Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

3

Al día siguiente, estaba preparándome para darme un baño relajante y así poder empezar mi rutina del día a día. Desde que entraron los primeros rayos de sol por la ventana haciendo así que me despertara, no había dejado de darle vueltas a aquella conversación y los sentimientos que florecieron durante y después de ésta. Después del baño, me fui a vestir con el vestido que siempre me gustaba llevar para atender las clases de mi chamán, era sencillo, sin ningún otro tipo de diseño, el color era negro. ¿Por qué negro? Porque de todos los colores, era el que más me gustaba. De igual manera, el vestido era largo y algo pomposo y podía esconderme el libro que tenía que llevar a esa sesión con más discreción y a la hora de esconderlo era mucho más fácil. Después de vestirme, cogí el libro de aquel baúl improvisado y me fui teniendo cuidado de no ver a nadie o, en su defecto, de que me vieran con un libro. Estaba cansada de pedirle a mi padre que mandara a hacerme una bolsa para así poder llevar los libros con mucha más comodidad pero nunca me hacía caso. Para la verdad, me era muy complicado ya que los pasillos de palacio no estaban nunca solas o despejadas, siempre había alguien merodeando por éstas, incluso por altas horas de la madrugada, era un infierno.

De todas maneras, tuve que buscarme la vida para que fuera lo más discreta posible y que no me vieran con un libro en la mano, cosa que se me daba bien, lo más difícil fue normalizar encontrarme a gente en los pasillos en vez de ponerme nerviosa al no saber qué hacer. Y así era mi travesía hasta ir a la sala donde mi chamán daba las clases. Una vez allí, podía dejar de fingir la persona que realmente era. Sin embargo, al entrar en aquella sala, no me encontré a mi chamán como estaba acostumbrada, sino a Helmut que estaba inspeccionando el lugar.

— ¿Qué haces aquí? — pregunté sorprendida por su presencia.

— Tenía una reunión con tu padre pero éste lo pospuso ya que tenía otra cosa que hacer más importante. Como no tenía nada qué hacer, me fui a dar un paseo por los pasillos de palacio, esta puerta me llamó la atención y entré, ya estaba abierta — explicó con tranquilidad.

— Que esté abierta no te da el derecho de entrar y mirar algo que a ti ni te pertenece ni incumbe — reclamé molesta por la intromisión de Helmut.

— ¿Es un libro lo que llevas en la mano? — Helmut preguntó haciendo que mi vista bajara hacia mis manos donde tenía el libro que iba a utilizar con mi chamán para la clase de hoy. En aquel momento quise reaccionar escondiéndolo y haciéndome la loca pero, me di cuenta que lo único que haría sería actuar como una chica tonta e inmadura, por lo que decidí asumir las consecuencias.

— Sí — respondí afirmativamente a su pregunta —, ¿nunca has visto uno? — pregunté poniéndome a la defensiva. Sin embargo, cuando Helmut iba a contestarme, una voz muy conocida apareció detrás de mí.

— Brigitte — me llamó mi chamán —, gracias por traerme el libro que te pedí de la biblioteca de tu padre. Lo leeré y entregaré tan pronto como pueda.

En aquel momento, mi chamán cogió el libro que tenía en mis manos y, libro en mano, se adentró dentro de la habitación poniéndolo en la gran mesa de madera que había en el centro de ésta. Al notar que tanto Helmut como yo estábamos todavía allí, nos miró sin entender y preguntó que si necesitábamos algo, a lo que ambos respondimos al unísono que no, entonces mi chamán nos señaló la puerta y lo único que pudimos hacer era salir de allí. Mientras cerraba la puerta tras de mí, pensé que él había llegado en el momento idóneo para salvarme de la situación tan inesperada que se me presentó. Si él no hubiera llegado a tiempo, hubiera admitido algo que no podía admitir y que mi padre podría ser castigado por ello.

— ¿Quién es ese hombre? — preguntó con curiosidad —. Es un hombre raro y también viste algo raro.

— No lo sé, nunca quiso decir su nombre — admití ya que era verdad, nunca quiso decir su nombre y de dónde provenía ya que no era natural de Francia, se notaba por su piel morena —. Solo sé que trabaja para mi padre y, algunas veces, me dice que si puedo ir a la biblioteca para coger algunos libros para él cuando él no puede o está muy ocupado — mentí siguiendo la mentira de mi chamán.

