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Capítulo 21

AURORA୧

Lo hice.

Guardé ese momento en lo más profundo de mi mente, enterrándolo donde creí que nunca podría alcanzarme. Me convencí de que solo había sido una pesadilla, una imagen distorsionada que el tiempo borraría. Pero me equivoqué. No pude seguir fingiendo cuando Ares decidió destrozarme de la peor forma posible.

Me degradó como mujer, como persona. No solo usó su fuerza; usó sus palabras, su veneno, para romperme de maneras que ni siquiera sabía que existían. Ese... maldito animal prefirió creerle al mundo entero antes que a mí. Prefirió escuchar rumores, mentiras, susurros que nacieron de bocas sucias, en lugar de mirarme a los ojos y ver la verdad.

Iba a confesarle absolutamente todo cuando volviera, estuve a punto de arriesgarlo todo por un hombre que desde un principio solo me dijo mentiras.

Ahora lo entiendo.

La forma en que actué no fue la mejor, lo admito, pero ¿qué otra opción tenía? Mi deber siempre fue proteger a mis hermanos. A ellos les debía mi vida. No podía permitir que les arrebataran lo único que tenían: a mí.

¿Y su corazón? El corazón de un desconocido que nunca tuvo el valor de protegerme cuando más lo necesité... ese no era mi problema. Yo no podía arriesgarme a perderlo todo por alguien que no me creyó.

¿Eso me hace una mala persona? Quizá. Pero nunca fui una heroína. Solo soy una mujer que hizo lo que tenía que hacer para sobrevivir y, sobre todo, para proteger a quienes amaba. Y si eso me condena, que así sea. Pero que quede claro: no fue el mundo el que me rompió, fue él quien me dejó caer.

Y fue Hades quien me recogió.

Él no me prometió salvarme; no dijo palabras bonitas para sanar mis cicatrices. Simplemente estuvo allí. Me encontró entre los pedazos rotos, me vio por lo que soy y me aceptó. No me trató como una víctima, ni como una carga. Para él, mis cicatrices no son vergüenza, son prueba de que sobreviví. Y aunque el mundo me dio la espalda, aunque él prefirió hundirme, Hades me enseñó que todavía puedo levantarme.

Porque, a veces, no es el héroe quien te salva. Es el villano, el que conoce la oscuridad tan bien como tú, el que no te teme cuando gritas, cuando lloras, cuando ardes.

Hades no solo me recogió. Me enseñó a luchar. Me enseñó que, aunque me hayan dejado caer, puedo reconstruirme más fuerte, más feroz... y que esta vez, nadie volverá a derribarme.

Por esa razón pude armarme de valor y confesarle todo. En esa carta no solo escribí lo que ese hombre me hizo cuando era una niña, sino que también le revelé el secreto que necesitaba saber sobre Bruno. Era mi forma de entregarle algo más que palabras, algo real, algo que le mostrara que estoy de su lado, que jamás lo traicionaría.

El sonido repentino de la campanilla del horno me sobresalta, arrancándome de mis pensamientos. Me enderezo de golpe y parpadeo varias veces, tratando de sacudirme el peso de todo lo que acaba de cruzar mi mente. Camino hacia la cocina con pasos lentos, casi mecánicos, como si mi cuerpo aún estuviera atrapado en esa maraña de recuerdos y confesiones.

Me detengo frente al horno y respiro hondo antes de abrir la puerta, el calor envolviéndome como un abrazo extraño. El aroma dulce del postre inunda la habitación.

¿Será suficiente?

Esa carta fue mi última barrera cayendo. Mi confesión. Mi rendición. Una parte de mí todavía teme que él me vea diferente, que su mirada, esa que tanto amo, se ensucie con lástima o desprecio. Pero no puedo seguir viviendo con secretos. No con él. No con Hades.

—Él entenderá.

—¿Quién entenderá qué?

La voz me sobresalta tanto que un grito ahogado escapa de mi garganta, y mis piernas chocan torpemente contra la puerta del horno. El equilibrio me falla por un segundo, y el postre en mis manos se tambalea peligrosamente.

Antes de que pueda procesar lo que está sucediendo, Mikhail aparece de la nada y lo atrapa con una precisión casi inhumana, como si hubiera estado esperando justo ese momento. Mis ojos se abren como platos mientras lo observo sostener el molde con total tranquilidad, sin guantes, sin un gesto de dolor, nada.

