5. Lassoed.
Hi~ Otro día, otra cuota de estres que lidiar, los jueves son especialmente pesados para su servidora porque es un día lleno de reuniones en el hospital donde basicamente me tienen a mi y a mis dos neuronas medias agonizantes a esas alturas querer ahogarse en cafeina. Pero como veran al final del capítulo, las cosas ya se ponen más intensas de acá~ Nos queda poquito en Izumo, se me hizo nada. Mil gracias a quienes tienen el cariño para leer.
¡Espero que les guste!
Eiji gime con pereza, la aspereza de la arena rozando su nariz lo despierta, sus mejillas le arden al tratar de fruncir la mandíbula, probablemente durmió sobre una superficie demasiado hostil y ahora paga las consecuencias, se frota los párpados con flojera, repasando mil veces mentalmente lo que debe hacer para Izumo esta mañana antes de ver al lince. Sin embargo, apenas trata de incorporarse una gran y posesiva mano se desliza sobre la parte inferior de su túnica, repasando desde las cuerdas que forjan el cinturón hacia los grabados de terciopelo trazados en la aguamarina, Ash lo abraza aún entre sueños mientras alza un ronroneo, el mestizo parpadea, al bajar la mirada un poco más aprecia una cola (¡sí! Una cola) peluda envuelta alrededor de su cadera con una adorable mancha negra en su punta, es similar a una mota de nieve carbonizada, es muy linda, es...
Una cola de lince.
Se pregunta si la forma tan monstruosa y temible de Ash tendrá que ver con estos cambios, una ola de empatía con espuma de angustia no tarda en ahogarlo, él mismo es reticente a mostrar su forma de sirena, no debería permitir que su curiosidad explote en algo tan íntimo. Se dice esto como algún mantra sagrado, toma aire a pesar de que la colita le hace cosquillas, se sienta, decidido a marcharse antes de que el lince despierte, no obstante, orejas peludas que antes tampoco existían le despojan vilmente una sonrisa.
Un gatito.
Su forma maldita es jodidamente adorable y hace que Eiji tenga muchas ganas de tocarlo, entonces, aun entre sueños, la cola se tensa a su alrededor, Ash lo acerca hacia su pecho para restregarse con recelo contra su presa y ¿ronronea? Sí, está ronroneando.
Oh Neptuno, este no puede ser el mismo sádico que describe Mizuno alrededor de la fogata, carece de sentido aunque él mismo haya contemplado a Ash siendo reducido y embarrado de sangre en su primer encuentro, le es insólito, lo que corrobora aún más su teoría de que simplemente es un alma en mucho dolor y agonía, eso no es inherentemente malo, su mirada salta hacia su muñeca desnuda, la manga se le ha hecho girones en el entresueño y es su oportunidad, pero si hace esto, si la lee sin el consentimiento del rubio solo porque se jura con el derecho a hacerlo...
—Quiero qué lo ignores como el resto de los habitantes.
No hará eso, no será un hipócrita partícipe de estas fechorías, así que se estira, siente la cola peluda navegar por su columna hasta su cuello para rozarle los cabellos con un toque indolente lo bastante agradable para hacerlo querer regresar a la cama, más, se niega. Primero pretende despertar al lince con una voz gentil y toques de mariposa, pero no resulta, al contrario, intensifican aún más la fuerza con que abraza la improvisada colcha y eso obviamente lo molesta, no tiene todo el maldito día, los peces no se atraparán solos esta temporada y le prometió a los niños enseñarles a nadar.
—¡Ash! ¡Ash! ¡Ya es la quinta vez! —Así que se atreve a hacer lo insólito y lo golpea sobre la espalda, consiguiendo que el aludido hunda su rostro en su mugrienta y babeada almohada—. ¿Cuánto más piensas seguir durmiendo? Ya es pasado el mediodía.
—Un poco más. —Se queja, encogiéndose entre las colchas, transmitiéndole con toda su ternura un gigantesco: «deja de ser un dolor de culo», para Eiji—. Estoy cansado. —Cansado de no hacer nada, el mestizo piensa, intensificando aún más su reticencia a sacarlo de la carpa, ni siquiera es cómoda.
—¡He preparado el desayuno! —Aunque no es del todo mentira, la implacable bestia se reduce en una tortilla bajo las roñosas sábanas, obligando a Eiji a pararse en sus pies y tironear aun con la cola alrededor de su cintura y sus sandalias gastadas—. ¡Voy a despertarte sin importar qué!
—Solo un poco más. —Gimotea, atontado—. Déjame en paz, no estoy de buen humor.
—¡Nunca estás de buen humor! —Lloriquea pateando el piso de mera frustración hasta que se le ocurre una idea brillante—. Se ve tu cola desde acá, es bastante adorable la forma en que me abraza, creo que me ama. —Ash impresiona tomarse un par de minutos procesando y puff, de repente, esas extremidades peludas y encantadoras se han esfumado, dejando en su lugar a un mocoso grosero.
—No viste nada. —Lo amenaza con la mandíbula tensa y el ceño arrugado—. Te lo advierto.
—Uy, pero qué miedo. —Rueda los ojos con sarcasmo.
—Te mataré si dices algo.
—Diré algo dependiendo de cómo te portes. —Se burla, sin profesarse intimidado por las garras o los colmillos, eso ya no funcionará contra el japonés y lo nota—. Ahora vamos a desayunar, tenemos cosas que hacer.
—¿Tenemos? —La molestia escurre como cascada en su voz—. ¿En plural?
—Así es. —Canturrea, girándose sobre sus talones con sonrisa de triunfo en la manga del corazón—. No creíste que te podrías quedar a vivir gratis acá, ¿verdad? Tienes que aportar algo.
—¡Pero...!
—Nos vemos en la orilla, el desayuno es natto añejo.
Ash suele burlarse diciendo que en Izumo tienen un fetiche por la comida apestosa, llegó a la teoría tras dos semanas habitando la isla, dice que todo lo que se prepara huele a podrido y tal vez (a pesar de la obvia postura que Eiji toma) sea verdad. Pero los gustos del señorito quedan en segundo plano, es más que suficiente que le permitan hospedarse a escondidas, los habitantes están inquietos ante la ignorancia que confluye sobre el paradero de la bestia, es lo mejor, piensa, porque aunque confía en los valores de su familia, tiene un mal presentimiento sobre que encuentren al lince, teme arribar una mañana y encontrarlo muerto a manos de Mizuno u otro soldado. No se arriesgará.
—¿A qué hora te despertaste? —Desayunan frente a la cortina de agua que colorea aquella cascada, las gotas salpican incluso dentro del pocillo, más, no le desagrada, al contrario, le confieren un toque relumbrante a los granos de arroz en el río de soya.
—A las ocho y media. —Espeta, masca el puerro entremezclado con mostaza, es delicioso pese a la mueca vomitiva que su compañero esboza, ¿qué sabe de placeres culinarios?—. ¿Tienes la presión baja? Pareces una niña frágil. —Lo molesta, observando con decepción otro conjunto de mudas en el piso, rechazado.
—Los viejos se despiertan temprano. ¿Por qué no empiezas a practicar cróquet? —Ni siquiera tiene que mirarlo para saber que lo ha humillado, lo escucha con satisfacción en una patada contra el piso y los restos de arena, una capa blanquecina no tarda en envolverlos, es salada y agradable.
—¿Por qué te aferras tanto a tu ropa? —Finalmente le pregunta—. ¿La que te traigo es incómoda?
—¿Por qué? ¿Tanto quieres verme sin ropa? —De pronto, el japonés enrojece de golpe por esa risa jodidamente molesta y descarada—. Vaya, no conocía ese lado tan salvaje tuyo.
—¡No es eso! —Chilla ofendido—. Pero la tuya está sucia, rota y ensangrentada, debe sentirse mal.
—Es lo único mío que conservo, por eso no puedo deshacerme. —Dice con simpleza, la atención de Eiji salta hacia una brillante capa escarlata, se encuentra hecha andrajos, embarrada con mugre y moho, aunque ha perdido esa gloria que pudo haber tenido, aun así impresiona agraciada—. No era un rey si eso estás pensando.
—No te creo tan imponente para ser un rey. —Bufa, dándole otra probada al natto, el puerro danza en sus papilas gustativas, es una nota amarga y picante, eso es nuevo, ¿es por la presencia de Ash? No sabe, aunque de alguna forma el ambiente siempre se siente más cargado de magia en presencia de esos relumbrantes jades—. Solo estoy tratando de descifrar tu maldición.
