¡Hola mis bonitos lectores! Seguimos invictos en al menos mover la trama, me conformo con esto por el momento, el capítulo de hoy viene a resolver dudas bien importantes y a dar inicio al final ha sido un honor navegar estos meses con ustedes, me quedó muy largo, no sé cuál es la manía, solo pasa. Espero que les guste, esta hecho con mucho amor.
Hay una sirena cantando en Izumo.
Canta con su hipnótica voz sobre el montículo de cadáveres que ella misma apiló, canta y sonríe con suma gracilidad, meneando sus brunas pestañas y moviendo su cola contra la arenisca blanca, pasea su atención por las víctimas de su masacre, limpiándose las uñas que siguen ensangrentadas, devora los restos de magia muerta en su tonada.
Larala. Larala. Larala
Larala.
Aquella canción es vibrantemente abrumadora, es un sonido inhumano con motas de putrefacción, algo malo se desata dentro de esta mujer, quien se inclina con coquetería ante los ojos del hombre que sigue consciente, se ríe, el pobre intenta proteger al cadáver de una niña con cabellos brunos y una mirada de ciervo ingenua que sin duda le deja un resqueme a mierda en la lengua, su mandíbula se encuentra tensa, su ceño se halla tan fruncido que inclusive las motas de hollín craquelan su piel, luce feo y extraordinariamente...patético, ínfimo, sucio.
Pero así son los humanos.
¿Verdad?
—No me mires así.
Le ordena al hombre que yace a sus pies, todavía sostiene su espada entre sus dedos quebrados, su tono fluctúa junto al viento, las llamas a su alrededor consumen los árboles de acuarela en Izumo y manchan las conchitas rojizas por el grito de los caídos cuyas lenguas han sido cercenadas, la imagen tan hermosa y etérea de esa mujer resulta abominable en el campo de batalla, chupándose las gotas de sangre de los dedos como si fuesen una exquisitez, es una pornografía de la tortura, un sacrilegio.
Larala. Larala. Larala
Larala.
Ella menea su largo cabello a la costa sin dejar de tararear la canción, se ve contenta, como si hubiese estado dormida una eternidad y recién ahora fuese libre y su captor estuviese agonizando a sus pies, oh, pero es de esa manera, porque su captor está a sus pies, moribundo y suplicante, qué delicioso.
No debió subestimarla.
No debió subestimar la estupidez humana.
—Sabías que este día llegaría, sabías que escaparía de mi prisión.
—Nadie debía liberarte jamás.
—Supongo que el destino me depara otras cosas. —Su cola se menea con gracilidad, las escamas se encargan de proyectar el sol en una capa estelar de deseos muertos y lágrimas de ingenuos.
—Nadie debería tener el poder para liberar a alguien tan maligno como tú. —Apenas tose, una flema negra gotea hacia el charco de inmundicia sobre el que se revuelca, consiguiendo que ella ruede los ojos y arroje su larga cabellera hacia atrás—. Eres peligrosa.
—Me halagas. —Canturrea divertida—. Pero ambos sabemos cómo esta conversación seguirá.
—No te saldrás con la tuya. —Ibe incrusta sus uñas en la arena en un intento desesperado por gatear de la prisión de cadáveres que forjaron los soldados, de sus ojos blancos y horrorizados, de la peste de la magia negra, de la sangre burbujeando por sus bocas y de su piel blanca como cenizas—. Dino no va a permitir que sigas con vida durante mucho más.
—Oh Shunichi, eres tan ingenuo. —Intenta sonar grácil y agradable con aquellas palabras en vano, su voz tiene un tinte metálico que resulta insoportable—. Dino no puede hacer nada contra mí, debe estar viejo y senil, a estas alturas su magia debe ser pastosa, pero la mía no.
—No debiste volver.
—Pero lo hice.
—Chinami...
—No te pongas sentimental, hace años no me llamas así.
—Por favor.
—¿Dónde está nuestro querido invitado de honor? No lo veo en ninguna parte. —Y de repente, esos cálidos ojos bonachones y despreocupados que tanto adora de Ibe se convierten en el fuego que se combustiona a sí mismo, devorando todo a su alrededor con sus llamas, permitiendo que las cenizas le engullan hasta la raíz del alma con tal de no traicionar a quienes ama.
—Él está lejos de ti. —Responde flotando en ese mar de sangre, la sirena le da un par de pestañeos divertidos y gráciles—. Nunca podrás encontrarlo.
—¿Eso crees? —Se burla—. ¿Por ese amuleto de protección que le diste? Eres ingenuo, Shunichi.
—No dejaré que lo toques.
—¿Crees que eres rival para mí? Que dulce.
—No dejaré que... —Pero entonces le clava sus uñas de navaja en la espalda y tira, arrancándole el corazón por los omóplatos—. Ei-chan... —Lo observa apagarse en un resuello mientras aquel órgano visceral cesa sus latidos igual que un chispazo en el mar, Ibe se desmorona encima del cadáver de Akira con una mueca de puro horror y ella los mira con aburrimiento.
—Patético. —Se limpia la sangre de las manos—. Los humanos pueden ser tan patéticos cuando eso es lo que se proponen, me pregunto si les divertirá irritarme.
No pierde más el tiempo con los traicioneros de esa isla, se estira delicadamente, permite que el sol bese su piel sobrenaturalmente dorada y el viento peine sus cabellos negros, se prepara para la otra carrera antes de que sea demasiado tarde, se ocupó de los soldados antes de que la encerraran bajo llave en el cofre, logró obtener su venganza ahora, ¿quién sigue? ¿Dino Golzine? No, quiere dejar el broche de oro para el gran final, entonces...
Sí.
Es perfecto.
