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Me gustaría empezar diciendo que en mi habitación me relajé y tenía todo claro en el momento de ponerme un nuevo vestido para acompañar el evento que se iba a brindar hoy, pero no, allí estaba yo con las puertas del armario abiertas de par en par. ¿Cómo podía ser tan difícil ponerse un vestido? Mi dilema no era por falta de vestidos, era porque no sabía cuál sería el vestido apropiado para no tener que mirar la mirada de desaprobación de mi padre al no haberme puesto el vestido que él quería que me pusiera, pero era muy difícil sin saber el proyecto del que mi chamán me había nombrado. Por un momento quise usar mi bola de cristal para poder saber de lo que mi padre estaba hablando con ese invitado, pero alejé ese impulso ya que mi chamán me dijo que esas cosas no se pueden hacer porque estaría violando la privacidad de las personas y, también, había que usarlo cuando fuera necesario y no para tonterías. Así que volví a dejar la bola en mi altar. Después de eso, pulsé un botón el cual un mecanismo se activó para que se formara una estantería llena de perfumes, maquillajes y todo lo relacionado a la belleza.

En cuanto a mi vestimenta, volví a volcar mi atención en el armario y a los vestidos que habían en éste, ninguno me convencía mucho. La rabia se iba apoderando de mí poco a poco por no ser capaz de elegir un vestido digno para la ocasión y, casi al borde del llanto, me tumbé en mi inmensa cama para poder pensar mejor, pero todos mis esfuerzos fueron en vano. Aunque lo intentara, me era imposible concentrarme en algo que para mí era muy secundario, pero para mi padre era principal en una mujer.

- Mamá - musité dejando que unas lágrimas resbalaran por mis mejillas -, ¿qué te pondrías en estos casos?

- Muy fácil, hija.

Al oír su voz, me incorporé de un solo movimiento rápido y todo lo que pude encontrar fue a mi madre sonriendo ampliamente mientras me miraba con dulzura. Me impresioné demasiado al verla. Era verdad que ver entes era algo normal de mi día a día, pero siempre me emocionaba cuando mi madre se presentaba ante mí para hablar o cuando sentía que necesitaba su ayuda. Me acerqué a ella sin ningún tipo de temor.

- Lo único que tienes que hacer es ponerte este vestido - añadió mientras agarró la percha donde estaba el vestido que mi madre estaba haciendo referencia -. Es muy bonito y no dudo en decirte que es perfecto para la ocasión.

- Pero ese vestido es muy informal para este caso.

- Brigitte, mi hija adorada, este vestido es perfecto para ahora. Es verdad que es algo informal, pero el invitado no es ningún rey de ningún país vecino, mucho menos un burgués. Así que este vestido es perfecto. Rojo con bordados dorados, te va a quedar precioso.

Vi como mi madre dejaba el vestido en la cama, estaba tan bien entendido que hasta me daba pena quitarlo de ahí. Sin embargo, mi padre me esperaba y ya le había hecho esperar demasiado, así que cogí el vestido por la percha y me dirigí al biombo que había en una esquina de mi habitación. Al salir, me acerqué a un espejo de pie para mirarme el cuerpo entero. La verdad era que mi madre tenía mucha razón, aquel vestido era muy bonito y no era egocéntrica al admitir que me quedaba muy bien. Mientras me estaba mirando en el espejo, mi madre se acercó hacia mí quedando detrás. Dirigí mi vista hacia la suya aún estando frente al espejo.

- ¿Ves? No te mentía cuando te decía que este vestido es el perfecto para la comida que tienes hoy con tu padre y ese invitado que, por cierto, es muy guapo - dijo mi madre mientras se rió un poco por lo último que dijo.

- Mamá, ¿por qué este vestido y no otro? - pregunté curiosa.

- Porque pienso que el rojo es un color que te queda muy bien y contrasta con tu pelo negro y tu piel tan blanca. Además, cuando conocí a tu padre, llevaba un vestido rojo similar al que estás llevando ahora. Sobra decir que él se quedó prendado de mi vestido y, como no, de mí. Así que supuse que este es un buen momento para que lo lleves puesto.