—¿Qué quieres saber?
—¿Acaso me responderás? —Entonces, el lince baja el tazón, reticente.
—Lo intentaré. —Y se mira tan sincero que casi puede imaginar sus orejas felinas gachas y sus manos jugueteando alrededor de su cola—. Así que pregunta lo que quieras.
—¿Estabas escapando? —Le sorprende lo fácil que es arrancarse las espinas de su corazón, las toma entre sus yemas, tirando una por una para aplacar el dolor, el problema es que sangra, es que dentro ha empezado a llover sangre y no sabe si la detendrá—. Tengo esa impresión desde que te conozco.
—Estás en lo cierto. —Su voz desciende a una fría octava, recubre los tenues pétalos rubíes con pura escarcha—. Estaba escapando de mi dueño.
—¿Tu dueño? —Eiji tensa las manos con tanta fuerza que forja medialunas en sus palmas.
—Un hombre asquerosamente adinerado y poderoso del que no se puede escapar, llegué estando maldito y desesperado, mi familia hizo un trato con la ilusión de que me salvara, Griff estaba tan exasperado por perderme y el resultado fue que terminé siendo... —No puede seguir hablando, su boca parece haberse zurcido con una serie de alambres invisibles tensándose alrededor de sus labios y bañándose de rojo—. Desde ese día no los veo, ni a mi padre ni a mi hermano, fueron ingenuos al querer salvarme, no los culpo por intentarlo, solo me aflige.
—Lo lamento mucho. —Y otra vez, entiende que las disculpas son inútiles—. ¿Quieres librarte de la maldición para buscarlos?
—Sí. —¿Cómo sabes que siguen vivos? Quiere decir.
—Porque si los hubiera matado no tendría nada más para manipularme. —Alega como si le leyese la mente, las púas se tensan aún más contra sus labios al punto de arrugarlos—. No sé por qué nací maldito, pero sé que llevo mi vida entera buscando a la persona que lo hizo para matarla. —Porque si se mata al creador de las maldiciones, las maldiciones desaparecen con él.
—Pero no tienes ninguna pista. —Infiere.
—No, no más que las palabras que dirá antes de morir. —Lo que es completamente inútil e incluso sugestivo, esta clase de mundo es cruel, aun si encontrara a alguien que pronuncie dichosa frase en su último aliento, ¿qué le asegura que será su Dios?, ¿su creador?, ¿su destructor?—. Por eso pensé en pedir un deseo, es una locura, no obstante, mientras más tiempo pasa, más bestia soy.
—¿Es tan malo? —No lo cuestiona con saña o maldad, es mero anhelo por beber de aquel profundo sufrimiento—. No te he visto jamás en tu otra forma. —Ni tú en la mía.
—Al principio era tolerable. —Musita, arrastrando sus dedos entre las cerdas de arena, el goteo de la cascada se ha vuelto cegador, como una espesa capa cubriéndole los ojos—. Pero estoy fuera de control a estas alturas, solo busco saciar mi sed de sangre y lo odio, odio ser un asesino y... —Parece darse cuenta de lo vulnerable que se muestra—. Da igual.
—No da igual. —Pero Eiji no permite que se invalide, se inclina, no lo toca, mantiene su palma en el aire y aun así, espera que aquella tibieza sangre—. Podemos encontrar a una sirena que nos quiera ayudar, sé que hay una isla a la que fueron, solo tenemos que buscarla. —Y espera que su conexión con la especie le sirva de algo por primera vez.
—Gracias. —Entonces sisea, su sonrisa es brillante y adorable, como brillo de Jacinto azul—. Tienes razón, mientras recupero mis fuerzas debería apoyar en algo. —Por fin ve un cambio de actitud y eso lo alegra de sobremanera, van paso a paso, día tras día, se están domesticando.
—Perfecto. —Brama, limpiándose la túnica antes de pararse—. Entonces vamos.
—¿A dónde? —Ash le mira confundido.
—A pescar.