— Ya… — musitó Helmut, lo que hizo que mis nervios se desbordaran ya que no era muy buena mintiendo —, ¿sabes que no eres muy buena mintiendo? — preguntó acercándose a mí de una manera intimidante, lo que hizo ponerme mucho más nerviosa que antes —. No te creo, Brigitte.

— Tampoco pretendo que lo hagas — cuando dije eso fue en el momento justo que até mis nervios para que no hicieran de las suyas y poder contestarle igual de desafiante que él. Al decir aquello, Helmut no paraba de mirarme a los ojos y, a los pocos segundos, empezó a sonreír y a alejarse de mí.

— Nunca había conocido a una mujer que tuviera tantas agallas como tú pero me gusta que no te achantes — dijo después de su acción —. Sabía que no eras igual que las demás mujeres, lo supe desde el primer instante que te vi.

— ¿A qué te refieres? — pregunté con notoria confusión.

— Hay algo en ti que me produce curiosidad — contestó mientras se acercaba a mí —, y no entiendo el porqué pero algo me empuja a descubrirlo.

— Pues pierdes tu tiempo, no hay nada en mí que puedas o tengas que descubrir.

— No creo que pierda mi tiempo — dijo Helmut entre risas mientras se alejaba por los pasillos.

No entendía nada de su comportamiento y por qué dijo aquello, era en todo lo que podía pensar mientras veía cómo emprendía su marcha hacia cualquier lugar de palacio. Cuando vi que ya no estaba y era imposible verme, entré a la sala donde mi chamán me daba clase para poder empezar con éstas. Al abrir, me encontré con un chamán bastante frustrado y, al mismo tiempo, enfadado. Entendía su enfado, en esa sala tenía mucho material que utilizaba para hacer sus hechizos, su bola de cristal, todas sus piedras, los inciensos, las velas; en definitiva, tenía todo aquello que lo delataban como un brujo. Solo esperaba que Helmut no dijera nada a nadie porque lo meterían a él en problemas, al igual que a mi padre por permitir tener un brujo viviendo en su palacio, el pueblo se echaría encima de ambos.

— Chamán, yo… — no me dejó terminar lo que quería decir ya que me interrumpió.

— ¡Lárgate! — exclamó elevando el tono, se notaba su enfado —. Hoy no habrá clase y supongo que nunca más lo habrá. Lo único en lo que puedo pensar es en irme de aquí.

— ¿¡Qué!? ¿Por qué?

— Ahora mismo corro peligro, Brigitte. Si el chico habla, yo y tu padre estamos muertos, ¡literalmente muertos!

— Chamán, no te preocupes. No sé decirte porqué pero tengo la corazonada de que él no hablará ni le dirá a nadie lo que ha visto aquí.

— Da igual, yo me tengo que ir de aquí antes de que le pase a este palacio una desgracia.

Parecía que todos mis esfuerzos por tranquilizar a mi chamán fueron en vano, parecía que nunca iba a causar ese efecto en él para evitar que se fuera. Gracias a él, aprendí mucho sobre mí misma, a hacer una introspección diaria y a darme cuenta de que tenía mucho poder en mí pero que no sabía cómo utilizarla. Él se volvió una persona tan importante en mi vida y, en aquellos momentos en los que él estaba corriendo de un lugar a otro recogiendo con mucha prisa todo lo que podía con una evidente preocupación en su rostro, me di cuenta de que tenía que arreglar el destrozo que, de alguna manera, había hecho en su vida, tenía que arreglar aquello antes de que se fuera por siempre de aquí pues, no quería perderlo. Él era la única persona que de verdad se preocupaba por mí y en aquellos momentos, su vida corría peligro por mi culpa.

— Chamán — hablé hacia él totalmente decidida —, arreglaré esto, solo dame tiempo.

Y sin dar opción alguna a una posible respuesta de él, me fui corriendo hacia alguna parte de palacio que mi padre me tenía totalmente prohibido. Me dirigí hacia el ala oeste del palacio, el lugar donde estaban los aposentos de los invitados que se quedaban por un largo tiempo para hacer negocios con mi padre. Corría tan deprisa que ignoré completamente todo tipo de guardias que se ponían en mi camino para detenerme mientras me gritaban que no podía estar ahí. Por no obedecer, uno de los guardias se puso delante de mí agarrando el único arma que podían tener, la espada. Sin embargo, aceleré mi velocidad ya que no podían hacerme daño, o eso creía. Iba a esquivar a aquel guardia cuando él, con un movimiento rápido, me hizo un corte en el brazo izquierdo cortando no sólo mi vestido, sino también mi piel. En aquel preciso momento, caí al suelo. No obstante, al segundo me recompuse y, aunque el escozor en la zona afectada por el corte seguía, me puse en pie para llegar hasta la habitación que quería y urgía llegar pero, el no saber qué puerta daba a su habitación, me ponía nerviosa por no poder cumplir mi objetivo y, además, las consecuencias que tendría al desobedecer una de las normas que mi padre me impuso al crecer.

— ¡Soltadme! — grité con todas mis fuerzas mientras movía los brazos que tenía inmovilizados por los guardias que me estaban reteniendo junto con las piernas que las podía mover a mi antojo —, ¡he dicho que me soltéis!

— Nosotros solo estamos obedeciendo las normas que su padre, el rey de Francia, nos puso. No debe estar aquí señorita Bernard — habló uno de los guardias excusándose por lo que me estaban haciendo.

— Me da igual, he dicho que me soltéis. No podéis reterme en mi propio palacio, me puedo mover libremente por éste — dije mientras me encontraba en el suelo intentando zafarme del agarre de ambos guardias.

— No podemos, debemos llevarla  ante su padre para que sepa que le ha desobedecido.

— No tiene sentido, yo ya soy mayor de edad, puedo hacer lo que quiera. ¡Soltadme! — volví a exclamar elevando la voz todo lo que podía e incluso más.

— ¡¿Qué está pasando aquí?!

Y, de repente, como si mi propia salvación estuviera escrita, escuché la voz del chico rubio con tan notorio acento alemán que le caracterizaba. Al escuchar su voz, giré la cabeza para poder mirarle y, sobre todas las cosas, él me pudiera ver. No sabía muy bien para qué quería eso, pero lo quería. Y así lo hice, y así fue que su mirada chocó contra la mía. Al ver cómo me tenían, enseguida fue hacia mi sitio haciendo que los guardias dejaran de sostenerme de la manera que me tenían. En cuanto estuvo cerca de mí, inspeccionó cada sitio de mi cuerpo para cerciorarse de que no estaba herida o que, de alguna manera u otra, el agarre de esos dos guardias no me hubiera hecho algún daño. Sin embargo, encontró el corte en mi hombro. En aquel momento, su rostro cambió drásticamente, tanto que se podía notar el enfado y la rabia que tenía al ver aquel corte.

— ¿Quién os ha formado? — preguntó a los guardias mientras se levantaba del suelo de una manera muy violenta y encarándose hacia ellos.

— ¿Quién crees que eres? Usted no es nadie para hablarnos con ese tono — contentó uno de los guardias.

— Volveré a preguntar, ¿quién os ha formado?

— El ministro de defensa y mano derecha del rey de Francia, ¿tiene usted algún problema?

— Sí, el problema es que os formó como completos animales. Ella es la hija del rey de Francia, aquel que os paga para mantener el orden, no solo en el país, sino también en su propia casa. Por Dios, ¡acaban de atacar a la hija de aquel que os da de comer! — exclamó sin ocultar su visible enfado.

— Teníamos que hacerlo, es lo que el propio rey nos dijo — dijo uno de los guardias que se había mantenido callado desde que me acorralaron —. Solo cumplimos órdenes directas del rey.

— No me importan las órdenes del rey, a una mujer se la respeta y más si su padre es el rey de este país. Ha sufrido daños por vuestra culpa. Ahora lo que tenéis que hacer es retiraros y dejar a la princesa de Francia en paz.

