6. Kelp.
Hi~ No tengo mucho que reportar hoy más que recordarles que recien estamos partiendo y temas que por este momento no se vean tan importantes o los personajes les den tanta importancia no significa que no lo harán más adelante, está cosa esta friamente calculada. Mil gracias a quienes se toman cariño para leer.
¡Espero que les guste!
—Quédate quieto. —La risa de Ash inunda la carpa, es suave y grácil, igual que el arrullo de un coral en las profundidades del arrecife, traga duro, casi puede imaginarse al verde esplendente que brota de su sonrisa arrastrarlo a su propia altamar, es intenso, aunque no se deja distraer por su preciosura ni tampoco por la cercanía—. No me dejas terminar mi trabajo, ¿cómo pretendes que quede bien?
—No es mi culpa que seas tan lento con tu trabajo.
—Es que tú tampoco cooperas.
—Es verdad. —Canturrea, una de sus palmas se encuentra sosteniendo un viejo libro, se ve hinchado y amarillento a causa de la humedad, aun así él lo sostiene como si el tesoro más grande del universo residiera entre los espacios de la tinta dorada—. Oblígame a cooperar.
—¡Ash!
—¿Acaso no eres tan valiente? Adelante, estoy a tu merced. —Eso le saca un gruñido de frustración desde lo más profundo de la garganta, Eiji jura que el nuevo pasatiempo predilecto de Ash es sacarlo de quicio, se niega a darle en el placer—. ¿Eh? Pensé que eras una sirena, no una gallina marina.
—¡Eres tan molesto! —Gimotea—. ¿No puedes quedarte callado al menos? Me distraes.
—Cállame entonces.
—¿Tienes que ser tan infantil en estos momentos?
—Esta fue tu idea. —El lince se encoge de hombros, visiblemente divertido por el arrebato de Eiji—. Soy solo una simple víctima acá.
—Dijiste que querías conocer más el pueblo. —Se defiende, sus manos cosquillean contra la cuchilla. Si bien, Mizuno le ha enseñado cómo defenderse con espadas, es la primera vez que sostiene una navaja contra alguien más—. Y con esa fachada de vagabundo los ibas a asustar, incluso Aki-chan se mortificó luego de verte.
—Debe ser por mi increíble belleza. —Bufa divertido, él esparce la crema de afeitar hacia su puchero por el mero placer de poder y querer hacerlo—. Probablemente la malinterpretaste.
—Estoy seguro de que no fue por eso. —Ríe, consiguiendo que el lince esboce esa sonrisa imposible de leer que ha empezado a obsequiarle, es preciosa igual que brillo de girasol, le encanta—. Pórtate bien ¿quieres? Y deja de romper las reglas de la isla.
—No sabía que era un requisito de Izumo estar afeitado. —Entonces resopla, ¿cómo terminaron en su propio salón de belleza? Ni siquiera lo recuerda, acababa de regresar de pesca cuando se toparon en la playa, el lince arrojó un guiño coqueto que interpretó como una invitación, una cosa llevó a la otra, porque es fácil dejarse arrastrar por esos jades—. Son un poco estrictos.
—No en Izumo. —Corrige—. Solo Ibe-san.
—¿El sujeto del bigote chistoso? —Vaya hipocresía, debe estar pensando.
—Ese mismo. —Y lo comprueba por el puchero que esboza detrás de la espuma perlada y la crema esponjosa, siendo sincero, a Eiji lo tomó por sorpresa esta petición, es la máxima cercanía física que han entablado desde que se conocen y teme arruinarla. Menos después de la otra noche—. Aunque deberías darle las gracias, tu mentón estaba realmente rasposo, debió ser incómodo.
—Supongo que sí. —Ash baja el libro hacia su regazo y eleva el mentón, sus huesos crujen a causa de la brusquedad—. Cuando no me afeito me parezco a mi papá.
—¿Tú papá también es guapo?
—¿Eh? ¿Crees que soy guapo? —Pese a la altanería un tenue rubor se colorea entre las orejas del lince y eso lo hace morderse la lengua, debe tener más cuidado, sin embargo, su carácter burbujea con naturalidad gracias a este chico—. No sabía que me estabas coqueteando.
—Ni lo hago. —Rebate, deslizando sus yemas hacia la manzana de Adán de Ash.
—Pues pareciera que lo hicieras.
—Creo que el agua de mar te infló la cabeza. —Pasa con sumo cuidado la cuchilla, inclinándose hacia su taburete, el grácil albor dorado que se cuela a través de la tienda empapa su belleza, convirtiendo el pálido de su silueta en un blanco angelical, casi transparente—. Wow.
—¿Qué? —Su aliento contra su cuello lo saca del trance, derritiéndose en su piel como una fina capa de terciopelo—. ¿Por qué me miras así? —La espuma de la navaja cae contra la arena con tenues cristales de oro.
—Me acabo de dar cuenta de que tus pestañas también son rubias. —De hecho, Eiji puede contar cada una de sus pestañas desde ese ángulo, la arena se ha posado en la punta de la curva, dando la ilusión de ser polvo de estrellas, es surreal, lo hace cuestionarse por la verdadera belleza.
—Ahí abajo también, ¿quieres ver?
—¡¿En serio?! ¡Muéstrame! —Aunque literalmente fue Ash quien planteó la invitación ahora lo mira estupefacto, se ha pegado al taburete como si fuese un salvavida, provocando que ruede los ojos—. Era broma.
—Eres muy raro. —Gimotea, apartándose de la navaja con recelo, mirándolo como un gato suspicaz.
—Quédate quieto o te quedará bigote en una mitad. —Bufa, volviendo a acomodar la cuchilla sobre su moflete suave, de cerca se pueden apreciar viejas manchas de pecas que parecen constelaciones, le da risa, ahora que lo recuerda existe una constelación con ese nombre—. ¿Solías leer cuando tu hermano te afeitaba? —Pregunta para aligerar la tensión, se encuentra demasiado consciente de la manera en que sus dedos se derriten contra la espuma de afeitar.
—Mi papá era quien me ayudaba de hecho. —Sonríe—. Nunca había dejado que alguien más se me acercara con una cuchilla, si quisieras podrías cortarme el pescuezo. —Es verdad, podría.
—Nunca haría eso. —Porque es Ash Lynx de quien habla y esa se ha vuelto razón suficiente.
—No puedes saberlo.
—Tienes mi vida entre tus manos. —Declara, hay fuego en su voz—. Nunca haría eso, no a ti.
—No puedo creer el poco respeto que tienes por tu seguridad.
—Infiero que es la costumbre, a estas alturas siento que te he domesticado. —Aunque bufa, sonríe tan sinceramente que la espuma termina metiéndosele a la nariz y es adorable.
—Más bien ha sido al revés, yo te domestiqué a ti, sirenito.
—Soy un mestizo. —Aclara, sutilmente ofendido—. Y en caso de ser una sirena completa, la manera correcta de llamarme sería un tritón.
—Qué sensible.
—Idiota. —La atmósfera cambia, volviéndose levemente salada—. Con razón no le gustas a Ibe-san.
—Ese tal Ibe...— Eiji le eleva aún más el mentón, determinado a finalizar con su trabajo a pesar de la poca cooperación de su cliente (quién no le paga nada, por cierto)—. ¿Es tu padre adoptivo?
—Tutor más bien.
—Ya veo. —Ash traga duro, consiguiendo que su manzana de Adán dance contra las yemas de Eiji—. Debe ser duro ser un mestizo.
—No en realidad. —Miente.
—Eres un terrible mentiroso.
—Supongo.
Ash sabe que es un mestizo
¿Debería darle alivio que lo sepa? Francamente no sabe. Por un lado es jodidamente reconfortante ser visto, ser validado por quién es y acogido, porque de esa manera no siente que haya algo terrible en él, algo que sea motivo de vergüenza, humillación e incluso despojo. Pero por otro lado yace esa parte que todavía se aferra a la isla y siendo sincero, se concibe como un prisionero, ¿qué diferencia hace? Por mucho que Ibe lo ame y lo pretenda cuidar carece de una verdadera libertad y lo atribuyen a su auténtica naturaleza, si fuera más normal, más como el resto, apuesta que no lo verían con esa crueldad tan despectiva al ser diferente.
Por eso seguramente construyó su zona segura con Ash, Eiji se ve a sí mismo reflejado dentro de sus lagunas jades, ve un grito enmudecido y lo carcome la impotencia, Eiji todavía no puede defenderse o pararse en sus propios pies al no creer que él mismo valga la pena, es un mestizo, ¿cómo se atreve? Pero por Ash... Cree que puede hacerlo.
Cree que puede salir.
—¿Estoy quedando bien? —Y como parece habérsele vuelto costumbre al lince, se percata cuando Eiji se ahoga en su cabeza y se encarga de sacarlo.
—Casi termino. —Lo examina, limpiándole los últimos residuos de crema de sus pecas extintas hacia la firme línea que enmarca su mandíbula—. Ya estás. —Se inclina para lavarlo con un paño y retirarle el exceso, debe admitir que luce mucho más atractivo aseado, incluso accedió a vestirse con un nuevo conjunto de ropas, debe darle crédito por intentarlo.
—¿Qué tal quedé? —Sus ojos cafés se permiten llevar y se atreven a examinarlo demasiado cerca, presiona el trapo contra los restos de la espuma, siendo prisionero de esa irresistiblemente intensa mirada jade—. ¿Guapo? —Le da risa que pueda ser tan infantil, no es más que un niño en el fondo.
—¿Quieres la verdad?
—Sí. —Él le sonríe y lo vuelve a pensar.
—Te ves muy guapo, Ash. —Entonces el aludido baja la barbilla con las mejillas salpicadas de rosado, viéndose a sí mismo incapaz de responder al cumplido—. Más con esas nuevas ropas. —Pero resistir a la tentación de empujarlo más lejos es demasiado irresistible, así que sucumbe igual que una polilla deslumbrada por las llamas de las lámparas—. ¿Por qué te cambiaste? No me malentiendas, tu ropa apestaba y todos agradecemos que cedas, solo llama mi atención.
—Porque tú me lo pediste, por eso.
—Ajá. —Cruza los brazos con la toalla entremedio—. ¿Desde cuándo me haces caso?
—Desde que sé sobre... —Oh, claro—. Ya sabes.
—Desde que sabes lo que soy.
Un mestizo.
Un patético mestizo.
—¿Sientes pena por mí? —Suelta el comentario con ligereza, sin embargo, su lengua se siente seca, aceitosa y espesa, las velas empiezan a tintinear anunciando una tormenta, el portillo de la carpa es succionado hacia afuera por la brisa—. Por eso has estado tan amable. —No es una pregunta.
—Un poco. —Aunque amerita una respuesta—. No resultaste ser lo que esperaba. —De pronto, se profesa demasiado expuesto por su mirada pétrea, Eiji retrocede hacia la mesa con los implementos de aseo, su espalda se pega en las astillas de madera, sus uñas arañan los bordes sin lijar, el corazón le pesa, no quiere saberlo—. Nunca había conocido a una mezcla.
—¿Estás decepcionado? —Y no debería importarle—. Estás buscando una sirena completa después de todo, no al remedo de magia. —Pero entonces Ash se levanta con una mirada tan frágil que ya no puede respirar, sus pulmones se han convertido en botecitos de papel perdidos en un mar jade.
—No hables así de ti. —Le pide, es gentil y eso lo enloquece, ¿no sería más fácil actuar como el resto de Izumo lo espera?, ¿reducirlo a una bestia maldita?—. Habría estado decepcionado si fueras algo que me dices no ser. —Le intenta explicar—. Aunque tampoco te culparía por escondérmelo, no soy la persona más confiable del mundo, lo entiendo.
—Pero yo confío en ti.
—¿Entonces? —Y ni siquiera es capaz de razonar tan desmesurado éxtasis.
—Tenía miedo.
—¿Miedo? —Lo saborea con lentitud—. ¿Por qué? —Y es extraordinariamente refrescante dichosa ignorancia.
—Sí. —Eiji ve la improvisada bata de barbería caer hacia la arena, no quiere alzar el mentón, le hace mal ser tan consciente y sensible a la cercanía del lince, lo hace sentir egoísta—. De que estuvieras decepcionado. —Y él se ríe, sus dedos penden en el aire, acariciándolo con un roce fantasma en una silenciosa y pecaminosa petición, lo mira, no tiene que pedírselo y lo hace.
—¿Por eso te has mostrado tan insistente conmigo?
—¿Estás decepcionado? —Pregunta otra vez—. No te ayudé porque sea una buena persona, lo hice por mis propias razones egoístas. —Para salvarme salvándote, porque ya no sé qué más hacer, evita decirle.
—Estoy agradecido. —¿Y la peor parte de esas palabras?—. Cualquiera que fueran tus motivos para ayudarme, me salvaste de morir. —Es que son sinceras.
Eiji no sabe qué nombre ponerle a esta relación: ¿amistad?, ¿codependencia?, ¿simbiosis? Ninguna lo convence en totalidad, se cuestiona constantemente sobre sus escasas similitudes y las garrafales diferencias, ambos impresionan tener un vacío en lugar de pasado, como si hubiesen brotado de la isla y su existencia fuese inmutable para Izumo, sin embargo, es consciente de la mentira, no por no saber nada de Ash eso signifique que Ash sea página blanca, incluso si desconoce a quién lo maldijo, tiene la impresión de estar menos perdido que el propio Eiji. Además, se siente culpable, a pesar de relatarle a grandes rasgos su naturaleza de mestizo escamoteó cuestiones importantes, ¿por qué? Simple, por temor a perder lo más maravilloso que le ha pasado en la vida.
No porque idealice a Ash, habría que ser tonto para hacerlo considerando las circunstancias en que se conocieron y el escaso entendimiento que coexiste en sus pasados, no obstante, Ash es sinónimo de libertad y Eiji prefiere morir a quedarse varado en Izumo, ¿por qué debe vivir su vida para alguien más? No le parece, no es un muñeco de trapo para que lo muevan a conveniencia y le da risa, porque cada vez que alza la voz y expresa el malestar Ibe suele responder con un: «has cambiado, Ei-chan».
No, no ha cambiado.
Solo que antes no quería verlo.
—¿Qué hacen aquí adentro? —Por supuesto, convocó a su tutor con su mente y hace su aparición entre las delgadas cortinas de la tienda—. Tan solitos. —Es obvio que no aprueba cualquiera que sea su relación con Ash, aunque no se lo dirá en voz alta.
—Estaba afeitándolo. —Porque decir cualquier cosa implicaría romper el mundo de irrealidad y falsa protección que Izumo implica y eso se condena, Eiji es el chivo expiatorio, lo tiran en el rincón más mugriento de esta prisión hecha paraíso para que recapacite y salga con el cerebro lavado—. ¿Acaso no quedó guapo?
—Se ve más aseado. —Sonríe tan forzosamente que al mestizo físicamente le duele.
—¿Qué te trae por este lado de la isla? —Entonces Ibe reacciona a la interrogante, despeja su mirada afilada del lince, quien impresiona a punto de sacar garras y colmillos para cuidarse, le da curiosidad el estado de hiperalerta constante que lo recubre, más, no indaga—. Es raro verte acá.
—Cierto. —Se reprocha, golpeándose levemente los mofletes para espabilarse—. Vine por...
—Mizuno. —Suelta su nombre apenas lo ve entrar, un gigantesco y colorido ramo de flores se halla entre sus manos, son preciosas, exuberantes y delicadas—. Hola. —Es un encuentro torpe.
—Hola. —Pero él se lo toma bien, dándole esa tan amigable y linda sonrisa—. Lo siento, no sabía cómo acercarme otra vez y tuve que pedirle al viejo Ibe que interviniera.
—No estoy tan viejo, ¿saben? —Gruñe, alzando una ceja—. Y sigo acá.
—Pensé que con la sordera no me escucharía. —Y Mizuno se defiende como sino le temiese a nada, porque así es él y por un instante, un ínfimo y picaresco instante, se permite fantasear con una vida al lado de este hombre en la seguridad de su prisión, ¿sería tan malo?, ¿sería tan malo amarlo?—. Te traje algo, Aki-chan me ayudó a recolectarlas.
Flores.
Son muchas flores.
El ramo es sublime, así como Eiji tiene su propio lenguaje de coral, sabe que los humanos usan flores para transmitir significados, lo sostiene con timidez, repasando cada una de las flores con devoción y ternura desbordante, las margaritas de «eres hermoso y te quiero» alzan con orgullo sus perlados pétalos al son de la brisa marina, unas pícaras orquídeas purpúreas le musitan «eres objeto de mis deseos», las peonías contradicen al lado «soy tímido», le dicen y finalmente se posa en los tulipanes, aunque son de varios colores el significado es universal, el mestizo sonríe con tristeza.
Y por un instante, se deja llevar por su imaginación hacia la traicionera fantasía que Ibe le ha descrito tantas veces, ¿no sería más sencillo?, ¿no quiere tanto ser amado? Recuerda el momento en que se conocieron, Mizuno le pareció insolente e indolente y aun así, atractivamente valiente, sino hubiese sido tan animal durante su primera charla probablemente habría bajado sus defensas y habría caído entre sus brazos como la mitad de la isla anhelaba, se imaginó que desde ese segundo él lo deseó.
Se imaginó que esta propuesta era su propia elección, no una manera más gentil de atarlo.
Se imaginó que amaba a Mizuno.
Por eso le había dado un ramo tan bonito, no era por Ibe: era para conseguirlo.
«Estoy sufriendo enamorado» dijo con tulipanes.
Y Eiji realmente quiere corresponderle, al menos esa parte más cobarde de sí mismo, pero atreverse a hacerlo implicaría renunciar a todos los ideales en que creía y resignarse tanto a esta isla como a su falsa seguridad. Así que las agradece, de todo corazón, lo hace, no obstante, no puede amarlo.
—¿Por qué las flores? —El gruñido del lince lo saca de su trance, ahora que se percata lo tiene muy cerca, se ha refugiado detrás de su espalda y aun así, se muestra insolente y temerario.
—Estoy cortejándolo. —Dice con una sonrisa segura, sin mostrar ni una pizca de intimidación a pesar de haberlo enfrentado en el campo de batalla—. ¿Algún problema?
—Él no parece cómodo con esto. —Ash lo lee con tanta facilidad, se pregunta si la maldición le dará alguna otra habilidad, la capacidad para vislumbrar a través de su alma o anticipar sus tormentos se imagina—. Además, estábamos en algo y nos interrumpiste, eso es grosero.
—¿No es más grosero llevar mi ropa sin mi permiso? —Entonces, el lince lo mira estupefactamente asqueado, provocando que ruede los ojos, es un bebé, piensa—. Puedes quedarte con mis sobras.
—¡Eiji! —Gimotea—. Dijiste que eran tuyas.
—Eres más grande que yo, las mías no te entraban.
—Aun así, no quiero usar estos estropajos apestosos.
—¿A qué llamas estropajos?
—Ah, perdón, crecer en una isla debió encoger tu cerebro. —Se burla, estampando el ramo de flores contra el pecho de Mizuno—. ¿Debo hablarte en unga unga para que entiendas?
—No sé qué diablos vio Eiji en ti para salvarte el trasero. —De pronto el aire se concibe atestado de testosterona y quiere salir de la tienda, Ibe le sonríe con suavidad, ofreciéndole una puerta al cielo que sabe lo llevará al infierno, hay conversaciones que no puede escamotear—. Eres una molestia.
—A ver, dímelo a la cara.
—Si quieres te lo digo con los puños.
—Vamos. —Le musita mientras la pelea pasa a segundo plano—. Tengo algo que decirte.
Sigue a Ibe hacia la orilla de la playa, aunque la túnica le llega hasta los tobillos siente que lo arrastra, como si la misma isla tratara de devorarlo para mantenerlo encerrado entre sus fauces. Se detienen ante la majestuosidad del mar, el corazón se le arremolina en una tormenta, piensa en esa infinidad de flores, piensa en Mizuno, piensa en Ibe y piensa en lo extraño que todo se siente, como si viviese una historia escrita para alguien más. Eiji podría tapar el sol con un dedo y perecer en la comodidad de su jaula, donde siempre será cuidado y protegido, más, no visto. Y de alguna forma ser visto con sinceridad ha pasado a ser más importante que su propia integridad, por eso se aferra tanto a Ash.
—Le dijiste lo que eres. —Es una afirmación salpicada con la grisácea neutralidad de una consulta—. ¿No es así? —La espuma empapa sus pies igual que la crema de afeitar en los vestigios de pequitas, es agradable y cosquilloso, igual que la diversión en la sonrisa de Ash.
—Le dije. —Su voz se destiñe en la brisa—. Ash sabe que soy un mestizo.
—¿Por qué? Es peligroso.
—Porque estoy cansado. —Aunque no alzan la voz, da la impresión de que discuten, la tensión come sus huesos, incrustando sus afilados y largos colmillos en cada órgano de su cuerpo—. Estoy cansado y es válido que lo esté.
—Nunca dije que no lo fuera.
—Pero a veces me das esa impresión. —El mar suspira—. A veces me da la impresión de que me has despojado de mis opciones y existe un solo camino.
—Ei-chan... —Su mirada se extingue, luce increíblemente abatido con unas densas ojeras por encima de su barba—. ¿Tanto odias estar acá? —Y finalmente, hace la pregunta correcta.
—No es que lo odie. —Lo mínimo que puede hacer es mostrar sinceridad—. Pero no se siente... Yo.
—¿A qué te refieres?
—Esto. —El japonés extiende las palmas al aire, como si con ese simple gesto pudiese tomar Izumo entero entre sus manos para acunarlo—. Nada de esto es mío.
—Claro que lo es.
—Déjame terminar. —Se impone—. Sé que hiciste lo mejor para mí, estoy infinitamente agradecido por tu cariño y tu protección, pero sino me atrevo a mirar lo que realmente soy, sino salgo en busca de eso, de mí mismo... —Traga a pesar de las náuseas, el agua entre sus dedos se siente demasiado fría y todo esto es real—. No creo podérmelo perdonar.
—Oh, Ei-chan. —Entonces lo llama con ese tono.
—No es que odie a Izumo o a sus habitantes. —Explica, intentando pescar las palabras correctas en este torbellino cerúleo mental—. Pero tampoco me pidas que me sienta parte de la isla y de quienes habitan en ella si ni siquiera sé de dónde vengo. —Y en contra de toda expectativa, Ibe le sonríe.
—Te irás con él.
—Así es. —Y lo estrecha entre sus brazos, es suave y delicado, es simplemente paternal.
—Me equivoqué tratando de meterte en una caja, esperando que no sufrieras, fue egoísta privarte del dolor si es inherente a la vida.
—Ibe-san.
—Te comuniqué el mensaje equivocado, no tienes que elegir entre ser libre o estar a salvo, perdón. —Cada latido de corazón se vuelve más lento y relajado, sangran hacia la marea, gotean pena, pero la pena se vuelve espuma de mar y el mar se hace polvo de estrella—. Temía que te pasara lo mismo que a tus padres, te amo, dejé que mi miedo me cegara con respecto a ti, no fue mi intención hacerte sentir obligado a casarte con Mizuno o quedarte a mi lado, solo deseo que seas feliz, Ei-chan. —Pese a no apartarse, lo siente sonreír—. Aunque no sea a mi lado, sé feliz.
Y en el abrazo lo entiende, Ibe no sueña con la misma libertad que él tanto exige a gritos, al contrario, sueña con una libertad mucho más simple, una a través de Eiji, una que le da la libertad para escapar, una que lo suelta de sus brazos por muy reticente y asustado que se pueda profesar, una que le pide que lo abandone y haga su propia senda, una que le pide que se equivoque y que se equivoque con ganas, una que dice: si amas algo déjalo libre. Porque serán sus errores y estará bien, siempre tendrá Izumo para volver. Ibe siempre estará esperándolo justamente como en ese instante: con los brazos abiertos y los ojos cerrados.
