Capítulo 3
̶«̶ ̶̶̶ ̶ ̶ ̶̶̶ ̶«̶ ̶̶̶ ̶ HADES ̶»̶ ̶̶̶ ̶ ̶ ̶̶̶ ̶»̶ ̶̶̶ ̶ ̶
Escape.
Tan pronto como se hizo de mañana, mientras ella seguía dormida y después de mantenerme varios minutos mirándola y detallando su rostro, escape como un maldito ladrón, ¡en mi propia casa! Cuando revelo su apellido, no tuve tiempo de procesarlo. Repentinamente su cuerpo comenzó a convulsionar, Leandro llego tan pronto como lo llame, su temperatura también había subido y para cuando se fue, Aurora seguía temblando débilmente.
Leandro afirmo que debió ser por sus heridas en la espalda, las más graves, cuando se levantó de golpe en la cocina unos cuantos puntos se corrieron, causándole dolor y fiebre. Para cuando llego la noche, pensé que todo había pasado y le hice la cena, pero fue un error, Su fiebre volvió de golpe y su cuerpo quiso avisarlo convulsionando.
Mi corazón casi se detiene al verla tan frágil e inconsciente.
Fue la primera vez en mi vida que me puse tan nervioso, incluso Leandro lo noto. Pase el resto de la noche tocando su frente, asegurándome de cambiar el paño en su frente. En algún momento de la noche, se acurruco contra mi pecho y cuando quise moverme, soltó breves quejidos. Apenas y pude dormir, preocupado de que volviera a tener una convulsión o algo peor. De vez en cuando hablaba dormida, todo lo que decía conseguía hervir mi sangre y ocupaba todas mis fuerzas en controlar mis ganas de buscar a Ares y matarlo con mis propias manos.
Al final, cuando el sol se escabullía entre las cortinas, me fui sin hacer ruido. Nada como una larga ducha para aclarar la mente y recordar que el apellido de Aurora es nada más y nada menos que Petrov. Estamos hablando de Bruno Petrov, Pakhan en la mafia rusa. Un hombre poderoso, influyente y de sangre fría. Conocido por su despiadado instinto. No importa quién seas, si le eres un obstáculo, te asesinara sin dudarlo.
El hombre de quién llevo años deseando vengarme.
Una idea se cruza por mi mente. Si nadie conocía la identidad de Aurora, significa que Bruno ha querido mantenerla oculta y la razón debe ser realmente importante. Niego, ella debe recuperarse, sanar y decidir lo que hará después de eso. Una sensación desagradable se instala en mi pecho de tan solo pensar que se irá.
Aprieto la mandíbula.
Pensar este tipo de cosas no me llevará a ninguna parte, será mejor que termine con las visitas para volver pronto a casa. Me detengo. ¿Desde cuándo estoy tan ansioso de volver a una casa vacía? El rostro de Aurora aparece en mi mente. Ella caminando por todas partes. Ella recorriendo cada rincón. Ella sonriendo cuando mencione el jardín. Sus ojos iluminados por primera vez. Esa diminuta sonrisa, pero sonrisa, al fin y al cabo.
Sí, ya no está vacía.
Ahora hay alguien esperando mi regreso.
El resto de la tarde visito mis clubes, organizo la entrega de cargamento y el envío de armas. Tengo una reunión con Pietro, un colega de la mafia rusa y aliado. Me encargo de otros asuntos cerca de las ocho de la tarde, voy manejando a casa. Al llegar, me encuentro todo oscuro. Me deshago del saco y la corbata, las dejo detrás del sofá, donde Aurora no pueda verlas por accidente.
—Jefe.
Rafael entra a la sala principal.
—¿Dónde está?
—Ha estado todo el día en el invernadero.
Asiento, salgo en su dirección.
El invernadero ya venía cuando compre la casa. Luego de unos años, cuando estuve en reposo por cinco meses debido a una herida de bala que casi me quita la vida, encontré el placer de cuidar plantas. El tiempo paso y este nuevo pasatiempo fue creciendo hasta convertirse en una forma de relajarme cuando las cosas se complicaban.
Al llegar, la veo. Está en el centro, rodeada de plantas y flores. Únicamente iluminada por la luz de la luna, lleva una de mis camisetas blancas que le queda como un vestido. Su cabello suelto cae en hondas perfectas hasta su cintura. Me quedo hipnotizado al oírla cantar, no reconozco la letra, pero todo mi cuerpo se relaja y la presión constante en mi pecho se aligera. Parece un ángel. Aun que si alguien viene y me asegura que ella lo es, le creería. Es hermosa.
Trago saliva.
Puedo verla. Soy capaz de ver a esa chica antes de todo esto. Alegre, llena de vida y fuerte. Una luchadora. Una guerra y estoy seguro, en este instante, que ella será lo suficientemente fuerte para salir adelante.
