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Capítulo 4; ¿Se puede saber en qué pensabas?

Emma corrió y corrió sin rumbo definido, atemorizada como jamás lo había estado hasta aquel momento. Sin desacelerar el paso, miró cada pocos minutos por encima de su hombro, temiendo ver al macarra pisándole los talones.

Sentía cierta tranquilidad cuando al hacerlo no lo veía tras de ella. Pero ese alivio se esfumaba en cuanto volvía a mirar al frente y contemplaba aterrada el lugar en el que se encontraba.

Pasó como una bala por un edificio abandonado y medio calcinado donde un coro de personas reía y charlaba alrededor de una hoguera. Dejó atrás un descampado cubierto de basura donde las ratas campaban a sus anchas y el pestilente tufo a desechos invadía el aire de forma corrosiva. Aceleró el paso, asfixiada, cuando cruzó una calle donde los camellos vendían sus drogas sin recato alguno. Sintió el sabor metalizado de la sangre en la boca cuando lanzada, atravesó una calle repleta de personas sin techo que habían hecho de aquel entorno su hogar. Reprimió las náuseas cuando el fuerte olor a orín entró en sus doloridos pulmones, pero no por ello dejó de correr.

Corrió y siguió corriendo hasta llegar a una vía mucho más iluminada y con mejor aspecto de las zonas que había dejado atrás. Los pulmones le ardían, las pulsaciones le iban a mil por hora, y tenía la boca más seca que una hoja en otoño.

Miró una vez más hacia atrás. Seguía sin haber rastro del chico de los tatuajes. Emma creyó que había conseguido despistarlo. Animada por el cambio drástico del entorno, decidió que podía descansar unos segundos. Por lo que sus piernas dejaron de moverse.

Jadeando, inclinó el cuerpo hacia delante, apoyó las manos sobre las rodillas y comenzó a boquear como un pez fuera del agua, sintiendo cómo la brisa primaveral acariciaba la piel desnuda de sus brazos y cómo sus pulmones y sus músculos ardían por el esfuerzo realizado.

Jamás se había encontrado tan mal como en aquel momento. Mareada, asfixiada, sedienta y a punto de echar los pulmones por la boca. Tenía incluso náuseas del agotamiento y un extraño sabor metalizado en el paladar.

¡¿Cómo demonios había llegado a aquella situación?! ¡Debería estar en su cama, acostada, mirando las estrellas y llorando por todo lo que había perdido, Ryan incluido! ¡No corriendo por los suburbios de la ciudad mientras escapaba de un macarra tatuado!

Emma paseó la mirada alrededor. Desolada. Era noche cerrada y las sirenas de algún coche de policía se escuchaban en la lejanía. La calle en la que ella se encontraba, estaba desierta. Y Emma no supo si sentirse aliviada teniendo en cuenta las zonas que había dejado atrás, o desconsolada porque ¡¿cómo demonios iba a conseguir ayuda?! ¡Nadie sabía que ella estaba allí! ¡No llevaba dinero! ¡No había cogido su teléfono!

Su ávida imaginación comenzó a idear una decena de situaciones posibles, a cual de ella más macabras. Todas terminaban con ella en el interior de una bolsa de plástico.

Su cuerpo comenzó a temblar cuando comprendió que estaba sola en medio de aquella barriada inmunda, que nadie iba a acudir en su ayuda y que dependía de ella el salir indemne de aquella situación. Aguantó las ganas de llorar y unas irrefrenables ganas de asesinar a Jeremy, si es que no lo habían matado de aquella paliza, se apoderaron de ella.

Comenzó a caminar sin rumbo definido, rezando porque el camino que había tomado fuese el correcto y encontrase algún teléfono público por el trayecto desde el que llamar a su padre a cobro revertido.

Varios coches pasaron cerca de ella, y por unos segundos estuvo tentada de hacer autostop, pero la imagen de su cadáver sobre la mesa de autopsias la disuadía de hacerlo en el último segundo.

Uno de aquellos vehículos se acercó a ella ralentizando la velocidad. Una camioneta de un color azul desvaído paró junto a ella y un hombre de mediana edad con una delgadez nada saludable le dedicó una sonrisa desdentada desde el asiento del conductor.

