
Capítulo 17; Un infierno en el que arder
Emma avanzaba poco a poco por la calle tenuemente iluminada que se encontraba junto a los jardines donde ella y Alex se habían visto por primera vez.
La brisa nocturna hacía que su cabello ondeara mientras que ella esperaba que el aire fresco la ayudara a conseguir apaciguar el alocado latir de su corazón. No sabía por qué le pasaba aquello, pero era pensar en él y su pulso se aceleraba sin más. Y cuando lo tenía delante...Dios...cuando lo tenía delante era como si su termostato hubiese reventado y su temperatura corporal subiese varios grados consiguiendo asfixiarla.
Lo que él despertaba en ella era demencial, salvaje y excitante.
Emma alzó el rostro y sus ojos impactaron con la maravillosa visión de Alex esperándola en la distancia. Parecía un modelo apoyado en su Ducati, con los brazos cruzados a la altura del pecho sobre una camiseta verde oliva. Tan sexi y tan atractivo que Emma sintió un aleteo de mariposas que subía de su estómago a su pecho, acelerándole el pulso más de lo que ya lo tenía ante la perspectiva de pasar las próximas horas a solas con él.
Como si hubiese podido intuir las sensaciones que despertaba en ella, los perfectos labios de Myers esbozaron lentamente su media sonrisa pirata sin apartar sus intensos ojos color miel de ella. Tal era el descaro con el que él la observaba, que Emma se sintió azorada. Un calor sofocante se apoderó de sus mejillas. Temerosa de que él pudiese leer en sus pupilas todo lo que pasaba por su mente, se obligó a apartar la vista de él.
Pero por primera vez desde que se habían conocido, Alex no trataba de descifrarla, simplemente no podía dejar de mirarla. La pelirroja llevaba un pantalón de cuero negro que se adhería a sus sutiles curvas como una segunda piel, conjuntado con lo que parecía un corpiño rojo decorado con calaveras que se ataba a su cuello con un lazo negro. La prenda dejaba poco margen a la imaginación. No mostraba nada, pero lo insinuaba todo. Tenía unos pechos pequeños, pero a él le resultaban perfectos y extremadamente apetecibles. Por no hablar de aquella piel punteada de pecas con la que fantaseaba en silencio.
Se visualizó desatándole la prenda, deslizando su lengua por su sedosa piel, acariciando sus hombros, succionando su cuello, besando cada milímetro de su ser.
Excitado solo con mirarla, y nervioso como no recordaba haber estado en la vida, se obligó a apartar esas ideas de su mente y a dirigir su atención hacia otro lado que no fuese su escote. Sus ojos color miel ascendieron por su clavícula y su cuello, dibujando con sus ojos el camino que quería hacer con su lengua. Pero entonces llegó a sus labios, una boca color cereza que invitaban a besarla hasta quedar sin aliento, y ya no pudo apartar la mirada de ahí.
Alex tragó saliva para impedir que un leve gemido de frustración escapara de sus labios.
« ¿Por qué cojones había tenido que prometerle que no la besaría? ¿Qué tío en su sano juicio podía resistirse a una preciosidad como ella?» «Un demente» Se dijo a sí mismo.
Los ojos azules de la chica, regresaron a los suyos con cierta timidez cuando llegó a su encuentro. Alex sintió cómo un extraño cosquilleo le recorría la espina dorsal cuando el amago de una sonrisa apareció en sus labios marcándole levemente uno de sus hoyuelos.
Le encantaba su sonrisa.
— Siento... llegar tarde. — Balbuceó. — Mi madre se empeñó en que la ayudase a instalar un programa en el ordenador y hasta que no lo tuvo no me permitió salir. — Mintió Emma. Lo cierto era que había tardado una eternidad en decidir qué ropa ponerse. Se había cambiado de modelo media docena de veces, por no hablar de lo que había tardado en rizarse las puntas del cabello.
Alex, que sin apartar los ojos de Emma había avanzado hacia ella con paso firme, ladeo la cabeza y le respondió con media sonrisa enigmática.
— Hay cosas por las que merece la pena esperar. — Susurró.
Emma, hipnotizada con su sonrisa, fue testigo de cómo esta desaparecía de los carnosos labios de Alex.
Incapaz de apartar la vista de su boca, vio cómo el chico se humedecía los labios y cómo sus dientes atrapaban su labio inferior con una lentitud desquiciante.
