Capítulo 5
̶«̶ ̶̶̶ ̶ ̶ ̶̶̶ ̶«̶ ̶̶̶ ̶ HADES ̶»̶ ̶̶̶ ̶ ̶ ̶̶̶ ̶»̶ ̶̶̶ ̶ ̶
—Llegaremos al aeropuerto en quince minutos. —informa Rowon desde el asiento del conductor.
Asiento, aunque mi mente sigue concentrada en el archivo que uno de mis hombres me ha enviado. El encargado de investigar a quien sea que queramos.
Cuando pedí que investigara a Aurora, asumí que le tomaría más de una semana reunir toda la información. Sin embargo, el informe llegó rápidamente, con toda su vida resumida en un diminuto archivo sobre mi escritorio. Durante días estuve posponiendo abrirlo, esperando que ella misma me contara su historia. Pero ya no puedo esperar más.
Aprieto la carpeta entre mis manos, dudando un momento. Finalmente, la lanzo a un lado y saco el teléfono del bolsillo. Marco el número de Rafael.
—¿Cómo está ella?
—No ha salido de la habitación —responde Rafael al otro lado de la línea—. Le llevé la comida que preparaste, pero no creo que la haya probado.
Suspiro, la sensación de impotencia aplastándome.
—Se ha acostumbrado a que sea yo quien le dé de comer —digo, sabiendo lo frágil que es ahora—. Llévala al baño, guíala. Ella hará el resto. Cuídala bien.
—¿Qué te traes con ella, Hades? —pregunta Rafael, su tono lleno de curiosidad.
Frunzo el ceño.
—No entiendo a qué te refieres.
—Te estás tomando demasiadas molestias por una mujer que apenas conoces. Sabes que eventualmente se irá, ¿no?
Aprieto el teléfono con fuerza.
—Déjame hacerte una pregunta, Rafael. ¿Alguna vez has sentido que no eres necesario en la vida de nadie?
—No. —su respuesta es firme.
—Yo sí. Desde que murieron mis padres, no volví a sentir que alguien me necesitara realmente. Pero desde que ella llegó... eso cambió. Aurora me necesita. Y eso me hace sentir útil, Rafael.
Se queda en silencio, procesando mis palabras.
Con la muerte de mis padres, la mafia se convirtió en mi familia. Pero mientras todos ellos hacían sus vidas, conocían mujeres, salían de fiestas o iban a reuniones, yo solo vivía por mi venganza. Planeaba cada día, visualizando cómo sería el momento en que por fin lo lograra.
—Sé que ella se irá eventualmente —continúo—, pero hasta entonces, quiero asegurarme de que esté bien. Quiero ayudarla en todo lo que pueda.
Rowon detiene el coche en el aeropuerto.
—La cuidaré bien. Lo prometo.
—Confío en ti.
Cuelgo. Una vez fuera del coche, converso con el piloto y reviso el trayecto.
He retrasado este viaje durante casi un mes. Entre la recuperación de Aurora y mis propios miedos de dejarla sola, busqué excusas. Pero ya no puedo seguir evitando el deber. El trato con los árabes debe cerrarse.
Subo al jet, con Rowon detrás de mí. Me acomodo en mi asiento y trato de concentrarme en los papeles que me traje, pero el peso de la ansiedad sigue oprimiéndome el pecho. Algo anda mal.
Saco el teléfono, marco el número de Aurora. Nada. Un tono y cuelga. Vuelvo a intentarlo. Silencio. No me responde.
Por primera vez en mi vida, la ansiedad me ahoga.
Sin pensarlo dos veces, me levanto del asiento y bajo del jet. Rowon me sigue de cerca, sin preguntar nada. Sabe lo que esto significa.
—Contacta con los hombres en la casa. Ahora —mi voz sale tensa, casi sofocada por la urgencia—. Necesito saber si todo está bien.
Rowon asiente sin perder un segundo y rápidamente saca su teléfono, marcando el número de los hombres que están en la casa.
—Vamos, contesta... —gruño.
Los segundos se sienten como horas. Cada fibra de mi ser está tensa, cada latido de mi corazón resuena en mis oídos como el eco de un martillo. Finalmente, escucha algo al otro lado de la línea y me mira fijamente.
—No han podido contactar con Rafael ni con los otros —me informa con preocupación en la voz—. Han estado intentando comunicarse, pero nadie responde.
Mis pensamientos se nublan por un segundo. Esto no puede estar pasando.
—A casa, rápido. —ordeno, sintiendo que el miedo crece en mi interior como un incendio incontrolable.
Durante todo el trayecto, mi mente no para de repasar cada detalle de Aurora. Su crisis en el invernadero, las señales que pasé por alto. Sabía que algo estaba mal. Los guantes, la forma en que evitaba mirarse al espejo. Lo hablé con Leandro. Me recomendó que la llevara con un profesional. Sabía que necesitaba ayuda, pero fui un cobarde.
Ya no hablaba o se movía por si sola.
Intente muchas veces hacerla hablar. Le mencionaba las nuevas flores que estaban floreciendo, la nieve, el invernadero, nada parecía hacerla reaccionar. Estaba apagada. Ese brillo en su mirada desapareció y mi corazón se rompió otro poco.
