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12

Poco a poco todos mis sentidos se fueron despertando. Lo que primero pude sentir es que estaba en una cama boca abajo, luego escuché a varias personas susurrar en la misma habitación en la que estaba y, por último, pude oler a comida. Tomándome todo el tiempo que necesitaba, al final pude abrir los ojos. Estaba en una casa muy humilde con poca iluminación, pero eso no me impidió ver a las personas que estaban susurrando: Adelaide y sus padres.

— ¡Padre! ¡Madre! — les llamó Adelaide —. La señorita Brigitte se ha despertado.

Eso provocó que ambas personas me miraran y se levantaran del sitio en el que estaban sentados. Al ver dónde estaba, me quise reincorporar lo más rápido que pude de aquel lecho, sin embargo, un fuerte dolor en la espalda y en mis extremidades me hicieron caer contra la cama.

— Señorita Brigitte — me llamó la madre de Adelaide —, no se incorpore o las heridas no sanarán.

— Aunque se incorpore todo lo que ella quiera, esas heridas tardarán en sanar — habló el padre de Adelaide mientras me miraba con pena.

— ¿Dónde estoy? — pregunté aturdida y cansada en un hilo de voz.

— Señorita Brigitte — fue Adelaide quién habló esa vez —, usted está conmigo y con mis padres. Su padre, el rey, le ha quitado todos y cada uno de sus derechos y, después de que la torturaran la abandonó fuera del castillo a su suerte. Mis padres y yo al verla en aquel estado nos compadecimos y la trajimos aquí a nuestra humilde morada para el tiempo que usted necesite. Por desgracia no podemos llamar a un médico para que le desinfecte las heridas ya que no disponemos de ese dinero para afrontar ese coste, pero nosotros le hemos desinfectado las heridas como hemos podido.

— Gracias — fue lo único que me salió decir en aquel momento —. Os lo agradezco de todo corazón.

— ¿Se quiere incorporar, señorita Brigitte? — preguntó la madre de Adelaide con la delicadeza y dulzura con la que una madre le habla a un hijo.

Lo único que pude hacer fue asentir y, en cuanto hice aquel gesto, los padres de Adelaide ayudaron a incorporarme con todo el cuidado que pudieron, aunque el dolor me estaba matando. Una vez que estaba sentada en el lecho donde un minuto atrás yacía, insistieron que comiera algo para poder recuperar fuerzas, a lo que no pude resistirme porque, aunque no tuviera hambre, me harían comer de todas formas. Y, sin darme cuenta, aquella familia humilde y trabajadora me acogió como una más en su humilde morada.

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El Rey De Francia


Después de lo ocurrido, me puse de mal humor con mi hija Brigitte. No me importaba en lo más absoluto si lo hubiera rechazado, pero no de la manera tan pública que lo hizo. ¿Cómo se atrevía a hacerme aquello a mí? No podía permitírselo, por lo tanto, traté de recomponerme y enderezar las cosas como mejor pude. Una vez que el desayuno fue acabado y mis invitados fueron a sus aposentos donde les esperaban nuestras criadas con los bolsos que contenían sus ropajes limpios y planchados, traté de pensar en qué hacer en aquellos momentos. ¿Cómo la castigaría? Porque no se iba a volver a salir con la suya. Le había advertido cientos de veces, pero se ve que no quiso escucharme ni obedecerme.

— Tu hija es una estúpida engreída, ¿cómo puede hacernos esto? Es una desagradecida. Le apañamos un matrimonio y ella lo rechaza. Está mal de la cabeza, ¡está loca! — dijo Berenice mientras caminaba de un lugar a otro del salón donde habíamos desayunado.

— ¿Tú también me vas a cabrear más de lo que estoy, Berenice? — pregunté visiblemente enfadado.

— Pero mamá tiene razón — concordó mi hijo pequeño —. Ella es una estúpida.