El hombre quien llevaba el codo apoyado en el hueco donde debería haber una ventanilla, sacó la cabeza del vehículo y repasó a Emma con mirada lasciva de arriba abajo. Una profunda sensación de alarma recorrió la columna vertebral de Emma y la subida de adrenalina hizo que su respiración se descompasara.

— ¿Te has perdido encanto? — Preguntó con un aliento que le apestaba a alcohol y tabaco.

Emma aceleró el paso y masculló un rápido "no" mientras trataba de alejarse a toda velocidad de aquel vehículo. Pero el hombre parecía tener otra idea en mente porque comenzó a dar marcha atrás para ponerse nuevamente a la altura de Emma.

— Vamos encanto, no seas maleducada. Yo puedo ayudarte si me dejas. Te llevo a donde quieras si me devuelves el favor. ¿Qué te parece? — Preguntó nuevamente mientras guiñaba el ojo de una forma en la que se suponía que debía hacerlo parecer honrado.

— He dicho que no. — Repitió Emma esta vez un poco más alto, acelerando de nuevo el paso, con el corazón desbocado. El pulso le latía con violencia tras la oreja y comenzaba a tener dificultades para respirar.

El sonido de una puerta metálica al cerrarse sonó cerca de Emma, sobresaltándola, y a los dos segundos tenía al escuálido hombre delante de ella obstruyéndole el paso. Emma, sintió cómo la sangre se paralizaba en su sistema circulatorio convirtiéndose en escarcha, haciéndola sentir un frío glaciar. Frenó en su huida abruptamente y dio un paso atrás tratando de poner distancia con aquel despojo de persona. Ahora que lo tenía delante podía ver que no solo le faltaba algún diente, sino que los que tenía estaban carcomidos por el sarro. Los harapos que cubrían su cuerpo le quedaban varias tallas grandes y estaban manchados de grasa, barro y otras sustancias que Emma prefirió no saber qué eran. El hedor que desprendía era nauseabundo, y ella se vio obligada a aguantar la respiración.

— ¿Por qué te asustas pequeña? Solo estoy tratando de ayudarte, pareces perdida y por aquí no suelen pasar muchos coches a esta hora. ¿No quieres que te ayude?

El hombre estiró su mugrienta mano tratando de sujetar a Emma cuando vio que esta iba a comenzar a huir. El corazón de Emma se paralizó preso de un ataque de pánico, y un grito desgarrador quedó atorado en sus cuerdas vocales por el terror que la invadió.

Ella casi sintió el tacto áspero de aquellos dedos raquíticos y roñosos, cuando un borrón de piel bronceada y llena de tinta se interpuso entre su cuerpo y el del individuo.

— ¿Te ayudo yo a mear sangre gilipollas? — Preguntó Alex con tono de voz desafiante mientras ocultaba a Emma tras su ancha espalda.

Emma jamás habría imaginado que la presencia de aquel chico pudiese aportar tranquilidad a su vida, pero lo cierto fue que al verlo aparecer sintió una oleada de alivio que recorrió todas sus terminaciones nerviosas.

El hombrecillo, acobardado y sobresaltado, retrocedió un paso y miró alrededor sin saber muy bien de dónde había salido aquella mole de músculo que le amenazaba no solo verbalmente, sino que también lo intimidaba con su pose defensiva.

Alex atravesó a aquel tipo con una mirada de odio tan colosal que consiguió apabullarlo en medio segundo. La musculatura de su cuerpo estaba completamente tensa, preparado para lanzarle uno de sus golpes magistrales. Uno de los que Emma le había visto efectuar de forma certera minutos atrás frente a aquel bar de mala muerte.

— ¡Eh amigo! No te enfades. Solo estábamos hablando. ¿Verdad encanto? — Titubeo el hombrecillo mientras mostraba su sonrisa desdentada. Emma le dedicó la mirada más afilada que fue capaz de emular. — Pero ya me voy amigo, pensaba que estaba sola. — Las manos de Alex se cerraron en dos férreos puños, apretados tan intensamente que las venas de su brazo se marcaron como raíces de un árbol. — No quiero problemas, en serio. — Aseguraba mientras caminaba hacia atrás con las manos en alto, en una clara señal de rendición.

Emma contempló cómo el hombre se introducía nuevamente en el interior de su camioneta. El motor aceleró ruidosamente, quemando el asfalto con los neumáticos en cuanto consiguió poner el vehículo en marcha. Entre una humareda negra se alejó a gran velocidad, dejando a su paso dos surcos negros en la carretera.

