8. Deep ocean.
Hi~ Bueno, esta es una fecha muy especial por estos lares, así que subo capítulo este minutito de descanso que tengo. La persona que adivinó y armó la parejita fue CarnadaDeErwin, así que el capítulo va dedicado con mucho amor. Es literalmente uno de los capítulos que más feliz me hace de la historia, no sé por qué, a veces es de guatita no más. Pero realmente espero que te relaje un par de minutos aunque sea, muchas gracias por leer.
¡Espero que les guste!
Según leyendas Nueva York es la capital de la magia, se dice que todas las criaturas místicas posibles bendijeron el centro para que siempre se encontrase envuelto por la chispa del encanto, volviéndolo una cuna para que las cosas imposibles se hicieran posibles y la irrealidad descendiera del cielo entre gotas de realidad teñidas por los sueños. Es majestuoso, solemne y excitante, inexplorado pero al mismo tiempo conocido, como el cuento favorito que te envuelve igual que una manta.
Nueva York donde se cumplen los deseos.
Nueva York ciudad de ensueño.
Nueva York tierra de magia.
Eiji no sabía si aquella leyenda era real, sin embargo, la creyó apenas vislumbró el primer atisbo del puerto al atardecer de un ocaso violeta que lo cubría todo con salpicaduras vibrante granadina, daba la impresión de estar mirando una acuarela a medio terminar con las nubes pintadas del topacio más transparente que jamás hubiese contemplado sobre estrellas purpurinas, que entonces pensó: «Esto debe ser real, la magia debe ser posible aquí». El mestizo sonríe, inclinándose sobre los bordes del barco, contemplando con ojos de niño ese gigantesco muelle de ruinas elegantes, con arcas tan enormes que parecen monstruos marinos, con un agua fuliginosa pero aun así, hermosa, como tinta de calamar fresca, diferente a la nitidez que ofrece Izumo. Las velas ondean ante la costa con todos los colores del arcoíris y más, ve a marineros y capitanes, ve a damas en vestidos atrevidos con botas hasta las rodillas y caballeros en camisetas de volantes.
Ve a un mundo nuevo postrado ante él.
—¿Qué te parece? —Ash lo pregunta con una sonrisa calma y adorable, su mirada impresiona estar absorbiéndolo, es casi como si quisiese beber del momento y memorizar a Eiji así: con sus ojitos de ciervo tan brillantes que hacen luceros, sus mejillas rojas por la emoción y una curiosidad propia de un niño bajo una vitalidad tan dulce que podría sacarle caries—. ¿Estás decepcionado?
—¿Acaso bromeas? —Es imposible ocultar la chispa que se extiende en su voz, es violenta y abrupta, lo consume con la ferocidad de una llama de dinamita—. ¿Es posible estar decepcionado de esto?
—Claro que sí. —Se burla—. Por eso pregunto. —No obstante, hasta la más ínfima gota de atención se profesa absorta en las maravillas que le ofrece aquella ciudad.
—Esto es... —¿Acaso existe una palabra correcta para procesarlo?—. Deslumbrante.
—Deslumbrante como brillo de sirena. —Piensa en voz alta en un tono salado—. Es nuestra primera parada, necesitamos recolectar algunos suministros e información antes de saber a dónde ir.
—Pareces tener experiencia. —Eiji se burla, golpeando su hombro con altanería.
—Puede que haya estado en uno que otro viaje anteriormente. —Y aquel misterio lo hace rodar los ojos ante el señor sabelotodo, pero no importa, nada puede quebrar su espíritu por lo extraordinario que se contempla Nueva York—. Intenta no dejarte engañar por los puestos que verás.
—¿Engañar? —El mestizo ladea la cabeza, provocando que su esponjoso cabello negro luzca como una mata de algodón de azúcar—. Pero esta es la ciudad de la magia, no existen los engaños.
—Los engaños existen en todas partes.
—¿Incluso en una ciudad mágica?
—Justamente por eso existen más. —Espeta con altanería—. Porque se supone que Nueva York es mágico hacen pasar un montón de charlatanerías como magia, la gente solo asume que todo es real.
—¡Eso no tiene sentido! —Chilla.
