10
Los pájaros empezaron a piar alegremente en mi ventana, la luz del sol iba aumentando llegando a traspasar mir párpados que aún permanecían cerrados. En el preciso instante en que abrí mis ojos parpadeando hasta poder acostumbrándome a la luz del día, empecé a sonreír por los recuerdos de todo lo que pasó ayer en la noche. Sin embargo, mi sonrisa se disipó al pensar que oficialmente tenía una madrastra que me odiaba y con la que tenía que convivir y lidiar por el resto de mis días.
Gracias a aquel pensamiento, me incorporé en la cama de mala gana. ¿Cómo pudo mi padre casarse con aquella mujer aun sabiendo lo que me había hecho? ¿Acaso el amor es así de cegador y no deja ver más allá? ¿Los sentimientos son capaces de distorsionar la realidad para hacernos creer que esa persona es perfecta? Una parte de mí quería pensar que lo único que lo ataba a aquella malvada mujer era el hijo que tuvieron a escondidas, pero, claro, para proteger a aquel niño, él me desprotegió a mí.
— Menos mal que te has despertado.
Aquella voz me hizo sobresaltar por el susto ya que creía que estaba sola en mi habitación. Tanto me hizo sobresaltarme, que fue inevitable no caerme de la cama ya que me encontraba en la punta de ésta. Al levantarme, pude ver en la parte de mi habitación, donde se encontraban sillones perfectamente colocados, a mi padre esperando a que me despertara.
— Padre — le llamé al darme cuenta de que era él la persona que había hablado —. Buenos días, padre. Y enhorabuena por tu casamiento. Espero que seáis muy felices juntos.
— Muchas gracias, hija — agradeció mientras se levantó del sofá en el que se encontraba —. Espero que hayas dormido bien y hayas podido descansar.
— Sí, padre. Espero que hayas podido descansar también.
— La verdad es que me ha sido imposible descansar mucho al trasnochar y luego tener que levantarme temprano — respondió para luego sumergirnos en un silencio algo incómodo —. Bueno — dijo rompiendo el silencio que se había formado —, quería que te despertaras ya que tengo muy buenas noticias que darte.
— ¿De qué se trata, padre? — pregunté curiosa.
— Luego te lo comunicaré. Por ahora, he llamado a Adelaide para que te ayude a arreglarte, le he dicho lo que tienes que ponerte ya que tenemos invitados para desayunar.
Lo único que pude hacer fue asentir acatando las órdenes que daba. No obstante, hizo un gesto que hacía tiempo que no hacía: se acercó a mí depositando un beso en mi frente. Me quedé extrañada por aquel gesto ya que algo dentro de mí me decía que quería algo de mí, por otro lado, mi niña pequeña salió a frote ilusionándose por haber recibido ese gesto tan bonito y paternal que hacía años no recibía. Mientras seguía inmersa en mis pensamientos, mi padre salió de la habitación dando paso así a Adeilaide. Su aparición en la escena, hizo que aquella inmersión dentro de mis pensamientos desapareciera para que toda mi atención se pusiera en ella.
— Buenos días, Brigitte. El rey me dijo que debía ayudarte a prepararte ya que hay invitados. Me dijo que tenías que salir de aquella puerta muy guapa y arreglada, por lo tanto — dijo acercándose al armario —, vamos a ver juntas que vestido podrías lucir para desayunar.
— Adelaide — llamé su atención —, ¿quién son los invitados que hay en palacio?
— El rey y la reina de Gran Bretaña e Irlanda con su hijo y futuro heredero de la corona inglesa — contestó visiblemente emocionada.
Después de darme esa información, le agradecí y nos pusimos a ver los vestidos que tenía en el armario. Después de unos minutos decidiendo qué vestido sería apropiado llevar en esta ocasión, tanto Adelaide y yo nos decantamos por un vestido precioso y que aún no había estrenado. Dicho vestido era largo, azul marino oscuro con bordados en todo el vestido, pero especialmente bordado en el torso haciendo que el vestido se viera mucho más bonito. Cada bordado llevaba incrustados diamantes que, bajo la luz del sol, hacía brillar el vestido haciendo que el color de éste se tornara en un azul marino brillante. Sin duda, era un vestido bastante elegante para aquella ocasión.