Eiji Okumura.
Va a hacerle una visita.
—Ese es el fin de la visión.
Eiji parpadea, le toma tiempo volver a sí mismo luego de observar semejante catástrofe, están en la cocina del Fish Bone frente al caldero de hierro, fuego purpúreo arde hacia el soporte, consiguiendo que pompas de destino se revienten una tras otras.
Plop. Plop. Plop.
No puede concentrarse, hablar, reaccionar o siquiera quejarse, se encuentra congelado otra vez, le recuerda a la vez en que fue una estatua de hielo.
—Ei-chan.
Esas serán sus últimas palabras.
Ibe lo llamará y él no irá.
No hay nada donde Eiji está.
No es muerte. No es vida. No es nada. Forja un ovillo con sus propios brazos, el mundo suele dejarlo con el corazón quebrado y si lo llega a zurcir tiene que hacerlo hilando su aguja de arrepentimiento.
El arrepentimiento es el peor sentimiento del mundo, vuelve a pensar.
Y aunque Eiji se prometió a sí mismo jamás volverse a reprender por sus decisiones imprudentes es imposible que se mantenga indiferente ante aquella visión, la sirena lo busca, de eso no cabe duda, y aun así, Ibe dará su vida para protegerlo, aunque le cueste la isla entera y las almas de las personas que conoció y amó en el momento incorrecto. Entonces se arrepiente horriblemente por no decirle todo lo que debería decirle a un papá, por no agradecerle por darle las herramientas necesarias para que sobreviviera, por resguardarlo durante el frío pese a no ser su responsabilidad, por enseñarle a soñar con los ojos abiertos, por enfrentar los monstruos bajo la cama cuando la cama era demasiado grande, por besar sus heridas y no arañarlo al pedirle abrazos, por amarlo jodidamente bien.
Baja su mirada hacia su corsé repleto de lirios blancos.
«Perdóname».
«Me arrepiento de dejarte».
El arrepentimiento se eleva con olas mordaces de agua sucia, arremete desde sus entrañas hasta su corazón, lo inunda y lo mancha, se arremolina de la parte más putrefacta de su alma, muerde en los colmillos todo aquel vestigio de bondad y amor que podría haber quedado. Se arrepiente tanto, por Akira, por Mizuno, por sus compañeros, por sus conocidos, incluso por quienes le desagradaban, Eiji se arrepiente, pero sobre todo se arrepiente por Ibe, por su papá y mamá con bigote chistoso quien lo acunó siendo un niño cuando Shunichi seguía siendo un niño a esa edad.
Lo lamenta.
Lo lamenta tanto.
—Todavía podemos cambiar esto.
Y entonces, siente algo que no es arrepentimiento.
—La visión está más lejana a la que tuve con Lynx, podemos detenerla. —No importa la premonición del destino, por el momento están acá, a salvo, y por ende, pueden hacer algo todavía para frenar aquella tragedia—. No te alteres por algo que no ha pasado y podemos cambiar.
—Tienes razón. —Así que suspira e intenta despegarse de su propia experiencia para pensar en frío, si las emociones lo inundan y permite que lo arrastren no va a salvar a nadie. Debe ser un héroe o al menos, actuar como tal—. Podemos cambiarlo.
—¿Qué le hiciste a esa mujer para que te odiara?
—No la conozco.
—Aja.
—¡Es verdad! —Aunque si es sincero, no descarta la posibilidad de haberla olvidado—. Siempre tuve la sensación de que Izumo estaba hechizado, ¿sabes? —Recuerda a sí mismo, abriendo el cofre con las fotografías mentales que sigue enterrando una y otra vez, vislumbrando hasta las sombras detrás de sus memorias para encontrar alguna pista—. A veces Ibe-san parecía físicamente imposibilitado, se quedaba callado con algunos temas y me quedaba la impresión de que quería confiármelos, pero era como si tuviera la boca cosida y entonces se resignaba.
—¿Para hablarte de tu pasado? —Asiente—. Eso suena a una maldición, tal vez Izumo está maldito.
—¡Estoy harto de las maldiciones! —Entonces Sing patea el caldero, el eco metálico lo sienten hasta en la mandíbula, el más joven lanza un quejido por el fuego morado, tocándose el pie con una mueca de puro sufrimiento e impotencia.
—¡¿Qué culpa tiene el caldero?! —Yue procede a acariciar la olla con reticencia, fulminando con esa mirada angelicalmente diabla al joven pupilo.
—Predice puras cosas malas.
—No ha predicho nada malo de ti.
—A ver, predice algo de mí.
—¿Crees que no puedo predecir algo de tu escuálido trasero?
—Creo que no eres tan genial como para hacerlo. —Sonríe—. No tan genial como Shorter.
—¡¿Cómo te atreves a compararme con un neandertal?! ¡Mocoso! ¡Remedo de Houdini!
—Chicos. —Eiji los interrumpe, sabiendo que esto es una pésima idea—. Quizás deberíamos...
—No te metas en esto, Okumura. —Pero Yut-Lung da un paso adelante con el mango de una cuchara entre los dedos, sus yemas desprenden polvo negro y su mirada está hambrienta por una matanza, le recuerda a cuando flotaba luchando contra los hermanos Lee—. Esto es una cuestión de honor.
—Pero...
—Sí, sí. —Sing lo interrumpe, inclinándose en los bordes cerosos del caldero, vislumbra la mezcla en su interior, aprecia las burbujas grasientas reventarse en una iridiscencia de colores—. Has tu magia de bruja y muéstrame mi futuro.
—No soy una bruja.
—Eso es lo que una bruja diría.
—¡Eres tan insoportable! —Gruñe, revolviendo el caldero a regañadientes—. Muéstrame a Sing.
