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Capitulo 1

 ̶«̶ ̶̶̶ ̶ ̶ ̶̶̶ ̶«̶ ̶̶̶ ̶  HADES   ̶»̶ ̶̶̶ ̶ ̶ ̶̶̶ ̶»̶ ̶̶̶ ̶ ̶


Siete meses después.


Entro a mi oficina cerrando la puerta detrás de mí, segundos después dos de mis hombres entran: Rafael y Rowon.  Entre ellos traen a un hombre golpeado, este gime y balbucea incoherencias. Lleva encerrado tres días y ya se ve deplorable. No parece tener la resistencia de un soldado. Giro mi cuerpo hacia el gran ventanal en mi oficina, repaso la mirada por todo el lugar.

Las mesas están repletas y la zona vip está atestada, diviso a varios empresarios y hombres importantes rodeados de mujeres que no son sus esposas y podrían ser sus hijas por lo jóvenes que se ven.

Giro lentamente para quedar frente al hombre que yace en el suelo casi inconsciente, me acerco y tomo asiento en mi sillón de cuero rojo. Me tomo unos minutos en silencio detallando su rostro, según mis informes no es nadie que trabaje para Bruno, por lo tanto, no me sirve de nada mantenerlo con vida. Solo es un adicto que intento vender drogas en mi territorio y causo mucho revuelo.

—¿Qué hacemos con él? —Rafael, mi mano derecha, lo toma del cabello.

El hombre grita y suplica, repitiendo una y otra vez que no fue su intención entrar en nuestro territorio.

—Puedes darle un paseo —su mirada brilla—. Se te ve muy ansioso de eso.

Sonríe maliciosamente, me levanto para quedar nuevamente mirando hacía las mesas. Detrás, escucho gritos y suplicas, por unos segundos todo se vuelve un caos hasta que el ruido desaparece y las puertas vuelven a cerrarse, quedando todo en silencio.

Se pensaría que después de tantos años, estaría acostumbrado a tan ensordecedor silencio, pero no es así. Aún busco ese característico ruido que llene mi vida, he regresado a Denver hace dos años y sigo sin acostumbrarme, me resulta incómodo y molesto estar en casa. Paso mis días rodeado de hombres, yendo de negocio en negocio, me quedo más en hoteles que en mi propia casa, siempre tengo maletas armadas por mis viajes, incluso creo dormir más veces en sillones incomodos que en alguna cama decente.

Ladeo la cabeza cuando veo a Rodric subir las escaleras que dirigen a mi oficina, ese hombre casi nunca sale de su territorio, algo debe andar muy mal para que venga aquí.

—Rowon —lo llamo—. Mantente en una esquina, quédate quieto.

Asiente, su traje completamente de negro le facilita esconderse en las sombras.

La puerta es abierta y por esta aparece Rodric luciendo preocupado.

—Hades.

—¿Qué te trae por aquí, Rodric?

Se acerca, tomando asiento frente a mí.

—El hombre que tus chicos encontraron vendiendo drogas en tu club —me mira directamente—. Era uno de los infiltrados que Ares mando.

Elevo una ceja.

Ares Vitielo, el Boss de la mafia italiana.

Tan solo unos años atrás tomo el cargo de Boss y rápidamente se fue abriendo paso. No le importa estar invadiendo territorios de otras casas, simplemente busca ganar más poder y expandirse rápidamente, ha sido un constante dolor de cabeza. No tengo tiempo ni me interesa tratar con ese idiota.

—Rowon.

—Señor.

—Encárgate. 

Asiente, para luego retirarse junto a Rodric.

No es un hombre con un cargo muy grande, al menos no en estos tiempos, así que verlo de esa forma significa que ese idiota está pasando los limites. Creí haberle dado una buena advertencia cuando me deshice de cada uno de sus hombres y me encargué de demostrarle que un simple heredero caprichoso no puede con un hombre como yo.

El celular en mi bolsillo vibra. Lo saco y veo un mensaje de Ronan.