Bastó eso para que me fuera de aquel salón sin un rumbo en concreto. Estaba bastante fastidiado por la situación que no quería que otras personas hablaran mal de mi hija. Lo que había hecho era algo imperdonable. Que una mujer hablara y se comportara de aquella manera con la persona de máxima autoridad que tiene, no me gustó nada. Le di muchos vuelos cuando era pequeña y todo eso me estaba pasando factura.

Después de caminar, me fui hacia una habitación en concreto. Yo era la única persona en este castillo en tener la llave, pues aquella habitación fue donde mi amada y primera esposa pasó sus últimos días de vida. Al entrar, lo primero que vi fue la cama donde yació su cuerpo. Con paso lento, me acerqué y senté en aquella cama. Miré a mi alrededor mientras intentaba que las lágrimas no salieran de mis ojos. Si mi amada esposa estuviera con vida, podría llevar mucho mejor aquel asunto, pero yo estaba perdido y bloqueado, sin saber muy bien qué decir o qué hacer. De pronto, sentí una brisa fría acariciar mi mano. Extrañado, miré hacia la ventana de la habitación por si estuviera abierta y, para mi sorpresa, estaba cerrada. No era posible que hubiera aire allí. ¿Sería posible que mi hija tuviera razón y el alma de mi esposa estuviera todavía entre nosotros? No, no era posible. Después de la muerte no hay nada. Y, de nuevo, sentí aquella brisa en mi mano. Al sentirla, algunas lágrimas no dudaron en caer y, derrotado, me tumbé en la cama en posición fetal mientras lloraba como un niño pequeño. Mi orgullo fue dañado por mi hija. De repente, solo una cosa me vino a la cabeza "mi hija corre peligro al lado de Berenice". Extrañado, me incorporé rápidamente ya que no sabía de dónde venía aquel pensamiento, pero una vez analizado, supe de su veracidad y quise hacer algo. Algo que, aunque estuviera en contra, era necesario para alejarla de mi actual esposa.

Después de pensarlo por una hora, tomé una decisión. Con el achaque de lo que había hecho, la echaría de palacio, aunque eso también implicara quitarle todos los títulos que tenía al igual que los honores. Con paso decidido, la busqué por todo palacio y, tras una ardua discusión, llamé a los agentes de policía para que prepararan la sala de torturas. En aquel momento, la arrastraba mientras la agarraba del pelo. Ella lloraba desconsoladamente y mi alma se iba rompiendo un poco más. Sé que Berenice le gustará esto, aunque a mí me estaba matando. En cuanto entramos a aquella habitación de tortura, la dejé ahí tras decirme aquellas palabras tan duras y, tras darles a las agentes indicaciones, me fui de ahí ya que no era capaz de ver lo que yo mismo ordené. Sin embargo, no pude moverme tras cruzar aquella puerta y, sin miedo a que me viera alguien, me quedé sentado mientras los gritos de Brigitte se escuchaban desgarradores. Aunque lo hacía por su bien, me odiaba por ello, pero no sabía qué más hacer. Después de unos minutos, no pude aguantar más los gritos y, visiblemente devastado, me fui directo hacia el despacho real.

— Lo siento mi amada — dije en voz alta en cuanto me senté en la silla del despacho —, siento no haber podido ser un buen padre para nuestra hija.

Todo lo que sentía en aquellos momentos era odio hacia mi persona y sabía que había defraudado, no solo a mi difunta esposa, sino también a mi hija y a mí mismo. Me preguntaba cómo pude haber llegado a aquella situación por tan solo querer tener un hijo varón para ser el futuro heredero al trono. Una mujer no podía ocuparse de todo lo que el título conlleva tan bien como un hombre. Sin embargo, lancé a mi hija al precipicio sin siquiera saberlo. Fue por ello que, después de torturarla, ordené que la dejaran en la puerta de palacio para que un buen samaritano la recogiera y la cuidara mejor de lo que yo la he estado cuidando. No obstante, una cosa tenía clara, y es que no quería que mi hija fuera un lastre para nadie, por lo tanto, ordené que trabajara en palacio y tuviera un sueldo. La quería mantener lejos, pero al mismo tiempo cerca de mí para asegurarme de que todo le iba bien.

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