorbo cada caricia y sensación que me hace sentir.
—Quiero que sepas que no estás sola en esto —dice Hades, rompiendo el silencio—. Cada paso que das, cada pequeño avance, lo haces por ti misma. No tienes que obligarte para hacer algo que no quieres solo por mí.
Avanzo en silencio con Hades siguiéndome por detrás, me siento en un banco.
—Si te mintiera, ¿qué harías?
—Nada. Eres tú, Aurora, no puedo dañarte. —responde Hades, mirándome a los ojos con una sinceridad que me desarma.
Trago saliva.
—Detestas las mentiras. He oído que, en tu mundo, una traición se paga con la muerte.
Voltea a verme.
—Existe solo una persona en este mundo a la cual le perdonaría todo, por el simple hecho de existir, y eres tú.
—No deberías. —susurro, llenándome de culpa.
—Es inevitable, cariño.
Guardo silencio, tratando de asimilar lo que acaba de decir. El parque se siente más pequeño, más íntimo, mientras lucho por procesar sus palabras. ¿Cómo es posible que un hombre con su estilo de vida tenga un corazón tan grande?
Hades se acerca y toma mis manos entre las suyas, sus dedos acariciando suavemente mi piel. Su toque es cálido, reconfortante.
—Aurora, sé que es difícil para ti entenderlo, pero tú eres la excepción a todas las reglas.
Mis ojos se llenan de lágrimas nuevamente.
—Tu confianza ciega a una desconocida puede lastimarte.
Hades suspira, y por un segundo creo que acariciará mi rostro, pero se retracta y, en su lugar, desliza un mechón de mi cabello detrás de mi oreja.
—Mi mundo es sanguinario, las traiciones se pagan con muerte y confiar en las personas es un lujo que no todos pueden darse, pero si se trata de ti, dejaría todo eso de lado. Destruiría el mundo si me lo pidieras.
La sinceridad en sus palabras me deja sin aliento.
Siento cómo una ola de emoción me inunda, dejándome vulnerable y abrumada. Me pierdo en sus ojos, en esa profundidad que siempre me ha hipnotizado. Sus ojos, oscuros y penetrantes. Es como si en esos ojos pudiera ver todo el universo, un universo donde él y yo somos los únicos que importan.
—Estas dándome demasiado poder. No lo merezco.
—Cariño, si lo deseas, serías la reina.
Lo miro sin entender.
—¿La reina?
—Si. La reina de la mafia irlandesa, la única mujer con el poder de manejar un ejército dispuesto a hacer lo que les pidas.
Me quedo en blanco.
El hombre frente a mi acaba de ofrecerme el mundo, su mundo.
El celular de Hades suena, rompiendo el momento y le agradezco a quien sea que este llamando. Se aleja unos metros para contestar y trato de alivianar el pánico en mi interior. Algo está cambiando.
En el último mes, me acostumbré a una rutina. En las mañanas, Hades desayunaba conmigo y me presentaba a sus hombres, asegurándose siempre de que ninguno llevara trajes. Aunque le decía que estaba bien con eso, ambos sabíamos que no era cierto. Aun así, su esfuerzo por protegerme me reconfortaba de alguna manera.
Después del desayuno, Hades se iba para encargarse de algunos asuntos y yo lo esperaba en casa. Esos momentos de espera eran agridulces; por un lado, disfrutaba de la tranquilidad, pero por otro, me sentía atrapada en mi propio miedo. En ocasiones, me visitaba Rafael. Como si supiera que todavía me sentía incómoda, siempre se mantenía a una distancia respetuosa que, aunque apreciada, también me hacía sentir patética.
¿Por qué solo Hades no me inquietaba?
Me pregunto esto a menudo. Su presencia es un bálsamo para mis nervios, mientras que la de otros hombres, incluso aquellos que sé que son de confianza, me pone al borde del pánico.
Rowon también venía de vez en cuando, pero nunca solo. Siempre estaba acompañado, lo cual me hacía sentir un poco más segura, aunque no completamente cómoda. Era como si la presencia adicional actuara como una barrera, manteniendo a raya mis temores más profundos.
—Hades, en este último mes, me he dado cuenta de algo —comienzo, mi voz apenas un susurro—. Me he dado cuenta de que solo contigo me siento realmente segura. No sé por qué, pero tu presencia me calma de una manera que ninguna otra lo hace.
Hades me observa con atención, asintiendo ligeramente para mostrarme que me escucha.
—Quizás sea porque sabes exactamente lo que necesito, o porque has estado ahí desde el principio, pero... —miro hacia el suelo, tratando de encontrar las palabras correctas—. Me gustaría entender por qué solo tú no me inquietas.
Hades se inclina un poco más cerca, su mano aun sosteniendo la mía.
—Lo descubriremos poco a poco, pequeña. Sin presiones. Sin prisas.
—Quiero seguir adelante, Hades. Quiero superar mis miedos y no dejar que me controlen más. —digo cerrando los ojos y acercándome a sus labios.
