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4. Neptune.

Hi~ Aprovecho de subir esto un poco más tempranito de lo usual porque ahora tengo libre, de verdad aprovechen los capítulos en Izumo para estar relax y feliz, porque luego se viene intenso, así que por mientras nos quedamos en Ash y Eiji conociendose más que nada, pero se prenderá, se los aseguro. Mil gracias a quienes se toman el cariño para leer.

¡Espero que les guste!

Eiji flota al son de la música.

Sus pies han dejado de ser anclas al suelo, se han convertido en instrumentos que le permiten bailar como si las notas musicales se materializaran en el aire y forjaran una escalera directo a las estrellas, donde podría construir una casa en la luna y pescar constelaciones con la caña de sus sueños, danza, siendo envuelto por la intensa luz ambarina que el fogón desprende, sus dedos cosquillean bajo la arena desnuda de Izumo, gracias a la iridiscencia del fuego parece ser oro líquido, las chispas rojas flotan en el aire dándole un ambiente repleto de magia y ensueño a la ceremonia.

Es una boda, están celebrando la boda entre dos de sus vecinos y es motivo de festejo, Okumura se ha puesto una de sus túnicas favoritas, es una túnica de un escarlata intenso y vibrante con grabados plateados que hacen alusión tanto a las sirenas como al Dios del mar, una corona con todas las flores inimaginables adorna sus cabellos, es colorida igual que una aurora boreal, es preciosa aunque fina, forja un contraste sublime sobre sus mechones de noche. Flotan en la playa, resplandecientes, vivos, maravillados y celebran con copas aflautadas rebosantes de vino espumoso, la magia se profesa al aire, es sorpresivo y esconde una pizca de engaño que es francamente deliciosa.

—Te encuentras bastante energético esta noche, Ei-chan. —Baila con Akira, su radiante túnica rosa le da un aspecto delicado y etéreo que haría suspirar a cualquier jovencito. Aunque los tambores dan una tonada alegre, él se ha inclinado para quedar a su altura y poderse mecer con gracilidad.

—Estoy feliz por ellos. —Responde con sinceridad, sus zapatos han quedado a la orilla de la playa y le da igual—. Las ceremonias son preciosas, algún día me gustaría tener una así. —Entonces, la joven se sonroja, es apenas un colorete que se expande desde su nariz hacia la punta de sus orejas, pero impresiona aún más vigoroso por el fuego.

—¿Te quieres casar pronto? —Le pregunta sin mirarlo a los ojos, apretando sus palmas sudadas con una leve reticencia.

—¿Por qué cuestionas? —Alega divertido—. ¿Acaso tú estás pensando en matrimonio? —No es un secreto que Akira se encuentre perdidamente enamorada de Mizuno y no la culpa siendo franco, es un grandioso pretendiente, no le cabe duda de que será un marido ejemplar.

—Lo estoy pensando. —Musita, rendida—. Pero todavía soy muy joven, me da miedo que él se case antes o no me tome en serio. —Ah, tenía razón, piensa.

—Sino te espera él no vale la pena. —De pronto lo mira con esos ojos que hacen sus propias estrellas y una sonrisa tan determinada como vivaz—. Eres la jovencita más genial de toda la isla.

—¿Eso crees? —Le pregunta en apenas un susurro que aplaca la música.

—Eso sé.

—¡Grandioso! —Ella salta, es brusca y desprolija, suele sacarle más de una cana a Shunichi y ya se lo imagina, refunfuñando por incitarla a portarse mal, rueda los ojos ante la mera imagen mental—. Entonces me esforzaré para que él se fije en mí. —Eiji le revuelve los cabellos, las flores se deslizan entre sus dedos, son capullos de violetas, le sientan a la perfección: «tu encanto es sutil y delicado», significan.

—Me alegra verte tan animada.

—¿Qué están haciendo en el rincón? —Entonces aparece Ibe con esas anticuadas y pesadas túnicas de pieles, apropiadas para el frío de Izumo aunque no tanto para festejar—. Ya denme un descanso y traten de no meterse en problemas por un minuto. —Suspira, un cáliz negro se bambolea entre sus dedos, la espuma cae y moja la arena, creando un jacuzzi traslúcido para los cangrejos.

