Capítulo 2; ¡Da media vuelta!
Emma sintió tanto alivio cuando en la distancia reconoció la calle por la que horas antes había enfilado con el coche de su padre, que estuvo a punto de llorar de alegría. Aceleró el paso, esprintando por la avenida hasta llegar a su nueva residencia.
El corazón le iba a mil por hora, y no únicamente por el esfuerzo de la carrera, sino por el desagradable encontronazo que había sufrido con aquel chulo ensangrentado. Se apoyó en la fachada de la vivienda, intentando recobrar el aliento, hasta que sus pulsaciones volvieron poco a poco a la normalidad.
Cuando recobró la calma, suspiró aliviada y pulsó el botón del porterillo.
A los pocos segundos escucho el sonido metalizado de la puerta peatonal al abrirse. Subió por la pendiente ajardinada hasta llegar a la puerta principal que permanecía abierta. En ella su madre la esperaba apoyada en el quicio, con expresión adusta en el rostro. Los labios tan apretados que formaban una fina línea recta. Los ojos entrecerrados, lanzando cuchillos con su mirada. Los brazos cruzados a la altura del pecho.
- Te he llamado media docena de veces y tenías el teléfono apagado. - Dijo su madre a modo de saludo.
- Se ha quedado sin batería. - Respondió Emma jadeante, mientras que ignorando el enfado de su madre, pasaba junto a ella sin mirarla y desabrochaba el brazalete donde llevaba colgado el inservible aparato.
Su madre la sujetó por el brazo.
- Emma, por favor. No te comportes así. Tú no eres así.
Emma cerró los ojos unos segundos antes de volver a mirar a su madre. El tiempo justo para insuflar oxígeno a sus pulmones.
- Mamá. Entiendo todo lo que me habéis explicado. Sé que esto es una oportunidad única para papá y todo eso pero...
- No es solo para papá tesoro. Eso es lo que necesito que comprendas.
Emma exhaló, y una vez más aguantó las lágrimas.
- Dices que esto es bueno para mí. Pero yo no veo nada positivo en separarme de mi novio y de mis amigos en mitad de curso mamá. Yo no quería nada de esto. - Dijo señalando al inmenso recibidor. - No lo pedí. Yo era feliz con lo que tenía, y no necesitaba más. Esto no lo hacéis por mí. Lo hacéis por vosotros, y no quieras convencerme de lo contrario porque no lo conseguirás.
Emma dio un fuerte tirón para zafarse del agarre de su madre y comenzó a subir las escaleras de dos en dos.
Su madre contempló apenada como Emma se alejaba de ella mientras subía a la segunda planta con pasos impetuosos. "Es muy joven", pensó Abby. No comprendía todo lo que el dinero podía proporcionarle. Ella había pasado auténticas necesidades cuando era una cría y sabía de lo que hablaba.
- ¡¿Aún estás así?! - Exclamó su padre cuando la vio aparecer por las escaleras, acalorada y exasperada.
Emma dejó de caminar y lo observó con cierta confusión. Su padre estaba recién duchado, con el rostro afeitado, perfumado y terminando de abotonarse una camisa de rayas blancas y azules que conjuntaba a la perfección con el pantalón de pinzas azul marino que llevaba puesto.
Sin gafas su padre parecía un hombre diferente. Emma había heredado de su padre el color de pelo anaranjado, la tez blanca, la forma de ojos ovalada y los hoyuelos al sonreír. Al verlo así, distraído, podía entender lo que su madre había visto en él años atrás, porque a pesar de sus cuarenta y seis años, su padre seguía conservando parte del encanto que tuvo en su juventud.
- ¿Así cómo? - Preguntó Emma mientras se acercaba a la puerta de su dormitorio.
Su padre dejó de abotonarse los puños de la camisa para observar a su hija unos segundos.
- Sin arreglar. - Respondió, como si ella tuviese que saber a qué se estaba refiriendo su padre.