Y poder decirte la verdad.
🦇🦇🦇
—¿Estás segura, pequeña?
—No. —digo saliendo del coche.
Apretando el abrigo a mi alrededor como si estuviera abrazándome, miro las puertas del ascensor. Estamos en el centro comercial. Le he pedido a Hades que me traiga en un repentino arrebato de confianza, pero ahora contengo mis ganas de esconder mi rostro en su cuello y pedirle que me lleve de regreso. Pensé que estaba bien, que había mejorado después del parque.
Estaba tan equivocada.
Mi pecho se llena de una ansiedad que me ahoga al pensar que estaré rodeada de personas. Más que eso, de hombres.
—Volvamos. —dice Hades, cogiendo mi mano con firmeza.
—No —lo detengo, estiro mi mano y acaricio su mejilla, tratando de calmar tanto sus preocupaciones como las mía—. Puedo hacerlo. Estaré bien.
—No te veo muy bien.
—¿Estarás a mi lado? —pregunto bajito.
—Por supuesto. —responde sin dudarlo.
Le muestro una sonrisa, dejando que mis dientes se asomen, tratando de transmitir una confianza que apenas siento.
—Entonces estaré más que bien.
Nos dirigimos hacia las puertas del ascensor, cada paso acompañado por el latido acelerado de mi corazón. Hades no suelta mi mano, su presencia fuerte y reconfortante a mi lado.
El interior del centro comercial es amplio y luminoso, lleno de gente que va y viene. Mi respiración se vuelve superficial, y siento el peso de la ansiedad presionando contra mi pecho.
—Respira profundo, pequeña. —susurra Hades cerca de mi oído, su voz baja y calmante.
Sigo su consejo, inhalando profundamente y tratando de calmar mi mente. La multitud me parece menos intimidante con Hades a mi lado. Nos movemos a través del centro comercial, y aunque siento las miradas de algunas personas, me concentro en la seguridad que me brinda Hades.
Pasamos por varias tiendas, y aunque mi ansiedad no desaparece por completo, encuentro pequeñas victorias en cada paso que doy sin dar marcha atrás. Hades me mantiene ocupada, hablando de cosas triviales y señalando escaparates interesantes, distrayéndome de mis propios temores.
Pronto me doy cuenta de algo. El pasillo se siente diferente, más vacío. Levanto la mirada y noto que, de repente, somos los únicos en esta parte del centro comercial.
—¿Hades? —mi voz es apenas un susurro, la pregunta formando una pequeña burbuja de incertidumbre en mi mente.
—¿Sí? —responde sin soltar mi mano, su tono tranquilo.
Muerdo mi labio, sintiendo una ligera inquietud al darme cuenta de lo que falta.
—¿Por qué no hay nadie más con nosotros? —pregunto, buscando alguna señal de lo que ocurre.
Hades se detiene por un segundo y luego me mira con una pequeña sonrisa en los labios.
—Reservé todo el tercer piso para nosotros. —dice con simpleza, como si fuera lo más natural del mundo.
Mis ojos se abren con sorpresa. ¿Reservó un piso entero? Miro a mi alrededor, procesando lo que acaba de decir. De repente, el silencio en el pasillo cobra un nuevo significado. Esto no es casualidad, es intencionado. Y aunque parte de mí debería sentirse extraña por tal gesto, la otra parte, la más vulnerable y ansiosa, se siente aliviada.
—¿Lo hiciste solo para mí? —pregunto, mi voz suave, sin saber si sentirme agradecida o abrumada.
—Siempre haré lo necesario para que te sientas segura. —responde, su mirada intensa, como si fuera una promesa silenciosa que no estaba dispuesto a romper.
Y en ese momento, aunque el mundo afuera siga girando, con él a mi lado, todo parece más fácil.
Finalmente, nos detenemos frente a una cafetería. Hades sugiere que entremos y tomemos un descanso. Asiento, sintiendo que necesito un momento para recuperarme. Entramos y me doy cuenta que solo la mesera se encuentra dentro, lo cual mitiga un poco la creciente ansiedad en mi pecho. Encontramos una mesa en un rincón tranquilo. Hades pide dos cafés, y mientras esperamos, me doy cuenta de que hemos logrado mucho más de lo que pensaba posible.
—Estoy orgulloso de ti —dice Hades, tomando mi mano nuevamente—. Has sido muy valiente hoy.
Sonrío, sintiendo un calor reconfortante extenderse por mi pecho.
Estoy a punto de responderle cuando mi vista enfoca a un hombre alto que camina hacia nosotros con una gran sonrisa. Me congelo sintiendo un escalofrió recorrerme por completo.
—¿Aurora? ¿Qué pasa?
Debería apartar la vista, pero su traje gris y accesorios excesivamente caros, me lo impiden.