Y así lo hicieron, se fueron dejándonos atrás mientras hablaban de cosas que no alcanzaba a escuchar ya que estaban cuchicheando mientras se alejaban cada vez más desde donde estábamos nosotros. En cuanto doblaron una esquina del pasillo dirigiéndose al lado derecho. En cuanto se perdieron de nuestras vistas, dirigí mi vista hacia el chico de cabellos dorados que me miraba atentamente con una ceja levantada. Sabía que quería explicaciones e iba a aquello cuando me increparon por no respetar las normas de mi padre. Sin embargo, no me arrepentía de nada ya que tenía muchas ganas de hablar con él sobre lo que vio en aquella sala.

— Sé que quieres explicaciones de todo esto y te las voy a dar. La verdad es que nunca me salto las normas que me impone mi padre pero, en este caso, me he visto obligada a hacerlo ya que quería hablar contigo — dije en cuanto mis ojos se conectaron con los suyos.

— ¿Conmigo? — preguntó confundido —. ¿Ha pasado algo?

— Sí, es sobre lo que viste en aquella habitación — respondí a su pregunta.

— Ah, ya veo — dijo mientras se incorporaba del suelo mientras me extendía la mano para impulsarme e incorporarme —. No diré nada, no es de mi incumbencia todos aquellos libros y objetos que vi. Tampoco quiero ser yo quien arreste a un hombre que no ha hecho nada malo.

— ¿De verdad?

— Claro, nunca hablo ni juro en vano. ¿Por quién me tomas?

— No sé, no te conozco ni tampoco conozco las intenciones que tengas. Cada persona tiene consigo unas intenciones, pueden ser buenas o, en su defecto, pueden ser malas. Eso lo demuestras con los gestos que haces por una persona, inclusive para tí mismo; también se ven al hablar — hice una pequeña pausa al darme cuenta que me estaba mirando con interés por lo que estaba diciendo —. Y antes de que te ofendas, no sabía nada sobre tus intenciones, es por eso que quería hablar contigo, para decirte que no hables nada que lo pueda perjudicar.

— Te puedes quedar tranquila, como he dicho antes, no estoy interesado en arruinar las vidas de nadie, y menos la de aquel brujo.

— ¡No hables de eso aquí! — exclamé en un susurro mientras llevaba mi dedo índice a mis labios en señal de que se cayara —. ¿Me acompañas al jardín de ayer? — pregunté con timidez.

— ¿Para raptarme? — preguntó mientras se mordía el labio para no reírse.

— Para hablar. ¿Para qué querría raptarte? No me servirías para nada.

Y con una leve risa, me hizo el ademán de acompañarme hacia el jardín. Todo el camino hacia éste íbamos callados. Él no paraba de mirarme de reojo y, en mi caso, yo tampoco, tampoco me empeñaba en ocultarlo. Cuando habíamos llegado hacia nuestro destino, me senté bajo la sombra de aquel manzano para poder descansar un poco. Él hizo lo mismo quedando en la misma postura que ambos estábamos el día anterior. Al ver que ya estaba sentado en una posición cómoda, me atreví a mirarle a aquellos ojos de un azul tan intenso como el océano, tan en calma, tan llenos de brillo, en los que me podía perder y encontrarme de nuevo para seguir haciendo lo que me quedaba por hacer: seguir hablando de mi chamán con él.

— No sé si lo que voy a hacer será como apuñalarme por la espalda, pero quiero hacerlo. No sé porqué, pero me da la sensación de que puedo contártelo, que lo vas a poder entender y que no me vas a juzgar por ello. Al mismo tiempo, no sé si lo que estoy haciendo es bueno o malo para mí ya que no te conozco. Pero siento que tengo que hacerlo de este modo, no sé porqué, pero lo siento — y sin más dilatación y después de haber intentado expresarme lo mejor que pude, inspiré profundamente haciendo una pausa de unos segundos para luego expulsar el aire anteriormente tomado, de esa manera, pude aventurarme y darle una explicación —. Verás, ese brujo como tú lo has llamado es un chamán, mi chamán. Me enseña brujería y sobre la espiritualidad. Él ha sido como un padre para mí ya que ha estado más pendiente de mí que mi propio padre. Y sí, también sé leer y escribir. También te quiero preguntar algo, ¿cómo sabías que era un brujo si dijiste que no sabías qué era todo lo que había en esa habitación?

— Porque mi abuela y mi madre eran brujas — contestó mirándome fijamente a los ojos.

— ¿Eran?

— Las quemaron vivas por practicar brujerías. Se cree que la brujería está conectada al sanatismo cuando ellas no seguían eso. Eran otro tipo de brujas, las que hacían el bien, las que curaban a la gente y atendían sin ninguna motivación de dinero de por medio. Ellas eran buenas y las mataron por creencias estúpidas. ¿Crees que habiendo vivido aquello voy a decir que ese hombre es brujo? De ninguna manera.

— Siento mucho oír eso. ¿Qué tuviste que hacer?

— Mi padre y yo tuvimos que irnos a otro pueblo alemán, al norte del país y empezar de cero, sino, nosotros dos corríamos el mismo peligro de acabar como ellas ya que éramos cómplices de las prácticas que ellas hacían.

— Lo siento mucho — dije con voz apenada —. No sabes cuánto lo siento.

— También puedes estar tranquila con lo otro — lo miré con cara de no entender nada —. Ya sabes, con lo de que sabes leer, escribir y también que estás aprendiendo brujería y sobre espiritualidad.

— Da igual, creo que hasta me harías un favor si lo contaras — dije entre risas tenues.

Helmut pareció entender la razón por lo que decía aquello ya que se quedó callado mientras me miraba seriamente. Pensaba que había arruinado toda la conversación cuando, de pronto, me abrazó. Yo estaba inmóvil, no esperaba aquella reacción del ojiazul, pero luego mis brazos fueron bajando hasta rozar los suyos que me estaban rodeando. No sabía cómo explicar aquella sensación pero parecía que ya mi piel conocía el tacto del suyo y la energía que desprendía en aquel preciso momento. Sentí algo que nunca había sentido antes, me sentí en casa. Después de aquel acto tan sorpresivo, nuestras miradas chocaron y, en aquel atropello, sentía cómo nuestras miradas hablaban con su propio lenguaje pero podíamos entender todo a la perfección. Él también podía sentir eso ya que era algo mágico e inesperado. ¿Cómo lo sabía? Porque a ambos nos costó separarnos de aquel abrazo donde pude oler su aroma. Era raro ya que ningún hombre olía tan bien como él lo hacía.

— Hay algo raro en ti — dije de broma para poder preguntarle sobre el olor, a lo que él me miró un poco raro sin entender la razón —. Es por el olor que tienes impregnado en tu ropa y en tu cuello, ¿qué es?

— ¿Te gusta? — preguntó con entusiasmo.

— Sí, nunca he olido un aroma como ese. Es agradable pero, ¿qué es? No creo que sea tu olor corporal.

— No, no lo es. Es uno de mis inventos aunque no sé qué nombre ponerle.

— ¿Cómo lo has inventado? — después de preguntarle aquello me miró algo sorprendido —. No es para quitarte la invención o para alguna cosa rara. Lo pregunto para ayudarte a ponerle nombre.

— Lo sé, no te preocupes, solo me sorprende que alguien esté interesado en mis inventos — dijo con honestidad mirando la hierba en la que estábamos sentados —. Todo empezó en el jardín de mi casa. En aquel jardín, mi padre plantó rosas ya que eran las favoritas de mi madre, lo hizo para mantenerla viva en su recuerdo. Él los curó con mucho esmero e ilusión pero, un día, unas cuantas rosas amanecieron marchitas. No sabíamos por qué estaba ocurriendo aquello ya que mi padre los cuidaba cada día. Viendo aquello, quería estudiar para sacar en claro la razón que las llevó a ese estado así que las corté por el tallo. Una vez que hice aquello con todas las flores que amanecieron de esa manera, llevé el pequeño ramo al laboratorio donde mi padre y yo hacemos los experimentos. En un frasco mediano, fui metiendo los pétalos de aquellas rosas, seguidamente, eché alcohol para poder lavarlas e inspeccionarlas mejor, las tapé y las dejé en una estantería. Sin embargo, algún que otro descubrimiento que hicimos, hizo que en mi mente desapareciera totalmente de mi mente el frasco con los pétalos. Después de volver a la normalidad después de esos descubrimientos, me acordé de las rosas, por lo tanto, cuando fui a por ellas destapando el corcho de dicho frasco, me vino un buen aroma. Cuando me dio aquel olor, me olvidé de los pétalos. Me eché unas gotas por la piel y me llevé una buena sorpresa cuando el olor seguía en aquella zona, ahí me di cuenta de que había descubierto un aroma que se quedaba impregnado en la piel por horas.

