11
⚠️Este capítulo contiene escenas explícitas de tortura. Si eres sensible a dichas escenas, no lo leas.⚠️
Mientras estaba siendo arrastrada hacia aquel sitio, se me venían muchas cosas a la cabeza, pero nada era comparable con el dolor que mi corazón sentía al estar viviendo esto y que la persona a la que más quería me lo estuviera haciendo. No me duele la denigración a cara de los trabajadores del castillo, me dolía que fuera él el que lo estuviera haciendo. Entendía su enfado, pero no entendía por qué castigarme de aquella manera.
Sí, era un castigo porque aquella sala no era una sala de interrogatorios normal. Ahí se hacían cosas completamente inhumanas. La policía, junto con mi padre que era la máxima autoridad por encima de la policía, dejaban en ese sitio a los reclusos que no querían decir la información que la policía necesitaba saber por las buenas. Torturaban a los reclusos poco a poco hasta que hablaran y, desafortunadamente, a algunos de ellos les provocaban la muerte al pasarse con los cortes o incisiones.
Cuando era pequeña, buscaba a mi padre para enseñarle un dibujo que hice y, al preguntar, las respuestas me llevaron a aquella sala. Esa sala contaba con una puerta de hierro bastante pesada. En ese instante, todos los que estaban dentro de aquella sala salieron dejando una rendija en la que se podía ver un poco de lo que había dentro. Empujada por la curiosidad, pegué mi ojo derecho a aquella rendija para ver la habitación a la que nunca me dejaban pasar. En cuanto me asomé, un hombre con pelo largo y sucio se asomó a la rendija para pedirme ayuda. Su desesperación era tanta que hasta me cogió de la muñeca para que le ayudara a escapar. Mientras me intentaba zafar de su agarre, guardias, policías y mi padre fueron corriendo por el ruido que se estaba haciendo, algo que a ellos no les convenía en lo más mínimo. Yo lloraba por ver mi vida en peligro, tanto que cuando vi a tanta gente corriendo hacia donde estaba, fui corriendo a abrazar a mi progenitor por el miedo y él sin dudarlo, me abrazó consolándome. Obviamente, fui regañada por estar husmeando en esa zona que se me tenía prohibida.
Sin embargo, en esos momentos era yo la que estaba en esa sala dispuesta a aceptar mi castigo con la cabeza bien alta, llena de lágrimas, pero con la cabeza bien alta ya que no había hecho nada malo. En cuanto estuvimos frente aquella puerta tan familiar por mi desagradable recuerdo. El oficial de policía se encontraba al lado de ésta esperándonos. Por la forma en la que él miraba a mi padre le preguntaba si estaba seguro de lo que estaba a punto de hacer, pero sabía que él no daría su brazo a torcer, por lo que, sin previo aviso, abrió con la llave aquella puerta que chirriaba demasiado para mi gusto. Al entrar, la única luz que se veía era la de una vela sostenida por una lámpara. Todo en aquella sala era muy lúgubre. Pude ver los diferentes artefactos de tortura que tenían, cada vez que miraba alrededor de esa sala, cada artefacto era peor que el último.
— Mira lo que me has hecho hacer, hija. ¿Eres consciente de la sala en la que te encuentras ahora mismo? — preguntó mi padre.
— Sí, soy consciente en la sala en la que me encuentro — respondí cortante.
— Este será tu castigo al dejarme en evidencia delante de nuestros invitados y por negarte a participar en la alianza.
— En ese caso, castígame con la dureza que consideres oportuno al deshonrar tu honor y romper el pacto de alianza con aquel país — dije con la cabeza bien alta y con honor.
— ¿A caso te estás escuchando? — preguntó con cinismo.
— ¿A caso te estás escuchando tú? — le respondí para tratar que entre en razón —. ¿A caso no ves que estás poniendo por delante tu honor, orgullo y tus alianzas con otros países antes que la integridad de tu propia hija? ¿De ese modo es cómo me ves? ¿De verdad me ves como una persona a la que vender por una alianza, honor y orgullo? Prefiero morirme antes que casarme con una persona a la que ni conozco y no siento nada más que rechazo al aceptar esa condición por una alianza entre países.
— Para eso eres princesa de un reino.
— Pues en ese entonces no quiero pertenecer ni a tu familia ni a la corona. No quiero ser una persona a la que vender por una simple alianza. ¿Te has parado a pensar en mi honor y orgullo? Porque no has sido el único al ser herido de ambas cosas.
— ¿Me hablas de honor y orgullo cuando vosotras, las mujeres, carecéis de ello?
Al escuchar aquella barbaridad salir de la boca de mi progenitor, lo único que me produjo fue rechazo. No podía creer lo que acababa de decir. Era claro que nuestra relación padre e hija se había visto dañada. La primera grieta fue cuando mi madre murió, la segunda al dejar de ser una niña, la tercera al casarse con Berenice y, por último, la cuarta grieta se abrió en aquellos momentos en los que él había dicho aquello. Sabía que en la sociedad el papel principal de una mujer era de cuidar a padres, maridos e hijos mientras el hombre tenía un papel mucho más fundamental que la mujer. Sin embargo, oír eso de la persona que era fundamental en mi vida. No le perdonaría jamás.