— Brigitte, este vestido es muy bonito. Lo voy a dejar bien estirado encima de la cama para que no se arrugue mientras te das un baño.
— Vale, te ayudaré con esa tarea. El vestido pesa y te va a costar mucho estirarlo solo estando tú — después de decir esto, vi que Adelaide iba a hacer el amago de quejarse, pero me adelanté a hablar —. Sabes que no acepto un no por respuesta.
— Está bien — se dio por vencida al saber que discutir conmigo sería como discutir con una pared.
Después de ayudarla con el vestido. Ella se quedó unos minutos aireando, colocando y organizando toda la habitación mientras me fui al baño a bañarme. En cuanto salí, Adelaide hizo que me sentara en mi tocador para así secarme el pelo. Después de eso, puso los rulos en mi pelo para rizármelo. Con los rulos puestos, dijo que sería una buena idea que me echara en mi rostro unos polvos, a lo que me negué ya que me encantaba tener mi piel lo más natural posible. Al negarme, Adelaide me dijo que era hora de ponerme el vestido. Después de media hora, tenía el vestido puesto y mi pelo ondulado ya que, al tener el pelo largo, los rizos se me caían y no quedaba tan rizado.
— ¡Te ves preciosa, Brigitte! — exclamó muy contenta, tanto que hasta le brillaban los ojos.
No dije nada, pero eso ya lo pude ver en cuanto me miré al espejo largo que traía mi armario incrustado en la parte de adentro de las puertas para así poderme ver de cuerpo entero. Estaba muy guapa. El pelo se había acomodado bien a las ondas que los rulos hicieron y el vestido dejaba sin palabra alguna. Sin duda, fue una elección certera.
— Tienes razón. Con este vestido no creo que mi padre ponga alguna pega a mi apariencia y más con los invitados que tenemos. ¿Sabes el motivo de su visita?
— Mucho me temo que no. Ayer asistieron a la ceremonia, eso es todo lo que te puedo decir — contestó Adelaide apenada por no poder proporcionarme suficiente información.
— No pasa nada. Además, lo descubriré enseguida — dije con una sonrisa posando mi mano en su hombro izquierdo para reconfortarla.
Sin más dilación, me fui hacia la puerta para salir de la habitación y asistir al gran comedor, aquel comedor en el que siempre mi padre recibía a todos los invitados importantes y con renombre a comer y, de paso, a hablar de negocios. Al llegar a la puerta, los guardias que estaban custodiándola, hicieron una reverencia y, acto seguido, abrieron ambas hojas de la puerta para que así pudiera pasar, gesto que les agradecí al instante. Al instante, la habitación me ofreció una buena panorámica de la habitación viendo cómo mi padre junto con el hombre invitado, charlaban amigablemente mientras se tomaban el zumo de naranja que exprimían cada mañana. Al lado de aquel hombre, se encontraba una señora de unos cuarenta años, lo que supuse que era la mujer de aquel hombre. Al lado de aquella mujer, pude ver a un hombre joven, más o menos de mi edad que miraba atentamente a mi padre y a aquel hombre. Por la forma que les estaba mirando, pude reconocer que estaba estudiando cada interacción que aquel señor hacía y, pondría las manos en el fuego, hasta estaba tomando apuntes mentales de lo que veía. Inevitablemente, al lado derecho de mi padre había un asiento libre y, junto a ese asiento vacío, se encontraba mi hermanastro. Ya no me gustaba esta situación.
En cuanto mi padre y aquel señor se percataron de mi presencia, mi padre me hizo un gesto indicándome que caminara hacia la mesa y así sentarme. Y así lo hice. Caminé hacia la gran mesa y, en cuanto estuve cerca, hice una reverencia para los invitados para después sentarme al lado de mi hermanastro que me miraba con desprecio. Algo que ni me afectó.