No se había dado cuenta, pero debían haberse acercado, porque él estaba muy cerca de ella, tanto que Emma podía sentir su calidez y oler el perfume a tierra mojada y especias que él emanaba. Tan cerca, que podía rodear su cuello con los brazos sin dificultad y con solo ponerse de puntillas acotar la distancia que los separaba.
Su mirada osciló de sus labios a sus ojos y quedó impactada cuando pudo leer sin dificultad alguna la lucha interna que Myers parecía tener.
Él también quería besarla.
Atolondrada, tragó saliva y se obligó a apartar la mirada de aquellos ojos ambarinos que la atravesaban sin pudor.
Dio un paso atrás rompiendo el hechizo.
— Bueno... ¿Y a dónde se supone que vamos a ir? — Preguntó con fingida despreocupación mientras que hacía todo lo posible por calmar los alocados latidos de su corazón.
— Es una sorpresa. — Respondió él con satisfacción al ver que ella parecía tan alterada en su presencia como él en la de ella. — Solo te diré que está lejos. No podemos ir andando.
Los expresivos ojos de la pelirroja lo miraron desorbitados al comprender que él pretendía que volviese a montar en su moto.
— No pienso montar sobre una máquina de matar. — Aseguró tajantemente.
Él le mostró una sonrisa engreída.
— Es en la moto sobre lo que tienes que montarte, no sobre mí. — Aseguró con tono burlón mientras se sentaba a horcajadas sobre el asiento. — Aunque no me escucharías oponer resistencia si fuese al contrario.
Emma se sintió agradecida de que Alex centrara su vista en la llave de contacto en el momento justo en que su sangre se agolpaba en sus mejillas.
« ¿Por qué siempre tenía que decir cosas de aquel tipo?» « ¿Y por qué le gustaba tanto escucharlas?»
Quedó paralizada, observando lo sexi que estaba encima de aquella moto. Analizando cómo el pantalón se ajustaba a su silueta. Observando los duros y flexibles músculos de sus brazos.
No fue consciente de que se había quedado pasmada hasta que él la miró por encima del hombro con una ceja alzada. Interrogándola sin palabras.
Alex vio como ella parpadeaba aceleradamente, saliendo de un extraño trance.
« ¿Estará arrepintiéndose?» Se preguntó.
Apartó la vista de ella tratando de calmarse. Aliviado, sintió cómo la chica se colocaba a su espalda. Puso el vehículo en marcha y esperó ansioso sentir los brazos de Emma a su alrededor. Pero en lugar de eso, la chica se limitó a aferrarse a su camiseta.
Él, decepcionado, la miró por encima del hombro.
— ¿Necesitas que te recuerde lo que ocurrió la última vez que no te sujetaste a mí fea?
Ella le respondió con una mueca de disgusto, pero a pesar de su reticencia, no se bajó. Alex notó cómo su corazón se aceleraba cuando ella apretó los brazos a su alrededor, cuando sintió su pecho en contacto con su columna vertebral y cuando la chica recostó la cabeza sobre su espalda.
No era la primera vez que llevaba a una chica detrás, ni la segunda...ni la décima. Pero sí era la primera vez que se sentía tan abrumado. Sin duda podría acostumbrarse a aquello.
Él cogió una gran bocanada de aire silenciosamente para intentar calmarse. Le dio gas a la moto, y ella se dejó llevar así, sintiéndose extrañamente segura con él, reconfortada por la suavidad del viento que acariciaba su piel, devolviéndole las sonrisas cada vez que él frenaba en algún semáforo y la miraba por encima del hombro.
A los veinte minutos Myers estacionó su vehículo en una avenida estrecha bordeada por edificios de pisos de distintas alturas. Las construcciones poco tenían que ver unas con otras salvo que todas parecían estar habitadas. Los locales comerciales situados en la parte bajan de las viviendas, estaban todos cerrados. Salvo los restaurantes, que lejos de estar muertos, tenían serpientes de personas haciendo cola animadamente mientras esperaban para conseguir alguna mesa libre.
— Vamos fea, por aquí. — Indicó Alex tomándola por sorpresa al sujetarla por la muñeca.
Una leve brisa se levantó agitando su cabello de la misma forma en que mecía las ramas de los árboles cercanos, pero Emma no lo sintió. Todo en lo que ella podía concentrarse era en el cálido tacto de Alex que la sujetaba con delicada firmeza.