Los hombres que entraban al cuarto siempre llevaban trajes, sin excepciones y se quejaban de lo caro que sería mandarlos a limpiar mientras les suplicaba que se detuvieran. Me muerdo el labio con fuerza, encogiéndome en mi sitio. Tratando de suprimir esos recuerdos de mi cuerpo amordazado y desnudo.
—¿Cariño? —insiste Hades, envolviendo su mano en la mía.
Pero los recuerdos escapan, impidiendo que el aire llegue a mis pulmones. ¿Cuántos trajes grises entraron al cuarto? ¿Siete? ¿Veinte? Perdí la cuenta.
Solo uno quedo grabado. Me marco. Me marco como un animal mientras abusaba de mí. Había entrado con el fierro caliente, disfruto ver el pánico adueñarse de mi rostro. Mi cuerpo siendo aplastado por el suyo. Mis gritos siendo opacados por sus asquerosos gemidos. Fue tan brusco que, cuando sus dientes se clavaron en mi hombro, sentí que arrancaría un pedazo. Cuando se fue, supliqué llorando que no volviera.
Después de eso, ya nada dolía. No importaba cuantos hombres entraran, ninguno me causaba nada.
Hades envuelve mi campo de visión, sujeta mis manos y da media vuelta siguiendo mi mirada hasta encontrarse con el hombre que levanta la mano en nuestra dirección. Noto cómo su cuerpo se tensa al verlo. En un movimiento rápido, se levanta y me coge en sus brazos, colocando mis piernas alrededor de su cuerpo. Enrollo mis manos en su cuello. Luego avanzamos y escucho un grito de sorpresa.
—Pedí explícitamente que nadie con traje y que no fuera mujer entrara —dice Hades con un tono amenazador—. ¡Y tú, obviamente, no eres una maldita mujer!
El hombre balbucea, incapaz de formular una sola palabra ante la presencia intimidante de Hades.
—Lo siento... no me haga daño —suplica, con la voz temblorosa—. Fue mi error.
Hades me sostiene con una firmeza sobreprotectora.
—Déjalo.
—Te asusto —dice con voz contenida—. Voy a matarlo.
Entierro mis dedos en su cabello, acariciando suavemente. Su cuerpo se relaja ante mi tacto. Beso su mejilla.
—Cometió un error. Déjalo por hoy —susurro contra su oído—. Volvamos a casa, por favor.
La tensión en su cuerpo es palpable mientras mira al hombre, que ahora está retrocediendo con temor.
—Merece pagar por ello.
—Llévame a casa, ¿sí? Estoy cansada. —la risa de aquel hombre crece en mi mente.
Hades lo suelta, envolviendo mi cintura con sus brazos. Suspiro al notar su tacto.
—Aléjate de aquí, y asegúrate de no cruzarte en nuestro camino de nuevo. —bramo furioso.
El hombre asiente frenéticamente antes de girar sobre sus talones y alejarse apresuradamente. Hades me sostiene un momento más antes de dirigirse hacia una salida menos concurrida del centro comercial. Puedo sentir su preocupación en cada paso que da, su determinación de mantenerme a salvo.
La gente de los otros pisos nos mira asombrada, susurros y miradas curiosas nos siguen mientras avanzamos. Pero Hades no se detiene y a mí me da igual, su objetivo es sacarme de ese ambiente hostil lo más rápido posible. Mantengo mis brazos alrededor de su cuello, sintiendo el consuelo de su cercanía.
Finalmente, llegamos a una salida lateral, donde el bullicio del centro comercial se desvanece un poco. Hades hace el intento de bajarme, pero me aferro con fuerza.
—Por favor no me sueltes. —pido bajito.
Cierro los ojos, conteniendo la respiración.
—No lo hare.
Avanzamos, sigo escuchando las voces de la gente, sus conversaciones, sus risas, sus pisadas. Mi estómago se revuelve y mi respiración se acelera. La mano de Hades se desliza por mi espalda, dibujando un camino hasta el final de esta y devuelta. Su toque me relaja, mi respiración vuelve a la normalidad y el ruido a nuestro alrededor deja de molestarme tanto al concentrarme en el hombre que me carga con delicadeza.
Apego mi rostro al suyo y una ligera picazón se expande en mi mejilla.
La barba está creciéndole. Me doy cuenta que llama la atención de varias mujeres. Estoy segura que siempre ha sido así. Su barba arreglada y perfectamente cortada resalta su mandíbula cuadrada, sus cejas gruesas y facciones definidas y marcadas le dan un aspecto fuerte e intimidante. Sus ojos oscuros y penetrantes parecen que te observan con intensidad. Su nariz es recta y proporcional a sus facciones. Este hombre irradia control y peligro. Una combinación imposible de ignorar.
Rápidamente llegamos al estacionamiento en total silencio.
—Necesito que me sueltes —pide con voz suave, completamente diferente a la que uso con aquel hombre—. Por favor, cariño.
Con movimientos gentiles, abrocha mi cinturón de seguridad antes de subirse al asiento del conductor. Enfoco mi mirada en la ventana, más allá del vidrio. Mis ojos pican con la amenaza de lágrimas.