En cuanto lo leo, salgo casi corriendo de mi oficina. Manejo rápido y aprieto el volante haciendo que mis nudillos se pongan blancos, la rabia crece rápido y mi sed de sangre aparece. Soy un hombre calmado, muy difícilmente alguien logra sacarme de mis casillas, lo juro.

Pero ese hijo de puta de Ares ha sobrepasado esa paciencia.

Salgo del auto sin estacionarlo, le lanzo las llaves a uno de mis hombres y entro corriendo. En la entrada, acostada en el sillón, veo un cuerpo envuelto en unas sábanas blancas. A simple vista pareciera el cuerpo de un hombre, pero si miras fijamente, la cabeza que sobresale es pequeña. Mis manos se aprietan en puño cuando soy consciente de las manchas de sangre cubriendo casi todas las sabanas.

Ronan se levanta del suelo, al parecer examinando.

Se acerca, me señala la cocina y lo sigo sin poder despegar la mirada de aquella persona.

—¿Qué significa esto? —ladro perdiendo la paciencia.

Ronan traga saliva.

—Es una mujer —menciona dudoso—. No he querido tocarla, no estoy seguro de su edad o el estado en el que se encuentra. Según nuestros hombres, una camioneta negra sin patente, se detuvo y tiro el cuerpo para luego irse. Nadie tuvo tiempo para reaccionar.

—Eso es una mierda. Están entrenados, se supone que sus reflejos son los mejores y ¡¿me sales con esa excusa?!

—Cálmese, señor.

Enfurecido, lo cojo del cuello y estampo su espalda contra la pared.

—Una desconocida fue lanzada a los pies de mi casa, no sé quién jodidos sea. No pienso calmarme. —la amenaza baila en cada una de mis palabras.

—Necesitaras hacerlo —susurra, en un hilo de voz, estira su mano y me entrega un papel—. Según esto, usted conoces a esta mujer.

Frunzo el ceño., soltándolo.

Desdoblo el papel y mi sangre hierve al leer las palabras. Suelto un grito enfurecido, destrozo con furia la estúpida carta. Salgo directo hasta donde se encuentra la desconocida, intentando ser lo más delicado posible, la tomo en mis brazos, escucho un leve quejido de su parte y por alguna razón, mi corazón se encoge. Los débiles susurros de su respiración, y mi furia se mezcla con una creciente preocupación. ¿Cómo demonios pudieron dejar que algo así sucediera? Me abro paso rápidamente por el pasillo, con la mente aun bullendo de preguntas y rabia, pero ahora con una sensación aún más apremiante: la necesidad de respuestas.

No logro verle el rostro por completo.

Está cubierto de sangre seca y tierra, su cabello se esparce cubriéndole la mitad del rostro. Acerco mi rostro al suyo, intentando ver más allá de las heridas. Hay algo familiar en su semblante, algo que debería reconocer, pero mi mente no lo procesa aún. La furia me nubla la vista, pero tengo que controlarla. Las palabras de la carta, aunque ya hechas pedazos, resuenan en mi mente como una maldita burla.

"Te la devuelvo. Sabes quién es."


Sin decir una sola palabra, mis hombres entienden mis intenciones y en menos de cinco segundos tengo el coche en el que he venido frente a mí. Me subo, deslizando con cuidado su pequeño cuerpo en los asientos traseros. Inmediatamente se acurruca en posición fetal, soltando leves quejidos y balbuceos.

Giro sobre mis talones y me subo al asiento del piloto, esta vez trato de manejar despacio, cada cierto tiempo miro por el espejo para asegurarme que este bien. Mis hombres están entrenados para detectar amenazas, para evitar situaciones como esta. ¿Y ahora me dicen que una desconocida fue lanzada a mis pies sin que nadie pudiera reaccionar a tiempo?

En mi teléfono, aprieto el número de marcado rápido. La persona al otro lado contesta en un instante.

—Prepara una camilla, estoy yendo ahora mismo. —ladro.

—¿Estás herido?

—Yo no —aprieto el acelerador al escucharla soltar un grito, mierda. En mi puta vida tuve que tener cuidado al manejar y ahora llevo a una mujer destrozada por completo, en mis asientos traseros—. Solo ten todo listo. —cuelgo lanzando el celular a un lado.