— Buenos días, Brigitte — me saludó aquel hombre.
— Buenos días, es un placer que hayan decidido acompañarnos en el desayuno.
— Al placer ha sido nuestro al recibir la invitación — intervino aquella mujer brindándome una sonrisa muy amplia.
— Bueno — intervino aquella vez mi padre —, Brigitte, estas personas son el rey Jorge III de Gran Bretaña e Irlanda, junto a su esposa Carlota de Mecklemburgo-Strelitz, y su hijo Jorge de Gales.
— Encantada de conocerlos — dije cortésmente mientras les sonreía.
— Y como ya sabrán — intervino de nuevo mi padre —, ella es Brigitte Bernard, mi hija y princesa de Francia.
— Sí, la verdad es que es muy bella, no cabe duda de que se parece a tu difunta mujer — comentó el rey Jorge III.
Al oír aquel comentario, mi padre no pudo evitar sonreír tristemente al recordar a quien fue, es y será mi madre y, al mismo tiempo, el amor de su vida. No había duda de que él también la echaba de menos y seguía queriéndola. También es verdad que mi madre y yo nos parecíamos mucho físicamente, aunque el carácter sí que era de mi padre. Era consciente de que todos los días al mirarme le recordaba a la mujer que un día quiso, quiere y querrá.
— Bueno, ¿dónde está mamá, Luis? — preguntó mi padre dirigiéndose al chico que tenía a mi izquierda.
El chico, sin decir palabra alguna, levantó ambos hombros como gesto de que no sabía dónde estaba su madre. Al ver aquel gesto, la sonrisa que tenía mi padre en su rostro se le borró. A él nunca le gustó que nadie de nosotros llegase tarde a cualquier evento que él tenía y, sin dudar, en aquel momento lo entendía todo, estaba muy feo hacer esperar a tus invitados y, que, por culpa de ese retraso, todo se tuviera que alargar más sin necesidad.
— No pasa nada, podemos esperar un poco más — dijo el rey Jorge III para calmar la ira que mi padre estaba sintiendo en aquel momento.
— Se ve que hace falta enseñarle modales — susurré muy bajito para que nadie me oyera. Sin embargo, al mirar al frente tenía en mí la mirada del príncipe Jorge de Gales puesta en mí, ¿habría oído lo que había dicho?
— Se lo voy a contar a mi mamá, ¡bruja! — comentó bajito Luis para que solo lo pudiera oír yo. Cosa que ni me importó ya que no tenía miedo a su madre. Todo lo que hice fue mirarle con indiferencia.
— Padre, ¿podemos ir desayunando ya? Si ella tiene la desfachatez de hacer a los invitados esperar, nosotros también tendríamos que tener la desfachatez de empezar sin ella en la mesa — comenté enfadada por lo que esta mujer estaba haciendo a los invitados y, por otro lado, hacer a mi padre enfadar sabiendo que estos retrasos no le agradan.
Noté como nuestros invitados me miraron frunciendo el ceño. No era normal que una chica dijera eso de su madrastra y, mucho menos, que una mujer se revelara de esa manera contra su figura paterna y, justamente, contra a las personas a las que debería tener respeto. Mucho menos que lo hiciera públicamente. Ya que estaban acostumbrados a que las mujeres fueran sumisas, no hiciera ningún tipo de ruido y, por último, obedecieran en todo.
Con tan solo ver la mirada que mi padre me echó y las caras de desconcierto de los invitados, tuve que callarme y morderme la lengua. Mientras tanto, aquel niño me estaba mirando con desdén y mostraba su gusto al ver la mirada de mi padre. Sabía lo que se vendría unas horas más tarde. Estaba tan sumida en mis pensamientos cuando, de pronto, se escuchó la puerta abrirse. Cuando miré hacia las puertas, vi como mi Berenice hacía una entrada "espectacular" mientras saludaba a los invitados moviendo las manos muy exageradamente.
