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CAPÍTULO TRES
[ENEMIGOS]













Katherina se encontraba caminando de regreso hacia su hogar, o al menos la pequeña casa que podría pagarse y llamar casa.

Antes de entrar, se detuvo para mirar detrás suyo, buscando a alguien, desde que salió de la casa de Wylan y fue a buscar a un par de niños más a quienes alimentar, sintió que alguien le estaba siguiendo.

Detrás suyo no había nadie. O al menos nadie a la vista de sus ojos y la luna.

Solo el viento que hacía despeinar sus cabellos y helar sus huesos, el viento de la soledad que la acompañaba a cada paso que daba, el viento su fiel amigo.

Volvió a reanudar su paso hasta el interior de la pequeña casa. No tenía mucho que pudiera decirse un hogar o algo a lo que llamar que es suyo propio, todo lo suyo se fue con el tiempo y lo que no, se lo arrebataron.

Se sirvió un poco de té para prepararse para dormir, mientras acomodaba la vasija, escuchó un ruido a sus espaldas.

Se agachó con cuidado hasta su bota sacando de ella una vieja navaja que guardaba. La tomó firmemente para lanzarla hacia aquella persona.

— No le diste — hablo Kaz Brekker haciéndose notar entre las sombras de la casa de Katherina.

— No le apunté a tu cabeza — respondió Katherina regresando su vista al agua caliente. — Si lo hubiera hecho, tendrías un gran corte en tu mejilla.

Brekker se adentró a la casa de Katherina por completo, la joven Roosvelt buscó dos tazas a las cuales sirvió el agua caliente y un poco de hierbas para té.

— No tengo alcohol y aunque lo tuviera no te lo mereces — dijo al dejar la otra taza enfrente de Kaz mientras ella se sentaba. — No le puse nada para que mueras mientras duermes si es lo que te preocupa, lo mío no es asesinar de frente.

— Lo tuyo nunca ha sido enfrentar a las personas en su cara — hablo Brekker sacando a relucir cosas del pasado.

Katherina le dio un sorbo a su té. Brekker dudo un poco antes de tan siquiera oler el té que estaba en la taza.

— No creo que me siguieras hasta acá porque somos buenos amigos — comenzó Katherina. — Mucho menos que enviara a Inej a seguirme.

— ¿Cómo la notaste?

— Oh cariño — se inclinó Roosvelt. — Esto es Ketterdam.

Levantó sus brazos señalando a su alrededor, como si quisiera comprobar algo o esperara que alguien apareciera.

— Puedes ver barcos, y arañas por aquí, así como ladrones y usurpadores — ladeó su cabeza. — Soy observadora. — Kaz enarcó una ceja. — Y he realizado ese trabajo antes.

— No vengo ha hablar como si fuéramos dos viejos amigos, tú y yo sabemos que eso nunca seremos — la miró señalándola con su bastón. — Necesito algo que solo tú puedes darme — admito al fin Brekker.

Katherina se inclinó en su silla haciéndose hacia atrás.

— Al fin muestras tus verdaderas intenciones — se cruzó de brazos. — ¿Qué necesitas? ¿Qué tengo yo que puede servirle al gran Kaz Brekker?

— Entrar al despecho de la contadora de Pekka.

Roosvelt intentó no demostrar su sorpresa. Claro que le pediría algo que implicara su casi muerte.

— Kaz...

— Me lo debes, Katherina.

Katherina rodó los ojos, ambos se odiaban, Kaz la quería muerta de alguna forma y ella lo odiaba por abandonarla. Era un odio hacia ambos que ninguno de los dos daría su brazo a torcer para hablar sobre el tema, pero si sabían su origen y la persona que lo provocó.

Pekka Rollins

— Pero si te ayudaré a firmar mi sentencia de muerte necesito un trato.

— ¿Cuánto quieres? — le pregunto Kaz.

Katherina negó.

— No quiero dinero — se negó. — Quiero un trato mejor. Si Pekka llega a atraparme y me asesina, alguien debe cuidar de mis niños, Wylan los conoce, él te ayudará. — recargó sus manos en la mesa. — ¿Trató?

Kaz miró las manos de Katherina para después mirarla a ella. Roosvelt leyó entre líneas la reacción de Brekker, no iba a estrechar su mano, no era algo que él hiciera, ella lo sabía.

— Trato. 

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