16
A la mañana siguiente todo fue exactamente igual que el día anterior. Quería preguntarle a Adelaide la cuestión que se me quedó sin contestar, pero me fue imposible ya que no pudimos tener ambas ningún momento de intimidad para poder hablar de ello. Sin embargo, en cuanto llegamos a palacio fui directa al despacho de mi padre para hablar con él omitiendo todas las tareas que la madre de Adelaide dijo que tenía que hacer.
— Vale, los haré. Pero primero me gustaría hablar con mi... el rey — me corregí.
— Vale, pero no tardes o sino la señora se enfadará — dijo temerosa.
— No te preocupes.
Después de esa breve conversación, fui hacia el despacho de mi padre para hablar sobre lo que Adelaide me comentó, pero omitiendo nombres para que así no pueda hacer nada en contra de ella o de su familia. Al llegar, vi los dos guardias que siempre custodian su puerta para preservar la paz y tranquilidad de él mientras trabaja. Cuando aparecí en el rango visual de ambos guardias, se tensaron como siempre solían hacerlo al verme, aunque ya no tenían esa obligación, sería por la costumbre.
— Buenos días, necesito hablar con el rey.
— Ahora mismo no está disponible, tiene visita y está desayunando con ellos en estos momentos — informó el guardia que estaba a mi derecha.
— ¿Cuándo creen que estaría el rey disponible? — pregunté con la intención de volver más tarde.
— Sentimos no poderle dar esa información — se lamentó el guardia que estaba a mi izquierda.
Al oír aquello, asentí con una sonrisa y me despedí de ellos. En el camino hacia la cocina para ponerme con mi trabajo, pasé por el gran salón donde mi padre recibe a todos sus invitados. He de admitir que quería saber con quiénes se estaba reuniendo aquella vez, pero fui parada con mi chamán. Cuando mis ojos conectaron con los suyos, los abrí como platos impresionada por verlo de una manera tan pública. Después de lo que me enteré el día anterior, tenía miedo de que aquellos insensatos vestidos con esas túnicas pudieran verlo y llevarlo a la muerte.
— ¡¿Qué haces aquí?! — pregunté en un tono bajo para que solo me pudiera escuchar él.
— Sé que te has enterado de la visita que la reina tuvo ayer. Desde que tu padre te echó de aquí te he estado vigilando, también porque él me lo pidió, por eso me ha mantenido aquí desde que te echó — me explicó con prisa.
— Por eso mismo te pregunto que qué haces aquí, como Bérénice te vea o alguno de sus amigos inquisidores te matarán.
— Lo sé, pero te tengo que advertir de lo que está pasando ahí dentro — dice mientras señala a la puerta del gran salón —. Ven conmigo hacia el aula de magia por los pasadizos.
No estaba entendiendo nada, ¿por qué quería hablar conmigo? De todos modos, asentí y me dirigí hacia él para seguirlo. Al ir hacia los patios traseros siendo precavidos para que nadie nos viera, la voz de Helmut nos asalta pidiendo que nos paremos. A juzgar por su mirada y a la forma que nos dijo que nos parasemos, sabía lo que estaba ocurriendo pues tenía un semblate muy serio y, al cruzar su mirada con la mía, vi un destello de preocupación que hicieron que todas mis alarmas se activaran. Estaba ocurriendo algo, y ese algo era un tema muy delicado, de aquello no tenía dudas.
Cuando Helmut llegó hacia nosotros, reanudamos nuestro camino para ir hacia el aula de magia. Una vez allí, pude ver a Adelaide con un semblante de preocupación que solo se mitigó al verme. No entendía que hacía ella aquí con nosotros, tampoco sabía qué hacía Helmut, aunque él ya sabía que era bruja. ¿Qué estaba pasando? Era la única pregunta que se había encadenado en mi mente. Me senté en la silla donde siempre me sentaba cuando daba clase con mi chamán dispuesta a escuchar la información que ellos tres conocían menos yo.
— ¿Qué está pasando? — empecé a preguntar viendo que ninguno de los tres empezaba a hablar ni a darme las explicaciones pertinentes —. ¿Qué hace aquí Adelaide?
— Vale, tranquilízate — dijo Helmut con un tono tranquilizador, aunque sabía que él no estaba tranquilo —. Tenemos poco tiempo — añadió dirigiéndose a mi chamán y Adelaide —, tenemos que contárselo ya para que esté prevenida.
— ¿Alguien de los tres me puede decir qué está pasando? ¿Por qué debería estar prevenida?
— Está bien — suspiró mi chamán dirigiéndose a todos allí presentes menos a mí —, se lo explicaré todo. Podéis sentaros donde queráis.