—¿Eso es todo? —El más joven alza una ceja, reticente—. ¡Lo estás haciendo sin amor! —Entonces gimotea, apretando los puños contra aquel chaleco de mal gusto y sacudiendo sus cabellos picudos al son del calor, el barco se mueve con gracilidad entre las aguas muertas en una zona perdida.
—Lo estoy haciendo con amor, no seas tan sensible.
—Entonces dilo con amor. —Como Yut-Lung es extraordinariamente paciente y maduro, cumple el capricho, posicionándose inconscientemente como un mejor hombre, tienen suerte de tenerlo.
—Oh caldero mágico, por favor muéstrame el futuro del maravilloso y para nada insoportable Sing Soo-Ling. —Y la superficie burbujea como si estuviese hirviendo con espuma del color del coraje, los sacrificios y la plata—. Te golpearás la cabeza con una maceta otra vez en plena batalla.
—Estoy pensando seriamente en que haces esto a propósito. —Yue contiene la risa contra el dorso de su palma—. ¡Lo haces! ¿Acaso me maldijiste?
—No te pondría una maldición tan tonta, si tuviese que maldecir a alguien con semejante estupidez sería a Shorter. —Y la espuma burbujea en un rojo furioso que arroja un humo extraordinariamente empalagoso y consigue que sus mejillas se tiñan de carmesí, delatando sus sentimientos.
—Sabía que te gustaba. —Sing canturrea, acomodando sus palmas detrás de su espalda, recorriendo a Yut-Lung en círculos, igual que un león enjaulado—. Tarde o temprano caerías por sus encantos.
—¿Quién mierda está cayendo por sus encantos? —Gruñe recobrando la compostura con un par de respiraciones profundas y progresivas, permitiendo que el aire entre y le ventile los pulmones como si aquello pudiese llevarse la magia podrida y reemplazarla con inocencia—. Él me desagrada.
—¡Pero si es obvio que babeas por él!
—¿Babear por él? —Pregunta indignado—. ¡Ja! Por favor, qué asco, actúa como si el mundo entero le perteneciera con su sonrisa bobamente adorable mientras menea su cabello desprolijo y muestra sus músculos a propósito en esos harapos, ¡cree que se ve guapo y no! Patético, incluso el calor un poco agradable que desprende su pecho o la manera en que salta su pulso o el tono que adquieren sus ojos cuando sonríe, eso es lindo y... dulce, tiene una sonrisa encantadora, si no lo intentara duro sería un millón de veces más fácil acercársele, es un poco intimidante. —Una orquídea florece.
«Eres objeto de mis deseos», dice.
—Sí, se ve que lo odias bastante.
—Cállate. —No es una petición, es una orden, usa el cucharón todavía goteando de magia de dudosa procedencia para imponerse—. La sirena. —Vuelve a poner el tema.
—Sí. —Eiji recobra el interés por la conversación, se había desconectado, trayéndose a sí mismo de regreso al instante en que Ibe murió (¿o morirá?)—. ¿Qué haremos con ella?
—¿Qué quieres hacer con ella?
—¿Qué harías tú con ella?
—Matarla.
No dicen más.
Hay mucha confusión burbujeando en su corazón, Eiji no sabe cómo lidiar con aquel torbellino. Parte de él es consciente de esos catastróficos resultados que tendrá no ponerle un alto a esa sirena, él mismo vio las consecuencias a través de las pesadillas de Yut-Lung Lee manifestadas en lágrimas de ángeles y burbujas. Pero otra parte de él, siente una intensa necesidad de reclamar por respuestas, a esa sirena, a Ibe, a Izumo entero, a quién sea. ¿Por qué lo busca? ¿Qué tiene que ver con Golzine? Y si ambas interrogantes anteriores poseen una pizca más que negativa... ¿acaso ella tendrá que ver con la maldición de Ash? No soporta ese mero pensamiento. Recuerda las palabras de Dino con pura claridad.
¿De verdad crees que las sirenas son criaturas compasivas?
No sabes nada todavía.
Y odia eso, odia no saber absolutamente nada de una parte tan importante de sí mismo y odia tener que ir a buscar respuestas en estas circunstancias, odia observar cómo el brillo iluso en los ojitos de Aslan se esfuma tras cada alba, odia saber que Yue pierde latidos con cada segundo que comparten, odia pensar en que a Nadia pueden estársele acabando los días, odia la guerra fantasma donde Lao todavía no regresa, Eiji ha aprendido a odiar. Mentira. No odia nada de eso en realidad, odiar es un sentimiento que no alberga en su alma porque mejor que nadie comprende las consecuencias, pero sí tiene mucha pena e impotencia.
Debe cambiar, debe hacerse más fuerte, se queda sin tiempo.
Tic, tac.
Tic, tac, tic, tac.
Pasa un día. Tal vez dos, o quizás tres. Eiji despierta una mañana tras tener una pesadilla con Golzine otra vez y se siente un poco mejor al encontrarse con su amante reposando en el comedor, aunque coexisten en el mismo barco han estado alejados. Cree que el lince intenta protegerlo, que utiliza la excusa de ser capitán para mitigarle el dolor de ver la maldición devorarlo, Ash pierde control, se ha vuelto más violento, los ataques suelen ir contra los más cercanos en la tripulación, porque él está lejos y no quiere eso. Respira, no puede darse el lujo de lidiar con emociones, no si hay vida inocente pendiendo entre sus manos, vida de todas aquellas personas conocidas y desconocidas en la isla de las sirenas que las sirenas han olvidado.
En Mizuno con sus tulipanes de estoysufriendoenamorado.
En Ibe que pronunciará su nombre con su último aliento.
En Akira con quien todavía no se ha disculpado.
—Estás siendo demasiado empalagoso. —Las risas de Griffin y Max llenan la habitación, no ha tenido muchas oportunidades para entablar contacto con el hermano de su amante, esa ha sido otra razón para mantenerse apartados, quiere darle el espacio para que se incorpore a su familia y bueno... Eiji no pertenece a esa familia, no todavía al menos—. ¡Max!
—Déjame estar super acaramelado contigo.
—Me estás apestando.
—Lo dices como si oliera mal. —Gimotea ofendido, restregando su barba contra las mejillas del más joven una y otra vez, presionándole besos tan tiernos y gráciles que hacen suspirar a las margaritas y sin duda enfurecen a Aslan desde su esquina—. ¿No me extrañaste?
—Claro que sí, pero actúas como si me estuvieses embarrando de feromonas.
—¿Te molesta? —Una sonrisa diabla lo hace ver mucho más galante—. ¿Mis feromonas huelen mal?
—Nunca podrían. —Griffin sonríe entre dientes, tiene los mismos hoyuelos que su novio esboza tras mitigar las risas, esta genética espectacularmente disonante lo hace cuestionarse acerca de la madre de Ash, seguramente fue una mujer preciosa, como amanecer y jade—. Hueles delicioso.
—¿Debo tomar eso como una invitación, joven Callenreese?
—No lo sé. —Griffin tararea, repasando sus dedos alrededor del cuello de Max, subiendo y bajando por encima de esa gruesa manzana de Adán, inclinándose con una sensualidad elegante a sus orejas para susurrarle—. Pregúntamelo directo y averígualo.
—Cariño. —Jadea—. No me provoques.
—Tú solías ser quién me provocaba, cariño.
—Detente antes de que Aslan me asesine. —E impresiona leerle los pensamientos al lince.
—¿Nuestra separación te ha vuelto gallina? —Lobo gruñe despacio, toma con hambre las caderas de su amante, acercándolo aún más, como si quisiesen perecer hasta el resqueme de las llamas, de sus llamas—. Pensé que eras el rufián más vil de todos los tiempos y le temes a mi hermanito.
—Tu hermanito me mató una vez.
—Puedo hacerlo de nuevo. —Pero Ash es deliberadamente ignorado dentro de esa burbuja de amor y caramelo, Eiji se cuestiona si debería retroceder ante tan íntimo espacio, no obstante, sus piernas no funcionan, se está congelando con una frecuencia que le desagrada, no tiene tiempo para prestar atención a sus emociones o bienestar, deben sobrevivir, eso es lo principal—. ¿Acaso me escuchan?
—Extrañaba esto. —Entonces Griff suelta con una sonrisa tan melancólica y preciosa que solo puede pertenecerle a las cosas rotas—. Me hacían falta.
—Griff.
—Me hacías falta, Max. —La confesión consigue que el nombrado se ruborice en el tono de las rosas y de la pérdida, el más joven apoya una mano contra su fornido pecho y separa los labios lento, trata de formular las palabras suficientes para expresarle lo que yace en su corazón, para verterlo aunque permanezca en silencio, escuchando los indómitos latidos de su amante contra su torso bronceado, sudado y firme hasta que lo rodee por la espalda—. Te amo.
—También te amo. —El más alto le responde, presionando un beso contra los rebeldes cabellos que sobresalen de su pulcro peinado, a pesar del tiempo en el barco, la piel de Griffin sigue del matiz de la hipotermia, recordándoles a todos lo efímero de esta vida—. Quiero llenarte tanto de besos.
—Entonces hazlo. —Le dice—. Lléname de besos hasta que no pueda más, devórame con tu amor.
—Estás jugando con fuego. —Los ojos azulados del marino se oscurecen con una chispa desbordante de pasión—. Lo sabes, ¿verdad?
—Lo sé. —Sus dedos se enredan en un rizo cobrizo—. Por eso lo hago.
—Me encanta cuando me desafías, eso me seduce.
—Cualquier cosa que haga te seduce.
—Ya vas entendiendo.
—¡Ya basta! —Ash no aguanta más al margen—. Dejen de coquetear, es asqueroso.
—¡Aslan! No es asqueroso. —El mayor se defiende—. Pero no podías esperar otra cosa.
—Es cierto. —Max se encoge de hombros, arrimando aún más a su pareja sobre su regazo—. Es por todo el tiempo que pasamos separados, merecemos un poco de intimidad.
—No a costa de mi bienestar mental. —Gimotea, su cola se mece con recelo dentro de la habitación en una falta de control, la mota negra golpea desde las preciadas baratijas del mercader hasta las lámparas de cerilla apagadas, dejando un desastre contra las alfombras roídas—. Tendré pesadillas, el romance es asqueroso.
—No dices eso cuando estás con Eiji.
—Cállate.
—Además deberías estar conmovido de que quiénes más amas se coqueteen. —Lobo rebate, repasa los bordes de una camisa cerúleo demasiado grande en la cintura de Griffin, probablemente es una prenda prestada—. Deberías estar contento por el reencuentro de tus padres.
—No eres mi papá. —Ash se frota el entrecejo con fuerza, suplicándole a Dios, a Neptuno, Poseidón o quién sea por paciencia—. Y Griffin sería una mamá fea.
—¡Oye! —Lobo se halla a punto de rebatir con una infinidad de argumentos hasta que...
—Max. —Esa risa lo frena, es cantarina y suave, es del color de la primavera, los pasteles y los olores agradables—. Me haces cosquillas, deja de moverte tanto, me picas.
