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CAPÍTULO NUEVE
[JAQUE MATE]

























— Ya escuchaste a la chica — hablo Katherina. — Llama a Pekka y dile que su bastardo del barril está aquí.

Katherina miró a Kaz, quien la vio con aquella máscara que siempre usaba, una falsa. Solo era una traidora.

— Katherina, Katherina — habló Pekka acercándose a ella. — Tu nunca decepcionas.

Las miradas de Katherina y Kaz se encontraron. Uno estaba enojado por la traición y otra, ella fingía.

— No eres rival para una Mortificadora ¿no? — habló Pekka. — ¿Enserio, creíste que Katherina te daría su lealtad? Un jefe sabe inspirar lealtad a su gente. ¿No es cierto, chico?

Katherina miró como los hombres de Pekka asentían.

— Buen trabajo. Yo me encargo.

Pekka hizo una seña y uno de sus hombres levantó su arma hacia Nina.

— Mueve las manos y las perderás — aviso Pekka.

— Este no fue el trato — susurro Katherina.

— Haré que te arrepientas del día que me desafiaste — hablo Pekka mirando hacia Kaz.

Lo vio como quitaba el saco que llevaba puesto, se sentía con asco, quería golpear a Pekka en ese momento, pero si lo hacía revelaría su deslealtad al rey.

— Teníamos un trato, ya hice mi parte — hablo Nina.

— Ya hablaremos de eso — hablo Pekka. — Primero — los hombres del bar levantaron a Kaz como si se tratara de un viejo costal. — Necesito dar un ejemplo con esta rata.

— ¡Pagarás por esto, bruja traidora! — habló Kaz mirando a Nina, los ojos de Brekker y Katherina se encontraron por unos segundos, ella pudo ver el odio marcado en sus pupilas.

Si tan solo él supiera el trato que tenía ella.

— No, no lo hará — negó Pekka.

Katherina vio como Pekka golpeó a Kaz, se sintió una pequeña niña sin saber qué hacer.

— Después de golpearte, colgaré tu cuerpo en un poste como recordatorio para quien olvide que soy el rey de esta ciudad.

— Haz lo que puedas — hablo Kaz.

Otro golpe impacto en la mejilla de Brekker. Katherina solo cerró los ojos, no estaba lista para ver eso.

Jamás lo estaría.

Otro golpe, tras otro. Ella solo podía cerrar sus ojos y escuchar las quejas de Kaz, lo estaba usando como su ejercicio personal.

La puerta del lugar se abrió dejando ver a uno de los hombres de Pekka.

— Jefe, volvió la peste — aviso.

Había llegado la hora del espectáculo, que tomen sus asientos por qué el que maneja las piezas de ajedrez acababa de revelarse. 

— Espero sepas algo más.

— Dicen que empezó en el Drakonasha. El consejo de mareas cerró el puerto, nadie entra ni sale. La casa de Fieras y la Tienda Dulce están afectadas.

— ¿La tienda? — cuestionó Pekka.

— Si.

— No está cerca del puerto.

— Habrá brote en todos tus establecimientos — hablo Kaz, se había puesto de pie nuevamente. — La Cadena de contagios será clara. Un barco de tu puesto diseminó la enfermedad por tus clubes. — Kaz miró directamente a Pekka, el desafío empezó y no había marcha atrás. — No hay nada que una nación insular tema más. El Consejo querrá una investigación.

Pekka cargaba una de sus Armas a cada palabra que Kaz decía.

— Tienes mi atención — hablo Pekka. — Pero no vales el tiempo que tardaré en meterte una bala.

— El puerto está cerrado. Tus negocios, contaminados.

— Pero ¿tu?

Pekka levantó su arma en dirección a la cabeza de Kaz, Katherina se movió con miedo.

— Yo lo pensaría — hablo Kaz. — Si quieres ver a tu príncipe Kaelico.

— ¿Qué vas a hacer? ¿Incendiarlo otra vez? — cuestionó Pekka con burla.

— Tu otro príncipe Kaelico — era la señal de Katherina.

Se movió para colocarse al lado de Kaz, revelando su verdadera posición, las piezas de ajedrez siempre tienen una estrategia mejor si sabes jugar adecuadamente.

— El que come dulces — continuó Kaz.

— Rubio — habló Katherina.

