6
Desde aquel día habían pasado dos semanas, dos malditas semanas que lo cambiaron todo en mi vida. En aquel momento me encontraba con Adelaide en mi habitación, me estaba curando las heridas que aún permanecían en mi piel por el castigo que me propinó la persona que se hacía llamar mi padre. En aquellas dos semanas, Adelaide y yo nos volvimos muy amigas, es una buena chica que trabaja en palacio con su padre y su madre. Su madre era la cocinera, cocinaba bastante bien, no había plato que estuviera malo. Por otro lado, su padre era la persona encargada de guardar y cuidar a los caballos que llevaban los carruajes y que, también, mi padre montaba de vez en cuando. También me dijo que tenía dos hermanos pequeños, el más mayor de ocho años que empezó a trabajar con su padre en lo mismo y otro hermano de apenas un año. Su madre se lo llevaba a la cocina junto a ella para así cuidarlo al mismo tiempo que trabajaba. Adelaide se encarga solo de servir y ejecutar las órdenes específicas de mi padre y, desde aquel momento, de mi madrastra.
— Señorita Brigitte — me llamó Adelaide —, ya he terminado por hoy, ¿necesita algo más antes de que me vaya?
— No, Adelaide. Ya puedo reincorporarme sola ya que el dolor no es tan fuerte como fue la semana pasada. Sin embargo, hay una cosa más que quisiera que hicieras.
— Dime, señorita Brigitte.
— ¿Qué dijimos sobre las formalidades? — pregunté mientras me incorporaba de la cama —. Entiendo que delante de mi padre y madrastra me tengas que tratar con esas formalidades pero no cuando estemos solas, ¿entendido?
— Sí, perdona señorita… digo, Brigitte, es la costumbre.
— No te preocupes — dije mientras sonreía.
— Pues me retiro ya, a las cinco de la tarde me paso a ayudarte a vestirte para la boda — dijo mientras agarraba el pomo de la puerta predispuesta a marcharse.
— De acuerdo, Adelaide, aquí te estaré esperando.
En cuanto dije aquello, Adelaide se fue para seguir con los preparativos de la boda. Iba a ser una boda por todo lo alto, la ceremonia iba a ser en la catedral de Notre Dame donde los amigos, empresarios, conocidos y reyes de los países aliados de mi padre asistirían y, por parte de la novia, asistirían los familiares, amigas y empresarios por parte del padre. La verdad, al principio no recordaba a aquella señora por todo el tiempo que pasó pero, cuando subió a mi habitación para hablar conmigo sobre mi vestido para el evento, se presentó diciendo que era una injusticia que no la reconociera. Aquella mujer era nada más y nada menos que Bérénice Richard, la que se hacía llamar la mejor amiga de mi madre. Lo que más me dolió no fue el hecho de que traicionara a mi madre y no la respetara, lo que más me dolió fue el hecho de que mi padre como aquella mujer estaban juntos mientras mi madre luchaba contra aquella enfermedad. ¿Todas las veces que nos decía que se iba por temas de negocios a los países aliados de Francia? Todo mentira, quedaban en el palacio de verano para verse a escondidas aprovechando que no íbamos por la reducción de movilidad de mi querida madre. Pensar en todo aquello me ponía de muy mal humor. En cuanto me lo dijo, no pude controlar mi ira interna y pegué a esa mujer en la cara. En cuanto hice aquello, aquella mujer me sonrió con malicia mientras me dijo que me iba a arrepentir. No supe más sobre aquel tema hasta que mi padre me empezó a buscar por todo palacio y me encontró en mis clases de magia. Le pidió, aunque más bien le ordenó, a mi chamán que nos dejara a solas y, a regañadientes, éste lo hizo.
— Te voy a enseñar a respetar — dijo mi padre lleno de ira y rabia.
En aquel entonces, me golpeó en la cara tal y como yo había hecho con mi madrastra. Solo que él no midió su fuerza y me dejó bastante aturdida. Después de ese golpe, vino otro, y otro, y otro, y otro… así hasta que mi chamán entró al aula y quitó a mi padre de encima de mí mientras gritaba si se había vuelto loco. Por mi parte, me quedé muy quieta en el suelo dejando que mis lágrimas salieran de mis órbitas e hicieran el recorrido que siempre hacían. En cuanto mi padre se fue de aquella habitación, mi chamán con todo el cuidado del mundo me incorporó y me sentó en una de las sillas. En cuanto me senté, mi chamán fue hacia un botiquín que tenía y, con un algodón, se dispuso a quitarme la sangre que me salía de la nariz por los golpes que recibí mientras le contaba lo que pasó entre lágrimas.