Patética.
Tonta.
Débil.
Así me siento mientras Hades maneja. Le aseguré que podía soportarlo. Me mentí a mí misma, haciéndome creer que estaba mejorando y que nada malo pasaría al venir aquí, pero solo bastó que un hombre con traje apareciera para removerlo todo. Un simple desconocido trajo consigo recuerdos dolorosos. Llevo una mano instintivamente a la zona donde ese desgraciado me mordió hasta hacerme gritar y retorcerme de dolor. La quemazón de ese recuerdo me consume.
Miro por la ventana, observando cómo las luces de la ciudad pasan rápidamente, sintiendo una mezcla de tristeza y frustración. Cada farola, cada edificio parece reflejar la tormenta interna que me consume. Intento concentrarme en la respiración, en el ritmo constante del motor del coche, buscando una calma que parece esquiva.
Finalmente, llegamos a casa. Hades apaga el motor y se gira hacia mí.
—Estamos aquí, cariño. Vamos adentro. —dice suavemente, saliendo del coche y rodeando para abrir mi puerta.
Lo miro sin decir una palabra.
Parece notar mi silenciosa petición y me saca del coche en brazos. Entramos a la casa, nos dirige a la habitación, una vez dentro me deposita con suavidad sobre la cama.
—¿Cariño?
Me aferro nuevamente a su cuello.
—Por favor, háblame. —suplica, acariciando mi mejilla.
Me quedo en silencio, odiándome por ser tan débil.
Sigo preguntándome porque Hades dejo que me quedara. Soy una intrusa en su vida, una mentirosa y una mujer patética. Debió abandonarme en algún lugar y hacer como si nunca hubiera existido.
—Me estas preocupando, pequeña. Háblame.
Lastima. Solo eso viene a mi mente cuando busco una explicación de su comportamiento.
—Cariño, te lo pido, mírame. Eso es. Ahora necesito que me digas algo. Lo que quieras.
Bajo la mirada.
Soy tan débil. ¿Cuándo será el día en que no me estremezca del miedo cuando vea un hombre?
Hades se apodera de mi campo de visión, desliza sus dedos por mi mentón.
—Cariño, anda, te lo suplico, ¿podrías hablarme?
—Necesito un baño —susurro, apretando su camisa, sintiéndome sucia—. ¿Podrías ayudarme?
—De acuerdo —escucho un suspiro de su parte—. Dame un momento.
Se levanta y entra al baño, minutos después vuelve. Entra al armario y sale trayendo un pijama en sus manos y ropa interior junto a una toalla. Lo sigo en silencio.
Me guía al baño de la habitación. Ya no me incomoda entrar.
Una vez dentro, él voltea, dándome privacidad mientras me desnudo. Miro la tina llena de agua caliente, el vapor creando un ambiente cálido y acogedor. Comienzo sacándome los zapatos, luego los pantalones, y trago saliva cuando deslizo el jersey sobre mi cabeza. Me quedo en ropa interior y aprieto mis labios con fuerza antes de susurrar:
—Puedes voltear.
Hades voltea y se detiene al verme en el centro de la habitación. Veo cómo contiene la respiración y su mirada se oscurece. Avanzo, armándome de un valor inexistente, mis pasos lentos y deliberados.
Nuestras miradas se conectan, y llevo una mano a mi cabello, apartándolo despacio para dejar a la vista la marca que me ha atormentado desde aquel día. Esa vez me aseguré de que no la viera. No creía poder soportar su rechazo. Pero ahora, sé que sería imposible para él sentir asco.
Frente a él, ahora, decido mostrarle todos mis miedos.
HADES
Aurora está de pie en el centro del baño, con sus ojos apretados, tratando de contener las lágrimas.
Sigo la dirección de su mano y la rabia crece en mi interior, burbujeante e incontrolable. En su hombro, las marcas de dientes se destacan con una crudeza que me golpea como un puñetazo en el estómago.
La visión de esas cicatrices me llena de una furia que apenas puedo contener. Cada marca es un recordatorio del dolor y la humillación que sufrió. Quiero hacer desaparecer todo ese sufrimiento, arrancarlo de su piel y de su memoria. Quiero protegerla de todo mal, pero me siento impotente al ver esas cicatrices tan profundas, tan arraigadas en su ser.
—Ya no duele. —asegura con un hilo de voz.
Sus lágrimas empiezan a caer, y veo la lucha interna en sus ojos. Doy un paso hacia ella, acercándome lentamente, mis manos temblando ligeramente mientras me acerco a tocar su cicatriz. Me detengo a unos centímetros, esperando su permiso.
La fragilidad en su mirada me rompe el corazón.
Ella asiente levemente, y con mucho cuidado, dejo que mis dedos rocen la piel marcada. La textura de la cicatriz es áspera bajo mis dedos, un contraste brutal con la suavidad de su piel. La aspereza de la marca es un recordatorio tangible de la violencia que sufrió, y me lleno de una mezcla de ira y tristeza tan profunda que apenas puedo respirar.