Hago el ademan de acercarme, pero mis intenciones de interrumpirla desaparecen. ¿Cómo Aurora conoce a Ares? ¿Qué relación tenían? ¿Cómo ese hijo de puta creyó que ambos teníamos una conexión antes de todo esto? ¿Qué cosas le hicieron? Mi cabeza se llena de preguntas y ninguna de ellas tiene respuesta.
Suspiro, mirándola en silencio.
Mañana debería ir al supermercado. Ya es hora de tener más que huevo y pan. También debo comprarle artículos de aseo y ropa. Por mucho que me provoque cierta satisfacción verla usando mis camisas, debe resultarle incómodo. He enviado a mis hombres a averiguar qué fue lo que realmente le sucedió antes de llegar aquí. Aunque la idea de invadir su privacidad me desagrada, sé que debo saberlo si quiero ayudarla de verdad. No puedo protegerla sin entender lo que ha pasado, sin conocer el peligro que la sigue.
Estoy sumido en estos pensamientos cuando su voz, suave y cálida, me saca del trance.
—Hades — susurra, y levanto la mirada para encontrarla acercándose—. Es muy lindo aquí.
La veo moverse por el jardín con una gracia que apenas parece consciente. No recuerdo la última vez que sonreí tanto, pero ella me hace hacerlo sin esfuerzo.
—Puedes venir siempre que quieras. Pocos conocen este rincón de la casa. Aquí nadie te molestara.
Ella asiente y, para mi sorpresa, rodea mi brazo con sus manos pequeñas y delicadas. El contacto inesperado me hace tensarme por un segundo, pero me relajo al ver su expresión, tranquila y confiada.
—Adentro. —pide tal niña pequeña.
Las últimas semanas, cada vez que estoy en casa, la cargo en mis brazos de un lugar a otro. Sé que todavía le cuesta caminar largas distancias; se cansa con facilidad. No me molesta en lo absoluto. De hecho, si soy sincero, algo retorcido en mí disfruta de esa dependencia. Que ella dependa de mí, en cada pequeño detalle, retuerce algo en mí ya distorsionada personalidad. No puedo evitarlo.
La levanto con facilidad y, mientras la llevo dentro, siento su respiración tranquila contra mi cuello. No sé cómo, pero esta pequeña criatura ha encontrado una forma de romper las barreras que construí a lo largo de los años. Mi vida, mis decisiones, siempre fueron controladas, pero ahora, con ella, todo parece diferente. Y, de alguna manera, no me importa en lo más mínimo. Cualquiera que nos viera pensaría que soy su transporte y no podría importarme menos. Puede utilizarme cuanto quiera.
Al entrar, la dejo en el sofá.
Acomodándose en posición de indio sobre el sofá, la camisa que lleva puesta se desliza un par de centímetros, dejando al descubierto la suave curva de su cadera. Joder. Mierda. ¿En todo el maldito día no ha llevado nada debajo? Me paso una mano por la cara, intentando mantener la calma. Esta pequeña criatura no tiene ni idea de lo que me estoy conteniendo. Respiro hondo y, reacio, desvío la mirada hacia otro lado.
Hoy, sin duda, me espera una larga y fría ducha.
Me levanto y camino hacia la cocina, sintiendo su mirada fija en mí, atenta a cada uno de mis movimientos. Cuando vuelvo, traigo una manta entre las manos. La coloco sobre sus hombros, y ella se envuelve con ella, quedando como un burrito, completamente cubierta. No puedo evitar sonreír de lado ante lo adorable que se ve así, tan pequeña y protegida entre la tela. Me siento a su lado, intentando mantener algo de distancia entre nosotros, pero entonces, como si fuera lo más natural del mundo, ella sube sobre mi regazo y se acurruca contra mi pecho. Mi pecho. Todo en mí se tensa. Mi cuerpo se siente pesado bajo el peso ligero de su cuerpo, pero no es el tipo de peso que te molesta; es el tipo de peso que te hace sentir completo.
Mi mente sigue girando, tratando de entender cómo alguien fue capaz de hacerle tanto daño. No lo comprendo. Se supone que, después de todo lo que vivió, debería estar huyendo de hombres como yo, debería alejarse de todo lo que represento: poder, violencia, control. Pero en lugar de eso, aquí está, acurrucada en mis brazos, confiando en mí para protegerla.
Y lo más jodido de todo es que me hace bien que no lo haga. Me hace sentir... humano.
Aurora luce tan indefensa entre mis brazos.
Mis dedos recorren su cabello suavemente mientras sigo lidiando con la pregunta que no deja de martillar mi cabeza. ¿Por qué confía en mí? No soy el tipo de hombre que merece esa confianza, no después de todo lo que he hecho, lo que soy. Y, sin embargo, no puedo evitar querer ganármela, no puedo evitar querer cuidarla.
Enciende un instinto que creía muerto. Me hace querer protegerla y destrozar a quienes piensen en tocarle un solo cabello de su cabeza. Es raro la forma en que me hace cuidarla y a la vez mi sed de sangre crece y crece. Accedí a mantenerla en casa durante su recuperación por la culpa que me generaba su estado, pero mi verdadera razón es mucho más egoísta. Pase años de mi vida buscando llenar ese vacío, ese espacio que nada lograba hacer desaparecer.