En silencio, Emma rezaba porque los dedos de Myers no hubiesen detectado en su muñeca su acelerado pulso.
Él, la guio en silencio en dirección contraria a donde estaban situados los restaurantes. Adentrándose en una pequeña calle situada entre dos edificios de pisos.
— ¿Esta es tu idea de una cita romántica? — Pregunto ella sintiéndose agradecida de que su voz no delatara el nerviosismo que sentía bullir en su interior. — ¿Llevarme a un callejón oscuro? — El sonido de su voz retumbó en las paredes cercanas.
Una sutil sonrisa atravesó el rostro de Alex al escuchar la palabra "romántica".
— No seas impaciente. Ya casi hemos llegado.
Alex dejó de caminar cuando se hallaron frente a una puerta oxidada que estaba situada en la mitad del callejón. Con cierta reticencia, soltó a Emma de la mano. Rebuscó por sus bolsillos, hasta que localizó el objeto metalizado.
Emma lo observó mientras introducía la llave en la cerradura, analizó el sutil movimiento de su musculatura al girar el brazo, la forma en que sus ojos se achinaban concentrados, el misterioso aspecto que le otorgaba la luz de la luna en medio de aquella penumbra.
La puerta chirrió al abrirse. Myers palpó la pared interior hasta que sus dedos encontraron el interruptor. Lo pulsó y una tímida luz iluminó una escalera empinada hecha de madera de roble.
— Tú primero. — Susurró él con un extraño brillo en la mirada.
Emma, después de dudar unos segundos, decidió obedecer. Escuchó cómo la puerta volvía a cerrase mientras ascendía lentamente.
Alex la seguía de cerca, ansioso y acongojado en partes iguales ante su reacción cuando se encontraran arriba.
Cuando Emma hubo subido el último peldaño, quedó paralizada ante lo que veían sus ojos. Tenía frente a sí un inmenso pasillo. Pero lo que tenía de particular era que ni las paredes ni el techo estaban hechos de ladrillos. Había libros. Cientos de ellos. Miles. Decenas de pilas de libros se inclinaban hacia dentro hasta formar un largo túnel por el que Emma, alucinada comenzó a caminar.
Miró a Myers por encima del hombro.
— ¿Me has traído a una biblioteca? — Preguntó con incredulidad.
Alex comprobó cómo sus expresivos ojos centellearon ilusionados mientras que una amplia sonrisa se abría paso tímidamente en sus perfectos labios.
— Dijiste que te gustaba escribir... — Le recordó él mientras se encogía de hombros con fingida indiferencia.
Emma ni siquiera recordaba cuándo se lo había comentado. Pero el hecho de que él hubiese almacenado esa información y la hubiese utilizado para sorprenderla hizo que le temblaran las entrañas.
Alex complacido como pocas veces en su vida, disfrutó cuando la vio caminar maravillada, acariciando con delicadeza los tomos de libros que iban dejando atrás.
El característico olor a libro usado envolvió a Emma como una manta calentita en pleno invierno, haciéndola sentir reconfortada.
Ejemplares de todo tipo de temáticas, estaban repartidas por estanterías que abarcaban del suelo al techo. Pero no fue eso lo que dejó sin habla a Emma.
Su respiración se cortó, y sus músculos se congelaron.
Al final de la galería, se abría una estancia que alguien se había encargado de transformar asombrosamente.
Diminutas luces blancas colgaban en hileras de unas estanterías a otras, haciendo que el lugar permaneciera tenuemente iluminado con una bóveda luminiscente. En el suelo, había una manta de color oscura con varios cojines y almohadones repartidos alrededor, consiguiendo que la biblioteca adquiriera un ambiente más acogedor del que ya tenía de por sí. En el centro de la manta había una caja de pizza, y una cubitera llena de hielo con cervezas dentro.
— Dime que no eres celiaca. — Susurró la voz profunda de Alex junto a su oído levantando escalofríos en la piel de la chica.
Emma, se giró perpleja, casi no podía respirar.
Él se mordía el labio inferior, nervioso. Jamás se había tomado la molestia de preparar algo similar para una chica, y no sabía si se había pasado o se había quedado corto con la puesta en escena.
— No soy celiaca. Y me encanta la pizza. — Respondió ella con mirada soñadora.
Alex aspiró aliviado.