Mi mente está llena de pensamientos oscuros y vengativos hacia los monstruos que le hicieron esto.
La imagen de Ares suplicando por su vida aparece en mi mente. No es suficiente. Todos los que le causaron este daño a Aurora deben pagar. Cada uno de ellos sufrirá y descubrirá en carne propia que mi personalidad retorcida le hace juego a mi nombre. Los cazare a todos, los hare sufrir lentamente. Me asegurare que no tengan una muerte indolora.
Me arrodillo, tomándola por sorpresa y sujetando su mano, miro directamente sus ojos llenos de lágrimas contenidas. El dolor en su mirada es como un espejo de mi propia desesperación.
—Te daré las cabezas de cada hombre que osó tocarte. —deposito un beso en el dorso de su mano.
Puedo ver la lucha interna en su mirada. Asiente mordiendo su labio. La acerco más a mí, envolviéndola en un abrazo protector. Siento sus lágrimas mojar mi camisa, cada sollozo que escapa de sus labios es como una puñalada en el corazón.
El dolor que siente es palpable, y deseo con todo mi ser poder absorberlo y llevármelo lejos.
—Vamos a entrar en la tina. —digo suavemente, liberándola solo lo suficiente para ayudarla a quitarse el resto de la ropa.
Aurora se sumerge en el agua caliente, y yo me arrodillo a su lado, manteniendo mis manos sobre las suyas, asegurándome de que se sienta segura.
Cierro los ojos por un momento, tratando de calmarme. Siento su tensión desvanecerse lentamente en el agua caliente.
—Estoy llena de marcas —murmura tan bajo que apenas pude escucharla—. Recordatorios que no me dejarán en paz.
Me quedo en silencio, dejando que ahogue un sollozo, luego otro y otro hasta que el único ruido que nos envuelve son sus sollozos. Se ha quebrado, y me aseguro de transmitirle que esta vez no está sola. La apoyo mientras llora, mis manos acariciando su cabello y sus hombros, tratando de ofrecerle todo el consuelo que puedo.
Después de un rato, la ayudo a salir de la tina, envolviéndola con cuidado en la toalla que había preparado. Le ayudo a ponerse el pijama limpio y la guío de vuelta a la cama. Me acuesto a su lado, envolviéndola en mis brazos. La abrazo con fuerza, sintiendo su cuerpo frágil relajarse poco a poco contra el mío. Su respiración aún es irregular, pero con cada segundo que pasa, se vuelve más estable.
—Mentí cuando te dije que no sabía nada de él —murmura, su voz apenas un susurro—. Solo no quería tener nada que ver con ese hombre.
Proceso sus palabras, cada una cayendo lentamente en su lugar en mi mente, revelando una verdad que no había anticipado. La gravedad de su confesión me golpea, pero trato de mantenerme calmado para su bien.
—¿Hablas de tu padre?
—Poco después de que mamá muriera, descubrí que obtuve mi apellido por un engaño de su parte —suelta una risa vacía, cargada de amargura—. Ella era experta en eso: engañar. Falsificó los documentos de un hombre y así conseguí su apellido cuando nací.
Mientras habla, su cuerpo comienza a temblar. La giro con cuidado, descubriendo su rostro cubierto en lágrimas. La desesperación y el dolor en sus ojos son casi insoportables de ver.
Sus lágrimas fluyen libremente ahora, y su cuerpo se sacude con cada sollozo. La sostengo con más fuerza, acunándola contra mi pecho.
—Entonces, ¿sabes quién es Bruno Kozlov?
—Lo siento tanto. No sabía cómo decírtelo —suplica entre sollozos—. Tenía miedo de que me vieras de manera diferente, de que me odiaras y me pidieras que me fuera.
Mientras el tiempo pasa, acaricio su cabello, esperando que el gesto calme su agitación. Siento la suavidad de sus mechones deslizarse entre mis dedos, un movimiento rítmico y reconfortante tanto para ella como para mí. Sus sollozos se hacen menos frecuentes, aunque su cuerpo aún tiembla ligeramente.
—No creo ser capaz de pedirte tal cosa nunca —admito, dibujando círculos en su espalda con la yema de mis dedos—. Mataría a todos con tal de tenerte a mi lado.
Se aferra más fuerte a mí
—¿No me odias? —susurra con miedo, su voz apenas audible.
—No, cariño —respondo con suavidad—. Nunca podría odiarte.
Siento cómo su cuerpo se relaja un poco más contra el mío. Puedo sentir su respiración estabilizarse, y cada exhalación es una señal de que está empezando a encontrar paz en mis palabras. Sus brazos se aprietan alrededor de mí. Mientras seguimos abrazados, la imagen del sobre que contiene su información aparece en mi mente. ¿Debería abrirlo?