- ¿Arreglar para qué? - Pregunto Emma confusa.
- Para la cena en casa de los Brown.
- ¿Quiénes son los Brown? ¿Qué cena? - Preguntó Emma desconcertada alzando la voz con cada palabra.
Era la primera noticia que tenía al respecto. Lo último que le apetecía en el mundo era tener que asistir a una estúpida cena, con estúpidas personas a las que ni conocía, ni tenía interés en conocer, para escuchar absurdas conversaciones de ricachones petulantes.
Lo único que realmente necesitaba Emma era darse una buena ducha y dormir diez años seguidos, ahogar sus penas en helado de chocolate y ver alguna película cursi que tocara sus emociones para ayudarla a desahogarse.
Su padre la miró fijamente con sus brillantes ojos verdes. Parecía irritado.
- Hemos venido todo el trayecto en coche hablando de lo mismo Emma. De esta cena. Marc Brown es mi jefe, y ha tenido la gentileza de invitarnos esta noche a su casa a cenar para presentarme al resto de socios del bufete. Así que dúchate, vístete, y en veinte minutos te quiero preparada. - Emma se enfurruñó y se cruzó de brazos molesta. Estuvo a punto de gritarle a su padre que no pensaba ir. Que no tenía intención de acudir a una fiesta de pijos donde se felicitaran unos a otros por su gran trabajo. Y que desde luego no iba a malgastar un segundo de su vida en intentar complacerlos cuando a ellos les había dado igual amargarle la existencia. Pero no tuvo ocasión. Su padre leyó todas y cada una de esas palabras no dichas en sus facciones. - Y por si te queda la más mínima duda...no es una sugerencia. - Sentenció su padre.
El rostro de Emma se desencajó, y furiosa se marchó dando grandes zancadas a su dormitorio. En cuanto entró, dio un violento portazo en respuesta, y deseó con todas sus fuerzas que tanto su madre como su padre lo hubiesen escuchado. Se apoyó un segundo en la puerta, cerrando los ojos con fuerza y se resbaló por ella hasta llegar al suelo.
Allí, sintiéndose presa de una impotencia que consumía su alma como el fuego consume una hoja de papel, agobiada por su cambio de vida, angustiada por lo infeliz que se sentía al haber perdido todo lo que realmente le importaba, hundió la cara en sus manos y comenzó a llorar.
Se dejó llevar durante unos minutos por el victimismo, mientras su cuerpo se sacudía por los sollozos. Poco a poco, las lágrimas y el dolor fueron sustituidos por la rabia y el resentimiento que sentía hacia sus padres. La indignación se apoderó de ella, extendiéndose como el veneno por su sistema circulatorio. Invadiendo cada milímetro de su ser.
Alzó el rostro, se limpió las lágrimas, y gateó enfurecida hasta el lugar en el que aún permanecía su maleta abierta. Rebuscó entre las prendas algo de ropa con la que vestirse, y tras meditarlo durante dos segundos y medio, decidió que no tenía por qué arreglarse para ir a casa de unos desconocidos. ¿Sus padres querían que fuera? Bien, lo haría, pero a su manera.
Sujetó sus tejanos más desgastados, unos de color negro que se ajustaban a la perfección a sus piernas. Una camiseta de tirantas, de algodón negra de los guns n' roses que tenía en el frontal una calavera con cara de mala leche y de la boca le salían dos pistolas, una apuntando a cada extremo del cuerpo, y una rosa debajo de cada una de ellas. Era una camiseta que le había regalado Ryan cuando los dos asistieron a un concierto del grupo. A ella no le gustaba demasiado, solo se la había puesto una vez para estar por casa. La había traído porque le recordaba a Ryan, y en aquel preciso momento, le pareció la ocasión perfecta para desempolvarla. Sujetó unas botas militares que hacía años que no se ponía, y tras darse una ducha rápida, se enfundó en sus prendas.