Al decir aquello, Adelaide y Helmut cogieron unas sillas que había en los dos extremos del aula de magia para llevarlas a donde estábamos yo sentada y mi chamán de pie, cara a cara. Cuando oí el tono que mi chamán empleó para hablar hacía unos escasos segundos, no pude dejar de estar alerta y, algo muy en lo profundo de mi ser, me decía que debía prestar atención a todo lo que se hablaría en esta aula.
— Ayer Bérénice tuvo una visita a la hora de la merienda de lo más peculiar. Estoy empleando este adjetivo porque es la primera vez que han venido a palacio — hace una pausa para mirar al suelo y, acto seguido, sentarse encima de la mesa que había frente a mí, el escritorio de mi chamán —. Como ayer te dijo Adelaide — la nombró mientras él la miraba con orgullo —, la que era tu madrastra se juntó el día de ayer con gente que pertenece a la Inquisición, de la misma manera que ella te dijo que es perteneciente de esa secta. Al presenciar aquello y poner oído en lo que estuvieron hablando, Adelaide vino a esta aula para informarme de esa conversación.
— ¿Cómo sabías de la existencia de esta aula y de mi chamán? — pregunté a Adelaide.
— Un día vi cómo entrabas y después de unas horas salías escondiendo algunos libros. Me pareció un poco raro, pero no le tomé mucha importancia hasta que escuché la conversación de la señora con aquellos señores — explicó Adelaide.
— ¿Señora y señores? — preguntó Helmut con incredulidad hacia Adelaide —. ¿Cómo puedes llamar a esa gente de esa manera cuando son verdaderos monstruos?
— Helmut, los trabajadores deben dirigirse de esa forma a mi padre y todos los de su índole social.
— Sé que es su deber y que están obligados a ello, pero no puedo dejar de cabrearme después de todo — dijo bajando su tono de voz.
— También es mi deber no decir nada de lo que escuche en este palacio a nadie y ayer se me escapó tal cosa por el sueño y el cansancio que sentía — se culpó Adelaide agachando su cabeza por su falta de disciplina.
— Y fue lo mejor que pudiste hacer, Adeliade. Hablar conmigo y decírselo a ella para ponerla sobre aviso — dijo mi chamán intentando tranquilizarla —. Por donde iba — dijo mientras su mirada volvía hacia mí —, yo también me impresioné al verla entrar por la puerta, pero en cuanto me contó todo, agradecí al universo que fuera conocedora de la existencia de esta aula y de mi persona. Pues Adelaide escuchó que Bérénice estaba hablando con esos sectarios sobre ti, mi querida Brigitte. Ella les estaba comentando que eres una bruja y que te iban a pillar desprevenida para llevarte frente a ellos y acabar con tu "peligrosa" magia — eso último lo dijo haciendo el gesto de las comillas en ese adjetivo en el aire.
— Ayer por la noche después de estar contigo, el chamán me citó aquí para informarme de todo. Por eso sabía que hoy él te iba a buscar y os paré para que me esperarais — me explicaba Helmut —. No quiero que acabes como mi madre — añadió aquello mientras sus ojos se volvían cristalinos —, no quiero ver cómo esas escorias arrebatan de mi vida a otra persona importante para mí.
— Y hoy he impedido que fueras al gran salón porque tu padre está reunido con el líder de la Inquisición — concluyó mi chamán.
— ¿Qué hace mi padre reunido con esa gente? — pregunté con voz entrecortada esperándome la peor respuesta posible.
Los tres se callaron ante la formulación de esa pregunta, bajando sus miradas hacia el suelo. Sin embargo, rápidamente, mi chamán se levantó de la mesa y fue a una estantería a su derecha. Tomó su bola de cristal y, pasando las manos por encima de ella, le pidió que revelara lo que estaba ocurriendo en esos momentos en el gran salón de palacio. Después de unos segundos, la bola empezó a proyectar lo que estaba pasando allí. Mi padre estaba hablando con una persona vestida con aquellos atuendos que me parecían horrendos. No podíamos escuchar lo que estaban hablando, pero solo aquella escena me pareció vomitiva. Las ganas de llorar se iban apoderando de mí a medida que los segundos transcurrían, unos segundos que me parecieron una eternidad.
— ¿No se puede escuchar la conversación? — preguntó Adelaide.
— Lamentablemente no. Solo proyecta la imagen de todo lo que está pasando, pero las voces no las reproduce — contestó mi chamán asqueado por aquella situación.