—Siempre te gustó mi barba. —El náufrago se encuentra sentado encima de las piernas del marino, los labios feroces de Max se pasean por su cuello una y otra vez en un arrullo, le recuerda a Ash de cierta forma con sus dotes de felino mimado y le duele que lo haya apartado, que haya tomado por su cuenta la decisión dando por sentado que no sería lo suficientemente fuerte para apoyarlo—. No me digas que has cambiado, me la dejo crecer por ti.
—No es eso. —Griffin suspira entre risas profundas—. Pero me dolerá besarte si no te afeitas.
—Me afeitaré más tarde, cariño. —Max ronronea por lo bajo, hunde sus dedos ante las costillas del aludido, aunque el canturreo de altamar es relajante, hace frío—. No quiero despegarme de ti.
—No lo has hecho desde que he despertado. —Lo regaña, acomodando un rizo castaño tras la oreja de Lobo, mirándolo con tanto pero tanto cariño que de repente Eiji se juzga cohibido y tentado para dar marcha atrás en el cuarto, pero de nuevo, sus piernas fallan—. No te has apartado de mi lado.
—Ni tengo intenciones de hacerlo. —Canturrea, acariciando la gargantilla ámbar que pende ante el cuello de Griff—. Mi vida es tuya.
—Lo sé. —El más joven sonríe—. Es recíproco. —Sus dedos se enredan en el collar roñoso que aquel marino siempre luce con orgullo, repasando la gema igual que lo haría con el tesoro invaluable, roza desde los bordes dorados del medallón al brillo caramelo derretido—. Mi vida ha sido tuya del inicio.
—Has sido terco del inicio. —Suspiran entre nervios—. Has sido tonto del inicio para enamorarte de mí, pero estoy intentando cambiar y dejar mis viejas costumbres de lado.
—No puedo creer que fueras a prisión. —Y de repente pone el tema al aire, Max esboza un puchero manipulador en respuesta y a Eiji le cuesta mucho no creer que sean padre e hijo si Ash es parecido.
—No puedo creer que escaparas de Dino Golzine.
—No escapé.
—¿Qué?
—No creo haber escapado. —Musita despacio, las tablas del Fish Bone crujen por el ajetreo del mar, de pronto, la corriente se siente más violenta y deberá usar su instinto para completar el mapa, sus manos tiemblan y su corsé se ha quedado en blanco, está asustado de fracasar—. Creo que me dejó escapar. —Eiji recuerda su último sueño compartido con Dino, aunque las imágenes son un revoltijo todavía escucha su voz en el oído, murmurándole entre un tenue tarareo: ¿les ha gustado mi regalo?
—¿Qué pasó mientras te tenía prisionero? ¿Qué fue lo que sucedió?
—No recuerdo mucho siendo honesto. —De repente, los ojos de Eiji se encuentran con los de Griffin en la habitación y apenas puede respirar—. Sé que todavía tiene a papá como garantía y me dio algo de veneno para asegurarse de que no le diera problemas. —Una oscuridad profunda se arremolina en sus pupilas, sin embargo, no es el simple color—. Sé que es peligroso. —Sino el negro que absorbe la oscuridad como si estuviera lleno de algún tipo de desesperación, ¿de dónde la conoce?
—¿Te hizo daño? —Es Aslan quien se acerca y le pregunta aterrado, su cola ha quedado en la capa, justo entre sus piernas, es un gatito aterrorizado.
—No. —Griffin baja la cabeza, dándole esa mirada otra vez—. Pero a ti sí.
—¿A qué te refieres?
—A ti te hizo daño, Aslan. —Ah, por eso la reconoce, es la clase de mirada que ha esbozado Ibe una infinidad de veces, es impotencia—. Lo siento.
—Griff...
—Lo siento por no cuidarte, Aslan. —La risa cesa—. Lo siento por fallarte como hermano.
Eiji nunca ha sido de esas personas que romantizan el amor familiar, no cree que sea un amor vasto, superior o significativo, no cree que sea más especial que los otros tipos de amores y aun así, viendo a Griffin levantarse horrorizado de los brazos de Max, con los ojos cristalinos, con la boca temblorosa y apenas siendo capaz de sostenerse a sí mismo, igual que un diente de león al que le quedan pocos vilanos, cree que se ha equivocado, porque parece haber algo magnífico, casi mágico acá. Piensa en las confesiones de Max en su libro de vida y supone que acá también hay miedo, que probablemente el primer pensamiento de Griff hacia Aslan no ha sido «te amo», sino un «¿estás a salvo?». Su vida, su mundo y su universo se reorganizan en torno a esos ojitos verdes.
Debe ser duro no haberlo podido proteger, no porque Griff tenga ese trabajo, al contrario, al mestizo le sorprendió lo joven que se mira, pero entonces piensa en Shorter y Sing, en Nadia y Shorter, Sing y Lao, en Yue y él mismo. Y entiende que es inevitable sentir culpa por no haber podido proteger de todo mal a esa persona tan frágil y valiosa que uno termina adoptando en el corazón, no es romance, no es ese amor incondicional de almas gemelas que fulgura entre él y Ash, esto es paternal.
Este no es más que un hombre sufriendo porque le hicieron daño a su hermanito.
A su tesoro.
A su vida.
A su pequeño Aslan.
—Cuando eras niño y papá y yo te vimos la maldición, al principio creímos que era una mala broma, que era imposible que hubieras nacido con eso en la piel porque no habías hecho nada, recién abrías los ojos por primera vez y ya debías enfrentarte a la crueldad, lo odié. —Balbucea mientras se acuna con fuerza, como si intentase sostenerse a sí mismo y temiese que al soltarse, se fuese a caer—. Jim dijo que debía ser una broma, una mentira, un error y mucho tiempo, esperamos que así fuera.
—No los culpo por hacerlo. —El lince se abraza a sí mismo, sus dedos se hunden en las palabras que esconde entre las mangas de su camisa—. Yo también pensé que era una mala broma.
—Eras tan pequeño e inocente, llorabas muy fuerte, como si estuvieses usando todo el aire de tus pulmones para decirle al universo entero que querías estar acá, que eras un sobreviviente y que de alguna u otra manera sobrevivirías. —Sus labios se fruncen, las olas arremeten contra las tablas del costado, la noche está helada—. Desde entonces me juré detener esto por ti, todos me advirtieron, me dijeron que tu supervivencia era imposible, como esas luciérnagas al final de la primavera, sabes de cuáles hablo, de esas que cazábamos en la noche y las liberábamos cerca del lago.
—Griff...
—Esas que parecen tambalearse contra el aire, solo a unos centímetros del suelo, brillas como nadie más y aun así, cada segundo temo que te apagues y debo vivir así, aterrorizado porque cada charla, abrazo o risa que compartimos puede ser la última y odio esa maldición, si pudiera, te la arrancaría y yo mismo la encarnaría, si pudiera la tendría tatuada en mis brazos, no me importa, pero no puedo y todo lo que hago para ayudarte de alguna manera está mal, no sé qué hacer.
—Fue mi idea recurrir a Dino Golzine. —Eiji intenta dar marcha atrás, sin embargo, la mirada de Ash es suplicante y aterrada, le pide que se quede, que se mantenga a su lado aunque sea de presencia, ¿cómo podría negárselo?—. Tú y papá no querían ir, fui yo quien los convenció.
—Y aun así, tú eras el niño, era nuestro trabajo protegerte.
—No puedes culparte por todas las cosas malas que me pasan.
—Pero puedo culparme por las cosas malas que te pasan por mi culpa.
—Griffin. —El ambiente se ha vuelto pesado, incluso el viento a través de la ventana lo ha recubierto todo de escarcha—. Por favor.
—Merecías un hermano mejor, lo siento, realmente lo lamento. —No es victimización lo que atañe a Griffin, es impotencia por no haber sido mejor, más fuerte, más perceptivo, por no poder detener algo que en ese momento fue inevitable pero en estos momentos se ve evitable—. No soy ni siquiera la mitad de lo que mereces.
—¡No hables así de ti! —Su voz se alza hasta romperse—. Me lastima que te subestimes.
—¿Por qué? ¿Acaso he dicho alguna mentira?
—Lo hiciste, eres el mejor hermano del mundo. —Intenta explicarle para aterrizar la catástrofe que no deja de explotar en la mente de Griffin como campo minado—. Eres lo mejor que me ha pasado.
—Es mentira. —Niega—. Si fuera tan grandioso hermano no estarías en este mundo para sufrir.
—Sufrir es parte de la vida.
—Pero no solamente deberías sufrir.
—No solamente sufro. —Se defiende, mirando a Eiji con una determinación inquebrantable, es esa misma ferocidad con la que le gritó que era indomable y que jamás se sometería ante nadie—. He aprendido mucho más en este tiempo. —Y entonces, todos los reflectores se posan sobre el mestizo, su corazón late igual que un hada en Nunca Jamás, Aslan lo observa con cautela antes de acercársele y extenderle la mano—. He aprendido que no es malo de vez en cuando ser domesticado.
—¿Él es...? —El océano en los ojos de Griffin es turbulento, más, no malicioso, solo confuso—. Debe ser el famoso Eiji Okumura. —Concluye.
—Puedes apostar que lo es. —Max se ríe entre dientes, enrollando sus brazos alrededor de la cintura de Griffin para calmarlo. Sus dedos tiemblan ante la palma extendida de Aslan, le suplica en silencio, le ruega que la tome y piensa en Izumo y en el destino de todas esas cosas que ama o amará.
—Eiji es mi novio. —La toma a pesar de eso.
—Lo soy. —Porque prometió jamás dejarlo solo y eso es más fuerte que cualquier predicción posible del futuro—. Es un gusto. —Se inclina levemente y eso lo hace reír, reír de verdad, repleto de alivio.
—No tienes que ser tan formal conmigo. —Griffin le revuelve el cabello con mucha ternura, el negro que atañía sus ojos se disipa con una claridad arrebatadora, es distinta a la que vislumbra en el jade indómito de su novio, esto es calmo y templado, no es fuego, es agua—. El placer es mío.
—He aprendido a encontrar cosas y personas que valen la pena para librarme de esta maldición. —Ash continúa, encerrándolos en una burbuja de sueños, haciéndolo sentir real y vivo, fuerte, mucho más fuerte—. No te diré que el tiempo con Dino no me lastimó, sin embargo, eso me llevó de regreso a ti, eso me permitió hacer...amigos. —Igual que a Yue, le cuesta admitirlo y es tierno—. Me permitió encontrar a Eiji, por eso está bien, no tengo arrepentimientos de nada de lo que pasó.
—Vaya. —Griff luce conmocionado, se aparta levemente de Max ante la joven pareja—. Has crecido.
—¿Te molesta? —Niega.
—Me llena de orgullo. —Y los abraza a ambos—. Me siento muy orgulloso de ti, Aslan.
—Eso no...
—Me siento realmente orgulloso de ti, te amo.
Y aunque no dice nada, puede jurar que Ash llora con esas palabras.
Hace tanto frío en la cubierta del Fish Bone que su aliento se vuelve visible entre sus labios, Eiji mira las olas con melancolía mientras llegan al final del mapa, la tripulación confía en sus instintos de una sirena para encontrar el resto del camino y está enfurecido, no con las expectativas del resto, es por su propia ignorancia, Dino Golzine sabe más de sus raíces que él. Piensa en lo que acaba de ver entre los hermanos Callenreese, cree que entiende a Ash en ese sentido, nacer maldito, más con esa mujer de la visión buscándolo por ¿venganza? (¿venganza de qué de todas maneras?) no es fácil de aceptar ni para él mismo, ni para quienes lo aman.
Es acá cuando le gustaría creer en algún tipo de vida después de esto, en otro universo, quizás en el planeta donde las bestias puedan coexistir con los humanos, donde tengan orejas de conejo o gatos, donde en lugar de perfume se usen feromonas, donde en lugar de magia sean capaces de tener una vida pacífica y conocerse en circunstancias mejores, siendo compañeros de piso o en la universidad, donde puedan enamorarse lentamente sin maldiciones de por medio, sin sirenas, sin hechizos, algún universo donde la existencia de Dino no sea un problema y quién sabe, quizás puedan tener hijitos, le gustaría haber podido formar una familia con Aslan y se ríe de su propia ingenuidad, abrazándose a sí mismo, está pensando como si se fuese a morir, como si hubiese llegado el final de su existencia y aunque fuese de esa manera, no se trata de su muerte, sino de lo que simboliza.
La muerte.
El enamorado.
La maldición.
El adivino le dijo que la maldición de Aslan precisaría un sacrificio, ¿está dispuesto a ir tan lejos?
—Hace demasiado frío para que estés acá afuera. —Sí, lo haría, sin duda haría lo que fuera mientras Ash esté a salvo, eso es amor verdadero, piensa, es el sentimiento de mialmasiempreestarácontigo.
—No tanto.
—Tienes los labios azules por el frío. —Su mirada se encuentra repleta de todas esas cosas adorables y suaves que tanto le encanta contemplar, Eiji se voltea con timidez hacia su lado del navío, su pareja lo ha cubierto con la mitad de su capa, resguardándolo de la tempestad y le duele—. ¿Qué ocurre?
—No sé. —El japonés enfoca su atención en la tinta oscura del mar, parece comerse los bordes del barco y teme que así sea—. Me gustaría poder saberlo.
—Amor. —Pero entonces él lo llama con ese apodo y...—. Habla conmigo.
La vida es injusta.
La vida es injusta por darle a Aslan solo para quitárselo.
La vida es injusta por darle un papá y avisarle que lo matará.
La vida es injusta por finalmente darle una vida que vale la pena ser vivida y arrebatársela.
—¿Qué tal si las sirenas son por naturaleza malas? —Y entonces suelta la pregunta junto al aire bajo sus pulmones, su voz cosquillea igual que espuma marina al son de las estrellas, se aleja de Ash por inercia, sin poder sellar esa sensación de angustia y mareo cada vez que piensa en esas criaturas, en Dino o en magia, ¿no se supone que la magia es mágica?—. ¿Qué tal si yo soy malo por naturaleza?
—Eiji...
—¿Qué tal si no puedes confiar en mí? ¿Si empeoro tu maldición? ¿Si te enfermo más sin querer?
—Suenas como Griff. —Aslan se desea burlar, más, no lo logra—. Lamentándote por ser insuficiente.
—Es verdad. —Porque el tiempo avanza con sus manecillas implacables y ninguno está preparado—. Lo siento, no es mi intención reprocharte con el mismo discurso una y otra vez.
—Ni lo haces. —Le asegura, acunando sus mejillas con una gentileza tan amorosa que lo deja helado en altamar, su pulso se dispara bajo esos toques de seda, su corazón explota en una iridiscencia de matices que se refleja en el corsé porque adora la calidez de este hombre, lo adora y por ende, debe ser sincero por muy doloroso, incómodo o difícil que sea.
—Ash...
—Viste algo. —Le arrebata la confesión de la boca—. Viste algo y me lo has querido contar desde hace un rato. —No es una pregunta.
—Sí. —Pero le responde de todas maneras.
—¿Qué viste?
—Una visión de Yue
—Deberíamos considerar quemar a Yut-Lung en la hoguera por bruja.
—¡Ash! —Y el comentario es tan insolente que solo puede robarle una sonrisa—. No seas así con él, vino a avisarme apenas tuvo esa pesadilla y me la mostró.
—¿Qué te mostró? —No es una demanda, no es el mismo tono que usa para mandonear al resto de la tripulación ni para regañar a Max o a Griffin, este tono es distinto, es una canción de alma, es una súplica de un amante desesperado por evitar la tragedia—. ¿Puedes contarme? —Cuestiona aunque sus jades ruegan por respuestas bajo los plateados rayos de la luna.
—Me mostró a una sirena asesinando a todo Izumo. —Musita—. Tengo la sensación de que eso era lo que estaba dentro del cofre, de que eso...ella, era lo que Dino no quería que escapara, son muchas coincidencias juntas para ser un simple descuido.
—Tiene sentido. —Medita—. Pero no entiendo.
—¿No entiendes qué?
—¿Cuál es el problema? No ha pasado nada todavía.
—Que si ella es la debilidad de Dino, ¿qué tal si es demasiado fuerte para vencerla?, ¿por qué asumir que las sirenas están de nuestro lado?, ¿por qué vamos buscando deseos a ciegas? Tengo miedo de que ellas te hagan daño o al resto, tengo miedo de que nos quedemos sin opciones y no consigamos ese deseo, tu maldición empeora cada día más y no quiero perderte. —Finalmente se desborda, Eiji sabe que no puede cambiar lo sucedido, si el cofre se abrió, si esa sirena está libre, si él es un mestizo incapaz de guiarlos por el mar, no puede hacer nada para cambiar u olvidar jamás.