— Pero, ¿qué se cree esa señora? — preguntó demasiado cabreado —. Le voy a hacer un hechizo para que en el día de su boda se vea horrible.
— No, no hagas eso — dije con evidente temor —. Si haces eso mi padre sabrá que eso lo hiciste tú y te echará del reino o, lo que es peor, dirá a la Inquisición que eres brujo y no quiero que te maten — continué mientras más lágrimas empezaban a salir de mis ojos —. Además, piensa en el karma que te va a caer cuando hagas ese hechizo. Siempre me has enseñado que la magia solo se debe usar para hacer el bien, ¿no?
Y así fue como hice que mi chamán entrara en razón. Al recordar aquello, suspiré fuertemente por el dolor que aquel recuerdo me transmitía, drenaba completamente mi energía, por lo tanto, me dispuse a descansar un poco en la cama pero teniendo cuidado de no quedarme dormida. En aquel intento por descansar, a mi mente le pareció buena idea reproducir la charla que tuve con Helmut hacía dos semanas, cuando me vio en aquel estado después de salirme de aquella ridícula merienda. Sin embargo, el universo decidió que no era mi tiempo de descanso al sentir cómo alguien tocaba a mi puerta con sus nudillos y, no me llevó mucho tiempo deducir quién era esa persona ya que pasó antes de que pudiera pronunciar un “adelante”. En efecto, era Bérénice, la última persona que quería ver en aquel momento.
— Hija mía — dijo con una sonrisa que, evidentemente, era fingida —, ¿qué haces todavía en la cama?
— Estaba un poco cansada y decidí descansar un poco — dije con notable fastidio.
— Pero mira que eres una gandula — comentó mientras cogía las sábanas con las que me arropaba y las retiraba de mi cuerpo dejándome al descubierto —. ¿Sabes qué día es hoy?
— Por desgracia lo sé — contesté mientras me incorporaba para sentarme en la cama acomodando mi espalda sobre el cabecero de la cama amortiguando el roce de ésta con el duro cabecero con unas almohadas —. Hoy es el día que, desgraciadamente, te convertirás oficialmente en mi madrastra y segunda mujer de mi padre — continué recalcando muy bien “segunda” ya que aprendí que aquello le hacía enfadar.
— ¿Por qué has dicho desgraciadamente? Al fin vas a tener una madre que te cuide y comprenda después de tantos años — preguntó mientras se sentaba en la cama quedando más o menos frente a mí.
— Si tanto quieres saber pues te contestaré. Dije desgraciadamente porque no necesito una madre que me cuide y comprenda como acabas de decir. Es verdad, lamentablemente no pude criarme al lado de mi madre pero mírame, lo he hecho solita y he descubierto que no necesito una madre para cuidarme y comprenderme ya que son cosas que yo hago.
— Eres una desagradecida.
Después de que Bérénice dijera aquello, sentí su mano en mi mejilla derecha, me había golpeado. Por puro reflejo, llevé mi mano derecha hacia la zona afectada para luego mirarla a ella. Al mirarla, me di cuenta de su sonrisa, era de satisfacción por lo que acababa de hacer. Muchas veces mi chamán me decía que no había ningún Cielo ni Infierno, tampoco un Dios ni un Demonio y yo lo creía ya que era compatible con las cosas que había leído en aquellos libros prohibidos. Sin embargo, en aquel preciso momento me di cuenta que puede que mi chamán y aquellos libros estuvieran equivocados ya que estaba viendo en ese momento a Lucifer, estaba frente a mí mirándome y sonriéndome de aquella manera tan malvada, Lucifer se iba a casar ese mismo día con mi padre para hacerme la vida imposible.
— No te equivoques, mi niña — escuché la voz de mi madre que, cuando miré bien, estaba de pie, detrás de Bérénice —. Tus pensamientos están equivocados, es verdad que no existe ni el Cielo ni el Infierno, tampoco un Dios Todopoderoso y mucho menos Lucifer. Solo hay gente mala como lo es esa mujer. Sé que va a hacer de tu vida un infierno por el simple hecho de ser mi hija pero, una cosa te voy a decir: eres mi hija, una guerrera como tu propio apellido lo indica pero, no olvides el significado de tu nombre pues te lo puse a conciencia, no olvides que eres poderosa y fuerte. Así que, no te dejes derrumbar por esta clase de personas que solo disfrutan haciendo el mal.