Treinta minutos después, el coche se detiene bruscamente frente a la casa. Mi corazón late con fuerza mientras salto fuera. Corro hacia la entrada, escuchando las voces de Rafael y uno de mis hombres. Caos. Subo las escaleras, las voces se hacen más claras. Gritos.
El cuerpo casi sin vida de Aurora yace en los brazos de Rafael, y es como si el mundo hubiera dejado de girar. Todo el aire abandona mis pulmones, mi corazón late desbocado, retumbando con una violencia que nunca había experimentado. El dolor me golpea con una fuerza devastadora.
Rafael la deja en el suelo, desesperado, luchando por desatar el nudo de las sábanas que cuelgan de su cuello. No, no puede ser. Mi mente se niega a aceptar lo que está viendo, lo que está ocurriendo frente a mí. Cada segundo parece una eternidad.
—¡No! —ruge algo dentro de mí, pero las palabras no salen de mi boca—. ¡Aurora!
El frío me invade al ver sus labios azulados y su rostro pálido. La desesperación y el miedo me estrujan el corazón.
Corro hacia ella, mi mente nublada por el miedo más absoluto que jamás he sentido. Mi Aurora, mi pequeña. Su piel es tan fría... tan pálida... Mi mundo se rompe. La sostengo con fuerza, evitando que se deslice hacia la oscuridad. No puedo perderla.
Caigo de rodillas frente a su cuerpo, sintiendo como mis fuerzas me abandonan, como si mi propia vida estuviera siendo arrancada. El nudo en mi garganta es sofocante. Mis manos tiemblan cuando alcanzo las suyas. Están frías. Muertas. Una parte de mí se rompe al sentir la helada realidad en su piel, un golpe directo al centro de mi alma.
No. No. No.
Se muere. La respiración le falla, sus ojos se cierran. El pecho va cada vez más lento con cada respiro que da. Apego su helado cuerpo al mío, infundiéndole calor.
La levanto con el pánico desgarrando cada fibra de mi ser. El mundo se desvanece a mi alrededor mientras la sostengo, como si todo lo demás se hubiera vuelto insignificante. Salgo de la habitación y bajo las escaleras, cada paso es una tortura, con lágrimas de pura desesperación nublando mi vista. Mi mente repite la misma súplica, una y otra vez, como si el universo pudiera escucharme y tener piedad.
No me la arrebates de esta manera. No así. No ahora.
No cuando le juré que sus días serían mejores. No cuando prometí que ella vería la caída de aquellos que le hicieron daño, que encontraría justicia, que tendría su venganza.
Por favor. Vamos.
—Vamos, Aurora... —mi voz es una mezcla de súplica y miedo. Mi mente no puede procesar la posibilidad de perderla.
—Basta... —murmura ella, apenas un eco de la mujer que solía ser.
—¡Llamen a Leandro! —grito, desesperado. Abrazo el cuerpo de Aurora, sosteniéndola con toda la fuerza que me queda. No puede. No puede irse. No cuando le prometí que me encargaría de todos los que le hicieron daño. Ella debe verlos caer. Debe verlos sufrir—. No cierres los ojos, Aurora, no cierres los malditos ojos. ¡Pequeña!
Su cuerpo, tan frágil, comienza a convulsionar en mis brazos. Por un segundo, me paralizo. El miedo se enreda en mis pensamientos, ahogando cualquier lógica. Mis manos tiemblan, mis ojos no dejan de buscar algún indicio de que ella aún está aquí, que aún puedo salvarla.
Rowon arranca el coche, la velocidad apenas es suficiente. Mi mente es un caos de pensamientos, una carrera contra el tiempo. Mi mirada no se aparta de su rostro. Inerte, pálido, helado.
—Aurora, por favor, quédate —mi voz se rompe en pedazos—. ¡No te atrevas a dejarme! —Suplico. Las lágrimas caen sobre su piel, pero ella no reacciona. No hay calidez en su cuerpo.
—Por favor, no me hagas esto —mi tono es el de un hombre que ha perdido todo—. Quédate conmigo —mis palabras son una súplica constante—. ¡No te vayas! ¡No me dejes!
Sus ojos se abren. Apenas un poco, lo suficiente como para partirme el alma.
—Hades... Déjame ir.
Su petición me destroza. Ella está pidiéndome que la deje. Que me rinda. Que la suelte, que permita que se vaya. Pero no puedo. No puedo hacerlo.
—¡No! —grito, sacudiendo su cuerpo suavemente, intentando mantenerla aquí, conmigo—. No te irás, no te dejaré ir. ¿Me escuchas? No te dejaré ir.
Mi corazón late frenéticamente, mi mente sigue atrapada en un torbellino de culpa. No debí dejarla sola. Debí quedarme. A la mierda los árabes. A la mierda los negocios. Cualquiera de mis hombres pudo haber ido. Pero no lo hice. Y ahora la estoy perdiendo.
Apego su cuerpo al mío, aferrándome a ella como si pudiera compartirle mi vida, como si eso fuera suficiente para mantenerla aquí, en este maldito mundo.
