Capítulo 28
︵‿︵‿୨ AURORA୧‿︵‿︵
Un par de horas antes, recibí la llamada de Hades confirmando que habían encontrado dónde tenían a mis hermanos. Su voz era grave. Mi corazón se aceleró.
En cuanto la llamada terminó, Cian y otros cincuenta hombres entraron en la casa. Por un segundo, la rabia se apoderó de mí, creyendo que Hades planeaba hacer esto solo, sin incluirme. ¿Acaso pensaba que me quedaría sentada mientras él ponía su vida en riesgo?
Pero entonces, Cian se acercó, sacó un arma de su bolsillo y me la entregó.
—Es de parte de Hades.
Tomé el arma, notando su peso en mis manos. Era un recordatorio de que Hades no me estaba excluyendo. No me estaba relegando al papel de espectadora. Por el contrario, me estaba confiando una parte de esta misión, de esta lucha.
—Nos vamos en diez minutos. Prepárate. —Cian me lanzó una última mirada antes de desaparecer por la puerta.
Miré el arma en mis manos, sintiendo cómo mi determinación crecía con cada segundo que pasaba. Esto no era solo una misión para recuperar a mis hermanos. Era una oportunidad para demostrar que no era una víctima, que podía luchar por aquellos que amo, que podía ser parte de la venganza que tanto anhelamos.
Con un suspiro profundo, aseguré el arma en mi cinturón y me dirigí hacia el vestíbulo. Los hombres de Hades estaban reunidos, todos con expresiones serias y listas para el combate. Cuando me vieron entrar, las miradas se posaron en mí, pero nadie dijo nada.
Porque sabían que, esta vez, no iba a quedarme al margen.
Pero, en un susurro, oí a uno de ellos. El sonido, su tono sarcástico, la risa burlesca y esa estúpida sonrisa en sus labios. Fue como un detonante. En ese instante, el salón pareció desvanecerse ante mis ojos. Todo lo que podía ver era él. Todo lo que podía escuchar eran esas palabras que no debió pronunciar.
Eso fue todo. Fue suficiente para que el coraje que estaba enterrado, que creí haber perdido, saliera a la superficie con una fuerza abrasadora. Recordé las palabras de Damon: "Cuando te enfrentes a ellos, no titubees. Muestra quién manda y nunca retrocedas."
El enojo recorrió mi cuerpo como un torrente imparable. Sin pensarlo dos veces, saqué el arma que Cian me había entregado y, con toda la determinación de la que era capaz, apunté al techo y disparé dos veces.
El eco de los disparos resonó en el salón, haciendo que todos se detuvieran. Cada mirada se posó en mí. Algunas eran de asombro, otras de incredulidad, pero la que más sentí fue la de Cian. Parecía sorprendido, pero no dijo nada.
Sin despegar la vista del hombre que había osado burlarse de mí, avancé despacio. Mis pasos eran lentos, calculados, pero cada uno de ellos era como un martillo golpeando el suelo. Los hombres que lo rodeaban, que se interponían entre nosotros, comenzaron a moverse, abriéndome paso, conscientes de que no pensaba detenerme.
Cuando lo tuve frente a mí, levanté el arma y la coloqué justo en el centro de su frente. Su sonrisa desapareció al instante, reemplazada por una expresión de puro miedo.
—Escucha bien y no te atrevas a olvidarlo —mi voz era baja, casi un susurro—. Soy tu jefa, tu reina, y todos aquí harán lo que yo diga. ¿Entendido?
El hombre asintió rápidamente, el sudor corriendo por su frente. Nadie en el salón se atrevió a moverse o siquiera respirar de forma ruidosa.
Mi mirada permaneció fija en él un segundo más, antes de que retirara el arma lentamente, dejando que el mensaje calara profundamente en cada alma presente.
Este era mi momento. Y nadie, absolutamente nadie, se atrevería a ponerme en duda de nuevo.
—Quiero a mis hermanos vivos —continué, mientras caminaba hacia la salida—. Si veo un solo rasguño en ellos, todos ustedes estarán muertos. Sin excepciones.
El silencio en la habitación era absoluto. Sentí sus miradas en mi espalda mientras abandonaba el lugar, pero no me detuve ni por un segundo.
