Capítulo 13
︵‿︵‿୨ AURORA୧‿︵‿︵
—Primero el huevo y luego la leche —le digo, pasándole los ingredientes—. Bates por unos tres minutos, después añades la levadura. La masa debe quedarte solo un poco pegajosa, no mucho.
—Lo tengo. —Nikolái asiente, con la mirada concentrada en la tarea.
Esta mañana fue una sorpresa encontrarlo desayunando en la cocina con Hades. Parecía que ambos habían encontrado una extraña, pero natural armonía. Apenas entré, la conversación que sostenían se esfumó, y antes de que pudiera preguntar de qué hablaban, Nikolái me pidió que le enseñara a hacer galletas. Me tranquiliza saber que poco a poco se están adaptando a esta casa y a la presencia de Hades en nuestra vida.
Con las vacaciones de invierno acercándose, decidí no mandarlos de regreso a clases por ahora. Eda me explicó que ya habían cerrado el año escolar, así que no debería preocuparme por sus calificaciones ni por si quedan atrasados. Y aunque no quiero pensar aún en los arreglos futuros, sé que será sencillo para ellos ingresar a otra escuela. Sus notas son excepcionales, y Hades ha insinuado de forma bastante clara—sin ser del todo sutil—que ninguna escuela o universidad se atrevería a rechazar a mis hermanos.
Mientras Nikolái se concentra en su tarea, Hades entra en la cocina, haciendo que deje a medias la mezcla. La energía de mi hermano cambia por completo en cuanto lo ve.
—¡Bratan! —exclama Nikolái, con una alegría en su voz que me toma por sorpresa.
Me quedo mirándolos a ambos, algo atónita, y por un instante no logro articular palabra.
—¿Bratan? —pregunta Hades con una leve sonrisa, inclinándose para dejar un beso en mi frente y despeinando el cabello de Nikolái.
Giro la cabeza, mirándolos, aún sorprendida.
—Significa "hermanito" en ruso —explico, saliendo del trance—... es una forma... cariñosa de referirse al cuñado.
Hades sonríe, una de esas sonrisas que esconde un brillo de picardía.
—Bueno... —dice—, puede decirse que soy una especie de cuñado.
Lo fulmino con la mirada, cruzando los brazos.
—Borra esa sonrisita ahora mismo, Hades. No serás su Bratan hasta que no me lo digas de manera formal.
Él sonríe, divertido, y da un paso hacia mí.
—No pensé que quisieras algo así. —murmura, con un destello travieso en los ojos. Ese que acelera mi corazón con demasiada facilidad.
Antes de que pueda responder, Nikolái se adelanta con un tono de burla.
—Mi hermanita a veces es algo lenta, perdónala.
—¡Nikolái! —exclamo, dándole un leve empujón en el brazo.
—Solo era una broma. —digo, esbozando una sonrisa nerviosa.
Sin embargo, en cuanto veo a Viktor en la entrada, mi expresión cambia, y ambos, Nikolái y Hades, lo notan de inmediato. Viktor permanece en silencio, observándonos con su característica expresión reservada.
—Estaba pidiéndole permiso a Aurora para salir con Hades. —dice Nikolái, como si nada, en un tono despreocupado.
Espero alguna respuesta sarcástica o el habitual tono rencoroso de Viktor, pero me sorprende que su respuesta sea simplemente:
—Bien.
Lo observo detenidamente mientras se da la vuelta y sube las escaleras. Aún después de que desaparece de nuestra vista, sigo mirándolo con cierta incredulidad, como si me costara procesar lo que acaba de pasar. Nikolái me trae de vuelta a la realidad con un toque en mi mano.
—Ya casi entiende que nunca quisiste dejarnos —dice en un tono suave—. Le gusta tener tu atención, aunque no lo admita.
—Pensé que podía molestarle si seguía insistiendo en pasar tiempo con él. —admito, dejando escapar un suspiro.
Nikolái sonríe de lado, y veo en sus ojos una mezcla de comprensión y cariño.
—Si no quisiera tenerte cerca, no iría contigo cuando le pides que te acompañe de compras o a pasear por el jardín. Es terco, sí, pero, más que nada, tiene miedo de que vuelvas a desaparecer.
—Eso no pasará... —intento asegurarle, pero él me interrumpe antes de que termine.
—Yo también. Sigo despertándome asustado, preguntándome si seguirás aquí cuando baje a la cocina.
Las palabras de Nikolái me atraviesan el corazón, y siento un nudo en la garganta. Lo tomo suavemente por los hombros y giro su cuerpo hacia mí, agachándome un poco para que nuestras miradas queden a la misma altura.
—Escúchame bien, Nik. Nada ni nadie va a separarnos otra vez. Estamos juntos y a salvo, y Hades no permitirá que nada nos dañe.
Nikolái bufa, pero en sus ojos noto un brillo de alivio.
—Puedo notarlo. —responde con una sonrisa ligera antes de que volvamos nuestra atención a la masa.
Paso a paso, le explico cómo preparar las galletas sin intervenir demasiado. Lo dejo decorar a su gusto, y mientras el horno se calienta, ponemos las galletas en la bandeja y ajusto el temporizador.
Es entonces cuando Cian entra en la cocina. Al verlo, corro a saludar a Cian, envolviéndolo en un abrazo que rápidamente se interrumpe cuando Hades me toma de la mano y me jala hacia él. Me apega a su cuerpo y deposita un beso en mi cuello, enviando un escalofrío por mi espalda.
Carraspeo, pero antes de que pueda decir algo, Hades susurra junto a mi oído:
—Primero debes saludarme a mí. Luego, sin abrazos de por medio, puedes saludar a los demás, ¿entendido?
No puedo evitar soltar una risa.
—Celoso... —murmuro con diversión.
Le doy un beso rápido en los labios, consciente de la mirada atenta de Nikolái, y mi rostro se ruboriza al ver la expresión satisfecha de Hades. Él se aparta y se dirige dónde Nikolái, quien lo mira con una mezcla de respeto y alegría, y ambos conversan de manera animada. La imagen de los dos interactuando de manera tan natural me llena de felicidad, y no puedo evitar sonreír.
Vuelvo mi atención hacia Cian, tocando su brazo en un gesto de agradecimiento sincero.
—Me alegra mucho verte bien. No tuve oportunidad de agradecerte ese día... me salvaste. —le digo.
Cian, siempre modesto, asiente con una leve sonrisa.
—Era mi deber.
Acaricio suavemente su brazo, permitiéndome expresar mi agradecimiento en silencio.
—Aun así, gracias.
Cian me devuelve la sonrisa, y sus palabras sinceras resuenan en mí.
—Y yo estoy feliz de verte mejor.
Cian es guapo, debo admitirlo. Su piel bronceada le da un toque exótico y contradictorio al clima de Denver. Sus pecas, salpicadas por todo su rostro, crean un contraste encantador con su tez y lunares esparcidos estratégicamente. Tiene una sonrisa amigable que ilumina sus ojos, achinándolos un poco, dándole una apariencia de hombre tierno y accesible. Sus labios se curvan en una mueca casi infantil cuando sonríe, y sus ojos verdes brillan con una calidez que invita a confiar en él. Cian tiene esa mezcla perfecta de atractivo físico y una amabilidad innata que hace que la gente se sienta cómoda a su alrededor.
Pero nada se compara al hombre que en estos momentos conversa sin despegar la mirada de mí. Hades ciertamente le gana en atractivo. Todo en él grita peligro. Su presencia es abrumadora, y su apariencia refleja esa intensidad. Su piel es pálida, contrastando con sus oscuros ojos que parecen ver a través de tu alma. Su mandíbula fuerte y bien definida añade un aire de dureza a su rostro, mientras que sus labios, aunque tentadoramente formados, rara vez esbozan una sonrisa.
Hades tiene una postura que exuda confianza y poder, sus músculos tensos y listos para la acción en cualquier momento. Sus manos, fuertes y seguras, se mueven con una gracia letal, como si estuviera constantemente preparado para cualquier eventualidad. Y claramente lo está. Cada vez que nuestros ojos se encuentran, siento una chispa eléctrica. Su mirada es intensa, casi abrasadora, como si intentara descifrar cada uno de mis pensamientos. A diferencia de Cian, cuya presencia es reconfortante, la de Hades es desafiante y peligrosa, atrayéndome de una manera que no puedo ignorar. Su atractivo radica en su misterio, en la promesa de algo oscuro y apasionado. Cada rasgo de su rostro, cada línea de su cuerpo, parece diseñado para seducir y cautivar, dejando una marca indeleble en cualquiera que tenga la fortuna, o la desgracia, de cruzarse en su camino.
Él es la viva imagen del hombre dispuesto a todo por la persona que ama.
Ese pensamiento se queda grabado, provocando una inquietud que se enreda en mi pecho. ¿Hades me ama? ¿Y yo a él? La incertidumbre de estas preguntas se vuelve una sombra constante. Cada vez que intento descifrarlas, algo en mi interior se remueve con una fuerza que me incomoda; una mezcla de ansiedad y náuseas que no logro entender. ¿Es una buena señal? ¿O una advertencia?
—¿Cariño?
La voz de Hades interrumpe mis pensamientos, disipando la bruma en mi mente. Es sorprendente cómo su presencia puede desviar mi atención de mis propias dudas.
—Lo siento. No estaba escuchando.
Nikolái aparece a mi lado, estira su mano y toca mi frente con preocupación.
—Tiene fiebre —dice frunciendo el ceño—. Y parece que es alta.
Justo en ese instante, siento que la habitación comienza a girar a mi alrededor. Mi cuerpo tambalea, y Hades me sujeta con un gesto protector, levantándome en sus brazos con una facilidad que se siente natural, como si hubiese sido hecho para sostenerme de esa manera.
—Cian, llama a Leandro y dile que venga. Rápido.
—Sí, señor.
La fragancia de Hades me envuelve, y me relajo en sus brazos, apoyando mi cabeza en su pecho. Entre la creciente debilidad y el leve mareo, creo escuchar que murmura una maldición, seguida de un beso en mi frente. Cierro los ojos cuando una nueva oleada de mareo me golpea, y un quejido involuntario escapa de mis labios.
—Tranquila, cariño. Estarás bien. —me susurra, y sus palabras, aunque tranquilizadoras, apenas logran apaciguar el frío que comienza a arraigarse en mis huesos.
Con delicadeza, me deposita en la cama. Siento su mano acariciando mi rostro, y aunque quiero abrir los ojos, el simple esfuerzo me resulta agotador. Mi cuerpo se sacude con temblores incontrolables, mientras el miedo comienza a aflorar, irracional y visceral. Una urgencia de luchar contra la pesadez que me atrapa se apodera de mí.
—¿Qué sucede? —la voz de Eda llena el ambiente, con una nota de preocupación que es difícil de ignorar.
La puerta se abre de golpe, y el sonido me sobresalta, aumentando mi confusión.
—¿Qué le pasa? —la voz de Viktor, dura y exigente, parece demandar respuestas inmediatas.
—He llamado a un médico de confianza —responde Hades, con tensión en la voz—. Pronto sabremos qué le sucede. ¡Cian! ¿Dónde demonios está Leandro?
Quiero decir algo, pero mi voz apenas sale como un susurro entrecortado.
—...duele...
Intento moverme, pero una punzada feroz me atraviesa la espalda, arrancándome un grito que llena la habitación. El eco de mi propio dolor se siente como si partiera el aire, dejando un silencio pesado y una mezcla de miradas cargadas de preocupación y miedo.
Los sonidos a mi alrededor se mezclan en un murmullo confuso, pero puedo sentir la presencia de Hades, su mano firme, pero suave en mi rostro. Es fría, reconfortante. Su contacto es lo único que me ancla mientras la fiebre y el dolor continúan su asalto.
La puerta se abre de nuevo, y los pasos apresurados que escucho parecen cargados de una urgencia tangible. Siento una mano desconocida sobre mi frente, fría y evaluadora. Me giran con cuidado, pero el movimiento me arranca un grito crudo y doloroso que no puedo contener.
—Mierda, lo siento, cariño, ya está. Tranquila. —susurra Hades con voz quebrada, su toque más suave de lo que puedo soportar.
No puedo evitar sollozar; el calor abrasador en mi espalda es insoportable.
—Necesito que le quites la camisa. Debo ver su espalda. —escucho a Leandro.
—¿Su espalda? ¿Por qué? —es Viktor quien habla ahora, su voz inquieta y llena de miedo.
—Eda, sácalos de aquí. —insiste Hades, su voz tensa.
—¡No! —grita Viktor, su tono demandante—. ¿Qué le pasa a mi hermana?
—Hades, necesito ver su espalda. —repite Leandro, con más urgencia.
Hades maldice suavemente.
—Lo siento, cariño. Tu salud es lo primero. —dice, y siento el frío de la tela al retirarse de mi piel. Al instante, el ambiente cambia; escucho jadeos ahogados, murmullos que crecen y se convierten en susurros espantados. Las voces son un eco ensordecedor que llena la habitación, y en mi confusión, busco a Hades.
Apenas logro entreabrir los ojos, pero veo su mano y la agarro con la poca fuerza que me queda.
—¡Cállate! —ruge Hades con furia—. No estás en derecho de exigir una mierda. Entiende, Viktor, que eres un maldito crío. Cuando tengas la edad suficiente y estés listo para escuchar la verdad, tu hermana te lo dirá. No antes, no ahora, ¿entendido?
La habitación queda en silencio absoluto. A pesar del dolor, retengo mis quejidos, y en ese instante, Viktor responde en un susurro frágil.
—Sí... —dice finalmente, con voz quebrada.
—Bien —bufa Hades, aun claramente molesto—. Dime qué le pasa, Leandro.
—Parece que algo debilitó su sistema inmunológico, lo que permitió que algunas heridas se infectaran. Necesito administrar antibióticos, pero antes debo retirar el tejido infectado. Esto va a doler mucho, Aurora. —Leandro murmura suavemente junto a mi oído, y en su tono noto la tristeza de saber lo que debo soportar.
—¿No podrías simplemente limpiar las... heridas? —interviene Nikolái, su voz suena pequeña, casi apagada.
—Si no elimino el tejido muerto o infectado, podría empeorar. Un tratamiento adecuado ahora evitará que pase por algo peor en el futuro. —explica Leandro, su tono grave.