El tráfico hasta su consulta privada es rápido, por suerte a estas horas no hay demasiado tráfico y me demoro solo unos minutos en llegar. Aparco y salgo hecho un torbellino, vuelvo a tomarla con delicadeza. Corro hasta las puertas corredizas que siempre mantiene abiertas, una de sus trabajadores me señala que la deje sobre la camilla, algo inseguro, lo hago.

La veo desaparecer por un pasillo.

Leandro, el doctor oficial de la mafia, aparece con una carpeta entre sus manos.

—¿De dónde la sacaste?

—Fueron a lanzarla a los pies de mi casa. Revísala y asegúrate que todo esté bien —asiente, lo detengo antes de que se aleje—. Con cuidado, algo me dice que lleva mucho tiempo siendo herida.

Su expresión cambia.

Leandro tiene mucha experiencia con mujeres maltratadas, su madre y hermana menor murieron por culpa de su padre agresivo. Desde entonces tiene una debilidad por las mujeres que han pasado por lo mismo, suelen sacar su lado sobreprotector.

Me dejo caer en una de las sillas, recargo mi cabeza en la pared, pensando en el monstruo capaz de causarle tanto daño.

Una hora después, Leandro regresa con rostro pálido y la furia brillando en sus ojos. 

—¿Y?

Se sienta a mi lado.

—Han destrozado por completo el cuerpo de esa mujer, Hades.

—Necesito que me digas más.

Suspira, pasando sus manos por su rostro.

—Tiene quemaduras por toda su espalda, no fueron causadas por fuego, Hades, ella fue marcada como un puto animal. Tiene su brazo fracturado y cubierto de cortes, los cuales fueron hechos para causarle el mayor dolor posible —traga saliva, costándole continuar—. Labio, ceja y cabeza necesitaron puntos. Quien quiera que le hizo esto, quiso que sufriera como el mismísimo infierno. Cuenta con hematomas antiguos y recientes. Desinfectamos sus heridas y cubrimos las que podían cubrirse. También le administramos analgésicos para el dolor, pero Hades, esa muchacha seguirá sufriendo por mucho tiempo. ¿Qué piensas hacer?

Escuchar a Leandro describir el estado de la mujer me confirma lo que ya temía: quien quiera que le haya hecho esto es un monstruo sin alma. Mi mente trabaja a mil por hora mientras trato de pensar en quién podría haberla hecho sufrir tanto. Cada detalle que menciona, desde las quemaduras hasta los cortes, despierta en mí una furia primitiva, una que apenas puedo controlar.

—La llevare a casa.

Leandro me observa, claramente sorprendido por mi decisión, pero asiente lentamente. Sabe que, una vez que tomo una decisión, no hay vuelta atrás.

—Voy a necesitar que me consigan lo necesario para que pueda sanar en casa —continúo, mientras mis pensamientos se alinean en torno al plan que ya se forma en mi mente—. Analgésicos, vendajes, lo que haga falta. Y asegúrate de conseguirme una enfermera o alguien que pueda cuidarla mientras no esté. Ella va a necesitar ayuda, más de la que yo puedo darle solo.

Leandro parece a punto de decir algo, pero se detiene, comprendiendo que este no es el momento para cuestionar.

—Haré que te lleven lo necesario para su pronta recuperación y una cosa más, necesitará toda la ayuda posible.

Asiente y se levanta, dándome una última mirada antes de salir de la habitación.

Cuando me quedo solo, cierro los ojos por un momento, dejando que el peso de la situación me abrume por un segundo antes de enderezarme. La imagen de esa mujer destrozada no se aparta de mi mente, y la idea de que fue lanzada a los pies de mi casa como una advertencia me enfurece aún más. Soy Hades Kozlov, a mí nadie me amenaza, mucho menos utilizando a una mujer.