Al salir, me dirigí al auto y me subí sin mirar atrás. Cian me siguió y se deslizó en el asiento del piloto. Por el retrovisor, noté la curva de una sonrisa en sus labios, esa mezcla de admiración y diversión que era tan propia de él.
—Estuviste muy bien ahí dentro. —dijo.
Solté el aire contenido en mis pulmones, la adrenalina aun corriendo por mis venas.
—Creí que me comerían viva. —admití, mi voz todavía cargada de un ligero temblor que intenté disimular.
Cian rió entre dientes, encendiendo el motor y poniendo el auto en marcha.
—Hades los torturaría de por vida si alguno de ellos intentara siquiera rozarte —dijo con una certeza que me erizó la piel—. Y créeme, sé de lo que hablo cuando digo que un jefe enloquecido por verte herida es mucho peor que uno simplemente enojado.
Sus palabras resonaron en mi mente, tanto como un recordatorio de la intensidad de Hades como una advertencia velada de lo lejos que podía llegar por protegerme. Apoyé mi cabeza contra el asiento, cerrando los ojos un instante. El peso de todo lo que estaba en juego era casi abrumador, pero también me impulsaba a no ceder, a no rendirme.
—Entonces será mejor que ellos lo recuerden. —respondí finalmente, abriendo los ojos y mirando por la ventana mientras el paisaje comenzaba a moverse.
El auto avanzaba por la carretera, pero mi mente no podía escapar de la sombra que me perseguía. El rostro de Ares apareció, nítido y cruel, atormentándome una vez más. Cada línea de su expresión, cada rastro de su sonrisa burlona, parecía grabado a fuego en mi memoria. Desde que supe que tenía a mis hermanos, apenas había podido pegar ojo. Las noches eran interminables, llenas de sombras que se alargaban en las esquinas y del eco de una risa que solo existía en mi cabeza.
Rondar por la casa por mí misma era casi imposible. Sentía su presencia en cada rincón, como si hubiera dejado una marca invisible pero imborrable en las paredes, en el aire. El solo pensarlo dolía.
Me destruyó.
Ese pensamiento me golpeó como una verdad que no quería admitir, una confesión que no podía ignorar. Me había roto de formas que no sabía posibles. Había tomado mis momentos más vulnerables, mis miedos más profundos, y los había moldeado en un arma contra mí misma. Y ahora estaba aquí, luchando por recoger los pedazos, mientras él seguía acechando, arrebatándome todo lo que amaba.
Pero no podía permitirme ceder.
Mis manos se apretaron en puños sobre mi regazo, las uñas clavándose en la piel mientras el auto continuaba su recorrido. No podía dejar que me viera así. No podía permitir que supiera cuánto poder tenía aún sobre mí. No mientras mis hermanos estuvieran en sus manos.
Volteé hacia Cian, quien me observaba de reojo.
—Lo recuperaremos todo —dije, mi voz apenas un susurro—. Mi familia. Mi vida. Mi paz.
Porque esta vez, no sería yo la que terminara destruida.
—Hades recuperará tu libertad, Aurora. Ya verás de lo que es capaz.
°°°
Estábamos en el lugar acordado. Desde mi posición, podía observar una mínima parte de todos los hombres que Hades había reunido para esta misión. La precisión con la que se movían, la coordinación de sus pasos, hablaban de una preparación minuciosa que solo él podía orquestar. La mitad ya se había desplegado alrededor del lugar, envolviendo cada salida, cada rincón, como una red letal que se cerraba lenta pero inexorablemente. La otra mitad permanecía en las sombras, monitoreando cada movimiento, despejando nuestro avance
Mis ojos se desviaron hacia Hades, que permanecía firme, un pilar de calma y autoridad en medio del caos organizado. Desde la distancia, podía sentir su energía, ese magnetismo oscuro que parecía atraer la atención y el respeto de todos los que lo rodeaban. Él no hablaba, pero no hacía falta. Cada movimiento, cada gesto suyo, era suficiente para comandar a su ejército.