—Aurora, quédate... —susurro, mi voz temblorosa, quebrada, llena de desesperación—. Por favor. Por favor. Por favor, pequeña —mi respiración se corta, las palabras apenas salen de mi boca—. Quédate conmigo. Te lo suplico.
Mi cuerpo tiembla incontrolablemente, la desesperación me consume. Rowon conduce frenéticamente, pero el trayecto parece interminable. Cada segundo se convierte en una eternidad. Sostengo su rostro entre mis manos, acariciando suavemente su piel inexplicablemente fría, temeroso de que este sea el último momento que la toque.
—¡Ve más rápido! —bramo—. Maldita sea, Aurora.
Finalmente, llegamos. El coche se detiene bruscamente, pero mi mente está en un caos absoluto. No puedo pensar con claridad. Lo único que sé es que no puedo perderla.
Bajo con cuidado, temeroso de dañarla más. Las puertas metálicas de la clínica se abren con un sonido que me parece lejano. Enfermeros corren hacia nosotros, una camilla aparece de la nada. Coloco su cuerpo con todo el cuidado que me queda, pero cada segundo me mata. ¿Y si ya es demasiado tarde?
Mis manos son vacías cuando me aparto.
Unas manos firmes me detienen antes de que pueda seguir. Un médico me mira fijamente, pero sus palabras apenas me alcanzan.
—No puede seguir más allá. Haremos lo posible por salvarla.
La ira y la impotencia se mezclan en un torbellino que me consume por completo. Mis manos buscan al médico antes de que pueda procesarlo del todo. Lo agarro por el cuello, mis dedos apretando con la fuerza de mi desesperación.
—Haz lo imposible. O todo tu maldito personal saldrá de este hospital en cajas —mis palabras son amenaza pura—. O el siguiente en necesitar una camilla, serás tú.
—Ya basta, Hades. Deja que hagan su trabajo. —la voz de Rafael se filtra entre el caos, pero mi mente no puede aceptar esas palabras.
—Su maldito trabajo es mantenerla con vida —ladro—. Si mi mujer muere, tú mueres.
Rafael me lo quita de las manos, el hombre sale corriendo en dirección a urgencias.
Mi mente viaja a mil por hora. Jamás imaginé que algo así sucedería. No, eso es mentira. Solo fue mi egoísmo vendando mis ojos. Quería creer que todo estaría bien. Soy un maldito estúpido.
Mi mente no puede escapar del torbellino de pensamientos que me consume. Cada segundo es una agonía, una tortura constante al recordar su cuerpo helado, casi muerto. El miedo se ha apoderado de cada fibra de mi ser, ahogándome en una marea de desesperación. La clínica, con sus luces frías y el eco de pasos apresurados, se convierte en un escenario de horror interminable. Mis súplicas a un destino indiferente caen en el vacío, mientras la culpa y el pánico se entrelazan en un nudo imposible de deshacer.
El dolor es un peso insoportable, una sombra que se cierne sobre mí, recordándome cada promesa rota, cada momento en que dejé que mi egoísmo nublara la realidad. Verla así, tan frágil y vulnerable, ha destrozado cualquier ilusión de control que alguna vez tuve. La impotencia se mezcla con el miedo, creando una tormenta interna que amenaza con consumir lo poco que queda de mi cordura. Cada instante es un recordatorio cruel de mi fracaso, de mi incapacidad para protegerla.
Escondo mi rostro entre mis manos, tratando de regularizar mi respiración.
Todo esto es culpa de ese maldito de Ares. Fue el causante de tanto dolor. La rabia y el resentimiento se arremolinan dentro de mí, luchando por salir a la superficie. Siento un ardor en mi pecho que amenaza con consumirlo todo.
Mis pensamientos se vuelven oscuros y caóticos. Las promesas de venganza resuenan en mi mente como un mantra. Mientras los médicos luchan por salvarla, yo lucho contra la desesperación y la impotencia, sintiendo que el tiempo se escapa entre mis dedos.
Mis manos tiemblan mientras espero en el pasillo, el eco de las voces médicas se mezcla con los latidos frenéticos de mi corazón.
Finalmente, las puertas metálicas de la sala de emergencias se abren con un chirrido agudo que rasga el silencio. El médico que amenacé hace horas entra en mi visión periférica, evitando mi mirada como si no pudiera enfrentar el peso de lo que está por decir.
—Hemos hecho todo lo posible. Está en una condición crítica, pero estable. Las próximas horas serán decisivas.
Las palabras se clavan en mí como dagas. Crítica. Estable. Decisivas.
El alivio que esperaba sentir no llega completamente, es ahogado por el miedo, un miedo tan abrumador que se entrelaza con cada pensamiento, con cada respiro.
—¿Podemos entrar a verla? —mi voz sale áspera por el cansancio.
El médico asiente en silencio, y sin esperar un segundo más, entro en la habitación, sintiendo cómo el mundo se reduce a ese pequeño espacio donde ella lucha por su vida.
Aurora está ahí, rodeada de máquinas, su respiración frágil pero constante. Los pitidos de los monitores y el leve movimiento de su pecho me indican que sigue aquí, pero el dolor en mi pecho no desaparece. Mientras me siento junto a su cama, tomando su mano fría entre las mías, mi mente, por primera vez en horas, se despeja de la angustia inmediata y comienza a enfocar en otra dirección. Ares. Ese maldito.