—¿Qué te hace pensar que estamos haciendo travesuras? —Akira canturrea, divertida—. Ei-chan solo me está alentando. —El aludido traga duro ante la mirada de daga que su tutor le arroja.

—Alentando. —Repite con severidad—. ¿A qué?

—¡A casarme con mi alma gemela!

—¿Sí? —Oh, esa idea no impresiona desagradarle, de hecho, incita una sonrisa bonachona y linda—. ¿Se puede saber quién será el afortunado?

—¡Ei-chan! —Grita a todo pulmón—. Cuando sea grande vamos a casarnos y no podrás hacer nada. —No le da oportunidad de contradecirla o siquiera respirar, se da vueltas y corre entre risas, yendo directo al centro de la música junto al fuego y la pareja recién casada, abandonándolo a su suerte.

—¿Me vas a explicar esto, jovencito? —Dice con falsa severidad, invitándolo a tomar asiento en un tronco acomodado de manera horizontal cerca del mar—. ¿O tendré que darte la charla? —Eiji bufa, su flequillo rebota entre las diferentes flores de su corona y pende un par de segundos en el viento.

—La conoces. —Musita, chocando levemente sus hombros, sintiendo un agradable cosquilleo en la nariz a causa del vino—. No hay nada que hacer contra ella, es terca.

—Patrañas, son tercos los dos.

—¡Ibe-san! —Gimotea, amurrado—. Aunque me tomó por sorpresa, pensé que le gustaba Mizuno. —Entonces, el mayor esboza una mueca genuinamente confusa, da parpadeos extendidos y lentos, como una lechuza diurna.

—¿Por qué pensaste eso? Ha sido bastante obvia con su enamoramiento. —Se encoge de hombros, estirando sus piernas hacia el mar, el roce es frío y agradable, la espuma blanca se ha convertido en un plateado iridiscente y suave, como el vestido de una doncella—. ¿Por qué Mizuno?

—A todo el mundo le gusta Mizuno. —Suelta con simpleza.

—A todo el mundo. —Ibe lo apoya—. Menos a ti.

—Es mi amigo, claro que me gusta. —Pero el mayor deja el cáliz en el piso y lo mira con seriedad.

—Sabes a lo que me refiero. —Traga duro, la lengua le pesa y los párpados le entrechocan, el tema le desagrada de sobremanera, por eso lo escamotea—. Ei-chan, al menos deberías considerarlo.

—Lo estoy considerando.

—Pero no de verdad.

—Como si fuese a funcionar el matrimonio entre un humano y un mestizo. —Se ríe con irritación, el alcohol le ha aflojado la lengua y ha encendido algo dentro de él, convirtiendo su sangre en un barril de combustible y las frases de Ibe en un incendio fuera de control, basta de una chispa para explotar.

—Funcionó para tus padres. —Intenta sonar amable.

—¿Sí? —Pero el tema es sensible y lo hace sangrar—. Y mira cómo funcionó, abandonaron a su hijo.

—Ellos te amaban.

—¡Ni siquiera los conociste! ¡No puedes saberlo!

Eiji encoge sus piernas hacia las ranuras del tronco, se hace pequeño dentro de ese colorido manto, intenta aplacar el malestar que golpea igual que una ola furiosa desde su vientre hasta el centro de su pecho, arremolinándose justo en las entrañas de su corazón. ¿Qué tanto sabe sobre su identidad? Le han contado que llegó a Izumo como si fuese obra del destino, que antes de vivir en la cabaña de Ibe hubo un barco, antes del barco hubo altamar, antes de altamar probablemente un pueblo, antes de eso seguramente un padre y una madre, seguramente siendo realistas solo una madre si su padre los abandonó para ir a la guerra y luego quizás solo una mujer, y luego él.

Eiji nada más.

Un mestizo.

