7. Segundo Fragmento
A la mañana siguiente, cada uno se despertó, desayunó y preparó su mochila con elementos esenciales para nuestra segunda excursión a través del bosque. Mis amigos se repartieron los objetos importantes, tales como: un botiquín, un cuchillo de supervivencia, bengalas, linternas, entre otros. Yo, por otro lado, decidí no empacar demasiada cosa, puesto que solamente daríamos una vuelta, nos haríamos con un par de fotografías y cabía la posibilidad de que tomáramos un baño en algún río o arroyo cercano. No tenía la expectativa de deambular durante horas por los árboles, así que me despreocupé casi en su totalidad.
Kevin tal vez estaría celoso ahora al saber que le quité un papel que llevaba representando años... O puede que esté exagerando.
Caminamos hacia el sureste con buen ritmo. Por algún motivo, el falso popular insistió en viajar en esa dirección. Me pareció tan inusual que intenté tocar el tema del árbol quemado o del conejo opaco varias veces, aunque siempre lo cambiaba cada vez que recalcaba que no era de su interés. Pero, al mismo tiempo, podía percibir que sí le prestaba atención a mis palabras. Sospechoso.
Él lideraba a la manada con su mapa en mano. Había un destino en específico al cual quería llegar, sin embargo, nos lo mantenía en secreto. El único detalle que nos comunicó era que se trataba de algo grande, nada más. Gerald estaba después, usando la cámara polaroid de Kevin para capturar el paisaje y realizando anotaciones en su libreta de campo. Deseaba convertirse en un biólogo de prestigio en el mundo científico, por lo que trataba de recopilar datos cada vez que tenía la oportunidad de estar al aire libre como método de práctica. Sin duda, tenía grandes aspiraciones.
Por último estaba yo, asegurando la retaguardia y aportando conversaciones irrelevantes en nuestra aventura. Un trabajo importante, si te paras a pensarlo.
—Oye, Gerald, hay algo que he querido preguntarte desde hace mucho —comenté conforme evitaba que las ramas de algunos retoños me azotaran la cara—. Últimamente, te he visto pasando mucho tiempo con Bárbara. ¿Me dirás que sucede con ella?
Noté cómo se ponía duro como una roca.
—No s-s-sucede nada c-co-c-con ella. Solo s-s-somos amigos, JB —expresó nervioso. Sus mejillas se había sonrojado y su tartamudeo era más copioso.
—Que no te dé pena, amigo. Estamos en confianza —palmeé su hombro como forma de aliento—. ¿Te gusta Bárbara?
Sus orejas acogieron también esa coloración carmesí tan característica en menos de lo que canta un gallo. La pregunta lo agarró fuera de base.
—¡Esto es increíble! —espetó Kevin de la nada—. Hasta Gerald va a ser capaz de conseguir novia antes de la graduación, menos yo —parecía indignado.
—Creo que ya va siendo hora de que le pidas consejos al nerd —bromeé.
—¡Oye, las técnicas que aplico son efectivas! Solo que...
—¿No te funcionan?
—Sí —su voz decayó.
Reí entre dientes.
—Aún tienes mucha vida por recorrer. Somos vírgenes, ¿y qué?
Entonces él soltó una gran carcajada.
—¡Diciéndolo así, me haces sentir peor, zoquete!
—Por suerte, para Gerald, solo tiene que declarársele a la chica. He visto cómo se pone cuando anda a su lado y demuestra bastante interés.
—¿En serio lo crees? —preguntó el chico rubio muy atraído por mi declaración.
—No tengo pruebas, pero tampoco dudas —sonreí.
Mis palabras parecían llenarlo de esperanzas. Era tierno verlo tan ilusionado por una chica, que además se encontraba en la misma sintonía que nosotros en ese entonces. Estaba seguro de que serían una buena pareja porque las ganas eran mutuas. Lástima que nada de eso llegaría a ser concretado.
—Yo pienso volverme el más popular de todo el instituto antes de irme de ese apestoso lugar —deliberó Kevin. Aunque, para mí, más bien estaba delirando—. Las chicas rogarán por mi atención y los chicos querrán tener lo que yo tengo. Asimismo, callaré a muchos que no creyeron que lograría tal hazaña.
Eché un suspiro. A veces me hacía sentir decepcionado.