— Alby — hablaron Kaz y Katherina al mismo tiempo.

— Matare a todos los que amas, Brekker — hablo Pekka. — Creí que  teníamos un trato, Katherina.

— El truco es no amar a nadie — dijo Kaz. — Tu error fue que dejaste entrar a alguien. Alguien por quien sacrificarías todo y que te hace débil.

— Entonces, te matare — dijo Pekka.

— Hazlo — respondió Kaz.

— ¿Qué hiciste?

Katherina notó la desesperación en la voz de Pekka. El miedo.

Amar a alguien te hacía débil y les daba la oportunidad a los demás de verte como una debilidad, de saber cual es tu punto sensible y atacarlo.

Pero sobre todo, el tenia a una persona a quien llamar familia.

— Lo enterré — respondió Kaz. — A dos metros. Se metió en la caja fácilmente, ni siquiera lloro, hasta que tome esto.

Kaz le mostró un juegue. Su juguete.

— Decide lo correcto, y llegarás antes de que se le acabe el aire.

— Maldita basura de barril — gritó Pekka. — ¿Qué quieres?

— Quiero que recuerdes. Cuando estafaste a dos niños granjeros huérfanos. Prometiste reemplazar a la familia que habían perdido y les robaste todo.

Katherina trago saliva.

— Terminaron en la calle y murieron los dos. Déjame ayudarte. Jakob Hertzoon.

— Fue hace mucho tiempo — habló Pekka. — ¿De eso se trata todo esto? ¿Por eso me miras con la muerte en los ojos? Eran pichoncitos a quienes desplumé, y sino hubiera sido yo habría sido cualquiera.

— Por desgracia para Alby, fuiste tú — hablo Katherina. — Lastima, era un chico encantador, lastima que no lo suficiente para llamarlo hermano.

Pekka se acercó a donde estaban ambos, intentó tomar a la chica, pero Brekker la empujó y Pekka lo tomó a él estampándolo contra una columna.

— ¡Dime dónde está mi hijo! — sentenció Pekka.

— Es un intercambio simple — murmuró Brekker. — Di el nombre de mi hermano y tú hijo vive. ¿Quieres otra pista?

— Tú hija se llamaba Saskia — habló Katherina. — Usaba cintas rojas en el cabello. ¡Y la abandonaste como si fuera una basura! ¡Dejaste a una niña que confiaba en ti a su suerte, ella confiaba en ti!

— Dos niños de Lij— habló Pekka. — Si. Tenían una pequeña fortuna, tu hermano se imaginaba haciendo negocios, quería ser rico como todos los que llegan aquí.

— Dime su nombre.

— Yo... — hizo una pausa. — ¡No lo recuerdo!

— ¡Di sus malditos nombres! — gritó Katherina. — Di el nombre del chico y tú hija.

Pekka guardó silencio, no los recordaba y su reloj estaba aventando por cada segundo que tardaba en recordar.

— Quiero a mi hijo, es todo lo que tengo — hablo Pekka.

Katherina al escucharlo iba a lanzarse sobre él, pero se detuvo.

— Les daré lo que quieran. Se los ruego.

— ¡Di su maldito nombre y estaremos de acuerdo, Pekka! — murmuró Katherina.

Pekka miró a la chica y luego a Brekker, se lo pensó unos segundos para dejarse caer sobre la alfombra. Sus rodillas tocaron el piso.

Estaba de rodillas. El rey estaba de rodillas.

— Una confesión por los asesinatos de Tante Heleen y el oficial Sem, y una renuncia de propiedad de Inej Ghafa. — habló Kaz, miró de reojo a Katherina. — Y la libertad de los niños de Katherina.

— Firma los tres si quieres encontrar vivo a tu hijo. — habló Katherina.

Kaz lanzó los papeles al piso dejando que Pekka los tomara al igual que la pluma ora formar los papeles.  

Pekka firmó los papeles.

— ¿Dónde está?

— Que todos tus hombres caben para llegar a tiempo.

Los hombres de Pekka y él mismo salieron del lugar rápidamente en búsqueda del pequeño Alby.

La libertad se sentía bien, pero aún así, Katherina sentía que no tuvo la justicia necesaria, que le faltó una pequeña pieza en su jugada de ajedrez, pero ese odio que inundaba su pecho la podría llevar a la misma perdición.

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