Después de escuchar su testimonio, empecé a darle vueltas al posible nombre teniendo en cuenta el proceso de creación. Sin embargo, cuando volvió a por las rosas, el frasco tenía una pigmentación roja por el color de los pétalos, eso junto a la mezcla del alcohol, crea una aroma agradable que dura por horas. Entonces, sería agua de rosas. ¡Claro, eau de roses!

— Eau de roses — dije cortando el silencio que se había formado después del relato del Helmut.

— ¿Qué quieres decir? — preguntó Helmut confundido ya que no se esperaba dicha intervención.

— Creo que he dado con el posible nombre de ese líquido que contiene ese aroma, y es eau de roses. ¿Sabes por qué? — negó con la cabeza después de preguntarle —. Porque eau es agua y roses rosas, agua de rosas ya que ese líquido contiene el aroma de las rosas al igual que la pigmentación de éstas.

— Eau de roses — musitó mientras tenía su mirada fijada en la hierba, inmerso en sus propios pensamientos —, me gusta. ¡Ese será su nombre! Muchas gracias, Brigitte.

Quería decirle que no era nada pero, en aquel preciso instante recordé que mi chamán estaba en su cuarto recogiendo todos sus utensilios para marcharse. Al recordar eso, me disculpé con Helmut ya que me tenía que ir y, sin dudarlo ni un instante, me fui rumbo a la sala donde dábamos clase. Al llegar, me lo encontré recogiendo lo que todavía no estaba en cajas. Estaba tan inmerso en su deber que ni se dio cuenta que había llegado a la habitación. Eso no duró tanto ya que decidí hablar para darle a saber que estaba presente.

 — Chamán — llamé su atención y él giró la cabeza hacia donde me encontraba —, no tienes que irte, hablé con Helmut y me dijo que no dirá nada.

De repente, mi chamán dejó todo lo que estaba haciendo mientras se reía como un loco desquiciado, sabía que eso no era bueno ya que, cuando lo hacía, era porque no estaba creyendo a esa persona, es aquel caso, no me estaba creyendo. Al escuchar su risa, agaché la cabeza ya que no sabía qué podía hacer para que creyera en mi palabra.

— Veo que sigues siendo la misma necia que conocí hace unos años atrás — dijo mientras intentaba parar aquella risa.

— Lo digo de verdad.

— Brigitte, ¿qué te va a decir? Claro que te ha dicho que no dirá nada para así poder hacerlo cuando menos lo esperemos, es decir, cuando menos me lo espere. Me entristece hacer esto ya que tienes el don y el potencial pero, Brigitte, no me queda otra opción y tu padre no me respaldará. Lo siento mucho, pero tengo que irme antes de que me maten.

Al escuchar eso y ver que mi chamán seguía recogiendo sus cosas, agaché la cabeza. Por un segundo, se me pasó por la cabeza contarle lo de la abuela y madre de Helmut pero, ¿para qué? No me creería e iba a gastar energía en vano. Por tal razonamiento, me quedé callada ya que sabía que no podría hacerle cambiar de opinión. Sin embargo, en cuanto me di por vencida, una voz se escuchó en la sala, una voz externa a las nuestras.

— Yo soy un hombre de palabra y puedo hasta jurar que no diría nada de eso a nadie — habló Helmut sorprendiéndonos a ambos —. Nunca lo haría porque mi madre y mi abuela murieron quemadas en la hoguera por brujería. Creeme, no deseo eso a nadie.

Después de que Helmut hablara, enfoqué mi vista hacia mi chamán. Me sorprendió el hecho de que no se riera como lo hizo conmigo y se le quedara mirando como si reconociera a aquel chico rubio que se había posicionado a mi lado. Yo no sabía que estaba pasando, lo único que sabía es que por la mente de mi chamán estaban pasando muchas cosas al mismo tiempo. Lo peor, quería saber todas aquellas cosas.

— No, no puede ser — musitó mi chamán sin salir de su trance —, no puede ser.

— Chamán, ¿estás bien? — pregunté preocupada.

— No puede ser… ¿Helmut?

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro