8. Armando el puzle
Los tres nos llenamos de valor y bajamos hacia la espesa y pesada penumbra que nos acogía con cada paso que dábamos. No quería adentrarme al ala subterránea de la base militar, ni mucho menos conseguir evidencias de nuestro viaje, pero algo me tenía enganchado al misterio que rodeaba aquel lugar. Era más un instinto que un deseo, ya que el miedo me tenía ofuscado.
Sin embargo, en medio de mi descenso, el entorno comenzó a distorsionarse de la nada. La realidad en la que me encontraba sumido, fallaba y perdía color progresivamente, mientras que mi consciencia se dividía en dos. Un silencio absoluto tomó el control de mi mente, y ahí me quedé: solo y desolado. La misma sensación familiar que había estado atacándome desde mi regreso del bosque era la que me consolaba y, por increíble que parezca, me daba paz.
Aunque ese sentimiento fue reemplazado por una molestia inquietante casi al instante. A mis espaldas, un burbujeo grueso se oía aproximarse hacia mí, pero, al darme la vuelta, no había nada. El sonido no dejaba de resonar entre las cuatro paredes ficticias que cada vez se hacían más chicas, hasta que terminó concentrándose en un punto en concreto: mis pies. Justo antes de darme cuenta, el suelo se transformó en un charco de brea enorme que me consumía y me jalaba hacia sus profundidades. El dolor en mis extremidades inferiores que estaban siendo derretidas por la sustancia era indescriptible. Mis alaridos no expresaban la agonía tan grande que vivía. Traté de usar mis manos, desesperado; no obstante, un simple roce las desintegraba al punto de que podía ver los huesos de mis dedos a la perfección.
Mi respiración se aceleró y el pánico aumentó. Me hundía, igual que una piedra en medio de un lago. No podía hacer nada para evitarlo. Solo hasta entonces que conseguí ver una pequeña luz a la distancia. De ella, tenues voces parecían decir mi nombre. Mis sentidos le dedicaron su atención a eso que se hacía más notable conforme el cuarto adquiría iluminación. Sentí luego mi cuerpo flotar en el aire durante unos segundos y después caer desde una gran altura.
—¡Jake! —vociferó una voz.
De golpe, levanté mi torso del sofá, tomando una gran cantidad de aire. Estaba agitado y completamente empapado en sudor. Observé las plantas de la sala de estar, luego a la ventana: ya casi había oscurecido. Alguien me abrazó; el champú de almendras que emanaba de su cabello determinaba que era mi madre. A mi lado, cómo no, estaba Laura con una expresión de encanto mezclada con preocupación. Fue un gesto que me resultó tan gracioso que el sentimiento negativo que me dominaba se desvaneció. Todo lo que viví en ese último minuto no fue más que una creación abstracta y creativa de mi propia cabeza. Fascinante, pero a la vez aterrador.
—Tranquilo, hijo. Todo está bien. Ya acabó —estipuló mi mamá con un tono aplacador.
Sonreí y correspondí su abrazo.
—Gracias, mamá. ¿Cuánto tiempo estuve hipnotizado?
—Más de una hora —contestó la investigadora—. ¿Qué fue eso de hace un momento? De repente empezaste a moverte de manera errática y a gritar como si te estuvieran matando.
—Yo... No lo sé. Fue tan rápido. Salí de mis recuerdos..., todo se volvió oscuro. Después el piso se transformó en brea y me desintegraba —el lado izquierdo de mi cuerpo se erizó al rememorarlo.
—¿Crees que puedes retomar tus memorias otra vez?
—¿Otra vez? —cuestionó disgustada mi madre—. Con esos gritos...
—Quiero corroborar algo.
No entendía muy bien por qué quería que lo hiciera, pero tampoco perdía nada si lo intentaba. Sin quedarme corto ni perezoso, traté de escarbar algún momento ulterior al que conseguir llegar, empero, solo era invadido por las tragedias de esas noches. Aunque ya estaba acostumbrado a visualizar aquellas atrocidades, tuve que detenerme. No podía soportar ese realismo ahora que parte de mi memoria había sido revelada.
—Perdón, no puedo recordar nada más —dije un poco decepcionado. Sentí que estaba volviéndome más débil.