- Mamá, ¿qué estás insinuando? - la miré a los ojos dándome la vuelta hasta quedar cara a cara con ella.

- Lo entenderás en su debido tiempo - iba a rechistar pero ella se me adelantó -. Y ahora, señorita, tienes que ir a la oficina de tu padre y sabes que lleva muy mal los atrasos. Así que no pierdas más el tiempo preguntando cosas de las que no te daré las respuestas.

- ¿Por qué? - pregunté mientras me dirigía hacia la puerta.

- Porque es algo que tienes que descubrir por tí misma, no tiene gracia que se te diga todo, no te esforzarías en saber y aprender. Y ahora - abrió la puerta de mi habitación -, tu padre te espera - me empujó fuera de ésta -, y ya vas muy tarde al encuentro con él - cerró la puerta delicadamente sin dejar opción de despedirme de ella.

Fue en ese preciso instante que desee que no se fuera, que se quedara conmigo por un instante más. Aquel deseo hizo que las lágrimas salieran, pero en cuestión de segundos pude recomponerme y sacar fuerzas para afrontar la comida que tenía con mi padre y aquel invitado. En cuanto estuve preparada, emprendí el camino hacia el gran salón de palacio. Odiaba con todas mis fuerzas ese salón ya que lo utilizamos diariamente para todas las comidas que tenemos que hacer al día. La razón de aquel odio inmenso a ese salón era por la cantidad de espacio que había. Todo en la habitación eran lujos, con muchos ventanales en la parte derecha de la habitación conforme pasabas y, en medio de ésta, una mesa rectangular súper larga con muchas sillas alrededor. Desde que mi madre murió, mi padre no me permitió que me sentara a su lado como acostumbraba cuando era pequeña y todo era más simple. Por lo tanto, mi odio inmenso hacia ese salón fue incrementándose. Sin embargo, algo que nunca imaginé que pasara, pasó sorprendiéndome. Como estaba acostumbrada en estos casos donde mi padre celebraba el cierre de un negocio, invitaba a aquella persona a comer para celebrarlo y, como siempre, saludé a mi padre con una reverencia y, al mismo tiempo, al invitado de la misma manera. Sabía que mi padre se enfadaba mucho cuando hacía eso, pero una cosa que no iba a eliminar de mi vida fue el saludar amablemente a los invitados sin percatarme del rango social al que pertenecían. Nunca iba a sacar ese valor de mi vida solo porque a mi padre le incomodara. Después de saludar a ambos, me dispuse a sentarme en mi sitio asignado desde hace unos años atrás. No obstante, mi acción fue interrumpida por mi progenitor.

- Hija mía - me llamó como siempre me llamaba en público -, siéntate aquí, en mi lado derecho.

- Padre, ¿a qué se debe este cambio de posición? - pregunté extrañada por ese cambio.

- Es importante que lo sepas para que al siguiente heredero de la corona le puedas decir este trato que estoy haciendo aquí con un mercader e inventor alemán - me explicó visiblemente feliz.

- Padre - llamé su atención mientras me dirigía a mi sitio asignado para esta celebración -, con lo que diré a continuación no es mi ánimo por ofenderle y menos en público pero - me tomé un momento para escoger las mejores palabras para que no llegara a enfadarse - le dije muchas veces que yo puedo ser la...

- ¡Basta! - exclamó interrumpiéndome mientras elevaba la voz todo lo que podía mientras golpeaba con su puño derecho la mesa haciendo que los platos y cubiertos en ésta vibraran por el golpe. Inevitablemente, agaché la cabeza con vergüenza por la reacción de mi padre a lo que iba a decir -. Hija mía - me llamó con un tono más dulce para no asustar al invitado que, por cierto, miraba a mi padre con desaprobación por aquel acto -, sabes de sobra que no puedes ser la heredera al trono ya que ese lugar lo tiene que ocupar un hombre, las mujeres no servís para soportar tanto peso en vuestros hombros, por lo tanto necesitas un hermano para que cumpla con las obligaciones de rey cuando abdique o, en su defecto, muera.