Se arremangan túnicas y pantalones para pescar con las manos en la orilla del mar, a Eiji jamás se le ha dificultado el tema pues los pescados tienden a ofrecerse a sí mismos de tributo ante su presencia pero esa tarea tan sencilla se le hace un millón de veces más complicada con Ash. Debió suponerlo, incluso los gatos grandes odian el agua y acá están ellos dos, sumergidos hasta las rodillas en un mar tan transparente que parece cielo, metiendo sus manos en el agua cristalina, viendo perfectamente lo que hay debajo, los corales coloridos, los cangrejos y sus conchitas de oráculo, las algas que se les enredan a los pies, se ríe, es sumamente adorable la frustración que su acompañante muestra, debe repeler peces de manera profesional. Y es curioso cómo pasa el tiempo a su lado, Eiji piensa en toda su existencia, un instante puede ser un periodo breve e impredecible, tan fugaz como el paso de un cometa o una estrella, hay quienes lo coleccionan como Eiji, hay quienes lo olvidan como Ash, hay incluso quienes lo viven y no se dan cuenta como ahora.
Se pregunta cómo puede mantener su sonrisa un poco más, para no asustarlo a veces solo lo aprecia desde el rabillo de su ojo con la esperanza de poder ayudarlo, su fulgor de alguna manera es violento y solitario, increíblemente solitario, otras veces se atreve a verlo directamente ignorando ese peligro que arde en sus pupilas, es cegador, le recuerda a esa vez que presenció directamente un eclipse de sol y acabó adolorido por tan asfixiante resplandor, como un alba demasiado intensa, es dañina aun así, es incapaz de apartar el asombro de la tentación.
«Amanecer».
No sabe por qué pero el mar ha empezado a murmurar esa palabra.
No es tan poco común que escuche al océano, no cree que se deba a causa de la naturaleza, lo alude a algo mucho más simple: su capacidad de maravillarse con lo cotidiano y ya, era necesaria si quería sobrevivir en esa isla donde no pasa absolutamente nada. «Tienes derecho a ser quién quieras, Ei-chan» decía Ibe aunque no lo respetaba, lo que quería decir era que él tenía el derecho de ser quién quisiera mientras fuese dentro de sus normas: debía quedarse en Izumo, debía amar su parte sirena (aunque su tutor tampoco tenía muy claro qué significaba) y su parte humana, debía casarse con un hombre bueno, un hombre como Mizuno que lo mantuviera a salvo y aislado. En el fondo le frustra esa presunta burbuja, porque si en ese momento le hubiera respondido que quería largarse con Ash a los confines más lejanos de la tierra se habría horrorizado.
—Me rindo. —Ash se tira jadeante en la arena, los rayos que el sol desprende son puros, nítidos y suaves esta mañana, resultan cepillar la costa—. Nunca vamos a pescar nada. —La cuestión es que tienen una cuota que cumplir y lo tiene más que claro.
—Ya nos las arreglaremos más tarde. —Musita, acomodándose a su lado, cada día un poco más cerca, piensa en la leyenda del principito y se pregunta qué habrá sido, ¿hechicero?, ¿ilusionista?, ¿brujo?, ¿Dios?—. Ash.
—¿Qué ocurre? —La piel del nombrado brilla besada por el calor, es un cuadro angelical y sublime, le recuerda al reflejo que sus escamas ofrecen contra la iridiscencia del coral—. Te ves preocupado.
—¿No es incómodo vivir aquí? —Empieza, frunciendo el ceño y enfocándose en el mar, como si la respuesta correcta le pudiese llegar envuelta en una botella de cristal—. Puedes ir al pueblo, nadie te hará daño, tienes mi palabra. —Irónico considerando sus temores previos, pero no desea que se sienta rechazado o amenazado, va a protegerlo, lo jura.
—No creo que me quieran allí. —Suspira—. Me miran como si fuese...
—Monstruoso. —Entiende—. Sí. —Y por primera vez, Ash también parece notar el alambre invisible que se enrosca alrededor del cuello del japonés, ese de tonalidades vibrantes e inimaginables sobre un pasado inexistente y un cuerpo abominable—. Pueden ser bastante duros con lo desconocido.
—No te sientes cómodo ahí. —No es una pregunta—. No te gusta la isla.
—No. —Pero le da una respuesta—. La odio.
—¿Por qué?
—No encajo en este lugar, ni en ningún otro lugar siendo franco.
—¿Por qué dices eso? —Y Ash se mira tan afligido, tensa sus dedos en la arena hasta hacerle estrías, supone que quiere tomar su mano aunque todavía no puede, es un gesto muy lindo—. Eres bueno.