No puedo dejar que siga escapando. No puedo permitir que el monstruo que la destruyó siga caminando libremente, sin pagar por lo que le hizo. Debo acelerar los planes. Debo encontrarlo. Pero primero, debo asegurarme de que ella esté fuera de peligro.
Observo su rostro, tan frágil, tan dañado, y siento cómo la rabia arde en mi interior, tan fuerte que me quema por dentro. Ares pagará. Lo haré sufrir como ella sufrió.
Mis dedos aprietan suavemente su mano, como si mi fuerza pudiera devolverle algo de vida.
La puerta de la habitación suena cuando Rafael y Rowon entran en silencio. No hacen preguntas, saben lo que deben hacer.
He movilizado a cada uno de mis hombres. Todos están en alerta máxima. Ares no podrá ocultarse por mucho más tiempo. Lo atraparé. Lo haré sufrir. Quiero la cabeza de ese bastardo. Y la tendré.
—Vigílenla —mi voz es baja, teniendo miedo de despertarla, dejo su mano con suavidad sobre las sábanas blancas—. Debo hacer una llamada.
—Sí, señor. —responden al unísono, sin dudar.
Mientras el tono suena, mi mirada vaga hacia la ventana. La lluvia golpea el cristal, un reflejo de la tormenta que llevo dentro. La venganza es lo único que mantiene mi mente enfocada, pero saber que Aurora sigue luchando por su vida me arrastra de nuevo al abismo del miedo. No puedo permitirme perderla. No otra vez.
El tono se corta y una voz grave contesta al otro lado.
—Hades.
—Se acabó el tiempo, ¿van a ayudarme o no?
—Solo dinos que quieres. —la voz de Donovan atraviesa la lluvia.
—La cabeza de Ares —bramo, sin ningún esfuerzo por contener el odio que me consume—. Averigüen dónde se esconde.
Donovan guarda silencio por un momento, pero puedo sentir su tensión al otro lado de la línea. La lluvia sigue golpeando el cristal, como si acompañara cada latido violento de mi corazón.
—¿Acaso no me conoces? Uno de mis hombres monitoreo sus movimientos los últimos días, salió del país ayer y suponemos viajo a México.
—Una rata tratando de esconderse —murmuro con tono siniestro—. Déjalo creer que está a salvo, mientras más seguro se sienta, más divertida será la cacería.
Donovan suspira, pero sé que está de acuerdo. Este juego de caza ha comenzado, y no pienso detenerme hasta que termine.
—Bien. Te mantendremos informado.
Cuelgo el teléfono. La tormenta fuera parece aumentar, como si sintiera mi rabia, mi desesperación. Ares pensó que podía hacerle esto a Aurora y seguir viviendo. Se equivocó.
Su error fue subestimarme. Y pagará por ello, con su vida y mucho más.
Me giro y regreso a la habitación, el sonido de los monitores es lo único que llena el silencio. Rafael y Rowon están vigilando, atentos a cada movimiento, a cada respiración que Aurora emite.
Les hago una señal y salen sin hacer ruido, me siento a su lado, tomando nuevamente su mano. Mis dedos la aprietan suavemente, intentando darle el calor que su cuerpo ha perdido. La mujer frente sigue sin despertar y tengo mi corazón en mi mano, dispuesto a dárselo si es necesario. Y mientras la miro, una verdad que he estado negando se instala con fuerza en mi mente: no puedo perderla. No ahora, no nunca. Aurora me tiene, y lo peor es que ni siquiera lo sabe. Me enferma lo mucho que la deseo, lo mucho que la quiero para mí, completamente, en cuerpo y alma.
—Voy a arreglarlo todo. Haré que paguen. Todos los que te hicieron daño van a sufrir, y cuando terminen, ya no quedará nada de ellos. Solo necesito que te quedes. Solo eso.
Tres días.
Cada uno de esos días ha sido un infierno interminable, una tortura que me mantiene en vilo al borde de la desesperación. No me he alejado de su lado, ni siquiera un segundo. Cada latido de su corazón, cada respiración es una cuenta regresiva que me acerca o me aleja de la peor de mis pesadillas. Las máquinas siguen su incesante pitido, recordándome con cada sonido que su vida pende de un hilo. Las enfermeras entran y salen, sus murmullos se mezclan con los ecos de mis pensamientos oscuros. A veces ni siquiera las noto. Solo tengo ojos para Aurora.
Ares sigue desaparecido, y la rabia que eso me provoca es insoportable. La frustración de saber que hay una rata entre mis hombres, alguien que ha filtrado mis planes, me consume. Ese cobarde se escondió mucho antes de que pudiera desplegar a mis hombres, y aunque no lo quiera admitir, temo que encuentre una manera de escaparse para siempre. Pero ahora, aquí, frente a Aurora, esa preocupación parece lejana.
De repente, un leve movimiento en la camilla rompe el patrón monótono de los últimos días. Sus dedos se mueven, casi imperceptibles. Mi corazón salta en mi pecho. Me inclino hacia adelante, buscando cualquier signo, cualquier confirmación de que está volviendo. Sus párpados se agitan, y mi respiración se detiene por un instante.