Me acerqué, intentando mantener la compostura. Pero la verdad era que mi interior estaba desgarrado entre el miedo y la determinación. Mis hermanos estaban en algún lugar, tal vez cerca, tal vez demasiado lejos. Y la incertidumbre era un peso que me aplastaba con cada segundo que pasaba.
Su mano viajó rápidamente a mi mejilla, acariciándola con una ternura que me dejó sin aliento. Por un breve instante, sus dedos temblaron contra mi piel, y en ese temblor, percibí una verdad que me desgarró: este hombre, poderoso y temido, tenía miedo. Miedo de perderme.
No podía culparlo. ¿Cómo podría, cuando yo misma temblaba por dentro cada vez que imaginaba un mundo en el que él no existiera? Intenté apartar esos pensamientos oscuros, mantener mi mente en el presente, pero era imposible. El solo imaginar perderlo me destruía. Porque lo sabía, con una certeza que ahora quemaba en mi pecho: yo lo amaba. Y lo peor, es que nunca había encontrado el momento para decirlo en voz alta.
La distancia entre nosotros desapareció cuando unió nuestras frentes, su aliento cálido rozando mi piel, enviando pequeñas oleadas de calor que me estremecieron hasta lo más profundo.
—Toda mi vida viví por mi venganza, pero cuando llegaste... —comenzó, su voz baja y cargada de emoción—, le disté un nuevo propósito. Uno que jamás creí posible. El conocerte me hizo querer darte el mundo, Aurora. Colocar a cada ser humano bajo tus pies, porque eso es lo que mereces. Ser venerada, amada... —su voz se quebró ligeramente, y en ese momento, su vulnerabilidad se sintió como una promesa irrompible—. Y yo te amo, Aurora Petrova. Te amo más de lo que he amado jamás, más de lo que sabía que era capaz de amar. Moriría solo por verte sonreír.
Sus palabras golpearon contra mi corazón como una tormenta, removiendo todo dentro de mí. Mi garganta se cerró, y los ojos me ardieron con lágrimas que no podía contener. Porque él, este hombre que había transformado mi mundo de formas que jamás imaginé, acababa de entregarme su alma con esas palabras. Y yo... yo quería dársela también.
—Todo listo. —la voz de Cian rompió el momento, arrastrándonos de regreso a la realidad.
Sus ojos permanecían fijos en Hades, esperando la señal.
Hades deposito un beso suave en mis labios y volteo a ver a sus hombres. Alzó una mano, sus dedos indicando una orden silenciosa. Al instante, el grupo a su alrededor comenzó a moverse, como piezas de ajedrez perfectamente colocadas. Su mirada se encontró con la mía, y por un breve momento, todo a mi alrededor pareció detenerse.
—Es hora.
Asentí, incapaz de articular una respuesta. Porque en ese momento, sabía que no importaba cuánto miedo tuviera, cuánto dudara de mis propias fuerzas. Habíamos llegado demasiado lejos para dar un paso atrás.
Mientras observaba a Hades avanzar, una explosión de balas nos atravesó. Los hombres a mi alrededor fueron cayendo como cartas de naipes.
—¡Cúbranse! —rugió Hades, su voz atravesando el caos como un trueno.
El aire se llenó con el sonido ensordecedor de balas silbando a nuestro alrededor, impactando contra los muros y cuerpos. Mi corazón latía con fuerza, pero el instinto de supervivencia tomó el control. Me tiré al suelo, mi respiración entrecortada mientras buscaba cualquier cobertura que pudiera encontrar.
Levanté la mirada apenas unos centímetros, el suelo manchado con sangre y escombros. Fue entonces cuando los vi. Mikhail y Aroon, corriendo a través del caos como si fueran inmunes a la muerte, las metralletas en sus manos escupiendo fuego en un ritmo constante. Sus figuras parecían moverse al unísono, una coreografía mortal diseñada para mantener a raya a nuestros atacantes.
—¡Aurora, quédate abajo! —gritó Cian, acercándose a mi posición mientras disparaba con precisión a un grupo de hombres que intentaban rodearnos.
El rugido inconfundible de Hades volvió a escucharse, esta vez más cerca, mientras lideraba a su equipo hacia una posición de contraataque. Su figura imponente se movía con una ferocidad que parecía más animal que humana. En medio del caos, lo vi girarse brevemente, buscando con la mirada. Cuando nuestros ojos se encontraron, su expresión fue un ancla en mi tormenta.
—¡No te muevas! —ordenó, su tono no admitía discusión, pero su mirada estaba cargada de algo más: desesperación.
El mundo parecía ralentizarse por un instante. Los destellos de las balas iluminaban el lugar como si fueran relámpagos en una tormenta interminable. Podía sentir mi cuerpo temblar, pero no de miedo. Era rabia, pura y abrasadora, alimentada por el sonido de los gritos, el olor a pólvora y la sangre que empapaba el suelo.
Mi mano se aferró al arma que Cian me había entregado antes de salir de la camioneta. Aunque mi mente estaba nublada por el estruendo y la adrenalina, sabía que no podía quedarme inmóvil. Si lo hacía, una bala perdida acabaría conmigo. Luego me disculparía con Hades por desobedecer sus órdenes, pero en ese momento, mi prioridad era sobrevivir.
Con cuidado, me arrastré por el suelo, usando los cuerpos de los caídos como cobertura. Mis manos temblaban. Logré alcanzar el otro lado del terreno y aspiré una bocanada de aire fresco al darme cuenta de que estaba fuera del rango de la masacre. Aun así, no podía permitirme bajar la guardia.
Me adentré entre los árboles, moviéndome con rapidez, pero en silencio, hasta que vislumbré el complejo. A primera vista, parecía un edificio abandonado, sus paredes desgastadas y cubiertas de vegetación, pero sabía que solo era una fachada. Dentro de esas paredes estaban mis hermanos, y no podía detenerme ahora. Mis pensamientos se amontonaban mientras observaba las entradas, todas custodiadas. Intentar entrar de forma sigilosa era una misión suicida.
Fue entonces cuando una idea cruzó mi mente. Una idea que sabía que Hades desaprobaría completamente, pero no tenía otra opción.
Lo siento, Hades.
Emergí de entre los árboles y corrí hacia la entrada principal. Mis piernas temblaban, pero no me detuve. Cerré los ojos por un instante y grité con todas mis fuerzas:
—¡Ares! ¡Ya estoy aquí!
El eco de mi voz resonó en el bosque, y por un momento, todo pareció detenerse. Desde mi posición, vi a los guardias en la entrada mirarse entre sí, confusos, mientras sus armas se alzaban instintivamente. Uno de ellos, más corpulento que los demás, dio un paso adelante, con una expresión mezcla de curiosidad y burla.
Una voz familiar, fría y cargada de desprecio, surgió desde el interior del edificio.
—Aurora, querida... —La figura de Ares apareció en la penumbra, caminando hacia la luz con esa sonrisa arrogante que siempre había detestado—. Así que finalmente decidiste venir a mí. ¿Qué fue lo que te hizo cambiar de opinión?
Mi cuerpo entero temblaba, pero no era miedo. Era furia, un ardor que quemaba cada fibra de mi ser. Di un paso adelante, enfrentándolo.
—No me dejaste muchas opciones, ¿verdad? Estoy aquí por mis hermanos. Déjalos ir, Ares. Déjalos ir, y esto terminará.
Él soltó una carcajada, el sonido llenando el aire como un eco siniestro.
—¿Terminar? —preguntó, acercándose más a mí mientras sus hombres comenzaban a rodearme lentamente—. Esto apenas comienza, Aurora. Pensaste que podías escapar de mí, pero aquí estás, volviendo como el buen juguete que siempre fuiste.
Sus palabras me golpearon como un látigo, pero en lugar de quebrarme, encendieron aún más mi rabia. Mi mano viajó con lentitud hacia mi espalda, rozando el arma oculta. Podía sentir el sudor en mis palmas y la aceleración de mi corazón, pero no dudé. No era la misma mujer que una vez él había manipulado y destrozado.
—Te equivocas, Ares. Esta vez no seré yo quien salga lastimada.
—Quieta, gatita —interrumpió una voz áspera detrás de mí. Sentí el frío acero de un arma presionando mi espalda, inmovilizando mis movimientos—. Tiene un arma.
Ares dejó escapar una carcajada, una risa gélida y retorcida que reverberó en el aire.