¡Le había gustado!
Un latigazo eléctrico recorrió la columna vertebral de Emma cuando notó la presión de la palma de la mano de Myers en contacto con su espalda, a la altura de la cintura, guiándola en dirección a la manta.
Cada vez que él la rozaba se sentía así, extasiada y desbordada. Como si los poros de su piel despertaran de un longevo letargo. Como si sus terminaciones nerviosas se activaran por primera vez en años. Como si fuese la primera vez que otro ser humano la tocaba en toda su vida.
Ella se estremeció, a pesar de que allí dentro no hacía nada de frío.
Emma, impactada, seguía sin poder creer que Myers, el chico que daba palizas para conseguir dinero, el macarra tatuado que obligó a Alice a ir a aquel bar de mala muerte, fuese el mismo que debía haber pasado horas organizando aquella cita.
— Si cuando te vi la primera vez alguien me hubiese dicho que prepararías una cena de este tipo para mí, le hubiese llamado loco. — Reconoció ella con voz susurrante.
Él, complacido, le dedicó una de sus sonrisas ladeadas mientras la contemplaba intensamente entre sus pobladas pestañas.
— Si la noche en que me mordiste la mano me hubiesen dicho que yo iba a sobornar a un segurata para darte una sorpresa... también lo hubiese llamado loco.
Alex se agachó, abrió una de las cervezas y le tendió el botellín.
— Gracias. — Susurró ella antes de darle un sorbo a su bebida.
— No lo cuentes muy alto. No quiero perder mi reputación y que la gente sepa que en el fondo soy un blandengue.
Alex se sentó con delicadeza sobre la manta. Alzó el rostro hacia ella y dio dos palmadas en uno de los almohadones para indicarle sin palabras que lo acompañara.
Emma lo analizó con una leve sonrisa en los labios. Parecía un ángel caído, salido del mismísimo infierno. Un infierno en el que Emma estaba ansiosa por arder.
Se sentó junto a él.
— ¿Qué más cosas ocultas Myers? — Preguntó divertida antes de darle otro sorbo a su bebida.
Él la imitó, y Emma pudo ver cómo su nuez de Adán subía y bajaba a través de su suave piel.
— Si te lo dijera tendría que matarte. — Susurró él en tono burlón abriendo la caja de pizza.
El olor de la comida, golpeó con suavidad a Emma, haciendo que sus papilas gustativas salivasen.
Él le tendió una porción que ella aceptó.
— Vamos...no se casi nada de ti. — Insistió ella antes de darle un bocado a la pizza. Estaba un poco fría, pero el sabor era exquisito.
Él aguantó una sonrisa y le dedicó una mirada traviesa.
— ¿Quieres saber uno de mis secretos más tórridos?
Ella asintió en respuesta masticando. Aunque no estaba segura de querer saber nada sobre secretos de ese tipo. A saber lo que Myers podía ocultar.
Él la señaló con el dedo, observándola con una divertida mirada de advertencia.
— Pero tienes que prometerme que no se lo dirás a nadie.
Las cejas de Emma se alzaron curiosas. Tragó la comida.
— Te lo prometo. — Respondió ella asintiendo.
Myers hizo una pausa dramática mientras que sus ojos brillaban de diversión.
— Huyo de las cucarachas como si me persiguiese un dinosaurio.
Emma estalló en una carcajada.
— ¡Mentiroso! — Exclamó en cuanto pudo articular palabra.
— Te lo juro. Es ver a ese insecto con alas en movimiento y...— Alex se estremeció consiguiendo que la risa de Emma se volviese más escandalosa.
— No me lo puedo creer. Alex, puños de acero Myers le teme a las cucarachas. — Dijo entre carcajadas.
Él la observaba maravillado. Le encantaba verla sonreír de aquella forma.
— Ya ves...las apariencias engañan. — Dijo él incapaz de contener la sonrisa.
Emma no pudo más que estar de acuerdo con aquella afirmación. Alex no era para nada como ella había imaginado que sería la primera vez que lo vio. Y no estaba segura de si eso era algo bueno o malo, pero estaba tan cansada de negarse a sí misma que aquel chico tatuado con pinta de camorrista cada minuto le gustaba más...
— Tu turno. — Dijo él interrumpiendo sus pensamientos secretos.
— ¡¿Qué?! — Exclamó ella con voz chillona. — No, no hemos llegado a ese trato.
