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30. King.

Hi~ Ha pasado un montón desde que en teoría deberia acabar este fic, pero le puse demasiado esfuerzo a la dínamica para abandonarla y por eso estamos acá ya en Julio. No me queda más que agradecerle a las personas que se tomaron el cariño para apañar en esto, fue mi primer au magico y me sentí muy nerviosa de sacarlo hasta el final. Como se imaginarán, la historia es un poco ciclica porque teniamos algunas luces al comienzo, pero aún así, tendremos un epilogo para zanjar bien algunas cosas y si me da el pellejo o el hype pueden haber dos extras: un WongLung y un MaxGriff (puesto que el epilogo sería AshEiji basicamente). Mil gracias a las personitas que se toman el cariño para leer.

¡Espero que les guste!

La memoria es una dama engañosa.

Dicen que ninguna memoria es confiable antes de los cinco años, las solemos colmar con sugestión y cosas que desearíamos que hubiesen pasado para explicarnos nuestra propia historia, para buscar algo de coherencia en ese relato que estamos condenados a repetir una y otra vez, rellenamos todos esos huecos con improvisaciones como un actor que en pleno escenario le faltan las páginas finales de su guion, extrapolando la esencia del personaje hasta un futuro cuyos marcos son tan tenues que nadie más consigue verlos. Todos interpretamos un papel predispuesto en la obra llamada vida: Eiji es el mestizo, Ash es el maldito, Yue es el villano, Ibe es mentor, Sing es ingenuo y Shorter es lealtad. Son corales acomodados celosamente en un arrecife, son un perfecto equilibrio, igual que un naipe recién cortado.

La muerte = Dino Golzine.

El enamorado = Eiji.

La maldición = Ash.

Todos deseamos que el mundo sea algo más mágico, le soplamos a la luna antes de dormir deseando que al día siguiente tengamos el valor suficiente para arrojar las hojas del guion del escenario y salir marchando por la puerta delantera, ponernos un alto, porque mientras más encarnamos ese papel, menos persona real queda (¿qué es una persona real de todas formas?). Eiji se juraba que recordaba muchas cosas acerca de Izumo, cosas que le explicaban a sí mismo este rol de mestizo que se hallaba encarnando, que lo convertían en carga y abominación en paralelo, cosas que debía respetar de su propio personaje aunque fuese suyo, sin embargo, estar cara a cara con Blanca lo hace cuestionarse absolutamente todo. Y a fin de cuentas cuando las cortinas se cierran y el show finaliza no conoce a nadie ni sabe nada de nada.

Ni a sus amigos. Ni a las sirenas. Ni a su madre. Ni a su padre. Ni a Shorter. Ni a Sing. Ni a Yue. ¿Ash?

No.

Ni siquiera se conoce a sí mismo, no puede confiar en nadie. Pero ¿si alguien lo conoció mejor de lo que él se conoció a sí mismo?, ¿si existió la persona que lo supo todo y lo vislumbró todo dentro de su alma?, ¿y si hubo alguien con la historia completa y no solo páginas sueltas?

—Todavía me da miedo que salgas herido, eres una buena persona y no ves la maldad que los demás tienen, eso puede hacer que sufras mucho, Ei-chan.

No. Tampoco conoce a Ibe.

No conoce a nadie.

Y podría haberse quedado en esa desesperanza porque tiene derecho a vivenciar ese duelo de haber sido cruelmente engañado para que viviese en una farsa, es un títere que acaba de darse cuenta de que alguien tira de sus hilos mientras baila en el escenario y que su libre albedrío era la voluntad de las cuerdas en sus brazos. Podría estar enrabiado, entristecido, impotente, colérico, rabioso y si bien de hecho, está sintiendo todo lo anterior. Se lo traga, no para atenuarlo, no, se lo traga para digerirlo entero y finalmente pasa, rompe sus propias cadenas, es un maldito mestizo y ¿saben qué? Al carajo eso de temerse a sí mismo, no existe nadie más abominable que su madre y él no es su madre. Hará lo que sea necesario para salvar a Ash y si eso implica despertar su magia, que así sea, el show debe continuar.

—Entonces cuéntame. —La voz de Blanca es melodiosa y cortante, escapa igual que un témpano al aire, su aliento se transparenta en una neblina blanca, blanca como la pureza y la vida, pero el lugar apesta a muerte y tiene un mal presentimiento atorándole los latidos del corazón, como una tuerca floja entre los engranajes de una maquinaria—. Tenemos poco tiempo antes de que esto estalle.

—Lo sé.

—¿Cuál ha sido tu relación con la magia? Necesito que seas honesto si aspiras mi ayuda. —¿Por qué me ayudas? Es lo que omite decir, la guerra estalla al otro lado de su domo de disociación, no puede darse el lujo de ser regodeón con el auxilio que le tienden.

—He tenido atisbos de magia antes. —Baja sus defensas y queda a su merced—. He hecho magia.

—¿Cómo?

—¿De manera concreta? —Blanca asiente, se han tenido que sentar en este vacío para poder charlar mejor, le ha dicho que el tiempo transcurre diferente en el lugar y gracias a lo pasado con Yut-Lung no le cabe duda de que se pueda y lleven un segundo acá dentro—. Voz de sirena y colmillos.

—Ya veo. —Él se mantiene con una sonrisa divertida, está sentado enfrente con las rodillas dobladas hacia el suelo, es una posición de indio y aunque están a extremos opuestos, es imposible de precisar la distancia si en este sitio no hay literalmente nada más que una infinita blancura—. ¿Tus límites?

—No los conozco.

—¿Nunca te ha dado curiosidad? —Eiji aprieta la boca, obligándose a sí mismo a mantenerse quieto, no le servirá de nada a sus amigos sino es capaz de resolver esto, debe quedarse, debe averiguarlo.

—Me daba miedo. —Confiesa sin reticencia—. Estaba aterrado de lo que podría hacer o no.

—¿Por qué?

—Supongo que presentía que las sirenas eran criaturas malas o quizás lo esperaba, no lo sé. —Sus dedos tamborilean alrededor de sus botas, su corsé ha forjado una armadura contra su pecho, como si quisiese protegerlo de algo o más bien, de alguien—. Creo que muy en el fondo lo sabía.

—No me extrañaría que fuese de esa manera, eres bastante perceptivo, Eiji. —Ahora que se detiene en las facciones atractivas del forastero le resultan ligeramente familiares, una campanilla mental suena, las campanillas suelen colgarse en las tiendas para advertir sobre problemas y vándalos, esta tonada es metálica, salada y... mágica. La había escuchado antes.

—¿Quién eres? —Finalmente le pregunta y le duele mucho la cabeza—. Tengo la extraña sensación de haberte visto antes aunque tu nombre no me suene, ¿Blanca es tu nombre real?

—Dejemos mi interrogatorio para el final, pequeño mestizo. —El apodo no le encanta y eso lo toma por sorpresa, porque no le molestó que lo llamara mestizo, sino pequeño, Aslan tiende a fastidiarlo por la brecha corporal y traga duro, deben apresurarse. Escucha la marcha regresiva. Tick. Tick. Tick.

—Entendido.

—¿Odias a tu madre? —Entonces le interroga, su voz se derrite como un bombón en el aire que deja al descubierto un centro con licor, es soporíferamente suave, no se cree capaz de mentirle y tal vez, esa sea la gracia de Blanca, tal vez sea imposible mentirle a esos ojos oceánicos.

—No puedo odiar a alguien que no conozco.

—Te vendió antes de nacer o más bien, vendió a Ash. —Sus puños se tensan en sus muslos, la quijada le cruje y el corazón le pesa en culpa, la culpa no sirve para nada así que trata de exiliarla lejos, más, siempre queda un resqueme pegado en sus arterias—. Te dejó en Izumo con la idea de que Shunichi Ibe te mataría, tu alma gemela era la destinada a pagar con la maldición y eso te hizo prescindible y peligroso, a tu madre no le gusta compartir la magia, estabas mejor muerto para sus planes.

—Lo noté.

—¿No te preguntas qué debió haber tenido en la cabeza para aniquilar a todos los demás?

—No. —Omite—. Me pregunto por qué llegó a ese extremo.

—¿Por qué crees? —Le devuelve la cuestión con reticencia, se la extiende sobre la pulcra superficie marmoleada, todo es tan brillante y puro que Eiji puede ver su reflejo por doquier, se pregunta si su rostro será el de su madre y le entristece mucho el pensamiento, no quiere conocerla.

—Sing dice que buscaban a las sirenas solo para pedir deseos. —Se recuerda—. Debe ser abrumador que te busquen solo por algo así.

—Más que eso, la caza de sirenas estaba bastante normalizada, la magia no surge de la nada ni logra destruirse, se transforma, Dino Golzine era el mayor proveedor de magia que había en ese entonces, ¿de dónde crees que las sacaba? La sangre de sirenas es rica en magia y es mucho más fácil de lograr que conseguir que una sirena te cumpla un deseo, fue una masacre.