Lo guardé en un cajón con llave en mi escritorio. Mentiría si dijera que en ocasiones no estoy tentado a ver el contenido, pero en momentos como estos, en donde Aurora se arma de valor para mostrarme más de ella, me doy cuenta de que no voy a traicionar su confianza leyendo su pasado.
A medida que pasan los minutos, siento cómo Aurora se acurruca más cerca de mí, buscando consuelo en el calor de mi cuerpo. La seguridad que encuentra en mis brazos me llena de una profunda satisfacción. Mis dedos continúan dibujando suaves círculos en su espalda, un gesto repetitivo y calmante que parece ayudarla a relajarse.
Minutos después, se queda dormida.
Me levanto con cuidado y me quedo quieto cuando la veo removerse, pero retomo mi camino al asegurarme que sigue dormida. Salgo de la habitación y entro al despacho. Una vez dentro miro fijamente el cajón, Saco mi teléfono y escribo un mensaje rápido a uno de mis hombres, asegurándome de que todo esté bajo control. Luego, me siento en mi escritorio y ocupo mi mente con los documentos que tengo pendientes. Reviso las entregas programadas y el reabastecimiento de los clubes, respondo correos y re agendo reuniones. La monotonía del trabajo me ayuda a mantener la mente ocupada y alejarme de los pensamientos oscuros que a veces me asaltan.
La noche avanza rápidamente, y cuando me doy cuenta, los primeros rayos de sol comienzan a filtrarse por las ventanas del despacho. Me estiro en la silla, sintiendo el cansancio en mis músculos, pero sabiendo que el trabajo no espera.
—Todavía no son pareja, ¿y ya te mandaron a dormir al sofá? —una voz burlona interrumpe mis pensamientos.
Levanto la cabeza para encontrarme con Rowon, sonriendo con burla desde la puerta.
—Entra y siéntate. —digo, señalando la silla frente a mi escritorio.
—Andamos amargados. —comenta en tono burlón.
—Solo cansado —respondo, frotándome las sienes—. Ha sido una noche larga.
Rowon me mira con curiosidad, sus ojos reflejando un entendimiento tácito.
—¿Todo bien con Aurora? —pregunta, su tono ahora más serio.
Asiento lentamente, recordando los eventos de la noche anterior. La vulnerabilidad de Aurora, su dolor y su valentía al compartir su pasado conmigo.
—Sí, está bien. Solo ha sido una noche difícil para ambos.
Él se reclina en la silla, observándome con atención.
—Entonces, ¿qué planes tienes para hoy? —pregunta, cambiando de tema ligeramente.
—Hoy necesito asegurarme de que todo esté en orden con los clubes y las entregas. Además, tengo que revisar algunos documentos legales. Hay mucho trabajo por hacer. —respondo, haciendo una lista mental de todas las tareas pendientes.
Rowon asiente.
—Rafael se encarga de las entregas presenciales, por el momento la gente de Alacrán no está interesada en buscar venganza —blanquea los ojos—. Se dividieron y escaparon como las ratas que son.
—Solo me interesa encontrar al bastardo de Ares.
Saca su teléfono.
—Está noche recibiré información para asegurarme que la pista que tenemos es real.
—¿Sobre su paradero?
Asiente.
—Se supone que lo vieron haciendo negocios al oeste de Denver, pero nada seguro. Una vez Ronan me confirme, te lo haré saber e iremos por él.
—Bien, ¿Alguna novedad de los Petrov?
Rowon asiente, busca algo en su teléfono y me muestra una imagen.
Es Bruno saliendo de un edificio junto a una mujer. Amplio para ver más de cerca y una sonrisa casi gatuna aparece en mis labios. La conozco. Malditamente lo hago.
—Búscala y tráela de inmediato. Hazle saber que no tiene muchas opciones si no quiere cooperar.
Se levanta en cuanto le devuelvo el aparato.
Sale de la habitación respondiendo una llamada. Estamos cada vez más cerca, solo dos meses para dar inicio a la venganza que tanto tiempo he esperado. Las ansias se esparcen y debo mantener la calma. El juego apenas comienza y juro que me divertiré tanto haciéndolo sufrir.
Rafael conduce sin despegar la mirada de la carretera.
La tensión en el aire es palpable mientras avanzamos hacia nuestro objetivo. Hace unas horas, recibimos la confirmación de Ronan, asegurando que Ares está escondido en ese lugar. Movilicé a nuestros mejores hombres, y en estos momentos ya deberían estar rodeando su escondite, esperando mi señal para entrar con todo y finalmente capturarlo.
Mientras el paisaje pasa rápidamente por la ventana, mi mente viaja al momento en que Aurora me reveló que era hija de Bruno. El pensamiento que tuve en ese momento sigue presente, latente en el fondo de mi mente. Al principio, pensé en utilizarla para obtener información sobre ese hombre, para desentrañar sus secretos y debilitar su posición. Pero cuando descubrí que ella no tuvo ningún contacto con él, deseché la idea inmediatamente.
No podía, ni quería, exponerla a más dolor y manipulación.
