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Mejillas abultadas, rosadas y adorables, ceño levemente fruncido, manteniendo puñitos cerrados.

Yeonjun con melancolía acariciaba la manita pequeña de su sobrino, por fin se había librado de los policías y desde que recibió la llamada de Hueningkai, no hizo nada más que correr a ver al recién nacido.

Su ropa aún tenía rastros de sangre, pero la urgencia que su hermanito estaba en estado grave no lo hicieron pensar mucho y se vino tal y como estaba.

Dos golpeteos resonaron contra el vidrio, Yeonjun se giró e hizo una mueca, volvió a mirar a Sunoo y se puso en pie dispuesto a hablar con su ex cuñado.

Huening lucía demacrado, bolsas debajo de sus ojos hinchados, cabello revuelto y una mirada difícil de descifrar.

—Sabes que no quiero verte la cara, ¿verdad?

El más alto bufó y guardó sus manos en los bolsillos del pantalón.

—Sí, bueno, gran parte de esto es mi culpa y...

—De hecho todo esto es tu culpa, y no hablo sólo de hoy. Si no del momento en que Beomgyu estaba esperando al cachorro, no tuviste compasión de él y lo dejaste a su suerte. ¿Qué clase de persona eres?

Hueningkai bajó la cabeza, mordiendo su labio.

—Tan solo quiero conocer a mi hijo, eso es todo, aunque sea la última vez —su voz se apagó.

—¿Te irás? —indagó, más que sorprendido.

—Beomgyu no me quiere cerca del bebé, no sirve de nada seguir aquí —hizo una linea con su boca y suspiró, mirando por el vidrio a su hijo—. Ya he hecho demasiado daño, aún quedan temas legales que resolver con Soobin. No podría siquiera acercarme a ellos sin cometer algún error.

Yeonjun le miró por breves segundos.

—Me gustaría ser positivo y decir que aún hay oportunidad con Beomgyu, pero seamos sinceros —le miró severo—. Él no volvería jamás a ti, menos sabiendo que tiene cosas más importantes que hacer.

Los ojos de Hueningkai se cristalizaron, asintiendo con levedad.

—Lo sé, lo tengo claro —sorbió su nariz, bajando la mirada—. Firmaré los papeles, será libre.

Por dentro su lobo aullaba desolado, su cría estaba tan cerca y tan lejos a la vez, pero como siempre; no podía hacer nada.

—Yeonjun, tú... —le miró suplicante. —¿Me dejarías cargar al cachorro?

El nombrado suspiró incómodo, negando con simpleza declaró:

—Hueles a tu pareja, yo no dejaré que Sunoo sienta ese podrido olor. Lo siento, Kai.

El pálido asintió con tristeza. —Sunoo, es lindo.

Miró a su pequeña cría y se lamentó por todo lo que hizo en todos esos meses.

—Adiós, hijo.

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