La mafia era mi familia.
Ellos me protegieron cuando lo había perdido todo. Me han ayudado estos años a planear mi venganza, a construir el imperio que hoy tengo. Y, aun así, sigo sintiéndome jodidamente solo.
Aurora se remueve en mi regazo, levantando la cabeza. Por primera vez en días, me mira directamente. Es la primera vez que se atreve a mantener el contacto visual desde que le aclaré que no iba a hacerle daño. En su mirada, veo algo roto, una tristeza tan profunda que me revuelve el estómago.
—No entiendo.
—¿El qué?
Baja la mirada, pero no la dejo esconderse. Levanto su barbilla con mi dedo, obligándola a mantenerme la mirada. No aparto mis ojos de los suyos, esperando a que hable. Parece darle el coraje suficiente para continuar.
—Estás cuidándome, ¿por qué?
La forma en que lo pregunta me golpea en lo más profundo. Es como si esperara que le pida algo a cambio. Y me revuelve las tripas que crea que podría hacerlo. Contengo el impulso de besarle la frente, de acariciar su cabello, de rodearla con mis brazos y prometerle que nadie más la dañará mientras yo esté aquí. Pero no lo hago. No puedo.
No tengo ni idea de cuál es su edad, pero la diferencia entre nosotros es clara. Siete años, tal vez más. Y tampoco quiero asustarla con un mal movimiento. Las ganas de tenerla cerca, de hacerle sentir que está a salvo conmigo, son casi insoportables. Pero no puedo dejar que eso me nuble. No quiero que piense que le pido algo a cambio de lo que hago por ella. Necesito que confíe en mí, pero sin presionarla.
Debo esconder está atracción que me genera su sola presencia. Si lo descubre, estoy seguro que se asquearía. Yo estoy asqueado. No ha pasado una semana desde que la conocí. Distancia. Si. Debo mantenerme distante. Así no se dará cuenta de nada.
Así que, en lugar de seguir mis instintos, solo le susurro:
—No tienes que entenderlo ahora.
—Lo siento —murmura, con voz temblorosa y bajando la cabeza—. Es obvio que fue por lastima, que tonta. Lo siento tanto.
Hace el intento de bajarse de mi regazo, y aunque de mala gana dejo que lo haga, algo dentro de mí se siente vacío en cuanto su cuerpo se aleja. Se acomoda en la otra esquina del sofá, sus movimientos son tan cautelosos que casi puedo sentir el dolor que arrastra. Aprieto mis manos en puños, luchando contra ese impulso maldito de arrastrarla de vuelta a mí, de sentir su calor y aliviar este vacío que me consume. Su calor sigue ahí. Ahogándome.
Me estoy forzando a mantener la distancia, a no cruzar la línea que podría hacerla sentir incómoda. Pero joder, cada parte de mí grita por romper esa distancia.
—Te seré sincero: al principio fue así. Pero ahora tengo razones mucho más egoístas.
Ella levanta la vista, sus ojos llenos de incertidumbre.
—¿Cuáles? —susurra, con un tono tan vulnerable que casi me derrumba.
Niego despacio, apartando la mirada. Si le digo lo que realmente estoy sintiendo, no sé cómo va a reaccionar. Y tal vez sea mejor así, tal vez sea mejor no ponerle palabras a este caos que se ha desatado dentro de mí desde que llegó.
—Por favor, pequeña, no me hagas decirlo.
Muerde su labio.
—Dilo —insiste, con suavidad, como si el miedo la estuviera empujando a pedírmelo—. Por favor, Hades. No puedo entender si no me lo dices.
Me froto el rostro con ambas manos, exhalando con fuerza. No es que no quiera decírselo. Es que, si lo hago, el peso de lo que siento se desatará y no sé si ella está lista para eso. No. Ella realmente no lo está.
—Lamento decepcionarte, esa fue tu primera orden y no seré capaz de cumplirla.
Sus ojos se abren, casi saliéndose. Resultándome graciosa su forma de reaccionar.
—¡Oh! No. No. Jamás me atrevería a ordenarle algo.
—Fue una broma, pequeña. Tranquila.
Abre y cierra la boca como un pez fuera del agua, claramente intentando procesar mis palabras. Luego, sin previo aviso, estira su brazo y, con la punta de sus dedos, roza mis tatuajes, específicamente el cuervo que tanto parece atraer su atención. Lo hace con una suavidad casi reverencial. Es algo que he notado, siempre vuelve al mismo lugar, como si hubiera algo en ese tatuaje que la calma o la conecta conmigo de alguna manera. Estoy lleno de cortes. Algunos con el tiempo solo se distinguen por el sol. Otros son marcas notorias.
Estoy tan ensimismado en sus caricias que no me doy cuenta de que se ha acercado más hasta que sus rodillas chocan suavemente contra mi pierna. Sin decir nada se acomoda. Volviendo a la posición original. Esta mañana se ha dado un baño, lo sé porque su aroma ha cambiado; ahora huele a jabón fresco, mezclado con algo suave y dulce que me resulta jodidamente embriagante. Huele jodidamente bien.
Me recorre un escalofrío al sentir el frío yeso de su mano. Leandro decidió que sería lo mejor para su recuperación. Cada que lo veo me dan ganas ir por el hijo de puta que la lastimo. Sigo sin entender porque no me dice quien fue. Sé que Ares tiene algo que ver con su situación. Y mis ganas de matarlo solo van en aumento.
—No lo entiendo —murmura de repente, sacándome de mis pensamientos.
—¿Qué cosa? —le pregunto, bajando la mirada para encontrarme con la suya.
—Por qué hiciste que todos tus hombres cambiaran sus ropas —dice, frunciendo el ceño, ese simple gesto que me hace querer quedarme a su lado para siempre—. Digo, soy una invasora en tu hogar, apenas me conoces. Y, aunque digas que no me tienes lástima, sé que me dejas quedarme exactamente por eso. Y ahora tus hombres visten camisetas y jeans —sus palabras salen apresuradas, como si realmente intentara descifrar mis intenciones—. Es muy claro que como de tu comida, usurpo tu cama, visto tu ropa y utilizo tus cosas.
Por un instante me olvido que me prometí mantener la distancia y acuno su rostro entre mis manos. Ella cierra los ojos, suelta un suspiro y relaja su cuerpo.
—No te dejo quedarte aquí por lástima —le digo con firmeza—. Eso ya lo discutimos. Si fuera lástima, no habrías llegado hasta aquí. Mis hombres cambiaron sus ropas porque quiero que estés cómoda, que no te sientas amenazada por nada ni por nadie. Y si eso significa que ellos deban verse como simples civiles, que así sea. Tú no estás aquí para usurpar nada. Todo lo que estás usando es tuyo ahora. Lo que quiero, pequeña, es que sientas que perteneces aquí. Y, para que lo sepas, nunca había dormido tan bien.
Ella me observa en silencio, como si estuviera tratando de procesar lo que acabo de decir. Sus dedos siguen trazando las cicatrices en mi mano, un gesto automático que parece calmarla tanto como a mí. Pero sé que las inseguridades que arrastra no se irán de un día para otro.
Me rodea el cuello con sus brazos, y acercando su rostro a mi oreja, susurra:
—Cama.
Parezco su maldito esclavo y jodidamente me vale mierda. En estos momentos, puede pedirme que destruya el mundo y lo haría. Juro que lo haría.
—A la orden.
Subo las escaleras cargándola y asegurándome de no golpearla con nada. Es una sensación inexplicable la forma en que me hace sentir que me necesita. Jamás tuve la oportunidad de ser necesitado. Tampoco necesite de nadie. Y verla buscándome, pidiéndome cosas, es inexplicable. Quiero que esto dure. Me gusta esta nueva dinámica. Puedo acostumbrarme a esto. Pero me asusta como la mierda.
Joder. ¿Quién diría que yo, jefe de la mafia irlandesa, estaría aquí, sintiendo miedo de lo que una mujer podría despertar en mí?
—Mañana caminaremos por el jardín. Necesitamos que mantengas un ritmo constante.
—Me gusta el invernadero, es hermoso. Tienes muchas plantas y flores —dice, y en ese instante el brillo en sus ojos aparece de nuevo, un destello que me hace temblar. Es esa parte de ella que cree haber perdido—. Cuando era pequeña, conseguí que mamá me dejara tener un par de plantas en mi habitación. Desde entonces, me ha gustado estar rodeada de ellas. No te lastiman. Al menos, no intencionalmente
Su comentario me desarma, y por un momento siento que estoy tocando algo muy profundo en ella.
—Iremos las veces que quieras —retiro un mecho de cabello que intenta ocultar sus ojos—. Me gustaría seguir viendo esa mirada entusiasta.
—Estas mintiendo.
—No miento —insisto, bajando la voz para no romper ese frágil momento—. Cuando te vi en medio del invernadero, me pareció verte sonreír. Estabas relajada, disfrutabas estar ahí. Estoy seguro de que, en ese momento, la verdadera tú estaba tratando de salir. Mírame, pequeña. Te prometo que esa parte tuya no está muerta. Volverá.
Ella no responde de inmediato. Sus dedos se aferran a mi camisa como si esa promesa fuera lo único que la mantiene unida. Pero entonces, su voz se rompe.
—Ellos me quitaron todo. Solo dejaron un objeto sin arreglo. Defectuoso. Sucio.
Sus palabras son un golpe directo al pecho. La alejo de mi cuello, tomando su rostro entre mis manos para poder mirarla a los ojos. Veo cómo intenta contener las lágrimas, luchando por no desmoronarse, pero ya se ha roto.