Llevo más de veinte minutos en la misma posición, en cuclillas, observándola. Es el segundo día en que espero que despierte. Pedí ayuda a las enfermeras, y se encargaron de limpiarla, de lavar su cabello y asearla completamente, teniendo cuidado con sus heridas. Ahora puedo ver su rostro con claridad, como si la sombra que lo cubría se hubiera desvanecido. Parece un ángel caído del cielo, sus facciones delicadas, su nariz ligeramente respingada. Sus labios son pequeños, de un rosa suave, y me sorprendo al encontrarme ansioso por descubrir el color de sus ojos cuando finalmente los abra.

Su cabello, largo y negro como el ala de un cuervo, cae en suaves ondas sobre sus hombros. Es tan frágil que, por un momento, me asusta siquiera la idea de tocarla. No quiero despertarla antes de tiempo, pero, al mismo tiempo, no sé qué haré cuando eso ocurra.

No la he tocado por miedo a despertarla y sigo sin saber qué hacer cuando eso pase. 

Admito que me provoca cierto miedo. No solo el temor de que despierte asustada, sino que me tema a mí. De alguna manera, lo que le ocurrió es por mi culpa. Aquel hijo de puta creyó que la conocía, decidió usarla para darme una advertencia, una advertencia que nunca debió caer sobre alguien inocente. Ella recibió la golpiza de su vida, y yo... yo me siento responsable por su salud, por lo que ha sufrido. Una vez que esté completamente recuperada, la dejaré ir. Eso es seguro.

Respiro hondo cuando la veo moverse, es la primera vez en dos días que hace algo más que llorar en sueños.

Leandro ha estado llamando para saber su condición y a pesar de asegurarle que nada ha cambiado, cada mañana se da una vuelta por aquí y la revisa. Puedo notar su mandíbula tensarse cada vez que le realiza curaciones. No he querido verle la espalda, estoy seguro que una vez lo haga, perderé toda cordura y querré destrozar con mis propias manos a ese monstruo.

Le doy un último vistazo para luego ir a darme una ducha rápida.

Solo que no me voy, me quedo otro rato más observándola, por alguna razón mi instinto que lleva dormido años, aparece cuando la veo. Luce frágil y rota, algo dentro de mi desaparecerá cuando pueda ver cuán quebrada está con solo una mirada de su parte.

Voy a mi vestidor y saco ropa nueva, me doy una ducha rápida y me preparo la cena.

Llevo las cosas a la habitación, quiero mantenerla vigilada para cuando despierte, espero poder explicarle que está a salvo sin que se asuste. Mientras tanto, reviso los ingresos, la carga, a los nuevos soldados y me encargo de los cinco clubes principales. Ya hice mis llamadas y deje a Rowon junto a Rafael a cargo de todo lo que tenga que ver con reunirse en persona. Una vez que vuelva, los demás me llenarán de preguntas, en todos mis años dentro de la mafia, nunca había dejado de ir a la oficina.

Es la primera vez y la razón es una desconocida.

La noche llega sin problema, pero una vez intento salir del cuarto, la siento moverse de un lado a otro, su voz aumenta y susurra algo que no logro entender. Me acerco rápido, su temperatura es normal, pero de todas formas su cuerpo tiembla. Cojo las mantas de mi closet y le pongo una en los pies y otra cubriendo casi todo su cuerpo, acerco mi cabeza para poder entender lo que dice.

—Por favor... —gimotea—. Por favor.

—¿Qué sucede, pequeña?

—De... detente —gimotea con más dolor—. Duele... duele.

Aprieto mis nudillos contra las sabanas para mantener la calma.

Sigue gimoteando, se voltea dejando su rostro peligrosamente cerca del mío. Está llorando. Murmura despacio y me alejo, no queriendo seguir escuchando sus suplicas con voz entrecortada. Abre los ojos, tomándome desprevenido, puedo ver el pánico adueñarse de su cuerpo.

Comienza a negar desesperadamente.

—No. No —suplica—. No, por favor. Duele.

Me desgarra. Sus suplicas están desgarrándome el corazón y me abruma no saber por qué.

—Tranquila —acaricio suavemente su rostro, susurrando despacio—. Tranquila, estas a salvo, lo prometo.

—Mi... mientes.

—No, no lo hago. Estás a salvo, vuelve a dormir. Eso es. Buena chica —continúo acariciando ligeramente su mejilla. Al cabo de un rato, se duerme otra vez, sin moverme saco el teléfono de mi bolsillo y marco su número—. Se ha despertado, pero tuve que hacerla dormir.

—Voy para allá.

Dejo el teléfono sobre la cama, intento moverle sin despertarla para avisar que lo dejen pasar, pero un ligero apretón en mi mano me detiene.

—No. —susurra.

La miro sin entender, abre levemente los ojos y puedo ver la súplica y el miedo en ellos.

—Ellos vendrán. No me dejes sola.

—Nadie puede hacerte daño aquí. —le aseguro.

—Por favor, quédate. —suplica, con un tono tan vulnerable que me revuelve el estómago.

La forma en que lo dice, como si fuera un animal herido, me desarma. Es imposible no sentir la necesidad de hacer hasta lo imposible para que deje de sentirse así, para que ese miedo desaparezca. Asiento, sin decir nada. Rodeo la cama y me coloco en el espacio vacío junto a ella. Me tiendo a su lado, manteniendo mis movimientos suaves, mientras sigo acariciando su cabello. El suspiro de alivio que suelta me roba el aliento. Es como si el peso del mundo cayera de sus hombros, aunque sea por un momento.

Quiero decirle que Leandro vendrá a revisarla, que traerá todo lo necesario para asegurarse de su recuperación. Pero me mantengo en silencio. No estoy seguro de cómo reaccionará cuando lo vea, cuando intente acercarse a revisar su estado. Prefiero no agitarla más. Lo importante es que ha despertado, y eso significa que está mejorando. Al menos físicamente. Su respiración se estabiliza.

No sé cuánto tiempo ha pasado, pero unos golpes en la puerta me despiertan. La desconocida a mi lado se pone alerta, se aferra a mi brazo y su pulso se altera.

Ey, tranquila. Es un amigo. Le pedí que viniera, ¿sí? —asiente—. Pasa.

Leandro entra con cautela, le regala una sonrisa amable, pero en cuanto se gana bajo la luz, ella grita.

Se remueve entre las sabanas, gritando que se aleje. Con cuidado me levanto de la cama, pero ella se aferra con mayor fuerza a mi brazo y esconde su rostro entre mi cuello, impidiéndome moverme. Estoy casi sobre ella, sino fuera porque me afirmo con mi otro brazo, hubiera caído con todo mi peso y la aplastaría.

Leandro se queda inmóvil en su lugar, es la primera vez que ambos vemos a una persona reaccionar de esa forma.

—Largo —sigue sin moverse—. ¡Largo!

Mi grito lo despierta y sale del cuarto, acaricio su espalda, dando leves golpecitos y susurrando que todo estará bien, asegurándole que ya se ha ido. Imagino que pasaron como mucho veinte minutos hasta que logra calmarse, pero sigue sin soltarse de mi brazo.

—Eso es —apremio—. ¿Estás mejor? ¿Qué ha pasado? ¿Le conoces?

Ella aprieta su agarre, pero niega. Me relajo al saber que Leandro no es alguien que ha sido parte de su desgracia, si hubiera dicho lo contrario, no me hubiese importando clavarle una bala en su cráneo.

—Necesito que me hables, pequeña. Por favor.

Susurra sin lograr entenderle. Le pido que lo diga más fuerte y lo hace.

—Trajes.... Trajes. —murmura, mirando un punto fijo. Está cerrándose.

—Explícame —sujeto su cabeza, obligándola a mirarme—. Explícame. —digo con un tono más autoritario.

Niega desesperada, queriendo alejarse. Señor. No tiene fuerza, ni un poco. Y me hace preguntarme por cuanto tiempo estuvo soportando ese infierno. Su mirada cae de un lado a otro, llevo la palma de mis manos hasta cada lado de sus ojos, creando una especie de muro y acerco mi frente a la suya.

—Por favor, necesito saberlo para entender que está mal, ¿sí? —esta vez, utilizo un tono más suave.

—Todos los días —suelta—. Trajes, todos los días, trajes. —repite una y otra vez como una grabadora.

Repaso sus palabras sin entenderlas hasta que caigo en cuenta. Quienes la dañaron usaban trajes. Maldita sea. Todos en la mafia los usamos. ¿Cómo no lo pensé antes? ¡Soy un maldito idiota!

—Necesito hacer algo y debes soltarme, por favor, pequeña.

Su agarre se deshace, se aleja quedando en una esquina de la cama y me mira alerta.

—No te hare daño, solo debo salir un momento, puedes estar tranquila. —salgo del cuarto sin quitarle la mirada de encima.

Bajo las escaleras rápido y me encuentro con Leandro esperando a los pies de esta, luce nervioso y en cuanto me ve, se acerca esperando una explicación.

—Sin trajes, están prohibidos si quieres verla.

Leandro parpadea, confuso, pero no añado más. Solo espero a que asimile la situación. Finalmente asiente, despojándose de su chaqueta hasta quedar solo con la camisa. Se coloca la bata blanca de médico y me sigue escaleras arriba, con pasos cuidadosos. Ella sigue en la misma posición, se tensa en cuanto lo ve, pero se relaja al instante al verlo con la bata blanca. En total silencio, se deja revisar, no sin antes volver su agarre en mi brazo. Hago pequeños círculos en su mano para tranquilizarla mientras él empieza su revisión.

—¿Cuál es tu nombre?

Ella me mira primero, buscando mi aprobación, como si pedir permiso fuera parte de su instinto. Esa pequeña acción me enferma, me llena de una furia contenida. Trago saliva y le doy una ligera inclinación de cabeza.

—Aurora. —murmura finalmente, su voz apenas un susurro.

—Genial, Aurora. ¿Tendrás apellido? —niega—. ¿Segura? Necesito que me lo digas para buscar a tu familia, de seguro deben estar preocupados y buscándote como locos.

Todo parecía ir bien hasta la mención de su familia. El cambio es instantáneo, su cuerpo comienza a temblar y su respiración se vuelve errática. Los gemidos se escapan de sus labios entrecortados, y de repente, empieza a negar frenéticamente. "No, no, no", repite una y otra vez con desesperación mientras sus manos se aferran a mí con más fuerza. Antes de que me dé cuenta, se ha movido rápidamente, acurrucándose contra mi pecho, escondiendo su rostro en mi cuello como si ahí pudiera escapar de lo que la aterra.

Coloco una mano firme en su nuca y la otra en su espalda, tratando de calmarla con el contacto, esperando que mi presencia la ancle en el presente. Siento su respiración rápida y superficial, y me doy cuenta de que está teniendo un ataque de pánico. La calidez de su aliento contra mi piel me hace consciente del frágil estado en que se encuentra.

Leandro murmura un "lo siento" antes de retirarse despacio de la habitación, dejándonos solos. Me quedo en la misma posición, sujetándola, hasta que su respiración empieza a estabilizarse, aunque sigue agitada. Sé que tengo que hacer algo.

Con delicadeza, alejo su rostro de mi cuello y la tomo suavemente por las mejillas, obligándola a mirarme a los ojos. Los suyos, grandes y llenos de tormenta, me miran fijamente. Son grises, como el cielo antes de una tormenta inminente, y por un segundo, me quedo sin aliento.

—Mírame. Ahora —le ordeno, con firmeza, pero sin dureza—. Eso es. ¿Qué ocurre?

Aurora emite un leve susurro, tan bajo que apenas lo escucho. Niego lentamente, dándole el espacio para que lo intente de nuevo. Cierra los ojos por un momento, como si necesitara reunir fuerzas, y cuando los abre, las tormentas que guardan se desatan por completo. Su mirada es cruda, devastadora, llena de una verdad que duele antes incluso de ser pronunciada.

—No tengo familia. 

El eco de su confesión llena la habitación, envolviéndonos en un silencio espeso. Puedo sentir el vacío en sus palabras, un vacío que va más allá de la simple ausencia física. Es una soledad profunda, arraigada en algo mucho más oscuro, más doloroso de lo que podría imaginar. Y de alguna manera, esa verdad duele más de lo que esperaba.



🦇🦇🦇

Gracias por leer.
Sigan disfrutando.

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