—A ver, Kevin. Te apoyo en lo que dices, pero sería muy ilógico volverte «popular» cuando, literalmente, estás a punto de graduarte.
—Tranquilo, mi querido amigo. Tengo un plan para convertirme en el rey del instituto apenas reanudemos las clases —su seguridad era más que asombrosa.
Yo no pude evitar liberar una pequeña risa. Lo que decía me parecía absurdo.
—¿Y cuál es ese plan?
Abre la boca y se le escucha tomar aire, sin embargo, se detuvo en seco e hizo que el reto chocásemos bruscamente contra su espalda.
—Aquí es —murmuró.
—Kevin, ¿qué diablos t-t-te...? —callé cuando llevé mi vista hacia el frente.
En una zona rodeada de grandes y majestuosos pinos, se hallaba una estructura, aparte de enorme, que no pertenecía a este lugar. El pelinegro corrió sin reparo hacia allí con una sonrisa de oreja a oreja en su rostro. Gerald y yo no miramos entre sí sin saber bien qué hacer o qué pensar, pero concluimos con que debíamos seguirlo.
Traspasamos una sección caída del cercado que rodeaba todo el edificio y nos mantuvimos atentos a cada detalle. Por la cantidad de vegetación que envolvía las paredes del mismo y por el daño reflejado en el concreto, teníamos ante nosotros una obra humana abandonada hacía decenas de años. El estacionamiento exterior aún gozaba de vehículos antiguos cubiertos casi en su totalidad por tierra y materia verde. Era como una escena apocalíptica a pequeña escala; algo bastante interesante.
—¡Amigo, esto es increíble! —expresó Kevin corriendo por todo el aparcadero con gran alegría.
No cabía la menor duda de que tenía razón. Jamás habíamos visto nada parecido, aunque esa maravilla no se quedó por mucho tiempo. En el momento que mi mente comenzó a conectar las historias de mi padre con la leyenda y la localización en la que estaba, un escalofrío recorrió mi espalda.
—Estamos en la b-b-base militar abandonada de la l-leyenda, ¿verdad? —cuestionó Gerald asombrado, confirmando mis sospechas.
—La misma de la que nadie ha podido regresar con vida, mi encantador compañero —se posicionó a su lado y lo abrazó por el hombro—. ¡¿No es esto emocionante?!
—¿Emocionante? ¿Te has vuelto demente? —declaré.
Mi mala actitud lo confundió.
—Disculpa, Jake, creo que no te entendí bien.
—¿Tu plan para volverte popular consiste en demostrar que la leyenda es real?
—Bueno, hablo por todos al decir que el monstruo no es más que una mentira creada para embellecer la historia —rio entre dientes—. No me digas que de verdad consideras esos cuentos de fantasía verdaderos
—Pensé que solo acamparíamos y después alardearíamos de haber «sobrevivido» unas cuantas noches en Koochiching. Esto... —señalé el edificio—. No deberíamos estar aquí.
Por lo general, nunca fui de los que se alarmaban por cualquier cosa. Pensaba de manera clara y sensata ante toda situación, pero algo me decía que lo mejor era mantener nuestras manos lejos del fuego. Llámelo corazonada o sexto sentido, mis músculos deseaban que obedeciera con salir pitando de ahí.
—Por favor, JB. Te preocupas demasiado —no comprendía cómo él podía estar tan tranquilo—. Hemos venido hasta aquí con el fin de recolectar pruebas de que este lugar sí existe. Solo eso.
—¿Q-q-quieres decir... q-que entraremos? —Gerald tenía sentimientos encontrados al respecto.
—Como un paseo de mediodía —sonrió.
—Kevin, no sabes con qué cosas te puedes encontrar ahí dentro —lo enfrenté—. Tampoco sabes si la estructura está a punto de desmoronarse a pedazos. Es muy peligroso.
—¿Y tu sentido de la aventura? —golpeó ligeramente mi brazo y se dispuso a entrar en la edificación por sí solo.
No entendía por qué se empeñaba tanto en no hacerme caso. Si bien tenía una opinión en la que desestimaba a la leyenda, y era muy fiel a ella, estaba consciente de que nunca era buena idea tratar de jugársela. Había otros peligros de los que debíamos de tener en consideración, ya que éramos muy inexpertos en condiciones de alto riesgo. No podíamos obviar ninguna posibilidad, pero él no quería escuchar.