Todos nos sobresaltamos para acercas nuestra vista hacia un papel que aquel señor había dado a mi padre. Era un pergamino que estaba enrollado, mi padre lo cogió y lo desenrolló quitando el lazo que lo mantenía enrollado. Lo abrió y lo dejó encima de la mesa. Mi chamán pidió a la bola de cristal que proyectara lo que estaba escrito en aquel pergamino para que nosotros lo pudiéramos ver. Si aquella escena me había asqueado, eso terminó por revolverme el estómago. Mi chamán puso las manos sobre su cabeza desesperado, y Helmut se echó a llorar.
— ¿Qué pasa? ¿Qué pone en ese pergamino? — preguntó Adelaide ya que, como ninguna mujer tenía acceso a la educación, no sabía leer.
— Es un permiso — le contestó mi chamán.
— ¿Un permiso para qué? — preguntó de nuevo Adelaide sin entender nada.
— Un permiso para perseguirme, llevarme ante la justicia y matarme — le respondí teniendo la mirada puesta en la bola de cristal, atenta a los movimientos que mi padre hacía.
— No creo que el señor pueda autorizar tal cosa — dijo Adelaide para tranquilizarnos, pero, ¿era capaz de hacer tal cosa?
Todos se fijaron en la reacción que mi padre tuvo ya que se le veía devastado dejándose caer en el respaldo de la silla llevándose la mano hacia su mentón. Mis ojos fijos en aquella bola le suplicaban que no lo firmara, que no me vendiera. Cuando mi padre se recompuso y se irguió en su silla adoptando una buena postura, el ambiente se empezó a sentir cargado de un sentimiento que pude identificar como ira y frustración. Cuando volví a prestar atención a la bola de cristal, pude ver a una persona detrás de mi padre, aquella persona era el espíritu de mi madre. Llorando, le estaba pidiendo algo que no pude llegar a captar. Cuando vi aquello, mis ojos se posaron en los de mi chamán indicándole que aquel espíritu que él tantas veces había visto, era el de mi madre.
— Mi madre está detrás de mi padre llorando y suplicándole algo que no consigo captar — dije sin pensar.
Mi chamán lo único que hizo fue asentir con pesar y tristeza. Mis ojos se volvieron a posar en la bola de cristal en el momento justo para ver cómo mi padre, tras mirar a su derecha donde seguro tendría que estar Bérénice, cogía una pluma, lo impregnaba de tinta y, sin terminar de creerlo, firmó. Mi padre acababa de firmar mi sentencia de muerte. Cuando hizo aquello, todos a mi alrededor se descompusieron y empezaron a llorar ya que no podían hacer nada para evitar aquella situación ya que me habían fijado un día para morir. Sin embargo, yo no estaba descompuesta, ni me arranqué a llorar. En mi cuerpo no había cabida para ningún tipo de sentimiento más que el de la rabia y el sentimiento de abandono por parte de mi progenitor. Cuando volví mi vista hacia la bola de cristal, pude ver como mi padre miraba al frente con la mirada perdida por lo que había hecho y, sin que nadie lo esperaba, vi cómo un cuchillo volaba hacia dónde estaba mi padre clavándose en la pared tras él, sabía que aquello lo había hecho mi madre por la rabia que tanto mi chamán como yo habíamos canalizado en el ambiente.
Sin decir nada, me levanté de mi asiento y salí por la puerta del aula de magia, la misma de la que solía salir escondiéndome, pero aquella vez, simplemente salí empujada por la rabia que crecía por mi cuerpo cada minuto que pasaba. Sin miedo y sin hacer caso a las voces de aquellas tres personas que estaban conmigo, me dirigí con paso firme hacia el gran salón. En el trayecto, todos los empleados de palacio me miraron fijándose en la determinación que estaba mostrando dejando resonar cada paso que daba por los pasillos. En cuanto me posicioné frente la puerta del gran salón, la abrí sin pensar lo más mínimo en nada. En cuanto entré, todo el mundo estaba gritando por el suceso del cuchillo y nadie se había percatado que estaba allí con ellos.
— Eso ha sido obra de esa bruja — gritó Bérénice horrorizada.
— Claro, porque todo lo que pasa siempre tiene que ser culpa nuestra, ¿verdad? — dije con la voz llena de ira dejando que todo el mundo que estaba presente me viera horrorizados.
— ¡Brigitte! — exclamó mi padre.
Yo no dije nada, simplemente reanudé la marcha hacia donde estaba posicionado mi padre para estar con él cara a cara. Cuando lo vi, en sus ojos gritaba súplica ya que sabía lo que acababa de hacer. Sin embargo, no me apiadé de él. En aquel momento la rabia no podía dejarme ver más allá de nada. Ni siquiera me di cuenta de que Helmut y mi chamán había entrado en el gran salón, tampoco nadie había recaído en la presencia de ellos dos.
— De todas las cosas que me has hecho — comencé a decirle a mi padre —, esta es la más ruin y la más canalla. Nunca llegué a creer que mi propio padre me castigaría con aquella brutalidad, que me desterraras de la familia, que incluso te casaras con una inquisidora sabiendo el tipo de educación que tú mismo te encargaste de darme siguiendo los consejos de mamá, de mi verdadera madre. Sin embargo, nunca creí que mi propio padre, sangre de mi misma sangre firmara mi sentencia de muerte. Espero que cuando corten mi cabeza o me reduzcan a cenizas como ha pasado con otras mujeres del pueblo, pese en tu conciencia hasta el día de tu muerte. Y te maldigo, te maldigo con que siempre pienses en el día de mi muerte, que eso te persiga y no puedas vivir en paz, ni morir en paz.
— Brigitte — me llamó mi padre —, hija mía.
— Hace tiempo que dejé de ser tu hija.
Tras decir aquello, me giré para mirar aquellas personas vestidos con aquellas túnicas blancas y con aquel símbolo que hacía que me helara la sangre. Los vi con ira y rabia y el fuego que había dentro de mí iba incrementando por momentos.
— Vosotros sois el claro ejemplo de cómo la religión, seguida de un fanatismo creciente, con un señor todopoderoso que no existe, os ciega hasta no ver que la magia no es algo malo. Pero, ¿es la magia y el ocultismo lo que realmente os molesta, o es la independencia de la mujer lo que os causa rechazo? Que una mujer sea capaz de pensar, estudiar e informarse por sí misma no os gusta nada, ya que no depende de ningún hombre para ello. Por eso las mujeres no pueden acceder a una educación digna, porque comenzarían a pensar más allá de cuidar a su familia, marido e hijos. También condenáis a los maridos de todas las mujeres acusadas, porque les otorgan la libertad que a vosotros tanto os disgusta. Y lo que más repudio es que lo hagáis disfrazándolo de religión, cuando el Dios al que tanto rezáis no dice en sus escrituras que persigáis a nadie, sino que améis al prójimo. Si es verdad que Dios todo lo ve, me daría vergüenza lo que vosotros hacéis con las personas que Él mismo dice que améis. Sois todos unos cobardes que temen que una mujer sea independiente y no necesite la figura de un hombre para nada. Queréis tenernos sumisas y que seamos esclavas de las obligaciones que gentuza como vosotros nos han impuesto, todo porque, según vosotros, somos el género más débil. No queréis que usemos nuestro poder porque sabéis que no somos un género débil, y eso es lo que os da miedo. Sin embargo, no me negaré a que me juzguéis. Estoy aquí, dispuesta a enfrentar mi destino, firmado por esa arpía — señalé en esos momentos a Bérénice —, y la figura paterna que creía que tenía. Estoy aquí para enfrentar la muerte, ya que el único delito que he cometido ha sido recibir una buena educación y ser mentalmente independiente, capaz de pensar y usar mi plena razón sin depender de una figura masculina. Aquí estoy, dispuesta a ser llevada ante el juez y aceptar el descanso eterno.
— Bien, puesto que no hay ninguna intervención negativa de parte de nadie, ni de la propia acusada. Procederemos a llevarla hacia los calabozos de la comisaría del pueblo bajo custodia hasta que el juez la condene por sus actos delictivos como practicar la magia negra —, dijo el jefe de esa secta mientras me agarraba del brazo para llevarme hacia el pueblo.
— ¡No! — exclamó mi padre mientras me cogía de mi brazo derecho que quedaba libre de todo agarre —. Sería mejor que se custodiara en los calabozos de este palacio.
— Señor, con todos mis respetos — le contestó el jefe —. Pero no creo que sea lo más conveniente. Después de todo es su hija.
— Por eso, como es mi hija yo decido dónde tenerla retenida.
— ¿Y cómo me garantiza que no la ayudaría a escapar? Bérénice me comentó que justamente haría esto, firmaría, pero la protegería al mismo tiempo.
— Le prometo como rey de esta gran nación que seré yo mismo quien la lleve ante el juez. Sin embargo, quiero que esté en los calabozos de este palacio hasta que llegue el día de dictaminar una sentencia. Si le convence, uno de los vuestros puede estar custodiando su celda hasta que ese día llegue.
— Joseph, si es la última voluntad del rey, no le debes desobedecer — sentenció Bérénice —. Lo que es obligatorio. Es que este mediodía la vamos a llevar al centro del pueblo para que todos vean quién teníamos aquí en palacio y demostrarles que el enemigo y el diablo están en todas partes.
— No tengo objeción para eso ya que es lo que estaba escrito en el permiso.
— Está bien, hay que anunciar que a la una de la tarde todos se reúnan en la plaza del pueblo para dar a conocer esta noticia — sentenció ese hombre llamado Joseph.
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