La mano de Hades se aferra a la mía con fuerza, como si intentara transferirme su fuerza.
Siento la frialdad de los instrumentos médicos y me preparo para el dolor que sé que vendrá. Las palabras de Leandro resuenan en mi mente, pero no logro entenderlas del todo. La fiebre y el incesante dolor en la espalda me impide concentrarme.
El primer corte hace que todo mi cuerpo se arquee, un grito ahogado se escapa de mis labios, y el dolor arde como fuego en mi espalda. La mano de Hades no suelta la mía ni un segundo; susurra palabras suaves que tratan de calmarme, aunque apenas puedo entenderle a través de la marea de agonía. Cada movimiento de Leandro es una nueva ola de tortura, y aunque intento aferrarme a la voz de Hades y a su presencia tranquilizadora, el dolor sigue siendo inescapable, un ardor que parece querer consumirme por completo.
Las lágrimas se mezclan con el sudor que corre por mi rostro, pero ni siquiera sé cuál de los dos es. Solo sé que estoy suplicando, sin poder evitarlo:
—Por favor... —mi voz es apenas un susurro entre sollozos.
—Mo bhanríon... eres fuerte. Solo un poco más, pequeña, solo un poco más. —responde Hades, con un tono que mezcla ternura y desesperación.
Cada palabra suya me impulsa a soportarlo, pero el procedimiento parece alargarse hasta el infinito. Finalmente, el dolor comienza a amainar, aunque no desaparece por completo. Siento los labios de Hades rozar mi frente, sus cálidos besos contrastan con el frío que recorre mis huesos.
—Le he colocado las vendas —explica Leandro, con una voz baja y profesional—. Deben cambiarlas al menos dos veces al día y limpiarlas a fondo si se exponen a cualquier bacteria, sudor o tierra. Te dejaré el antiséptico para que lo apliques después de cada limpieza.
—¿Estará bien? —pregunta Hades.
—Sí, debería mejorar. La fiebre debería comenzar a bajar en las próximas horas. En cuanto llegue a la consulta, enviaré todos los detalles del cuidado que debe seguir.
—Gracias —responde Hades, con la voz aún tensa—. Cian te llevará de regreso.
Abro los ojos, encontrando la mirada de Hades. La tensión en su rostro parece desaparecer por un instante cuando nuestras miradas se cruzan. Me regala una sonrisa, una de esas que consigue suavizar hasta el peor de mis días. Con su ayuda, me giro lentamente y me pongo la camisa. El roce de la tela me quema la piel, pero es una molestia que puedo soportar. Me recuesto de nuevo, suspirando mientras la fiebre y el cansancio comienzan a hundirme en un estado de calma.
Al voltear, veo a Eda, Viktor y Nikolái mirándome con tristeza en sus rostros. Nikolái es el primero en acercarse; se sube a la cama y descansa su cabeza en mis piernas. Paso mis dedos por su cabello, sintiendo la suavidad de cada hebra. A veces pienso que su cabello es incluso más oscuro que el mío, y sus ojos grises, tan cálidos, me observan con una mezcla de preocupación y cariño.
—Estaré bien —murmuro, tratando de sonar fuerte a pesar del temblor en mi voz—. Ya no duele tanto.
Sus ojos se humedecen, y veo que intenta no quebrarse frente a mí.
—Sí, estarás bien. —responde en un susurro, intentando mostrarse seguro.
—Duerme, estás cansada. —susurra Hades, con una ternura que me desarma.
—No lo estoy. —miento, queriendo asegurarles a todos que soy más fuerte de lo que en realidad me siento.
Pero mis ojos se cierran lentamente al sentir las caricias de Hades sobre mi rostro. Sus dedos trazan suaves líneas en mi piel, calmándome y relajándome más de lo que quiero admitir. La sensación de su mano es cálida y reconfortante, y aunque intento resistirme, el cansancio finalmente me vence.
Antes de quedarme completamente dormida, siento a Eda apretar mi mano y susurrar palabras de aliento. La última imagen que veo antes de sumergirme en la oscuridad es la de Hades.
Al abrir los ojos, no estoy segura de cuánto tiempo ha pasado, pero la tranquilidad de la habitación, con una tenue luz de lámpara en la esquina, me da la sensación de que no fue poco. Una manta pesada y cálida me cubre, y siento el calor constante de un cuerpo cercano. Giro la cabeza y veo a Hades sentado junto a mí, su mano entrelazada con la mía, observándome con cansancio evidente.
—¿Cómo te sientes? —pregunta, tallándose los ojos, probablemente desgastado por la vigilia.
—Mejor. —respondo con una voz suave, y en cuanto lo digo, me doy cuenta de que es cierto. El dolor ha cedido considerablemente, y la fiebre parece haberse reducido. Me siento más clara, más consciente de mi entorno y de su presencia.
Él asiente, y una leve sonrisa de alivio curva sus labios. Con cuidado, se inclina para ayudarme a incorporarme un poco, colocando almohadas tras mi espalda. Al acomodarme, mis ojos recorren la habitación y veo a Eda, Viktor y Nikolái dormidos en sillas y sofás, sus rostros, por primera vez en tanto tiempo, relajados. Me llena de ternura verlos así, después de tanto tiempo separados, y, sin embargo, ese nudo de dolor en mi pecho persiste.
—Estuvieron aquí toda la noche —murmura Hades, su mirada siguiendo la mía—. No querían dejarte sola.
Trago con dificultad, el nudo en mi garganta volviéndose más pesado. Siento su mano que no me suelta, un ancla que me impide hundirme en la oscuridad de los recuerdos. La realidad se hace presente y, con ella, el peso de todo lo que llevo guardado.
—Van a querer saber la verdad... —susurro, el miedo de revelarles lo que viví y de enfrentar sus miradas de horror casi tan difícil de soportar como las mismas memorias.
Hades me da un apretón suave, firme, su voz baja y cálida, un consuelo en medio del caos interno que me consume.
—Saben que no deben presionarte. Puedes contarles cuando te sientas lista, y si decides que nunca sucede, me encargaré de que no te insistan.
El nudo en mi garganta crece. Me duele pensar que han visto la crudeza de las marcas en mi espalda, cicatrices que esperé llevar a la tumba sin que nadie las viera. Hades parece adivinar mi pensamiento porque, antes de que pueda hablar, aprieta mi mano con una intensidad tranquila, transmitiéndome seguridad.
—Tengo que encontrarme con Eryk. —me dice en voz baja, rompiendo el silencio con una nota de responsabilidad que, sin embargo, no desvía su atención de mí.
—¿Todo bien? —pregunto, preocupada, deseando saber que nada está fuera de control.
Él sonríe de lado, una expresión de calma y un toque de picardía que me reconforta.
—Sí. Nada de qué preocuparse. Los torbellinos de allí —hace un gesto con la cabeza hacia los chicos, aún dormidos—, prometieron cuidarte mientras no esté.
Se levanta con suavidad y se inclina sobre mí, sus labios depositando un beso en los míos, y por un momento me pierdo en la calidez de su toque.
—Volveré pronto, cariño.
—Ve con cuidado. —murmuro, deseando no dejarlo ir y a la vez sabiendo que tiene cosas que hacer.