No se maquilló, ni se entretuvo en arreglarse el pelo. Se limitó a sujetarlo sobre su cabeza con una gomilla de cualquier forma. Y bajó las escaleras, ansiando ver la expresión horrorizada en el rostro de sus padres.
Sus progenitores hablaban en tono susurrante junto a la puerta de acceso, y por más que Emma trató de agudizar el oído, no consiguió saber de qué hablaban.
Mientras bajaba observó que su madre se había colocado un bonito vestido de color azul marino con florecitas blancas bordadas, que le llegaba a la altura de la rodilla. Llevaba el pelo lacio, en una perfecta cortina de cabello rubio que le llegaba a los hombros. Su padre estaba terminando de colocarse la chaqueta. Ambos la escucharon bajar las escaleras y se giraron para mirarla.
El único gesto que delató la disconformidad de su padre, fue un músculo que se movió al tensarse su mandíbula. Pero solo duró unos segundos, y eso desconcertó en cierto grado a Emma. Su padre odiaba esa camiseta con todas sus fuerzas, ya la amenazó aquella vez que la usó con utilizarla para limpiar el coche si volvía a verla con ella puesta.
El rostro de su madre, en cambio, era un poema. Su mirada incrédula, se paseaba una y otra vez de arriba abajo por la silueta de Emma, hasta que finalmente, sus ojos azules, se centraron en los de ella, asesinándola sin palabras.
Emma disfrutó del más que evidente desconcierto de su madre. Lo tenía todo estudiado. Para cada queja que sus padres pudiesen tener, ella tenía una respuesta preparada. Estaba más que dispuesta a empezar una discusión, a conseguir que la castigasen y así evitar ir a la estúpida cena. Pero su padre, la sorprendió.
- Ya estamos listos por lo que veo ¿no? Pues vamos, no quiero llegar tarde.
El rostro de su madre se giró rápidamente para mirar a su marido.
- ¿No piensas decirle nada? - Preguntó su madre con incredulidad.
Sus padres intercambiaron una mirada cómplice, y Emma supo que sin palabras estaban hablándose. Ellos tenían esa habilidad. Y ella detestaba esa destreza.
No pronunciaron un solo fonema, pero el rostro de su madre cambió.
- Vamos Emma. - Dijo esta como si acabasen de hipnotizarla.
La mandíbula de Emma calló varios centímetros, y sus pulsaciones se aceleraron. ¿Qué acababa de ocurrir? ¿A su padre le daba igual que ella se presentara en casa de su jefe con semejante atuendo? ¡Lo había hecho para que la castigasen no para que la obligasen a ir!
Una punzada de nervios se extendió por su columna vertebral. Ahora era tarde para echarse atrás. No le quedaba más remedio que aguantarse y tratar de pasar la noche como pudiese.
Cuadró los hombros y con cierta reticencia, siguió a sus padres al exterior de la vivienda.
Tras unos silenciosos minutos dentro del vehículo, llegaron a la fachada de la lujosa residencia de los Brown. La vivienda estaba situada a pocas manzanas de la de los Lawrence, y Emma la reconoció por haber pasado frente a ella un par de veces cuando anduvo perdida por la urbanización una hora atrás. El portón de forja estaba abierto de par en par, y un señor con traje de seguridad, alumbró al interior del vehículo de Emma. Su padre bajó la ventanilla.
- Buenas noches señor. ¿Su nombre por favor? - Preguntó el guardia mientras ojeaba un listado que sostenía en sus manos.
- Lawrence. Rob Lawrence y familia.
El señor de seguridad pasó un par de folios, ¡un par de folio! ¿Cuánta gente había en aquella maldita fiesta? Emma se removió incómoda en su asiento.
Finalmente, el segurata mostró una sonrisa estudiada.
- Pueden pasar. Que disfruten de la velada.
