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17

Después de estar en el gran salón, me llevaron hacia los calabozos de palacio. Helmut y mi chamán trataron de impedir aquello, lo que resultó en la captura de mi chamán y el exilio del país de Helmut y la ruptura del contrato que el día anterior él estaba tan contento de haber firmado. Ambas cosas me destrozaron por dentro y no paraba de pensar que era mi culpa. Agradecí que mi celda estuviera al lado del de mi chamán, así me sentía menos sola.

— Es todo por mi culpa — musité entre sollozos —. Te expuse sin pensar en las consecuencias que todo esto iba a tener. Además, Helmut está exiliado por mi culpa.

— No te auto fustigues, esto que ha pasado era necesario. Además, corrí hacia ti sin pensar en mi propia seguridad — dijo mi chamán tratando de tranquilizarme.

— ¡Callaros ya, creadores de Satanás! — gritó un guardia que la Inquisición había puesto para asegurarnos de que no escapásemos.

Aquel guardia lo conocía muy bien ya que él fue el encargado de custodiarme cuando entré en la etapa de la adolescencia, y ahora me estaba custodiando, pero para llevarme a la muerte segura. Vaya ironía. Ambos nos callamos, pero no fue porque aquel guardia nos lo hubiera gritado, sino porque no había nada de lo que hablar. Nos habían condenado a los dos a la hoguera o a cualquier tipo de experimento macabro para saber si éramos o no brujos y que, por supuesto, nos llevaría a la muerte segura después de sufrir las barbaridades que esa gente hace a las personas.

Poco a poco mis esperanzas de salir con vida se fueron desvaneciendo. Sin embargo, sabía sin saber por qué mi padre pudo hacer una cosa así a su única hija cuando fue él el que me dio ese tipo de educación, aunque fue en contra de su voluntad. No obstante, accedió a que viniese a palacio un chamán para que fuera mi mentor en esta educación y no solo aprendiese con los libros prohibidos que leía en la biblioteca. Mi fe se fue derrumbando al igual que el sol de la mañana bajaba de altitud sin cesar para esconderse y así dar paso a la oscura noche donde solo podía ver por una pequeña ventanita con rejas las estrellas dibujando constelaciones. La luz de la luna reflejada en mi rostro me daba un toque más melancólico que nunca.

Fue entonces cuando miré al guardia que nos vigilaba. Ya no era aquel chico que mandó a callar a mi chamán y a mí, se iban relevando para que así los demás pudieran descansar. Sin embargo, cuando lo miré vi que estaba dormido. Así que aproveché la oportunidad para inspeccionar la cerradura, pero poco se podía hacer ya que sólo se podía abrir o cerrar desde fuera. Indignada, le propicié una patada a las rejas con la suerte de no despertar al guardia.

— De nada sirve dejar que la frustración nos meza —, irrumpió mi chamán rompiendo el silencio que había tras la pequeña vibración de las rejas causadas por el golpe —, no vamos a salir de aquí. Al menos no con vida.

Lo único que pude hacer en ese momento fue sentarme en el suelo de aquella celda, llevar mis rodillas hacia el pecho y hundir mi cara entre ellas para dar paso a un llanto silencioso. Estábamos perdidos, acabados y solo porque mi padre le estaba haciendo caso a una mujer mala y sin escrúpulos. Tenía ganas de gritarle en su cara que mirase hasta donde había llegado su ambición por tener un heredero al trono varón, un niño ilegítimo. Tras aquel pensamiento, mis manos se cerraron formando un puño mientras agarraban la tela de mi falda presas de la rabia que no iba más que en aumento.

— Sé cómo te sientes Brigitte, pero esos sentimientos no van a hacer más que empeorar tu situación. Debes serenarte y asumir tu destino.

— Pero es injusto asumir un destino por una educación que mi propio padre me dio.

— Sabes que no está pensando con claridad. La persona que tiene a su lado no le hace pensar con claridad mientras que Berenice te quiera muerta.

— Chamán, no quiero morir.