—No puedes sacar esas conclusiones si recién me conoces. —Entonces, el lince le esboza una mueca genuinamente mortificada e indignada que lo aturde.
—¿Hablas en serio? —Está enfadado.
—Claro que sí.
—¡Tú hiciste exactamente eso conmigo! —Oh—. Y en circunstancias peores.
—Cierto, ni siquiera lo había pensado. —Balbucea—. No sé, solo la familia de mi tutor me acoge acá y un... —El alambre le sube hacia la barbilla, sus bordes punzantes se sienten como una palma gentil que recubre su mirada, enroscándose entre sus brunas y espesas pestañas de tinta, tomando sangre para mojar la pluma del destino—. Amigo.
—Ajá. —No está convencido—. Amigo. —De hecho, escupe la palabra como si fuese natto.
—Un amigo que me está cortejando supongo. —No está ni seguro, Eiji realmente cree que toda esa idea del matrimonio se encuentra en la cabeza de su tutor, Mizuno podría elegir a cualquier ser vivo de la isla, no va a escoger al mestizo deforme sabiendo lo qué es—. Para unirnos bajo Neptuno.
—¿Lo harás? —Y de pronto, se ve desesperado—. ¿Te quedarás con él? —Eiji le sonríe, acariciando el aire detrás de su espalda en un roce fantasma en busca de consolarlo, funciona.
—Prometí ayudarte con esa sirena ¿verdad? —Musita, piensa en lo radiante que es Ash, es una luz diferente a lo que predomina en Izumo y le encanta, se queda a su lado, se empapa de su vitalidad.
—Lo hiciste. —Murmura, encogiéndose con vergüenza—. Pero podrías no haber sido sincero.
—Las promesas son algo importante para mí, son sagradas. —Le explica—. Son mágicas, no puedes tomártelas a la ligera. —Fundiéndose bajo el clamor que le ofrece el mar, pronto atardecerá, debe regresar con las provisiones de ambos.
—Jim decía lo mismo. —Ríe entre dientes, suave, pequeño e ingenuo—. Mi papá.
—Oh. —Se percata tarde de la diferencia abismal que prevalece entre ellos dos—. Nunca conocí al mío. —Eiji carece de pasado y Ash ha nacido con el pasado escrito en la piel—. No que recuerde.
—¿No es el irritante de barba fea? —Ríe, reconociendo la descripción de Ibe.
—No el biológico. —Explica—. Él me dejó antes de que lo pudiese recordar. —Y está bien, así se ha vuelto más fácil cortar las escenas de su vida en cuadritos coloridos para meterlos y sellarlos dentro de la caja del olvido, así es natural quedarse varado sobre el aire, sin nada, sin ni siquiera nombre ni alguna vaga identidad—. No pongas esa cara, no es como si lo necesitara. —Pero lo hace.
—Fue un idiota si te dejó, eres grandioso. —Y aunque Ash impresiona sincero.
—Gracias. —No le cree—. Eres amable.
Porque Eiji Okumura es una farsa.
Es contraproducente, mientras más ignora la sensación de enajenación, ese malestar arremolinado en sus tripas, más difícil se torna a ignorar, es como si aquel desconocimiento hubiese embadurnado su corazón con una gruesa y pegajosa capa de viscosidad, como un montón de escamas putrefactas, intenta ignorarlo, se dice a sí mismo que pronto pasará, pero lo que ocurre es lo contrario, con cada latido, golpe y respiración ese manto de mugre se extiende hacia sus arterias, sus venas lo devuelven ofreciéndole un viaje completo hacia su cuerpo, es lento, es progresivo, no frena, Eiji se da cuenta demasiado tarde de lo ramificada de la sensación y ahora lo devorará igual que la maldición. Quizás ser mestizo es una especie de maldición sin descubrir todavía.
Suspira, arrastrándose sin más que dos pescadillos hacia el pueblo, se dice que las cosas son así, qué él reclama y reclama por odiar la isla pero no hace nada para cambiarla porque tiene miedo, no sabe hacer nada bajo ese miedo.
—Eiji. —Es Mizuno quien se encarga de contabilizar las raciones hoy, abundantes canastos con peces y otros tipos de animales marinos relumbran contra las velas de la habitación—. ¿Trajiste tu ración? —Su sonrisa es divertida y si no fuese por el juego de luz, incluso diría que coqueta.