—Claro que lo tiene. —Y el terco le rebate porque ama tener la razón y no acepta una derrota—. Muchos se aprovechan del título para engañar a turistas ingenuos como tú. —Y entonces, le pellizca la mejilla, provocando que una mueca de falsa dolencia se dibuje en sus facciones para disimular lo mucho que disfruta de esta nueva sensación de libertad—. Esta es una trampa para bobos.
—Duele. —Gimotea—. ¿Acaso no sabes que soy delicado? —Y usa las mismas palabras de Ash para burlarse.
—¿Eh? Y yo pensaba que eras un descuidado japonés y ya. —Bufa.
—No eres divertido.
—Ni tengo que serlo, solo debo mantenernos a salvo.
—Lo dices como si Nueva York fuera peligroso. —Entonces Ash suspira, dándole una expresión que nunca había contemplado y le duele igual que una daga en el corazón.
—Es una ciudad peligrosa. —Musita—. Puedes perderlo todo acá, confía en mí.
Sin embargo, esa afirmación le resulta insólita, porque el mundo se hizo estrellas ante Eiji tras poner un pie en la cubierta, las imponentes columnas desmoronadas y las arcas enormes le dieron la gran y cálida bienvenida, le encantó ese lugar al instante, aunque se sintió levemente cohibido dentro de su simple túnica azulada, no permitió que eso desanimara su espíritu de aventura, alzó el cuello para el centro, habían carruajes que galopaban furiosos encima de calles de un plateado tan brillante que parecía recubierto por cristales, el cielo se encontraba atañido por vehículos que alzaban sus alas de metal y eran guiados por largos cables de oro, las siluetas se perdían en una armonía de colores que lo dejó boquiabierto y deslumbrado, se derretían en un blanco mantequilla, danzaban entre un profundo lila a un calipso, las luces arrojaban chispas acristaladas, eran rubíes, eran esmeraldas, era un topacio y finalmente...
Jades.
Habían dos jades mirándolo directamente al alma.
Eiji traga duro, intentando sacarse de encima lo intensa que puede ser la mirada de Ash, quien toma su mano con cierta reticencia para arrastrarlo por los callejones hacia otra parte de la ciudad y wow.
Es mágico.
Simplemente es mágico.
Tiendas que venden sueños embotellados le abren paso al distrito comercial, vendedores le ofrecen besos del verdadero amor para combatir hechizos, una relojería con relojes que giran a todas partes menos a dónde deberían relumbra entre los puestitos, viajes al futuro y lecturas de pasado resaltan entre los gritos de las voces, les ofrecen lentes para vislumbrar las almas, escamas para curar un mal de amores, hechizos que garantizan la benevolencia y poder, elíxir que jura convertir a los hombres más fieros en gatitos domesticados, se ríe, pensando en comprar aquello para probarlo en Ash. Pero no lo hace, no al contemplar la punta de sus orejas salpicadas de un adorable escarlata.
—¡Ustedes! —No alcanza a entender de dónde viene el chillido cuando uno de los locatarios lo coje del brazo, sacándolo de la multitud hacia una de las tiendas, eso lo hace entrar en pánico—. Ustedes dos se ven como compradores inteligentes.
—No estamos interesados en nada. —Ash le gruñe al vendedor, obligándolo a quitarle las manos de encima—. Ahórrate tus charlatanerías.
—¿Eh? —Lo repasa.
—Vámonos Eiji.
—Ya veo lo que pasa.
El sujeto lo pone nervioso, es grande y fornido, viste un chaleco sin mangas de un púrpura brillante y aterciopelado con bordes de oro que lanzan centellas de albor, le recuerdan a las inscripciones de su amuleto, su pecho desnudo y tonificado queda expuesto bajo aquel pedazo de tela, dando cuenta de una serie de trabajados músculos, su cabello es de un llamativo morado chillón, se eleva en varias hebras que apuntan al sol (igual que una piña) y se tensan bajo una chistera negra, viste pantalones sueltos y abombados, y finalmente, unos lentes oscuros coronan su cabeza alrededor del sombrero de copa igual que una aureola contra dos brillantes perforaciones, es todo un personaje.
—Creo que le interesará lo que vendo. —Le sonríe y jura que Ash se eriza ante esa mueca, igual que un gato engrifado—. Dicen que la magia es buena para avivar las llamas en una pareja. —Entonces les guiñe un ojo y Eiji siente al calor subírsele hasta las orejas.