—No creo que todos las quisieran cazar. —Eiji se refiere a la guerra donde desapareció su papá y el hermanastro de Sing—. Debieron tener aliados.

—Tienes razón, habían personas que no estaban de acuerdo con esa explotación y las defendieron.

—Y ahora están congelados.

—Sí. —Blanca ríe con mucha tristeza—. Supongo que todavía quedaba algo de bondad en el corazón de Chinami cuando los congeló en la isla. —Chinami significa «un millón de olas», qué apropiado.

—¿Bondad? —Pregunta con una carcajada—. Están congelados en esa especie de carcasa, Sing sufre por su hermano, ¿cómo diablos eso puede ser bondad? Es tortura.

—Pudo haberlos matado como al resto de los involucrados, fue piadosa. —Su voz se torna algunos tonos más grave y baja, el repique metálico vibra en el aire y le da un toque de amargura—. Eso que les hizo a los demás fue una masacre, te lo aseguro, el poder la consumió, ella hizo un trato con Dino cuando era débil y estaba desprotegida, lo hizo porque en ese entonces amaba, tal vez quería cuidar a quienes amaba, pero la magia negra corrompe y te transforma, igual que una maldición.

Ash.

Debe ir por Ash.

—¿Puedo detenerla?

—De hecho, puedes matarla. —Blanca acomoda una perla entre ellos, es diminuta y parece guardar su propio océano dentro, Eiji gatea para quedar frente a la piedra, olas salvajes se arremolinan entre las paredes del cristal—. Las perlas son buenas para contener almas de seres mágicos. —Traga duro.

—¿Ella es esto?

—O lo que queda de ella al menos. —El sudor se le desliza desde la nuca hacia el cuello, de repente, hace calor y es un calor desagradable, no como la tibieza que desprende el pecho de Ash en la cama o el calor que enciende sus mejillas cuando Shorter lo hace reír hasta que le duela la panza, ese calor es destructivo y demandante, es violento y apesta a muerte. Muerte y magia. Sangre y cenizas. Ash.

—¿Cómo la has obtenido? ¿Cómo llegó a ser esto?

—¿No lo recuerdas? —Musita divertido, Blanca se tira el cabello hacia atrás, dejando a la vista esos ojos tan intensos y peculiares que tiene, cree que podría contemplarlos por siempre, no es el sentido romántico que arde al pensar en Aslan, esto es... hipnótico—. Tú fuiste quién la liberó.

—¿Yo? —Parpadea confundido—. ¿La liberé de dónde?

—Ay, Eiji. —Blanca se inclina levemente hacia él—. Sigues reprimiéndolo y no puedo ayudarte así.

—No es algo voluntario, no reprimo adrede.

—Lo sé. —Suspira—. Creo que necesitas una ayuda.

—¿Ayuda? —Pero antes de que pueda responder Blanca ya ha acomodado su frente encima. Dulzor, hay mucho dulzor, es un dulzor imposible de confundir, es magia, le llena las fosas nasales y se rinde, sus hombros se relajan, sus párpados se cierran, las campanillas de su mente le advierten que saber esto será su perdición, lo hicieron incluso antes de que lo tocara, pero no las escuchó, no las escuchó ni la primera vez en Izumo, ni la segunda en la tienda de Fox, ni lo hace ahora—. Estoy cansado.

—No luches contra esto. —Susurra y su voz es una droga—. Déjate llevar.

Lo hace.

Cae en la inconsciencia de la más profunda verdad igual que al darle un día de su vida a Shorter.

Cae en las páginas más selladas de su libro de vida, cae, cae y cae.

De repente, Eiji siente que es un niño que llora porque su madre los deja mientras Ibe intenta taparle los ojos para que no mire la sangre, hay mucha sangre y la imagen es tan grotesca que no la consigue enfocar, solo sabe que tiene miedo y que la magia de su madre ha hecho eso, solo sabe que la magia es mala porque eso asesinó a papá y si no esconde lo que es, sino desprecia lo que es y lo que puede llegar a ser, esa misma magia lo matará.

—Ibe-san.

—No tengas miedo, estoy acá. —Pero él tirita.

—Otōsan...no despierta, ¿por qué no despierta?

El cadáver del susodicho se encuentra frente a la sirena, tenía apenas entendimiento de la existencia cuando fue lanzado a las garras de la maldición, mientras él temblaba detrás de Ibe desesperado en busca de protección la sirena meneaba con gracilidad su cabello con una impasible sonrisa, tenía los ojos verdes, no es un verde jade, es un verde abominable que ha visto en Dino.

—Se lo merecía.

Es todo lo que le dice, esa fue la forma en que le hizo saber: «Este podrías ser tú», y también añadía: «Este serás tú si eres un niño malo y tienes magia».

El mundo se torna aún más borroso, sus piernas pesan más que bloques de concretos mientras cae en ese océano de reminiscencia. Sangre y muerte, el hedor de cenizas. Papá está muerto. Mamá lo mató. Mamá iba a matarlo apenas regresara con la cabeza de su creador en sus manos. Mamá nunca volvió de esa lucha contra Dino Golzine.

Cae. Cae. Cae.

Profundo, muy profundo.

Izumo es una isla maldita donde nadie podía hablar, la memoria colectiva se encontraba manipulada para que nadie supiera la verdad, era un resqueme de confusión, y aunque Ibe sabía perfectamente lo que debía hacer, arrojó el guion al fuego y lo vio arder, eligiendo ser libre dentro de su jaula. Todo el eco del mundo exterior se amortigua al tocar fondo, el ardor recorre sus venas como si acabasen de inyectarle magma y eso le desgarrara cada poro igual que una esquirla, sus pulmones fluyen con magia, no respira ni necesita hacerlo y de pronto, lo sabe.

La maldición es irrevocable. La maldición terminará por cobrar la vida de Ash. La maldición tomó los hilos de su vida para que Eiji aun entre sueños abriese el cofre y liberase a su mamá, la maldición ha escrito todo lo que Eiji ha vivenciado hasta este entonces solo para que él...porque al final, Aslan va a morir y él se quedará.

Abre los ojos.

Quiere llorar.

No lo hace.

—¿Por qué me muestras todo esto? ¿Por qué la conocías a ella? ¿Por qué me conoces a mí?

—Porque soy un tritón. —Responde con simpleza y como si pudiese leer lo que Eiji estuviese a punto de decir, agrega—. La magia se le transmite a las mujeres, son ellas quienes pueden usarla a su favor y voluntad, los tritones no disfrutamos de ese beneficio. Si puedo contarte todo esto es porque pasé por un largo camino para romper mi propia maldición y romperla tiene un costo demasiado alto.

—¿Qué costo?

—Un nombre. —Se calla, mejor que nadie vislumbra la importancia de los nombres—. Estar contigo en estos momentos me costó mi nombre, me costó... —Niega—. Eso no importa, lo único que tiene relevancia es que conoces la verdad y puedes hacer lo que quieras con ella. —Le entrega la perla.

—¿Si la destruyo...? —Blanca asiente—. ¿Por qué no lo haces tú?

—¿No crees que ya lo habría hecho si pudiera? —Se mofa y eso aligera un poco el ambiente.

—Buen punto.

—Aunque eres hombre también eres un mestizo, y de alguna manera has logrado hacer un poco de magia y contactarte con ese lado tuyo, eso te hace peligroso tanto para ella como para Dino Golzine. No sé qué tanta magia podrás hacer o si será suficiente, pero al menos quería ayudarte a pensar con claridad, tu mente estaba repleta de candados que por más que quisieras no ibas a poder abrir, así funcionan las maldiciones, son candados que sellan el destino, que encierran los corazones, mentes y a veces almas.

—Ash. —Eiji guarda la perla dentro del bolsillo de su pantalón—. Debo ayudarlo.

—Entonces ve. —Sus dedos se enroscan alrededor de la perla, está vacilante.

—Ella es la debilidad de Dino porque puede destruirlo y eso la hace más peligrosa que Dino Golzine.

—Tú tienes las cartas, elige cómo jugarlas. —El mestizo asiente, la isla vuelve a cobrar forma, siente la brisa quemarle la nuca y escucha los gritos taladrarle los oídos—. No es muy tarde aún, ve. —No obstante, sus pies siguen clavados en la arena, todavía hay una pregunta sin preguntar.

—¿Por qué te tomas tantas molestias por un desconocido? —En teoría no es un desconocido si tuvo el desagrado de conocer a su madre, sin embargo, tiene la impresión de que falta una pieza.

—Porque sé lo que es perder a alguien por una maldición.

Oh.

—Sé lo que es ser quién debe quedarse.

«Mi alma siempre estará contigo».

A fin de cuentas son los vivos quienes sufren tras una pérdida, no los que se van. Pero no hay tiempo para lamentarse y debe salir corriendo hacia la playa, el eco de los cañones le corta los oídos con tal fuerza que teme haberle revuelto el cerebro, como si la bala se hubiese incrustado en su cráneo, el corazón le apretuja el pecho como si estuviese en medio de un ataque cardiaco y todo está abstruso aún. No se detiene, Eiji corre hacia Ash aunque aún le pesen las piernas y sienta que pisa en el agua de sus recuerdos, intenta tirar el guion al fuego y cortar los hilos de su titiritero.

—¡Eiji! —Pero todo está en llamas cuando llega, llamas y sangre salpican por doquier, los sirvientes de Dino los han rodeado, la pestilencia a podrido le arremete dentro de la nariz, su corsé le muerde las costillas, incrusta sus varillas sobre su carne como si quisiese advertirle para que escape de esta isla—. ¡Eiji!

—Yue. —Susurra—. ¡Yue! —Y aunque capta la atención de los soldados, no le importa, saca la daga que le obsequió Max en una de sus noches de charlas y se abre paso hacia sus amigos, los alcanzará y pagará el precio, va a salvarlos.

—¡Eiji!

—¡Yue! —El golpeteo de sus propios pasos levanta la arena y la pólvora, su respiración se atora en sus dientes—. ¡¿Dónde están?!

—¡Acá! —Sigue su voz, cortando el aire en una advertencia para los soldados, no lo detendrán hasta que llegue a su lado—. ¡Por acá!

Ash.

Ash. Ash. Ash.

Por favor que no sea muy tarde.

Pero no hay sirenas ni deseos y está maldito por su culpa. Reprime el pensamiento y lo hunde en su cerebro igual que un clavo en medio de una lobotomía. Más tarde lo pensará, ahora deben escapar.

—¡Eiji!

Pero lo que encuentra apenas llega a la fuente de los gritos lo deja helado, más helado que la batalla donde se convirtió en una estatua de hielo a manos de Arthur. Ve a Yue con el pecho desnudo tiritar en una convulsión bajo los estallidos y las llamas, su cabeza se encuentra apoyada encima del regazo de Sing, sus rostros se hallan repletos de lágrimas de impotencia, el más bajo lanza una y otra ilusión para crear una clase de escudo, más, es en vano y los soldados son implacables. Van a matarlos. No. No. No. ¡No!

—¡Chicos! —Sing abre la ilusión y le muestra el camino, llega en un santiamén—. Acá estoy, ¿dónde están los otros?

—E-Eiji... —Las lágrimas caen y caen del rostro de Sing sin consuelo, es una imagen que le hace trizas el corazón, no es justo que alguien tan joven se vea expuesto a esta clase de violencia, la batalla es una mierda y lo odia, odia que hayan cosas fuera de su control—. Esto es malo, no sé qué hacer...no sé...yo no...

—Sing.

—No dejes que Yue muera ¡por favor! Lo hirieron y no deja de sangrar, no se detiene por muy fuerte que apriete, no para.

—Déjame ver. —Le pide y entonces el más joven retira el trapo empapado del vientre de su amigo.

—Mierda.

—Sí. —Yue sonríe—. Mierda.

Su mirada se desliza hacia el estómago de Yut-Lung y ve una herida encima de su cadera, son cuatro desgarros infectados en su piel, dos lado a lado en la costilla y el otro par algunos centímetros sobre el ombligo, le han arrancado un trozo, parece habérselo hecho un animal salvaje pero no han visto ninguno en la isla ni cree que salgan en estas condiciones. La sangre apesta, esa fragancia putrefacta es mucho peor a la de los hermanos de Yue, esto es sombrío, es malvado e inhumano, tan cruel. Sus dedos presionan las líneas rojas que irradian un purpúreo negruzco, el líquido burbujea, estalla para liberar una mayor fetidez y a la vez, soltar más veneno, derritiendo la carne abierta. Plic. Se derrama.

Yue hace una mueca de mucho dolor y contiene un jadeo.

Lo siento.

Lo siento por no haber estado a tu lado.

—Estarás bien. —Pero el más joven niega, enlazando la mano de Eiji entre la suya.

—Mira. —Llevándola directamente hasta su corazón, dejándola reposar ahí mientras se desangra a carne abierta—. ¿Lo sientes?

—¿Qué? —Un latido interrumpe sus palabras, hay un tenue golpeteo dentro de Yut-Lung, es apenas perceptible, tan frágil como el susurro del viento o la magia en las flores, pero ahí está.

—Al final sí encontré a mi verdadero amor. —Ríe—. Lo encontré y lo van a matar. —La isla se quema, todo está en llamas y el aire está demasiado caliente.

—¿Esto es por Dino Golzine? —Asiente—. ¡Entonces podemos...!

—Eiji. —Pero Sing lo detiene—. No es solo Dino Golzine. —Su mano se posa instintivamente dentro de su bolsillo para sostener la perla, sigue ahí, puede destruirla todavía.

—¿La sirena?

—Ash.

—¿Ash?

—Te dijimos que estaba actuando extraño por la maldición. —Yue tensa su agarre contra su palma, el dolor lo hace castañear los dientes y contener un jadeo lastimero—. Te dijimos que...pero estabas demasiado ciego por su amor para verlo.

—Ash nunca haría eso.

—¡¿Qué no lo entiendes?! —Yue se levanta histérico del regazo de Sing—. ¡Ash no existe más!

—Claro que sí, la maldición no pudo haberlo empeorado todo así nada más, algo tendría que haber pasado para despertarla por completo.

—Algo pasó. —Gruñe y lo destroza con la mirada—. Mataron a Griffin y a Max.

Eiji deja de escuchar en ese momento.

Griffin.

Max.

No pueden.

Ellos no...

Por tu culpa, los mataron por tu culpa, empieza a sonar en su cabeza. Sino fuera por tu madre, si tú hubieras pagado el precio de la maldición, Ash nunca...Griffin nunca, Max nunca, los mataste a todos y mamá está muy orgullosa. Esa voz se introduce igual que una anguila en su cabeza, se mete a pura fuerza y revuelve todo lo que hay en su interior sin su consentimiento, lo envenena.

Es tu culpa. Tu culpa. Tu culpa. Asesino. Eres igual que ella. Eres tú mamá y Ash es tan inocente como tu pobre padre. Tu amor los va a matar, mestizo inmundo, sabías que eras la debilidad de Aslan pero te mantuviste a su lado y ahora lloras, hipócrita, hipócrita, hipócrita.

—Vaya. —Esa voz no lo deja respirar—. No esperaba que fuese tan desagradable verte en persona.

—Dino Golzine. —La lengua se le pudre al pronunciar su nombre, se aprieta la cabeza, tirándose del cabello levemente para callar esa maldita voz. Es tu culpa. Tu culpa. Tu culpa. Su mano se tensa bajo la perla, quiere destruirla para que se calle, pero no se calla, al contrario, ahora le grita y es un sonido de uñas de metal en un pizarrón—. Eres tú. —Se levanta como puede, cree que va a vomitar, precisa tiempo para que aprecie la verdadera naturaleza de la situación, esa voz es real, alguien literalmente le está repitiendo que es su culpa. Ja, bellas palabras para una madre.

—Esto es bastante satisfactorio. —Replica, acomodando sus manos detrás de su espalda—. Mestizo, al final tú fuiste quién lo llevó a su destrucción.

—¿Qué has hecho?

—No. —Le corrige—. ¿Qué has hecho tú? Te advertí, el camino menos doloroso para Ash era que lo entregases pero te negaste a hacerlo y acá estamos. —Una lenta sonrisa arruga sus mejillas, dándole una vista completa de sus dientes amarillentos y gastados—. Esto es tu culpa. —Y aquellas palabras le cortan el pecho igual que una esquirla, lo apuñalan en un corte invisible y le dejan una herida que como la de Yue, burbujea magia podrida.

—Ash. —Le exige—. ¿Qué has hecho con él?

—Vaya. —Pero Dino solo parece divertido mientras sus soldados lo destrozan todo—. Tienes la mala costumbre de echarle la culpa de tus acciones al resto, ¿no es así?

—Esto no ha sido mi culpa. —Mentiroso, mentiroso, mentiroso—. ¿Dónde está Ash? ¿Qué has hecho con él?

—No he hecho nada. —Tararea, arrastrando sus zapatos por la arena ensangrentada, el mar cepilla la orilla en una turbulencia repulsiva, la espuma impele armas oxidadas y cadáveres de guerra—. De hecho, él estará encantado de verte. —Le sonríe—. Aslan, por favor.

Bastan esas palabras para que el resto de la pelea se detenga, entra el lince de Nueva York, su mirada es gélidamente hermosa, como solo las cosas rotas saben serlo, su paso es el de un depredador que ha estado demasiado tiempo enjaulado, sus manos están cubiertas de sangre y su capa se encuentra desgarrada, blande su espada para limpiarla en la arena, puede ser la sangre de Shorter, de Alex, de Bones o de Kong.