Pronto llegaremos a nuestro destino. Una vez estemos cerca, enviaré un mensaje a todos para que se muevan y no dejen escapar a Ares. Mi determinación se fortalece con cada kilómetro recorrido. Ares ha causado suficiente sufrimiento y es hora de que pague por sus crímenes.
—Estamos cerca. —dice Rafael, rompiendo el silencio tenso.
Asiento, preparando mentalmente la estrategia final. Saco mi teléfono y comienzo a redactar el mensaje que activará a nuestros hombres.
"Objetivo confirmado. Procedan según lo planeado. No dejen que escape."
Envío el mensaje y guardo el teléfono, sintiendo cómo la adrenalina comienza a fluir con más intensidad. La caza está a punto de comenzar, y no habrá margen para errores.
Finalmente, el coche se detiene a una distancia segura del escondite de Ares. Rafael apaga el motor y ambos bajamos del vehículo. El aire fresco de la noche nos envuelve, y el sonido de nuestros hombres moviéndose en la oscuridad confirma que estamos listos.
—Es hora. —digo, mirando a Rafael y luego a nuestros hombres que están listos para actuar.
Con un último vistazo al cielo estrellado, doy la señal final. En un instante, el silencio de la noche se rompe con la acción coordinada de nuestros hombres.
—¡Adelante! —grito, y el asalto comienza.
La tensión estalla en acción mientras mis hombres irrumpen en el escondite. El sonido de botas golpeando el suelo, órdenes gritadas y disparos llenan el aire, creando un caos controlado que avanza con precisión. La adrenalina corre por mis venas mientras avanzo con determinación, sabiendo que esta es nuestra oportunidad de poner fin a Ares de una vez por todas.
Las luces de las linternas iluminan el oscuro interior del escondite, revelando pasillos estrechos y habitaciones llenas de sombras. Mis hombres se mueven con eficiencia, asegurando cada esquina, cada puerta, avanzando sin dar tregua. Los gritos de los hombres de Ares, sorprendidos y desorganizados, se mezclan con el ruido ensordecedor de la confrontación.
—¡Busquen en cada rincón! —grito a todo pulmón.
Avanzo rápidamente, mi arma lista, mis sentidos agudizados.
Cada paso está calculado, cada movimiento sincronizado con mis hombres. A lo lejos, veo a Rafael liderando un grupo, su figura imponente y decidida.
De repente, un hombre emerge de las sombras, su rostro deformado por la ira y el miedo. Levanta su arma, pero no tiene oportunidad de disparar antes de que lo derribe con un tiro preciso. Su cuerpo cae al suelo con un sonido sordo, y sigo avanzando, mis ojos buscando a Ares.
Finalmente, llegamos a una puerta reforzada al final de un pasillo. Sé que Ares debe estar detrás de ella. Con un gesto, indico a mis hombres que se preparen. Colocan cargas explosivas en la puerta y retroceden. La explosión resuena en el pasillo, y la puerta se abre de golpe, revelando la habitación detrás de ella.
Un grupo de hombres tarda en reaccionar cuando mis soldados los rodean. Me acerco a uno, le disparo en la pierna y aúlla del dolor.
—Ares, ¿Dónde está?
El bastardo se atreve a sonreír, escupe en mis zapatos.
—El jefe te manda saludos desde el infierno. —responde con una sonrisa burlona.
Le clavo una bala en su frente. Su cuerpo cae, miro a sus compañeros, avanzo al siguiente sin perder tiempo.
—Me dirán todo lo que saben si no quieren terminar muertos. Claro, ninguno correrá con la misma suerte que esa basura —digo con frialdad, acercándome a uno de ellos—. No me llaman "El Dios de los Muertos" por nada.
El pánico en sus rostros es palpable, un miedo que puedo saborear. Sus respiraciones se vuelven erráticas y sus ojos buscan una salida que saben que no existe. Hago una seña a Ronan, que sujeta al hombre frente a mí y lo lanza al suelo con fuerza.
—¡No! ¡Por favor! —grita el hombre cuando apunto mi arma a su cabeza, pero su súplica cae en oídos sordos.
Aplasto su mano con mi pierna, y el crujido de sus huesos rompiéndose se mezcla con sus gritos de dolor. Se retuerce en el suelo, tratando de escapar, pero no tiene ninguna posibilidad. Su desesperación alimenta mi determinación.
—No lo repetiré. Responde lo que tu compañero no quiso.
—¡Está bien, está bien! —grita el hombre, su voz temblando de terror—. Nadie sabe dónde está. Hace una semana nos hizo venir aquí y estamos esperando sus órdenes desde entonces.
—Tu compañero parecía saber de él.
Traga saliva.
—Debíamos esperar, se suponía que haríamos un trabajo cerca de Denver.
—¿Denver?
Asiente desesperado.
—Algo sobre saldar una deuda con una mujer. No lo sé. Soy un simple soldado.