—Traje la mía y la de Ash. —Esa galantería se esfuma apenas menciona al lince.
—Ash. —Repite con el ceño tenso, es obvio su desagrado—. La bestia.
—No le digas así, es rudo. —Camina hacia la tienda, dejando ambos pescados dentro del canasto—. No es una bestia por tener una maldición.
—Pero sí por escoger qué hacer con ella. —Mizuno mira con desdén el fruto de su trabajo, la ranura alrededor de su mandíbula se halla tan agarrotada que se le han llegado a imprimir las venas entre una salpicada de colores—. Eso no será suficiente, seguramente tú cazaste por los dos, ¿no es así?
—¿Acaso importa? —Sube la guardia y sangra a través del alambre de espinas—. Comida es comida.
—No cubre la cuota de dos personas. —Insiste con dureza, negándole cualquier favor antes de que lo pida—. Si de acá al amanecer no ha pescado nada, no podrá comer.
—¡Eso es injusto! —Grita en este disco rayado—. Ash está herido todavía.
—Heridas que él mismo se provocó. —La atmósfera es tensa, apenas puede respirar, le corta—. No te entiendo. —Gruñe, estrujándose el entrecejo entre sus dedos manchados por carboncillo—. ¿Por qué te esmeras tanto en cuidarlo? ¡Ni siquiera te lo agradecerá!
—¡No puedes saberlo! —Y de pronto, ambos están gritando—. Solo quiere deshacer la maldición.
—Quiere una sirena para cumplir con su deseo. —Escupe, empujando el canasto con un movimiento brusco, la comida termina repartida en la arena—. ¿Qué crees que hará cuando sepa lo que eres?
—No lo sé. —Responde encogido, sintiéndose pequeño y miserable—. No sé.
—Seguramente te matará. —El contrario luce desesperado, al borde del colapso mental—. Puede que a ti no te importe lo suficiente tu vida para cuidarla, pero hay personas que te aman y les duele.
—Mizuno.
—Hay personas que te aman. —Repite, bajando la cabeza, forjando su propio alambre de púas pero alrededor de su corazón, justo en el surco donde debería encajar una llave—. ¿No vas a preguntar? —. No quiere preguntar siendo sincero, sabe el rumbo que tomará esta conversación si lo hace y es sumamente egoísta escamotearlo si más adelante tampoco tendrá opción.
—¿Cómo quién? —Sin embargo, su lengua se ve entrampada y lo suelta—. ¿Quién me ama?
—Yo.
Silencio.
—Yo te amo.
Eiji no tiene idea de qué responder porque ni siquiera él mismo destila sus sentimientos, cree amarlo si a eso se refiere, lo ama tal como ama a Akira y a Ibe, como una familia, es lo que ha tenido, tendrá y tiene si permanece siendo una estatua en esta isla, no obstante, no cree que él se refiera a eso, la simple idea de casarse y cumplir con el papel que esperan que cumpla lo hace querer vomitar, está cansado de fingir que encaja en aquel rol, no lo hace, no codicia un buen hombre que cuide de él, de hecho, no quiere que nadie cuide de él, sino irse lejos, bien lejos, a donde nadie lo ate.
—No funcionaría. —La voz se arrastra sobre su lengua, la araña, haciendo un esfuerzo sobrehumano para no escapar y quedarse atrapada—. Mereces a alguien mejor. —Y cualquier persona cuerda le diría que se encuentra perdiendo la gran oportunidad de su vida, un hombre perfectamente bueno le está confesando sus sentimientos, es más de lo que merece y merecerá—. Soy un mestizo, puedes elegir a alguien más de la isla.
—¿No debería ser yo quien juzgue eso? —Su tono se ha vuelto calmo, la batalla ha terminado y solo quedan las cenizas.
—No puedo corresponderte.
—No te pido que lo hagas. —Entonces se le acerca, acariciándole la mandíbula con suma gentileza, obligándolo a mirarlo—. Oh, Eiji. —Y se hace y deshace en ese toque de mariposa, es dulce y manso.
—No es justo para ti.
—Ni te estoy pidiendo que lo sea. —Repite con aquella resplandeciente sonrisa—. Solo necesito una oportunidad para cortejarte, sé que puedo hacerte tan feliz. —Se detiene, frunciendo el entrecejo, husmea entre los cajones con llaves de su corazón antes de corregirse—. Prometo hacerte feliz.
Lo promete.
Lo promete porque lo ama.
A un simple y defectuoso mestizo.
—¿Estás seguro? —Y aunque Eiji ha pensado todo esto acerca de liberarse y obtener su tan deseado cambio la realidad es mucho más dura de confrontar, porque por mucho que cualquier ser humano quiera cambiar, aun si disfruta toda la motivación posible, la tarea se torna imposible si el ambiente no cambia—. No quiero lastimarte, eres alguien muy valioso para mí.
—Me subestimas. —Se burla radiante y atractivo—. Hace falta mucho más para que me lastimes, ni siquiera esa bestia maldita lo consiguió. —Y de nuevo, odia que se dirija a Ash de esa manera, pero se centra.
—¿No lo haces por Ibe-san? —Niega de inmediato.
—Él solo se dio cuenta de lo evidente. —Bufa—. Me intentó echar la mano. —Tiene sentido, es algo propio de su tutor inmiscuirse en su vida como si fuese una cabaña abandonada, entrando sin pedir permiso y desordenándolo todo. Alza el mentón con miles de preguntas arraigadas entre las cuerdas vocales, preguntas que cargan el aire, preguntas que gotean hacia su corazón y lo manchan.
—¿Por qué? —Es la única que escapa, floreciendo cual tímido capullo en una zona de guerra—. ¿Por qué yo? Sabes lo que soy. —Entonces se ríe, acomodándole un mechón detrás de la oreja, la lengua se le seca y le pesa.
—Justamente por eso. —De repente, esto se siente demasiado rápido y real, como si fuese un barco hundiéndose en picada con las anclas cortadas—. Porque eres tú.
La conversación se acaba ahí, Mizuno no lo presiona para que le corresponda de inmediato y todavía así, necesita ir a nadar porque se profesa demasiado atrapado en su cabeza y eso lo daña. Su colorida y brillante cola de escamas aparece a voluntad apenas toca la playa, se despoja de sus ropas aunque el frío gotee contra su piel en una bruma escarchada y se zambulle de un solo golpe. Se dice que irá a buscar los pescados que les faltaron para completar la ración y sabe que es mentira, que es excusa para enfriarse el corazón. ¿No debería alegrarse? Alguien bueno lo ama, es algo que antes ni siquiera se hubiese atrevido a soñar al ser indigno, pero Mizuno se declaró, debería ser maravilloso, ¡sí! Una aburrida vida repleta de seguridad y comodidad lo espera, nadie le faltará el respeto más, no tendrá que esconder su verdadera naturaleza puesto que la conoce, es perfecto, es magnífico, es...
Está llorando.
¿Por qué?
¿Por qué le duele tanto?
Se reincorpora a Izumo, muy tarde se da cuenta que ha caído entre las trampas de caza, una red ya se ha enganchado alrededor de su cola, está ligeramente afilada y le duele, sus escamas sangran a través del agua y es jodidamente frustrante no haberse fijado antes. Eiji suspira, sale del mar y se postra a la orilla para quitarse la red, es gruesa, seguramente causa dolor en los pececillos, por eso él prefiere pescar, los peces se ofrecen de tributos al pedírselos, pero esto... ¿Mizuno lo verá cómo esto?, ¿algo que debe atrapar?
—Eiji. —El mundo desaparece apenas escucha su voz—. ¿Qué es esto? —El mar no deja de llorar, el susurro de la costa se torna llanto desgarrador que le agrieta el corazón. Tensa sus manos alrededor del alambre de púas que simboliza la red, se da vueltas.
—Ash... —Y en el fondo debería estar contento—. Lo siento. —Sí, tan contento que se desmorona sobre la calina y se quiebra en miles de pedazos.
—¿Eres una sirena? —Él lo mira, memorizando cómo esa presunta ternura se desvanece para darle pie al horror—. ¿Me engañaste?
—Perdón. —Apenas la benevolencia infinita en esos jades se desvanece, lo sabe—. Perdóname, Ash.
¿Días para salir de Izumo? Dos~ y debo decirlo, amo este contraste entre ambientes. Nada más que decir, muchas gracias a quienes se toman el cariño para leer.
¡Nos vemos mañana!
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