18.
HEESEUNG.
En el momento en que salí de la casa de Jake, supe que la había jodido.
No, mejor dicho, en el momento en que vi su rostro al leer la carta. La ironía de que fueran una serie de cartas las que nos habían unido, y que sólo hiciera falta una para separarnos, se siente demasiado dura para procesarla.
Enciendo el limpiaparabrisas cuando empieza a llover a cántaros, pero pronto se convierte en unas leves gotas.
La lluvia cesa pronto, pero yo no. Los hitos kilométricos pasan sin que me dé cuenta, hasta que finalmente me quedo sin gasolina a una hora de la ciudad. Es entonces cuando me acerco a una pequeña gasolinera de autoservicio anunciada en la siguiente señal de salida que veo.
Apoyado en el coche mientras se llena el depósito, saco el teléfono y llamo a Jake por lo que me parece la segunda vez desde que empecé a viajar, pero probablemente sea más bien la décima. Esta vez, mi llamada va directamente al buzón de voz.
—¡Joder!
La bomba de gasolina hace clic cuando el depósito está lleno, pero los sonidos metálicos en mis oídos tienen connotaciones mucho más amenazantes.
Me agarro el pecho, que de repente me duele más que en las primeras etapas de mi recuperación, y me tambaleo hacia delante, aferrándome al coche. El zumbido no cesa, y una extraña sensación de entumecimiento se apodera de mis miembros. La propia realidad de la aislada gasolinera se pone en duda cuando las imágenes de una esquina de la calle mal iluminada se transponen sobre mi visión.
Las náuseas se apoderan de mí, y apenas llego al cubo de la basura junto al surtidor antes de toser la bilis. Menos mal que no he comido en el camino.
Vuelvo a entrar en el coche a trompicones, llego hasta el asiento del conductor y cierro las puertas, repentinamente invadido por la paranoia, a pesar de que no hay nadie a la vista en kilómetros. Mis manos tiemblan cuando saco el teléfono y marco el único número al que se me ocurre llamar.
Yoon coge mi llamada al segundo timbre.—¿Heeseung?
—No... n-no se qué me pasa...—balbuceo, cogiendo el volante con la mano libre.
—¿Dónde estás? ¿Te has hecho daño?
—No.
—¿Qué ha pasado, entonces? Háblame.
—Jake... lo he jodido todo...—gimo, dejando caer la cabeza contra el reposacabezas.
—Todo va a salir bien—dice con una voz tranquila y segura, la cual me tienta a creerle—. Llamaré a una ambulancia.
—No. Por favor, no lo hagas. Te he llamado porque siento que no puedo lidiar con todo esto yo sólo.
Vacila por un momento antes de preguntar:—¿Dónde estás?
Miro el cartel de la estación.—En la salida 37. Hay una gasolinera en un pequeño pueblo llamado Siheung.
—Espera...—oigo el crujido de las llaves, y un momento después dice:—Lo tengo. Quédate donde estás. ¿Es seguro?
—Creo que sí—murmuro, sintiéndome un poco humillado. Si esto es siquiera una fracción de la forma en que hice sentir a Jake, estoy empezando a entender por qué estaba tan molesto. Sin embargo, no confío en mí mismo para volver a la carretera. No cuando ni siquiera puedo saber qué es real. Ponerme en peligro es una cosa, pero sé que no podré vivir conmigo mismo si me desvío y atropello a alguien por estar alucinando.
—Vale, ¿quieres que me quede al teléfono contigo?
—No—murmuro—. Estaré bien. Estoy empezando a sentirme como yo mismo de nuevo.
—De acuerdo. Llámame si algo cambia.
—Lo haré—le prometo—. ¿Yoon?
—¿Sí?
—Creo que estoy empezando a recordar.
Se queda en silencio el tiempo suficiente para que compruebe que no he perdido la llamada.—Pronto estaré contigo.
Suspiro, apoyando la frente en el volante. Los recuerdos comienzan a filtrarse sobre mi mente, y entonces me pregunto si sentirme como yo mismo es realmente algo bueno.
Afortunadamente, el zumbido en mis oídos se calma lo suficiente como para dejarme dormir por un momento.
Un golpe en la ventanilla me despierta. Cuando levanto la vista, Yoon se asoma al coche con una expresión de pánico en el rostro. En el momento en que salgo del coche, me coge en brazos y alterna entre apretarme con fuerza y mirarme en busca de signos de daño.
—¿Estás bien? ¿Qué ha pasado?
—Estoy bien—murmuro, atrayéndola hacia mis brazos. Al principio se sobresalta y se pone rígida, pero pronto se relaja en mi abrazo. Todo, desde el olor de su champú hasta el rasposo abrigo de lana que he odiado desde que lo compró hace años, me trae una nueva oleada de recuerdos.
Los veranos en la playa. Yoon dándome una de las bolas de su cono de helado porque el mío se cayó en el paseo marítimo. Robar su diario y caer por las escaleras después de haberme perseguido para conseguirlo. La abrazo con más fuerza, a la vez temeroso de lo que los recuerdos desvelan y demasiado aterrado para dejarlos ir de nuevo.
—¿Ethan?—pregunta con recelo.
Me alejo lentamente, temiendo encontrarme con sus ojos.—No lo sé...
Coge mi cara con sus manos, buscando en ella con preocupación.—¿Qué ha pasado?
La guio hasta el banco de la gasolinera abandonada, y empiezo a contarle todo lo que ha pasado desde la última vez que hablé con ella. Desde que me enamoré de Jake hasta que lo estropeé todo, ella lo asimila todo en silencio, sin juzgarlo. Siempre ha sido muy buena escuchando.
—¿El sonido del surtidor de gasolina te recordó a la pistola?—me pregunta una vez que termino de contarle todo.
Asiento.—Es estúpido, lo sé—murmuro, frotándome la cara.
—No es una estupidez. Cualquier cosa puede desencadenar recuerdos en situaciones como éstas.
—No lo recuerdo todo—admito—. Todavía no me siento yo mismo. Siento que todo está revuelto.
—Está bien—me da un apretón en la mano—. Lo creas o no, esto es bueno. Ya he llamado a Jungwon y él me ha dicho que puede verte a primera hora de la mañana. Ahora mismo, vamos a llevarte a casa.
—¿Y mi auto?
—Llamaré a una grúa—dice, guiándome hacia su todoterreno.
—Tengo que llamar a Jake de nuevo—murmuro, sacando mi teléfono.
Yoon pone su mano sobre la mía.—Dale algo de tiempo, cariño. Hoy has pasado por muchas cosas. Lo que necesitas es volver a casa conmigo y descansar bien. Lo resolveremos todo por la mañana.
—Pero yo...
—Si realmente estás recuperando tus recuerdos, hay muchas cosas que podrían cambiar—dice suavemente—. Creo que es mejor que resuelvas las cosas en tu propia cabeza, antes de intentar arreglar las cosas con él.
Dudo, pero más allá de la emoción y la confusión, sé que ella tiene razón. Dejo que coja el teléfono a regañadientes y me meto en su todoterreno. El viaje de vuelta es largo, pero no estoy lo suficientemente presente como para confiar en mi estimación del paso del tiempo.
Mientras mis recuerdos y mi mente parpadean entre dos realidades, mi única constante es Shim Jake.
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