—Mi terco, terco Eiji. —Pero puede escoger cómo reaccionar ante ese pasado inmutable—. ¿Cómo puedes ser tan gentil con el resto y tan duro contigo mismo?
—No me estás escuchando.
—Claro que te estoy escuchando. —Sonríe, acomodándole un mechón de tinta detrás de las orejas, consiguiendo que todo su ser retiemble en ese roce eléctrico de terciopelo—. Si esa sirena existe la podemos detener todavía, si Dino Golzine tiene una debilidad la usaremos en su contra, si las sirenas nos niegan los deseos se los sacaremos a la fuerza, siempre podemos encontrar una forma mientras estemos juntos. —Es cierto, aun si se queda sin magia tiene esto, la posibilidad de sentir esperanza o desgracia ante el destino, la posibilidad de elegir ver un final feliz con Aslan o caer en el desaliento.
—¿Si tu maldición avanza? —La noche le congela los dientes, forzándolo a castañear—. ¿Qué vamos a hacer en ese entonces?
—Tendrás que encontrar una nueva manera de domesticarme. —Entonces Eiji bufa, más relajado.
—Como si hubiera sido muy fácil la primera vez.
—Lo hiciste con los ojos cerrados, ni siquiera te diste cuenta.
—No es verdad, puse mucho esfuerzo ¿sabes? —Eiji tiene el control de su vida, puede elegir y debe recordárselo una y otra vez hasta que el pánico remita—. Eres un felino bastante arisco.
—No soy un felino.
—Pero Yue te encontró una pulga.
—¡Fue una sola vez!
—Sigue siendo una pulga más de la que deberías tener, genio.
—Okey, ahora solo me estás molestando.
—Tal vez. —Y Ash se ríe con esa melodía que hace tormentas, quema constelaciones enteras y forja un mundo donde los linces y los conejos son libres de disfrutar de su compañía mutua—. No quiero perderte, si también te pierdo a ti... Me volveré loco.
—No me perderás.
—No lo sabes. —Pero a pesar de su reticencia, él le da de esas sonrisas heroicas y se convierte en el caballero de armadura blanca.
—Claro que lo sé, onii-chan. —Canturrea divertido—. Porque todas esas cosas podemos cambiarlas, ni siquiera hemos llegado a nuestro destino, no sacas nada preocupándote todavía por los deseos o por mí.
—Pedirme que no me preocupe por ti es imposible.
—Lo sé. —Finge estar molesto cuando sonríe, ya que es lindo contar con semejante devoción—. Mi punto es que podemos cambiar el destino. —Recuerda la horrible leyenda del leopardo en las nieves del Kilimanjaro y se pregunta qué habrá cambiado en Aslan para ya no verse a sí mismo como algún cadáver congelado, qué habrá sido lo suficientemente poderoso para motivarlo a cambiar y verse a sí mismo de una perspectiva más humana—. Tú me enseñaste eso.
—Ya veo. —Y esa respuesta le revolotea en el corazón.
—En lo que necesitas enfocarte ahora es en ser más bondadoso.
—¿Es una queja con respecto a mis tratos?
—Más bondadoso contigo mismo. —Oh—. Lo has hecho bien hasta ahora, no solo has logrado estar vivo en este mundo hostil del que nunca habías sido partícipe, no solo regresaste de la muerte más de una vez, no solo te has enfrentado a Dino Golzine, sino que lo has hecho sin pisotear al resto, has escuchado esas señales de ayuda que nadie más escuchaba, les has recordado porqué es importante luchar y me has recordado quién soy en realidad. —Sus dedos se entrelazan con lentitud, se deslizan en un encaje tan perfecto que solo puede hacerse más perfecto cuando Ash besa sus nudillos.
—Aslan.
—Gracias por encontrarme, ni siquiera sabía que estaba perdido hasta que te conocí. —Una violenta ráfaga de viento lo despeina, sus mechones dorados se bambolean con una extraordinaria gracilidad sobre sus pestañas tan blancas que parecen copos de nieve—. Gracias por quedarte a mi lado.
—Siempre. —Le vuelve a prometer—. Dije para siempre.
Y está decidido.
El mapa se acaba y llega el momento de tomar las riendas hacia el tramo final, Eiji está jodidamente asustado, siendo honesto no sabe si es peor encontrar sirenas, no encontrarlas o que esa sirena lo encuentre primero. Se para en los bordes del barco intentando convocar su sabiduría ancestral, ese amuleto pende entre sus manos, da respiros furiosos, permite que su naturaleza se despliegue entre escamas y branquias aunque siga arriba del Fish Bone, se intenta contactar lo que más puede con el mar y reza. La lógica habitual propone que si algo genera ansiedad no lo mire, que no regrese y huya, así se huye constantemente del sufrimiento pasado y de los conflictos actuales, sería sencillo contar que no ha escuchado nada y buscar otro camino, porque este camino conduce a respuestas, buenas o malas, son respuestas de todas maneras. Eiji solía creer que su silencio lo protegía, que su crueldad ya impuesta a su condición era lo que lo ayudaba a sobrevivir cuando era lo contrario, era lo que le impedía avanzar.
Así que reza para escuchar a una sirena.
Reza para que le muestren el camino.
Reza, reza, reza.
Y entonces...
Larala. Larala. Larala
Larala.
Hay una sirena cantando en el mar muerto.
Hay una sirena guiándolos hacia la isla.
CHAN, mañana seguimos con las actualizaciones de esto y probablemente luego las retomemos el fin de semana porque me pican las manos por seguir lovestruck y la necesidad es grande, así que esperen spam de ese fic. Mil gracias a quienes se tomaron el cariño para leer.
¡See ya!
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