Lo miro con incredulidad, esperando ver algún signo de quemadura en sus manos, pero su expresión es la misma de siempre: neutral, casi divertida.

—¿No te duele? —pregunto finalmente, señalando el molde.

Mikhail me observa con una leve sonrisa ladeada, como si mi desconcierto fuera lo más entretenido que ha visto en días.

—¿Doler? —repite, como si estuviera considerando la palabra—. No, tu horno debe de estar malo. Esto no quema.

—¿Cómo...?

—He pasado por cosas mucho peores que un molde caliente.

Me cruzo de brazos, aún más confundida, aunque algo en su tono y su presencia me deja claro que esa no es una mentira.

Sin saber muy bien que hacer, le quito el molde de las manos, fijándome en lo rojas que están. ¿Cómo es posible que no sintiera una pizca de dolor? Lo dejo sobre la mesa y me volteo. Mikhail observa el desastre que tengo en la cocina, pero no dice nada, en cambio, se sienta a una distancia adecuada.

Muerdo mi labio. Es obvio que está marcando un límite y lo agradezco. Todavía no sé cómo lidiar con otros hombres cerca de mí, incluso en situaciones tan mundanas como esta. Mi cuerpo se tensa de forma automática, un reflejo que todavía no logro controlar del todo.

—Hades no ha regresado. —digo finalmente, rompiendo el silencio.

—Lo sé —responde Mikhail, inclinándose ligeramente hacia adelante—. Por eso estoy aquí. Si llegase a enterarse de que vine sin que él estuviera, me asesina.

Suelto una risa.

Tiene razón. Hades es capaz de enterrarlo vivo si supiera que Mikhail está aquí ahora, sentado conmigo, aprovechando el momento de su ausencia. Demasiado sobreprotector. Y me encanta.

—Entonces... —comienzo, mi voz vacilante mientras intento desesperadamente encontrar un tema que no se sienta extraño o fuera de lugar—. ¿Necesitas algo de su oficina?

Mikhail levanta una ceja.

—Más bien, algo de su esposa.

—¿Eh? —mi confusión es palpable, y mi cerebro tarda un segundo en procesar lo que acaba de decir.

—¿La cagué? —pregunta rápidamente, pero no espera mi respuesta y sigue hablando como si estuviera descargando algo que lleva mucho tiempo guardando—. Eres mujer, ¿cierto?

—¿Sí? —respondo, todavía aturdida.

—Lo que quiero decir es... —hace una pausa, claramente incómodo, algo que rara vez he visto en él—. Estoy interesado en una chica, y no sé cómo acercarme. Voy a cada presentación suya, le envío flores, regalos... incluso he alejado a la mierda molesta que la rodea, pero nada parece funcionar.

Parpadeo, sorprendida por la confesión. Mikhail, el hombre que parece tenerlo todo bajo control, que nunca muestra ni un atisbo de duda, está pidiendo consejos amorosos. Mi primera reacción es reír, pero me detengo al ver la seriedad en su rostro. Él realmente no sabe qué hacer.

—¿Tú? ¿Estás... interesado en alguien? —pregunto, todavía tratando de procesar la idea.

—Sí, ¿es tan raro? —responde, cruzando los brazos y mirándome como si fuera obvio.

—Un poco —sonrío, divertida, mientras me recargo ligeramente en la encimera—. ¿Y qué hiciste exactamente?

—Lo dije: flores, regalos, la acompañé a distancia a varias de sus presentaciones, alejé a los idiotas que la molestaban. —hace una pausa, su mandíbula apretándose ligeramente—. Y, aun así, apenas me mira.

—Bueno, eso puede ser porque todo lo que has hecho suena... un poco intimidante, ¿no crees? —intento ser delicada, pero su expresión me dice que no está acostumbrado a que lo critiquen.

—¿Intimidante? —pregunta, genuinamente confundido—. No estaba tratando de asustarla. Solo quería protegerla.

—Lo entiendo, pero tal vez ella no —suspiro, buscando las palabras adecuadas—. Mira, si realmente te importa, tienes que ser directo. Háblale, no como alguien que la vigila desde lejos, sino como alguien que quiere conocerla. Las flores y los regalos son lindos, pero nada sustituye a una conversación honesta.

Mikhail parece considerar mis palabras, su mirada fija en algún punto de la mesa mientras reflexiona. Finalmente, asiente lentamente.

—Hablar, ¿eh? —murmura, más para sí mismo que para mí—. Supongo que puedo intentarlo.

—Eso sería un buen comienzo. —Sonrío, aliviada de haber manejado la situación sin parecer completamente inútil—. ¿Y quién es la afortunada?

Su mirada vuelve a mí, con una chispa de diversión en sus ojos.

—No tan rápido, Aurora. Un hombre tiene derecho a guardar sus secretos.

En ese mismo instante, un ruido explosivo me estremece por completo. La vibración del impacto recorre mis pies, sube por mi columna y hace que mi corazón se dispare. Levanto la mirada hacia Mikhail, buscando respuestas, pero antes de que pueda formular una pregunta, lo siento rodeándome la cintura. Su agarre es firme, casi desesperado, como si supiera algo que yo aun no comprendo.

Por inercia, intento alejarlo, pero su fuerza es abrumadora. Me sobrepasa con facilidad.

—Lo siento, no voy a soltarte.

No me da tiempo de protestar. En un movimiento rápido, me jala lejos de la cocina, arrastrándome hacia un lugar que él considera más seguro. Su agarre es tan firme que por un momento me siento atrapada, pero luego me doy cuenta de que lo único que intenta es protegerme.

Una vez fuera de la cocina, mi mente comienza a registrar lo que está sucediendo. Los sonidos son un caos: gritos, pasos apresurados, más explosiones en la distancia. El aire está cargado con el olor acre del humo, y mi pecho se aprieta con una sensación que creí haber dejado atrás.

Los recuerdos me golpean como una ola, uno tras otro. La casa de Hades. El ataque. Las sombras, los disparos, la sensación de impotencia. Mi mente se esfuerza por mantenerse en el presente, pero cada sonido, cada destello de luz, me arrastra de vuelta a ese momento. ¿Está pasando todo otra vez?

Mi respiración se acelera mientras intento encontrar sentido a lo que ocurre. La voz de Mikhail, aunque firme, apenas penetra el caos en mi cabeza.

—¡Aurora! —grita, apretándome con más fuerza para evitar que me desplome—. ¡Concéntrate! Estoy aquí. No voy a dejar que te pase nada.

Otra explosión sacude la casa, esta vez más cerca, y siento cómo el calor de la detonación acaricia mi piel. Me estremezco, mi mente tratando de ponerse alerta, de encontrar alguna lógica en todo esto, pero el pánico es un peso aplastante.

—¡Aurora, mírame! —exige Mikhail, deteniéndose lo suficiente como para colocar sus manos en mis mejillas, obligándome a mirarlo a los ojos—. No estás sola esta vez. No estás sola. Vamos a salir de aquí. ¿Me entiendes?

Parpadeo, tratando de enfocarme en sus palabras, en el intenso color de sus ojos que ahora parecen los únicos anclajes a la realidad. Asiento débilmente, aunque mi cuerpo sigue temblando.

—Bien. Quédate conmigo. Haz lo que te diga, y saldremos de esta. —su voz es baja pero llena de una certeza que no puedo ignorar.

A pesar del caos, hay algo en su tono, en su presencia, que comienza a calmar el torbellino en mi mente. No puedo dejar que el miedo me paralice. No esta vez. Porque esta vez, no estoy sola.

A pesar del caos, hay algo en su tono, en su presencia, que comienza a calmar el torbellino en mi mente. No puedo dejar que el miedo me paralice. No esta vez. Porque esta vez, no estoy sola.

—Mis hermanos... —murmuro, saliendo del trance como si una cuerda invisible tirara de mí hacia la realidad—. ¡Mis hermanos! ¡Mikhail, mis hermanos!

—Mierda... —masculla, pero sus ojos no dejan de escanear el entorno.

—No puedo... no puedo dejarlos. ¡Nikolái! ¡Viktor! —el pánico toma el control de mi cuerpo, y en un impulso desesperado, me suelto de su agarre, tomándolo desprevenido.

El caos a mi alrededor es ensordecedor: explosiones, gritos, el crujir de algo que se derrumba. Miro a todas partes, buscando a mis hermanos, pero la confusión me golpea como un muro invisible, paralizándome. Esos segundos de vulnerabilidad son suficientes para que Mikhail reaccione. Sus brazos me rodean de nuevo, esta vez con una fuerza que me impide siquiera moverme.