—Aurora...
Ella parpadea, desorientada, y mi mano se aferra a la suya con más fuerza, como si temiera que, si la suelto, todo esto no sea más que una ilusión. Está viva.
—No te muevas, cariño —le digo con voz suave, esforzándome por sonar calmado, aunque mi interior es un caos de emociones encontradas—. Voy a ir por el médico, ¿de acuerdo?
Los días de miedo y agonía se desvanecen mientras veo la vida regresar lentamente a su rostro.
Pero cuando hago el intento de soltar su mano, siento que la sujeta con más fuerza, como si temiera que me fuera a desvanecer si me alejo. Mis pies se quedan anclados al suelo, y mi mirada no puede apartarse de la suya. Sus ojos, todavía nublados por la confusión, me miran directamente, y algo dentro de mí se desmorona.
—Hades... —murmura, su voz débil, pero está allí. Ella está aquí.
Siento mis ojos arder, la mezcla de alivio y angustia es abrumadora. No puedo irme. No puedo dejarla, aunque sea solo para traer al maldito médico.
—Tranquila, pequeña. No voy a ninguna parte —susurro, inclinándome hacia ella—. Voy a estar aquí. Contigo.
Con un esfuerzo, libero una de mis manos y presiono el botón de llamada. Las enfermeras no tardan en llegar, y pronto, el médico está junto a ellas. Todo se mueve rápido, pero a mí el tiempo se me detiene. Me aparto solo lo necesario, sin soltar su mano, observando cómo la revisan.
—¿Cómo está? —pregunto con un tono más áspero de lo que pretendía. Mis emociones están en caos, y la paciencia se ha convertido en un lujo que no puedo permitirme.
El médico no levanta la vista al principio, centrado en revisar los monitores y las constantes vitales de Aurora. Finalmente, respira profundo antes de responder.
—Es un milagro que haya despertado tan pronto. Sus signos vitales son estables, pero sigue siendo muy frágil —me mira a los ojos por primera vez—. Lo peor ha pasado, pero todavía debemos vigilarla. Las próximas horas serán cruciales.
—¿Cruciales? —repito, mis dientes apretados. No puedo soportar más ambigüedades. Necesito algo concreto, algo que me asegure que no volveré a perderla—. Dime la verdad, doctor, ¿va a estar bien?
El médico se toma un momento, como si sopesara sus palabras con cuidado.
—Es demasiado pronto para asegurarlo con certeza, pero el hecho de que haya despertado y responda es una buena señal. Si sigue mejorando de esta manera, tiene altas probabilidades de recuperarse. Sin embargo, su cuerpo está agotado, y el trauma emocional no debe subestimarse. Va a necesitar mucho tiempo y paciencia.
Mi mandíbula se tensa. Tiempo y paciencia. Las únicas dos cosas que siento que estoy perdiendo en este momento.
—Haré todo lo necesario para que se recupere —digo, mi voz baja pero firme—. Lo que sea que necesite, lo tendrá. Solo... —mi voz se quiebra un poco antes de poder controlarla—. Solo asegúrate de que mejore o tú no saldrás de este hospital con vida.
El médico asiente con gravedad, entendiendo la amenaza en mis palabras.
—Haremos todo lo posible.
Se apresura a salir, dejando la habitación en silencio. La puerta se abre y Rafael entra, moviéndose con cautela para no hacer ruido. Su mirada se posa en Aurora por un segundo antes de volver hacia mí. Hago un gesto para que me siga fuera de la habitación.
—Dime que tienes noticias.
Rafael asiente, entregándome un sobre grueso.
—No sobre Ares, aún no —su voz es grave—. Pero esto tiene que ver con las drogas que han intentado vender en nuestro territorio hace menos de tres meses. —dice.
Mi mente viaja a ese momento. Uno de mis hombres descubrió cómo un imbécil intentaba establecer un negocio de drogas en mis locales. Después de un "interrogatorio" intensivo por parte de Rafael, conseguimos un nombre: Alacrán. Un apodo que se ha convertido en un dolor de cabeza en las últimas semanas. Nadie sabe su verdadera identidad, pero está claro que tiene muchos enemigos y sabe cómo ocultarse.
Abro el sobre y reviso los documentos en su interior. Son informes detallados sobre las actividades recientes de Alacrán, los movimientos sospechosos y las conexiones posibles con otros grupos delictivos
—¿Crees que Alacrán pueda estar conectado con lo de Ares? —pregunto, mis ojos aún fijos en el informe.
Rafael frunce el ceño, claramente considerando la posibilidad.
—Es difícil decirlo. Ares ha estado moviéndose entre sombras, evitando dejar rastro, pero Alacrán tiene los recursos para ayudarle a ocultarse. Si están conectados, lo sabremos pronto.
Mis dedos aprietan el borde del sobre, el papel crujiendo bajo la presión.
—Bien. Sigue así. No quiero perder más tiempo. Quiero a ambos, Ares y Alacrán. No importa cuántos agujeros tengamos que escarbar, quiero sus cabezas.