Lo miro fijamente, evaluando la veracidad de sus palabras. La desesperación en su voz y la súplica en sus ojos indican que está diciendo la verdad, o al menos, parte de ella. Retiro mi pierna y el hombre suspira aliviado, aunque el alivio es temporal.
—Si estás mintiendo, volveré por ti. —le digo, y el miedo en sus ojos se intensifica.
Una mujer.
La palabra resuena en mi mente, y de repente, mi mundo se congela. No. No. La realidad se estrella contra mí como una ola helada. Aurora. Mi corazón late desbocado, y un pánico visceral se apodera de mí.
—¡Rafael! ¡Rowon! —ladro, saliendo del lugar con pasos rápidos.
El caos que nos rodea se vuelve borroso mientras mi mente se enfoca solo en una cosa: Aurora. La posibilidad de que ella esté en peligro me llena de una desesperación que apenas puedo controlar. Cada segundo cuenta, y no puedo permitirme perder tiempo.
—¿Qué pasa, jefe? —pregunta Rafael alerta.
—Tenemos que movernos. Ahora.
Nos dirigimos rápidamente hacia los vehículos, y mientras corremos, envío mensajes a todos nuestros hombres, ordenándoles que se reúnan y se preparen para un posible enfrentamiento cerca de Denver. Mi mente trabaja a toda velocidad, planificando cada paso, cada movimiento, pero el miedo por Aurora es un constante nudo en mi estómago.
Subo al coche y marco su número, esperando con ansias escuchar su voz. Pero no contesta. Lo intento tres veces más, y nada. Cada intento fallido aumenta mi desesperación, y la preocupación se transforma en pánico.
—¡Maldita sea! —grito, golpeando el asiento con frustración.
Rafael me lanza una mirada rápida, comprendiendo la gravedad de la situación. Acelera, y el coche se lanza por la carretera a una velocidad vertiginosa. La ciudad de Denver se acerca rápidamente, pero el viaje parece interminable.
—Rowon, ¿alguna novedad de los otros equipos? —pregunto, tratando de mantener la calma.
—Nadie contesta, Hades, algo sucede. —responde Rowon
El miedo se apodera de mí, y la desesperación aumenta. Cada segundo sin comunicación es una eternidad, y la posibilidad de que Aurora esté en peligro es insoportable. La imagen de ella en manos de esos bastardos me consume.
—¡Maldita sea! —grito, golpeando el volante con frustración—. Tenemos que movernos más rápido.
Marco su número nuevamente, pero sigue sin responder.
Prometí que la cuidaría, se lo repetí hasta el cansancio, y ahora que está en peligro, no soy capaz de hacer una mierda. Cada kilómetro que recorremos parece una eternidad, y la posibilidad de que lleguemos demasiado tarde me carcome por dentro. A la velocidad que vamos, con suerte estaremos en casa en tres horas, y ninguno de nuestros hombres responde. Es la primera vez que el pánico se apodera de mi sistema a tal punto de estar perdiendo los estribos.
Miro a Rafael y Rowon, ambos tensos y enfocados en la carretera y la misión que tenemos por delante. Sus rostros reflejan la misma preocupación que siento.
Nunca debí dejarla sola.
El peso de esa decisión me aplasta, y la culpa se suma al miedo que ya siento.
—Rafael, necesitamos una ruta más rápida. No podemos perder ni un segundo. —digo con urgencia, tratando de mantener la voz firme.
—Estoy en eso, jefe. Haré lo que pueda. —responde Rafael, sus manos firmes en el volante.
—Rowon, sigue intentando comunicarte con los equipos. No podemos perder ni un segundo.
—Si.
La carretera parece interminable, y el paisaje se difumina en una mezcla de luces y sombras. Cada kilómetro que recorremos me parece un siglo, y el silencio en el coche es opresivo, cargado con el peso de lo que está en juego. Marco el número de Aurora nuevamente, pero sigue sin responder. La frustración y el miedo se entrelazan en mi pecho, formando un nudo casi insoportable.
Mi teléfono suena. Número desconocido.
—Es divertido ver como juegas a cazarme cuando voy muy por delante —la voz del bastardo, su risa hace eco. Aprieto el teléfono al punto de hacerlo sonar—. ¿Te dieron mi mensaje?
—Hijo de puta.
—Por desgracia, para mí, no podré ver como esa perra traidora suplica por su vida. ¿Te contó cómo se arrodillo sin una pizca de dignidad para que no la matará? —escupe con asco—. Debí hacerlo. Deje que mis hombres la disfrutaran al punto de hacerla nada.
—Tu cabeza tiene fecha límite, Ares. ¿Qué piensas? ¿No sería romántico dársela para navidad?
Suelta una carcajada cargada de burla.
—La única cabeza que tendrás será la de esa mujer.
La llamada se corta y una imagen llega.
Aurora.
🦇🦇🦇
Yo también quiero que reserven el centro comercial para mi solita, así no tengo que soportar a la multitud😿
❤️🩹
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