- Gracias. - Respondió el padre de Emma al tiempo que volvía a poner el vehículo en marcha.
Conforme se fueron adentrando en los terrenos de la vivienda, Emma pudo apreciar la opulencia y el desahogo económico que aquella familia debía poseer. Unos jardines que parecían no tener fin flanqueaban la calzada. El padre de Emma tuvo que bordear una fuente circular hecha de piedra que había en medio del camino, y que era la única vía posible para llegar a la entrada principal.
Varias docenas de vehículos estaban estacionados en la vía de acceso, y el padre de Emma aparcó detrás del último.
Emma se apeó del vehículo, y contempló la mansión de estilo europeo en la que habitaba el jefe de su padre. Tenía tres plantas colmadas de terrazas y ventanas hechas de madera. Un porche repleto de amplios arcos semicirculares rodeaba la inmensa casa dándole a la vivienda un aspecto campestre.
Los padres de Emma enlazaron sus manos y comenzaron a caminar por el jardín iluminado y bien cuidado en dirección a la puerta principal. Al final de la pequeña escalera que daba acceso al porche, había un camarero con uniforme blanco, con una bandeja en la mano y varias copas sobre ella.
- Bienvenidos. ¿Les apetece un poco de champan? - Saludó al tiempo que tendía un par de copas a los padres de Emma, quienes las aceptaron de buen grado. - Por favor, pasen al jardín con el resto de invitados. - Indicó el camarero, señalando con su mano libre al lateral para que rodearan el porche.
Emma, siguiendo a sus padres, caminó por el porche bordeando la mansión, hasta llegar al espectacular jardín trasero. Había palmeras de diferentes tipos repartidas de forma estudiada por el terreno, un tupido y bien cuidado césped ocupada la mayor parte de la propiedad, pero nada de aquello fue lo que llamó la atención de Emma. Lo que captó su interés fue lo que se encontraba en el otro extremo del jardín, una inmensa piscina que simulaba una playa caribeña, con arena blanca, agua turquesa, y alguna que otra piedra gigante repartida por la orilla.
- Madre mía. - Susurró su madre impresionada. - Qué cantidad de gente.
Hasta que no escuchó a su madre decir aquellas palabras, Emma no reparó en los invitados. Había reunidas varias decenas de personas, la mayoría de la edad de sus padres, aunque también pudo ver a varios chicos de su edad. Tanto unos como otros tenían algo en común, todos llevaban ropa de media etiqueta.
Emma jamás se había sentido tan fuera de lugar como en aquel momento, y sintió cómo todas las miradas se centraban en ella.
Su corazón se aceleró, y se forzó en no mostrar lo cohibida que se sentía.
Un señor, barrigón, alto y de piel negra, se acercó a ellos con una amplia sonrisa.
- ¡Rob! ¡Qué alegría verte! - Exclamó aquel desconocido tendiéndole la mano al padre de Emma, quien la aceptó devolviéndole la sonrisa.
- Hola Marc. Te presento a mi familia. Estas son mi esposa Abby y nuestra hija Emma. Él es Marc Brown, mi jefe.
La sonrisa del señor Brown titubeo unos segundos cuando sus ojos se posaron en el atuendo de Emma. Pero rápidamente disimuló su asombro y estrechó la mano de las dos mujeres.
- Encantado de conoceros. Espero que el viaje haya ido bien y que la casa sea de vuestro agrado.
- Es maravillosa. - Respondió la madre de Emma. - Muchas gracias por ayudarnos a encontrarla.
- No hay de qué mujer. Siempre me ha gustado esa casa, estuve a punto de comprarla, pero a Elisabeth, mi mujer, le gusta un estilo más clásico. Cuando Rob me comentó lo que estabais buscando supe que era perfecta para vosotros. Y hablando de Elisabeth, venid, quiero presentaros a mi familia.