Mi garganta se cierra mientras trago saliva, conteniendo la furia que me consume al escuchar lo que dice. Es casi imposible. Mi mente se mueve a mil por hora, analizando sus últimas palabras, intentando encontrar una salida, una explicación. Necesito preguntar, aunque odio lo que eso podría implicar. Necesito estar seguro de que lo que pienso no es verdad, de que no estoy a punto de descubrir algo peor.
Leandro no me dijo nada sobre eso en el hospital, no mencionó nada al respecto. Pero, ¿y si no revisó?
Cierro los ojos, tomando aire y aprieto los dientes.
—¿Ellos te...? — Aurora retrocede, su cuerpo se tensa y la veo negar desesperadamente, como si mis palabras fueran veneno. Lleva ambas manos a su cabeza y de repente, el grito sale de ella con una intensidad que me rompe por dentro. Un grito lleno de frustración, de dolor, de algo tan profundo que hace que mi corazón se desplome al escucharla. Se envuelve en sí misma, abrazando sus piernas mientras comienza a mecerse, susurrando cosas que no puedo entender. Intento acercarme, pero me detengo al ver cómo se encoge más en su sitio, temblando—. Necesito que lo digas, pequeña. Debo escucharlo.
—Por favor. —lloriquea.
—Lo necesito.
Levanta la cabeza y me deja ver sus ojos, completamente enrojecidos, llenos de lágrimas que no pueden salir del todo. La culpa y el miedo se reflejan en ellos.
—Dejé que lo hicieran. —Su voz sale temblorosa, rota—. Se los permití.
—Dilo.
—¡Deje que abusaran de mí! —grita—. ¿Estás contento? ¡Estas cuidando de una zorra que permitió que abusaran de ella! ¡Estoy sucia!
De un salto, se baja de la cama, su cuerpo en un estado de pura desesperación. Camina de un lado a otro como un animal enjaulado, sus manos temblorosas, su respiración errática. Cada paso que da me llena de impotencia. No es un animal, no debería sentirse así. Mi mente grita que debo hacer algo, cualquier cosa, para que deje de verse a sí misma de esa forma.
Me levanto, impulsado por una necesidad visceral de ayudarla, de hacer que deje de sufrir, pero cuando me acerco, ella grita otra vez.
—¡No! ¡Aléjate! —me mira con miedo y rabia en sus ojos—. Solo... solo tírame como la basura que soy. ¡Hazlo! ¡Hazlo!
Al oírla tratarse de esa forma, dejo de contenerme.
La acorralo contra la pared, la obligo a mirarme. Sus mejillas empapadas en lágrimas, ojos enrojecidos y mirada furiosa. Eso es. Puedo verlo. Su chispa. Su fuerza. Esos hijos de puta no acabaron con ella.
—Jamás. Escúchame bien, Aurora. Jamás. Vuelvas a llamarte zorra o basura o ninguna mierda así. Eres inocente, nada de lo que esos monstruos te hicieron es culpa tuya. Estabas herida, atada y eran más fuertes que tú, no había forma en que pudieras negarte, pero te diré algo — Cada una de sus palabras es un golpe directo al alma. Pero no puedo. No voy a dejarla sola en esto. No voy a permitir que se siga viendo como algo roto y sucio. No puedo—. Voy a cazarlos como los putos animales que son. Me aseguraré que sufran. Destrozaré sus cuerpos y no me detendré aún si suplican por sus vidas. Ahora, dilo. ¿Los quieres muertos?
Hago una pausa, mis ojos fijos en ella, esperando una señal, una confirmación de lo que sé que quiere, aunque aún no lo haya dicho en voz alta.
El aire en la habitación se detiene. El silencio es ensordecedor.
—Los quiero muertos, Hades. —su voz es apenas un susurro, pero es suficiente.
Una sonrisa macabra se dibuja en mis labios, y no intento ocultarla. Es como si hubiera estado esperando este momento desde el primer día que la encontré herida y rota.
—La cacería comienza hoy.
Aurora levanta su mano buena, rozando mi mejilla con una suavidad que contrasta con la oscuridad que acaba de desatarse. Veo su intento de acercarse, y sin dudarlo, me agacho, permitiéndole que lo haga. Sus labios se acercan a mi oído, y un agradable escalofrío recorre mi cuerpo al sentir su aliento cálido.
Me quedo en blanco, su toque es lo único que existe en este momento.
Antes de que pueda procesar lo que acaba de pasar, ella ya ha vuelto a la cama. Se acomoda entre las sábanas, y en silencio, me acuesto a su lado, pegando su espalda contra mi pecho. El calor de su cuerpo se filtra en el mío, y por primera vez en mucho tiempo, siento algo más que rabia.
—De acuerdo, pequeña. —Susurro en su oído, mi voz es apenas un murmullo, pero cada palabra es una promesa que podría desencadenar una guerra, romper años de tregua y paz—. Tendrás la cabeza de Ares.
La oscuridad que llevo dentro ahora tiene un propósito, y sé que nada me detendrá hasta cumplirlo.
—Cuidado con el aceite. —Le advierto, sin poder evitarlo.