Él la miró fijamente.
— Vamos, fea. Hemos quedado para conocernos. ¿Cómo voy a conocerte si no me cuentas cosas sobre ti?
Emma mordisqueó un poco de pizza, no le hacía gracia confesarle a Alex sus momentos más humillantes, y había vivido varios. El peor...en el funeral de la abuela de una amiga, resbaló, calló de bruces, y no tuvo otra ocurrencia que decir "casi me mato yo también" mientras se levantaba.
Pero quizás no eran esas cosas las que él quería saber.
Emitió un bufido exasperado.
— Está bien... ¿qué es lo que quieres saber?
Él permaneció pensativo unos segundos. La respuesta que pasó por su mente fue «todo» Pero lo que salió de sus labios fue...
— ¿Qué es lo que más miedo te da en el mundo?
Los ojos de Emma se desorbitaron al mirarlo. ¡Aquello era peor que confesar su momento más humillante!
— No pienso responder a eso. — Aseguró contemplándolo con firmeza.
Él le sostuvo la mirada.
— ¿Por qué?
Las pestañas de Emma aletearon precipitadamente.
— Porque es... demasiado... personal. — Balbuceó.
Él puso los ojos en blanco.
— Vamos fea. Te he contado mi secreto más humillante. Me debes una respuesta jugosa a cambio. — Aseguró antes de darle otro bocado a la porción de pizza que sujetaba en su mano.
Ella dudó unos segundos.
— Está bien. — Aceptó a regañadientes. — Me dan pánico las olas del mar. ¿Contento? — Respondió finalmente.
Myers la observó alzando una ceja.
— ¿Las olas del mar? — Inquirió él desconcertado. — ¿Quién le teme a las olas del mar?
Ella se encogió de hombros con fingida indiferencia.
— Tú has preguntado y yo he respondido.
— ¡Joder! No puedes soltar una respuesta tan atípica y esperar que no pregunte el motivo.
Emma exhaló. No le gustaba hablar de aquello.
— Mi hermano pequeño casi se ahoga cuando era un crío por culpa de una ola.
Él la miró con atención.
— ¿Tienes hermanos?
Ella bajó su mirada a la superficie hilada de la manta.
— Tenía. — Puntualizó, y comenzó a hablar despacio, como si las palabras que salieron de sus labios se negaran a ser dichas. —Murió hace siete años de un osteosarcoma. — Explicó. — Es un cáncer de huesos, solo tenía siete años y...bueno...supongo que eso resume bastante el motivo por el que mis padres son extremadamente protectores conmigo.
Alex la contempló con una mezcla de horror y extrañeza. Trató de imaginarla de pequeña, en el funeral de su hermano llorando desconsolada. Pero no consiguió visualizarla. Algo le decía que Emma no era de las que lloraba en público, ni siquiera por haber perdido a su hermano.
En ese momento se dio cuenta que la vida de Emma tampoco debía haber sido tan fácil como él inicialmente había llegado a imaginar.
El respeto que sentía por ella subió varios peldaños.
Alex, permaneció en silencio mucho más tiempo del habitual.
— Sí...este tema suele enfriar bastante las conversaciones. — Dijo ella en tono burlón, fingiendo que aquello le dolía mucho menos de lo que en realidad lo hacía.
Alzó el botellín a sus labios, pero quedó paralizada cuando Myers volvió a hablar.
— Lo siento. — Musitó él, quien aún permanecía conmocionado.
Emma volvió a bajar la botella.
— No te preocupes. Fue hace mucho tiempo. — Respondió ella, pero él pudo distinguir cómo un destello de tristeza atravesaba su mirada.
— Da igual el tiempo que haya pasado. Eso nunca se olvida. — Aseguró Alex, cuya mirada perdida quedo fijada en un punto indeterminado de la librería.
Era obvio que su mente había abandonado el lugar, marchándose a algún lugar remoto que Emma no se atrevió a preguntar. En vez de presionarlo, decidió permanecer en silencio y dejarlo salir de su propio mundo interior cuando estuviese preparado.
Emma distinguió a la perfección cuando su mirada volvió a la vida. Desvió sus pupilas hacia ella, contemplándola fijamente.
— Mi madre falleció cuando yo tenía trece años. — Aseguró él finalmente, captando de inmediato la atención de Emma.
Su confesión la impactó.
— Lo siento. — Susurró ella.