— Ni se te ocurra quejarte — rompió Bérénice el silencio que se había creado —, te adelanto que será en vano ya que tu padre no te escuchará y justificará que te lo merecías y sí, es verdad, te lo merecías por el golpe que me diste, ¿recuerdas?
— Un golpe bien merecido, Bérénice. Creeme que si pudiera te daría otro porque a mí nadie me pone la mano encima mucho menos te voy a tener miedo o respeto porque eso último tu no lo tuviste con mi madre.
— ¿Has terminado ya, bruja? — preguntó con una sonrisa malvada en su rostro. Por mi parte, solo le miré sin entender porqué se refirió a mí de esa manera —. ¿Qué pasa, creíste que tu padre no me iba a contar ese secreto que tu madre le obligó a llevar por todos estos años?
— Pues sí, soy bruja y a mucha honra. Hago y aprendo la magia para hacer el bien.
En cuanto dije aquello, ella se empezó a reír con una risa estridente. Se escuchaba por toda mi habitación y, hasta llegué a pensar que se escuchó por todo el reino. Después de aquel ataque de risa, me cogió de los pelos con mucha fuerza, me llevó fuera de la cama y me empujó hacia el baño que había dentro de mi habitación. Estando en los pies de la bañera, me cogió de los pelos mientras esperaba que se llenara la bañera. Obviamente, al ver que aquello terminaría muy mal, intenté escaparme pero ella me lo impedía dándome patadas. No obstante, y a pesar de los golpes que estaba recibiendo, intenté escapar mientras me arrastraba ya que el dolor de todos los golpes empezaban a doler como si me hubieran clavado puñales por todo el cuerpo. Al intentar escapar de aquella forma, Bérénice se dio cuenta y me piso con mucha fuerza una de las manos haciendo que gritara por el hincapié que estaba haciendo en la pisada. Con la otra mano, intenté cogerle del tobillo para que parara de pisarme pero todas mis fuerzas eran en vano pues al no conseguirlo, empezó a mover su pie rápidamente sobre mi mano haciendo que el dolor fuera cada vez más intenso. Al ver que la bañera estaba completamente llena, cortó el agua para que no saliera más de ésta mientras dejaba de entretenerse con destrozar mi mano.
— ¿Sabes lo que en la Inquisición le hacemos a las brujas? — preguntó Bérénice mientras me volvía a agarrar del pelo fuertemente y ponía mi cara al borde de la bañera —. Las matamos porque son un gran peligro para la raza humana. No usáis vuestros poderes para hacer el bien, eso es una mentira que nos queréis vender para que no os matemos pero, ¿sabes qué? Yo no me lo creo.
Y, sin esperar más, hundió mi cabeza en el agua mientras hacía fuerza con ambas manos para que yo no saliera a la superficie. Aquel primer asalto duró segundos pero me parecieron una eternidad. En cuanto quiso, me sacó la cabeza y, fue ahí que pude recoger el aire que me faltó en aquellos segundos.
— Lo único que estamos haciendo es limpiar lo que está corrompido y Dios nos dice claramente que todas las personas que practican la brujería son personas corrompidas, mandados a la Tierra para cumplir órdenes del mismísimo Lucifer, el Rey del Infierno. Así que dime, ¿qué te comandó a tí para que practiques su brujería?
— ¡Estás loca! ¡Estás completamente loca! — exclamé al escuchar las sandeces que me estaba diciendo.
— Justamente es lo que todas las personas corrompidas nos dicen antes de morir.
Y, sin más dilatación, volvió a sumergirme la cabeza en el agua. Con mis manos, quería zafarme del agarre de sus ambas manos para así poder salir a la superficie e irme de mi habitación ya que sería capaz de acabar con mi vida ahí mismo. Sin embargo, todos mis esfuerzos fueron en vano. Pasaron unos segundos y volvió a sacar mi cabeza del agua, de mi parte solo salió un sonido de ahogarme y, en cuanto recuperé un poco el aliento, busqué por todas partes algo para poder defender pero, encontré algo mejor, Adelaide se dejó la ventana del baño abierta para poder ventilar. Sin esperar un segundo más, empecé a gritar pidiendo ayuda, mis gritos eran desesperados ya que esa mujer podía hacer cualquier cosa para matarme. Se me olvidaba el detalle que ella estaba metida en aquella secta donde mataban a gente inocente manchando la palabra de Dios. Si existiera un Dios, estaba segura de que los miraba con desagrado por los crímenes atroces que estaban cometiendo bajo su nombre.