— Yo tampoco, pero es lo que nos toca y lo debemos afrontar con la cabeza bien alta ya que no hemos hecho nada malo, la magia no es mala, recuérdalo siempre.

Aunque él no me pudiera ver, asentí con la cabeza. No había nada que pudiésemos hacer más que asumir nuestro destino y afrontar nuestra muerte con la cabeza bien alta. Sin embargo, no podía parar de sentir aquel gusto amargo en mi boca. Moriría joven, demasiado joven, borrarían mi historia para que nadie supiese de mi existencia y mi persona, los retazos de lo que fui se irán destinados al cajón del olvido y también de lo prohibido. Aquello que nunca una persona debería ser o convertirse. Puede que me convierta en el rostro de lo que no hay que hacer, que ni la realeza se libra de la muerte repentina y que, por ser desleal a Dios, tenían que matarme.

De repente, unas pisadas de unas botas haciendo eco por toda mi celda me sacaron de mis pensamientos, haciéndome mirar hacia la pequeña ventana mientras el sonido de las pisadas se iba acercando más y más hacia donde estábamos metidos. Súbitamente, el grito ahogado del guardia me hizo mirar hacia donde estaba sentado mientras presenciaba aquella escena grotesca. Una persona encapuchada había rebanado el cuello de aquel guardia, cogió el manojo de llaves y abrió las celdas donde estábamos retenidos.

— Tenéis que salir — dijo una voz tras de mí. En cuanto miré por la pequeña ventana, vi a Helmut disfrazado de guardia —. Y rápido.

— Pero... ¿cómo?

— Brigitte, no hay tiempo para explicaciones — dijo mi chamán mientras me cogía de la mano para sacarme de allí —. Yo también estoy conmocionado por lo que acaba de pasar, pero tenemos que correr hacia la salida.

— Pero se está desangrando, hay que ayudarlo.

— ¿Ayudar a un guardia que solo cumple órdenes y que te mataría sin dudarlo tan solo un segundo? — preguntó mi chamán con incredulidad mientras me arrastraba hacia la salida de aquel subterráneo.

No hice ninguna pregunta más, empecé a correr tras mi chamán siendo consciente de la oportunidad que se nos había brindado de vivir gracias a un desconocido y a... Helmut. Pero ¿él no estaba condenado al exilio? Mi cabeza empezó a dar vueltas sin parar intentando procesar todo lo que estaba pasando en nada de tiempo. Estaba confundida, aturdida, pero una cosa tenía claro, no iba a morir en aquella noche, tal vez al día siguiente, pero no en esa noche. Así que decidí subirme levemente el dobladillo del vestido y empecé a correr más rápidamente. El cansancio se apoderaba de mí, mi resistencia a tal esfuerzo físico era casi nula, pero me aferré a la idea de querer salir con vida que todo ese cansancio que sentía se fue transformando en fuerza para poder resistir. Y lo estaba consiguiendo, hasta que oímos unos pasos apresurados acercándose a gran velocidad hacia donde estábamos nosotros.

— ¿Cómo han sabido lo de aquel encapuchado? — pregunté en un susurro a mi chamán después de habernos parado en seco pensando a gran velocidad lo que hacer para que no nos pillaran.

— No lo sé, pero debemos escondernos para que no nos encuentren.

Pero no había nada, no había ningún otro pasillo lateral donde escondernos, todos aquellos pasillos los habíamos dejado atrás. En aquellos momentos sólo teníamos un camino y volver hacia atrás no parecía ser una opción viable. Estábamos entre la espada y la pared en un túnel donde la única salida era nuestra muerte más segura.

— ¿Conoces estos pasadizos, Brigitte? — preguntó mi chamán en un susurro.

— No, mi padre nunca me permitía bajar aquí. Aunque un día escuché a mi padre hablar con alguien sobre estos pasadizos y dijeron que en la entrada había una escalera de cemento que bajaba hasta aquí.

— Sí, tal y como vimos cuando nos arrastraron hacia aquí.

