1. Moon.
✩ Notas del autor: ¡Hola mis bonitos lectores! Bienvenidos a esta nueva dínamica donde jure a los cuatro vientos que no participaría por dos razones: mi vida es un constante vórtice de estres donde no tengo tiempo ni para respirar y apesto sacando tramas de magia, onda, he tenido una sola que ni existe más en este perfil y justamente fue sobre este desafío pero del año pasado, ese constaba de 7 promps solamente y fue un desastre cósmico. ¿Qué pasó entonces? Comisioné esta preciosa ilustración porque me percate que es casi nulo el contenido de mermay entre estos dos, la comisione por capricho más que nada y jamás me imagine que la artista haría algo tan espectacular que me daría un tremendo golpe de inspiración y acabaría planificando cada bendito capítulo, y construyendo un universo que de hecho me gustó mucho. Así que acá estamos.
Pedí la ilustración bien encima , así que le falta todavía y la subiré cuando esté completa como portada otra vez, pero quien hizo magia es: Lyss_mimi (instagram), la mujer se pasó con el tremendo arte que hizo, más considerando que yo le di ideas tan vagas, me quito el sombrero y se ganó una nueva fan y clienta fiel.
✩ Género: Mermay Au/ Fantasía/ Slice of life/ Aventura/ Romance/ No sé que es esto, ayuda.
✩ Ship: AshEiji y WongLung.
✩ Advertencias: Nada nuevo que no aparezca en el canon de Banana Fish, aún así, hay temas bastante sensibles intrinsecos a la misma serie, así que se les pide discreción y una lectura responsable. Pero más allá de eso, esto será muy dulce. Un punto importante a considerar, es que este primer capítulo parte por el final por así decirlo, así que relax sino entienden nada, el día dos parte del inicio real, pero siempre quise sacar un fic que partiera del final en un prologo.
¡Espero que les guste!
—¿Qué he hecho? —Todo está oscuro a su alrededor, tan oscuro y vacío que Eiji no puede percibir su entorno por mucho que entrecierre o fuerce su mirada, es inútil, el tritón es incapaz de diferir si se encuentra con los ojos abiertos o cerrados, tampoco logra pesquisar la profundidad del ambiente y lo más importante—. Tenía razón, debería haberlo sabido.
Alguien.
Alguien está llorando.
Con una voz triste, ¿por qué está tan triste?
Eiji conoce esa voz.
—Sa-yo-na-ra.
¿Adiós? ¿A qué se refiere? ¿Va a algún sitio? Tiene que decirle algo, vamos, que su voz salga. Separa los labios con desesperación, esperando que las palabras dancen en su boca, pero la oscuridad traga sus súplicas antes de ser pronunciadas, es abrumador y aplastante, se siente atrapado en una ínfima jaula y al mismo tiempo, observado, no por esa persona triste a quien desea detener (¿quién es él?, ¿qué es eso que está olvidando?), sino una presencia oscura e incluso maligna, todo ocurre de golpe al mismo tiempo, lo que le da la sensación de que nada pasa y nada es real.
Trata de no sucumbir al pánico, se examina pese a la oscuridad y a la latente presión punzándole el pecho, intenta extender sus manos en ese flotante y angustiante manto de vacío, es duro, así sabe que tiene las extremidades entumecidas, el dolor de siquiera mover el dedo pulgar es garrafal, es una tortura sádica el mínimo movimiento, como si sus nervios estuviesen conectados a un circuito de electroshocks que lo castiga con altas descargas de voltaje si se atreve a romper su posición fetal de ovillo. Se fuerza a repetir este ejercicio con cada una de sus extremidades y órganos, a tolerar un ardor intolerable hasta asegurarse de no haber perdido un solo miembro, está herido, el agua corta, así sabe que tiene la carne abierta en algún lugar.
—Ah...
Un débil grito escapa de su garganta al palparse la cola, tiene las escamas abiertas, aun sino las mira las siente desprenderse entre sus dedos, deshaciéndose como granos de playa en el mar, es un dolor que lo fuerza a gritar de lo más profundo de su garganta y arrastrarse por ese espeso vacío igual que un animal parasitario. Y entonces, se acostumbra a la oscuridad y comienza a distinguir las siluetas, entendiendo que esa densa y pestilente oscuridad es a causa de su sangre, el agua que lo rodea está bañándolo con su propia herida y quiere vomitar. Si bien, el tanque es pequeño no ve nada más allá, se encuentra cubierto con una especie de cortina de plomo, por mucho que se acerque al cristal no logra adivinar lo qué sucede del otro extremo. Cae en la desesperación.
¿Qué fue lo que pasó?
¿Por qué está lastimado?
La cabeza le perfora en una violenta jaqueca, es como si un taladro estuviese agujereando su cráneo y Eiji debe apretarse muy fuerte el entrecejo para tolerarlo. Las imágenes llegan de golpe, cierto, ya estaba herido antes de esto, lo llevaron con el doctor ¿Meredith? Alguien apretó su mano antes del pabellón, era una persona amable que lo hizo reír y aún así, no podía dejar de llorar, lloraba y lloraba, las escamas le ardían, el aire las rozaba y eso era peor que cualquier otro dolor que haya enfrentado aún en batalla, no lloraba porque lo que hizo fue una estupidez, sino porque fracasó en protegerlo.
—No pude salvarte. —Finalmente escapa su voz—. Lo siento.
¿Salvar?
¿Salvar a quién?
—¿Eiji? —Conoce esa voz, es diferente a la melodía que lo sacó de su ensueño, pero familiar. Es un ser amado, lo siente en su corazón, lo posee en la punta de la lengua, no puede perderlo, si lo pierde no regresará, ¿quién?, ¿quién?, ¿quién es?
—¡Yue! —Grita con burbujas de aire sofocadas, golpeando el cristal, viendo como la sangre escurre igual que tinta en espirales de espuma, es irrelevante, no se quedará inerte flotando en una pecera mientras su amigo impresiona sufrir al otro lado—. ¡Yue! Estoy acá. —Encuéntrame, estoy perdido.
—¿Dónde? No te veo.
—Del otro lado de la cortina, no puedo ver nada. —La desesperación de Eiji se materializa en tonos más helados de lo habitual, es como si su misma existencia se hubiese mimetizado con su ambiente, quiere salir y al mismo tiempo teme lo que encontrará del otro lado—. Estoy en un tanque.
—Intentaré sacarte la lona, espera. —Traga duro, el agua lo ha envuelto en una manta tan opresiva como suave, esto es su hogar, su burbuja de seguridad por muy sofocante que pueda manifestarse, su tierra de dioses—. ¿Estás listo? —No.
—Lo estoy.
Y entonces, la pesada cortina cae, disipando aquella asfixiante sensación de soledad y confusión que se arremolinaba en su mente, trayendo consigo un sentimiento mucho peor: vulnerabilidad. Él está expuesto dentro de esas cuatro paredes de cristal en una mansión que no conoce, no tarda en mirar los ostentosos lujos adornados por doquier, atisbos de una vida afortunada o una persona poderosa, ¿acaso acabó en las manos de un comerciante? No, estaría solo si fuera así.
Yue está aquí.
No está solo, ¿por qué?
Su atención navega hasta Yut-Lung, apenas sus miradas se encuentran Eiji ansía volver a la presunta oscuridad para no ver, para sentirse seguro, para poder ignorar su situación un poco más. Porque a pesar de habitar un mundo repleto de magia (concretamente) jamás se ha involucrado en un peligro real, no en soledad. Aslan. Traga duro, flota al borde del tanque al carecer de energías para patalear, la pérdida de sangre lo trae mareado o tal vez, está mareado por revolcarse en esa agua inmunda.
—¿Qué fue lo que pasó? —De pronto, una serie de recuerdos pasan enfrente como el papel film de una película, todo este último año fuera de su tierra natal, la locura de haber abandonado a Ibe-san y Aki-chan y sobre todo, cometer el garrafal error de haber amado, todo se introduce de golpe.
—Te dije que no debíamos confiar en él. —Si Eiji se encuentra en un tanque ubicado en un refinado salón, Yut-Lung se halla encadenado a su lado, cerca de una elegante chimenea con toques barrocos, ha tirado por horas las gruesas cadenas que lo atan a la pared, no debe preguntar, sus muñecas tan cercenadas lo dicen todo—. Nos traicionó.
—¿De qué estás hablando?
—Te dije que esto terminaría mal pero no me quisiste escuchar. —La desgracia escurre en la voz de Yut-Lung igual que espuma hirviendo en un geiser de agua, es explosivo y violento, lo paraliza—. ¡Te dije! Tenía un mal presentimiento sobre esto ¿Por qué no me escuchaste? Incluso Shorter se percató de algo extraño, Shorter por el amor de Poseidón, ¿puedes creerlo? Estabas ciego de amor.
—¿Dónde está Shorter? —Los demás personajes hacen aparición en su mente, se despliegan igual que tímidos brotes de coral en un arrecife poniéndole cara a los nombres y poniéndole más nombres de los que puede cargar, es como si recién hubiese despertado de un largo estado de hibernación y recordase paulatinamente su propia vida—. ¿Dónde está Sing?
—Se los llevaron primero, ni siquiera te molestes en buscarlos con la mirada, han pasado días desde que estamos acá.
—¿Cómo llegamos acá?
—Porque él nos traicionó.
—¿Quién?
—¿Quién más? —Su sonrisa se vuelve torcida y rencorosa, no existe más que odio ardiendo en esas vidriosas pupilas desteñidas a causa de las carencias y el cansancio—. Tu noviecito nos vendió.
—No. —Retrocede de golpe, chocando contra el otro extremo del tanque, anonadado—. Mientes. —Entonces, Yut-Lung carcajea, es un chirrido pastoso y gastado, tan polvoso, es equivalente a la tos que caracteriza a los enfermos, pero más agudo y metálico.
—¿Por qué mentiría? —Yue alza el mentón con suma lentitud, su larga y elegante trenza se ha visto reducida a rastas mugrientas unidas por el sudor, su mirada afilada y sagaz ha perdido devoción, lo han quebrado—. Nos traicionó. —Musita con una serenidad que lo deja helado, de repente, es difícil seguir flotando y solo suspende.
—Ash nunca nos traicionaría.
—No seas ingenuo, Eiji.
—Él me ama.
—Si te ama tanto, ¿por qué estás ahí?
Ser incapaz de refutar lo carcome, el aire abandona sus pulmones cuando frunce los dientes igual a un animalito herido, las burbujas no tardan en ser envueltas por diferentes tonos de escarlatas para subir como si fuesen flores danzantes y reventarse en la superficie techada del estanque, Eiji limpia el agua con sus manos, las bate para despegar su visión, aunque lo único que obtiene es un revoltijo de mechones flotantes, se siente irreal, parece irreal y espera que lo sea. Vuelve otra vez hacia Yue, la luz que se cuela por el majestuoso ventanal delata el anochecer, a su fatua luna, le da seguridad, es cálida, es familiar y por sobre todo, lo conecta con el mar y por ende, con quién es (más bien, con quién fue).
Es un mestizo.
Un asqueroso mestizo, no debe olvidarlo.
Suspira, piensa en la última charla que tuvo con Ibe antes de dejar Izumo, él le dijo que se arrepentía de haberse quedado en la isla, que aparte de proteger a Eiji lo único que consiguió fue no abandonar la tierra de los dioses y que sin embargo, no hacer algo no era lo mismo que hacerlo. Así que estaba orgulloso de Eiji al abandonar sus raíces junto al lugar de eterno confort y seguridad. Ibe se reprochó derrochar su vida y estaba contento por Eiji al no permitir que hiciera lo mismo con la suya, de que lo abandonara e hiciera todo eso que nunca fue capaz: huir con alguien a quien amaba, huir en busca de una aventura, huir y no permitir que nadie lo hiciera sentir culpable por quién es. Dejar Izumo no solo fue dejar su tierra natal y a sus seres amados, sino la herencia de su especie, esa que le imponía quién estaba destinado a ser y quién podría haber sido. Una vez lo dejó atrás, estuvo tan ligero que caminó en el agua con apenas roces de superficie, nadando hacia su nueva vida, una en donde nadie sabría quién era, ni siquiera él mismo.
Tal vez irse con Ash fue un error.
Tal vez debía nacer en Izumo y morir en Izumo.
—Lo siento por arrastrarte en esto. —Pero ya nada de eso tiene sentido, es un pez atrapado en una pecera demasiado pequeña para encapsular su soledad, Eiji toca el cristal por la parte baja, se ríe, no es como si Yut-Lung pudiese poner su palma del otro lado a causa de las cadenas, logró quitar la lona con sus pies, está encadenado, aun así, necesita transmitirle—. Lo siento por involucrarte.
—No es tu culpa. —Entonces, la mirada de Yue se suaviza, las perlas trenzadas a sus cabellos suenan igual que cascabeles, siempre le encantó ese sonido, lo remonta al canto del mar—. Yo elegí ir con ustedes cuando nos conocimos. —Es verdad—. ¿Lo recuerdas?
—Me llamaste remedo de sirena. —Se burla, intentando aligerar la tensión, no obstante, el agua es susceptible a su estado anímico y se ha empezado a arremolinar a su alrededor—. Dijiste que era el mayor insulto que podía existir para cualquier animal marino y después intentaste venderme en el mercado.
—Lo hice. —Sonríe, elevando la mirada, cansado, tan cansado—. En ese entonces todo lo que me importaba era la venganza.
—¿Ya no es así? —El más joven niega—. Todavía no consigues tu cometido.
—Ustedes me enseñaron a anhelar otras cosas. —Musita con la voz entrecortada, ahogado, irónico considerando que se encuentra fuera del tanque—. Incluso Lynx. —El apodo le presiona el corazón, tomándolo entre las gruesas palmas del destino para apretujarlo—. No lo culpo por lo que pasa.
—¿De verdad crees que nos traicionó?
—Mejor que nadie entiendo lo dura que es una maldición. —Musita con los labios resecos, viéndose aún más pálido y majestuoso empapado por la luna—. Ash no es él mismo, no más.
—Él es más fuerte que eso.
—Oh Eiji. —Odia que lo llame con ese tono—. Las maldiciones son mucho más fuertes que el amor, el corazón de Ash ya estaba podrido.
Y probablemente eso sea verdad.
Pero mierda, no. Su dulce Aslan es el ser humano más fuerte que ha conocido, no porque tenga esa fortaleza de bestia que lo convirtió en una terrible leyenda e incluso lo llevó a ganarse el interés del mismo Dios, sino por la fortaleza frágil que reside en su alma, esa que se halla única y exclusivamente destinada para Eiji, esa que floreció entre ellos desde su primer encuentro en Izumo, desde que le pidió sostener su espada en la cantina, desde la batalla en Coney Island, desde la disputa con Barba Azul, desde que recibió un maldito disparo por Ash y lo haría de nuevo, mil veces más. Lo ama, y en el fondo de su corazón, aun cuando lo más lógico es escuchar a Yut-Lung, se niega. Porque esos ojos verdes, sus despampanantes jades no pueden haberse extinto para ser consumidos por la maldición.
No lo acepta, punto.
—Saldremos de acá. —Confía plenamente en Ash, no vacilará ahora, si están acá debe ser parte de un elaborado plan que desconoce—. Lo prometo, Yue.
—Oh Eiji. —Es lo que se limita a responder—. Gracias.
Se queda dormido, los párpados le pesan, probablemente lo doparon o lo hechizaron con magia, es difícil precisarlo a esas alturas. Lo que sabe cuando vuelve a despertar es que Yue ya no se encuentra atado a su lado, de hecho, tiene a otra persona enfrente, a nada más y nada menos que Dino Golzine.
—Eres tan majestuoso como esperaba. —No consigue disimular su mueca de asco, si bien, en Izumo le inculcaron la importancia de los modales, este sujeto es la excepción, ahora comprende por qué Aslan le temía tanto, una gruesa capa de maldad escurre a su alrededor, es putrefacto—. Eres bonito para ser un adefesio, una aberración entre un humano y una sirena, un mestizo.
—¿Dónde está Ash? —No sabe de dónde ha sacado el coraje para preguntar, pero lo hace—. Quiero verlo.
—Estás herido, pobrecillo. —Un falso resoplido compasivo retumba por las elegantes paredes de la mansión—. Eso hará más fácil el trabajo, supongo.
—¿Dónde está Ash? —Entonces, la diversión se esfuma del rostro de Golzine y comienza a caminar frente al tanque, con sus regordetas manos detrás de su ostentosa capa de terciopelo, arrugando y extendiendo su entrecejo como si hubiese comido algo en mal estado.
—¿No te parecen curiosas las maldiciones? —Su cola se menea intranquila, delatando sus nervios igual que la tinta del calamar, las escamas se desprenden por lo violento del movimiento, pero no puede controlarlo, no es voluntario el miedo—. Mi preciado lince batalló bastante para liberarse de esa maldición.
—Lo sé. —Gruñe, mostrando sus colmillos, encajando sus puños en el cristal—. Estuve ahí.
—Una maldición tan potente que lo convertía en una bestia, devorando su humanidad, es triste.
—Ve al grano. —Agradece haber aprendido del mal genio de Yue en este último año.
—¿Por qué? ¿Tienes otro lugar a dónde ir? —Se ríe—. No lo creo.
—¿Dónde está Ash? Quiero verlo. —La desesperación gotea en su voz, hasta la última partícula de oxígeno abandona sus pulmones en un débil burbujeo hacia el techo de metal.
—¿Sabes cuál es la única manera de romper una maldición?
—Con un deseo. —Una sirena, una real, no un mestizo.
—O matando a quién lanzó la maldición. —Canturrea satisfecho, es risible—. Es una suerte que la magia siempre deje una huella en quienes la padecen. —Habla de los encantos como si fuesen una peste que hubiese que erradicar, irónico considerando que el mismo Dino la practica—. Una marca física en el portador. —Eiji conoce bien la cicatriz de la que habla, se halla grabada igual que fuego fatuo en la piel de Ash, es una frase.
—Una marca en el cuerpo del maldecido. —Repite—. Las últimas palabras que dirá quien maldice.
—Bravo, no eres tan inculto como luces. —Le aplaude con sarcasmo—. Una sola frase con las últimas palabras de quien lo condenó a semejante aberración, tienes razón. —Pero Ash no conoce el origen de su maldición, le dijo que había nacido con ella y no le resultó tan inverosímil, no en un mundo de magia donde la magia agoniza igual que las criaturas fantásticas—. ¿Qué se siente habérsela puesto?
—¿Eh? —Eiji parpadea, anonadado—. ¿De qué estás hablando? —Se queda en blanco, flotando en el tanque, procesando las palabras.
—Me escuchaste. —Se burla—. Tú lo maldijiste.
—¡Eso es imposible! —Grita—. Yo no puedo practicar magia y lo amo, jamás lo maldeciría.
—Pero lo hiciste. —Se ríe—. Y esta noche, Ash finalmente se liberará de tus garras.
—Quiero verlo.
—Lo verás. —Dino se gira sobre la punta de sus pies, divertido—. En la ceremonia de sacrificio.
—¡Ash! —Lo llama desesperado, el agua se vuelve vaga y sucia, sus emociones se han manifestado en forma de un remolino, se ahoga, una infinidad de láminas opacas e iridiscentes se unen a la turbia corriente, se está descamando, es malo—. ¡Ash! ¡Ash! ¡Aslan!
Pero no viene.
Nadie viene.
¿Qué tanto sabe de Ash? Se cuestiona, lo conoció porque la marea lo arrastró hacia Izumo en medio de un naufragio, llevaba días huyendo de los piratas furtivos, todos los demás lo querían justamente por el poder que le daba su maldición, Ash era una bestia en potencia, mientras más pasaba con esa maldición en su corazón menos humanidad quedaba y aún así, cuando Eiji lo salvó lo vislumbró tan pero tan asustado, se veía frágil y vulnerable, no como las leyendas lo describían, desde ese día juró que se haría cargo de él y creería en Aslan, pasara lo que pasara. Eso lo llevó a embarcarse de su isla en busca de una sirena que pudiese cumplirles el deseo, que lo liberase porque no sabía cómo acabó maldito, ¿cuándo las cosas salieron mal? Le gustaría poder mirar atrás, sostener la película de sus recuerdos, repasar los fotogramas y decirse a sí mismo: «acá lo arruiné».
Pero qué tal si existe una tercera posibilidad además de ser bestia o humano, qué tal si Ash es ambas. Porque en el fondo, Eiji sabía que era demasiado bueno para ser verdad, pero se dejó llevar, Ash fue el primero con la fuerza suficiente para amarlo, y ahora en este estanque comprende que el príncipe y la bestia son el mismo hombre y no tendrá su final feliz a menos que los ame a los dos. ¿No quería esto al irse de Izumo?, ¿no deseaba ser encontrado?, ¿acaso no lo pidió? Así que debe tener el coraje de morderse la lengua y decirle absolutamente todo menos la verdad. ¿Si no puede amarlo? O peor, ¿y si puede amarlo siendo más bestia que hombre?
—Eiji.
Da igual, no tiene la magia para hacer que la bestia se convierta en príncipe y acá están, cara a cara finalmente. Acá están esos mismos ojitos verdes que le robaron el corazón con una pesada capa de culpa y cansancio, esa misma mirada que aprendió a leer entre silencios y con paciencia porque Ash solía ser una fortaleza impenetrable donde habitaban dragones feroces y monstruos temibles, amó al menos sacarlo de sus propias barreras cree, verlo florecer, descifrar sus matices de emoción, ese rojo fulgurante de brasas cuando sonreía, el verde vigoroso en brotes de hierbas, el dorado cegador que chispeó en sus pupilas cuando se lo dijo: «aunque el mundo entero esté en tu contra, yo siempre estaré a tu lado», y lo dijo en serio, lo amó en serio, lo ama en serio. Y si lo maldijo fue sin saberlo.
Perdón.
—Tritón. —Lo vuelve a llamar con esa voz impasible, no es más «mi Eiji», ahora es esto entre ellos dos, es impresionante, como si fuesen desconocidos en lugar de amantes, lo hiere, Aslan suele hacerlo sentir tan especial, pero todo viaje tiene final.
—¿Recuerdas esa mañana que nos conocimos? —Sin embargo, no responde, se limita a caminar en una especie de trance hacia el tanque, el techo de metal cruje una vez es abierto, va a matarlo, aquí y ahora, va a matarlo y no podrá hacer nada, así que está bien—. Fue un amanecer precioso, fue tan apropiado considerando tu nombre, me da un poco de risa y nostalgia.
—Silencio. —Su voz tirita al ordenarle esto.
—Es gracioso que nos despidamos de noche, es profético. —Eiji no pone resistencia, podría haber nadado hacia el fondo del tanque en un burdo intento para esconderse, pero no lo hace, sube hacia la superficie, justo frente a Aslan quien sostiene una daga con la mandíbula tensa y los ojos llorosos.
—Es momento de que me liberes. —Apenas jadea, es un chillido similar al de un animalito, jamás lo había escuchado antes y le duele, al menos sabe que le dio un hogar durante un tiempo, algo donde volver a salvo—. Me pusiste una maldición, me convertiste en un monstruo, me has estado matando incluso antes de conocernos, tienes que pagar.
—Lo siento. —No niega ni afirma, no sabe nada, es solo un pequeño mestizo en un mundo con más magia de la que consigue comprender—. Perdóname, Aslan. —Ese nombre lo quiebra, las palabras brotan a duras penas de su boca, están secas y amargas.
—Dilo. —Le está pidiendo que cumpla con la profecía y recite la frase que tiene grabada en la piel, esa que se supone serán las últimas palabras de quien lo maldijo antes de fallecer—. Dilo. —Repite, extiende su mano para agarrarlo de los cabellos, pero en su lugar, termina acariciándole la mejilla con tanta tristeza, esto lo destroza, le hace trizas el corazón.
—No sé cómo podría haberte maldecido yo. —Musita sin aire—. Pero lo lamento, realmente te amé. —Y aun lo hago.
—Eiji...
Escuchar su nombre lo hace sonreír, se inclina, extendiendo sus manos una última vez entre aquellos lacios mechones de oro líquido, no alcanza a tomar ni una bocanada de aire antes de sumergirse en esos jades, se ven tristes y opacos, son excepcionalmente verdes, es la tierra donde siempre anhela estar, el paraíso del que Ibe constantemente le hablaba, su razón para escapar, está ahí dentro, por mucha maldición que haya no lo ha perdido, su Aslan sigue ahí igual que su corazón, grabado a fuego lento en miles de promesas que no serán, está bien, si he de morir que sea en tus manos. Juntan sus frentes con lentitud, puede jurar que lo escucha llorar pero no quiere comprobarlo, prefiere pensar que es agua lo que gotea por su frente y es el alarido de la luna lo que retumba. Se apartan, se miran y lo sabe.
Es capaz de amarlos a ambos: lince y humano, bestia y príncipe, Ash y Aslan.
Siempre lo ha hecho.
Siempre lo hará.
—Dilo. —Repite por última vez, colocando el afilado cuchillo bajo su garganta, quebrándose en miles de pedazos porque a pesar de ser una bestia, sigue siendo Aslan. Entonces, Eiji sonríe, mira las letras grabadas en el antebrazo del más joven, siempre le parecieron curiosas esas últimas palabras, ahora le son perfectas, tan apropiadas para ellos dos—. Dilo.
Cierra los ojos.
—Mi alma siempre estará contigo.
Y las dice.
Siendo realistas, lo más probable es que termine esta dinamica en dos meses porque no veo que me dé el cuero para acabarla tan encima y con tantas cosas caotícas en mi vida, pero se mantiene la fe, este fic tiene muchos viajes y personajes, así que rezo para que salga bien, partimos en Izumo definitivamente mañana con el primero encuentro de estos dos. Muchas gracias por tanto, espero que al menos les haya servido para pasar el rato.
¡Nos vemos mañanita si sobrevivo!
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