Bérénice se dio cuenta que estaba gritando porque la ventana estaba abierta y, con total desesperación, se levantó a toda prisa para poder cerrar la ventana. Lo que no sabía era que había cometido un gran error pues, al levantarse, me soltó y todo lo que pude hacer fue levantarme lo más rápido posible para salir corriendo de allí y, de ese modo lo hice. Me incorporé patosamente de allí y empecé a correr sabiendo a dónde tenía que ir. Corrí hasta toparme con una casita de madera que había en el jardín donde guardaban utensilios para cuidar de éste. Aquel sitio no era muy concurrido por lo que me escondía allí cuando quería no ser encontrada por nadie. Aquel sitio solo lo conocía Helmut, pues aquel día lo llevé a ese lugar para hablar de lo que había pasado en plena y total tranquilidad. Al pensar en él, mi corazón empezó a latir muy fuerte y, en mi estómago, empecé a sentir como una bandada de pájaros revoloteando al mismo tiempo por éste. ¿Qué me estaba pasando? Era lo único que me preguntaba al desconocer aquel sentimiento que nunca antes había experimentado. Sin embargo, la tranquilidad ni ese sentimiento duró mucho al oír que la puerta de esa cabaña se abría. El miedo me invadió de tan solo pensar que esa mujer me había seguido hasta aquí con tan solo de torturarme más de lo que había hecho. No obstante, entre la claridad que pasaba pude divisar una figura de un hombre que, con su voz, me hacía saber que estaba a salvo y que no debía preocuparme.
— Brigitte, ¿qué haces aquí? — preguntó Helmut mientras cerraba la puerta de la cabaña.
— ¡Helmut! — exclamé al verlo e, instintivamente, corrí hacia la puerta para luego abrazarlo. Al principio se sorprendió pero luego acabó correspondiendo aquel abrazo.
— ¿Qué pasa? — preguntó mientras me separaba de él quedando ambos frente a frente —. ¿Por qué tienes el pelo, la cara y el camisón mojados? ¿Por qué estás en camisón?
— Algo horrible acaba de ocurrir y tuve que escapar de allí con lo que tenía puesto — respondí apenada.
— ¿Qué ha pasado? — volvió a preguntar mientras me llevaba a unas escaleras que había dentro de la cabaña para poder sentarnos.
— Aquella mujer, la prometida de mi padre, sabe que soy bruja y que, por ende, estoy aprendiendo todo lo que la brujería constituye, mi padre se lo contó todo — hice una pequeña pausa para mirar mis manos que estaban jugueteando entre ellas con nerviosismo —. Mi padre me vendió, Helmut. Esa mujer está dentro de esa secta, de la Inquisición — volví a mirar a Helmut —. Intentó ahogarme en la bañera, pude escapar de sus garras en cuanto me di cuenta que había una ventana abierta, por donde grité para que alguien me escuchara. Al cerrarla, me soltó y aproveché aquel descuido para correr sin mirar atrás.
Al oír aquello, Helmut me abrazó con todas las fuerzas que él tenía mientras me acariciaba el pelo mojado. Simplemente, él me susurraba que no pasaba nada, que estaba a salvo mientras que yo lloraba desconsoladamente ya que vi a la muerte muy de cerca. Sin embargo, no lloraba por eso, lloraba por la deslealtad que mi padre había demostrado tener, no hacia mí, sino hacia mi madre.
— Nunca perdonaré esto a mi padre — musité mientras no paraba de llorar —. Nunca voy a perdonar todo por lo que me está haciendo pasar.
Al decir aquello, Helmut me abrazó con más fuerza, me dio un beso en la cabeza mientras me frotaba con su mano la espalda a modo de consuelo. En cambio, su mano paró en seco al notar que tenía algo en la espalda y, al estar mojado por el pelo, pudo divisar las marcas que mi padre me dejó pero ya estaban cicatrizando. Al ver aquellas marcas, me miró con mucha seriedad mientras llevaba ambas manos hacia mi rostro para que lo mirara a los ojos.
— ¿Quién te ha fustigado? — preguntó con mucha seriedad.
— Eso no importa — contesté mientras me zafaba de su agarre, no quería mirarle a la cara.
— Respóndeme — insistió mientras aseguraba su agarre para que no me zafara —. Ya están cicatrizando, por lo que debió ser aquel día donde me trajistes aquí para hablar.
— No quiero hablar de ello. ¡Suéltame!
— Vale, pero si no me lo dices tú — me soltó la cara con cuidado —, lo averiguaré yo.
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