Sabe que Ibe ha sido lo suficientemente amable para inventarle un pasado, a veces cambia la versión y eso le da risa, algunas veces es su madre quien lo entrega en persona y pide que lo atesoren, otras son sirenas, otras llega solo en una barca. Sea como sea, dieron por hecho de que llegó a Izumo para que la naturaleza siguiera con su curso, todo lo que tenía era su nombre completo (y a estas alturas duda que sea el real) y su cumpleaños (¿o el día que llegó?), Eiji sabe que le debe la misma vida a los habitantes de esta isla y que debería mostrarse agradecido a Neptuno por permitirlo. Aún así, él nunca sabe cuál de sus preguntas con respecto a su pasado tendrán una respuesta (¿estaba llorando cuando lo acogieron?, ¿su cabello era así de esponjado?, ¿era sirena o humano?), dichas cuestiones más simples son abandonadas, desechadas, ignoradas y quedan sin respuestas, igual que botella en el mar. Así que debe tantear y prácticamente adivinar leyendo entre líneas quién es.

¿Humano o monstruo?

¿Izumo o mar?

¿Sirena o aberración?

No tiene idea de nada.

Así que sí, tener que estar al lado de Ibe escuchándolo con el derecho de elegir sobre su futuro si no es capaz de sincerarse sobre su pasado se concibe un poco hipócrita y quizás incluso frustrante, sabe que quiere lo mejor para él, que ha sido lo más cerca que presenta a una familia, sin embargo, duele.

—Mizuno cuidaría de ti, es una buena persona y lo respetan bastante en la isla. —Le dice entonces con una voz grave y pastosa, como si sacara arena entre el espacio existente entre cada letra—. Eso me dejaría tranquilo, necesito saber que alguien cuidará de ti.

—No necesito que alguien cuide de mí.

—Que alguien te cuide y ame. —Y Eiji podría rebatir con una defensiva implacable y espinosa, igual que las rosas incrustadas en su corona—. Mereces ser amado, ¿por qué te cuesta tanto aceptarlo?

—No creo que el amor sea para mí. —Explica, enfocándose en los restos de espuma reventándose en la arena blanca, las escamas alrededor de su corazón se desasen, dejándolo extraordinariamente vulnerable —. No le mentí a Aki-chan, me gustaría casarme... —Frunce la boca, el pecho le arde con una herida abierta y tiene ganas de llorar, debe ser por el vino, prefiere pensar—. Pero no pasará.

—¿Cómo puedes estar tan seguro de eso? —Sus palabras son suaves a pesar de su voz, Ibe lo fuerza a alzar el mentón, se mira viejo y cansado, realmente cansado y es su culpa por estarlo enrabiando—. Eres una persona maravillosa, Ei-chan.

—Soy un mestizo. —Ríe con ironía—. Eso no es deseable.

—Eso no te quita que seas una persona maravillosa. —Musita como si fuese lo más obvio del mundo, le da una sonrisa de medialunas alrededor de los ojos que acentúan sus arrugas y él cae en la cuenta de lo agotado que este hombre debe estar, lo ha hecho pasar por mucho.

—Debí preguntarte por lo del prisionero. —Suelta culpable y sucio, tan magullado—. Seguramente te metí en problemas con los demás habitantes.

—No se lo tomaron bien.

—Perdón por siempre meterte en estragos. —Pero Ibe niega, acomodándole un mechón porfiado detrás de la oreja, es manso, es amable, es gentil y... Paternal. Este es el papá más papá que podría haberle pedido a los dioses del mar, es afortunado y a veces olvida valorarlo.

—Es tu trabajo meterme en problemas. —Susurra en una canción de cuna—. Eres mi pequeño niño.

—Ibe-san...

—Tampoco te disculpes por el lince. —El viento lo enmudece—. No debí ser tan duro contigo, pero estaba asustado. —Niega, crispando sus dedos en la arena hacia el tronco, la madera respira a causa de la humedad, hace frío lejos de las llamas—. Todavía me da miedo que salgas herido, porque eres una buena persona y no ves la maldad que los demás tienen, eso puede hacer que sufras mucho.

—¿Qué tal si Ash no es malo? —Es la primera vez que pronuncia su nombre en la conversación—. ¿Qué tal si solo está herido?

—¿Por qué estás tan empeñado con ayudarlo? —El más joven sonríe, tensando sus palmas encima de sus rodillas, permitiendo que su tutor las acune con la intención de relajarlo, su calor sangra hacia su piel—. Recién lo estás conociendo.

—Porque él tampoco pertenece a nada. —Se libera—. Entiendo mejor que nadie lo duro que es ser juzgado por nacer así, seguramente estoy proyectando los tratos que anhelo. —Eiji se burla de su propia estupidez, sacudiendo su cabeza, siente a las flores bambolearse con gracia entre las ramas entretejidas a sus cabellos—. Pero hasta que Ash me demuestre lo contrario estoy empeñado.

—Eres tan terco. —Lo regaña, tironeándole levemente la mejilla—. Por eso te amo.

—¿Solo por eso? —Lo empuja más lejos, alzando una ceja y pateándolo sobre la arena—. Hieres mis sentimientos, aunque si te pones a pensarlo, la terquedad se hereda y eres mi única familia.

—No tientes mi paciencia. —Rebate divertido—. Estás aprovechando que es noche de celebración.

—Y qué has bebido bastante vino.

—Y qué he bebido bastante vino. —Lo acepta, tiene la nariz roja y la voz aletargada, sus palabras se arrastran a través de su lengua, luchando por no dormitar, pronto caerá en los brazos de Morfeo, lo tendrá que llevar a rastras hasta la cabaña, lo presiente—. Ei-chan... —Llama entre bostezos, el canto de la playa es arrullador y relajante, ambos flotan sentados en el tronco, cubiertos por la noche.

—¿Sí?

—Prométeme que le darás una oportunidad a Mizuno. —El corazón le llora ante la mera posibilidad de abrirse, no quiere, ha tenido suficiente experiencia siendo rechazado por su condición—. Y sino es a él... —Continúa, atropellando su acento con la sal—. A alguien bueno de alma.

—Ibe-san.

—A alguien que te ame por quién realmente eres. —Se quiere reír de la propuesta, aunque el ardor en sus ojos se lo prohíbe, algo en esa promesa cala demasiado profundo y real, es vino, se repite.

—Lo prometo.

Y se condena.

Eiji teme al amor pero anhela ser amado. Es gracioso, no cree que eso sea factible, es una sensación fantasma con la que lidia constantemente y no hace más que intensificarse en su otra forma, mirarse convertido en una sirena es duro, a veces lo invade un odio tan profundo que apenas puede respirar, no es un odio a sí mismo, sino hacia la transformación que su cuerpo experimenta y cómo eso escapa de su control, pero a fin de cuentas, es obra suya elegir el momento de cambio y solo puede culparse a sí mismo. Cuando inició el hábito de arrancarse escamas lo hacía solo con la punta, nadie se fijaba en las heridas que le quedaban alrededor de las pantorrillas o los cristales iridiscentes que arrastraba la playa, era una manera sutil de autodestruirse o buscar una gota de magia, pero si alguien lo llegase a amar no dejaría de fijarse en su gigantesca cola recubierta de escamas viscosas y tan chillonas que llegan a ser desagradables, ni en las branquias que nacen cerca de su cuello, ni en el leve cambio en sus orejas, ni en el bronce que adquiere su piel, siendo humano está bien, pero en su forma marina se muestra tal como es, manifestando en su carne un pasado de pura depredación y vulnerabilidad.

¿Amor? El amor no es para él.

Pero para los demás...

Para Ash.

Sacude la cabeza, se ha arrastrado la noche siguiente a la pequeña fortaleza que el lince forjó dentro de la isla, ha venido con las mismas prendas ceremoniales, olvidó traer ropa de recambio y esto fue lo que abandonó en la orilla la última vez, incluso esa corona ridícula de flores, le da igual, se profesa demasiado maravillado y divertido vislumbrando el refugio que construyó el lince, es su madriguera.

