Capítulo 2
︵‿︵‿୨ AURORA୧‿︵‿︵
La habitación está iluminada por los rayos del sol. No como el otro día. Todo estaba muy oscuro, a mis ojos les tomo un tiempo adaptarse a esa oscuridad tan conocida para mí. Cuando esos hombres me encerraron en una pequeña y fría habitación, siempre estaba oscuro. La luz nunca se filtraba. Era como una flor desesperada por luz, pero con el tiempo iba marchitándome. No sé qué día era ni cuánto tiempo me mantuvieron encerrada.
Por eso no me molesto en revisar la hora en el reloj colgado en una esquina de la pared. Me daba igual. Todo me parecía aburrido, sin vida. Ya nada me importaba.
Fui maltratada por lo que pareció una eternidad. Me golpearon. Me quemaron. Me cortaron. Me humillaron. Ellos me destrozaron el alma. Me hicieron añicos. Ya no sé quién diablos soy. Ni donde estoy. O porque el hombre que juro cuidarme dejo que pasara todas esas atrocidades.
Cree que lo engañe. No confío en mi palabra. Tampoco me dio tiempo de explicarme. Tomo una decisión y esa fue dañarme, desconfiar y volverme una sombra de lo que solía ser. Deje que entrara en mi corazón, creí que después de tanto tiempo estando sola, por fin había encontrado a esa persona con quién compartiría mis días. Fui tan ilusa y estúpida. No estoy hecha para ser amada.
Me he convertido en un cascarón vacío y lleno de cicatrices.
Miro el techo, blanco, como odio ese color. Cierro los ojos, lo último que recuerdo es ser golpeada hasta perder la consciencia. Un hombre alto y robusto con traje negro entro dando órdenes, en cuanto se fue, alguien se encargó de cargarme y envolverme en una tela. Fue raro, por un segundo creí sentir un poco de cuidado en cómo me trataba, pero tan pronto como llego desapareció y desperté aquí. El dolor en mi cuerpo era insoportable, desperté al sentir una caricia reconfortante. Sé que entre en pánico en cuanto nuestras miradas se cruzaron, pero la forma en que me miraba y trataba, hicieron desaparecer el miedo.
Estaba tan cansada que no me importaba si me mataba ahí mismo.
Pensé, por un instante, que morir de esa forma no era tan malo. Al menos fui tratada de manera amable en mis últimos segundos de vida. Puedo escuchar los susurros detrás de la puerta, he despertado un par de veces más luego de quedarme dormida en los brazos del hombre desconocido. No tengo idea de que hará conmigo. Quizá me vendieron. A lo mejor está esperando a que me recupere para hacerme cosas peores. Guardo silencio un momento, no, no importa lo que me haga, nada será peor a lo que ya viví.
Mi cuerpo tiembla al ver la manilla moverse. Quiero correr y esconderme, pero mi espalda duele. Todo mi cuerpo es un constante dolor agonizante. La puerta se abre, ambos hombres se detienen abruptamente bajo mi mirada, se quiénes son. Dejo mi vista puesta en el de la bata. Es médico.
Ninguno se mueve y me pregunto por cuanto tiempo piensan quedarse como estatuas.
El primero en dar un tímido y cauteloso paso es el hombre que me hizo dormir aquel día. Lo sigo atentamente, pendiente de cada uno de sus movimientos y creo que lo nota, pues se mueve despacio. Se sienta a un lado de la cama, manteniendo la distancia.
—Hola, pequeña —cierro los ojos al sentir un agradable escalofrío recorriendo mi cuerpo. Al abrirlos lo encuentro mirándome preocupado. Sus ojos son cafés oscuros—. ¿Cómo amaneciste?
Relamo mis labios.
—¿Hoy me dirás tu apellido?
Lo miro. Se acerca. Mantengo mis labios sellados.
—Debes tener a alguien buscándote. ¿No quieres decirles que estas a salvo?
El médico da otro paso. Se detiene.
¿Alguien buscándome? Mamá murió hace años. Nunca conocí o supe quién era mi padre. No tengo hermanos. No sé quién diablos eran mis abuelos o porqué mamá siempre evitaba contarme sobre ellos. No, no tengo a nadie. He quedado sola.
Y no quiero decírselo. Por alguna razón no me apetece.
Muda. Me he vuelto una persona sin voz. Sin nada que decir. Sin nada que sentir. Sin nada que pensar. Sigo sin hablar, creyendo que eso lo sacaría de quicio y terminaría por fin con mi vida. Nada sucede, solo asiente y el medico se acerca cauteloso. He notado que trata de no tocar mi piel directamente. Me revisa y anota cosas en una carpeta mediana, siempre escribe.
—Debo hacer curaciones. —dice mirando al hombre a mi lado.
—Aurora, esto dolerá un poco, pero es por tu bien, Leandro debe limpiar tus heridas, ¿de acuerdo? Puedes apretar mi mano si quieres.
Silencio.
Me muevo, levantando levemente la enorme camisa con la que he dormido últimamente. Intuyo que es de ese hombre. Cuando comienzan y siento el ardor, enfoco mi vista en su rostro. Cabello castaño, ojos adictivos como el mismo café, alto, musculoso y sus brazos llenos de tinta negra, incluso sus manos. Está mirando mis heridas, su mirada oscurece y veo como aprieta la mandíbula.
No lo entiendo.
¿Está enojado? ¿Por qué?
No me conoce, yo tampoco a él. No tendría por qué estar molesto. Una vez este recuperada, se deshará de mí. Siempre es así. El médico termina y ninguna vez apreté la mano del hombre. Dolía, claro que sí, pero sentir mi piel siendo marcada como un animal con fierros hirviendo y quemando mi piel, era algo mucho peor.
Esto parece un juego para niños.
—A partir de ahora necesito que comiences a caminar. Los primeros cuatro días serán cortas distancias, paso a paso, tomate el tiempo necesario. Luego del cuarto día deberás ir aumentando las distancias. Puede que sientas ligeros tirones, pero nada más, solo una pequeña molestia —se levanta guardando sus cosas—. Si crees que duele más de lo normal, debes comunicarte conmigo, y todo con mucho cuidado, no quiero que se te salgan los puntos, ¿sí?
Silencio.
Sale de la habitación.
—Debes tener hambre. ¿Quieres ir a comer?
Lo miro.
No entiendo porque la voz no me sale. Quiero decirle que estoy hambrienta. También tengo unas ganas de ir al baño, pero mi boca se niega a decir una sola palabra. Antes tenía tanto por decir. Amaba hablar, era mi forma de comunicar cuanto amaba a las personas y eso también me lo arrebato. ¿Cuántas cosas me quito?
—Me llamo Hades Kozlov.
Me tenso.
Hades.
El hombre por el que Ares cree que lo traicione. El hombre por el que pase tortura tras tortura. Está aquí. Y me da igual.
Me han quitado todo, incluido mis ganas de gritarle o sentir un poco de rabia por este hombre, pero nada llega. No importa cuánto espere, ni cuantas veces repita esos días en mi mente.
Me destapo, levantándome de la cama. Unos segundos después llega con unas pantuflas, se agacha colocándolas en mis pies. Lo observo sin entender su actuar, es raro. Bueno, yo también soy rara por no sentir miedo o rechazo a su cercanía. Más bien, me da una sensación extraña de seguridad, cosa que no debe alegrarme. El último hombre en quien confié, termino dejándome en este estado desagradable.
Tomándome desprevenida, desliza una mano por mi cintura y otra por debajo de mis muslos con cuidado de no tocarme con las palmas de sus manos. Sonríe. El corazón me da un vuelco.
—Prefiero bajar las escaleras contigo así, me da miedo de que puedas caerte.
Al salir la realidad me golpea, todo está iluminado. La madera se notaba que era costosa. Todo era malditamente costoso y lujoso, estoy muy relacionada con esto. Escaleras grandes tapizadas. Paredes con cuadros que debieron costar millones. Muebles modernos. Alfombras. Cortinas. Estantes.
Pero algo faltaba, se veía vacío. Como si nadie vivirá realmente aquí.
No fotografías. No desorden. No suciedad. Completamente diferente a mi antiguo departamento. Era pequeño y en un caos constante. Fotografías de mis pocos seres queridos. Juguetes. Un diminuto mueble lleno de mis libros favoritos. Plantas. Muchas de ellas. Todas diferentes. Cuadros de animales. Un sillón largo con diseños de hojas.
Llegamos a la cocina y me deja con cuidado en uno de los asientos sin respaldo. Nunca me gustaron.
Me quedo quieta, aquí también me siento como un pez fuera del agua. Miro alrededor. Una mesa en el centro, redonda y con cuatro sillas rodeándola. Sin mantel. Sin florero. Lo escucho moverse y por el rabillo del ojo descubro que está preparando huevo frito.
La curiosidad me controla al notar que no hay frascos de especies. O una tetera. O platos. No veo nada. Me levanto despacio sintiendo, efectivamente, un ligero tirón en mi espalda. Rodeo la encimera, me quedo mirando los estantes de arriba donde se supone deben estar los vasos o tazas. Quiero ver. Pero una desagradable sensación me mantiene quieta. ¿Qué demonios me pasa?
Frunzo el ceño y muerdo mi labio.
La ansiedad se intensifica con cada segundo y cuando creo que caeré ante ella, unos dedos rozan despacio mi mejilla derecha. Volteo viendo a Hades agachado quedando casi a mi altura. Nos mantenemos en esa posición. Por muy raro y desquiciado que esto suene, el me genera tranquilidad. Y dado por todo lo que he pasado muchos dirían que me he vuelto loca. Me da igual. No tengo energía para cuestionarme lo que está bien o no. Aceptare lo que quiera darme. Simple.
—La comida esta lista. —levanta su mano, me encojo creyendo que va a golpearme por metiche, en cambio, ordena el mechón de cabello que caía por mis ojos.
Doy media vuelta y vuelvo donde estaba. Sentada.
El plato frente a mi contiene unos huevos revueltos, tostadas y arándanos. Inclino la cabeza mirando este ingrediente.
Hades se encoge de hombros: —. Lo siento, olvide ir al súper.
Algo me dice que hace mucho tiempo que lleva olvidándolo. Me sirve un vaso con jugo de naranja. Otra cosa que detesto. Aun así, no digo nada y me termino todo. Lava los platos, miro su espalda. Lleva una camiseta ajustada, es negra. Unos pantalones de chándal. Luce relajado con esas ropas.
—¿Es eso una sonrisa? —su voz me toma desprevenida.
Está mirando en mi dirección, parece aliviado. Me encojo de hombros.
—Lo era —sonríe—. Luces muy linda cuando sonríes.
Un interruptor en mi cabeza se enciende, separo los labios dispuesta a responderle, pero unas voces hacen que mi cuerpo se tense. Dos hombres altos entran a la cocina y mi cuerpo tiembla. Como si no tuviera control de mi propio cuerpo, salto del asiento y me escondo detrás de Hades, suelto un grito al verlos acercarse.
Cierro los ojos.
Grito.
Llevo ambas manos a los lados de mi cabeza. Jalo mi cabello. Un recuerdo viene a mi mente, nublando mi cabeza. Fue la primera vez que desperté después de ser quemada por Ares. Había unos hombres rodeándome, mis manos y piernas atadas, y el conocido ardor en mi espalda apareció. Estaban quemándome. Les gustaba. Se reían. Estaban disfrutándolo. Me sentía pequeña, vulnerable, débil. Ellos tenían el poder. Podían hacerme lo que quisieran y sabía que no iba a poder resistirme.
—¡No! —unas manos sobre mis hombros—. ¡No! ¡Aléjense!
—Soy yo, Hades.
—¡Me duele! —grito—. ¡Duele!
Sus manos sujetan mi cabeza: —Mírame. Eso es. Soy yo, pequeña. Todo está bien.
Hades me toma entre sus brazos. Tan rápido como lo hace, envuelvo ms brazos alrededor de su cuello y me escondo en su pecho. Me da palmadas en la espalda.
—Largo —pronuncia despacio—. ¡Largo!
Sigo temblando, recordando.
—Tranquila, pequeña. Estas a salvo —sigue susurrando una y otra vez lo mismo hasta que mi cuerpo logra relajarse en sus brazos—. A salvo.
A salvo. Escucharlo decir eso, me hace querer llorar. Suelto un suspiro seguido de otro y otro. Poco a poco siento su camiseta húmeda debido a mis lágrimas. Hades no me detiene. Simplemente se mantiene en silencio mientras me deshago de esta pena escondida en su pecho como una niña.
Mis ojos arden un poco.
Durante la tarde, lloré tanto que termine quedándome dormida mientras lo escuchaba susurrar que todo estaría bien. Por un momento le creí. Quise creerle.
Suelto un quejido al moverme, es más fuerte que antes. Me remuevo inquieta, intento llevar una mano a mi cabeza, pero algo está sosteniéndola. Bajo la mirada a mi mano y descubro un Hades durmiendo a los pies de la cama con su mano sobre la mía.
Muerdo mi labio.
Despacio, muevo mi otra mano y la paso entre su cabello.
Es suave. Se siente tan bien.
Suelto un suspiro de alivio.
Paso los siguientes minutos haciendo lo mismo, aprovechando que sigue dormido. El sonido de su respiración rítmica me tranquiliza, pero la culpa se instala en mi pecho, persistente. No puedo evitar sentirme responsable por haberlo mantenido despierto estos días, robándole el descanso que claramente necesita. Con la yema de mi dedo, rozo suavemente su mejilla. Sus ojos se abren lentamente, y me quedo quieta, expectante, esperando alguna reacción. Nada sucede. El silencio entre nosotros se siente denso, como si las palabras fueran innecesarias.
Trago saliva, insegura.
No quiero ser golpeada por hablar sin permiso, pero algo me dice que Hades no es alguien que golpearía. O sí.
No le conozco. Puede que esté esperando el momento para utilizarme, ¿y si quiere que este mejor antes de hacerme lo mismo que los otros? Ese pensamiento logra que la bilis me suba y retroceda unos centímetros. Si lo despierto, puedo hacerle enojar. Pero si no lo hago, siento que moriré de hambre.
—Tengo hambre —susurro, apenas capaz de romper el silencio con mi propia voz.
Parece sorprendido por mis palabras. Se levanta sin decir nada y sale del cuarto. Lo primero que pienso es que he cometido un error y debí quedarme callada, pero un ruido proveniente del primer piso llama mi atención. Lo escucho moverse por la casa, y la ansiedad en mi pecho se agita, preguntándome si regresará. Minutos después, aparece en la puerta, esta vez con una bandeja en las manos. El aroma a café o té flota en el aire, acompañado por tostadas y huevo. Una comida simple, pero que en este momento parece casi un lujo.
—Mañana iré al supermercado, lo prometo —se excusa, su tono más relajado de lo que esperaba—. Por hoy, esto es todo lo que tengo. No suelo pasar mucho tiempo en casa, siempre estoy de viaje en viaje.
Mis dedos se detienen a medio camino mientras sostengo el pan. Algo en sus palabras despierta una ola de miedo que me oprime el pecho.
—¿Te irás? —pregunto en un hilo de voz.
La ansiedad se arremolina en mi interior. La idea de quedarme sola nuevamente, de enfrentar el silencio y los recuerdos, se siente abrumadora.
—No por ahora, pequeña —su tono es suave, retrocede, rascando su nuca y por alguna extraña razón, ese movimiento se me hace hipnotizante—. Pienso traer trabajo a casa, pero de vez en cuando tendré que ir a la oficina.
—Tu trabajo. —repito, sintiendo que las palabras se arrastran pesadas por mi garganta.
El miedo sigue ahí, latente, pero sus palabras ofrecen un consuelo temporal. Al menos por ahora, no estaré sola.
—No quise mencionarlo antes para evitar que te estreses, pero terminarás descubriéndolo si sigues quedándote.
—Espero no sienta que estoy faltándole el respeto, señor. Pero no soy nadie para que deba darme explicaciones. —Digo, bajando la cabeza.
La incertidumbre me invade. No sé si debo preguntar más, si estoy cruzando límites que no comprendo. Sus ojos, sin embargo, son un océano de comprensión y frustración, y la mezcla me deja en un estado de desasosiego.
Me levanta la barbilla con el dedo.
—¿Señor?
De repente, me lanzo al suelo, quedando de rodillas y sujetando sus manos entre las mías. El miedo de haber provocado su ira me paraliza; la idea de recibir otra golpiza me aterra. Ya no puedo cargar con más peso.
—¡Lo siento! ¡Lo siento mucho! No debí hablar sin su permiso. Lo siento. Lo siento.
El pánico se manifiesta en cada palabra, y mi corazón late con fuerza mientras espero su respuesta, temiendo lo peor.
—¿Qué...? —lo veo levantar su mano y por instinto, me protejo el rostro. Mi cuerpo tiembla, esperando el ardor de su puño en mi cuerpo o la falta de aire por recibir una patada en el estómago, pero no importa cuando espere, nada de eso llega, en cambio, me sobresalto al sentir su delicado toque en mi cabeza. Bajo los brazos, encontrándome con una mirada llena de culpa—. ¿Cé mhéad atá tú tar éis fulaingt, a bheagán? (¿cuánto haz sufrido, pequeña?)
—Por favor, no me lastime. —susurro con un hilo de voz, mi cuerpo aun temblando mientras el miedo persiste, aunque algo más comienza a abrirse paso lentamente. ¿Es posible que no quiera hacerme daño?
Siento sus dedos recorrer mi cabello, casi con reverencia. El contraste entre lo que mi cuerpo espera y lo que su toque transmite me deja aún más desorientada. Me preparo para lo peor, pero en el aire parece flotar la promesa de algo distinto. Algo que no sé si soy capaz de aceptar aún.
—No voy a lastimarte —dice con una voz baja, casi como si estuviera probando las palabras—. Es más, no quiero hacerlo. Si lo hice ver de esa forma, me disculpo. Te daré el tiempo que necesites, iremos poco a poco — Siento cómo baja su mano, acariciando torpemente mi mejilla. Es un gesto tan suave, tan inesperado, que algo dentro de mí se agita. Hundiendo el miedo lo más profundo posible, levanto la mirada, encontrando sus ojos—. No tienes que buscar mi aprobación para nada. Solo... haz lo que quieras.
Sus palabras me golpean de una manera que no esperaba. Frunzo el ceño, insegura, confusa. Mi mente es incapaz de asimilar que un desconocido esté dispuesto a ayudarme.
—¿Lo que quiera?
—Sí, Aurora, no soy tu dueño. Eres libre.
Libre. La palabra parece tan lejana, tan ajena a mí, que apenas puedo concebir lo que significa. Sacudo la cabeza antes de poder detenerme, y las palabras escapan de mis labios antes de pensarlo.
—No lo soy. —replico.
—Lo eres. Sé que piensas que estás vacía, que no te queda nada, pero no dejes que ellos sigan arrebatándote más cosas de las que ya te quitaron. Demuéstrales que, por mucho que te cueste, puedes volver a armar las piezas.
Sus palabras son como una promesa, una que no sé si puedo creer, pero hay algo en su tono que me hace querer aferrarme a esa esperanza, aunque sea por un segundo.
Asiente.
—Pero me aseguraré que de ahora en adelante todo sea mejor.
—Es fácil decirlo, ¿no cree?
Termino la comida en silencio, mis pensamientos girando en torno a él. No puedo evitar pensar que este hombre es diferente a todos los que he conocido. Todos los hombres de su mundo, de ese mundo oscuro y lleno de violencia. Pero él... él está ayudándome sin pedir nada a cambio. Es algo que no logro comprender del todo. ¿Qué quiere de mí?
Tal vez, solo tal vez, no quiere nada.
¿Y si...?
No. No es el momento. Si le digo y decide cambiar su forma de ser, no podría soportarlo.
Dejo la bandeja a un lado y, con un ligero tirón de su mano, lo hago recostarse junto a mí. Escondo mi rostro en su cuello y suelto un largo suspiro, sintiéndome, por primera vez en mucho tiempo, a salvo. Sus caricias recorren mi espalda con una delicadeza que me sorprende. Es como si temiera que pudiera romperme en cualquier momento. Me permito disfrutar del roce de sus manos y del calor de su cuerpo, mientras el miedo constante en mi pecho se disipa, al menos un poco, dejando espacio para algo más que no sé si estoy lista para identificar.
—Tengo un secreto. —digo en voz baja, casi probando la reacción.
—¿Quieres contármelo?
—¿Quieres saberlo? —pregunto de vuelta, mi voz temblando de indecisión.
—No si no estás lista —responde con una calma que me desarma—. Aquí nadie te obligará a nada o cuestionará tu pasado. Todos tenemos secretos y escondemos cosas que no queremos que nadie sepa. Por eso jamás voy a obligarte a decirme nada, ¿de acuerdo, pequeña?
La forma en que dice "pequeña" es como un bálsamo. Algo tan suave, tan alejado de la brutalidad que he conocido antes. Por un momento, sus palabras envuelven mis pensamientos, creando un espacio donde me siento vista, pero no juzgada, protegida, pero no atrapada.
¿Debería decírselo?
Es un impulso que crece en mi interior, pero algo en mí aún lo retiene. No es miedo a él, es miedo a que, al revelar ese secreto, la calma y la protección que siento junto a él se desvanezcan. Y ahora mismo, no creo poder soportarlo.
Así que me quedo en silencio, disfrutando de su cercanía, de sus caricias y de la paz que, aunque momentánea, siento por primera vez en mucho tiempo.
Unos golpes a la puerta me ponen alerta. Hades susurra que me relaje, pues nadie que quiera dañarme llegaría vivo hasta la habitación. Relajo mis dedos que aprietan su camiseta con tanta fuerza que su color cambia a blanco. En un tono grave y profundo, le permite a la otra persona entrar. Un hombre entra, mi mirada viaja hasta su camisa floreada. Parpadeo sin entender nada.
Sé que es uno de sus hombres, estoy acostumbrándome a verlos rondar por los alrededores, pero, ¿qué hace usando esa camisa?
Observo cómo Hades intercambia palabras con el hombre que acaba de entrar en la habitación. Puedo notar la tensión que atraviesa el cuerpo de Hades por unos segundos, pero parece calmarse tan rápido como llegó. Mientras me siento como una estúpida, sigo mirando, sorprendida por lo que lleva puesto el recién llegado. Su rostro está serio, cubierto parcialmente por unas gafas negras, y sus pantalones de traje, perfectamente ajustados, no provocan en mí ninguna sensación de desagrado. Nunca me atreví a mirar más allá de sus cuellos, algo me decía que estaría completamente perdida si lo hacía.
Baja la mirada hacia donde estoy, mi cuerpo se tensa unos segundos. Asiente ligeramente en mi dirección y vuelve su atención a Hades. Un par de palabras más y desaparece, cerrando la puerta tras de sí con un leve clic.
Quiero preguntar, pero me mantengo callada mientras Hades teclea algo rápido en su celular. Una vez terminado, vuelve a colocar su mano sobre mi espalda y ordenar los mechones rebeldes de mi cabello. Estiro mi mano, lentamente rozo con la punta de mis dedos la tinta que cubre sus brazos. Estamos con poca luz, así que solo logro ver un cuervo tatuado.
Sin pensarlo demasiado, estiro mi mano hacia él, rozando con la punta de mis dedos la tinta que cubre sus brazos. La poca luz que hay en la habitación apenas me permite distinguir el dibujo, pero veo un cuervo tatuado en su piel. Trazo las líneas del cuervo, sintiendo la textura de su piel bajo mis dedos.
Extraño. Es como si estuviera hipnotizada.
—Es tarde, pequeña —un escalofrío familiar me recorre al escuchar su voz grave y rasposa—. Mañana saldré temprano, puedes recorrer la casa a tu antojo, me aseguraré que mis hombres se mantengan alejados de ti.
—Gracias.
—¿Te gustan las flores? —pregunta de repente, haciendo que lo mire con curiosidad.
Me alejo para mirarlo.
Sonríe, satisfecho con mi respuesta.
—Entonces puedes pedirle a Rafael que te lleve a mi jardín. No te preocupes, él es confiable. Llegaré tan rápido como pueda cuando me desocupe.
Aprieto con fuerzas su camisa, trago las ganas de vomitar que me da el pronunciar las siguientes palabras.
—¿Rafael?
—Mi mano derecha, se mantendrá a una distancia prudente, te lo aseguro. Prometo que aquí nadie va a tocarte un solo pelo sin sufrir las consecuencias.
Las palabras me saben amargas, pero debo sacarlas de mi boca. Está dándome demasiado en poco tiempo y no quiero acostumbrarme a eso, no si eso significa que luego seré obligaba a volver a ese infierno. Armándome de una confianza que no tengo, giro sobre mi cuerpo, quedando solo unos centímetros de distancia. Mi acción lo sorprende, pero me niego a seguir extendiendo está ilusión.
—Petrova —balbuceo. Hades me pide que lo repita, a lo que me acerco a su oreja—. Petrova. Ese es mi apellido.
El nombre cae pesado entre nosotros. Su expresión cambia apenas por un segundo, pero suficiente para notar que reconoce mi apellido. Sabe quién es mi padre.
🦇🦇🦇
Gracias por leer.
Síganme en ig: catalinasmp
❤️🩹
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro