2. Coral.
Hi~ Vamos en el día dos de esta dinamica con todo no más, acá nos remontamos al inicio de la historia de manera definitiva, así que en teoría este es el capítulo 1 y recien tanteamos el mundo, así que relax, espero que se vaya entendiendo. Muchas gracias a quienes se toman el cariño para leer.
¡Espero que les guste!
Eiji se detiene frente al arrecife de coral, ha terminado su ronda de patrullaje mañanera y se profesa repleto de energía y vigor aún, estira su cola, las escamas iridiscentes no demoran en proyectar una galaxia de colores contra el reflejo de los tenues rayos del sol colándose hacia las profundidades, es curioso, dicen que mientras más abajo se caiga en el mar más oscuridad se encuentra, eso no es del todo cierto. Si bien, la ley suele aplicar para la mayoría del océano hay reservas naturales que avivan el paso de la luz, como tesoros esperando ser descubiertos por el aventurero correcto o una piedra preciosa escondida a simple vista.
Relaja los hombros, aunque no escucha asegura que sus huesos crujen ante la tensión liberada, han aparecido bastantes piratas y cazadores furtivos cerca de Izumo, su trabajo es advertirle a su gente, no porque se lo hayan pedido, sin embargo, es lo más cercano que tienen a una sirena en un mundo que aplaca la magia.
«Mestizo», eso es lo que es.
La cruza entre un humano y una sirena real, un renegado en ambas especies, por eso lo dejaron acá y no lo llevaron a la isla con los demás, pasando al cuidado de Ibe-san y los otros habitantes en esta tierra de dioses. Niega, su cabellera oscura flota como tinta de calamar a su alrededor entre los hilos gráciles del agua, sonríe al notar la presencia de varios pececillos, probablemente nadaron curiosos por el caleidoscopio que se proyecta entre sus escamas y los corales. Si bien, los arrecifes suelen ser hábitat de especies marinas o sitios de caza, para él son un refugio. Si los seres humanos tienen una lengua para las flores, él la tiene para los corales. Así que se queda un instante, apreciando cómo el color de la espuma cambia por el reflejo, es un simple juego de sombra y luz, pero Eiji jura que yace algo mágico acá.
Ve el rojo que significa vehemencia y pasión envolverlo en mantas de burbujas.
Siente al amarillo de jovialidad danzar hacia él, extendiéndole sus tentáculos en gotas de oro.
Escucha al infame púrpura reírse a causa del misterio que implica.
Toca el cálido azul de las esporas y absorbe su calma.
Y finalmente, vislumbra el jade.
Ese es un color que Eiji todavía no descifra, a pesar de ser un mestizo tiene una conexión innegable con el mar, si bien, es incapaz de hacer magia como una sirena lo haría o concebir deseos, tiene esas peculiares (y algo patéticas) habilidades, intenta empatizar con el color, lo mira fijo, pensante. Flota sin esfuerzo frente a las paredes en que florece, incluso los peces evitan aquel color, por mucho que lo intente no puede proyectarlo y cuando los pulmones le presionan, advirtiéndole que necesita una bocanada de oxígeno, suspira y sale.
Un verde jade.
Un jade al alba.
¿Qué será?
Eiji sale hacia la superficie, regresando a su forma humana, aunque una ventaja de ser mestizo es el poder transformarse a voluntad, en su forma marina necesita salir a tomar aire igual que los delfines.
Suspira, vistiéndose con la túnica que dejó a la orilla de la playa, es de sus favoritas, la tela es de un blanco perlado y ligero, los bordes se encuentran entretejidos con oro que simbolizan la riqueza que caracteriza a su tierra y algunos detalles tornasoles en un guiño a las escamas de las sirenas, le gusta, le recuerda a su madre o al menos, a la vaga imagen que idealizó de ella. Sus dedos se hunden entre los granos níveos de arena, son cálidos y agradables, tan blancos que podrían confundirse con crema pastelera o el mullido pelaje de una oveja, siente las nacientes olas acariciarlo en roces tiernos, llena sus pulmones del aire salado pero dulce que su hogar le ofrece y se aparta del mar.
—Verde jade. —Se repite a sí mismo, pensando otra vez en el coral—. Un jade bajo el alba.
Presiente algo, es casi un tirón de alma.
—Hermoso. —Es lo único que dice de la nada.
Se encamina hacia las viviendas, Izumo es una isla de exuberante belleza que irradia vida, a veces le resulta que la misma isla respira, desde la niebla que se arremolina alrededor de montañas radiantes e imponentes cubiertas por un generoso manto de árboles que estiran las ramas hacia el cielo, hasta la espuma de diamante que le regresa el mar, incluso lo siente en la cascada frente a las cuevas más apartadas (su arrecife personal y secreto, en otras palabras), le gusta quedarse ahí, vislumbrando la manera en que las hebras de agua parecen plumas de pavo real fundidas que desaparecen en nubes bronceadas. La tierra de los dioses, la isla de las sirenas, el hogar de Eiji, le da seguridad.
—¡Ei-chan! —Se detiene de golpe, Akira corre descalza por la costa en su dirección, agita sus brazos despavorida en el aire, sus mejillas yacen granas, su cabello es un desastre salado, Eiji no vacila en agacharse sobre la arena para quedar a su altura y acunarla, se mira exaltada o más bien, necesitada de consuelo y protección.
—¿Qué pasó? —La joven da un par de bocados sedientos al aire, apoya sus palmas en los hombros del moreno, intentando recobrar el equilibrio y la compostura—. ¿Por qué estás tan transpirada? —Musita, limpiándole las gotas de la frente, acomodándole otra vez los brotes de plumerías e hibiscos en su oscura cabellera.
—Ibe-san. —Apenas jadea, se abanica la cara con ambas palmas con violencia, está más roja que los tomates del huerto, probablemente corrió por todo Izumo para encontrarlo, pobrecilla, más tarde la recompensará con algún caramelo—. Ibe-san estaba pescando cuando ocurrió, no pude detenerlo ni prevenirlo, no pudimos hacer más que escondernos.
—Más despacio, no te estoy entendiendo. —Eiji ladea la cabeza confundido, parpadea igual que una lechuza taciturna, intentando procesar lentamente las palabras, en Izumo nada nunca pasa y él se asegura de mantenerlo—. ¿Son cazadores furtivos?, ¿piratas?, ¿algún buque que naufragó? —Pero Akira niega todas las opciones, su agarre se tensa aún más sobre su hombro, se mira absolutamente horrorizada y el shock es tan grande que debe darle unos minutos para reaccionar.
—Una bestia. —Finalmente dice—. Llegó una bestia a la playa.
—¿Una bestia?
—Ibe-san me mandó a buscarte, pero lo vi. —Balbucea, sus ojos cafés pierden brillo, recubriéndose por una gruesa y espesa capa de reminiscencia.
—¿Cómo era? —Pregunta para cerciorarse de que no sea una simple ballena u otro animal marino.
—Grande y dorado, tenía ojos peligrosos, mostró garras y colmillos, parecía furioso. Los soldados se quedaron reteniéndolo, estaba herido, pero... —Está temblando—. Tenía mucho miedo.
—Aki-chan. —Entonces, la abraza, la sostiene con fuerza, sintiendo el latido de su corazón calmarse progresivamente entre sus brazos, la consuela, la protege, la esconde, es su deber y no renegará de su deuda—. Muéstrame el lugar, prometo que te protegeré, solo quédate detrás mío.
—Sí.
La costa está destrozada, el muelle se encuentra hecho pedazos, las tablas han salpicado por doquier como si hubiesen sido arrancadas con furia, la arena se ha vuelto negra, el mar limpia el rojo que la batalla ha dejado, traga duro, paseándose entre los escombros, espera encontrar un monstruo, una bestia, una aberración, pero lo que ve...
—¡Suéltenme! —No es más que un chico siendo sometido por una decena de soldados—. ¡He dicho que me suelten! ¡Juro que los destruiré apenas me recupere!
—¿Qué es este abuso? —Eiji pregunta aturdido por el maltrato, viendo cómo arrastran y zarandean sin piedad a un solo hombre—. ¡Al menos dejen que se defienda!
—Ei-chan. —Pero entonces, Ibe aparece—. No te acerques, es peligroso.
—¡¿Cómo puede ser peligroso?! —Su voz asciende hasta la octava, son pocas las veces en donde pierde el temple, sin embargo, la indignación que le generó semejante imagen lo colmó—. Lo único peligroso es cómo esos soldados abusan de ese pobre muchacho, no es justo.
—Ei-chan... —Ibe traga, palpándole la espalda como si quisiese consolarlo, es lánguido y paternal, lo más paternal que jamás ha tenido—. Ese muchacho es la bestia.
Oh.
—Él es Ash Lynx.
El lince hecho leyenda.
Por muy apartado que se encuentre Izumo del resto del planeta hasta ahí conocen la reputación del temible depredador, los rumores dicen que a medida que su ira crece también acrecienta el número de víctimas que cobra, es un tirano a quien no se le puede detener, un monstruo que hace que fuego caiga hacia la tierra, que arrasa con ciudades enteras y que no siente nada. Recuerda un rumor sobre que estaba fuera de control y su sadismo había ido demasiado lejos, pero jamás le dio importancia, después de todo en esa isla no pasaba nada. Los rumores alrededor de Ash Lynx abundaban, algunos alababan su desmesurada belleza en forma humana, otros se enfocaban en lo sanguinario y algunos incluso llegaban a afirmar una relación con Dino Golzine.
Eiji intenta quitarse el incidente de la cabeza los días siguientes, no es de su incumbencia, y aunque lo fuera, es un mestizo simplón, no tiene nada que hacer en asuntos humanos ni místicos, carece de lugar. Y aun sabiendo esto, no soporta escucharlo gritar en las noches por los azotes de los soldados, sí, probablemente se lo merezca (mentira, es una barbaridad pero no place del coraje para admitirlo en voz alta aún), hirió a su gente y debería estar de su lado, no de una burda bestia.
Pero siente una señal de auxilio entre esos gruñidos.
Una última y desesperada señal de auxilio.
Se esfuerza para distraerse con cualquier tontería, va a pescar en turnos que no le corresponden, se pasea por los alrededores de la isla en busca de cazadores, juega con los niños, ejecuta unas danzas ceremoniales, aprende a cocinar más, nada por el mar, da brazas en la orilla, camina en la arena, se detiene frente a la tienda de prisionero, ¡maldición!, ¿por qué no solo puede ignorarlo? Para el resto le es fácil fingir que la existencia de Lynx es algo reprochable y aberrante, ¿por qué no puede hacer lo mismo?, ¿por qué no acata en lugar de dar problemas? Se frustra consigo mismo, odia esa parte de su personalidad, apesta, refunfuña mentalmente pero de todas maneras entra.
—¿Hola? —Traga duro, precavido, Ash se encuentra amarrado contra un grueso e imponente pilar de madera, se encuentra totalmente inmovilizado con las sujeciones de los soldados, los moretones de la tortura saltan a su vista contra la luz de luna y le duele, es injusto vuelve a pensar.
«Injusto».
Recuerda haber usado mucho esa palabra durante su infancia, era apenas un niño y estaba lidiando con el abandono y la enajenación de ser el único de los suyos en una isla tan grande que parecía del tamaño de un grano de arroz, en ese entonces su corazón aún albergaba esperanza, esperanza para que su padre regresara de la guerra, esperanzas para que su madre lo pasara a buscar, esperanza al pretender ser un igual, esperanzas a despertar siendo lo uno o lo otro, no ambos.
—No es justo. —Le dijo a Ibe tras ser aislado, de ser enclaustrado con la excusa del propio bienestar cuando ese fue el comienzo de su profunda vergüenza propia, del constante sentimiento a que algo andaba mal con él y debía disculparse—. No es justo, no elegí nacer así. —Repitió con una voz muy débil y entrecortada.
—Es cierto, Ei-chan. —Le musitó—. No es justo, pero la realidad es así.
Injusta.
Guardó ese sentimiento dentro de sí mismo como una pequeña caja hasta este momento, mientras sus manos sostienen un bol de natto, la boca se le ha tumbado por el horror, su mirada se ha aguado.
—Esto no es justo. —Aunque lo musita para sí mismo capta la atención del depredador.
—No te acerques. —Le gruñe, mostrándole garras y colmillos. Sí, los rumores acerca de Ash Lynx no le hacen justicia a la sensación de escalofríos que recubre cada órgano de su cuerpo en una espesa capa de escarcha apenas hacen contacto visual, percibe el odio, la ira, la impotencia, la tirria, la furia y la crueldad arremolinados en sus pupilas, todo al mismo tiempo—. No te lo advertiré dos veces.
Y también la soledad.
Con una soledad sublime e indescriptible.
—Te he traído alimento.
—No lo necesito. —Escupe con palabras apenas audibles, se encuentra débil, tan débil que su piel de un majestuoso perlado ha pasado a un enfermizo pálido—. No cederé.
—No te estoy pidiendo que cedas. —Le explica, acercándose con lentitud—. Sino que comas.
—¿Acaso estás tratando de envenenarme con eso? —Entonces, frunce el entrecejo y le muestra los dientes igual que lo haría un depredador herido, remueve sus manos en el poste, arremetiendo sus muñecas magulladas contra la cuerda, quemando la carne herida con la fricción—. Apártate.
—No está envenenado. —Pero Eiji da un paso más—. Lo prometo.
—La promesa del enemigo no sirve de nada. —Y Ash patea el tazón con su última fuerza, cabreado.
—De verdad eres terco. —Se queja, agachándose para recoger los restos del cuenco—. Tú. —Apenas alza el mentón para reprocharlo el moreno no puede evitar perder el aliento ante el contacto visual.
Hermoso.
Son ojos verdes, muy verdes, parecen esmeraldas líquidas bajo el tenue fulgor de la luna colándose por las grietas en la lona, es despampanante, sublime y más allá de lo descriptible, lo atrapa.
—Largo.
—¡Pero...!
—Vete. —Le vuelve a ordenar—. No quiero nada de ti.
—Sino comes morirás.
—No puedes someterme. —Su voz corta el aire, dejándolo congelado con el corazón sangrando bajo la manga y una buena voluntad que no arregla nada—. Tú y tus hombres pueden hacer de mí lo que quieran, pero nunca podrán dominarme. Nunca. Mi mente y mi espíritu son solo míos. Así que largo.
Como Eiji es obediente se larga. Y regresa al día siguiente. Y al siguiente. Y al siguiente. Y al siguiente. Y todos los días que hacen falta. No es voluntario, cada mañana se promete no escabullirse para ver al prisionero, ni siquiera tiene sentido, no le habla, no acepta su comida, ni siquiera mira, ¿es acaso masoquista? Porque no le encuentra otra explicación a este ritual de rechazo. No obstante, imagina lo solitario e incómodo que debe sentirse Lynx en esa celda, lo difícil que debe ser haber naufragado (tal vez huido de algo) para ser capturado, se imagina el miedo, la desesperación y la pena, por eso regresa, una y otra vez, aprende a regresar a Ash.
—Es suficiente, jovencito. —Claro que Ibe se ha percatado de sus andanzas—. Te advertí que él era peligroso. —No tiene derecho a reclamarle, el japonés lo ha cuidado durante toda su vida sin pedirle nada a cambio, nunca le exigió trabajar o una especie de retribución por su benevolencia, ¿con qué cara se defiende ahora? Es un mal agradecido.
—Debe sentirse muy solo en esa carpa. —Baja la cabeza igual que un cachorro pateado, es una señal de respeto y sumisión que le roban un suspiro angustiado al mayor—. Dejarlo aislado me resulta tan inhumano, no es propio de nuestras costumbres, no somos torturadores.
—Viste lo que le hizo a la isla, es un monstruo.
—Pero quizás estaba huyendo de alguien. —Lo defiende y no tiene idea de la razón—. Dijiste que llegó herido y por eso pudieron retenerlo, nadie llega herido sin motivo. —Ibe se friega el entrecejo en busca de paciencia y temple, le suplica a los dioses de Izumo, a las sirenas, a quien sea, nadie lo instruyó para ser un papá—. ¿Qué quieres que haga?
—¡Nada! No quiero que hagas nada.
—¿Ah?
—Quiero qué lo ignores como el resto de los habitantes. —Le ordena con una voz tan fría que Eiji debe retroceder despavorido—. Ash Lynx no es tu asunto.
—¡Nada es mi asunto acá! —El corazón le hierve en espuma furiosa hacia la garganta, es impulsivo, duro e hiriente—. ¿Cuál es mi asunto entonces? Si la bestia como yo no me incumbe ¿qué lo hace?
—Ei-chan.
—Me da rabia. —Y sabe que está viejo para hacer berrinches, no los hizo de niño ni debería hacerlos ahora, sin embargo, ese sentimiento de enajenación ha arrojado raíces en su corazón, construyendo su propio arrecife de dolor—. Me da pena.
—Van a matarlo en algunos días.
—¿Qué? —Parpadea y suelta una risa, seguramente no escuchó bien—. No puedes estar hablando en serio, nosotros no resolvemos los conflictos de esa manera. —Izumo es una isla de paz, no debe haber escuchado con claridad, es imposible.
—Es un peligro para nosotros, Ei-chan. —Pero no hay nada de gracia en el rostro de Ibe.
—No es justo. —Entonces repite, sintiéndose como el mismo niño desamparado que contemplaba el mar en busca de mamá o papá—. Ni siquiera le están dando la oportunidad de defenderse.
—Es cierto. —Shunichi musita, encogiéndose dentro de su propia túnica cobriza—. No es justo, pero la realidad es así. —Se paraliza, la graniza mirada de su tutor lo atraviesa justo en el pecho, dejándole una sensación tan helada y desagradable en el corazón que teme haberse enfermado, siente cómo lo recubre una capa de escarcha—. Si Ash Lynx no puede probar que no hará daño al liberarlo morirá.
Ja.
Así son las cosas, ¿eh?
Regresa una última vez, esta vez le lleva algo diferente y más ligero, ha optado por traerle ensalada de aguacate con camarones porque está desesperado. Sí, probablemente se encuentra proyectando cosas que todavía no puede ver de él mismo en esta bestia, no es quien para contradecir las palabras de quienes no han hecho más que acogerlo aun siendo un mestizo, pero mejor que nadie vislumbra lo que es carecer de lugar, como si el mundo hubiese construido un pequeño arrecife para cada ser vivo menos para ellos: los excluidos, los rechazados, los malditos. Asimismo, su estadía en Izumo es vacía, y si va a morir, prefiere morir intentando algo.
—¿Por qué sigues volviendo? —No hay irritación en el tono del prisionero, sino una pesada y áspera resignación—. ¿Acaso no te he ignorado lo suficiente? —Su bufido se queda a medias al contemplar aquel platillo, de pronto, su actitud cambia drásticamente y a Eiji eso le resulta... Lindo, casi infantil.
—¿Ya tienes hambre? Debes estar comiendo o ya habrías muerto, no seas orgulloso.
—No soy orgulloso. —Se defiende—. Solo odio mostrar debilidad.
Eiji se sienta, ayudándolo a devorar la ensalada con movimientos precavidos y lentos, debería estar aterrorizado, cualquier ser humano con un mínimo de autocuidado sería capaz de medir los riesgos o al menos, considerar los rumores. Pero algo no calza en esa terrorífica leyenda que infunde el lince y no porque no dé miedo, al contrario, lo da. Sin embargo, se mira tan vulnerable y frágil en paralelo que no es capaz de alzar su propia guardia.
—¿No has escuchado hablar de mí? —Le intenta gruñir aunque impresiona sin fuerza—. Ash Lynx.
—Sé. —Rueda los ojos, cansado de escuchar ese nombre a estas alturas—. Conozco tu reputación.
—¿Entonces por qué estás aquí? —Pero su voz se quiebra en el viento salado, la brisa agita la tienda, la luz de luna lo inunda absolutamente todo, lo asfixia, de repente le duele mucho el corazón, porque esa mirada destila sufrimiento y no puede ignorarlo, no más. Todo es demasiado vivo y real.
—¿Por qué llegaste aquí? —Hiriente aunque tiernamente ilusorio—. Escuché que estabas herido.
—Me estaban cazando antes de naufragar. —La cicatriz sangra a su costado, gotea y gotea—. Estoy maldito. —Gotea un poco más—. Nada me puede salvar de una maldición así de poderosa. —Nunca limpiaron esa herida como corresponde, Eiji quiere tratar, Neptuno sabe que lo quiere ayudar.
—¿Nada? —Así que lo empuja un poco más—. ¿Estás seguro?
—¿A qué viene tu pregunta? —Niega, escamoteando la leyenda y las sirenas, al menos por ahora.
—Ellos planean matarte. —Esos afilados y relucientes jades se apagan con la condena, sus labios se encuentran resecos e irritados, su cabello es un desastre, se ve demacrado—. A menos que puedas probar que no le harás daño a nadie si te liberan. —Benditas leyes pacifistas de Izumo.
—No puedo probarlo. —Se ríe con amargura, la brisa colándose por las delgadas paredes de tela lo fuerza a presionar los párpados para que la arena no le queme las pupilas—. ¿Viniste a burlarte de eso?, ¿de qué estoy tan débil que me matarán un montón de campesinos? —Pero Eiji lo detiene.
—No. —Y saca una navaja del cinturón de su túnica—. Vengo a ofrecerme de garantía. —Corta las cuerdas.
—¿De qué hablas? —La devoción con la que Eiji lo libra lo deja sin aire, cada poro se eriza ante tan determinada e implacable expresión, es algo que nunca antes ha visto y nunca más verá.
—Te ofreceré mi vida. —Ve rojo de vehemencia al dar su declaración—. Será un voto de confianza, ofreceré mi vida como garantía de que no dañarás a nadie tras liberarte, y si efectivamente me estás engañando ruego que solo tomes mi vida para saciar tu sed de sangre y luego los dejes en paz, ese es el trato que te ofrezco. —Siente el amarillo aplacando el miedo con optimismo.
—¿Por qué harías eso? Es estúpido e irracional. —Escucha el recelo en el púrpura y el misterio—. ¿Por qué confiar en un desconocido? —Toca el cálido azul en un trémulo roce de yemas.
—¿Por qué?
Y finalmente lo vislumbra y lo sabe.
Un verde jade.
Un jade al alba.
—Porque creo que somos lo mismo.
Inhumanos.
Y con esto partimos potente en el AshEiji, nos quedaremos un ratito en Izumo para entender bien el au, el rollo de las sirenas y luego, cuando salgamos de Izumo comienza la verdadera magia. Mil gracias a quienes se toman el cariño para apoyar esta dinamica chiquita. Tenemos la portada preciosa finalmente completa y lloro de lo preciosa que es, es que ay, me da mucha vida, es una musa.
¡Nos vemos mañana!
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