Pero Eiji no piensa en nada de eso en estos momentos.

Porque Ash es real, Ash está vivo, Ash está acá, Ash está herido, ¿herido? Sus ojos se ven tan heridos y no puede evitar querer abrazarlo, luce lastimado, tan solo, tan inalcanzable, piensa en la primera vez que se encontraron en Izumo, cuando ninguno de los dos estaba domesticado y de alguna forma esto se siente un millón de veces más insalvable.

—Ash. —Cada paso que da es un ladrillo que se posa entre ellos, existe un muro y el mestizo no lo puede saltar—. Soy yo.

—¡No dejes que ataque! ¡No te atrevas a bajar la guardia, Okumura! —Pero no puede darse el lujo de lidiar con sus emociones ahora, no mientras hayan tantas personas que cuenten con él.

—¿Ash? —Eiji retrocede para resguardarse—. ¿Lastimaste a Yue?

—¿Y qué si fuera de esa manera? —Su sonrisa es retorcida y maliciosa, escurre veneno y ese veneno le inunda directamente el corazón—. Tenía ganas de darle una paliza desde hace rato, le devolví ese favor que me hizo antes de conocerte.

—Ash... —Jadea—. Este no eres tú.

—Al contrario, Eiji. —El jade en sus ojos se extingue—. Este soy yo, más que nunca.

La transformación lo consume de manera abrupta, convirtiéndolo en un animal sin que pueda hacer nada, sus colmillos se alargan en un marfil tan plateado que parecen cuchillas, su mirada es la misma que tiene Dino, una repleta de sangre y sed, esos jades indómitos que lo enamoraron desde la noche en que se conocieron se encuentran reemplazados por una película similar a un cascarón de huevo, le recuerda a las pupilas de Hua-Lung. Sing libra un jadeo entre dientes, aprieta a Yue hacia su pecho y contiene maldiciones mientras el llanto no deja de escurrir, no tienen armas, la magia no brota de él por más que supliqué. Pero es Ash de quién está hablando, su dulce Aslan. Ash es bueno, él nunca los lastimaría, le dijo que lo amaba.

¿Cómo podría...?

—Atácalo.

Basta la simple orden de Dino para que Ash se abalance, sin embargo, no salta hacia Eiji sino que va hacia Sing y Yue, el terror le inunda el pecho, Okumura batalla con toda su alma para quitárselos de encima, más, basta de un puñetazo para que quede desplomado al otro lado de la playa, esa fuerza es bestial.

—No seas ridículo, es cruel, esa fachada humana no es más que un cascarón de la bestia sedienta de sangre que nos llegó, nos va a terminar matando y devorando a todos si lo dejamos acá, tenemos que detenerlo, es lo correcto.

Recuerda las palabras de Mizuno y se lamenta por no haberle creído, se dejó cegar y subestimó esta maldición, no, en ningún instante la subestimó, solo no quería ver la gravedad de la situación porque fue egoísta y tonto. Todo es tu culpa. Es tu culpa. Es tu culpa. Tu alma gemela morirá igual que todos tus amigos. Deberías morir tú. Hazme el favor y muere de una vez, anda, cariño.

—¡Eiji! —Pero el chillido de Sing repleto de horror no le permite irse a la inconsciencia—. ¡Eiji!

—¡Sing!

—¡Ayúdanos! ¡Yue se va a desangrar si sigue así! —Su voz se rompe igual que las olas en un peñasco, se traga el asco—. ¡Eiji, por favor! ¡Estoy asustado! —Sing se hace una bola, sus rodillas y su vientre han forjado un refugio para Yut-Lung mientras su cara llorosa se ve cubierta por sus piernas—. Estoy muy asustado, quiero irme a casa.

—¡Ah!

Mierda. Mierda. Mierda. Debe hacer algo o va a matarlos, Aslan ha incrustado sus colmillos encima de la herida de Yut-Lung, consiguiendo que un grito le desgarre las cuerdas vocales igual que el trozo de carne que le arranca, Eiji se levanta, las costillas se le han enganchado por dentro, le agradece al corsé por mantenerlo todo en su lugar para la lucha. Es tu culpa. Es tu culpa. Es tu culpa. Tú deberías estar maldito, no él.

—¡Ash! —Grita sin saber bien qué hacer, Sing dispara ilusiones a todos lados, intentando crear algo que distraiga esos ojos sedientos por una masacre en vano, Ash está consumido por la maldición, es puro instinto—. ¡Ash! ¡Ya déjalos!

—No va a escucharte. —Dino impresiona complacido—. Si quieres que te escuche, dame lo que está en tu bolsillo.

La perla.

Si le da la perla, Dino será invencible.

—No puedo hacer eso. —Jadea impotente, apretando la piedra en sus puños con fuerza, sintiendo el tono de las voces consumirlo todo. Muérete. Muérete. Muérete. Muérete de una jodida vez.

—Entonces deja que Ash los mate.

No puede hacer eso.

No. No. No.

Ellos...

Ash nunca...

—¡Eiji! —Pero Sing grita horrorizado acunando a Yue contra su vientre, intentando utilizar una tabla maltrecha como si fuese una espada, Yut-Lung se aprieta el pecho hasta arañárselo, grabando cinco rasguños en su piel perfectamente nívea, como si estar vivo fuese un sufrimiento insostenible—. Ya no sé qué hacer. —Tiene apenas 15 años, claro que no sabe qué hacer, es un niño—. Quiero irme a casa, quiero a mi mamá, quiero a Lao, no sé qué...

—Está bien. —Musita Yue, resignado, el pálido hueso atenúa su piel, sus labios se han tornado azules por el veneno, la sangre se pone negra y coagulada—. Lo hiciste bien.

—No. No. ¡No! Prometiste que seriamos amigos incluso en la otra vida. No puedes dejarme, Shorter te está esperando, Shorter todavía no sabe de tu corazón, no puedes morirte todavía, aún tenemos muchas aventuras que vivir, prometo no quejarme de tus sentimientos de niña ni de que me arrojes macetas en la cabeza, prometo ser un niño bueno, pero no te mueras. Te amo, Yue. Eres mi familia.

—S-Sing...¡Ah! ¡Lynx, reacciona! —El aludido cierra su mandíbula de golpe en la herida, Sing intenta apuñalarlo con el borde de la tabla, sin embargo, la tira al otro extremo de la playa en un santiamén.

—¡Ya déjanos en paz! —Las lágrimas se convierten en un mar—. Déjanos en paz, te lo ruego, ¡somos tus amigos!

—Sing. —Pero Yut-Lung lo silencia con una sonrisa—. Déjenme morir y huyan. —Aslan se deleita en una relamida hambrienta, esto debe ser un sueño, debe seguir con Blanca, no, debe seguir a bordo del Fish Bone camino a las aguas prohibidas, ¡eso! Va a despertarse pronto de esta pesadilla y verá a Max y a Griffin coqueteando en la cocina mientras Ash hace pucheros y finge que los odia.

—No te dejaremos. —Pronto verá a Shorter sacar un conejo de su chistera como prometió mientras la tripulación aplaude maravillada y buscan sirenas porque las sirenas existen y cumplen deseos y la magia sigue siendo mágica—. ¡Yue! —Pronto va a despertar entre los brazos de Ash y no tendrá que estar recogiendo los pedazos de su corazón en una playa.

Nada se siente real todavía.

Ni la rosa negra marchitándose en la oreja de Yut-Lung, agonizando pétalo por pétalo sobre la arena, ni el charco de sangre a sus pies, ni el alarido de Sing, ni los gritos desesperados de sus amigos, ni el bombardeo alrededor, ni el fuego. Nada se siente real.

Nada excepto...

Esto es tu culpa, cariño.

«¿Qué harás con eso, Ei-chan?».

—Tú ganas. —Le dice a Dino sacando la perla de su bolsillo—. Pero detenlo, no permitas que le haga más daño a mis amigos, déjalos en paz.

—Aslan. —El nombrado se congela—. Alto. —Y obedece sin voluntad, no es más que un títere de la maldición y del destino, es un cascarón vacío sin alma, porque la maldición no le arrebató a su alma gemela, sino que le arrancó el alma, ese es el precio que pagar.

—Yue, Sing. —Eiji corre a socorrerlos, las explosiones suenan alrededor, están rodeados y no tienen armas para defenderse, ¿qué pasará con Nadia sino regresan?, ¿morirá?, ¿qué pasará con Lao o con los otros soldados de la isla?, ¿se quedarán acá para siempre?

—Ella me ha dado bastantes problemas. —Dino ríe, jugueteando con la perla entre la punta de sus dedos—. Acabas de entregarme tu única posibilidad para ganarme.

Golzine aprieta la perla con tanta fuerza que esta se craquela y finalmente...

Se rompe.

Crash.