Alex permaneció callado con la mirada fija en sus dedos tatuados. Luego asintió aceptando su pésame.
Una idea pasó por la mente de Emma al fijarse en los dibujos intrincados que decoraban su piel. ¿Los llevaba por estética o tenían significados ocultos sobre la vida de Myers?
— ¿Alguno de tus tatuajes es por ella?
Él alzó el rostro y la contempló con estupor.
Hasta aquel momento jamás le habían preguntado por el significado de sus tatuajes, y mucho menos si llevaba alguno en honor a su madre fallecida.
Él tragó saliva.
Emma se mordió los labios frenéticamente y comenzó a negar con la cabeza mostrando una sonrisa tímida.
— Perdona. — Se disculpó. —Es demasiado personal. No debería...
Él giró el rostro lentamente. Al principio Emma pensó que no quería ni mirarla, luego se dio cuenta de que lo que realmente hacía era mostrarle la base del cuello. Entre una amalgama de dibujos se diferenciaba una fecha con números romanos.
— Su fecha de nacimiento. — Susurró con voz serena. — Fue el primer tatuaje que me hice.
Emma se sintió completamente conmovida ante aquel hecho.
— ¿Y el resto? ¿También tienen significados?
Sin mediar palabra, y para sorpresa de Emma, él se puso de rodillas. De un tirón se sacó la camiseta por encima de la cabeza, dejándola caer a la mesa improvisada que Alex había creado.
Su tonificado torso quedó al desnudo frente a ella. Trató de no mirar la forma en que la tensión le acentuaba la curva de los bíceps, evitó fijarse en la fina piel que recubría su musculatura dura y flexible. Pero fracasó estrepitosamente.
No era la primera vez que ella lo veía sin camiseta, pero no por ello le resultó menos chocante.
Alex, se giró dándole la espalda.
— ¿Ves esto? — Preguntó mostrándole el enorme tatuaje con forma de calavera que tenía perfectamente dibujado sobre la espalda.
Emma dudó unos segundos. Con el corazón a mil por hora, se incorporó parcialmente. Acercó la mano vacilante, y con dedos temblorosos acarició con sus yemas el dibujo, trazándolo cada línea con su caricia. Su piel era cálida y mucho más suave de lo que su dureza insinuaba.
Alex cerró los ojos cuando sintió su tímido tacto y soltó aire lentamente. Sus vellos se erizaron mientras todos sus sentidos estaban puestos en su caricia.
— ¿Qué significa? — Se atrevió ella a preguntar con voz susurrante.
Él apenas la escuchaba, solo la sentía.
— La muerte de mi madre desencadenó una serie de desgracias que pesan sobre mi espalda. Y lo hará durante el resto de mi vida. — Dijo con voz ronca sin aclarar qué significaban aquellas palabras.
Emma intuyó que había mucho más detrás de ellas, y de aquel dibujo escalofriante. Con cierta reticencia, separó sus dedos de su piel y dejó caer el brazo sobre sus rodillas.
— ¿Te dolió? Hacértelo quiero decir.
Myers suspiró, abrió los ojos y giró sobre sus rodillas. Tenía un extraño brillo en la mirada.
Se sintió agradecido de que ella no indagara más sobre el significado de aquel tatuaje. No sabía expresar por qué se lo había contado. Solo sabía que quería que ella lo conociese a fondo. Tenía la necesidad de demostrarle que él era mucho más de lo que se veía a simple vista.
— Un poco, aunque no tanto como este. — Dijo levantando el brazo y mostrándole un artístico dibujo hiperrealista que decoraba medio pecho y parte de su costado.
Se trataba de un niño sentado en el suelo, rodeándose las piernas con los brazos. Con ojos aterrorizados y rostro espantado, indefenso, escondido tras un fiero guerrero de músculos de acero y pose amenazante que parecía volar encima de un halcón.
A Emma se le hizo un nudo en la garganta al observar que ambos personajes tenían algo en común. Era el mismo rostro que tenía sobre su cabeza. Dos versiones de un mismo Myers.
— Protegerse a uno mismo por encima de todo te da la misma libertad que unas alas a un pájaro. — Susurró él.
Emma alzó el rostro para mirar a aquellos ojos ambarinos que brillaban de una forma extraña. Emma distinguió una emoción en ellos que hasta aquel momento jamás había mostrado en su presencia, una mezcla de vulnerabilidad y orgullo.