— Hola, siento llegar tarde, pero estaba muy liada escogiendo vestido para ponerme. Hay tanta variedad que ni sabía cuál elegir — saludó Berenice mientras caminaba hacia la silla que estaba vacía al lado de mi padre y, que, de ahora en adelante, le tocaba sentarse.
No reparé en el vestido que llevaba puesto, pero, en cuanto lo mencionó, mis ojos no pudieron evitar fijarse. Hubiera deseado que no se hubieran fijado para así no tener que darme cuenta que aquel vestido rojo era de mi madre. Aquel vestido con el que me contaba que mi padre se quedó prendado de ella. Sin poder remediarlo, miré hacia mi padre que, al darse cuenta de la situación, me miró sin expresión alguna.
— Creo que me voy a retirar, no tengo hambre — dije ya que si me quedaba un momento más explotaría.
— No te he dado permiso para que te muevas de tu sitio — atacó calmado al ver que me estaba levantando.
— Y yo he dicho que no tengo hambre — contraataqué con un tono de voz seco y mirándole con odio. ¿Cómo pudo dejar que esa mujer se pusiera los vestidos de mi madre y, mucho peor, el vestido que tan significativo era para ella?
— Brigitte — me llamó dando un puñetazo en la mesa al ver que iniciaba mi camino hacia la puerta del gran salón.
— Querido — escuché que Berenice le llamaba —, ¿por qué se va y deja a su futuro prometido plantado?
Al escuchar esa pregunta me paré en seco. ¿Cómo qué futuro prometido? En ese momento, me giré poco a poco para mirar al príncipe Jorge de Gales y, acto seguido, mirar horrorizada a mi padre. ¿De verdad quería obligarme a aceptar un sufrimiento constante con una persona que ni conocía? No podía dar crédito a todo lo que estaba pasando. Sin duda alguna, aquella persona que estaba frente a mí mirándome entre enfadado y agobiado por la reacción que estaba teniendo, no era mi padre.
— ¿Futuro prometido? — pregunté sin salir de mi asombro.
— Sí, futuro prometido. ¿No sabía usted nada de esto? — preguntó el rey de Gran Bretaña e Irlanda. A lo que le contesté con un gesto de negación que hice con la cabeza. Al negarlo, él miró con extrañeza a mi padre —. Me dijiste que tu hija estaba al tanto y que había accedido a casarse con mi hijo.
— No me lo ha dicho porque él sabía que me negaría a tal cosa — respondí a la pregunta —. Verá, por el momento no estoy interesada en el matrimonio. Aún me considero muy joven como para casarme y menos con una persona que ni conozco. Siento las molestias que esto pueda causar, pero, créame, no soy la indicada para casarse con su hijo.
Después de explicarle mi punto de vista y disculparme con el rey de Gran Bretaña e Irlanda, me fui de allí ignorando los llamados de mi padre que, a cada paso que daba, más gritaba tratando de pararme. Sabía que lo sucedido pondría tensas las relaciones entre ambos países, pero yo no me podía casar con una persona a la que no amaba. En aquellos momentos, mi corazón solo latía por un hombre que no era príncipe pero que podía notar que me amaba y se preocupaba por mí mucho más de lo que cualquier prometido de conveniencia lo haría. Corriendo tan rápido como me lo permitía el vestido, pasé sin previo aviso al aula donde daba clases de brujería esperando encontrarme con mi chamán que ahí estaba. Al sentir el portazo que di, se dio la vuelta apresurada para ver quién era la persona que entró allí. Al verme, no pudo sentirse más aliviado. Sin embargo, su alivio se marchó al ver que estaba llorando por lo que acababa de vivir.
— Brigitte — se acercó a mí para abrazarme —, ¿qué ha pasado? ¿Por qué estás llorando?
— Mi padre — contesté sin dejar de abrazarlo —, ha hecho algo horrible.
Al oír aquello, me separó suavemente de él y me invitó a sentarme en una silla cercana a donde estaba. Al separarnos, pude ver su cara de preocupación. Sabía que mi padre era capaz de hacer cualquier cosa pues ya estaba al tanto de los numerosos latigazos que se quedarían por siempre en mi espalda o cuando Berenice intentó ahogarme cuando mi padre le contó sobre mi educación. Cualquier cosa que hiciera mantendría preocupado a mi chamán al saber de lo que era capaz cuando se cabreaba.
— Cuéntame.
— No sé si estás al tanto de que teníamos invitados para desayunar, el rey y la reina de Gran Bretaña e Irlanda, también estaba su hijo. Berenice tardaba mucho en llegar al gran salón y decidimos esperarla, se me agotó la paciencia y le comenté que sería mejor empezar sin ella para así no tener que hacer a los invitados esperar.
— Eso para tu padre es un gran error que se diga eso y más si proviene de los labios de una mujer — comentó mi chamán creyendo que solo era eso.
— No solo es eso — dije para luego proseguir con mi relato —. Berenice apareció como si se creyera algo que no es. Cualquier reina a comparación suya entraría más humildemente que ella, simplemente estaba haciendo de eso un espectáculo. No obstante, eso tampoco me molestó. Lo que me molestó fue verla con un vestido de mi madre, más concretamente, con el vestido que ella me dijo que usó para enamorar a mi padre. También me molestó que dijera que tenía muchos vestidos para elegir y que no sabía cuál ponerse como disculpa por su tardanza. Para mí estaba haciendo alusión de que mi padre le permitió ponerse los vestidos de mi madre, eso es lo que me molestó, el poco respecto que ha tenido hacia ella desde su fallecimiento — no pude evitar que tras contar aquello las lágrimas salieran una tras otra sin poder tener control alguna de la situación —. Sin embargo, lo peor no es eso — dije entrecortadamente tratando de no llorar en llanto —. Lo peor es que mi padre haya concertado ese desayuno con esos invitados para querer casarme con el príncipe Jorge de Gales. Obviamente, al enterarme le dije respetuosamente al rey de Gran Bretaña e Irlanda que no estaba en ese momento interesada en casarme y que no soy la indicada para ser compañera de su hijo.
— ¿Sabes que te has revelado contra el reinado de tu padre y contra la tradición?
— Sí, pero yo no puedo casarme con un hombre que apenas conozco — contesté.
— Pero sí pudiste besar a un hombre que conoces hace meses — replicó a mi contestación.
— ¿Cómo...? — iba a preguntarle cómo lo sabía, pero él me cortó dejándome con las palabras en la boca.
— Recuerda que yo lo sé todo — contestó mientras sonreía de lado.
Aquellas palabras me hicieron sonreír. En circunstancias normales todo lo que yo podría hacer era reír e incluso contestarle con otra cosa. Sin embargo, las circunstancias en las que en esos momentos estaba, no tenía el cuerpo, ni siquiera la mente de bromear. Sólo pensaba en lo cabreado que mi padre estaría y en las represalias que tendría. Solo esperaba que lo último no fuera como la otra vez, un castigo a latigazos. La violencia no solucionaba nada, lo que soluciona las cosas sería hablar, dialogar con la otra persona para que ésta entre en razón, pero eso con mi padre era misión imposible. Tenías que hacer lo que él dijera sin rechistar, como casarse con una persona que en su momento fue amiga de mi madre y, que por circunstancias de odio a aquellas mujeres que se salían de lo establecido, que no aguantaban órdenes y hacían lo mejor para ella, yo estaba en evidente peligro. Me había puesto en peligro sabiendo lo que ella hacía.
Alrededor de una media hora me encontraba con mi chamán aprendiendo a cómo limpiar una habitación energéticamente con palo santo, cuando escuchamos que alguien estaba gritando como un desquiciado en el pasillo. Al instante, reconocí la voz de mi padre, la cual estaba dando aquellos gritos preguntado por mí.
— No lo sé, señor. Puede que esté en su habitación — contestó un guardia a las preguntas demandantes de mi padre.