—Si Blanca no hubiera estado tan débil no habría podido hacer esto, qué maravilla. —Pero no existe nada maravilloso en sus palabras, Eiji abraza a sus amigos, Sing tiembla igual que un pajarito que se cayó del nido y se lastimó las alas en la jaula de un depredador, están desprotegidos—. Debo darte las gracias, mestizo.

—Eres un hijo de puta. —Yue gruñe entre dientes—. ¡Eres un hijo de puta y si no estuviera tan débil yo mismo te arrancaría ese montón de mierda que debes tener por corazón y haría que te lo tragues!

—Yue, no gastes energía. —Eiji le suplica, ejerciendo presión en la herida e intentando mantenerse apartado de su experiencia a toda costa, porque si se sumerge con lo que siente y se conecta con lo que ha pasado abriendo candado por candado, va a desmoronarse—. No le des el placer.

—Tiene razón, él no vale la pena. —Los dedos de Sing tiemblan en el charco carmesí.

—¿Qué no valgo la pena? —Golzine pregunta entretenido—. ¿Eso creen?

—¿Acaso estás sordo, cerdo asqueroso?

—Ash. —Dino lo llama y entonces, una expresión de puro vacío desgarra el rostro del lince—. ¿Sabes lo que quiero en estos momentos? —De su mandíbula escapa un grito insoportable, como si todavía hubiese algo de Aslan dentro de esta bestia, es un sonido que se siente igual que una lija raspándole la garganta y rayándole las amígdalas—. No desobedezcas a tu amo y responde.

—Lo sé. —La calidez en sus ojitos se ve reemplazada por horror. Tengo miedo de mí mismo. Maté a todas esas personas. No sé cuánta sangre hay entre mis manos. Pero yo... Mi cuerpo reacciona como una máquina y mato gente como si nada. Sin pensar, sin sentir. No siento nada, nada de nada—. Sé lo que quieres.

—¿Qué quiero? —Pregunta con una mueca burlona, Golzine extiende su mano para acariciar a Aslan igual que lo haría con su mascota exótica—. Dilo en voz alta para que pueda entenderte, sweetheart.

—Quieres que ataque al mestizo.

—Entonces. —Le presiona un beso en la mejilla—. No me hagas esperar y hazlo.

Aunque Eiji intenta defenderse es inútil, apenas sigue de pie por el agotamiento acumulado, si antes no tenía oportunidad contra Aslan mucho menos la tiene ahora con esa fuerza sobrenatural. Con un solo golpe lo estampa contra el suelo, la arena le entra en la nariz y lo estrangula, el lince se acomoda arriba, la sangre pende de sus colmillos y gotea encima del rostro horrorizado del japonés, sus garras se incrustan en sus hombros, craquelando el precioso corsé cuyos pétalos ambarinos se desploman. Pétalos de girasoles, pétalos que decían: «te deseo una vida muy feliz».

«Eres mi sol, eres mi alba y orbito hacia ti».

«Te amo incondicionalmente».

Que se marchitan.

Que mueren.

Que se esparcen igual que cenizas al aire.

—Ash. —Lo llama temblando en el piso, está muy herido y solo es consciente de eso cuando el lince postra su rodilla en sus costillas y un charco carmesí se cuela de las barandas metálicas—. ¡Ash! ¡Soy yo! ¡¿Acaso no me reconoces?! —Le implora apoyando sus propias manos en el pecho de su amante, intentando conseguir un latido o una reacción. Nada. Nada de nada. No siente nada. No más—. Ash.

—No va a responderte más. —Dino carcajea divertido—. Él es mío.

—¡Él no te pertenece! ¡No es una propiedad!

—Es mi mascota. —Pero Dino lo ignora—. Por fin tengo lo que quería.

—¡Ash! ¡Lucha contra esto! ¡Reacciona! —Es tu culpa. Tu culpa. Tu culpa. Tú lo condenaste, hijo.

—¡Eiji!

—¡No! —Detiene a Sing antes de que se mueva—. No vengan, huyan, váyanse de acá. —Las lágrimas se acumulan en sus ojos y le duele mucho el corazón—. Váyanse.

—¡No te dejaremos acá!

—¡Es muy tarde!

¿Tarde?

Tick. Tick. Tick.

Sí.

Tick. Tick.

Es tarde.

Tick.

Porque ya no reconoce a su alma gemela, al chico arisco que conoció en las playas de Izumo y habló sobre domesticación y libros con leyendas de leopardos congelados o peces plátanos, no encuentra ni atisbo del hombre al que le confiaría su misma vida y su alma entera, quién le prometió sobre un futuro escrito en un nuevo libro de vida, quién le dijo que envejecerían juntos, Eiji quería esto, quería envejecer a su lado y formar una familia, quería quedarse «para siempre» y en su lugar fue un «solo por ahora». Así que llora impotente, estirando una mano hacia el rostro de Aslan. Y no puede estar pasando. No puede. No lo desea. No está... ¿Cuándo lo despertarán? Ya basta. Solo basta.

—¡Eiji! ¡Eiji¡ ¡Defiéndete!

—¡A-Ah!

Pero entonces escucha un grito gutural y le toma tiempo vislumbrar que ha brotado de su garganta, que Ash ha clavado los colmillos en su hombro y no puede dejar de jadear desesperanzado porque le duele, la maldición se llevó a su alma gemela para dejarle el alma partida a la mitad. ¿Dónde hará su corazón una casita ahora? ¿Dónde vivirán sus anhelos?

—¡Ash! ¡Ash! ¡Basta! Me duele. —Deja de moverse y queda paralizado contra la arena, con el peso del cadáver de su pareja encima, porque el Ash que conocía no reside más en ese cuerpo y su propio cuerpo no reacciona más, se rinde y se somete—. Me duele mucho, basta.

—E-Eiji... —Pero Aslan se levanta y está llorando—. Lo siento.

—Ash.

—Lo siento mucho, yo no quiero... pero no puedo... también me duele, quiero acabar con todo este dolor, haz que pare. Griffin, Griff... lo quiero de regreso. Eiji, por favor.

Es un espectáculo horrible, los colmillos de Ash goteando con su sangre hacia su cara mientras esos jades indómitos se ven atiborrados de lágrimas, los gritos guturales de alrededor se callan para dejar única y exclusivamente los débiles latidos de su corazón. Oh Aslan, mi dulce Aslan.

Se miran a los ojos durante su eternidad, es una mirada silenciosa y larga, es una despedida. Eiji toca el rostro de Ash sintiendo a su corazón hacerse añicos ante toda la humanidad perdida y la inocencia derramada, le sonríe, no se arrepiente aun si la voz dentro de su cabeza le dice que es su culpa y es un egoísta, no se arrepiente de haberlo conocido y haberlo amado y si esta es su condena para liberarlo de la maldición, qué así sea.

—Te amo. —Musita—. Te amo y yo siempre estaré a tu lado.

—Eiji...

—Aunque el mundo entero esté en tu contra. —Sonríe—. Yo siempre estaré a tu lado, no lo olvides.

Ocurre en cámara lenta, los ojos de Ash vuelven a ser idénticos a los de Dino, arroja la cabeza hacia atrás, mostrándole los colmillos y se los clava, arrancándose y llevándose con ese pedazo todos esos deseos que se estaban guardando y ninguna sirena cumplirá jamás.

Perdóname.

Perdóname, no quería maldecirte con mi amor.

No quería hacerte débil.

Cae en la inconsciencia.

Cae en una inconsciencia profunda durante una permanencia, no tiene fuerza para abrir los ojos de nuevo, se cuestiona si esa será su muerte definitiva y si es de esa forma, está bien morir a manos de Ash. Cae en un sueño profundo en donde desea olvidar para irse en paz.

—Me vendiste. —Por supuesto, eso no pasa—. Me destruiste. —Porque hay un invitado inesperado dentro de su cabeza—. Me destruiste y después te destruiste a ti mismo, ¿esperas que esté orgullosa de eso? Pues no lo estoy, eres una completa decepción. Si querías suicidarte no tenías que quitarme la vida también.

—No tomé tu vida.

—Lo hiciste. —Le gruñe, tirando de su labio inferior como si tuviese un arpón de pesca, mostrándole sus colmillos de sirena—. Me arrebataste mi oportunidad de renacer y no te lo perdonaré.

—No necesito tu perdón.

—Me alegra porque no lo tienes, Eiji Okumura.

Una mujer extraordinariamente hermosa se posa enfrente, la imagen es borrosa y apenas sostenible incluso en su ¿mente?, ¿inconsciente?, ¿limbo? No tiene idea. Una larga cabellera negra pende hacia su cadera, es más lacia que la de Yue, pero no más brillante, una cola con las escamas más solemnes, coloridas e iridiscentes que jamás se hubiera imaginado le envuelve donde debería tener las piernas, su cara es similar a la de Eiji pero un millón de veces más delicada, es hermosa, hermosa en el mismo sentido en que Ash era hermoso durante su transformación, hermosa igual que solo las cosas rotas pueden serlo.

—Permitiste que Dino me destruyera. —Su tono es más gélido que un témpano, Eiji se ha imaginado una inmensidad de veces lo que sería recibir una mirada maternal y sinceramente esto no es lo más idóneo—. Dino ganará la batalla y usará a ese enamorado tuyo como un títere.

—¿Igual qué tú me usaste a mí?

—¿Sigues enfadado por eso? —Le pregunta enarcando una ceja—. Vaya que eres rencoroso.

—¡Tú...! —Pero las palabras de odio no brotan, porque Eiji no siente odio hacia esta mujer sino que siente algo mucho peor: indiferencia—. No vales la pena. —Suspira.

—No valgo la pena pero acá estás escuchándome.

—No quiero escucharte, pero no me ves con más opciones, ¿o sí? —Entonces ella carcajea y ese eco es casi adorable sino supiera que es una asesina y planeaba matar a todo Izumo, claro—. Maldijiste a Ash.

—Debía maldecirte a ti, pero no eras lo suficientemente valioso como para cubrir el precio. —Eso lo mata un poco más, su respiración se torna errática contra su pecho, sube y baja y duele, todo duele demasiado ahogado en su cabeza—. Tu alma gemela por el otro lado, es mucho más interesante.

—No debiste tener un mestizo en ese caso.

—No quería tener un mestizo para empezar.

Silencio.

Quedan en silencio.

—¿Por qué has venido acá? ¿Planeas matarme aún? —Se pregunta si se podrá en la inconsciencia y no le sorprendería, la magia es extrañamente peligrosa, eso es todo lo que sabe.

—Tú me mataste primero.

—Dino Golzine te mató.

—Tú me entregaste.

—Tú me entregaste primero.

—Supongo que de tal palo tal astilla, ¿no?

—Supongo que sí. —Ríe con tristeza—. Qué decepción, esto no era lo que me había imaginado sobre una mamá.

—Pues era hora de que te despertaras de esa ilusión.

El japonés se abraza a sí mismo, se arranca la espina que tenía incrustada al alma acerca de su mamá, recuerda las veces en Izumo donde le preguntó a Ibe desamparado a falta de una y se lamenta por desearla, porque a veces es mejor no tener mamá ni papá a tener algo tan negligente que resulta destructivo, agradece haber tenido a Ibe más que nunca, quién incluso siendo un adolescente eligió conservarlo y liberarse de su propia jaula autoimpuesta. Eiji fue amado y deseado, por ende, las palabras sañosas de esta sirena no tienen relevancia.

«¿Qué harás con eso, Ei-chan?».

¿Permitirás que se salga con la suya?

—Romperé la maldición de Ash. —No es una amenaza, simplemente le cuenta un hecho que todavía no lleva a cabo—. Le ganaré a tu magia.

—¿Y cómo pretendes hacer eso? Eres un simple mestizo, ni siquiera Blanca pudo romperla, que esto no se te suba a la cabeza, no eres rey de nada, de hecho, eres el rey de la nada en este lugar.

Rey de la nada.

El título le sienta de maravilla.

—¿Qué pretendes hacer?

—¿Qué no es obvio, mamá? —Usa el apodo y disfruta de la ironía—. Con más magia.

—Tú no puedes hacer magia, ni siquiera puedes despertar de este sueño.

—Eso lo veremos. —Cierra este capítulo en su libro de vida, se para, se sacude el dolor y se profesa listo para continuar—. Espero que puedas encontrar paz en el lugar a dónde vas. —Pero ella se limita a darle una sonrisa torcida y maliciosa.

—Espero verte en el infierno, querido hijo.

Se pregunta si siempre habrá sido de esta manera y le gusta creer que no, se pregunta si en otro universo o en otra vida hubo una madre que lo amó y lo protegió, más, no se permite consumir por esta fantasía, debe despertar para salvar a Ash de las garras de Dino y de la maldición, por eso suelta el último candado que tenía dentro y sale de su propia perla.

Despierta.

Está confundido.

Está en su forma de sirena.

No recuerda mucho de lo que pasó.

Estaban todos en la playa y... ¿Griff? ¿Max?

—¿Qué he hecho? —Y todo está oscuro a su alrededor, tan oscuro y vacío que Eiji no puede percibir su entorno por mucho que entrecierre o fuerce su mirada, es inútil, es incapaz de diferir si se encuentra con los ojos abiertos o cerrados, tampoco logra pesquisar la profundidad del ambiente y lo más importante—. Tenía razón, debería haberlo sabido.

Alguien.

Alguien está llorando.

Con una voz triste, ¿por qué está tan triste?

Eiji conoce esa voz.

—Sa-yo-na-ra.

¿Adiós? ¿A qué se refiere? ¿Va a algún sitio? Tiene que decirle algo, vamos, que su voz salga. Separa los labios con desesperación, esperando que las palabras dancen en su boca, pero la oscuridad traga sus súplicas antes de ser pronunciadas, es abrumador y aplastante, se siente atrapado en una ínfima jaula y al mismo tiempo, observado, no por esa persona triste a quien desea detener (¿quién es él?, ¿qué es eso que está olvidando?), sino una presencia oscura e incluso maligna, todo ocurre de golpe al mismo tiempo, lo que le da la sensación de que nada pasa y nada es real.

Trata de no sucumbir al pánico, se examina pese a la oscuridad y a la latente presión punzándole el pecho, intenta extender sus manos en ese flotante y angustiante manto de vacío, es duro, así sabe que tiene las extremidades entumecidas, el dolor de siquiera mover el dedo pulgar es garrafal, es una tortura sádica el mínimo movimiento, como si sus nervios estuviesen conectados a un circuito de electroshocks que lo castiga con altas descargas de voltaje si se atreve a romper su posición fetal de ovillo. Se fuerza a repetir este ejercicio con cada una de sus extremidades y órganos, a tolerar un ardor intolerable hasta asegurarse de no haber perdido un solo miembro, está herido, el agua corta, así sabe que tiene la carne abierta en algún lugar.

—Ah...

Un débil grito escapa de su garganta al palparse la cola, tiene las escamas abiertas, aun sino las mira las siente desprenderse entre sus dedos, deshaciéndose como granos de playa en el mar, es un dolor que lo fuerza a gritar de lo más profundo de su garganta y arrastrarse por ese espeso vacío igual que un animal parasitario. Y entonces, se acostumbra a la oscuridad y comienza a distinguir las siluetas, entendiendo que esa densa y pestilente oscuridad es a causa de su sangre, el agua que lo rodea está bañándolo con su propia herida y quiere vomitar. Si bien, el tanque es pequeño no ve nada más allá, se encuentra cubierto con una especie de cortina de plomo, por mucho que se acerque al cristal no logra adivinar lo qué sucede del otro extremo. Cae en la desesperación.

¿Qué fue lo que pasó?

¿Por qué está lastimado?

—No pude salvarte. —Finalmente escapa su voz—. Lo siento.

¿Salvar?

¿Salvar a quién?

—¿Eiji? —Conoce esa voz, es diferente a la melodía que lo sacó de su ensueño, pero familiar. Es un ser amado, lo siente en su corazón, lo posee en la punta de la lengua, no puede perderlo, si lo pierde no regresará, ¿quién?, ¿quién?, ¿quién es?

—¡Yue! —Grita con burbujas de aire sofocadas, golpeando el cristal, viendo cómo la sangre escurre igual que tinta en espirales de espuma, es irrelevante, no se quedará inerte flotando en una pecera mientras su amigo impresiona sufrir al otro lado—. ¡Yue! Estoy acá. —Encuéntrame, estoy perdido.

—¿Dónde? No te veo.

—Del otro lado de la cortina, no puedo ver nada. —La desesperación de Eiji se materializa en tonos más helados de lo habitual, es como si su misma existencia se hubiese mimetizado con su ambiente, quiere salir y al mismo tiempo teme lo que encontrará del otro lado—. Estoy en un tanque, creo.

—Intentaré sacarte la lona, espera. —Traga duro, el agua lo ha envuelto en una manta tan opresiva como suave, esto es su hogar, su burbuja de seguridad por muy sofocante que pueda manifestarse, su tierra de dioses—. ¿Estás listo? —No.

—Lo estoy.

Y entonces, la pesada cortina cae, disipando aquella asfixiante sensación de soledad y confusión que se arremolinaba en su mente, trayendo consigo un sentimiento mucho peor: vulnerabilidad. Él está expuesto dentro de esas cuatro paredes de cristal en una mansión que no conoce, no tarda en mirar los ostentosos lujos adornados por doquier, atisbos de una vida afortunada o una persona poderosa, ¿acaso acabó en las manos de un comerciante? No, estaría solo si fuera así.

Yue está aquí.

No está solo, ¿por qué?

Su atención navega hasta Yut-Lung, apenas sus miradas se encuentran Eiji ansía volver a la presunta oscuridad para no ver lo demacrado que yace su mejor amigo, un parche bordea sus costillas, parece que algo lo ha mordido, no, algo no, alguien. Aslan. Eiji flota al borde del tanque al no tener energías para patalear, la pérdida de sangre lo trae mareado o tal vez está mareado por revolcarse en el agua inmunda.

—¿Qué fue lo que pasó? —De pronto, una serie de recuerdos pasan enfrente como el papel film de una película, todo este último año fuera de su tierra natal, la locura de haber abandonado a Ibe-san y Aki-chan y sobre todo, cometer el garrafal error de haber amado, todo se introduce de golpe.

—Te dije que no debíamos confiar en él. —Si Eiji se encuentra en un tanque ubicado en un refinado salón, Yut-Lung se halla encadenado a su lado, cerca de una elegante chimenea con toques barrocos, ha tirado por horas las gruesas cadenas que lo atan a la pared, no debe preguntar, sus muñecas tan cercenadas lo dicen todo—. Nos traicionó.

—¿De qué estás hablando?

—Te dije que esto terminaría mal pero no me quisiste escuchar. —La desgracia escurre en la voz de Yut-Lung igual que espuma hirviendo en un geiser de agua, es explosivo y violento, lo paraliza—. ¡Te dije! Tenía un mal presentimiento sobre esto ¿Por qué no me escuchaste? Incluso Shorter se percató de algo extraño, Shorter por el amor de Poseidón, ¿puedes creerlo? Estabas ciego de amor.

—¿Dónde está Shorter? —Los demás personajes hacen aparición en su mente, se despliegan igual que tímidos brotes de coral en un arrecife poniéndole cara a los nombres y poniéndole más nombres de los que puede cargar, es como si recién hubiese despertado de un largo estado de hibernación y recordase paulatinamente su propia vida—. ¿Dónde está Sing?

—Se los llevaron primero, ni siquiera te molestes en buscarlos con la mirada, han pasado días desde que estamos acá.

—¿Cómo llegamos acá?

—Porque él nos traicionó.

—¿Quién?

—¿Quién más? —Su sonrisa se vuelve torcida y rencorosa, no existe más que odio ardiendo en esas vidriosas pupilas desteñidas a causa de las carencias y el cansancio—. Tu noviecito nos vendió.

—No. —Retrocede de golpe, chocando contra el otro extremo del tanque, anonadado—. Mientes. —Entonces, Yut-Lung carcajea, es un chirrido pastoso y gastado, tan polvoso, es equivalente a la tos que caracteriza a los enfermos, pero más agudo y metálico.

—¿Por qué mentiría? —Yue alza el mentón con suma lentitud, su larga y elegante trenza se ha visto reducida a rastas mugrientas unidas por el sudor, su mirada afilada y sagaz ha perdido devoción, lo han quebrado—. Nos traicionó.

—Ash nunca nos traicionaría.

—No seas ingenuo, Eiji.

—Él me ama.

—Si te ama tanto, ¿por qué estás ahí?

Ser incapaz de refutar lo carcome, el aire abandona sus pulmones cuando frunce los dientes igual a un animalito herido, las burbujas no tardan en ser envueltas por diferentes tonos de escarlatas para subir como si fuesen flores danzantes y reventarse en la superficie techada del estanque, Eiji limpia el agua con sus manos, las bate para despegar su visión, aunque lo único que obtiene es un revoltijo de mechones flotantes, se siente irreal, parece irreal y espera que lo sea. Vuelve otra vez hacia Yue, la luz que se cuela por el majestuoso ventanal delata el anochecer, a su fatua luna, le da seguridad, es cálida, es familiar y por sobre todo, lo conecta con el mar y por ende, con quién es.

Un mestizo.

Y qué grandioso es ser un mestizo a estas alturas.

Piensa en la última conversación con Ibe, en la magia, en las maldiciones, en todo lo aprendido este año y es capaz de darle otro significado. Deja que la magia fluya aunque no pasa nada.

—Lo siento por arrastrarte en esto. —Pero ya nada de eso tiene sentido, es un pez atrapado en una pecera demasiado pequeña para encapsular su soledad, Eiji toca el cristal por la parte baja, se ríe, no es como si Yut-Lung pudiese poner su palma del otro lado a causa de las cadenas, logró quitar la lona con sus pies, está encadenado, aun así, necesita transmitirle—. Lo siento por involucrarte.

—No es tu culpa. —Entonces, la mirada de Yue se suaviza, las perlas trenzadas a sus cabellos suenan igual que cascabeles, siempre le encantó ese sonido, lo remonta al canto del mar—. Yo elegí ir con ustedes cuando nos conocimos. —Es verdad—. ¿Lo recuerdas?

—Me llamaste remedo de sirena. —Se burla, intentando aligerar la tensión, no obstante, el agua es susceptible a su estado anímico y se ha empezado a arremolinar a su alrededor—. Dijiste que era el mayor insulto que podía existir para cualquier animal marino y después intentaste venderme en el mercado.

—Lo hice. —Sonríe, elevando la mirada, cansado, tan cansado—. En ese entonces todo lo que me importaba era la venganza.

—¿Ya no es así? —El más joven niega—. Todavía no consigues tu cometido, no has pedido un deseo.

—Ustedes me enseñaron a anhelar otras cosas. —Musita con la voz entrecortada, ahogado, irónico considerando que se encuentra fuera del tanque—. Incluso Lynx. —El apodo le presiona el corazón, tomándolo entre las gruesas palmas del destino para apretujarlo—. No lo culpo por lo que pasa.

—¿De verdad crees que nos traicionó? ¿Qué lo hace por voluntad propia y no por la maldición?

—Mejor que nadie entiendo lo dura que es una maldición. —Musita con los labios resecos, viéndose aún más pálido y majestuoso empapado por la luna—. Lynx no es él mismo, no más, lo confirmaste con tus propios ojos.

—Él es más fuerte que eso, debe seguir ahí dentro. Dino seguramente lo está manipulando, necesito encontrar una manera de romper la maldición.

—¿Romperla?

—Debo intentarlo.

—Oh Eiji. —Odia que lo llame con ese tono—. Las maldiciones son mucho más fuertes que el amor, el corazón de Ash ya está podrido.

Y probablemente eso sea verdad.

Pero mierda, no. Su dulce Aslan es el ser humano más fuerte que ha conocido, no porque tenga esa fortaleza de bestia que lo convirtió en una terrible leyenda e incluso lo llevó a ganarse el interés del mismo Dios, sino por la fortaleza frágil que reside en su alma, esa que se halla única y exclusivamente destinada para Eiji, esa que floreció entre ellos desde su primer encuentro en Izumo, desde que le pidió sostener su espada en el bar, desde la batalla en Coney Island con Arthur, desde que recibió a la muerte por Ash y lo haría de nuevo. Lo ama, y en el fondo de su corazón, aun cuando lo más lógico es escuchar a Yut-Lung, se niega. Porque esos ojitos verdes, esos despampanantes jades no pueden haberse extinto para ser consumidos por la maldición y darle paso a una copia de Dino.

No lo acepta, punto.

—Saldremos de acá. —Confía plenamente en Ash, no vacilará ahora, si están acá debe ser parte de un elaborado plan que desconoce o quién sabe—. Lo prometo, Yue.

—Oh Eiji. —Es lo que se limita a responder—. Gracias.

Se queda dormido, los párpados le pesan, probablemente lo doparon o lo hechizaron con magia, es difícil precisarlo a esas alturas. Lo que sabe cuándo vuelve a despertar es que Yue ya no se encuentra atado a su lado, de hecho, tiene a otra persona enfrente, a nada más y nada menos que Dino Golzine.

—Eres tan majestuoso como esperaba. —No consigue disimular su mueca de asco, si bien, en Izumo le inculcaron la importancia de los modales, este sujeto es la excepción, ahora comprende por qué Ash le temía tanto, una gruesa capa de maldad escurre a su alrededor, es putrefacta y ni siquiera en sus sueños logró dimensionarla—. Eres bonito para ser un adefesio, tal como lo esperaba.

—¿Dónde está Ash? —No sabe de dónde ha sacado el coraje para preguntar, pero lo hace—. Quiero verlo.

—Estás herido, pobrecillo. —Un falso resoplido compasivo retumba por las elegantes paredes de la mansión—. Eso hará más fácil el trabajo, supongo. Me ha gustado verlos batallar entre ustedes.

—¿Dónde está Ash? —Entonces, la diversión se esfuma del rostro de Golzine y comienza a caminar frente al tanque, con sus regordetas manos detrás de su ostentosa capa de terciopelo, arrugando y extendiendo su entrecejo como si hubiese comido algo en mal estado.

—¿No te parecen curiosas las maldiciones? —Su cola se menea intranquila, delatando sus nervios igual que la tinta del calamar, las escamas se desprenden por lo violento del movimiento, pero no puede controlarlo, no es voluntario el miedo—. Mi preciado lince batalló bastante para liberarse de su maldición, incluso llegó al extremo de querer pedir un deseo, qué adorable.

—Lo sé. —Gruñe, mostrando sus colmillos, encajando sus puños en el cristal—. Estuve ahí.

—Una maldición tan potente que lo convertía en una bestia, devorando su humanidad, es triste.

—Ve al grano. —Agradece haber aprendido del mal genio de Yue en este último año.

—¿Por qué? ¿Tienes otro lugar a dónde ir? —Se ríe—. No lo creo.

—¿Dónde está Ash? Quiero verlo. —La desesperación gotea en su voz, hasta la última partícula de oxígeno abandona sus pulmones en un débil burbujeo hacia el techo de metal.

—¿Sabes cuál es la única manera de romper una maldición?

—Con un deseo.

—O matando a quién lanzó la maldición. —Canturrea satisfecho, es risible—. Es una suerte que la magia siempre deje una huella en quienes la padecen. —Habla de los encantos como si fuesen una peste que hubiese que erradicar, irónico considerando que el mismo Dino la practica—. Una marca física en el portador. —Eiji conoce bien la cicatriz de la que habla, se halla grabada igual que fuego fatuo en la piel de Ash, es una frase, cinco palabras.

—Una marca en el cuerpo del maldecido. —Repite—. Las últimas palabras que dirá quién maldice.

—Bravo, no eres tan inculto como luces. —Le aplaude con sarcasmo—. Una sola frase con las últimas palabras de quién lo condenó a semejante aberración, tienes razón. —Pero Ash no conoce el origen de su maldición y...—. ¿Qué se siente habérsela puesto?

—No fui yo, fue mi madre.

—Es lo mismo. —Se burla—. Tú lo maldijiste.

—¡No fui yo! —Grita—. Yo no puedo practicar magia y lo amo, jamás lo maldeciría.

—Pero lo hiciste. —Se ríe—. Y esta noche, Ash finalmente se liberará de tus garras.

—Quiero verlo.

—Lo verás. —Dino se gira sobre la punta de sus pies, divertido—. En la ceremonia de sacrificio.

—¡Ash! —Lo llama desesperado, el agua se vuelve vaga y sucia, sus emociones se han manifestado en forma de un remolino, se ahoga, una infinidad de láminas opacas e iridiscentes se unen a la turbia corriente, se está descamando, es malo—. ¡Ash! ¡Ash! ¡Aslan!

Pero no viene.

Nadie viene.

¿Qué tanto sabe de Ash? Se cuestiona, lo conoció porque la marea lo arrastró hacia Izumo en medio de un naufragio, llevaba días huyendo de los piratas furtivos, todos los demás lo querían justamente por el poder que le daba su maldición, Ash era una bestia en potencia, mientras más pasaba con esa maldición en su corazón menos humanidad quedaba y aun así, cuando Eiji lo salvó lo vislumbró tan pero tan asustado, se veía frágil y vulnerable, no como las leyendas lo describían, desde ese día juró que se haría cargo de él y creería en Aslan, pasara lo que pasara. Eso lo llevó a embarcarse de su isla en busca de una sirena que pudiese cumplirles el deseo, que lo liberase porque no sabía cómo acabó maldito, ¿cuándo las cosas salieron mal? Le gustaría poder mirar atrás, sostener la película de sus recuerdos, repasar los fotogramas y decirse a sí mismo: «acá lo arruiné».

Pero qué tal si existe una tercera posibilidad además de ser bestia o humano, qué tal si Ash es ambas. Porque en el fondo, Eiji sabía que era demasiado bueno para ser verdad, pero se dejó llevar, Ash fue el primero con la fuerza suficiente para amarlo, y ahora en este estanque comprende que el príncipe y la bestia son el mismo hombre y no tendrá su final feliz a menos que los ame a los dos. ¿No quería esto al irse de Izumo?, ¿no deseaba ser encontrado?, ¿acaso no lo pidió? Así que debe tener el coraje de morderse la lengua y decirle absolutamente todo menos la verdad. ¿Si no puede amarlo? O peor, ¿y si puede amarlo siendo más bestia que hombre? O aún peor ¿si Ash no puede amarlo tras conocer la verdad?

Eiji lo maldijo.

La maldición debería haber sido para él, no para Ash.

—Eiji.

Da igual, no tiene la magia para hacer que la bestia se convierta en príncipe y acá están, cara a cara.

Perdón.

Perdón por no tener la magia para salvarte. Quizás en otra vida.

—Mestizo. —Lo vuelve a llamar con esa voz impasible, no es más «mi Eiji», ahora es esto entre ellos dos, es impresionante, como si fuesen desconocidos en lugar de amantes, lo hiere, Ash suele hacerlo sentir tan especial, pero todo viaje tiene final y toda maldición tiene un inicio.

—¿Recuerdas esa mañana que nos conocimos? —Sin embargo, no responde, se limita a caminar en una especie de trance hacia el tanque, el techo de metal cruje una vez es abierto, va a matarlo, aquí y ahora, va a matarlo y no podrá hacer nada, así que está bien—. Fue un amanecer precioso, fue tan apropiado considerando tu nombre, me da un poco de risa y nostalgia.

—Silencio. —Su voz tirita al ordenarle esto.

—Es gracioso que nos despidamos de noche, es profético. —Eiji no pone resistencia, podría haber nadado hacia el fondo del tanque en un burdo intento para esconderse, pero no lo hace, sube hacia la superficie, justo frente a Aslan quien sostiene una daga con la mandíbula tensa y los ojos llorosos.

—Es momento de que me liberes. —Apenas jadea, es un chillido similar al de un animalito, jamás lo había escuchado antes y le duele, al menos sabe que le dio un hogar durante un tiempo, algo donde volver a salvo—. Me pusiste una maldición, me convertiste en un monstruo, me has estado matando incluso antes de conocernos, tienes que pagar. —Lo sabe, lo sabe todo y lo culpa.

—Lo siento. —Musita—. Perdóname, Aslan.

—Dilo. —Le está pidiendo que cumpla con la profecía y recite la frase que tiene grabada en la piel, esa que se supone serán las últimas palabras de quién lo maldijo antes de fallecer—. Dilo. —Repite, extiende su mano para agarrarlo de los cabellos, pero en su lugar, termina acariciándole la mejilla con tanta tristeza, esto lo destroza, le hace trizas el corazón.

—Perdón. —No vale la pena escudarse tras su mamá, asume su responsabilidad—. Nunca te habría maldecido a voluntad, realmente te amé. —Y aun lo hago.

—Eiji...

Escuchar su nombre lo hace sonreír, se inclina, extendiendo sus manos una última vez entre aquellos lacios mechones de oro líquido, no alcanza a tomar ni una bocanada de aire antes de sumergirse en esos jades, se ven tristes y opacos, son excepcionalmente verdes, es la tierra donde siempre anhela estar, el paraíso del que Ibe constantemente le hablaba, su razón para escapar, está ahí dentro, por mucha maldición que haya no lo ha perdido, su Aslan sigue ahí igual que su corazón, grabado a fuego lento en miles de promesas que no serán, está bien, si he de morir que sea en tus manos. Juntan sus frentes con lentitud, puede jurar que lo escucha llorar pero no quiere comprobarlo, prefiere pensar que es agua lo que gotea por su frente y es el alarido de la luna lo que retumba. Se apartan, se miran y lo sabe.

Es capaz de amarlos a ambos: lince y humano, bestia y príncipe, Ash y Aslan.

Siempre lo ha hecho.

Siempre lo hará.

Aun si la maldición se ha llevado su alma.

Aun si esto le deja el alma a la mitad.

—Dilo. —Repite por última vez, colocando el afilado cuchillo bajo su garganta, quebrándose en miles de pedazos porque a pesar de ser una bestia, sigue siendo Aslan. Entonces, Eiji sonríe, mira las letras grabadas en el antebrazo del más joven, siempre le parecieron curiosas esas últimas palabras, ahora le son perfectas, tan apropiadas para ellos dos—. Dilo.

Cierra los ojos.

—Mi alma siempre estará contigo.

Y las dice.

Hell yeah, esto es ciclico, se los dije del inicio y el capítulo de mañana no le tengan mucha fe a que se arreglen las cosas pero al mismo tiempo sí. Solo me queda decirles que es el epilogo donde aparecen las explicaciones más fuertes y posiblemente ese salga el otro fin de semana. Pero eso, mañana ya damos cierre oficial en teoría con los promps. Cuentenme de qué les parece la idea del epilogo o los extras porque aún me siento dando pasos chiquitos con el tema de la fantasía y no sé qué tan bien lo hice, siendo honesta. Pero fue muy divertido sacarlo en su momento y me hizo feliz salir de mi zona de comodidad.

Mil gracias a quienes se tomaron el cariño para leer. ¡Nos vemos mañana!

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