Entonces Gerald se acercó a mí, habiendo notado la impotencia que crecía en mí. Palmeó mi hombro un par de veces y habló.
—Entiendo tu p-p-punto de vista, JB. Yo tampoco me siento demasiado c-cómodo entrando en un lugar abandonado, aunque p-puede ser una experiencia int-teresante.
Plasmé una mueca.
—No sé, Geri. No creo que haya un monstruo escondido por aquí, pero... —suspiré—. Es que no lo sé. Hay algo que...
—Lo sabemos. Solo p-piensa en lo que nos perderemos si no le d-d-damos una oportunidad a n-nuestra curiosidad.
Estaba más que claro que ninguno quería colaborar conmigo. Pude entenderlos, ya que cuando eres adolescente no se reflexiona de manera racional, a menos que seas muy maduro. Dudé por lo menos un minuto antes de decidir aceptar el reto, pero nada más con la intención de supervisarlos a ambos. Si lo que deseaban era adentrarse en unas ruinas abandonadas, lo harían bajo mis reglas.
Cada quien se armó con una linterna y comenzamos la excursión a través de los pasillos principales sin separarnos. Aquel sitio, al observarlo a detalle, se sentía más como un laboratorio que una «base militar». Había muchas habitaciones con instrumentos respectivos de un establecimiento científico, además de otras que denotaban formar parte de salas para realizar batallas controladas. La poca luz natural que llegaba a entrar de las ventanas o boquetes del tejado, ayudaba a que nos pudiéramos mover mejor por el pedregoso terreno. Había demasiados escombros esparcidos por el suelo, y el deterioro ocasionado por los elementos eran evidente.
La cámara que llevaba Gerald pasó a manos de Kevin. Él no paraba de capturar cada cosa que veía: desde un pasillo irrelevante, hasta el interior desordenado de las oficinas. Cada fotografía que era expedida por la polaroid la guardaba el tartamudo, no sin antes haber efectuado una pequeña síntesis en su libreta. Los dos lo gozaban al máximo.
Luego de un tranquilo y corto periodo de exploración, decidimos darnos un descanso en un corredor que conectaba con el principal, en tal caso de tener que salir tirando pedos a modo de propulsión; el complejo era muy laberíntico. Lanzamos las mochilas contra el muro y me senté a un lado. Mis amigos, por su parte, eran incapaces de vislumbrar cuál era el significado de «tumbarse y no moverse». Gerald echó a caminar más allá con su libreta y Kevin decidió examinar una de las habitaciones que había cerca. No podían estarse quietos.
—Bueno, supongo que tengo que admitirlo —suspiré con una sonrisa—. No fue tan malo como pensaba.
—¿Y qué fue lo que dije? —argumentó desde el otro lado de la pared—. Cuando se acaben las vacaciones, todos en el instituto nos admirarán por esto. Y ten cuidado por si el mundo también.
Liberé una pequeña carcajada.
—Estás demente, Kev.
—¿Qué? ¿Acaso un hombre no puede soñar alto?
—Tampoco hacía falta meternos en este asunto sin comunicárnoslo antes.
—Sí..., pero quería que fuese una sorpresa. Ya sabes, para salir de la rutina y todo eso.
—El que más parece disfrutarlo es Gerald.
—Sin duda que se esfuerza mucho para alcanzar sus metas. Más que nosotros, siendo sincero —expresó con vacilación.
—¿Y acaso crees que la escuela de leyes no es complicada? He tenido que estudiar desde antes para tener una base antes de graduarme.
—Aburridooo.
Carcajeé por su morisqueta.
—Por lo menos es mejor plan que trabajar el resto de mi vida en un McDonald's —resalté.
Entonces asomó su cabeza por el marco de la puerta unos instantes después con una cara no tan contenta.
—Para tu información, los que atienden al público en ese establecimiento son igual de importantes que un doctor —usaba un tono de indignación falsa que me parecía muy hilarante.
—Claro, ya que así los doctores tienen más pacientes por afecciones cardiacas. Muy astuto —bromeé.
Kevin hizo una mueca y volvió a ponerse en lo que estaba. Esperaba que su decisión de permanecer como un vago mediocre por el resto de su vida solo fuera una etapa que necesitaba ser quemada o una idea que jamás tuviera que ser desarrollada. Aunque hubiera sido curioso verlo vestido con uno de esos uniformes. No era el mejor plan de vida, pero, si lo hacía feliz, dárselo como válido fuese sido lo mínimo.
Más tarde, algo comenzó a emitir ruidos distorsionados desde el interior de mi mochila. Se trataba de un radio comunicador que cada uno de nosotros tenía en caso de que, en medio del viaje, nos separáramos. Quien se comunicaba a través de él era Gerald. Se escuchaba anonadado.
—Chicos, ¿están? He... encontrado algo m-m-muy interesante.
—Aquí Jake. ¿Qué sucede? —me encargué de contestar mientras que el falso popular se acercaba a mi posición.
—Pues... Creo que he hallado l-la entrada al nivel s-s-subterráneo de la base.
Kevin me quitó la radio de inmediato.
—¿Cómo puedes certificarlo? —preguntó.
—La entrada está t-tapada con una barricada y por un hueco v-v-veo una escalera que da hacia abajo.
—No me estás tomando el pelo, ¿verdad?
—Ven y compruébalo por t-ti mismo.
El pelinegro dejó caer el aparato en mi regazo y recogió todo nuestro equipaje con rapidez. No entendía por qué se encontraba tan ansioso, pero era obvio que había que moverse.
—Está bien, Gerald —retomé conforme me colocaba de pie—. Dinos cómo llegar hasta ti.
—Oh, ya he dejado algunas m-marcas por los pasillos. Sigan las equis.
—¡Gerald, eres mi ídolo! —dijo Kevin con felicidad e inició carrera por los pasillos.
—Kevin, ¡espe...! —exhalé encrespado—. Ya vamos para allá —comenté al final.
Siguiendo de cerca al tonto de mi amigo, quien protagonizó el papel de mula de carga más chistoso de toda la existencia, recorrí varios metros de oscuros corredores escabrosos hasta que conseguimos reunirnos con el chico rubio. Kevin lanzó los morrales a un lado del pasillo sin tener el más mínimo sentido de pertenencia y se propuso a chequear aquello que tanto le interesó. Yo me coloqué a su lado.
Al frente teníamos una gran montaña de escritorios, sillas e incluso escombros tapando parcialmente un arco cuadrado donde antes existía una puerta. Usando nuestras linternas se podía ver al otro lado unas escaleras que bajaban hacia una enorme puerta de metal. Daba muy mala espina, pero no era solo eso. Un cartel en la pared exterior identificaba la entrada con el siguiente texto: «Área de Desarrollo Interdimensional».
—¡Debemos entrar! —espetó el falso popular igual que un crío que ha comido demasiada azúcar.
Giré y le dediqué una mirada de desaprobación.
—Claramente, esa barricada nos dice que no debemos entrar ahí.
—No seas tan serio, hombre. Va a ser divertido —golpeó mi hombro y se dispuso a ir desmontando la cuestión. Tiraba cada objeto al suelo sin importarle el fuerte ruido que generaban al caer.
—Kevin, n-no sé. Tal vez deberíamos de escuchar a J-Jake —comentó el tartamudo.
—Hemos venido a pasar un rato único entre mejores amigos, ¿no? Ahora ven y ayúdame a quitar todo esto.
Gerald no deseaba explorar el sótano, pero su lado bueno le impedía no colaborar con su compañero.
—Ya tienes suficientes fotografías de este lugar, Kevin —argumenté en un intento de evitar que continuara—. ¿En serio necesitas conseguir más?
El pelinegro rio ante mi comentario.
—No me digas que tienes miedo, JB.
—Sí, Kevin. Tengo tanto miedo que estoy siendo lógico y realista con la situación —fui sarcástico.
—¿Lo oíste, Gerald? Es un cagado —y tenía el descaro de burlarse.
Liberé un largo suspiro.
—Nunca piensas madurar, ¿verdad?
—Jake, hace unos minutos te habías retractado de tu negativismo —quitó la última silla y luego le pidió al rubio que lo asistiera con mover las mesas que intervenían en el paso—. ¡Esta oportunidad no se repetirá nunca más en la vida! —habló un poco más alto debido a la bulla de la mesa siendo arrastrada. Al terminar, se reincorporó y sonrió—. Gocémosla al máximo.
Continuará...
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