Los tres siguieron a Marc Brown por el jardín, y mientras caminaban, este aprovechaba para presentarles a más y más personas. Emma estaba hastiada, y era incapaz de disimular su malestar.
- ¡Cariño! - Exclamó Marc. Y una señora de edad similar a la de la madre de Emma, se dio la vuelta buscando con la mirada a su marido. Cuando lo vio, una amplia sonrisa se mostró en sus labios, haciendo que la blancura de sus dientes contrastara de una forma maravillosa con la oscuridad de su tez. - Estos son los Lawrence, Rob, Abby y su encantadora hija Emma. Ella es Elisabeth, mi mujer.
- Encantada de conoceros. Marc no ha parado de hablar de Rob en estas últimas semanas.
- Cosas buenas, espero. - Puntualizó el padre de Emma.
- No lo dudes. - Respondió el señor Brown. - ¿Os importa que os robe a Rob unos minutos? - La madre de Emma mostró una sonrisa encantadora al mismo tiempo que hacía una señal con la mano para que los hombres se marcharan. Entonces Marc puso una mano sobre la espalda del padre de Emma y comenzó a guiarlo entre la gente. - Hay un par de personas que quiero presentarte.
Elisabeth y Abby se enfrascaron en una conversación que Emma decidió ignorar. Se limitó a pasear la mirada por aquellos desconocidos que la envolvían, y la elegante decoración que la rodeaba.
Emma se sintió terriblemente sola.
Aquella fiesta no se parecía en nada a las que ella estaba acostumbrada a asistir. Hasta aquel momento, las reuniones a las que sus padres la habían llevado eran barbacoas informales en el patio de algún vecino, donde la bebida más sofisticada que encontrabas era una cerveza de importación. Y donde el olor a carne a la brasa invadía sus sentidos. Donde cada uno se servía su comida y su bebida, y no había presupuesto para camareros uniformados ni canapés diminutos. Solían ser lugares de encuentro donde sus amigos siempre eran bienvenidos, y donde la decoración más elegante que podías encontrar era algún que otro farolillo colgado de las vigas del porche.
Tragó saliva, intentando con todas sus fuerzas no empezar a llorar. Estaba agotada. Tanto física como emocionalmente. Echaba tanto de menos su vida que dolía, y lo único que le apetecía y necesitaba con urgencia, era marcharse de allí.
- ¿Te sucede algo Emma? Tienes mal aspecto. - Observó la señora Brown, sorprendiendo a Emma.
Se sentía tan invisible que pensaba que nadie le prestaba atención.
Su madre le dedicó una mirada de advertencia, que Emma, decidió obedecer. Y en lugar de decir lo que realmente pensaba, se limitó a mentir como una bellaca.
- Padezco de migrañas, y ahora mismo estoy sufriendo una crisis. - Respondió ella forzando una mueca de dolor con el rostro.
El semblante de Elisabeth, se tornó preocupado.
- ¿Hay algo que podamos hacer? ¿Algún medicamento que te ayude?
- Solo necesito descansar. Ha sido un día muy largo. - Respondió Emma. - ¿Puedo marcharme a casa mamá? Me duele muchísimo la cabeza. - Mintió.
Su madre, que sabía de sobras que Emma jamás había padecido migrañas, trató de disimular su enojo.
- Seguro que puedes esperar un poco Emma. Papá está ocupado y no podemos interrumpirlo por un dolor de cabeza. Con un analgésico se te pasará en media hora.
- ¡Mama! - Exclamó un chico unos años mayor que Emma, con aspecto de deportista y un parecido asombroso con el señor Brown, mientras se acercaba a Elisabeth. - Tengo que irme. He quedado con Dwayne para terminar el proyecto que tenemos que presentar mañana.
La señora Brown sujetó por el brazo a su hijo con un diestro movimiento, obligándolo a permanecer más tiempo del que el chico estaba dispuesto.