Sin esperar respuesta, Myers sujetó la camiseta que descansaba en la manta y se la colocó de un movimiento rápido después de sacudirla. Dando por zanjado el tema.
Sin atreverse a mirarla, Alex dio un largo sorbo a su bebida para calmar sus nervios. Estaba histérico. Era la primera vez que se desnudaba de aquella forma ante otra persona. Y no estaba seguro de cómo lo hacía sentir.
— Ahora cuéntame algo que nadie sepa de ti. — Dijo finalmente.
— ¿Cómo? — Preguntó ella azorada.
— No suelo abrir mi alma traduciendo mis tatuajes. — Emma parpadeó confusa. — ¿No crees que también merezco saber algo que nadie más conozca sobre ti?
El corazón de Emma se desbocó como si fuese un potrillo salvaje. Intuía lo difícil que debía haber sido para Myers abrir esa parte de su alma. Y supo sin lugar a dudas lo que quería confesarle. Aunque no estaba segura de cómo decírselo sin morir de la vergüenza.
La mirada soslayada que ella le dedicó, despertó la curiosidad de Myers.
Emma inhaló una gran cantidad de aire. Con el pulso a mil por hora calvó su mirada en él.
— Tengo una foto tuya en el primer cajón de mi mesita de noche. — Reconoció atropelladamente mientras se ruborizada.
La mirada de Alex centelleó, parecía deslumbrado. Un silencio denso se apoderó de ellos extendiéndose tanto en el tiempo que Emma pensó que Alex se había quedado mudo durante unos segundos.
— Tengo media docena de fotos tuyas en el móvil. — Dijo él finalmente con voz igual de acelerada.
Ninguno de los dos se atrevió a decir nada más. Probablemente porque con aquella pequeña confesión los dos habían dejado traslucir mucho más de lo que inicialmente hubiesen preferido.
Si les preguntaran, ninguno sabría qué responder. Ella no supo identificar si fue él quien se aproximó a ella, o fue ella la que se acercó a él. A Myers le sucedía lo mismo. Pero lo cierto era que ambos estaban extremadamente juntos, respirando el mismo aire.
Su mirada ambarina quedó suspendida en sus labios durante unos segundos. El chico alzó la vista muy lentamente hasta encontrarse con los ojos azules de Emma. Un parpadeo de sorpresa atravesó el rostro de la chica, haciendo que su corazón comenzase a palpitar desbocadamente. Solo unos centímetros separaban sus rostros. Estaban tan cerca que ella podía distinguir la barba incipiente en su mentón. Los diminutos lunares que decoraban su piel. La pequeña cicatriz que decoraba su ceja izquierda.
— Ahora mismo solo quiero besarte. — Se atrevió él a confesar con voz susurrante.
Un destello de sorpresa y anhelo atravesó las facciones de Emma mientras su mirada ansiosa volaba de sus ojos a sus labios.
— Pero te prometí que no lo haría. — Continuó él. — Y eso es otra de las cosas que debes conocer de mí. — Aspiró una gran cantidad de aire. — Siempre cumplo lo que prometo. — No sin esfuerzo, Alex cumplió su promesa separándose de Emma. — Esta está resultando ser una de las mejores noches que he pasado en mucho tiempo y no quiero fastidiarlo. No voy a hacer algo de lo que mañana te arrepientas.
— No me arrepentiré. — Dijo ella atropelladamente.
La mirada de Alex centelleó.
— Entonces supongo que da igual que lo pospongamos para otro día ¿no te parece?
Emma fue incapaz de ocultar la frustración que sintió en aquel momento. Lo que provocó que Alex riera en silencio.
— No estoy segura de que me guste esa parte de tu personalidad. — Aseguró ella apurando el contenido del botellín.
Pasaron el resto de la noche saltando de un tema de conversación a otro. Alex le habló de Weasel, de cómo se habían conocido y de lo mucho que significaban el uno para el otro. Emma le confesó lo muchísimo que echaba de menos su Chicago natal. Intercambiaron opiniones sobre cine y música. Alex se sorprendió cuando escuchó los nombres de los grupos favoritos de Emma, ambos coincidían. Y así, sin apenas darse cuenta llegó el momento de regresar a casa.
Aunque el camino de vuelta fue el mismo que habían tomado para llegar, a Emma se le antojó completamente diferente. Puede que fuese porque en cada semáforo la mano de Alex abandonaba el manillar para acariciarle la pierna de forma distraída.
Ella hacía todo lo posible por centrarse en los latidos de su corazón, que con cada roce palpitaba con más ferocidad.
Él se entretenía siguiendo la trayectoria de sus dedos con mirada fascinada. Y solo de vez en cuando se armaba de valor para mirarla a través del espejo retrovisor.
Sus miradas conectaron, y ambos quedaron impactados por lo que sintieron bullir en su interior.
Alex supo que estaba comenzando a sentir por ella algo muy intenso.
Emma se dio cuenta de que Alex le parecía una persona tremendamente interesante. Ya sabía que era atractivo y excitante, pero aquella noche había descubierto que dentro de su rudeza se escondía un chico dulce y divertido, e intuía que escondía mucho más. Él le intrigaba. Le gustaba. Y quería conocer que ocultaba tras aquella coraza.
Alex aparcó su moto en el mismo lugar donde habían quedado.
Emma se bajó con cierta dificultad y se sorprendió cuando vio que Alex también se apeaba del vehículo.
Ambos permanecieron en silencio contemplándose. Emma fue quien rompió el silencio.
— Gracias por todo lo de esta noche. Lo he pasado realmente bien.
Los labios de Alex esbozaron una sonrisa lenta.
— ¿Querrás repetir? — Inquirió él.
— ¿Querrás tú?
— Sin lugar a dudas. — Dijo con voz queda.
Emma trató de ocultar una sonrisa, pero fracasó estrepitosamente.
— Lo esperaré con ansias. — Susurró finalmente.
La mirada ambarina de Alex centelleó de ilusión. Emma, satisfecha consigo misma, se encaminó a su casa.
Se había alejado varios pasos cuando su voz la paralizo.
— ¡Fea! — Exclamó.
Emma se giró para contemplarlo.
Él le dedico una sonrisa canalla.
— Son las doce de la noche. Ya es otro día. — Aseguró con voz profunda.
Emma permaneció inmóvil. Lo vio acercarse con rapidez, y solo tuvo oportunidad de ahogar un grito antes de que sus férreas manos la aferraran con fuerza por la nuca y sus labios impactaran de forma ansiosa, desesperada y voraz.
Emma lo sujetó por el mismo lugar con idéntica desesperación y sintió cómo el mundo se desdibujaba a su alrededor. Solo estaban ellos dos. El áspero tacto de sus dedos sobre su piel. El sabor de su aliento en su boca. El sonido de sus respiraciones descompasadas. La ferocidad con la que se devoraban el uno al otro.
Él se apartó unos segundos. El peculiar color de sus ojos casi había desaparecido escondido detrás de sus dilatadas pupilas.
— Llevo deseando esto desde la noche de la pelea. — Aseguró con voz ronca segundos antes de volver a cubrir su boca con la de él nuevamente en un beso salvaje.
Emma sentía que ardía por todas partes, por dentro, por fuera...y al mismo tiempo se ahogaba. Lo aferró con más fuerza, como si él fuese el oxígeno que sus pulmones necesitaban. Él la imitó, acercando sus caderas a las de ella.
— ¿Qué has hecho conmigo fea? — Preguntó él entre jadeos cundo abandonó sus labios para comenzar a besar su mandíbula, descendiendo con su húmeda lengua por su cuello, mordiendo su clavícula, succionando su piel, mandando corrientes eléctricas a través de sus terminaciones nerviosas.
Emma se sentía extasiada en sus brazos, sintiendo su calidez, dejándose llevar por sus impulsos, sin pensar en nada salvo en aquel momento. Sintiéndose viva. Libre.
Lo deseaba tanto...
— ¿Emma? — Preguntó una voz a su espalda que apagó de inmediato el incendio que corría por sus venas.
Emma se apartó con rapidez de un Alex jadeante.
Con el pulso a mil por hora se giró, y pudo comprobar conmocionada, el estupor que reflejaba la desconcertada mirada de su madre.
Capítulo largo, larguísimo en realidad ¡pero no podía acortarlo!
Espero que no se os haya hecho pesado y que hayáis disfrutado de sus conversaciones y de la complicidad que poco a poco van consiguiendo. ¡¡¡Se palpa el fuego entre estos dos!!!
Mil besos y como siempre...gracias por el apoyo.
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