Rafael asiente.
—Ya he puesto a nuestros mejores hombres a trabajar en esto. No dejaremos que ninguno de esos malditos siga operando en nuestro territorio.
La rabia que llevo dentro es un fuego constante. Aurora está aquí, luchando por su vida, mientras esos bastardos siguen libres. No puedo permitirme ni un solo error más. Los encontraré, y me aseguraré de que sufran.
—Deja que me mantengan informado. Si hay cualquier avance, quiero saberlo de inmediato. —mi tono no deja lugar a dudas. No descansaré hasta que esto termine.
Rafael asiente y me deja solo con mis pensamientos. Mi mente va y viene entre la rabia por lo que les hicieron y la culpa por haberla dejado tan vulnerable. La sensación de haber fallado a alguien por quien daría todo es casi insoportable.
Regreso a la habitación, cerrando la puerta con cuidado para no despertarla. El sonido de los monitores sigue siendo un recordatorio constante de lo cerca que ha estado de desaparecer. Me acerco a la cama y tomo su mano una vez más. Sus dedos están cálidos, pero frágiles entre los míos. No he tenido noticias del paradero de Ares. El rumor de que estoy cazándolo se ha esparcido. Ese cobarde se escondió mucho antes de que pudiera desplegar a mis hombres. Pero lo encontraré. Lo haré pagar.
Aurora abre los ojos lentamente, enfocándolos en mí con una mezcla de confusión
—¿Qué pasa? —su voz es un susurro débil—. ¿Dónde estoy?
—En el hospital, te traje cuando te encontré en el baño, pero ya estas mejor —le respondo suavemente, intentando infundir confianza en mis palabras—. Pronto vas a recuperarte, ¿sí? Todo estará bien. Te lo prometo.
Sus ojos se nublan con lágrimas, su voz tiembla cuando vuelve a hablar.
—Perdón... —susurra, como si cada palabra le doliera—. Lo siento... —su voz se quiebra, y verla así me destroza por dentro—. No merezco que me trates de esta forma.
El aire en la habitación se siente más pesado, cada palabra suya me hace querer gritar. ¿Cómo puede pensar eso? Me inclino hacia ella, tomando su mano con más firmeza, buscando su mirada.
—Aurora, no tienes que pedir perdón —mi voz es baja, pero cargada de una determinación que no puedo ocultar—. Nada de esto es tu culpa, y mucho menos deberías sentir que no mereces ser tratada bien. No digas eso.
Ella cierra los ojos con fuerza, como si estuviera peleando contra una tormenta interna. Las lágrimas empiezan a correr por sus mejillas, y suelta un suspiro tembloroso.
—Soy débil... —murmura, la angustia evidente en cada sílaba—. Permití que me rompieran... Me dejé usar. No merezco que estés aquí, que te preocupes por mí...
Mi corazón se rompe al escucharla decir eso, ver cómo se está destrozando a sí misma.
—No eres débil, Aurora —le digo con voz suave al verla tan frágil—. Te hicieron cosas horribles, sí, pero aquí estás, luchando. Sigues aquí. Eso no es ser débil, es ser más fuerte de lo que cualquiera podría imaginar.
Ella abre los ojos lentamente, mirándome como si no pudiera creer lo que estoy diciendo. Paso mi pulgar suavemente por su mejilla, limpiando sus lágrimas.
—Eres fuerte, Aurora. Más de lo que crees. Y me importa lo que te pase. —Doy un paso más, acercándome—. Nunca pienses que no mereces ser tratada bien. Nunca pienses que no mereces cuidado o protección. Estaré aquí hasta que lo entiendas, hasta que tú misma lo creas.
Aurora no dice nada más, pero sus lágrimas siguen fluyendo, su respiración se va calmando. La rodeo con mis brazos, inclinándome hacia ella con delicadeza, sintiendo cómo su cuerpo tembloroso comienza a relajarse poco a poco en mi abrazo.
—Tuve miedo. —su voz es apenas un susurro, pero lo suficiente para sorprenderme.
—¿De qué?
Aurora da pequeños toques a mi mano, como si buscara una conexión más profunda, algo tangible que la mantenga anclada a la realidad.
—Miedo de no poder vengarme —su confesión parece cargar con una culpa que no debería sentir—. Descubrí que los quiero muertos, quiero que sufran algo peor. Sé que debería sentir culpa por ansiar algo de esa forma, pero no puedo evitar imaginármelos suplicando y no estar feliz por eso. ¿Eso me hace mala persona?
Señor.
Sus palabras son como una mezcla de inocencia y dolor, y me quedo en silencio por un momento, asimilando lo que acaba de decir. Esta criatura, tan rota y a la vez tan decidida, me provoca un deseo profundo de protegerla y, al mismo tiempo, de corromper su pureza. No sé qué es lo que el destino planea al colocarme a alguien como ella en mi camino, pero solo logra que crezca mi necesidad de poseerla, de hacerla mía en todos los sentidos. De corromperla de la peor manera posible.
—Es bueno ser mala persona, a veces —respondo finalmente—. O todo el tiempo, si es necesario.
—¿Puedo mirar? —me pregunta, con una mezcla de duda y anhelo en sus ojos, como si estuviera buscando una aprobación que nunca debería haber necesitado pedir.
—Puedes hacer lo que quieras, pequeña. —le aseguro, mirándola a los ojos.
Aurora me observa, y puedo ver cómo la determinación crece dentro de ella, aunque todavía está teñida de vulnerabilidad. Es una batalla interna, pero sé que ya ha tomado una decisión.
—Voy a hacerlo —dice con más fuerza en su voz, una fuerza que no había escuchado en días y juro que la he extrañado como el infierno—. Voy a mirarlos a los ojos cuando paguen por lo que hicieron.
Asiento lentamente, sin apartar la mirada de ella. La promesa de venganza brilla en sus ojos, la idea de verla corromperse me emociona.
—Lo haremos juntos —le digo, apretando suavemente su mano—. No estás sola en esto.
Ella asiente, sus ojos brillando con una determinación feroz. Me inclino y la beso suavemente en la frente, prometiéndole con ese gesto que estaré a su lado en cada paso del camino.
—Voy a hablar con Rafael y Rowon. Te dejaré descansar un poco. —le digo, levantándome de su lado.
Me detiene sujetando mi mano.
—No tardes, por favor.
—No lo haré.
Salgo de la habitación, mi mente ya trabajando en el próximo paso. En el pasillo, encuentro a Rafael y Rowon esperándome.
—¿Cómo está? —pregunta Rafael, su preocupación es evidente.
—Más fuerte de lo que imaginé. Está decidida a ver esto hasta el final —respondo—. Necesitamos intensificar nuestra búsqueda de Alacrán. No podemos permitirnos más errores.
Rowon asiente, su expresión grave.
—Hemos identificado algunos posibles escondites adicionales. Con un poco de suerte, podremos acorralarlo pronto.
—Bien. No dejemos que se nos escape. Rafael, asegúrate de que nuestros informantes estén bien motivados. Necesitamos información sólida y rápida.
—Entendido, jefe. Nos pondremos a trabajar de inmediato. —responde Rafael, ya sacando su teléfono para coordinar las próximas acciones.
Mientras mis hombres se dispersan para cumplir sus órdenes, me permito un momento para respirar profundamente.
Regreso a la habitación de Aurora, encontrándola ya más despierta, sus ojos llenos de preguntas y una fuerza renovada. Me siento a su lado nuevamente, tomándola de la mano.
—Todo está en marcha. Vamos a atraparlo y terminar con esto, te lo prometo. —le digo, viendo la confianza reflejada en su mirada.
Muerde su labio.
—¿Recuerdas cuando dije que tenía un secreto?
—Si.
—Es hora —se acomoda en la camilla, juguetea con la punta de sus dedos—. Yo era la novia de Ares. Todas estas marcas fueron causadas porque creyó que estaba dándote información, no sé de dónde saco eso, pero una noche sus hombres me sacaron de la habitación y el me acuso, parecía seguro de eso, no me dejo explicarle, no me dio tiempo de nada cuando comenzó a quemar mi piel.
—¿Su novia?
Asiente.
—Entiendo si...
—¿Ese hijo de puta te lastimo aun siendo su novia? —la rabia sigue creciendo. Acuno su rostro en mis manos, haciéndola que me mire fijamente. Necesito que se dé cuenta de la determinación en mi mirada—. Escúchame bien, pequeña. Nada me hará cambiar de parecer. Tendrás tu venganza. Lo prometo.
—Hades... —susurra.
Pega su frente a la mía.
—Muchas gracias.
La sostengo unos segundos más, sintiendo la conexión entre nosotros, una promesa silenciosa de que nunca la dejaré sola.
—Algo más está preocupándote.
Parpadeo confundido.
—¿Por qué lo dices?
Con la punta de su dedo, toca el pliegue junto a mis cejas.
—Cuando algo suele preocuparte de sobremanera, juntas mucho tus cejas y dejas una marca entre medio —menciona inocente—. También pareces tener la cabeza dividida. Lo noté cuando uno de los chicos arruino una entrega y no querías dejarme sola en casa.
—Eres muy atenta.
Sonríe ligeramente.
—Solían decirme más bien; fisgona.
—Prefiero; atenta.
—También me gusta más. Ahora dime; ¿Qué te tiene de esta forma? —me mira preocupada.
Suelto un suspiro.
—Un sujeto está metiéndose en mi territorio. Al parecer quiere distribuir una droga peligrosa y tendremos muchos problemas si la gente y autoridades cree que es uno de nosotros.
Junta nuestras manos.
—Cavo su propia tumba. Tu no lo dejarás salirse con la suya.
—No pudiste haberlo dicho mejor. —toco la punta de su nariz.
Su rostro ha recuperado el color. Verla sonriendo y con ganas de seguir viviendo me llena de una paz indescriptible. Hace unos días, parecía que todo estaba perdido, ahora las cosas han cambiado. Ella ha cambiado.
El peso en mis piernas me recuerda al sobre que contiene información sobre ella. Es una presencia constante y tentadora. Por un instante, quise abrirlo y desentrañar su pasado, descubrir quién fue antes del caos. La curiosidad ardía en mí, pero solo de pensar en que ella supiera que invadí su privacidad sin permiso, me pesaba la consciencia.
El sobre parecía susurrar secretos, cada arruga y doblez conteniendo fragmentos de su vida que no me pertenecían. Imaginé sus reacciones: la sorpresa, la posible ira, la traición en sus ojos. Me estremecí.
No podía hacerlo. Respetar su privacidad era lo mínimo que le debía. Así que, con un suspiro profundo, aparté el sobre. La verdad, si tenía que revelarse, lo haría en su propio tiempo y no por mis manos curiosas.
—Cuando era pequeña —comienza Aurora, su voz un susurro cargado de recuerdos—, mamá me enseñó toda clase de engaños. Era una experta en hacer que los hombres se arrodillaran ante ella. Jamás me gustó eso. No digo que fuera mala persona, solo quería salir de la "pocilga" en la que vivíamos, pero le faltaba mucho para ser una madre. Bueno, teníamos un techo, pero en ocasiones no había comida, ni un lugar cálido al que llegar.
Escucha en silencio cada palabra. Una mezcla de emociones se mezcla en el interior de mi pecho: un profundo pesar por el sufrimiento de Aurora, y una furia apenas contenida hacia la mujer que la había hecho pasar por eso.
—Lo siento tanto, pequeña. —murmuro con voz suave.
Aurora se encoge de hombros, una resignación que solo alguien que ha vivido en la miseria puede entender.
—Nunca me molestó, ni siquiera ahora que soy capaz de entender el porqué.
La observo notando una tristeza latente en sus ojos. Me pregunta, por una fracción de segundos, si esa melancolía constante es un reflejo de su infancia rota.
Cada palabra de Aurora me revela un poco más de las cicatrices invisibles que lleva dentro. Quizás, solo quizás, pueda ayudar a sanar sus heridas, una por una.
—¿Y tú, Hades? —Aurora dibuja círculos en la palma de mi mano, su toque es suave y electrizante a la vez—. Me gustaría saber más de mi salvador.
—¿Salvador? —repito, desconcertado.
Ella asiente, tímida, y la luz de la lámpara parpadea, creando sombras que juegan en su rostro.
—Me salvaste antes e hiciste lo mismo ahora —inhala aire profundamente, lo contiene por unos segundos, y al exhalar, eleva su cabeza para mirarme directamente. Dios, soy adicto a ella. Esto me está matando—. Sé que no me dañarías. Tú eres diferente, Hades.
Cada palabra de Aurora resuena en mi interior, y contengo la respiración al oírla. Siento una mezcla de emociones: un torbellino de deseo y una protectora devoción hacia ella. Su confianza me llena de una calidez que no había sentido antes, pero también me deja expuesto, vulnerable ante el poder que ella tiene sobre mí. Su declaración me golpea como una ráfaga de viento en un día de tormenta, removiendo las capas de mi ser y dejándome desnudo ante su mirada. En este momento, estoy más vivo que nunca y más consciente de que mi vida, de alguna manera, ahora gira en torno a ella.
—Aurora... —susurro, sin saber cómo continuar.
Mis pensamientos son un caos, una maraña de emociones que se entrelazan con cada latido de mi corazón.
Ella me observa con una mezcla de curiosidad y afecto, sus dedos nunca dejando de trazar esos círculos hipnóticos en mi piel.
—No hay mucho que contar sobre mí —digo finalmente, tratando de ocultar la vulnerabilidad que sus palabras han desenterrado—. Mi vida ha sido una serie de decisiones difíciles y caminos oscuros. He hecho cosas de las que no estoy orgulloso —pienso lo siguiente que diré. Una cosa es imaginar a qué me dedico, otra muy diferente es escucharlo—. Tengo las manos manchadas en sangre, no conozco otro mundo que no sea este, y por más que lo piense, no cambiaría quién soy. Pero conocer a alguien como tú me ha dado una nueva perspectiva.
Aurora sonríe suavemente, y el peso de mis confesiones parece aligerarse un poco.
—Todos tenemos un pasado, Hades. Lo que importa es quién decidimos ser ahora. Y yo sé que tú eres un buen hombre —Sus palabras son un bálsamo para mi alma, y por un momento, el mundo se siente menos amenazante—. Haz decidido protegerme sin conocerme, cuidarme y vengarme.
Delineo su mandíbula, cierra los ojos, como si estuviera disfrutándolo.
—Es momento de descansar, pequeña.
—¿Puedo volver a casa, contigo? —susurra bajito.
—Siempre que quieras. —digo, y lo digo en serio.
Puede regresar cuando se le dé la gana. Hoy. Mañana. Siempre. Mantendré las puertas abiertas para cuando necesite donde regresar.
En sus ojos veo esperanza.
Nos quedamos en silencio, compartiendo el momento, nuestras manos entrelazadas y nuestras almas conectadas de una manera que nunca había experimentado antes. Con ella, siento que puedo enfrentar cualquier cosa. Esa soledad constante, disminuye cada que la tengo cerca.
🦇🦇🦇
Otro cap, disfrútenlo mucho.
Subiré los demás ahorita mismo, gracias por el apoyo.❤️🩹
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