Asiente y me dedica una última mirada antes de desaparecer por la puerta.
Suspiro viendo a mis hermanos dormir. Aún recuerdo cuando les estaba enseñando a caminar, desde pequeños eran tercos. Siendo gemelos, se ponían de acuerdo en muchas cosas, una de ellas; no caminar. Investigue en cada página que encontraba, incluso corrí el riesgo de sacarle dinero a mamá para llevarlos al médico y que me dijera que estaba todo bien. Solo eran unos bebés muy traviesos y perezosos. Me aseguraron que debía dejarlos ir a su ritmo.
Así lo hice, de vez en cuando los animaba a ir por lo suyo cuando querían un juguete. Me acuerdo de cómo sus pequeñas manos se aferraban a los muebles, mirándome con ojos llenos de determinación y curiosidad. Cada intento fallido era seguido por una risa contagiosa, y aunque a veces se caían, siempre se levantaban con una sonrisa en sus rostros.
Incluso, una tarde mientras me ocupaba de prepararles la leche, los escuchaba balbucear. Pensé por un momento que estaban jugando, pero al voltear vi como Viktor caminaba tambaleándose mientras estiraba sus cortos brazos hacía mí. Me quede aturdida viéndolo sujetarse de mis piernas y reía contento de haber llegado a su meta. Poco después Nikolái le siguió y para cuando sus bracitos rodearon mi pierna, estaba llorando de alegría. Las palabras del médico retumbaron en mis oídos: "Los bebés caminarán cuando vean algo que quieren".
Ahora, al verlos dormir, ya no son los bebés que solían ser. Han crecido y se volvieron fuertes.
Viktor se despierta, se remueve en su lugar y, al abrir los ojos, nuestras miradas se cruzan. Enseguida se pone de pie y se acerca a mí, inspeccionándome con detenimiento, como si estuviera asegurándose de que todo está bien.
—¿Necesitas algo? ¿Agua? ¿O tal vez un té? —pregunta, llevando la mano a su nuca y rascando nerviosamente—. Debí pedirle el número de Leandro a Hades. ¿Dónde está él?
—Tuvo que salir. —respondo con suavidad, reconociendo la preocupación en su mirada.
—Bueno, para eso estamos Nikolái y yo. Podemos cuidarte. —dice con firmeza.
No puedo evitar sonreír, conmovida. Verlo tan dispuesto a cuidarme trae a mi mente recuerdos de su infancia. A pesar de su fachada dura, siempre ha tenido ese instinto protector, y al verlo ahora, no puedo evitar notar lo mucho que ha crecido.
—Gracias. Estoy bien por ahora. —le digo, intentando tranquilizarlo con una sonrisa.
Nikolái, despertado por la conversación, se incorpora y se acerca a nosotros. En sus ojos también puedo ver el mismo destello de preocupación, y en ese momento los siento a ambos más cerca que nunca.
—El color volvió a tu rostro —dice Nikolái—. Me alegra.
Les dedico una sonrisa agradecida, mientras ambos intercambian una mirada, como si pudieran comunicarse sin palabras, un vínculo especial que siempre han compartido.
—Vamos a prepararte un té, algo que te haga sentir mejor. —propone Viktor, tomando la iniciativa.
—Sí, un té vendría bien. —añade Nikolái, con una pequeña sonrisa.
Los veo salir de la habitación en busca de té y, en ese momento, Eda se despierta sobresaltada, todavía un poco desorientada. Tras un par de minutos en el baño, vuelve y se sienta a mi lado, con una expresión mezcla de cansancio y cariño.
—No te atrevas a preguntar cómo me siento. —le advierto con una sonrisa.
Ella suelta una risa, claramente divertida.
—Con los hombres con los que vives, ni se me ocurriría. Son unos sobreprotectores.
—¿Por qué lo dices?
—Bueno, para empezar, Viktor intentó obligar al médico a quedarse escondiéndole el maletín. Nikolái, que parecía el más tranquilo, aseguró la puerta para que nadie pudiera salir, y Hades amenazó con traer al médico arrastrándolo si la próxima vez no contestaba más rápido. Debes tener un don para lograr que todos te hagan caso. —comenta entre risas.
—Quisiera decir que me sorprende, pero... no mucho.
En ese momento, Viktor y Nikolái regresan, trayendo consigo una taza humeante de té que llena la habitación con un aroma relajante. Viktor coloca la bandeja en mis manos con extremo cuidado, y noto también un pequeño pan junto a la taza.
—Aquí tienes. Bebe despacio —dice Viktor, con voz suave—. Pensamos que podrías tener hambre, así que hicimos pan.
—Gracias, chicos. Esto es justo lo que necesitaba. —respondo, sintiéndome profundamente agradecida mientras tomo un sorbo del té caliente
El calor del líquido se extiende por mi cuerpo, relajándome y dándome una sensación de bienestar. Miro a mis hermanos y a Eda, quiénes lucen atentos en cada uno de mis movimientos. Eda sonríe débilmente, acariciando mi mano mientras me observa beber el té. Sus ojos, aunque cansados, lucen aliviados de verme comer.
El calor del té se extiende lentamente por mi cuerpo, relajándome y brindándome una agradable sensación de bienestar. Mis hermanos y Eda observan cada uno de mis movimientos con atención. Eda sonríe débilmente, acariciando mi mano mientras me observa beber. Sus ojos, aunque llenos de cansancio, reflejan alivio al verme comer.
—Voy a descansar un rato más. Ustedes, cuídenla bien. —dice Eda, y mis hermanos asienten en silencio. La veo desaparecer por la puerta, dejándome a solas con ellos.
Viktor rompe el silencio, su voz suave y algo temblorosa.
—Lo siento... fui terco y dije cosas sin pensar en si te lastimaban o no.
Dejo la taza en la bandeja, la hago a un lado y acerco mi mano a su rostro, levantando suavemente su mentón para que me mire a los ojos.
—Estabas herido, Viktor. Puedo entenderlo. No tienes que preocuparte, está todo bien.
Él sacude la cabeza, apartándose ligeramente, su expresión reflejando arrepentimiento.
—No, no está bien. Todos tenían razón —dice, su voz quebrándose—. Te dije cosas horribles, cosas que nunca debí decir, y lo siento mucho. Nunca creí de verdad que fueras como... ella. Tú siempre estuviste ahí para nosotros, no ella —su mirada se desliza hacia el suelo, sus hombros caídos y su voz apenas un susurro—. Lo siento de verdad... por favor, perdóname.
Tomo su mano entre las mías, apretándola con suavidad.
—Viktor, nunca has sido una carga para mí. Sé que las palabras pueden doler, pero también sé que lo que dijiste vino de un lugar de dolor y confusión. Te quiero, y no tienes que disculparte más.
Estaba equivocada. Puede que tengan diez años, pero son unos niños maduros. Siempre han sabido ver sus errores, a lo mejor les costaba un poco al principio, pero luego dejaban su orgullo de lado y se disculpaban. Como ahora. Mi error fue creer que podría protegerlos de todo, incluso de mí y que ellos no dirían ni cuestionarían nada. Son fuertes. Al menos, eso hice bien. Debí suponer que confiar en mis hermanos era la mejor respuesta. Son capaces de entender muchas cosas.