—Volviste. —Ash se asoma por la entrada de una improvisada tienda, sus ojos verdes no tardan en suavizarse y mostrar un leve atisbo de emoción tras vislumbrarlo—. Anoche no viniste a verme.

—¿Te sentiste solo sin mí? —A pesar de su tono burlón, su sonrisa es agradable—. Eso quiere decir que te estoy domesticando, ¿no? —Y claro que el lince bufa.

—No te creas la gran cosa, es un pequeño avance. —Y se mantiene reticente en su nido de mantas—. ¿Has venido a ver mis heridas?

—Justamente. —Le confirma, ingresando al interior de la carpa, queda frente a la cascada y la vista es maravillosa, pero no se permite regodear por el cielo estrellado demasiado tiempo, se concentra, ha venido a ser un buen enfermero con Lynx y eso hará—. Estás mucho mejor. —No lo toca.

—Me siento mejor. —No sin su consentimiento—. También tengo más energías.

—Debe ser por el natto. —Bromea.

—¡Esa cosa es venenosa! —Entonces Ash chilla, erizando sus cabellos igual que un gato arisco—. Lo odio, me da náuseas y huele mal.

—Así sabes que es bueno para ti.

—¿Qué clase de lógica es esa? —Solloza, frunciendo el ceño y esbozando lo que debe ser el puchero más adorable del universo, no se lo dirá, no si desea mantenerlo—. Con razón son tan escuálidos.

—¡No somos escuálidos! —Ahora es Eiji quien gimotea—. Estamos dentro del promedio.

—¿Cómo sabes? —El desgraciado es listo—. No tienes dónde comparar.

—Solo lo sé, soy muy sabio. —Bufa, cruzando sus brazos sobre su pecho, suelta las gasas empapadas de desinfectante para enfatizar en lo mucho que se ha ofendido—. No contradigas a tus mayores.

—¿Eres mayor? —Ash abre los ojos de golpe, sorprendido—. Pero si te ves como un mocoso.

—Y tú te comportas como tal.

—Vaya. —Entonces Ash sonríe—. Lo lamento, anciano

Y Eiji debería haberse molestado por esta clase de comentario prepotente y jodidamente altanero, no obstante, se encuentra a sí mismo demasiado embriagado con lo dulce que es esta expresión, es suave, lo suficiente para que su ceño eternamente tenso dé paso a una piel tersa y angelical, arrugas nacen alrededor de sus párpados junto a tímidos hoyuelos rosados, incluso marcas de pecas salpican alrededor de su nariz bajo sus mechones dorados y wow, es deslumbrante.

—¿Qué? —Deslumbrante como polvo de estrellas—. ¿Por qué no dices nada más?

—Hace un poco de calor acá. —Traga duro, nervioso sin encontrar la razón—. Siento que me asfixio.

—Deberíamos ir a la playa en ese caso, hay algo que quiero mostrarte. —Ibe tiene razón, es tonto e imprudente dar un salto de fe por un completo desconocido, más si ese desconocido se halla maldito y aún más si aquel presunto desconocido es Ash Lynx—. ¿Vienes conmigo? ¿O necesitas que vaya a buscarte un bastón, anciano?

—Eres insoportable. —Pero al levantarse como si su voz fuese un hechizo, lo sabe—. Estoy pensando seriamente en abandonarte a tu suerte.

—Y de todas maneras acá estás, a mi lado.

De acá en adelante seguirá a Ash Lynx pase lo que pase.

Luces estelares los reciben por doquier apenas salen al gélido de la costa, de alguna manera el cielo se mira mucho más líquido desde esta parte de la isla, es un manto vasto y oscuro, se halla cubierto por constelaciones que son desconocidas y el mundo queda reducido a esto: él y Ash sentados sobre la arena de cristal, con una corona de flores meciéndose en su cabeza, con el frío tan abrasador que quema su piel y marchita sus pétalos. Cree que esa es la cuestión con el amor, igual que las rosas en su corona es efímero, marchita tanto los pétalos como aquel radiante color, dando pie a las espinas.

—Esas luces... —Mira a Ash y se pregunta si será una rosa—. ¿Qué son? No las había visto antes.

—Ah. —Eiji sigue el foco de su atención hacia la fogata extinta—. Son los restos de la boda. —Pero el lince sigue igual de perdido a que sino le hubiese dado alguna explicación—. Neptuno los unió.

—¿Neptuno? —Se pregunta para sí mismo—. Tiene sentido, esta es la tierra de las sirenas.

—Así es. —Sonríe emocionado—. Esas ceremonias siempre son maravillosas, debes amar mucho a otra persona para unirte en cuerpo y espíritu ante Neptuno, se dice que si se casan almas gemelas se les bendecirá con un futuro repleto de prosperidad y buenaventura, debe ser agradable. —Eiji permite que sus dedos se hundan en la arena paradisíaca para aplacar el frío, sus palabras penden en una bruma fantasmal hacia el aire, siendo arrastradas con la finura de un suspiro.

—¿Tú estás casado? —Esa pregunta lo saca de su cabeza, voltea, confundido.

—¿Qué? —Probablemente escuchó mal—. Creo que no te oí.

—¿Estás casado? —Vuelve a inquirir con una mueca insondable, el calor se le sube hasta las orejas como una tetera, esto es escandaloso e indignante.

—¿P-Por qué de repente me preguntas algo tan personal? —Se queja, intentando apartarse de Ash solo para fracasar, su calidez es agradable e Izumo resulta implacable.

—¿Acaso no puedo? —Dice con falsa inocencia, meneando sus pestañitas rubias y es tan infantil.

—No, no puedes. —Espeta—. No me has dejado hacerte ninguna pregunta personal a ti. —Y le saca la lengua porque es muy maduro y debe proclamar su victoria de alguna manera.

—Sé. —Ash se queda en silencio por un instante, aprieta su muñeca con fuerza, la tiene cubierta a pesar de tener sus prendas rasgadas, todavía se niega a cambiarse esos harapos y lo frustra—. Estoy maldito. —Repite otra vez, como si la infinidad de su identidad se viese reducido a eso.

—¿Por quién?

—No sé. —Es ridículo—. De nacimiento. —No tanto—. La magia puede ser bastante jodida cuando se usa contra los demás, la única pista que tengo son las últimas palabras que dirá quién me maldijo.

—Eso es bastante... —Retorcido, quiere decir—. Duro.

—Sí. —Musita, haciéndose un ovillo tiritón encima de la arena—. Vine con la esperanza de encontrar algo, pero un viejo conocido me atacó y gracias a eso llegué en estas condiciones. —Algo en su tono lo quiebra, como si las palabras fuesen cadenas que mientras más escapan, más aprietan su corazón.

—Lamento mucho que estés pasando eso.

—No es tu culpa. —La brisa le revuelve los cabellos, cubriendo esos relucientes ojos verdes con una cortina de oro fundido—. Así que no te disculpes.

—Aun así, lo lamento.

Quedan en silencio.

Eiji no sabe qué tanto decir, qué tanto indagar y qué tanto creerle. Es tentadora la idea de Ash como una simple víctima de una monstruosa maldición que solo anhela la supervivencia, esa es la cuestión y lo percibe, es demasiado bueno para ser verdad. Así que imita la posición del lince, baja el mentón hacia sus rodillas, hunde sus pies en la cortina de arena y se encoje en la niebla de blancas estrellas.

—Tienes los tobillos rojos. —Entonces pasa—. Estás herido. —Alguien se percata aunque ni siquiera tiene las escamas, es la primera vez que lo mencionan en voz alta y es dolorosamente agradable.

—De tanto bailar. —Le miente, por supuesto, es un terrible mentiroso pero aún no lo sabe.

—¿Bailar? —Repite con la mirada entrecerrada, es casi suspicaz—. ¿Por qué harías eso?

—Por la boda. —Prosigue—. ¿Acaso nunca has bailado?

—Con Griff lo hacía. —Es el nombre de su hermano, no hace falta profundizar para apostarlo—. Yo era un niño bastante torpe así que lo pisaba y él decía que no le dolía, creo que no he bailado desde hace... —Y una mueca de tanto sufrimiento reemplaza su sonrisa ingenua—. Mucho. —Vuelve a las espinas, a ser una rosa impermeablemente roja.

—¿Quieres bailar? —No sabe por qué le pregunta esto.

—¿Eh?

—¿Quieres bailar? —Pero lo hace otra vez—. No te tocaré, lo prometo. —Y es tonto, aunque espera poder transmitirle con este gesto que le importa de verdad, sea cuestión de empatía o proyección.

—N-No soy muy bueno. —Y él luce tan nervioso que solo puede reír—. Te pisaré.

—Eso no me importaría, Ash. —Su nombre se derrite como azúcar en sus labios, él lo mira, con ese par de ojos que le han robado la atención incontables veces y se para.

—Sí tú lo dices.

Ninguno se atreve a tocarse al inicio y le parece una terrible idea siquiera haberlo propuesto, lo más probable es que Ash haya aceptado por ansiedad u obligación, Eiji no quiere eso, así que se dispone a darse media vuelta y cortar este acto de impudencia cuando la palma del lince se desliza alrededor de su cintura con timidez y eso le arranca un gritito, Ash carcajea como respuesta, es un sonido lindo y salpicado, de los que pintan constelaciones en las estrellas y guían a las luciérnagas como maestros de ópera. Su mano es sorpresivamente cálida, es tan cálida que incluso con la túnica le da espasmos, están cerca, realmente cerca y otra vez, Eiji flota al son de la música jade.

—¿Lo hago bien? —El moreno no lo toca, mantiene sus manos aferradas a la capa del lince hecha girones, se pregunta si será un noble o la habrá robado de alguien y no cree ninguna de las hipótesis.

—Bastante bien. —Lo anima con una sonrisa dulce, el ambiente cambia—. La maldición...

—¿Qué hay con eso?

—¿La puedes revocar? —Sus dedos se tensan alrededor de la túnica, más, no lo quita, se mantiene firme tras haber tomado la decisión—. ¿Qué fue lo que verdaderamente viniste buscando a Izumo?

—Una sirena. —Admite estrechándolo en su pecho, Eiji finge no darse cuenta—. Las sirenas cumplen deseos y yo necesito vencer una maldición invencible.

—Ya no quedan sirenas en Izumo, se fueron a otra parte.

—Me di cuenta. —Que sea sarcástico en este instante lo revitaliza—. No sé dónde más encontrarlas, no me queda mucho tiempo. —Su mano libre se tensa por inercia en su muñeca, así confirma que ese es el lugar donde yace grabada la presunta maldición, una marca en la piel, tal como las escamas.

—Puedo ayudarte a buscarlas. —Dice por impulso—. No es que yo sepa, pero...

—¿Por qué? —Interrumpe—. ¿Por qué me ayudarías?

—Por nada. —Ash niega, escurriendo dolor en ese verde solitario, es abrumador y sublime, le hace llorar el corazón, porque a pesar de su reputación cree que es bueno y no merece dichosa amargura.

—Nadie hace las cosas sin recibir nada a cambio. —¿Qué más además de compañía podría ofrecerle de consuelo?—. ¿Qué quieres a cambio de tu ayuda? —Le duele que esto sea una mera transacción, se apartan, las flores en su corona se desarman, caen en pétalos iridiscentes igual que las escamas.

—¿Qué quiero?

Y le resulta apropiado que caiga esa flor.

Un jacinto azul.

«Me das esperanza».

Necesito esperanza.

¿Me encorazonan estos pequeños acercamientos entre ellos dos? Bastante, especialmente porque se va poniendo progresivamente intenso, creo que lo que me gusta de estas tramas es que me es más facil ir pasito a pasito, aunque seamos sinceros, siempre voy a pasa tortuga en todo, así que de verdad gracias por la paciencia.

¡Nos vemos mañanita!

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