Aurora sonríe un poco, esa sonrisa que siempre parece ponerme al borde de perder el control. Me jode que sonría tanto. No de mala manera, claro, sino de esa forma que me hace querer devorar sus labios cada vez que lo hace, como si esa sonrisa fuera solo para mí.
—Se cocinar, Hades. Ahora vuelve a tu asiento, me pone nerviosa que estés husmeando.
Frunzo el ceño, odiando la idea de alejarme de ella, pero hago lo que me pide. Me alejo, aunque no demasiado, tomando asiento cerca, donde pueda seguir observándola. Es raro, pero verla hacer algo tan simple como cocinar en mi cocina me genera una sensación de calma que no creía posible.
No puedo dejar de mirarla, incluso si ella no se da cuenta. Pero cada vez que sonríe o se mueve con esa gracia tan suya, la necesidad de tenerla más cerca, de hacerla mía, se intensifica.
Hace unos días, Aurora me hizo una lista de compras. Su argumento fue que estaba cansada de no hacer nada después de caminar lo acordado y de solo comer comida rápida. Desde entonces se dedica a hacer la comida, dice sentirse útil y me encanta la forma en que invade mi cocina. Ya sabe dónde está todo. Desde que tomó la iniciativa de caminar por todas partes, prohibí a mis hombres entrar si no era un asunto urgente. Mucho menos si traían trajes.
Así que, ahora estamos completamente solos dentro de la casa.
Antes no me había dado el tiempo realmente de fijarme en ella. Es bajita, mide como mucho 1.60. Delgada. Su cabello negro le llega hasta un poco más de la cintura y cae en hondas. Le gusta llevarlo suelto. Una vez intente amarrárselo al darme cuenta que le molestaba al cocinar, un grave error. En cuanto sujete su cabello, se paralizo. Parecía entumida. Estuvo dos días sin hablar. Sin moverse o querer comer. Cada noche despertaba llorando y gritando debido a las pesadillas. Luego me dijo que cuando abusaban de ella, siempre cogían su cabello. Nunca más volví a pedirle que lo atara.
—Tendré que salir después de almuerzo. Debo ir a una reunión.
De inmediato, noto cómo su mano se detiene, sus dedos apretando el borde de su camisón con fuerza. Esa pequeña señal me alerta al instante.
—¿Pequeña? —me levanto, junto nuestras manos—. ¿Pasa algo? Puedes decirme lo que sea.
Suspira, levantando la mirada para encontrarse con la mía. Sus ojos reflejan una mezcla de ansiedad y miedo que me golpea de lleno.
Mierda. ¿Cómo podría negarle algo cuando lo pide de esa forma?
—Habrá hombres con trajes, ya sabes... —trato de advertirle, consciente de lo que esos hombres pueden provocarle.
—Por favor. —repite, su tono más desesperado—. No me dejes sola.
Sin pensarlo, la arrastro hacia mi cuerpo, rodeándola con mis brazos. La siento temblar ligeramente contra mí. Desde que se quedó aquí, he notado que cada vez que me pierde de vista, sufre una especie de pánico. Todavía no entiendo del todo por qué, pero desde entonces, la llevo conmigo a donde sea. A veces, la cargo en un brazo, otras, se aferra a mí como si fuera su única ancla, como si fuese un pequeño koala buscando refugio.
—Está bien —murmuro, acariciando su cabello suavemente—. Almorcemos primero, y luego veremos si sigues queriendo ir conmigo.
Sonríe.
Maldita sea, se ve tan hermosa aún con esa diminuta sonrisa.
Saco mi celular y envío algunos mensajes. Una vez Aurora termina de preparar el almuerzo, tomamos asiento. Hace años nadie me preparaba de comer, solía pedir comida a domicilio o iba a restaurantes. Ella tenía razón, sí que sabe cocinar. Me he dado cuenta que cada tarde estoy ansioso por verla desplazarse en mi cocina. Tarareando alguna canción. Murmurando en voz alta. Viendo videos.
Al terminar, sube rápido a la habitación y segundos después vuelve con uno de mis abrigos. Olvide por completo comprarle ropa abrigada. Le traje ropa interior, pijamas, playeras y pantalones y unos cuantos zapatos de diferentes tallas. Ese día llene la sala principal con bolsas y cajas, casi le da un infarto al ver tantas prendas. Me hizo devolver todo lo que no necesitaba, incluso cuando le dije que podía quedarse con todo sin problema. Pero debo admitir que luce malditamente adorable siendo cubierta totalmente por mi abrigo negro.
—Es lo único que encontré. —menciona avergonzada.
—Te queda perfecto —digo sin darme cuenta. Aclaro mi garganta—. Vamos, el auto nos espera.
Como es usual cada vez que salimos de casa, rodea mi brazo y se sujeta con fuerza.
Nos subimos, decidí manejar. Mis hombres nos seguirán de cerca en caso de cualquier inconveniente. En el camino ninguno dice nada, es quizá la primera vez que salimos fuera de mi territorio y su mirada es de asombro. Las calles están casi atestadas de nieve, todo es blanco. Luce casi inocente. Puro. Solo una imagen barata de lo que en verdad pasa en estas calles. La maldad escondida a simple vista.