—Te amo. —Se deja acunar, sabiendo que no le importa tener un padre realmente, porque este es su papá—. Aunque a veces me saques de quicio, te amo.
—Gracias, Ibe-san. —Se apartan con lentitud—. También te amo.
—Ahora, no esperes que apruebe a ese sujeto para cuidar de mi preciado bebé.
—¡Ibe-san! —Gimotea—. Deja de tratarme como un bebé.
—Entonces deja de comportarte como uno. —Se burla. —Y demuéstrame qué tanto quieres salir.
Algo cambia luego de esa conversación, no es fácil aceptar la verdad que esconde Izumo, no odia la isla, fue sincero con el tema, pero sí se mostró especialmente resistente a pertenecer, consciente o no, en el fondo le fue imposible entregarse a estas raíces porque siempre esperó que lo desalojaran, igual que un parásito o un pájaro desconocido, cada día despertaba aterrado y odiando su miedo al saber que no tenía dónde más ir, diciéndose a sí mismo: «hoy es el día que he colmado su paciencia y me sacarán, pero está bien, tampoco pertenezco». Pero jamás pasó. Y si Eiji deja su hogar es por decisión propia.
La verdad le es dura de aceptar, ¿para qué lo niega?
La verdad es que nunca sintió Izumo como su isla. La verdad es que le aterra poner un pie fuera. La verdad es que se concibe magullado en un cuerpo quebrado. La verdad es que le aterra que el lince le mienta y quede vulnerable y desolado. La verdad es que es jodidamente aterrador querer conocer a Eiji porque Eiji no se agrada.
La verdad es que aún así, espera que a Ash le agrade.
—Hola. —Tiembla al percatarse de su presencia en la costa, el lince se le acerca con pasos precavidos y temerosos, escondiendo algo contra su espalda—. Te estaba buscando.
—¿Sí? Porque parecías disfrutar tu charla con Mizuno. —Ríe ante tan adorable puchero de molestia, se da vergüenza, ahora que Ash sabe exactamente lo qué es se siente mugriento y feo, no sabe de dónde ha sacado el valor para acercársele, aun así, se ve atrapado por él—. ¿Qué pasa?
—Y-Yo... —Su compañero se pone rojo de golpe—. Noté la incomodidad que te provocó ese idiota con todas esas ostentosas flores y eso.
—Ya veo. —Le duele el corazón cuando saca de su espalda un ramo de algas marinas.
—Akira me dijo que esto les gusta a las sirenas. —Es una vil mentira con el indiscutible objetivo de humillarlo—. Creo que son más bonitas que las flores de ese papanatas. —Sin embargo, acorta la distancia y acuna ese ramito improvisado con suma gentileza.
—Es lo más maravilloso que me han regalado. —No es mentira—. ¿Por qué me lo das? —La túnica de Ash relumbra contra su piel, dando la impresión de emanar su propia luz, es hermoso.
—Por querer venir conmigo. —Musita e impresiona haber mucho más—. Gracias.
—¿Realmente estás bien con mi compañía?
—¿Bromeas? Eres la mejor compañía que podría pedir. —Se aferra a las algas, son ásperas y huelen a sal, traga duro—. Aunque seas un terco sin remedio.
—Supongo que es mutuo. —Sonríe—. Entonces, mañana... —Suelta nervioso, apretando las algas por debajo de su pecho, conteniendo una sonrisa hecha pura luz, está aterrado, emocionado y extasiado, todo confluye al mismo tiempo, todo se va en un instante.
—Mañana. —Repite, manteniéndose a un par de centímetros del japonés, quien clava su atención en el ramo de algas marinas—. Mañana es el gran día, mañana dejamos Izumo.
Algas marinas.
Algas jades.
«Espero darte esperanza».
Y finalmente, mañana dejamos Izumo, será el capítulo final ambientado en nuestra islita, así que esto bastante emocionada por eso, además, me encantan las dinamicas con loos demás personajes XD hacen un grupito raro de amigos y me dan confort. Mil gracias a quienes se tomaron el cariño para leer.
¡Nos vemos mañanita!
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