—¡Nosotros no...!
—¡Sing! —Un chiquillo vestido de manera similar en tono azul aparece de la tienda—. ¡Trae nuestro armamento pesado!
—Por supuesto, jefe. —Una pesada caja de metal es depositada en el escaparate de madera de un solo golpe—. Acá tiene todo lo que la joven pareja necesita.
—Perfecto. —Apenas la caja se abre explotan una serie de pisos miniaturas hacia el cielo, Eiji tiene que alzar el cuello hacia arriba para contemplarla en su totalidad y aun así no lo logra, es como una planta de habichuelas extendiéndose hasta las nubes—. Tenemos lubricante preparado por hadas reales para garantizar una experiencia... —Vuelve a guiñar el ojo, sosteniendo la tensión—. Mágica.
—Nosotros no necesitamos...
—¿Qué más? —El vendedor ni siquiera lo deja terminar—. Tenemos polvo de trasgos para avivar la tensión, tenemos estrellas molidas si buscan algo más clásico, rosas envenenadas para lujuria y por supuesto, huevos de dragones, dicen que son extraordinariamente afrodisiacos. —Aunque es harta información que procesar la atención del mestizo se ha enfocado en los anteojos que se alzan entre sus cabellos morados, son oscuros y llamativos.
—¿Esos que hacen? —Pregunta y se siente tonto, obviamente son solo unos lentes.
—Pero qué buen observador eres. —Lo felicita, revolviéndole el cabello igual que lo haría con un cachorrito.
—No lo toques tan a la ligera. —Ash aprieta los dientes, su gesto de molestia desaparece para abrirle paso a... Eiji quiere pensar que es una mueca de ira, no obstante, impresiona de vasto desconsuelo—. No deberías andar tocando a las personas sin su consentimiento. —Ve cómo aquel estímulo forja un remolino que se despliega sobre su corazón como una melancólica niebla mañanera y sangra.
—Lo entiendo, no tocaré más a tu novio. —Se burla entre dientes, extendiendo sus palmas al aire—. Estos anteojos me permiten encontrar objetos valiosos que se encuentran ocultos. —A pesar de la advertencia, el mercader se inclina hacia Eiji para susurrarle como si el secreto más maravilloso del universo residiera en la punta de su lengua—. Para tesoros escondidos a simple vista.
—¿Puedo ver?
—Ver tiene un costo.
—¿Qué costo?
—Veamos. —Suelta con viveza, acomodándose los lentes sobre sus ojos afilados, las perforaciones crujen ante el peso extra que ejercen los marcos—. Llevas algo muy valioso contigo por ejemplo.
—¿Eh?
—En tu bolsillo derecho, estás cargando con algo sumamente valioso, puedo verlo. —Sus manos se tensan, metiéndose por inercia en la seguridad de la túnica, habla del amuleto y el mestizo no tiene idea de cómo se enteró—. Tal vez si me dejas observarlo podamos llegar a un intercambio y te deje ponerte mis lentes, ¿no te parece un trato justo?
—Ni siquiera lo pienses. —El lince gruñe mostrando colmillos y garras, interponiéndose entre ellos dos de una zancada, parándose enfrente de Eiji como si buscase protegerlo—. Nosotros nos vamos.
—Ash...
—¿Ash? —El vendedor repite, cambiando ese tono cantarín y jovial por uno más serio—. ¿Ash Lynx?, ¿el lince de Nueva York?
—No, debes estarme confundiendo con alguien más. —Pero entonces, el mercader lo ataja justo de su antebrazo, provocando que Ash se encoja y aparezca cierto brillo de miedo bajo esa chispa fogosa y destructiva en sus jades.
—No. —Declara—. Definitivamente eres el Ash Lynx del que estoy hablando.
—Es de mala educación tocar a las personas sin su consentimiento. —Brama, liberándose de un solo tirón—. Nos vamos, te dije que este lugar está repleto de charlatanes.
Eiji no se queda templado luego de ese encuentro, la intranquilidad arremetiendo contra su corazón no le permite maravillarse por las construcciones hechas de polvo de estrellas y pilares besados por el sol, aquella sinfonía de magia de repente luce mucho menos... Mágica. Se debe al brillo de miedo que vislumbró en los ojos de Ash, lo sabe pero no lo comprende del todo, Izumo pese a sus defectos era un lugar seguro, fuera del desprecio intrínseco que ser mestizo generaba en los demás, jamás lo tocaron contra su consentimiento, de hecho, no creía que los toques fueran demasiado para prestar atención, no obstante, el lince actuaba como si fuesen lo más terrible del mundo. Increíble ¿no? De diecinueve años y en sus manos colgaban las vidas de más personas de las que podía contar con los dedos de ambas palmas. La bestia hecha hombre, un monstruo, un depredador que no le temía a nada de nada, excepto a los roces de piel.
¿Qué tanto le habrá pasado para llegar a eso?
¿Quién le hizo tanto daño?
—¿Dos habitaciones? —Eiji ni siquiera se percata de cuándo arriban a la posada, se ve descuidada y sucia, no tiene relación con la magia que acaba de contemplar en el distrito comercial, ni siquiera la tienda más dejada en Izumo lucía así de desbaratada.
—Dos habitaciones. —Afirma Ash.
—Usted me es familiar. —El lince rueda los ojos, fatigado—. Su nombre.
—¿Eh?
—El precio para una noche son sus nombres. —El mestizo ladea la cabeza dudoso, si bien, en Izumo no existe dinero para las transacciones pues todo se trata de apoyo mutuo y cooperación en favor a la comunidad, es consciente del valor que el dinero posee en el mundo real—. Un nombre por una habitación. —Así que le es curioso aquello.
—Olvídalo. —Gruñe.
—Yo puedo darle mi nombre por un cuarto, no te preocupes. —Eiji suelta con ligereza, no obstante, antes de que consiga pronunciar la primera vocal la palma del lince ya se encuentra encima de sus labios, el roce le calienta las mejillas con intensidad, es suave y grácil, es precioso, lo hace sentir muy precioso y... Maldición, le duele mucho el corazón.
—Nunca le des tu nombre a un desconocido. —Le advierte—. Te lo dije, los nombres son sagrados.
—Defendiendo al turista, que noble. —El recepcionista se burla—. Puedo dejarles la primera noche rebajada, pero las siguientes les costará un nombre por cuarto.
—¿Qué quieres a cambio?
—Un secreto por ambos cuartos. —Ash rueda los ojos, inclinándose en el mostrador para susurrarle al recepcionista directo al oído—. Considérense bienvenidos, estoy más que satisfecho con el pago.
Así funciona Nueva York, el lince le explica.
Si bien, la mayoría de la ciudad sigue usando el dinero como moneda de cambio, las tiendas mágicas son diferentes igual que ciertos barrios, los precios son subjetivos, sin embargo, mientras más íntimo y personal sea lo que se intercambie, de más alta categoría será la magia que se consiga, en dichoso lugar lo más importante es la privacidad y la identidad, cuestiones que se ponen en juego si se busca una travesía o algún contrato. Eiji se pregunta por el amuleto en su bolsillo, el vendedor parecía tan interesado en lo que poseía que también ha despertado su interés, se tira a la cama boca arriba para poderlo mirar, juguetea con los bordes verdes, verdes jades, repasa los grabados de hilos tan rubios que se asemejan a cabellos de ángeles, aunque no comprende la naturaleza del objeto aún se siente reticente porque Ibe se lo regaló.
Tick, tick, tick. Se burla el reloj de la pared.
De alguna manera el tiempo parece hacerse eterno en ese cuarto, si bien, no hay más que una cama, una cómoda y un velador el espacio se le hace gigantesco y claustrofóbico al mismo tiempo, es como si las paredes respiraran e intercalaran entre un concreto asfixiante y un vacío crónico, no hay punto medio. Desearía estar con Ash, se ha acostumbrado a su compañía y debe admitirlo, es una zona de seguridad en esta travesía, es su ancla y lo más cercano que presenta a un hogar. Piensa en el secreto que le contó al recepcionista para quedarse y tiene mucha curiosidad, igual que esa hiperalerta con respecto a los toques. ¿Por qué será?
Tick. Tick. Tick.
¿Está listo para saberlo? Y si lo está, ¿por qué no dijo nada?, ¿por qué no tuvo el coraje suficiente y decirle: «veo que lo estás pasando muy mal, déjame quedarme contigo» en lugar de darse la vuelta?
Tick. Tick. Tick.
No es de su incumbencia, piensa. No está para nada interesado en el pasado de Ash, definitivamente no aparece un resplandor cada vez más visible y evidente por el rabillo de su ojo dándole una punzada de curiosidad, definitivamente no se encuentra interesado en los rumores o el hecho que todos acá parezcan conocerlo o que le lancen cierta clase de miradas sugestivas. No, le da igual.
Tick. Tick...
Pero Ash lució tan herido en el mercado cuando lo tocaron, lo mismo le pasó la primera vez que por accidente lo acarició sin su consentimiento, se veía igual que un gatito herido hecho una bola sobre sí mismo con el único objetivo de protegerse.
Lo ha escuchado tantas veces, cómo llora mientras duerme, hecho una bola, igual que un niño. Llora pidiendo ayuda, a su madre. Eiji fingía que no se daba cuenta, le dolía. ¿Qué pesadillas son las que lo atormentan tanto? ¿Son sobre la maldición? ¿O un recuerdo amargo de su infancia desconocida? Su fría manera de liderar y su imparable fuerza de voluntad, ¿es todo para cubrir su alma tan frágil? Si es así, es muy cruel.
Tick...
—¡Maldición!
Eiji no soporta más sus propios pensamientos, así que agarra una tela para usarla de chaqueta antes de encaminarse otra vez al mercado, la noche lo recubre todo, esconde los pecados, abriéndole paso a la verdadera magia, son las cuatro de la madrugada, no obstante, el cielo se encuentra teñido por luces de colores, son de oro mantequilla salpicadas por un vibrante melocotón, los vendedores parecen resplandecer con sus palabras vibrantes y sus frascos de colores.
—Sabía que volverías. —El proveedor de la última vez lo recibe con una sonrisa impasible y confiada en exceso, eso lo hace cuestionarse si realmente puede ver el futuro con alguno de sus artilugios o si fue una corazonada—. Sin tu novio. —Su sonrisa es burlona y por alguna razón, lo molesta.
—No podía dormir. —Le explica aunque no le debe explicación—. Así que salí a caminar.
—¿Eh? —El chiquillo de la otra vez llega, inclinándose sobre la punta de sus pies para examinar a Eiji como si fuese un espécimen—. Tenías razón, volvió.
—Nunca fallan mis instintos. —A pesar de la advertencia de Ash, el mercader no tarda en abrazarlo por los hombros con un solo brazo, su corazón se dispara igual que un avecilla a punto de ser cazada, no acostumbra a semejante cercanía, menos con desconocidos, era tan diferente en Izumo con Ibe o Akira e incluso con Mizuno.
—¿Busca algo en particular? —El chiquillo le consulta con ojos grandes y curiosos, es adorable, esto lo ayuda a relajarse, supone que por eso lo tiene en la tienda, o tal vez, sean hermanos, quién sabe.
—No lo sé. —Pero el mercader lo enmudece, acomodándole el pulgar sobre los labios, se alza los lentes de sol y Eiji puede jurar que prevalece una chispa de erotismo consumiendo sus ojos.
—No lo sabes. —Musita con una voz deliberadamente baja y sensual—. Aún.
—C-Cierto. —Y de pronto, le cuesta caminar.
—¿Por qué no discutimos esto dentro de la tienda?
—¿Esta no es la tienda? —Pero el vendedor se limita a tararear, arrastrándolo más y más profundo en la carpa, llevándolo por cortinas de terciopelo y estantes coloridos hasta una puerta de madera.
—Este es el verdadero Chang Dai.
Aunque Eiji no sabía qué esperar con ese nombre, definitivamente no se esperaba lo que contempló. El lugar es una extravagancia mágica, un morado vibrante es lo primero en recibirlo, existe toda una gama de púrpuras repartidos entre mesas de cristales, alfombras mullidas y escaparates que se alzan hasta el cielo con decenas de pócimas, hechizos y pergaminos puestos. El tintineo rojizo de las lámparas de parafina es lo único que desgarra con el azucarado color, toma soplo, empapándose del Chang Dai y de pronto, no tiene sueño, al contrario, se aprecia revitalizado, como si el aire estuviese repleto de licor y el simple hecho de respirar lo hiciera sentir embriagado.
—Soy Shorter Wong, el dueño del local. —Finalmente se presenta, magnas pieles grabadas en chino penden de las imponentes paredes de ladrillos, son de un lila más amigable que el resto del lugar.
—Eiji Okumura. —Maldice, recordando el sermón de Ash sobre no confiar en desconocidos, aunque en teoría ya no son más desconocidos si saben sus nombres, ¿verdad?
—Toma asiento por favor. —Pero ni siquiera tiene oportunidad de reaccionar, una mullida silla con dos brazos de madera dorados se mueve sola, empujándolo contra la mesa, forzándolo a reposar—. Dime, Eiji. —Algo en la forma en que pronuncia su nombre le gatilla un escalofrío, es una sensación caliente, igual que un caramelo derretido, es dulce y bastante adictivo—. ¿Qué buscas dentro de la ciudad? ¿Fama, poder, ser venerado, ser protegido o proteger?
—Nada de eso.
—¿Ser amado? —Una sonrisa pícara nace entre las mejillas de Shorter al instante, los colores dejan de verse brillantes y pasan a ser de un sepia tan uniforme que lo incita a cuestionarse si es el efecto de las lámparas o su vista se encuentra mal—. Amor. —Proclama—. Quieres ser amado. —No es del todo mentira, anhela encontrar las respuestas suficientes para amarse a sí mismo.
—¡De ese tal Ash Lynx! —Entonces grita Sing—. ¡Sufre de un amor no correspondido!
—¡¿Qué?! —Y Eiji se pone histérico—. ¡Claro que no!
—¡Claro que sí! Es tan evidente. —Sing da saltos de conmoción alrededor de la tienda—. Traeré una pócima de encantamiento para el verdadero amor.
—¡No! —Se desespera—. No necesito nada de eso, jamás engañaría así a Ash.
—¿Ves? Eso es amor. —Y es tan desesperante.
—Ni siquiera sé si él tiene a alguien especial en casa. —Jadea, los colores de su voz se vuelven grises y decadentes, el mar lo envuelve pero se encuentra varado y no puede regresar a casa, no si se hizo tantos problemas—. No sé nada sobre él. —Y la tristeza que le genera su propia confesión le punza en el pecho igual que una daga envenenada.
—¿Te gustaría? —La pregunta atrapa su interés más de lo que debería, la atmósfera se pone pesada, las luces del cálido anaranjado se vuelven de un verde turbio y opaco, es una atmósfera siniestra—. ¿Te gustaría saber algo acerca del lince de Nueva York? —Y lo más inteligente sería decirle que no y darse media vuelta hacia la posada, fingiendo que este encuentro jamás pasó.
—No quiero solo rumores. —Pero no puede—. Quiero algo concreto. —Sin saberlo, Shorter lo tiene atado a la punta de sus dedos, meneando sus hilos igual que una marioneta.
—Puedo darte uno de los recuerdos de Ash si eso deseas. —Canturrea divertido, Eiji se ve reflejado en esos gruesos lentes de sol y se jura atrapado, traga duro, sintiendo a su corazón arremeter como una bomba de tiempo contra su propio pecho, necesita ser valiente para seguir con esto, sabía que no sería fácil—. ¿Qué mejor manera de entender a alguien que viendo su pasado?
—¿Cuál es el precio? —Pregunta, inflando el pecho para verse imponente igual que una paloma, ha copiado el gesto a Akira, la extraña—. No debe ser barato.
—Tienes razón. —Canturrea.
—¿Precio?
—¿Qué tal un beso febril? —Se burla, presionándole los labios con su propio pulgar, relamiéndose con hambre, consiguiendo que el mestizo enrojezca diez tonos más intensos—. Hace tiempo no me pagan con esos y eres atractivo. —Shorter se inclina en la mesa, alzándole el mentón, sus toques se derriten en su piel en una especie de afrodisiaco—. ¿Quieres? Los pagos más divertidos son los que se hacen con carne.
—N-No puedo. —No sin haber entregado su primer beso todavía—. No a un desconocido.
—Vaya, hieres mis sentimientos. —Dice eso aunque no impresiona ni un poco dolido, más bien se ve entretenido—. Entonces te tendré que pedir otra cosa. —Tararea, estirando sus piernas debajo de la mesa de cristal, chocando con las sandalias maltrechas del japonés—. Quiero un día de tu vida.
—¿Qué? —Parpadea, completamente atónito—. Creo que te escuché mal.
—No lo hiciste. —Shorter se inclina, tomando sus manos como un depredador voraz—. Quiero un solo e insignificante día de tu vida, ni siquiera lo notarás.
Un día de su vida.
Un día.
Ja.
Se queda procesando aquella descabellada petición, sí, durante su corta estancia en Nueva York Eiji ha aprendido que nada que valga la pena es barato, sin embargo, un día de su vida de alguna manera es una locura, ¿qué tal si toma el día de su nacimiento?, ¿o el día más feliz?, ¿o el día de su muerte?, o peor, ¿qué tal si luego de tomarlo lo mata y este es el último? Pero por otro lado, está Ash. Existe una desesperante y punzante necesidad a entenderlo y acunarlo, anhela protegerlo del sufrimiento, todavía no logra desglosar si es empatía, compasión o proyección, de cualquier forma se han vuelto amigos y eso es lo único que importa.
Ash es su amigo.
Un amigo que la está pasando mal.
—Tomaría el día enseguida y estarías a salvo durante tu periodo de inconsciencia. —Le asegura.
—¿Cómo puedo confiar en ti? —Y es tentador, porque Shorter tiene la habilidad de hacer sonar la propuesta casi razonable—. ¿Cómo sé que no tomarás más? ¿Cómo me aseguro de que el recuerdo sea de Ash y no de alguien más? ¿Cómo sabré si es real?
—Lo sabrás. —Tensa el agarre con coquetería—. Te aseguro que lo sabrás, lo sentirás en tu alma y sobre mis garantías, nosotros dos firmaremos un contrato que me obliga a protegerte y respetar el trato.
—Ya veo. —Traga duro.
—¿Entonces...? —Shorter chasquea los dedos y manifiesta una hoja de papel—. ¿Es un trato? —Le extiende una pluma, una línea punteada no tarda en aparecer en el costado inferior de la página.
—Es un trato.
Eiji firma.
Y cae inconsciente al instante.
Latido... Latido... Latido.
De repente, Eiji siente que es un niño y se encuentra tirado en una cama con una pistola en la mano mientras sangre ajena escurre por su cuerpo, mira horrorizado la imagen sin poderla enfocar, tiene miedo, tiene tanto miedo que no puede hablar, su corazón grita pidiendo ayuda, pero no logra decir nada. El mundo se vuelve borroso, su cuerpo se ha convertido en un bloque pesado de hielo, cae en un océano profundo de ensueños, del ensueño de alguien más, pasando ola por ola de recuerdos.
Latido... Latido... Nada.
Tiene catorce años y ha aprendido a manejar la espada mejor que nadie, hace negocios con sujetos peligrosos, no tiene que ver más para entenderlo, actúa por instinto, siente que se convierte en algo así como un depredador, literalmente, es una maldición. Cae más y más profundo, todos los sonidos del mundo exterior se ven amortiguados, se encuentra demasiado concentrado en todo y nada, sus pulmones se llenan de agua pero no puede respirar, no tiene branquias, no puede convertirse.
Latido... Latido... Nada.
Tiene dieciocho años, su hermano, ¿Griffin? No puede alcanzarlo, lo intenta, pero el mundo se funde en una mancha de luces apagadas y matices mientras cae y cae en ese océano profundo.
Latido... Nada.
Golpea el fondo de aquel mar de reminiscencia, el agua no lo deja ver nada, pero lo sabe, finalmente ha llegado al recuerdo que se supone que debe ver en la mente de Ash, Shorter tenía razón, es una cuestión visceralmente de alma, sabe que esto es genuino y que debe verlo, solo lo sabe.
Latido.
Nada.
Yeah, se nos muere el niño en este fic pero no por mucho, de verdad amo las cosas bizarras que van saliendo con la mágia y los personajes empiezan a aparecer de golpe, uno tras otro tras otro, así que agarrense y mañana nos metemos de lleno en un recuerdo, pero este arquito me hace feliz y se van entendiendo varias cosas, mil gracias a quienes se tomaron el cariño para leer y apoyar esta dinamica.
¡Nos vemos mañana!
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