—Veo que no fuiste tan ingenua como para venir desarmada, pero sí lo suficiente como para creer que podrías dañarme.
—Esperaba al menos darte en la cabeza.
Su sonrisa siniestra se ensanchó, una mezcla de burla y rabia que no dejó duda de sus intenciones. Antes de que pudiera reaccionar, su mano se movió con rapidez, impactando contra mi mejilla con una fuerza brutal. El golpe me lanzó al suelo, y mi visión se volvió borrosa por un instante.
Mientras intentaba enfocar, su voz me alcanzó como un látigo, cruel y llena de desprecio.
—¡Maldita perra! —vociferó, acercándose a mí con pasos lentos, pero cargados de amenaza—. ¿Crees que puedes ser feliz? ¿Ah? ¡Tu lugar está abriendo las piernas para mis jodidos hombres!
Sus dedos se enredaron en mi cabello, jalando con una fuerza que arrancó un grito desgarrador desde lo más profundo de mi garganta. Mi cuero cabelludo ardía, pero el dolor físico no se comparaba al veneno de sus palabras.
—¡No eres más que una puta, igual que tu madre! —espetó, su rostro deformado por la rabia—. Serás follada una y otra vez, y desearás la muerte, pero no te daré ese placer. Tu final es a mi lado, donde siempre debiste estar.
Escupí directamente en su rostro.
—Púdrete.
Su rostro se tensó con una furia indescriptible. Antes de que pudiera reaccionar, su mano volvió a descender, una bofetada que se sintió como un látigo, lanzándome nuevamente al suelo. El sabor metálico de la sangre se intensificó en mi boca, inundando mis sentidos mientras intentaba aferrarme a algún resquicio de fuerza.
Sin darme un respiro, su pie impactó brutalmente contra mi estómago. El aire abandonó mis pulmones en un jadeo desesperado. Me retorcí en el suelo, intentando recuperar el aliento, pero no me dio tregua. Otro golpe, más fuerte, más cruel, me alcanzó, enviando una oleada de dolor por todo mi cuerpo.
Me encogí, protegiendo mi cabeza con los brazos por puro instinto, mientras los golpes continuaban. Patadas, bofetadas, cada una cargada de su odio visceral. Podía escuchar sus maldiciones, sus gritos llenos de rabia.
—¡Maldita! ¡Inútil! ¡Siempre serás una nada, igual que tu maldita madre!
«No cierres los ojos. No lo hagas.»
Mi mente, tambaleándose entre la oscuridad y la resistencia, me gritaba una y otra vez. Pero mi cuerpo, magullado y exhausto, apenas respondía. Cada fibra de mi ser dolía, y las fuerzas que aún me quedaban pendían de un hilo.
Justo cuando creí que todo había acabado, cuando sentí que la desesperanza comenzaba a ganar terreno, uno de sus hombres apareció corriendo, su respiración agitada y sus ojos llenos de alarma.
—Se los llevaron.
Esas palabras perforaron el aire y calaron hondo en Ares. Su rostro se torció en una mezcla de incredulidad y furia. Una sonrisa débil, apenas perceptible, cruzó mis labios ensangrentados mientras levantaba la mirada hacia él, mi voz apenas un murmullo, pero lo suficientemente clara para que me escuchara:
—Lo sabía —mis palabras salieron lentas—. No eres nada comparado con Hades. Un hombre. ¿Y tú? —pausé, dejando que las palabras se hundieran—. Solo un niñito llorón.
La furia en su rostro fue instantánea, sus ojos ardiendo de ira descontrolada. Y la oscuridad termino venciéndome. Antes de perder todo rastro de conciencia, lo supe. El plan funciono.
🦇🦇🦇
¡POR DIOS!
Puedo decir que este capítulo si me quedo de infarto, ¿de qué plan estará hablando Aurora? ¿Qué pasó por esa cabecita suya? Lo averiguaremos en el próximo capítulo.
Capítulo que será uno de los últimos de la historia. ¡Si! Estamos en la recta final. Pronto concluirá el libro y diremos adiós a Hades y Aurora.
Diosss. Que nerviossss.
Disfruten. Comenten y voten.
Besitos. 💋
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