—Mmm... —Laura se colocó de pie y comenzó a caminar de un lado a otro—. Qué interesante. Tal parece ser que, al observar la cámara polaroid, una parte de tus memorias salieron a la luz. Es posible que los estímulos externos ayuden a que tu cerebro recupere esas conexiones rotas, aunque tienen que ser muy específicos, como una imagen o un objeto que esté relacionado con ese fragmento en singular.
—Oh —soltó mi mamá algo sorprendida—. Eso tiene sentido.
—Sí... Pero no entiendo por qué...
—Tal vez el trauma es más fuerte de lo que imaginamos —complementó Laura.
Eso se sintió como una apuñalada directa en el corazón. Tenía la esperanza de que con la sesión hipnótica conseguiría restaurar todo lo que viví, pero la situación resultó ser mucho más compleja. Pensé en ese momento que todo lo que había hecho fue una pérdida de tiempo, que no progresaría más, ya que no teníamos más pistas. El hecho de que una desabrida cámara fue la propiciadora del desencadenante, dio a entender que era incierto el futuro de la investigación. ¿Qué otra cosa podría devolverme recuerdos?
Lo que más me dolía era que no hubo nada salvable: ningún detalle respecto al comportamiento o las habilidades del monstruo. Si bien las alucinaciones que me atacaban ofrecían un pequeño vistazo, hacía falta conocer los acontecimientos verdaderos. Tenía puesta una enorme responsabilidad sobre mí y sentía que estaba fracasando. No era nada más que un estorbo en medio de una partida apretada. Incluso deseé estar muerto.
—Lamento haberle hecho perder el tiempo, investigadora —bajé mi vista, tratando de ocultar la tristeza que me llenaba—. Me emocioné pensando que obtendría alguna respuesta del por qué sigo con vida o si mi experiencia ayudaría. Dudo mucho que consiga rascar algo de conversaciones absurdas de adolescentes inmaduros.
—Oye, no seas tan duro contigo mismo —la pelirroja se acercó y se sentó a mi lado. Después levantó mi mentón y sonrió—. Las cosas se hacen mejor cuando no se apresuran. Y no importa si tardamos varias semanas en desentrañar todos los secretos de tu mente, lo que importa es el esfuerzo y la motivación que le pones para obtener resultados positivos —sus palabras me animaban, aunque también me asustaban. La determinación de su discurso era asombrosa—. Además, aunque no lo creas, todo lo que expusiste me proporcionó información muy muy valiosa.
Arrugué confundido la cara.
—¿De verdad?
Ella asintió.
—Puedo darte mi palabra de que así es, por lo que puedes dejar de llorar.
—¿Eh? —eso me tomó desprevenido—. Yo no estoy llorando.
—Pareces una niña quejándose porque le terminó su novio —bromeó.
—¡Eso no es...! —la risita de mi madre intercedió en mi exclamación—. ¿Qué es tan gracioso?
—Perdón, es que tiene razón —contestó.
—Siempre la tengo —repuso Laura con cierta arrogancia falsa.
...
Pasadas unas cuantas horas, ya muy tarde por la noche, decidí quedarme un rato mirando las estrellas a través de la ventana del salón. Estaba agotado por todo lo que realicé durante ese día, pero quería tomarme un tiempo para reflexionar. Mi mamá y mi hermana se encontraban durmiendo ya en la habitación de huéspedes, mientras que Laura parecía tener un tornado adentro de su cuarto, ya que no paraba de revolver cosas allí. Al menos era un escándalo tenue; apenas se oía desde mi posición.
La tranquilidad que me enviaba la imagen del despejado firmamento no tenía comparaciones. El ambiente nocturno trae algo especial, sin embargo, tendemos a atribuirle una connotación peligrosa en la mayoría de casos. El miedo a lo que se esconde en las sombras suele ser más imponente que la belleza que se halla unos pasos más atrás. Gerald era capaz de visualizarla, y le fascinaba observar su mundo iluminado solo por la luz de la luna. Me hubiera gustado haber gozado junto a él las maravillas de la naturaleza, y estaba seguro de que Kevin concordaba conmigo donde sea que estuviera.
Por la ventana también se podía ver la calle. Era una carretera singular y con nada de especial, salvo por un poste de luz en medio de esta que apenas alumbraba y parpadeaba constantemente. Al otro lado había otro edificio con una fachada exterior bastante similar al que me estaba quedando. Aunque lo raro sucedió después cuando, entre uno de los tantos destellos intermitentes de la farola, una silueta asomó de detrás de ella. Tenía la forma de una persona y poco a poco se iba dejando ver. No parecía conservar rasgos humanos, empero, por algún motivo, algo en mí lo conocía.
—Oh, Jake, estás despierto —la dulce voz de Laura consiguió sobresaltarme. Aparté la vista y la miré. Venía hacia mí con un pijama cómico de color rosa que la vestía—. ¿No puedes dormir?
—Por más que lo intente... —respondí y luego regresé los ojos al poste de luz. Había dejado de centellear y la sombra desapareció. Fue extraño.
—Ya somos dos —tomó un taburete cercano y se sentó a mi lado—. ¿Te gusta la noche?
Ladeé una sonrisa.
—Más o menos. Antes no me paraba a mirar las estrellas, pero hoy he querido hacerlo. Ya sabe, para despejar la mente.
—Yo suelo hacerlo casi todo el tiempo. ¿Ves esa constelación que está por allá? —señaló con su dedo a un punto en concreto del cielo.
—¿Esa? —levanté una ceja—. A mí no me parece una como tal
—Eso es porque se trata de mi propia constelación.
—¿Ese grupo comprimido de estrellas?
—Sí. Se llama «Iballnova» —rio entre dientes, dándome a entender que estaba tomándome el pelo.
Liberé una risa culpable. Su juego de palabras era ingenioso, aunque absurdo.
—Está loca, Laura.
—Ah, pero te hice reír —golpeó mi hombro de forma amistosa mientras carcajeaba en voz baja. Al acabar, dejó un pequeño silencio entre nosotros hasta que se recostó del marco de la ventana y retomó la palabra—. He analizado la grabación y conseguí rescatar mucha información importante de ella. Ayudaste a responder muchas de las incógnitas que tenía acerca del bosque.
—¿En serio? —me llenó un sentimiento de satisfacción—. Me alegra saber que no soy tan inútil después de todo —dije en broma.
—¿Y tú lograste responder tus propias preguntas con la hipnosis?
—¿Mis propias preguntas? —agarré mi mentón—. No lo había pensado. Supongo que sí he solucionado algunas dudas, pero también se me han creado otras más. Quisiera saber cómo continúa la historia, en realidad.
—Supongo que todos andamos igual que tú.
Esa frase me desconcertó.
—¿Todos?
Apretó sus labios como si se le hubiera ido la lengua.
—Eres más perspicaz de lo que aparentas —sonrió—. Quería que fuese una especie de sorpresa, pero ya que estamos...
—¿Qué? ¿Sabe cómo desbloquear el resto de mis memorias?
—No, pero tengo un amigo que puede echarnos una mano con eso. Él sabe muchas más cosas que yo acerca de la leyenda y diversos temas que nos pueden complementar. Vive en Littlefork, un pueblo ubicado al norte de Big Falls. Te caerá bien.
—¡Sí! ¡Me parece una buena idea! —me mostré entusiasmado, aunque rápidamente bajé el volumen de mi voz al recordar que había gente durmiendo—. ¿Pero qué hay de mi mamá?
—No te preocupes por ella, tengo todo bajo control. Ya se lo conversé y está de acuerdo con que vayamos los dos hasta allá. Además, le dije a Eleonor para que le hiciera compañía mientras estamos ausentes —acercó su rostro al mío y procedió a susurrar con su mano puesta a un lado de su boca—. Es que me da miedo que tu hermanita le haga algo a mis plantas. Digo, no es porque no confíe, sino que son muy importantes para mí, ¿sabes?
Solté una pequeña risa y ella volvió a su posición original.
—Vaya que usted piensa en todas las posibilidades —dije.
—¡Oye! Te dije que nada de formalidades —me regañó con falso enojo.
Eso me sacó otra risa. Que una mujer de su edad le importe mucho que la traten como adulta, da mucho en qué pensar. Pero esa era la personalidad de la investigadora Ivanova: siempre recta, jamás amargada. Ahí me pregunté por qué dejó un puesto tan valioso en el F.B.I. para dedicarse a investigar un misterio catalogado, en ese entonces, de fantasía. Dude que la hubieran despedido, ya que se le veía muy apasionada a su profesión. Eso me construyó una curiosidad por su pasado.
Claro que mi intriga se resolvería con el pasar de los días. Mi objetivo latente era resolver el enigma de mi mente y con la ayuda de aquel hombre lo conseguiría. Alguien bastante... único en su clase. Una persona interesante.
Continuará...
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