—¡No! ¡Mis hermanos! —grito, mi voz rompiéndose mientras intento liberarme de su agarre.

—Cálmate

—¡Suéltame! —chillo, mis movimientos desesperados, aunque inútiles contra su fuerza.

Sus manos se mueven a mis hombros, y su agarre es firme, tan firme que me estremezco por el dolor que provoca. Pero no me importa. Lo único en lo que puedo pensar es en mis hermanos.

—¡No pienso soltarte! —grita exasperado, sus ojos clavándose en los míos como si intentara perforar la nube de pánico que me envuelve.

—¡¿Por qué no?! —replico, con lágrimas amenazando con derramarse mientras el miedo me consume.

Mikhail aprieta los dientes, su voz saliendo más baja, pero cargada de una intensidad que me deja sin aire.

—Porque eres el puto mundo de Hades, Aurora —sus palabras son como un golpe—. Lo que te convierte en el mío. Eres parte de nosotros ahora, maldita sea. Y no pienso dejar que nada te suceda.

Sus palabras me sacuden. Mi respiración sigue siendo errática, pero algo en su mirada, en su tono, me detiene.

—Tus hermanos están vivos —continúa, bajando el tono mientras sujeta mis hombros con fuerza, obligándome a mirarlo—. Lo último que necesitas es que tú también desaparezcas. Si quieres encontrarlos, tienes que quedarte conmigo. ¿Entiendes? Conmigo, Aurora.

Sus palabras son firmes, inquebrantables, y por primera vez desde que comenzó el caos, siento que puedo confiar en algo. Asiento lentamente, las lágrimas cayendo finalmente mientras dejo de luchar contra él.

—Bien. Vamos a buscarlos. Pero escucha, si me sueltas o corres sin mí, juro que te cargaré como un saco de papas hasta que estemos seguros. ¿Entendido?

A pesar del miedo, una risa entrecortada escapa de mis labios. No es mucho, pero es suficiente para darme la fuerza que necesito para seguir adelante.

Asiento, y para demostrarle que no saldré corriendo de nuevo, me quedo completamente quieta, obligándome a controlar mi respiración y calmar mi mente. Mikhail me observa, su mirada penetrante escrutando cada rincón de mi ser, evaluando si realmente puede confiar en mi autocontrol. Después de unos segundos, su agarre se afloja, aunque no del todo, como si aún no estuviera completamente seguro.

Sin decir una palabra, me guía hacia las escaleras. Subimos con cautela. Aquí, todo parece casi intacto, como si el caos del exterior no pudiera perturbar este espacio.

Avanzamos de cuarto en cuarto, empujando puertas con cuidado, revisando cada espacio. La desesperación comienza a escalar en mi pecho con cada habitación vacía. Los cuartos de mis hermanos están desiertos, las camas intactas, como si nunca hubieran estado aquí. Me detengo en la entrada del cuarto de Eda, esperando, rogando encontrarla, pero el silencio dentro es tan ensordecedor como en los demás.

—No están... —susurro, mi voz apenas audible, mientras el peso de la posibilidad me aplasta.

Mikhail parece notarlo. Sin decir nada, sujeta mi muñeca con firmeza, su agarre no tan fuerte como antes, pero lo suficiente para mantenerme anclada a él, a la realidad.

—Están vivos —sus palabras son contundentes, su tono firme como una roca que se niega a quebrarse—. No permitas que el pánico te ciegue ahora. Si no están aquí, significa que se movieron. Alguien los sacó.

—¿Y si no lo hicieron? —replico, mi voz quebrándose.

—Si no lo hicieron, entonces los encontraremos —su tono es bajo—. Pero para eso, necesitas mantenerte conmigo. Si te pierdo, todo esto habrá sido en vano. ¿Entiendes?

Asiento de nuevo, más fuerte esta vez, apretando los labios para contener las lágrimas. No puedo permitirme caer ahora. Mis hermanos y Eda me necesitan, y lo único que puedo hacer es confiar en Mikhail y seguir avanzando.

Él aprieta mi muñeca levemente antes de continuar. Me guía hacia el pasillo siguiente, sus movimientos rápidos, pero calculados. Su presencia, aunque intensa, es un ancla que mantiene el pánico a raya mientras la búsqueda continua. Y aunque mi mente sigue llena de imágenes terribles, el pensamiento de que mis hermanos y Eda estén en algún lugar, vivos, me da la fuerza para seguir adelante.

Los siguientes minutos son un vacío frustrante. Cada puerta que abrimos, cada rincón que revisamos, no revela nada. Nadie. El aire se siente pesado, como si la casa misma estuviera reteniendo el aliento. Finalmente, bajamos las escaleras, y Mikhail me guía hacia la oficina de Hades.

En cuanto cruzamos la puerta, algo en mi interior c-ambia. El lugar está impregnado con su esencia, ese aire de autoridad y control que parece envolverlo donde quiera que esté. Incluso en su ausencia, su presencia es tan palpable que logro sentir cómo mis nervios comienzan a calmarse. El caos allá afuera todavía existe, pero aquí dentro, es como si el mundo estuviera en pausa.

Camino hacia el escritorio de Hades, mis dedos rozando la madera pulida mientras inspiro profundamente. El recuerdo de su voz, de su mirada intensa, llena mi mente. Es absurdo, pero por un momento, me siento segura.

Y luego, mi mente me traiciona con otro recuerdo, uno que prefiero no revisitar: la tienda. Aquella mujer. La forma en que lo miraba, como si él fuera algo que podía alcanzar. Aunque sabía, en el fondo de mi ser, que Hades jamás me traicionaría, verlo cerca de otra mujer me hirvió la sangre de una manera que jamás había experimentado antes.

—Dios... —murmuro para mí misma, sacudiendo la cabeza mientras me paso una mano por el cabello.

Fue como si algo primitivo hubiera despertado en mí. En ese momento, no importaba lo irracional que fuera, solo podía pensar en ella como una amenaza, alguien que tenía que desaparecer. Me había imaginado destrozándola, arrancándola de su lado. Incluso me visualicé saltando a su yugular, mi cuerpo lleno de una rabia que no sabía que podía sentir.

—Aurora —la voz de Mikhail corta mis pensamientos, y me doy cuenta de que está observándome, su mirada evaluándome con cuidado—. ¿Estás bien?

Parpadeo, sacudiéndome la sensación y obligándome a regresar al presente.

—Sí —mi voz suena más firme de lo que esperaba—. Solo... estoy preocupada.

Él asiente, como si entendiera más de lo que está dispuesto a decir. De alguna manera, su silencio me reconforta. Quizás porque sé que, aunque no lo admita, Mikhail es igual de protector con Hades como lo es conmigo.

Mientras su mirada se desvía hacia la puerta, mi mente sigue enredada en esos pensamientos. Es absurdo, pero una pequeña parte de mí se siente aliviada de haber sentido esa rabia, esa necesidad de luchar por él. Porque, al final, no se trata solo de amor. Es la certeza de que, por Hades, sería capaz de cualquier cosa. Incluso de enfrentar a mis propios demonios y dejar que esa oscuridad se esparciera por completo.

El celular de Mikhail suena, hay un destello de irritación en sus ojos cuando contesta.

—¿Cómo demonios iba a saber que esto sucedería? —dice, su voz cargada de frustración apenas contenida—. ¡Qué no, hombre! —exhala con fuerza, su mandíbula tensándose.

Doy un paso hacia él, intentando captar algo de la conversación. Una voz furiosa grita al otro lado de la línea, sus palabras apenas distinguibles. El tono áspero y los gritos me hacen estremecer; algo está mal, terriblemente mal.

—¡Deja de ladrar! —gruñe Mikhail, apretando el teléfono con una fuerza que parece que podría partirlo en dos—. ¡Prepara a los demás y trae sus podridos traseros aquí!

Cuelga bruscamente, sus ojos se encuentran con los míos por un momento, pero no dice nada. En su lugar, se dirige al escritorio de Hades con una determinación que me deja inmóvil. Sin dudarlo, presiona un botón oculto en la base del escritorio, y el sonido mecánico de algo deslizándose llena la habitación.

Mis ojos se agrandan cuando veo cómo el cuadro que cuelga detrás del escritorio se desliza a la derecha, revelando un arsenal de armas. Pistolas, rifles, cuchillos, municiones perfectamente organizadas. Es como un altar al caos controlado, a la destrucción que Hades siempre mantiene al alcance de su mano.

—¿Siempre estuvo eso allí? —murmuro, incapaz de ocultar mi asombro.

Mikhail lanza una mirada rápida hacia mí, sus labios apretados en una línea firme.

—¿De verdad creías que esta casa no estaba preparada para algo así? —responde, su tono mezcla de incredulidad y algo parecido al sarcasmo—. Ese tipo escondió todo tipo de armas en esta casa.

Me acerco un poco más, observando cómo sus manos se mueven con rapidez, seleccionando armas con precisión, como si cada movimiento estuviera ensayado mil veces. La eficiencia en su actuar es hipnótica, y, por un momento, me siento como una espectadora de algo que nunca debería haber visto.

—¿Qué está pasando, Mikhail? —pregunto finalmente.

Él detiene lo que está haciendo por un segundo, su mirada volviéndose hacia mí. Hay algo en sus ojos, una mezcla de urgencia y una protección feroz.

—Están aquí. Los hombres de Bruno. Esto no es un ataque cualquiera, Aurora. Están buscando acabar con todo.

Mis piernas casi ceden al escuchar sus palabras, pero su expresión me obliga a mantenerme de pie. Este no es momento para desmoronarse. Mikhail toma un arma y me la extiende, su rostro tan serio que me hace entender la gravedad del momento.

—Damon te enseñó a disparar, ¿verdad?

Tomo la pistola con manos temblorosas.

—Sí... sí, lo hizo, ¿Cómo lo sabes? —respondo, intentando que mi voz no tiemble.

—Primera regla, cuñadita: nada se escapa de mi vista.

Antes de que pueda procesar sus palabras, levanta su arma con rapidez, apuntándola directamente en mi dirección. Mi cuerpo se congela, un grito ahogado se atora en mi garganta. Pero antes de que pueda siquiera reaccionar, el estruendo de un disparo llena la habitación, haciéndome saltar.

Un instante después, el cuerpo de un hombre cae pesadamente a mis pies, su arma resbalando de sus manos inertes. La sangre comienza a extenderse por el suelo, cubriendo mis zapatos y la base de la mesa. ¿De dónde demonios salió ese sujeto?

Mikhail baja el arma lentamente, como si el disparo no fuera más que otro día en su vida. Me mira con una mezcla de satisfacción y advertencia.

—Segunda regla: no todos los monstruos anuncian su llegada. —dice mientras inspecciona la habitación.

Mi respiración sigue acelerada, mi mente luchando por comprender cómo alguien pudo acercarse tanto sin que me diera cuenta.

—¡Dios! —susurro, todavía procesando el hecho de que ese hombre pudo haberme matado.

—Y tercera regla —continúa Mikhail, su tono serio mientras coloca su mano sobre mi hombro, apretando ligeramente para que lo escuche con atención—: si tienes un arma en la mano, úsala. No dudes, no pienses demasiado. Dispara primero.

Asiento rápidamente, aunque mis manos siguen temblando alrededor de la pistola. Mikhail da un paso hacia la puerta, pero se detiene para mirarme una vez más.

—¿Entendido? —pregunta, su tono dejando claro que no aceptará otra respuesta.

—Entendido. —Mi voz es más firme esta vez, aunque el miedo sigue rondando en mi interior.

Mikhail asiente antes de volver su atención al pasillo, donde los sonidos del caos continúan resonando. Pero dentro de mí, algo cambia. No soy la misma mujer que era antes de entrar en esta habitación. No puedo serlo. Porque esta vez, el miedo no será lo que me defina.

—Vamos a demostrarle al bastardo de tu papi que no eres un blanco fácil.


🦇🦇🦇

¡Nuevamente estamos de vuelta!
¡SIIIIIIII!

Muchísimas gracias por su apoyo, sé que no soy muy—para nada—activa en las redes sociales o el grupo de WhatsApp, pero gracias por la paciencia que tienen.

No soy muy apegada a las redes, debido a que me vuelvo adicta muy rápido y puedo perder todoooo un día viendo videos en TikTok o Instagram, entonces prefiero subir lo preciso y luego desaparecer, pero estoy al pendiente de sus comentarios.

¡LES AGRADEZCO, NUEVAMENTE, POR SU APOYO!

Yo también deseo ver mi libro en sus manos y librerías y conocerlos en persona. Sería un sueño hecho realidad. (Hagamos un movimiento) JAJAJAJ.

Bueno, eso sería todo.
Besitos.🍓

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