Emma pareció quedarse sorda por unos segundos cuando el sonido del acelerón desapareció junto con el tipejo que lo había provocado. Sus ojos quedaron fijos en el fantasma de aquel hombre, y no se dio cuenta de que Alex la observaba con curiosidad.

Aquellos ojos azules moteados en verde parecían realmente aterrorizados. Sus labios, más finos de lo que le gustaban a Alex, permanecían abiertos, absorbiendo más oxígeno del que su pequeña nariz puntiaguda era capaz de absorber. Su rostro, estaba más pálido que el culo de un vampiro.

— ¿Te has cansado ya de hacer la idiota o tienes algo más en tu repertorio? — Inquirió él con tono severo.

Los incrédulos ojos azules de Emma, se desviaron de la carretera para mirar fijamente al atractivo rostro de Alex.

— ¿Se puede saber en qué pensabas? — Preguntó él de nuevo. — ¿A qué cabeza de chorlito se le ocurre salir corriendo como una posesa por este barrio de noche?

— ¡¿Qué en qué pensaba?! ¡Intentaba ponerme a salvo de ti pedazo de bestia! — Exclamó ella recobrando algo de color en sus mejillas.

La respuesta visceral y descarada de la chica sorprendió tanto a Alex que no pudo disimular el estupor en sus gestos. Sus labios se abrieron levemente y sus ojos se desencajaron por la sorpresa. Sin poder evitarlo emitió una carcajada algo ácida. Aquella pelirroja nunca reaccionaba como él esperaba.

— ¡¿De mí?! — Contratacó él. — Pues no era yo el que estaba a punto de meterte a la fuerza en una camioneta. Te he salvado la vida fea, deberías estar agradecida.

Emma se cruzó de brazos, alzó el rostro furiosa y contempló a Alex con fiereza.

— Supongo que tu buena obra queda eclipsada por haberme retenido en contra de mi voluntad en este barrio de mierda.

Un minúsculo músculo se tensó en la mandíbula de Alex.

— Me amenazaste. Y a mí nadie me amenaza.

— ¡Lo hice porque estabas dispuesto a dejar a Jeremy tirado en la calle!

Alex dio un paso rápido y se acercó un poco más a la chica.

Emma no lo admitiría jamás en voz alta, pero aquellos ojos ambarinos la intimidaban sobremanera. Y cuando él se acercó a ella, tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano por no mostrar lo acobardada que realmente se sentía.

— ¡Le hubiese estado bien merecido por gilipollas! ¡Si quieres culpar a alguien cúlpalo a él!

— ¡Te culpo a ti porque tú lo obligaste a venir aquí!

Alex exhaló, hastiado, y permaneció contemplando a Emma varios segundos más de la cuenta. Era agotador discutir con aquella fierecilla. Y su voz gritona le daba dolor de cabeza.

— Mira pelirroja. — Dijo finalmente el chico intentando recobrar la compostura. — Yo ya he tenido suficiente por esta noche. Así que si quieres llegar a tu casa más te vale montarte rápido o te juro que te dejo aquí sola. Tengo mejores cosas que hacer que perder el tiempo discutiendo contigo. — Amenazó él mientras le daba la espalda y se acercaba a su moto en marcha.

Emma permaneció estática sopesando sus opciones, no tenía muchas alternativas. Montarse en la moto de aquel camorrista era lo último que habría hecho en condiciones normales. Pero aquella situación podía catalogarse de cualquier forma menos de normal.

— ¿Me llevarás directa a casa? — Preguntó dubitativa.

Él le dedicó una mirada envenenada.

— ¿Y a dónde cojones te iba a llevar sino fea? No tengo ningún tipo de interés en pasar el tiempo contigo créeme. Así que si no te importa, móntate de una puta vez y acabemos con esto.

Emma se acercó a la moto temblorosa. A regañadientes se sujetó en el fuerte antebrazo de él para mantener el equilibrio, y se sintió agradecida de haber llevado unos pantalones en vez de una falda.

— A ver, ¿dónde vives princesita? — Preguntó Alex con tono jocoso al mismo tiempo que la miraba por encima del hombro, contemplando aquellos ojos azules con motas verdes a escasos centímetros de los suyos. Su cerebro, de forma involuntaria, captó las diminutas pecas que decoraban su nariz respingona.

Emma no lo reconocería delante de aquel tipo ni aunque le cortasen el brazo. Pero no recordaba el nombre de la calle en la que vivía.

— Emma. — Respondió tajantemente atrayendo de nuevo la atención de Alex a sus ojos. — Me llamo Emma, ni fea, ni princesita ni ningún otro tipo de mote estúpido que tu diminuto cerebro pueda idear. Y puedes dejarme donde nos conocimos esta tarde. — Respondió Emma con una frialdad que Alex interpretó como desprecio.

La comisura derecha del labio del chico comenzó a tensarse levemente, haciendo que media sonrisa canalla apareciera en aquel anguloso rostro.

— ¿Qué pasa? — Preguntó Myers. — ¿No quieres que sepa dónde vives? ¿Crees que me colaré por la noche en tu habitación para aprovecharme de ti?

Temo más que intentes robarme. Pensó Emma, quien prácticamente tuvo que morderse la lengua para no decir aquellas palabras en voz alta.

Alex, ajeno a los pensamientos de Emma, continúo hablando.

— Quédate tranquila. No eres mi tipo en absoluto, fea. — Dijo él recalcando la última palabra.

Emma se removió furiosa. No quería gustarle a aquel imbécil con cara de ángel, cuerpo de demonio y actitud chulesca. Pero tampoco entendía por qué admitía con tanta certeza que ella no era su tipo en absoluto. ¿Qué tenía ella de malo? ¿Y por qué se estaba preguntando eso? ¡Si no le gustaba a aquel troglodita mejor! ¡Era un imbécil!

— ¿Quieres cerrar la bocaza y llevarme a donde te he dicho?

Él pareció satisfecho por su reacción, y aunque Emma no comprendió nada en absoluto, decidió dejarlo pasar. Temía volver a enfurecerlo y que la dejara tirada en aquella barriada inmunda.

— Sujétate a mí. — Ordenó él.

— No gracias. Puedo agarrarme aquí. — Dijo Emma mientras se enganchaba a la zona del chasis que había detrás de su asiento.

El chico se encogió de hombros con indiferencia.

— Como quieras.

Alex había aprendido que era inútil discutir con aquella pelirroja, y que si quería conseguir algo de ella era mejor hacérselo ver. Le dio gas a la moto e hizo un caballito con ella, provocando que Emma profiriera un grito aterrador que salió de lo más profundo de su ser. Ella se aferró a la cintura de Alex con todas sus fuerzas evitando por pocos segundos caer de espaldas al asfalto.

— ¡¿Eres imbécil?! — Exclamó ella cerca de su oído cuando él puso de nuevo la moto a dos ruedas.

Él volvió a mirarla por encima de su hombro con una sonrisa arrogante, ignorando adrede, la forma en que los vellos de su nuca habían reaccionado al sentir su aliento en la piel.

— Para ser una niña de papá dices muchos tacos. Esta noche me has llamado imbécil, bestia, gilipollas, mierda y capullo arrogante. — Dijo enumerando los insultos que ella le había dedicado a lo largo de la noche. — Pero ¿sabes qué? — Preguntó bajando un poco la voz, como si pretendiera contarle algún secreto inconfesable. — Soy el único dispuesto a ayudarte esta noche princesita.

El rostro de Emma se crispó, logrando con ello que la sonrisa de Myers se ensanchara en respuesta. Ella estuvo a punto de protestar, pero él, que intuyó sus pretensiones, volvió su mirada al frente y aceleró la moto de forma precipitada. Giró el manillar para dar media vuelta y ambos salieron lanzados por la avenida, dejando como estela un reguero de humo negro y otro grito de Emma.

Los labios de Alex mostraron una sonrisa de forma involuntaria cuando escuchó su alarido, y cuando sintió cómo ella lo aprisionaba entre sus endebles brazos, aplastando su rostro contra su espalda. Llevarla pegada a su cuerpo resultaba extrañamente reconfortante.

