Realidad sin recuerdos
Me había distraído mirando por la ventana, pero a pesar de eso podía sentir, o al menos presentir, lo que sucedía a mi alrededor.
Era una mañana gris, de esas que sólo sirven para quedarse acostada, pero a pesar de todo tuve que levantarme para caminar un rato; mis piernas me molestaban.
Recorrí cada espacio lentamente, deteniéndome por momentos. Desde hace varios días -ya perdí la cuenta- que no puedo recordar la razón de esta contínua melancolía, y, aunque sé que esta vida tiene pequeños detalles que rompen con la rutina, aún no puedo acostumbrarme a ello.
El cielo poco a poco se fue despejando y hacia la tarde pude salir al parque. Caminé despacio, tratando de ganar cada instante para admirar la versatilidad de la naturaleza. Es increíble como después de la tormenta el sol asoma y no deja rastros de ella.
El aire tibio traía los recuerdos de la tierra húmeda. Poco a poco llegué hasta uno de los bancos para acomodarme, como quien diría, en primera fila y contemplar maravillada la llegada lenta del atardecer; un atardecer mágico que dejaba en mi mente extrañas ilusiones (o quizás lejanos recuerdos).
Cuando la luz natural era bastante escasa para mis pobres ojos decidí emprender el regreso, no estaba muy lejos.
Como todo los días que puedo recordar, entré en la casa sintiendo esa única compañía que es mi soledad, y la angustia me abrumó por un instante en el que inmensas gotas de sal recorrían mi rostro a través de los zurcos que en él marcó despiadadamente el paso del tiempo; lágrimas que al morir en la comisura de mis labios dejaban gusto a tristeza y desesperanza.
Comí apenas, la angustia me cerró el estómago. Me acosté deseando no ser yo esa imagen que me devolvía el espejo; imagen que me daba más tristeza que ninguna otra de mis realidades.
Mis sueños me atormentaron con imágenes trágicas de un incendio en el que los rostros me eran familiares, pero no podía identificarlos con certeza.
Desperté bañada en sudor, y con sorpresa descubrí en mi piel lo que podrían definirse como secuelas de quemaduras mal curadas. Estaba confundida, no podía recordar nada, ni siquiera qué había ocurrido la mañana anterior.
Empecé a recorrer el lugar tratando de identificar algo. Nada. Todo era desconocido. Debajo de mi almohada había un caja de fósforos (no sé qué hacía allí)
Poco a poco los días se fueron sucediendo, pero yo no encontraba marcas de ningún incendio, salvo las cicatrices en mi cuerpo.
Mi realidad ahora está confinada a un cuarto blanco, a medicamentos y a reuniones grupales con el resto de los "locos" que nos encontramos aquí, en este edificio que, sin ser una cárcel , a mi parecer funciona como tal.
Es una realidad amarga la de no tener recuerdos...
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