- Jeremy, deja que te presente a nuestros nuevos vecinos. Estas son Abby y Emma Lawrence, familia del nuevo empleado de Brown's Asociados. Él es Jeremy, mi hijo mayor. Está estudiando arquitectura en la UCLA. - Anunció con tono orgulloso.
- ¡Vaya! Eso es impresionante. - Respondió Abby.
Jeremy forzó una sonrisa mientras que estrechaba de forma precipitada la mano a la madre de Emma. Necesitaba salir de allí cuanto antes. Había quedado con Alex Myers en la otra punta de la ciudad, y tenía menos de media hora para llegar. La paciencia no era una de las virtudes de Myers, y Jeremy lo sabía bien.
- Muchas gracias. - Respondió cortésmente.
Los ojos de Jeremy pasaron de la señora rubia a su hija, y necesitó aguantar la sonrisa cuando contempló la vestimenta que la chica llevaba. ¿Cómo demonios se presentaba en una fiesta de aquel tipo con semejantes pintas? Pero su sonrisa duró dos segundos y medio, el tiempo justo que tardó su madre en abrir la boca.
- ¿Te parecería bien que Jeremy lleve a Emma a casa? - Preguntó Elisabeth con brillo en los ojos. - Así ella podría descansar y vosotros no tendríais que marcharos antes de tiempo.
El corazón de Emma saltó de alegría al escuchar esas palabras. Su madre no podría negarse a semejante petición y ella sería libre de marcharse y esconderse bajo sus sábanas.
Cuando los ojos azules de su madre se desplazaron hasta ella, Emma pudo ver lo disgustada que estaba.
- Es una idea fantástica, pero no queremos molestar a Jeremy. - Respondió Abby con una amplia sonrisa falsa que Emma conocía a la perfección.
- Tonterías, no es ninguna molestia, ¿verdad? - Preguntó Elisabeth a su hijo.
¡Pues claro que era una molestia! ¡Joder no llegaría a tiempo ni alquilando un jet privado! Y Myers le daría tal paliza que tendría que comer líquido durante una buena temporada. Pero aun así, no podía negarse o levantaría las sospechas de su madre. Por lo que Jeremy se limitó a sonreír. Ansiando y necesitando que aquel estúpido intercambio de palabras terminase cuanto antes.
- Por supuesto que no. - Respondió mucho más clamado de lo que realmente estaba.
La sonrisa de Abby titubeo unos segundos, pero finalmente se dio por vencida.
- Eres muy gentil Jeremy. Emma, ve con él. Mañana hablamos.
Elisabeth le indicó a Jeremy cual era la vivienda de Emma, mientras que ella ignoraba a posta la amenaza implícita en las palabras de su madre, y saltaba de felicidad en su fuero interno.
Una vez se hubieron despedido, la chica caminó detrás de Jeremy entre el gentío, mientras que este aceleraba el paso y miraba su Smartphone de forma nerviosa. Emma intentaba seguirle el ritmo, pero el chico andaba tan rápido que parecía volar a ras de suelo.
- ¿Es muy importante ese proyecto tuyo? - Preguntó Emma cuando escuchó cómo el chico maldecía en voz baja mientras se guardaba el teléfono en el bolsillo trasero de su pantalón.
Jeremy le daba la espalda mientras caminaba a pasos acelerados en dirección a un impresionante coche deportivo. Era de un llamativo color rojo, y aunque Emma no supo identificar la marca, supo que debía ser carísimo.
- Creo que los dos sabemos que no hay ningún proyecto. - Declaró Jeremy bruscamente. Emma, impresionada, dejó de caminar y observó como el chico se introducía en el vehículo. La ventanilla del copiloto bajo lentamente y de forma silenciosa. - Oye pelirroja, o te subes o me marcho sin ti. Voy tarde de cojones. - La advirtió Jeremy sorprendiendo a Emma con su jenguaje.
Parecía otra persona diferente a la que acababan de presentarle en aquella estúpida fiesta.