— Puede que detrás de esas escaleras solo haya un hueco donde nos podamos esconder. Aunque las pisadas cada vez se van acercando más, por lo que no creo que nos dio tiempo a llegar hasta las escaleras.

De repente, los pasos que estábamos escuchando cesaron, hasta que reanudaron su paso, esta vez escuchamos como las pisadas eran relajadas y, respiramos aliviados, en cuanto las escuchábamos cada vez más lejos, nuestros nervios iban calmándose al conocernos fuera de peligro.

— Arriba tendrán guardias.

— Pero ¿cómo ese encapuchado podría haber bajado al tener guardias? — pregunté sin saber nada.

— Podría ser alguien conocido para los guardias o alguien autorizado.

Mi chamán me cogió de la mano para llevarme hacia la salida, pero detrás nuestra, sentí una presencia. Al mirar hacia atrás, vi a mi madre mientras me decía que me fuera. Mi chamán también la escuchó ya que se dio la vuelta mirando hacia el punto donde yo también miraba. Sin embargo, antes de que pudiera contestarle, distinguí una figura negra que estaba viniendo hacia nosotros con pasos calmados. Del contraste entre la luz y la sombra, percibí que era el hombre encapuchado y mi rostro empalideció del miedo.

— No tienes que temer hija — intentó tranquilizarme mi madre —, él te protegerá hasta que estés a salvo.

Y, como si no hubiera pasado nada, la imagen que tenía frente a mí de mi madre se desvaneció por completo sin darme tiempo apenas a pestañear. ¿Qué me quería decir con eso? ¿De verdad ese hombre me iba a ayudar? Y de ser así, ¿quién era?

— ¿Aún no os habéis marchado? — preguntó ese hombre.

— No, hay guardias arriba y la única salida que hay es esa. Poco podemos hacer si la están vigilando.

— Claro, es normal que no sepáis que hay una salida que da al jardín trasero — el hombre empezó a andar hacia delante rebasándonos. Al ver que no le seguíamos, se dio la vuelta —. Seguidme, os llevaré a esa salida.

— Esa voz... — susurré para que sólo pudiera oírme mi chamán.

— ¿Usted es el rey? — preguntó con serenidad mi chamán.

Los primeros segundos después de haber planteado mi chamán aquella pregunta se hizo eternos antes de percibir cualquier tipo de movimiento por parte de aquel encapuchado. Al cabo de un tiempo, vimos cómo sus brazos seguían el compás de un ritmo que solo marcaba él, un ritmo que se me antojó eterno antes de que sus manos tocaran la capucha de aquella capa que le cubría de pies a cabeza. Lo primeros segundos que pasaron después de que sus manos entraran en contacto con la capucha, aquel hombre no hizo ningún movimiento, solo se limitó a dudar antes de que la capucha al unísono con sus manos, se cayeran hacia atrás revelando una cara que, aunque familiar, me desagradó,

— ¿Y usted es quién nos va a llevar a una salida? — pregunté impasible. Él asintió.

— Sé que no me creéis, pero fuera de esa puerta os está esperando Helmut junto a la familia de campesinos que te cuidaron por este tiempo y caballos para que podáis galopar lejos de aquí.

— No voy contigo a ningún lado, no me creo que nos vayas a sacar de aquí después de todo.

— Brigitte — me llamó sin moverse de su sitio —, por una vez en tu vida hazme caso y te mantendrás con vida. Acabo de matar a uno de mis hombres y os he abierto las puertas de vuestras respectivas celdas para que escaparais, ¿qué gano con todo esto si luego os entrego?

Aunque sus palabras sonaban convincentes, yo me mostraba cautelosa con todo lo que él pudiera brindarme, ya que él fue el único en ponerme en esta tesitura. Mi historia será olvidada después de que escape, de la misma forma en la que seré olvidada si en vez de escapar me quedo a esperar mi muerte, mi vida ardiendo en llamas o soportando las duras pruebas a las que me someterán para demostrar que soy o no una bruja, aunque la palabra de Berenice sea la única que necesiten para aniquilarme. Era verdad que, si él ha hecho todo esto, no ganaría nada. Es más, si lo descubrieran, no me quería ni imaginar de lo que iban a ser capaz de hacerle por haber ayudado a escapar a dos brujos. No ganaba, pero sí tenía mucho que perder si lo descubrieran, por lo tanto, cogí el dobladillo de mi vestido y le dije que nos guiara hacia esa puerta trasera. Él sólo se limitó a asentir y, depositando mi confianza por última vez en él, lo seguimos hacia aquella puerta.

Aquella puerta existía y estaba localizada debajo de aquellas escaleras. Antes de que él abriera la puerta, se puso de nuevo la capucha para que no fuera reconocido en caso de que este plan saliera mal. No me limité a hacer ninguna pregunta, tampoco obtendría mis respuestas, por lo tanto, opté a callarme antes de ser callada. Aprendí que, si de verdad quieres conseguir algo, primero debes de ejecutar el plan y, después, hacer las preguntas. Así que eso fue lo que hice.

Después de que se pusiera la capucha, abrió con una llave la puerta y, al salir nos encontramos con todos aquellos que nos dijo que nos estaría esperando. Al ver a Helmut, fui corriendo hacia él y lo abracé como si mi vida dependiera de ello. Aquel abrazo fue correspondido y, seguidamente, todo a mi alrededor se desvaneció por completo y, en mi mente, sólo estábamos él y yo fundiéndonos en un abrazo infinito. Sin embargo, me tocó volver a la realidad y separarme de los brazos del hombre que, en aquellos momentos supe, iba a ser el amor de mi vida y el hombre que daría todo para asegurarse mi felicidad. Ahí tuve la urgencia de coger ese maldito caballo y galopar hacia un lugar seguro junto a él.

— ¿Tenéis todos los caballos listos? — dijo él después de asegurarnos que todos estuviéramos a salvo de miradas indeseables.

En ese momento, Helmut y el padre de familia que me acogió asintieron mientras terminaban de atar a uno de los caballos una bolsa grande.

— Bien, pues idos antes de que algún guardia baje y vea todo lo que ha pasado allí abajo.

— Sí, es mejor que os subáis al caballo y emprendáis el viaje hacia el muelle — dijo el padre de familia.

Y eso fue lo que hicimos. Habías dos caballos, uno era para Helmut y para mí, y el restante era para mi chamán. Helmut subió primero y, con ligereza, me ayudó desde arriba a subirle y, desde abajo, el hombre que nos había estado ayudando. En cuanto todos estábamos listos para salir de allí, no sin antes de habernos dado capas para que nadie nos reconociese, el hombre encapuchado miró a Helmut y lo llamó.

— Helmut, aunque ella no lo quiera, protege a mi hija de todo como si estuvieras protegiendo tu vida. Conviértela en tu prioridad y, aunque ya no te queden más fuerzas, sigue protegiéndola hasta el final de tus días.

— Lo haré, le doy mi palabra.

— Brigitte, mi querida Brigitte — dijo con sus ojos cristalinos —, sé que no he sido un buen padre, al igual que sé que no he sabido ni podido protegerte. No estoy pidiendo tu perdón porque sé que no me lo merezco, pero al menos quiero hacerte conocedora de que me duele toda esta situación y espero que algún día puedas y sepas perdonar a este hombre que no se merece tu perdón. Pero ahora, debes irte y cuidar de ti como lo has estado haciendo hasta el día de hoy. Defiende tus ideales como hasta ahora y no dejes que nadie te haga cambiar de opinión. Mi niña, cuídate.

Y sin más, Helmut ordenó al caballo para que saliera galopando hacia la puerta trasera del reino y, con lágrimas en los ojos, vi como la figura de mi padre se iba haciendo más pequeña a medida que el caballo iba incrementando la velocidad. Y, sin más, tuve que hacerme la idea de que ya no iba a ver a mi padre nunca más, al igual que ya no iba a pasear por el palacio. Que tenía que dejar mi vida atrás y empezar una nueva vida allá donde el universo me quisiera llevar.

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