— ¡No está en su habitación, idiota! — espetó mi padre en cuanto escuchó aquella respuesta —. Fue la primera habitación a la que acudí para buscarla — volvió a gritar.
— Brigitte — me llamó mi chamán para que le hiciera caso —, es mejor que salgas y calmes a tu padre antes de que derrumbe todo el castillo con esos gritos.
— Tienes razón, voy a salir de aquí, pero por la salida secreta. Seguro que hay mucha gente en el pasillo como para salir por la puerta principal.
— Bien pensado — dijo mi chamán para luego quitar la cortina donde se escondía una pequeña puerta escondiendo un pequeño túnel que conectaba directamente con el exterior del castillo. Solo lo usábamos en momentos peligrosos en los que nos pudiera poner en riesgo.
Después de estar gateando, al fin pude llegar a la puertecita del exterior, al cual solo se puede abrir desde dentro del túnel. Al abrir, tuve cuidado mirando a todos los lados para cerciorarme de que no hubiera nadie. En cuanto salí, me coloqué el vestido que llevaba puesto, aunque un poco arrugado después de pasar por el túnel. En cuanto estuve lista, me dirigí hacia el pasillo donde mi padre estaba dando esas voces. En cuanto estuve en aquel pasillo, la escena que vi no me gustó nada. Mi padre estaba cogiendo a uno de los guardias por el cuello de la camisa mientras le estaba gritando con la cara roja de ira y rabia. Nadie hacía nada para salvar a ese pobre guardia de las garras de mi padre, todos estabas mirando preocupados aquella escena, pero nadie intervenía. Una de las razones era que metafóricamente estaban atados de manos y pies, no podía reprocharle ni parar los pies al rey de Francia y, así mismo, su jefe.
Uno de los espectadores que miraba atónito aquella escena era Helmut que, al hacer contacto visual con él, pude ver en sus ojos pude ver tristeza por aquel guardia que estaba siendo prisionero por las manos de mi progenitor. En ese mismo instante, supe que debía intervenir para que aquel guardia pudiera respirar y mi padre se tranquilizara un poco... o no.
— Padre — llamé su atención —, me estaba buscando y aquí estoy.
Al girar su cabeza hacia el lado en el que me encontraba, soltó al guardia instintivamente y, con pasos lentos pero desesperados por llegar en la posición donde me encontraba y quedarse solo a unos centímetros de distancia, me propició una bofetada que sonó por todo el pasillo donde nos encontrábamos casi todos los guardias y sirvientes del castillo. Aquella bofetada fue tan fuerte que me caí al suelo al perder el equilibrio. En cuanto alcé la cabeza para poder mirarlo teniendo los ojos húmedos, me cogió del pelo y me empezó a arrastrar por el suelo.
— Mathis — llamó mi padre a uno de los guardias —, prepara la sala — le ordenó sin siquiera mirarle.
— ¿Qué sala, señor? — preguntó titubeante Mathis.
Al escuchar aquella pregunta se paró en seco y, por ende, paró de arrastrarme. Al realizar aquella acción, se giró hacia Mathis lentamente y con la mirada perdida y llena de furia le contestó:
— La sala de interrogatorios.
Al escuchar el nombre de la sala, mi sangre se heló por completo al igual que todos los presentes en aquella escena. Adelaide estaba presenciando todo y, en cuanto vio todo lo que mi padre me hizo en público, reaccionó como yo reaccioné. Sin embargo, en cuanto mi padre pronunció el nombre de aquella sala, ella rompió en llanto. A su vez, otras empleadas del castillo, me miraban con dolor y, al mirar a mi progenitor, las miradas cambiaban a furia absoluta. Berenice también estaba allí y, aunque no conocía el lugar donde me llevaban al llevar poco tiempo viviendo en el castillo, su mirada era victoriosa, le gustaba lo que presenciaba.
— Señor... — Mathis quiso oponerse a aquella orden.
— ¡Es una orden! — exclamó mi padre y, sin mediar alguna palabra más, empezó a recorrer el camino hacia la sala de interrogatorios.
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