- Sí, padre, lo entiendo. Siento haber traído el tema de nuevo y delante del invitado. Siento vergüenza de mis actos - dije con falso arrepentimiento para que mi padre se calmara por completo. Esas eran las palabras que él quería oír.

- No pasa nada hija, siéntate a mi lado, tenemos negocios que celebrar.

En su defecto, asentí y decidí que lo mejor sería estar callada, obedecer ciegamente a mi padre para que estuviera contento y, por último, sonreír todo el tiempo como una buena mujer francesa, o eso era lo que mi padre decía que tenía que hacer sin excepción alguna. Por mi parte, odiaba eso, odiaba que me tuviera que comportar como una mujer que solo le importaba el físico y guardar una buena apariencia. Por otro lado, el invitado me hizo sentir un poco nerviosa, no incómoda. Él era el mismo chico que me miró cuando iba a las clases de brujería con mi chamán, aquel chico con el que sentí esa conexión extraña que nunca antes había experimentado. Sin embargo, después de tener esa discusión con mi padre, él solo me miraba con tristeza, no sabía si era tristeza por lo que pasó o por mi comportamiento tan poco inusual. De todas maneras, traté de alejar esos pensamientos de mi cabeza. ¿Por qué me debería de importar lo que una persona desconocida pueda pensar sobre mi persona? No entendía ese comportamiento de mi parte.

Las horas pasaban y la comida se llevaba a cabo sin ningún sobresalto. Mi padre y el invitado, al que mi padre se le olvidó presentarme, estaban hablando muy animadamente sobre el innovador proyecto que llevaría a una alianza comercial entre Francia y Alemania. Tanto mi progenitor como el chico estaban muy felices pero, la persona que más feliz estaba era el chico rubio que tenía enfrente. Llegó el momento en el que terminamos de comer, con una sonrisa pedí permiso de irme a mi habitación, a lo que mi padre no se negó ya que hasta ahí llegaba mi trabajo. Me despedí tanto de mi padre como del chico con una reverencia y me fui directamente a la habitación de mi chamán para hablar con él de lo sucedido. Sin embargo, cuando llegué y toqué a la puerta en repetidas ocasiones y nadie contestaba, me dio a entender que estaba en la parte trasera del castillo, más específicamente, en el jardín que mi madre obligó construir y mantener a mi padre. Aquel jardín era un sitio seguro, un sitio donde podía ir a meditar y concentrarme solamente en la maravillosa melodía que la naturaleza brindaba todos los días. Sin opción a dudarlo, me encaminé hacia el jardín trasero pero, nuevamente, no lo encontré. No obstante, decidí quedarme en aquel sitio para poder relajarme y no pensar en lo anteriormente sucedido en la comida. Por lo tanto, me senté a la sombra del manzano, cerré los ojos y me dispuse a concentrarme en la brisa que rozaba mi piel tan delicadamente y en el cantar de los pájaros. Eso sí que era vida plena.

- Hola - dijo alguien perturbando mi tranquilidad, lo que hizo que abriera los ojos lentamente para que se acostumbraran a la luz del sol y, en aquel preciso momento, mi mirada cruzó con el invitado alemán con el que comí minutos atrás -, ¿interrumpo algo?

- No - mentí mientras le brindaba una sonrisa, la verdad era que sí, estaba interrumpiendo mi momento de tranquilidad y armonía con la naturaleza, pero debía ser educada y cariñosa con los demás, incluso cuando no quería serlo, desventajas de nacer en una familia real -, ¿a qué se debe su presencia por estos lares?

- No tiene que mentir - dijo el chico sonriendo al ver mi cara de desconcierto -, pero ya que lo pregunta... estaba dando unas vueltas por estos lugares para conocerlo. Su padre me dijo que podía hacerlo ya que tengo que quedarme aquí por unas cuantas semanas para cerrar nuestro trato y vigilar que no tenga fisuras por algún lado. Caminando me percaté de este hermoso lugar y decidí conocerlo, hasta que la vi aquí sentada con los ojos cerrados. Estresada, ¿verdad?

- ¿Perdone? - pregunté ya que no sabía a lo que se refería con que estaba estresada.

- No me lo tome a mal - respondió a mi pregunta mientras se sentaba a mi lado bajo la sombra de aquel manzano -, pero crecer en una familia real tiene que ser cuanto menos estresante.

- Para una mujer no lo es.

- Puede, pero usted es una excepción - al escuchar aquello le miré con cara de no entender a lo que se refería con que era la excepción, al ver mi rostro, sonrió y volvió a hablar -. Con excepción me refiero a lo que vi hace unos escasos minutos en la comida, aquella discusión fue fascinante. Nunca vi a una mujer perteneciente a la realeza revelarse de esa manera, y menos con su progenitor y máxima autoridad - le miré apenada por mi comportamiento y, con la velocidad de un rayo, aparté mi mirada sintiéndome muy mal por ese comportamiento -. Lo que me parece fascinante - al escuchar aquello, levanté la mirada sin creer lo que había dicho, creía que pensaba totalmente lo contrario -. Por cierto, me llamo Helmut Bauer - se presentó el chico alemán al mismo tiempo que levantaba su mano en mi dirección, me gustaba la espontaneidad de ese chico.

- Encantada de conocerle señor Bauer, yo soy Brigitte Bernard - me presenté imitando su gesto y estrechando mi mano con la suya sintiendo una corriente de electricidad. Me sorprendí de sentir y experimentar por primera vez aquello pero no era molesto.

- ¿Qué pasa? - preguntó el chico sacándome de mi ensoñación.

- Nada - respondí sin más mientras me zafaba el agarre de nuestras manos -, solo me sorprendí de que no me hubieras tratado como todo el mundo lo hace: manteniendo una cierta distancia y con reverencias.

- ¿Le molestó?

- No, simplemente se me hace raro que tengas esa cercanía conmigo cuando nadie más la tiene.

- Brigitte, yo no soy una persona que sigue protocolos, solo hago lo que creo que es conveniente. No le veo como la princesa de Francia, sino como la persona que se reveló contra su padre públicamente sin importarle quién estaba delante de ambos y, por ende, sin importar el momento. Usted es diferente.

- Entonces, si tan diferente dice usted que soy, ¿por qué me sigue tratando de usted? - pregunté divertida mientras hacía un esfuerzo por no reírme al ver su rostro -. ¿No era usted una persona que no sigue protocolos? - pregunté entre pequeñas risas.

- De acuerdo, no le - se paró en seco por unos segundos - te trataré de usted pero con una condición: no me tienes que tratar de usted tampoco, mucho menos de señor, tengo veintiún años, no me hagas sentir viejo - dijo mientras fingía que le dolía el hecho de haberle dicho señor.

- De acuerdo, cuando estemos solos te trataré de esta manera - acepté la condición mientras sonreía de verdad por primera vez en mucho tiempo.

- Te queda bien esa sonrisa para nada protocolaria - dijo sonriendo de la misma manera que lo hacía yo, lo único que cambiaba era que estaba totalmente sonrojada por aquel comentario -, deberías usar más esa sonrisa y no la que tuviste en la comida y al principio de esta conversación.

- Como bien mencionaste anteriormente, estaba estresada, por lo tanto la vida de una princesa no es estresante. También, añadiría que es muy aburrida. Hace mucho que no salgo de palacio, ni siquiera para ir al bosque que está detrás de este castillo. Mi padre no permite que pise tierra no perteneciente al castillo - expliqué sin entender el porqué le explicaba a un desconocido todo aquello, pero lo hice sin ningún tipo de miramiento, simplemente salió de mis labios.

- ¿Por qué? - preguntó Helmut con una expresión de sorpresa -. ¿Sobreprotección?

- Quizá - me quedé por unos segundos pensando -, puede que sí. Desde que mi madre murió no me deja salir para nada de palacio, creo que es protección, para que no me pase nada.

- ¿Crees?