—Si en un futuro están listos para saber la verdad, vengan conmigo, ¿de acuerdo? Puede que sea doloroso, pero siempre voy a darles una respuesta. Son mis hermanitos. Jamás los dejaré varados, por más que duela.
—¿Lo prometes? —indaga, Viktor.
—Son mis personitas. Lo prometo.
—¿Aurora?
—¿Si, Viktor?
Levanta la cabeza, viéndome fijamente.
—¿Puedo abrazarte?
—Si.
Contengo las ganas de llorar cuando Viktor presiona su cuerpo contra el mío y su calidez me envuelve. Mi pecho se contrae por el dolor de haberlos tenido lejos por tanto tiempo. Sus brazos se aferran a mí con fuerza, como si temiera que pudiera desaparecer en cualquier momento. Siento su respiración temblorosa contra mi cuello y el peso de sus emociones en cada abrazo.
—Lo siento mucho. —susurra, escondiendo su rostro.
Acaricio su cabello, tratando de transmitirle toda la tranquilidad y el amor que siento por él.
—Está bien, Viktor. Lo entiendo. Siempre estaré aquí para ti, pase lo que pase.
Nikolái se acerca también, sus ojos llenos de lágrimas. Se une al abrazo. Siento cómo sus pequeños cuerpos se relajan contra el mío, confiando en que todo estará bien mientras estemos juntos.
Por fin los tengo conmigo.
HADES
Bajo las escaleras con un peso en el pecho. No quiero dejar la casa, especialmente ahora que Aurora acaba de despertar y parece estar mejorando. Leandro aseguró que estará bien siempre y cuando sigamos con sus curaciones y medicamentos, pero el mensaje de Eryk dejó claro que estamos sin tiempo. La rata que hemos estado persiguiendo sabe demasiado y podría escapar en cualquier momento.
Al llegar al pie de las escaleras, veo a Cian entrar en la casa. Se detiene al verme, esperando instrucciones.
—Voy al almacén. Quédate aquí y asegúrate de que todos estén bien. —digo con voz firme.
—Sí, señor.
—Esta vez no aceptaré errores, Cian. Ellos son tu prioridad, ¿entendido?
Asiente, su mirada refleja la seriedad de mis palabras.
—Entendido, señor.
Le hago una seña, y Cian sube rápidamente las escaleras. Yo, por mi parte, me dirijo al estudio, donde guardo el sobre con la información que tenemos sobre Aurora. Lo recojo con una mezcla de precaución y determinación. Salgo de la casa, y me encuentro a Viktor y Nikolái esperando en el porche, sus miradas fijas en mí.
—¿Qué hacen ustedes aquí?
—Le prepararemos un té a nuestra hermana —dice Viktor—. ¿Dónde vas?
Elevo una ceja, ya no hay solo una persona curiosa en esta casa, ahora son tres.
—Al trabajo. Los adultos hacemos eso.
—¿Volverás? —pregunta Nikolái, ignorando mi burla.
—No puedes abandonarla. —exige Viktor.
No puedo evitar una sonrisa irónica. Estos mocosos, con sus flacas figuras y miradas firmes, tienen el coraje de plantarse frente a mí sin temor a las consecuencias. No hay nadie que hable conmigo de esta manera, y menos sin un atisbo de miedo.
—Tengo asuntos que atender —respondo, revolviéndoles el cabello con un gesto firme—. Ustedes quedan a cargo de la casa. Asegúrense de protegerla.
—Lo haremos. —aseguran al unísono, un brillo decidido en sus ojos.
—Cuento con ello. —respondo, mientras se alejan corriendo hacia la casa, satisfechos y sonriendo.
Al subirme al coche, una sensación extraña me recorre al pensar en cómo ha cambiado mi vida desde que Aurora entró en ella. Al principio pensé que bastaría con ayudarla mientras se recuperaba, y nada más. Jamás imaginé que terminaría sintiendo esta necesidad de protegerla, de hacerla feliz. Ni en mis planes más oscuros se me ocurrió que desearía cualquier cosa antes que usarla para mi venganza. Incluso la idea de usarla en contra de Bruno me parece ahora una ridiculez de la que me avergüenzo. No. Aurora es mucho más que una herramienta o una simple compañía; ella es el centro de mi mundo. Y no habrá nadie que intente dañarla sin enfrentarme primero.
Arranco el coche y marco el número de Eryk, activando el altavoz mientras conduzco hacia el galpón.
—A chol ceathrair, ¿an madra oilte thú anois? (Querido primo, ¿eres un perro entrenado ahora?) —dice Eryk, y puedo escuchar la sonrisa en su voz, disfrutando cada palabra.
—Habla.
Eryk suelta una risita desde el otro lado de la línea.
—Me han contado muchas cosas interesantes últimamente. ¿Desde cuándo eres un "domado"? La última vez que te vi, eras tan frío con las mujeres que las hacías llorar con solo mirarlas.
—Eryk, deja esa mierda. —advierto, apretando el volante con los nudillos blancos.
—Vamos, no seas aburrido. Prometo no contárselo a mamá... a menos que quieras presentarme a la famosa Aurora. Digamos que es un buen trato.
Exhalo, conteniendo la ira que empieza a arderme en el pecho.
—Habla, Eryk. No querrás hacerme perder la paciencia.
Suspira, como quien acepta la derrota.
—Está bien, está bien. Visité a tu querido amigo en el almacén. Pensé que me divertiría un poco más, pero Rafael llegó y no me dejó destrozarle la cara como tenía planeado. Deberías decirle que se relaje... o mejor, dile que venga al club conmigo esta noche.
—Eryk —le interrumpo, con un tono frío—, ve al punto.
—¡Ya voy! —responde molesto—. Justo antes de que dejara de "jugar", soltó algo interesante. Algo mucho más impactante que tú con novia, y eso ya es mucho decir.
—Voy en camino. —le corto, sin esperar más, y cuelgo el teléfono.
El silencio en el coche es ensordecedor mientras acelero. Eryk siempre ha sido difícil de controlar. Su instinto asesino lo hace imparable y no pude controlarse cuando se trata de torturar a otros. Se divierte y lo disfruta. Mi tío logro controlar en un cincuenta por ciento, encargándole "Las charlas informativas" como Eryk prefiere llamarles a las torturas. Es un desquiciado y por eso se lleva tan bien con los primos Novak. Tienen mucho en común. Como que todos ellos necesitan un calmante y para Eryk, ese calmante es Rafael. Por eso, cuando viene a Denver, es Rafael quien se encarga de que no asesine a todo el que lo mire.
Aparco el coche, al salir varios de mis hombres me saludan y tres de ellos me siguen por detrás.
Al entrar, veo a Eryk esperando con una expresión de satisfacción en su rostro. Su sonrisa es provocadora, y su actitud despreocupada solo sirve para aumentar mi ira.
—Ya estás aquí. Qué rápido. —dice Eryk, su tono lleno de burla.
—No tengo tiempo para tus juegos, Eryk. ¿Qué es eso tan interesante que querías decirme? —digo, acercándome a él con una mirada asesina.
Eleva las manos en un gesto de paz, aunque la burla no abandona sus facciones.
—Tranquilo, primito. Solo quería decirte que tu amiguito —apunta el cuarto donde Eros ha estado encerrado—. Mencionó algo sobre una transacción y la rata que estás buscando.
—¿Qué transacción?
Se encoge de hombros.
—Eso deberías preguntárselo a él, ¿no crees? Tampoco quiso decírmelo todo. Se asustó como un puto cobarde cuando le mencione mi nombre y quiso hablar antes de empezar el juego. Aguafiestas.
Me deshago del abrigo y entro al cuarto maloliente. Eryk me sigue por detrás.
Eros se encuentra en un rincón, temblando y sujetando sus piernas. El olor es asqueroso, debo contener la respiración para no vomitar lo de esta mañana. Me acerco, el hombre levanta la cabeza al vernos y se encoge. Debe estar cagado de miedo y estoy disfrutando verlo de esta manera. ¿Así estuvo Aurora? La sangre me hierve, controlo mis ganas de abalanzarme y destrozarlo, primero quiero escuchar lo que tenga que decir, luego se lo daré a Eryk como su juguete. No es bueno cuidando de sus juguetes.
Pateo la silla frente a mí, se arrastra soltando quejidos.
Arremango la camisa, pongo ambos codos en mis piernas y ladeo la cabeza, mirándolo con ganas de sacarle la piel y escucharlo suplicar por piedad. Su voz es reemplazada por la de Aurora, ahora es ella quien suplica para que los bastardos se detengan. Una mano aprieta mi hombro, sacándome del trance.
—Contrólate. Lo necesitamos vivo. —murmura, Eryk.
Asiento. Tiene razón.
—Ya conoces a mi primo, ¿de dónde?
—Todos conocen al perro rabioso Kozlov. Nadie quiere provocar su ira.
—Me halagas. —dice, disfrutando el miedo que genera en otros.
—Ya veo —cruzo los brazos—. Por eso quisiste hablar con él. Vaya, me pone triste escucharlo, ¿acaso no sabías que su reputación es debido a mí?
—¿Qué?
Eryk aplaude contento, deja su rostro a centímetros de Eros.
—¡Si! Este bastardo me enseño mucho sobre cómo hacer que alguien como tú hable en menos de cinco minutos. Puedes verlo calmado, pero era un experto en torturas y toda esa mierda.
—El aprendiz supero al maestro. Terminaste siendo más sanguinario que yo.
Finge una reverencia, voltea hacía Eros, quién luce asustado. Toda esa mierdita de actitud arrogante desapareció una vez Aurora salió del galpón. Volví a destrozarlo por haberle hablado de esa manera. Nadie en este puto mundo le volverá a faltar el respeto a mi mujer. A la reina de la mafia irlandesa. Pero ahora su mirada se llenó de un miedo agonizante. Latente. Y la anticipación de tener su cuerpo golpeado entre mis puños, me alimenta al verlo peor que un animal herido.
Me levanto, camino de un lado a otro.
—Mencionaste algo de una transacción y la rata. Dilo.
Traga saliva, asiente.
—La noche anterior al... accidente. ¡Agh! —grita, retorciéndose bajo mi pierna.
Sus gritos son una jodida melodía que alimenta al monstruo que quiere salir. Aplasto su mano bajo mi pie hasta asegurarme de sentir sus huesos romperse y, aun así, no me detengo. Escucharlo decir que fue un accidente toda la mierda que le hicieron a Aurora me vuelve putamente loco. La sangre me hierve y mi vista se nubla de rojo. Pierdo el control de mí. Tomándolo del cuello, lo obligo a levantarse y sus quejidos de dolor son como combustible para mis oídos. Quiero seguir escuchando como se retuerce. Estampo su mano contra la mesa metálica, sus dedos son un desastre.
Pero no su brazo.
La frialdad del mazo cala por mis huesos, recordándome cuanto voy a disfrutar romper cada uno de sus huesos, uno por uno. Envuelvo mis dedos alrededor del mango y lo dejo caer, escucho el crujido de su muñeca, seguido de sus gritos. Cae al suelo, suplicando que me detenga, pero jodidamente no lo haré. Estoy seguro que Aurora también suplico muchas veces y nunca pensaron en detenerse y yo no soy de los que perdona. Prefiero la venganza. Una despiadada y tortuosa venganza.
—Te daré otra oportunidad. Si te equivocas, este sujeto será quién se ocupe de ti.
—Por favor hazlo, equivócate. —suplica, Eryk.
Traga saliva con dificultad. Mira el mazo en mis manos, ansioso de quebrar una costilla o su cráneo.
—La noche antes de... regresar.
Volteo y finjo tristeza mirando a Eryk.
—Es más inteligente de lo que parece. Tendrás que esperar.
Sus hombros se desploman.
—Y eso que te lo suplique.
Dejo el martillo en la mesa, su cuerpo se desploma por completo. Vuelvo a la silla, tengo muchísimas ganas de matarlo, pero eso sería dejarlo ir muy fácil. Prefiero seguir haciéndolo sufrir. Para cuando decida terminar con su asquerosa vida, ni siquiera lo vera venir. Quiero destruir no solo su cuerpo. Su mente será un manojo de nervios. Probará en carne propia la desesperación de no saber cuándo todo terminará.
Sujeta como puede su mano destrozada.
—Habíamos hecho el viaje para encontrarnos con Bruno Petrov. Se suponía que firmaríamos un acuerdo a cambio de dinero. Él nos permitiría utilizar parte de su territorio para que Ares moviera sus negocios, drogas, armas. Esto último fue lo que le prometimos como paga.
—¿Qué clase de armas?
—Una proveniente de Turquía. Seríamos los primeros en probarla y distribuirla. Al parecer estaba siendo muy cotizada en el mercado negro. Lo mismo con las drogas, era una nueva combinación. Causaba que quienes la probara, quedarán totalmente apagados. Sus sentidos desaparecían, no sentirían dolor y se volverían adictos en cuanto el efecto desapareciera. Para nosotros, todo eso era un ganar-ganar.
—Así que ustedes eran los malditos que querían entrar esa droga en mi territorio.
Asiente con la respiración volviéndose irregular.
—Ares guarda un profundo rencor desde tu amenaza. ¿Y qué mejor que aliarse con tu mayor enemigo? —tose, manchando su boca con sangre. Gotas de sudor caen por su frente—. Esa misma noche, Bruno le envío unas imágenes de Aurora.
Me tenso, apretando las manos en los costados de la silla.
—Aparecían Aurora y tú. Ambos cenando juntos. Encontrándose en hoteles. Era bastante obvio que no podían ser ciertas, pero después de una llamada confirmamos que Aurora había estado intentando robar información.
—Y ese hijo de puta quiso hacerle pagar.
—En parte. Ares no quería creer que fuera verdad, así que pidió hablar con el informante de Bruno, ¿y adivina qué? Esa es tu puta rata. Nos confirmó que todo era cierto. No podíamos desconfiar si se trataba de alguien cercano a ti.
Me inclino, tomándolo de la garganta.
—Quiero. Un. Maldito. Nombre.
Jadea, tratando de llenar sus pulmones con aire.
—No lo sé. Bruno le llamaba zyat.
Ruso. La puta rata es rusa. ¿Cómo mierda se me pasó por alto ese detalle?
—¿Zyat?
—Si.
—¿Por eso quemo su piel?
—Si.
Cierra los ojos, dándose cuenta de lo que acaba de admitir. Una sonrisa siniestra aparece en mis labios y escucho un clic en mi cabeza que me hace perder el control.
Lanzó su cuerpo al suelo, estampando su cabeza con fuerza. Pongo mi pie impidiéndole respirar. La necesidad de escuchar su garganta romperse, alimenta la bestia que habita en mi interior y que solo Aurora es capaz de despertarla. Mi deseo de cuidarla es grande. Tanto que estoy dispuesto a dejarme consumir.
—N-Nuestras tra...diciones dice que debemos... marcar al t-traidor. Es una forma para... que los demás sepan que no es de fi...fiar. —habla rápido, dejando escapar el aire de sus pulmones.
Segundo error.
La silla cae al suelo, provocando un eco. Poco a poco siento sus huesos resistirse a ser partidos. Eso es. Mientras más resistencia ponga. Más voy a divertirme.
—Marcar al traidor —murmuro con voz peligrosamente calmada—. ¿También abusar?
Su cuerpo se tensa. Dejo de infringir fuerza en su garganta para escuchar su respuesta. Tose sangre, como puede lleva sus manos y toca la zona afectada. Hace una mueca al tratar de hablar. Aclara su garganta.
—Ares perdió la cabeza al enterarse de su traición, quería destrozarla para que ningún otro hombre la quisiera y viviera su vida agonizando por el dolor. Nos dijo que hiciéramos lo que quisiéramos con su cuerpo.
—¿Recuerdas cuando dije que no me gusta cuando otros tocan lo que es mío? —asiente, encogiéndose como un puto cobarde. Retrocede al verme acercándome—. Ustedes lo tocaron y les devolveré el favor, ¿no crees que soy demasiado generoso al hacerlo? No respondas. Sé que lo soy.
Eryk se ríe desde su sitio.
—Es un hombre sumamente generoso. —dice, aplaudiendo con euforia, sabiendo muy bien hacía donde quiero dirigirme.
—Mi primo aquí presente te preguntará un par de cosas y por tu propio bien, espero que respondas o no. De todas formas, no saldrás de aquí.
Su cara se llena de terror.
—¡Por fin! Estaba muriendo de aburrimiento —se acerca, tomándolo del tobillo y girando su cuerpo como si fuese una tortuga—. Vamos a divertirnos tantoooo.
—Dale cada nombre de quienes la tocaron. Olvida uno solo y él volverá por ti. —amenazo, con voz siniestra.
—No.... no lo sé.
Me levanto, poniéndome el abrigo y niego con una falsa expresión de lastima. Volteo a ver a mi primo, quién ya parece estar por perder la cabeza.
—Miente. Encárgate de darme sus nombres. —exijo, saliendo del edificio.
—¡No miento! ¡Lo juro! —grita, desesperado.
Cierro la puerta sin importarme lo que Eryk le tenga preparado a ese bastardo. Subo al coche y le envió un mensaje a Kol con toda la información que he obtenido. Su respuesta es rápida y concisa: pronto tendré noticias. Enciendo el motor y conduzco rumbo a casa, mis nudillos blancos de tanto apretar el volante. Mi mente se llena de imágenes de Aurora y el deseo de volver para encargarme yo mismo de ese hombre, de destrozarlo con mis propias manos. Pienso en todas las formas posibles de hacerle sentir el miedo y el dolor que ella soportó. Mierda... ella lo sufrió mil veces peor.
Freno el coche de golpe, la intensidad del momento aplastándome el pecho. Marco su número, apretando el teléfono contra mi oreja, como si el solo sonido de su voz pudiera devolverme el aire.
—¿Hades? —su voz suena suave, cálida, como una descarga de alivio recorriéndome de inmediato.
Joder, sí, esa voz es todo lo que necesitaba.
—Necesito que me hables —suplico, cerrando los ojos y conteniendo la tensión que amenaza con volver—. Cualquier cosa, pero hazlo. Solo... por favor.
La línea se queda en silencio por un momento, y, conociéndola, sé que está a punto de preguntarme qué sucede. Pero también sé que desea complacerme, y aprovecho esa parte suya para relajarme. Escucho los ruidos a su alrededor y el leve clic de una puerta cerrándose.
—Ya estoy mucho mejor —empieza a decir, con un toque de humor en su voz—. Mis hermanos y Eda prepararon la cena. Quise levantarme después de comer algo, pero me regañaron y por poco pierdo la cabeza. ¡No me dejaban hacer nada! ¿Puedes creerlo? Oh, claro que sí. Casi olvido que tú serías mucho peor.
Una sonrisa se extiende en mi rostro, casi sin darme cuenta. Escucharla hablar, saber que está bien, es todo lo que necesitaba en este momento.
—Tienes razón. —respondo, dejando escapar una leve risa.
—¡Claro que la tengo! —ríe también, ese sonido dulce que me envuelve y despeja la oscuridad que llevaba encima.
Respiro hondo, permitiendo que el alivio me llene por completo. La tensión se desvanece, el nudo en mi pecho desaparece, y susurro algo que nunca había pensado decir en voz alta.
—Is tú mo adhradh. Tá grá agam duit. ("Eres mi adoración. Te amo.")
Siento el cambio en su respiración, la pausa en su lado de la línea, y casi puedo ver su rostro, con esa expresión de sorpresa y duda. Alejo el teléfono por un segundo, solo para asegurarme de que la llamada no se cortó.
—¿Qué significa? —pregunta en un susurro, su voz cargada de una curiosidad que me hace sonreír.
—Eres mi adoración.
El silencio que sigue es profundo y revelador. Puedo imaginar sus ojos, su mirada, y cada rincón de mi mente se llena de ella, apartando cualquier rastro de odio o sed de venganza.
—¿Y lo demás? —insiste, con la voz más suave, como si no quisiera romper el momento.
—Tendrás que averiguarlo, pero no ahora, ¿de acuerdo? —digo con suavidad, deseando poder decirle todo, pero sintiendo que el momento será aún más especial si ella lo descubre por sí misma—. Volveré a manejar, llegaré pronto. Cuídate, cariño.
—Tú también. Estaré esperando por ti.
La llamada se corta, y, por primera vez en mucho tiempo, me siento en paz, conducido por una sola certeza: esa mujer es mi hogar.
Respiro profundo, enciendo el coche y continúo el camino de regreso. La casa aparece a la distancia y mis manos, firmes en el volante, ya no sienten la misma presión. La rabia y la frustración que habían llenado mi mente y cuerpo se disipan lentamente, reemplazadas por la tranquilidad que me brinda la voz de Aurora. Las luces de la ciudad pasan rápidamente mientras acelero. Mis pensamientos vuelven a la conversación con Aurora, su voz suave y llena de vida. Su risa aún resuena en mis oídos, una melodía que calma al monstruo sediento de sangre. La ansiedad de verla de nuevo, de sentir su presencia, me mantiene cuerdo. Mientras el coche avanza por la carretera, mis manos se relajan en el volante, y la tensión en mis hombros disminuye.
Cuando llego a casa, apenas entro, un cuerpo pequeño y familiar me rodea en un abrazo fuerte.
—Bienvenido, Hades. —susurra Aurora, su voz amortiguada contra mi pecho.
Detrás de ella, veo a Viktor y Nikolái acercándose a toda prisa, rodeándome también en un abrazo inesperado. Parpadeo, sorprendido, procesando la escena: hacía años que no sentía una bienvenida así, la última vez fue antes de la tragedia con mis padres.
Viktor es el primero en separarse, y, con los brazos en jarras, mira a Aurora con una mezcla de exasperación y reproche.
—Por favor, dile a Aurora que no puede estar corriendo por ahí. ¡Bajó las escaleras como una loca! —protesta con vehemencia.
—¡No es cierto! —Aurora se separa y cruza los brazos, haciendo un puchero—. Bajé despacio, Viktor es un mentiroso. Me crees, ¿verdad?
—Por supuesto. —digo, acariciando su mejilla.
—A alguien lo tienen adiestrado como a un perro. —murmura Viktor, mientras se dirige a la cocina, y Nikolái niega, soltando un chasquido antes de seguirlo.
Nos quedamos solos en la sala. Aurora sonríe triunfante, y yo la abrazo, inclinándome para besarle la frente.
—Estoy feliz de verte mejor. —murmuro.
—Gracias a ellos me cuidaron muy bien. —responde, sonriendo.
Después de un momento de silencio, Aurora toma mi mano.
—Te prepararon algo de cenar. Estuvieron pendientes de cada detalle en cuanto les dije que venías en camino —me guía a la cocina—. No sé qué hiciste, pero te adoran.
Camino con ella, y el sonido de Viktor y Nikolái discutiendo en la cocina sobre alguna serie me hace sonreír. Eda me saluda desde la mesa y señala un plato de pasta con salsa que espera por mí. Me siento, y Aurora se instala a mi lado con esa naturalidad que me desarma por completo.
—Espero que tengas hambre —comenta Eda, sonriendo—. Los chicos trabajaron mucho en esto.
—Gracias, Eda. Se ve increíble.
Aurora sonríe y me observa expectante mientras pruebo la comida. El sabor es excelente, el queso extra se mezcla a la perfección con la salsa, y no puedo evitar sonreír.
—Está increíble, chicos. Gracias.
Ambos sonríen orgullosos, y la cena fluye en una conversación relajada y animada. Hablamos de series, recetas, y proyectos que tienen en mente. Aurora se ríe al mencionar cómo sus personalidades contrastan con sus gustos por la cocina, y cada tanto se inclina hacia mí, susurrándome si estoy bien, si me siento mejor.
Le aprieto suavemente la mano.
—Estoy bien, gracias a ti. —le susurro en respuesta, sin entrar en detalles. No es el momento para que sepa más.
Al final de la cena, ya cerca de medianoche, Aurora mira a los chicos con cariño.
—Es hora de ir a la cama, chicos.
—Sí, mami Aurora. —bromea Nikolái, riendo mientras se despiden.
Eda se despide también, dejándonos solos. Tomo la mano de Aurora y la guío hasta la sala. Saco el sobre con la información sobre ella y se lo entrego. Esta es su decisión, sea cual sea, y quiero que sepa que confío en ella. Aurora lo abre con el ceño fruncido, leyendo los documentos con cuidado. Cuando levanta la vista, veo la confusión en su mirada.
—¿Me investigaste? —pregunta en un tono de mezcla entre incredulidad y dolor.
Asiento, bajando una rodilla para mirarla directamente.
—Sí. Cuando llegaste por primera vez, mandé a investigar, pero esta es la primera vez que se abre el sobre. Nadie ha visto el contenido... hasta ahora.
Aurora aprieta los papeles entre sus manos, sus ojos tormentosos y llenos de emoción.
—¿Jugaste conmigo? ¿Todo este tiempo? —su voz se quiebra, y cuando intenta alejarse, la sujeto suavemente de la muñeca.
—No —le digo, firme—. Eres la primera en ver esto.
La giro con suavidad, haciéndola caer sobre mis rodillas. Inclinándome, entierro mi rostro en su cuello y deposito un beso lento en su piel. Siento el temblor en su cuerpo, y sus brazos se envuelven alrededor de mí en un abrazo cálido.
—¿Hablas en serio? —pregunta, con escepticismo en su voz—. ¿Mandaste a investigarme y recién ahora abres el sobre?
Respiro hondo, dejando que mi propio alivio se mezcle con el suyo.
—No quería que te sintieras traicionada —le susurro, alzando la mirada para verla directamente a los ojos—. Quiero que confíes en mí.
Ella suspira, y sus manos acarician mi espalda. Me invade una paz abrumadora al escucharla decir:
—Ya confío en ti, Hades. Este sobre no cambia nada... No puedo culparte por dudar de una extraña —me da una sonrisa triste y continúa en un susurro—. ¿Eso era lo que te tenía tan preocupado?
Estoy tentado a decir que sí, pero Aurora merece saber la verdad.
—Hay algo más. Y es importante que lo sepas. —mi voz se endurece.
Su expresión cambia, el miedo cubre sus ojos.
—¿Qué pasa? —pregunta, su voz cautelosa.
—La rata que quiero eliminar... trabaja para Bruno. Le hicieron creer a Ares que lo traicionaste, que buscabas información en su contra y... lo manipularon para que pensara que tú y yo estábamos involucrados. Eso, para ellos, fue suficiente para castigarte como lo hicieron. Todo esto fue para dañarme, arruinar mi imperio, tu... solo fuiste un peón.
La expresión de Aurora se quiebra. Veo en sus ojos una mezcla de shock, dolor, y luego comprensión. Cierra los ojos y aprieta mis manos con fuerza, sus lágrimas cayendo mientras su cuerpo se estremece. La envuelvo en mis brazos, sintiendo cómo se aferra a mí.
—Lo siento tanto, cariño —murmuro—. Te prometo que pagarán por esto, y tú tendrás la paz que mereces.
Aurora se calma, su respiración volviéndose regular mientras sigue acurrucada en mi pecho. Luego, su voz rompe el silencio, temblorosa pero decidida.
—Quiero verlos sufrir. Déjame verlos.
—La cabeza de Bruno Petrov y Ares Vitielo son tuyas, mo bhanríon. —respondo, besando su frente con ternura.
Nos quedamos así, en silencio. Mientras nos abrazamos, puedo sentir su respiración volverse más regular, su cuerpo relajándose y su pecho bajar lentamente.
🦇🦇🦇
Olvide por completo que tenía listo este capítulo, ups. Lo siento. JAJAJAJAJA
Bueno, así serán las próximas actualizaciones hasta llegar al final:
Tendremos dos capítulos en una misma semana, la siguiente semana será sin capítulos y así. ¿Se entiende?
Aquí les va la explicación. Pronto (demasiado pronto) haré un viaje muy importante, entonces tengo poco tiempo para escribir y preparar todo lo necesario para mi viaje y luego de eso, debo acostumbrarme al lugar y bueno, tendré menos tiempo.
Por eso elegí esa forma de actualización. Espero entiendan. Y eso sería todo. Muchísimas gracias por seguir leyendo y comentando❤️🩹.
Besitos.🍓
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