—¿Cómo era tu familia?
Desvía su mirada de la ventana.
—Solo éramos mamá y yo, o más bien, yo. Nunca conocí o supe quién era mi padre, ni mi familia —mira más allá del parabrisas—. En mis años de vida nunca encaje en ningún lado. Siempre sola.
—Sé lo que se siente. Ya sabes, el siempre estar solo.
Me fijo que ya llegamos, estaciono el auto. Le abro la puerta, luce tan adorable con sus mejillas y la punta de su nariz colorada. Entramos al edificio donde será la reunión con otros jefes de la mafia, nuestros aliados. La mayoría estamos cercanos en edades. Ya que muchos son herederos.
Al entrar, Aurora se queda clavada en el piso. Mira alrededor asustada. Conozco esa mirada y la forma en que intenta retroceder. Aprieto su mano despacio.
—Todo irá bien, tranquila. Nadie puede dañarte estando conmigo.
Toma aire, asiente y desliza su mano hasta entrelazar nuestros dedos. Un fugaz pensamiento cruza mi mente, pero lo desecho al instante. Subimos al ascensor, nos bajamos en el quinto piso y entramos al gran salón. En medio se extiende una mesa redonda. Tiene exactamente siete puestos, todos para cada integrante de la organización. Somos los primeros en llegar, tomo asiento y Aurora se queda mirando las sillas de cuero negro.
Ladea la cabeza y cuando estoy a punto de decirle que tome cualquier asiento, ella me sorprende sentándose en mi regazo. Joder, que pecado no poder tocarla.
Las puertas vuelven a abrirse y su cuerpo se tensa. Las voces de los demás inundan la sala, cierra los ojos apretando mi camiseta en sus puños. Acaricio su espalda con cuidado. La mirada de Mikhail, Ivanov, Aarón, Donovan, Kol y Damon se desplaza por toda la sala hasta caer en el diminuto cuerpo de Aurora.
—Tenemos una invitada.
El primero en hablar, como siempre, es Mikhail.
—Siéntate y calla. —ladro.
—No traemos a nuestras parejas a las reuniones, lo sabes muy bien.
El demonio hablando.
—No compares a tus putas con Aurora, Damon.
Los demás se sienta en silencio, conocen muy bien mi temperamento. Uno que me rehusó a mostrarle a la pequeña en mis brazos.
Se remueve, quedando a la altura de mi rostro.
—Puedo esperar en otro lado —murmura—. Tranquilo.
Intenta bajarse, pero esta vez no lo permito. La sujeto con un poco más de fuerza, asegurándome de no dañarla, pero dejando claro que no tiene que irse.
—A estos bastardos solo les gusta molestar —le murmuro, acariciando su espalda para tranquilizarla—. Puedes quedarte.
Finalmente, ella eleva la mirada y se gira, quedando de frente a los demás. Parpadea confundida al verlos vestidos de manera tan simple: vaqueros y camisas blancas o grises. Nada que ver con los trajes que suelen usar. Me mira a mí, luego a ellos, y repite el gesto un par de veces, sin comprender del todo.
Les envié un mensaje a todos ellos, amenazándolos para que vinieran sin los trajes. Iba a golpearlos si se atrevían a ignorar mi sutil sugerencia.
—Voy al baño. —dice de repente, levantándose rápido antes de que pueda detenerla.
Justo cuando desaparece por la puerta, Mikhail no pierde la oportunidad.
—Hades tiene novia —canturrea Mikhail—. Hades y su novia bajo un árbol, se besan, se besan.
Mi mandíbula se tensa. Estos cabrones no cambian nunca.
—Cállate.
—Sí, idiota, así no va la canción —Aarón lo golpea en la nuca—. Hazlo bien o humíllate en otro lado.
—Desgraciado.
Hace el intento de levantarse, pero Donovan lo detiene. Este bufo y se cruza de brazos en su asiento.
—Es nada común para ti traer a una chica, Hades. No puedes culparnos por pedir una explicación. —Damon asiente a las palabras de Ivanov.
Bien. Por muy reacio que este a contarles sobre Aurora, debo hacerlo si pediré su ayuda. Me enderezo y pongo mi semblante serio. Cada uno hace lo mismo. Como bien dijeron, nunca he traído a nadie, en años no me han visto con una sola mujer. Ni siquiera para algo de una noche.
—Hace algunas semanas la dejaron a los pies de mi casa —aprieto la mandíbula y entre dientes, suelto—. La maltrataron a niveles que ninguno de ustedes podría imaginar.
—Espera, ¿en tu casa?
—Un bastardo creyó que ella estaba relacionada conmigo —la imagen de su espalda marcada, los cortes, su miedo, su dolor, todo enciende mi sed de sangre. Debo contenerme o perderé los estribos aquí mismo—. Busco a ese bastardo y sus hombres.
—¿Porque?
Miro a Kol.
—Abusaron de ella —la mirada de todos oscurece—. Busco venganza por ella y hago la solicitud oficial de contar con el apoyo de ustedes.
—No.
—¿No?
Damon se levanta.
—Exacto; no. Es una desconocida, no vamos a empezar una guerra con quién sea que quieras cazar.
—Creamos la organización para brindar ayuda a cualquier de nosotros que la necesite —me levanto enojado, doy unas pocas zancadas y lo agarró del cuello, soy consciente de la sorpresa de todos por mi actitud—. ¡¿Y te niegas?! ¡Serás...!
—¡Hades! —gritan.
Esto puede desatar el quiebre después de tantos años.
—Suéltalo, Hades.
La puerta se abre de golpe, y Aurora entra. Su mirada fija en mí, su cuerpo entero proyecta una calma que contrasta con la tensión en la sala. Sin apartar los ojos de los míos, se acerca lentamente. Se ha quitado el abrigo, dejando visible su brazo enyesado, un recordatorio constante de lo que ha sufrido.
Sus delicados dedos rozan los míos, y ese simple contacto es suficiente para apaciguar la tormenta que se arremolina dentro de mí. Me rodea con sus brazos, apoyando su cabeza en mi pecho, buscando calmarme sin palabras. Sus ojos me suplican, me hablan en silencio.
Dejo de apretar el cuello de Damon, soltándolo finalmente. Él se desploma en la silla, respirando con dificultad, pero no digo nada. Aurora estira los brazos, indicándome que la cargue, y sin dudarlo, la levanto, aferrándola a mí. Al instante, sus dedos se enredan en mi cabello, acariciándolo suavemente, y mi cuerpo comienza a relajarse con cada suave roce.
—Basta —susurra—. Causar un alboroto es lo último que quiero.
—Se ha negado. —responde Mikhail, en voz baja, como si estuviera explicando la situación.
—Está bien —voltea a verlo—. Lo lamento, ha sido culpa mía. Le he pedido la cabeza de Ares. No estaba pensando cuando lo hice. Lo siento mucho.
Sus palabras me encienden. ¿Cómo puede siquiera pensar en disculparse con ellos?
—No tienes que disculparte con nadie —gruño, con el enojo burbujeando de nuevo en mi pecho—. Jamás te disculpes, Aurora. Nadie aquí tiene derecho a juzgarte.
De repente, me pide que la baje, y aunque me sorprende, hago lo que me pide. Con manos temblorosas, levanta levemente el camisón, revelando las cicatrices en su estómago. Marcas de cigarrillos apagados sobre su piel, cortes que nunca debieron existir. Damon se queda quieto, su mirada fija en las marcas, y por primera vez en mucho tiempo, lo veo sin palabras.
Ella vuelve a taparse rápidamente, su labio inferior tiembla mientras lo muerde, y baja la mirada hacia el suelo, como si las palabras fueran demasiado difíciles de pronunciar.
—Me hicieron otras cosas —su voz se quiebra, cada palabra es un lamento—. Cosas por las que sigo teniendo pesadillas... incluso ahora, con ustedes de pie aquí, tengo miedo. Nunca antes había estado tan asustada. Quiero irme a casa y esconderme, pero estoy aquí... pidiéndoles que me ayuden.
—Pequeña...
—Venganza. Es lo único que pido.
Sin pensarlo, la cargo de nuevo, apretándola contra mi pecho, como si así pudiera protegerla de todo el dolor, de todos los horrores que ha vivido. Mis brazos envuelven su diminuto cuerpo, y en ese momento, no hay nada más en el mundo que importé. Solo ella, solo su seguridad, solo su deseo de justicia.
Y lo que ella quiere, lo tendrá.
Les doy una última mirada, sobre todo a Damon. Quién sigue mirando a la nada, salgo del edificio con Aurora temblando y llorando en mis brazos. Le pido a uno de mis hombres que maneje mientras trato de calmarla en el camino, ya en casa, ha caído rendida.
La acuesto en la cama y en cuanto lo hago yo también, da media vuelta y se acurruca en mi pecho. Sigue llorando, se aferra como si temiera despertar y descubriera que nada de esto ha pasado realmente.
Beso su frente.
Mi celular vibra en la mesilla junto a la cama. No lo veo hasta que me aseguro que Aurora se ha quedado dormida por completo, deja escapar pequeños quejidos cuando me muevo para revisar quién me ha enviado un mensaje a estas horas. Una voz en mi cabeza me susurra planes para destrozar a Ares cuando lo tenga al leer el mensaje que Damon pidiendo disculpas y aceptando ayudarme con todo.
Dejo el celular y venero el rostro de Aurora.
He vuelto a ver su fuerza interior. Y me aseguraré de que permanezca a flote.
🦇🦇🦇
Gracias por leer.
Síganme en ig: catasmp (en el cap anterior me equivoqué)
Mañana seguiré subiendo los demás capítulos.
❤️🩹
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