- Sí, él está muy ausente con su trabajo, no es fácil llevar todo el peso de un país entero sobre sus hombros y eso requiere mucho esfuerzo y, como es evidente, mucho sacrificio. También, en sus ratos libres, queda con la que, dentro de poco, será su nueva esposa, es decir, mi madrastra. No me agrada la idea de que otra mujer venga a ocupar un puesto que nunca va a ser suyo, ella nunca será mi madre, sin importar lo bien o mal que se pueda comportar conmigo, ella nunca será mi madre - dejé de mirar hacia el frente para agachar mi cabeza fijando la vista en mis dedos, los cuales estaban jugueteando con el anillo que mi madre me regaló antes de morir y que, desde aquel entonces, nunca he podido ser capaz de quitármelo -. A veces pienso que lo único que le interesa es tener un hijo para que sea el heredero del trono. Sin embargo, siempre entenderé que sea así de machista y no sea capaz de cambiar la ley para que una mujer también pueda ser reina por herencia y no por casarse con otro rey.

- ¿Por qué entiendes eso? Suena a que te has cansado de convencerle para que lo haga - inquirió Helmut a mi lado pero con su mirada clavada en la hierba del jardín.

- Juro que lo he intentado, pero me fue imposible. Lo único que me queda es dejarlo a su libre albedrío y aceptar que siempre tendré que ser la princesa guapa y sumisa que todo a lo que debe aspirar es a casarse con el rey del país vecino para convertirse en reina y hacer una alianza entre ese país y Francia - después de decir eso miré a Helmut, él también levantó la mirada hacia mí haciendo que nuestras miradas conectaran entre sí provocándome un escalofrío que me recorrió todo el cuerpo -. Es así como funciona la monarquía, a nadie le interesa el amor, simplemente te casas o, en su defecto, te obligan a casarte con otra persona y todo por pura política.

- Vaya, no sé qué decir, sabía todo eso porque es más que lógico pero nunca creí que fuera un problema, sino algo que se aceptaba por nacer en una familia monárquica - dijo Helmut sin saber qué contestarme, tampoco sabía qué decir, tampoco sabía porqué le estaba diciendo aquello.

- Tampoco sé porqué estoy diciendo esto a un simple desconocido - decidí decir.

- Creo que no somos tan desconocidos como creemos, tampoco que nuestro encuentro haya sido casualidad - al mirarle con cara de no entender, él quiso explicarme su percepción -. Creo que nosotros ya nos habíamos conocido en otra vida porque no es normal que al verte sintiera que te reconociera y que ahora estemos aquí sentados hablando tan naturalmente, todo lo que hago es reforzar ese pensamiento de que te conozco de algo, pero exactamente no sé de qué - me miró por unos segundos a los ojos y vi un brillo peculiar en los suyos, un brillo que me hacía saber que pensaba lo mismo que yo ya que no era normal esa situación que estábamos teniendo en nuestro primer encuentro, un brillo propio al de un niño que le acaban de regalar un nuevo juguete -. Y creo que piensas que estoy loco - añadió mientras desviaba su mirada hacia la hierba mientras sonreía con vergüenza por lo que acababa de decir.

- Solo te voy a decir una cosa - dije rompiendo el silencio que se formó mientras me levantaba -, creo que no eres tan loco como crees ser.

Después de pronunciar eso y dejar a Helmut mirándome con una sonrisa, me fui hacia palacio ya que había pasado mucho tiempo fuera de éste. En aquel caso, no iba a contarle esto a mi chamán, lo único que iba a hacer era irme a mi habitación, tumbarme en la cama y pensar en la conversación acontecida con aquel chico. Y así lo hice, tumbada no hacía nada más que pensar en aquellas últimas palabras y en como yo no paraba de decirle todo lo que debería de callar, era como si tuviera la suficiente confianza con él para decir aquello. Sin embargo, lo más importante no era el hecho de que le contara todo aquello que no tenía que divulgar, sino el hecho de que también le reconocí cuando lo conocí. Aquellos ojos océano los había visto alguna que otra vez en mis regresiones a vidas pasadas que hice con mi chamán, eran esos los ojos que también llegué a soñar en varias ocasiones. ¿Será que estábamos destinados a reencontrarnos? ¿Habría la posibilidad de que nos hubiéramos conocido en otra vida?

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