Las manos de Emma sintieron bajo su tacto la firmeza de la musculatura definida de Alex. Su cuerpo desprendía calor en contraste con el frío que azotaba el rostro de Emma. Su cabello pelirrojo se soltó de la gomilla que hasta ahora lo había mantenido sujeto, y ella sintió cómo los mechones hondeaban al viento como banderas en un mástil. Su cuerpo se movía en sintonía con el de Alex, que se inclinaba para coger las curvas de forma impecable, provocando que Emma cerrara los ojos con fuerza. Aterrorizada.

Alex paró la moto en el mismo lugar donde había conocido a Emma horas antes, pero ella no movió un músculo. Estaba petrificada, en parte por el frío y en parte por el miedo. Él bajó la mirada y contempló cómo aquellas pequeñas manos permanecían sujetas a su abdomen como si estuviesen pegadas con cola.

— Si quieres doy otra vuelta. — Dijo Alex con una sonrisa en los labios. Provocando que Emma se apartase de él bruscamente. Como si le hubiese quemado las manos.

— No, gracias. — Respondió con sarcasmo. — Ya he tenido suficiente para tres vidas. — Dijo ella mientras se sujetaba en sus hombros y bajaba del vehículo con más torpeza de la que hubiese deseado.

— Para haberte criado en un barrio tan pijo como este eres muy mal educada fea. — La chinchó Alex. Fastidiar a aquella chica se estaba convirtiendo en su pasatiempo favorito.

Emma forzó una falsa sonrisa, y aunque Alex vio a la perfección que aquella sonrisa no llegaba a sus ojos, no pudo evitar el extraño latido seco que dio su corazón cuando vio los pequeños hoyuelos que se marcaron en su piel al sonreír.

— Ha sido una auténtica desgracia conocerte. Y espero sinceramente que nuestros caminos no vuelvan a cruzarse nunca más. — Afirmó Emma.

Ella comenzó a caminar con paso decidido, tratando de recordar el camino de vuelta a su casa, mientras que Alex la veía alejarse, incapaz de quitarle los ojos de encima. Conforme su mirada acariciaba las sutiles curvas de su cuerpo se dio cuenta de algo. Aquella pelirroja le atraía, y mucho.

Nunca había conocido a una chica como aquella, y había conocido a muchas. Por lo general las féminas solían ser bastante predecibles. Él las catalogaba en tres grupos bien diferenciados. Daba igual en qué lugar de la ciudad se hubiesen criado. Siempre encajaban en uno u otro grupo.

Estaban las recatadas, por lo general chicas asustadizas que cumplían las normas y que se emocionaban cuando el chico malo les prestaba un poco de atención. Le sonreían en la distancia y se mostraban tímidas y ansiosas cuando él mostraba algo de interés. Y siempre, pensaban que él era algún tipo de proyecto, alguien con traumas infantiles a quién debían cuidar y a quien querían cambiar.

También estaban las directas, las que sin esperar a que él se acercara ellas tomaban la iniciativa. Ambos dejaban claras cuáles eran sus intenciones y cuando ya no se divertían pasaban a otra cosa. Bianca era de estas.

Por último, estaban las inaccesibles. Las que se mostraban frías, autosuficientes e independientes. Este era el grupo que más le gustaba a Alex, las difíciles. Suponían un reto para él, y eso le gustaba.

Pero los tres grupos tenían algo en común, en cuanto Alex mostraba su sonrisa, las chicas caían rendidas a sus pies.

A simple vista, aquella pelirroja parecía encajar a la perfección con el tercer grupo, pero solo había que observarla unos minutos para darse cuenta de que realmente era una mezcla de los tres. Sus expresiones faciales encajaban con las del primer grupo. Tenía unos ojos extremadamente expresivos. Se ruborizaba y se sentía cohibida en momentos determinados. Pero al siguiente segundo se comportaba como las terceras, directa, sin filtros. Mandándolo a la mierda sin tapujos e insultándolo de cualquier manera. Desafiándolo.

Solo había necesitado pasar con ella media hora para darse cuenta de que aquella chica era atípica. No le temblaban las piernas cuando lo tenía enfrente. Era terca, y frustrante, y al mismo tiempo, increíblemente excitante.

Perdón una y mil veces por la tardanza en actualizar. Pero he estado un par de semanas de viaje en el extranjero y no he tenido ocasión se escribir nada. ¡Lo siento!

Prometo no tardar tanto la próxima vez :) aunque espero que haya merecido la pena.

Mil gracias por leerme.

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