— Pues en ese caso, acaba con el poco honor y orgullo que tengo. Acaba con lo más importante que tengo y deshumanízame — dije subiendo el tono de voz —. Pero después de esto, recuerda que ya no tienes una hija. Prefiero vivir como una campesina a vivir con todo tipo de lujo, pero sin honor y sin orgullo. Venga —, le incité —, acaba con lo poquito que me queda y, si lo ves preciso, exíliame y borra mi nombre, mi identidad hasta que no quede nada de mí, de mi historia siendo la primera hija legítima del rey de Francia.
— ¿Eso es lo que quieres? — se le notaba dolido por el tono de voz —. ¿De verdad eso es lo que quieres? — asentí con la cabeza a su interrogante —. Pues entonces no habrá ningún tipo de beneficio. Te trataré como a los delincuentes que traemos aquí. Te trataré como una persona no digna y así también lo hará la reina de Francia. Sin ningún tipo de favor, sin ningún tipo de libertad. ¿Quieres vivir como una campesina antes que con todos los lujos que te ofrecía desde el día en que naciste? Me parece correcto, por ende, vivirás como una, pero no en el exilio, muy cerca de mí para humillarte viendo como te rodeas con la chusma que trabaja en el castillo y sin ningún tipo de preferencia. Tú te lo has buscado.
Simplemente lo miré desafiante y dispuesta ha aceptar el futuro que me deparara el revelarme contra mi padre. Después de decir aquello, se volvió para mirar al oficial de policía y que trajera a todos los que normalmente están presentes en esta sala.
— No quiero que le deis ningún trato de favor. Yo solamente tengo un hijo, y ese es Luis. Nada más. Tratadla como una criminal, ya que aquí en esta sala solo se trata con los criminales.
— Sí, señor — aprobó el oficial de policía con pesar —. Como usted desee.
Tras ello, el oficial de policía junto a las demás personas que siempre se encargan de aquellos asuntos, hicieron que me levantara de la única silla que había en la sala y rajaron aquel vestido que tanto me gustaba hasta que me quedé con la ropa interior, una camiseta de manga corta blanca y unas bragas con patas que me cubrían los muslos del mismo color. Sin previo aviso, me llevaron hacia un lado de la sala y me ataron con una soga las muñecas, atando la soga a una barra que caía del techo. Uno de los ayudantes de la policía cogió una fusta y empezó a azotarme con una fuerza bruta la espalda. Al principio no podía emitir sonido alguno, sin embargo, cuando llevaba un rato azotándome los gemidos de dolor y las lágrimas aparecieron. Cuando llevaban más tiempo y cuatro personas se habían turnado por el cansancio, sentía mi sangre recorrer toda mi espalda como si de una carrera se tratara. Ya no dolía, lo único que dolía era que mi progenitor, la persona que me tenía que proteger, fuera el mismo que me estuviera haciendo semejante cosa.
Cuando terminaron los azotes, desataron mis muñecas y me llevaron a una mesa de madera. Ataron con cuerdas piernas y brazos cuya soga iban conectadas a una rueda de madera. En cuanto se aseguraron de que estaba todo bien atado, empezaron a girar la rueda haciendo que cada extremidad se alargara y me doliera muchísimo, giraron tanto la rueda que creía que iban a sacarlos de golpe.
— ¡Cuidado! — anunció el oficial de policía —. Deja de girar la rueda, ¿no ves que la vas a descuartizar a este paso?
— Lo siento, no sabía cuántas vueltas eran necesarias hasta llegar a ese punto y como el Rey no está aquí para decir nada.
— Lo sé, pero por algo estamos todos nosotros, para decirte cuándo parar. Sé que no está, se fue cuando le estábamos dando latigazos. A pesar de todo, es muy duro ver a una hija en esta situación.
Después de aquella breve charla, me desataron. Como no podía ni mantenerme en pie, decidieron cogerme en brazos para llevarme a una silla. Después de aquello, cogieron dos trozos de carbón calentados, aproximadamente, a unos trescientos grados colocándomelos en mi espalda ensangrentada, lo que me provocó un dolor intenso e inaguantable provocando que gritara desgarradoramente de dolor.
— Creo que con esto sería suficiente — dijo el oficial de policía. A lo que los demás acompañantes concordaron.
Al mismo tiempo, yo estaba llorando mucho por el dolor tan grande que sentía. Cuando el carbón se enfrió, me quitaron ambos trozos de la espalda. No podía sentir nada más, sentía que me desmallaba por aguantar tanto esta tortura que, sin darme cuenta, todo empezó a darme vueltas hasta que todo se tornó negro.
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