Como no quiso comprobar si su amenaza iba en serio o no, se apresuró en sentarse en el asiento del copiloto. Se moría por volver a casa.
El vehículo olía a limpio, y la tapicería de cuero era tan cómoda que Emma sintió que podría dormirse si cerraba los ojos un segundo.
No había terminado de cerrar la puerta, cuando Jeremy colocó el brazo sobre el reposacabezas de Emma y comenzó a dar marcha atrás al vehículo. Emma, asustada ante la velocidad que el chico tomaba, se apresuró en colocarse el cinturón de seguridad. Jeremy frenó de forma brusca cuando llegó al final del camino, haciendo que el cuerpo de la chica saliera lanzado hacia delante. Maniobró de forma diestra para enderezar el vehículo y a continuación aceleró como un auténtico loco.
El corazón de Emma palpitaba a las mismas revoluciones que el motor de aquel vehículo. Jamás había visto a nadie conducir de una forma tan suicida más que en los ralis que a su padre le gustaba ver por televisión. Se aferró con todas sus fuerzas a la tapicería del asiento y miró a Jeremy completamente desconcertada.
- Oye, ¿te importaría ir un poco más despacio?
Jeremy, exhaló frustrado, pero no respondió. Y lo que era aún peor, no disminuyó la velocidad sino que aceleró violentamente.
¡Menudo imbécil!
Emma, rezó en silencio porque aquel desconocido la llevase pronto a casa y aquella tortura terminase cuanto antes. Pero entonces vio cómo dejaban atrás el desvío que Jeremy debería haber tomado para dejarla en su residencia. Ya no pudo soportarlo más.
- ¡¿A dónde vas?! ¡Acabas de pasarte mi casa! - Exclamó completamente desesperada mientras veía empequeñecer su nueva residencia a una velocidad casi homicida.
- Lo sé. - Respondió sin más.
- ¡¿Qué lo sabes?! ¡¿Y por qué no das la vuelta y me dejas en mi casa?! ¡Luego puedes seguir conduciendo como un loco y matarte por el camino si quieres!
- Te he dicho que iba tarde. Tengo que encontrarme con alguien en la otra punta de la ciudad. Luego te traigo a casa, así que tranquilízate y deja de gritar de una jodida vez.
Jeremy se saltaba todos los límites de velocidad establecidos, e incluso algún que otro semáforo en rojo, mientras que sus manos y sus pies se movían a una velocidad vertiginosa. Conduciendo como un auténtico profesional de las carreras de coche.
Emma cerró los ojos, y rezó porque algún control policial lo pillase y le obligase a parar. Exhaló profundamente y se aferró con todas sus fuerzas a la tapicería, ahogando gritos continuados cada vez que Jeremy giraba el volante de forma brusca y ella salía lanzada a un lado u otro del vehículo. Su corazón latía desbocado mientras que sus dientes atrapaban una y otra vez su labio inferior de forma frenética.
¡¿Por qué el karma se cebaba con ella de aquella forma tan atroz?! ¡¿Acaso no había tenido suficiente con tener que cambiar de vida?! ¡¿Ahora también era secuestrada por un pijo rebelde que estaba a punto de matarla en un accidente de tráfico?!
El día no paraba de mejorar.
Dejo en multimedia imagen de Emma y os dejo un pequeño adelanto del próximo capítulo, comienza la acción;
Alex desvió a regañadientes, la mirada de la chica pelirroja al tumulto que se había formado de repente, y palideció cuando vio lo que sucedía.
Los ojos desencajados de Alex se posaron sobre Emma quien le devolvía la mirada a través de la ventanilla con un claro gesto de pavor. Ella supo que si él estaba asustado, ella debería estar aterrorizada, y ciertamente lo estaba.
- ¡No salgas! - Exclamó él.
Gracias por leerme!! En unos días más ;)
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro